Tuesday, August 17, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)


Parte dos. Capítulo II. ¿Qué oficio le pondremos?


por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)

La máquina de coser estaba falta de grasa, y cantaba su melodía monótona, y se detenía, y volvía a cantar, y cuando se callaba de una vez empezaban las tijeras riqui riqui riqui: buenas, qué tal ¿estaba Panchita?, sí, cómo no, entrara, Periquita, cómo seguía de salud, ya le iba a entallar el vestido, se sentara en la sala, esperara un momento que otra vez el niño se le había perdido, niiiño, niiiño, niiiño, debajo de la cama, niiiño, dentro de los escaparates, niiiño, en el armario, niiiño, gateando el niño por toda la casa, por el patio, sobre dos pies, caminando, corriendo, junto a la mata de mangos, en la mata de mangos, encima de la mata de mangos, niiiño, se bajara de ahí, se iba a matar, la iba a matar del corazón, la iba a volver loca, Virgen Santa, saliera de la ventana que estaba lloviendo, no se mojara, por Dios, iba a coger un catarro, lo iban a llevar al médico, a inyectar, a ponerle un suero; pero al niño le gustaba la música de la lluvia, le gustaba el agua corriendo calle abajo, y el olor a tierra húmeda, y poner la mano abierta al cielo para que las gotas de las tejas le cayeran en la palma de la mano, quería atrapar al agua, apresarla, cogerla, pero siempre se le iba entre los dedos, igual que el rayo de luz que entraba algunas veces por la ventana del cuarto, y brillaba y alumbraba el polvillo como una raya en el aire, pero que tampoco se podía atrapar, sólo mirarlo como si fuera el adorno de una mesita: mire, pero no toque, así le decían siempre, mire, pero no toque; pero el niño tocaba con los ojos, miraba todo, miraba el día y lo tocaba y era tibio, y la noche fría, y el cielo lejano, y las estrellas, la luna, y caminaba hacia un lado y para allá iba la luna, y se detenía, y allí estaba ella mirándolo, y caminaba hacia cualquier lugar, y la luna lo seguía, lo acompañaba, iba siempre con la luna, niiiño, no mirara más el cielo, ya era tarde, hora de dormir, entrara de una vez, mañana había que trabajar, que darle a la máquina, que no tenía grasa, que chirriaba: niño, dónde estás, responde, Rayo Malo, por Dios, ponte a jugar con tus primas: Nila, Minda, Isa, Magaly, jugaran con el niño a ver si ella descansaba, la barriga la tenía al volar y Vladimir Ilich no acababa de nacer:

Dónde va la cojita, que mirunflí que mirunflá.

El niño no jugaba con las hembras.

A la rueda rueda de pan y canela, dame un besito y vete pa’ la escuela.

El niño no jugaba con las hembras.

Una tarde de verano, una tarde de verano, me encontré con un convento, me encontré con un convento, el convento era de monjas, el convento…

El niño no jugaba con las hembras.

Ambo sea todo, matandilen dilen dilen; ambo sea todo, matandilen dilen don. Qué oficio le pondremos, matandilen dilen dilen; qué oficio le pondremos, matandilen dilen dilen don.

—Le pondremos costurero, matandilen dilen dilen. Le pondremos costurero, matandilen dilen don.

Y el niño negó con la cabeza, no le gustaban nada las tijeras riqui riqui, ni la máquina de coser que chirriaba el día entero.

—Ese oficio no le agrada, matandilen dilen dilen. Ese oficio no le agrada, matandilen dilen don.

—Le pondremos carpintero, matandilen dilen dilen. Le pondremos carpintero, matandilen dilen don.

Tampoco le gustaba. Una vez había venido un carpintero a su casa, y le partió el cabo a su martillo de juguete, y se fue y nunca más lo arregló. Y él no iba a andar de carpintero por ahí, rompiéndoles martillos a los niños.

—Ese oficio no le agrada, matandilen dilen dilen. Ese oficio no le agrada, matandilen dilen don.

—Le pondremos dentista, matandilen dilen dilen. Le pondremos dentista, matandilen dilen dilen don.

Menos que menos. El dentista lo sentó en un asiento donde el niño se per-día de lo grande que era: abriera la boquita, y el niño pensó que iban a darle un caramelo o una raspadura, o algo dulce bien rico, pero era una jeringuilla grandísima y lo pincharon duro, y lo inyectaron y gritó y pateó y la cara se le puso como un globo, y aquel señor era tan feo que tenía un alicate que se abría y cerraba como la boca de un animal, y se lo metió entre los dientes y escupió la sangre el niño, y de ninguna manera.

—Ese oficio no le agrada, matandilen dilen dilen. Ese oficio no le agrada, matandilen dilen don.

—Le pondremos bodeguero.

—Ese oficio no le agrada.

—Panadero.

—No le agrada.

—Constructor.

—No.

—Barbero.

—Vendedor.

—Enfermero.

—No.

—No.

—No.

Es que no le gustaba nada, ningún oficio. Acabara de una vez, qué se creía, payaso.

Y eso quería el niño, eso sí, mantandilen.

—Le pondremos payasito, matandilen dilen dilen. Le pondremos payasito, matandilen dilen don.

Y por fin la madre, que ya estaba desesperada, le encontró un buen oficio y pudo recuperar a su hijo, y entallarle el vestido a Periquita.

—Aquí tiene usted su hijo, matandilen dilen dilen. Aquí tiene usted su hijo, matandilen dilen don.

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para leer los capítulos anteriores haga click en el link:

1 comment:

Teresa Dovalpage said...

Hum.. yo estaba esperando que dijera al final:
"Le pondremos escritor, matandile dile , dile, le pondremos escritor, matandile, dile don..."
¡Buenísimo, como siempre! Me gusta mucho este viaje al pasado... Espero imapciente qué pasará con el matrimonio y el hijo en camino del protagonista...

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