Sunday, June 13, 2010

(Miami) Carlos Díaz Barrios en Zu Galeria: "el que ha habitado una isla sabe lo que yo quiero decir"

En la noche del pasado viernes Carlos Díaz Barrios estuvo leyendo, en Zu Galería, una selección de sus poemas.

Acá les comparto el texto de Elena Tamargo Los Poetas y los Barcos, que escribió para presentar a Carlos (y a la llamada Generación del Mariel) y un reportaje fotográfico.

Recomiendo volver a disfrutar del post de Ena LaPitu Columbié: Una torre de colores y Carlos A. Díaz Barrios


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LOS POETAS Y LOS BARCOS

por Elena Tamargo


Vengo a hablar de un hombre que ha dicho: "huir de algo, creo que fue lo único que aprendimos mirando el mar". Y es nuestra única forma de estar en el mundo, Carlos Díaz Barrios, uno de los pocos poetas de nuestro tiempo que vive, como los hombres primitivos, manipulando el misterio, que sabe que siempre se escribía de lo que no se podía explicar; un hombre ocupado por la poesía, y que como pocos hombres, está dispuesto a vivir de este modo, y transferir a los demás, a sus amigos, a mí, lo que se le está revelando, un hombre que confía en las huellas de las lágrimas, en el lenguaje como inscripción, como derramamiento de sentido; él mismo dice, "el hombre sufrió y enseguida escribió poesía". Carlos sabe que el origen de la poesía es magia, la magia de detener en el tiempo una experiencia que no se va a repetir. Por eso es un poeta solitario.

Dentro de la poesía actual, Carlos es un caso de poeta aislado, por algunas razones que merecen un estudio crítico, pero en este caso esta afirmación tiene que ver con el gusto estético, que es una especie de sentido superficial y reacciona como una piel sensible a todo contacto. No llega sin embargo, a agotar todo lo que en el arte es arte, algo que en el caso de Carlos es necesario comprender antes de entrar a su obra; distancia que con respecto a la orientación del gusto de nuestros días es enorme, por estar el gusto inclinado al reportaje, a la desilusión provocadora, a la destrucción de las formas poéticas, y a la biografía. Pero ante la obra de Carlos Díaz Barrios nos hallamos frente un arte de orfebrería de la palabra, de la imaginación, un arte del trance, la locución mágica que encierra una extraordinaria concentración de voluntad, y Carlos es todo voluntad en su obra.

Quienes hemos sido sus amigos por muchos años sabemos que es el mismo como hombre cotidiano, es el amigo, que mientras cocina y abre una tras otra cuantas botellas de vino le hagan falta a los poetas, siempre se apodera de la palabra mágica, que es además, una palabra que transforma, que no sólo se escucha y se comprende, sino que la convierte para nosotros al oírla como en una conjuración de espíritus, y algo hasta ese momento ausente, se torna presente, y así, yo he sido víctima del llanto, después que Carlos ha contado en su mesa los días de su amigo Reynaldo Arenas en Miami, o de pánico mientras describía sus experiencias en Haití, cómo ha visto levantarse los muertos en una ceremonia budú o su exquisita forma de hablar de lo oriental, la historia del opio y sus efectos, todo eso mientras comíamos, con los poetas, Osvaldo Navarro, entonces, Raúl Ortega, ahora, mientras comemos codornices o polenta, en una sala de Coral Gables o a la orilla del mar en Hollywood, uno de sus refugios favoritos. Quiero decir con esto, que Carlos tiene una virtud, conoce el valor de la amistad, y una certeza, que la vigencia poética de los creadores no es del orden de la poesía política, ni siquiera allí donde aparezcan visiblemente las huellas indelebles de los acontecimientos políticos, silencio y exilio, el repaso de los años amargos y el renovado temor a la libertad. Ni siquiera cuando uno se da cuenta de que el suave aliento de los versos anima constantemente a creer en el regreso, porque el regreso para él y para otros poetas es algo más que la arriesgada aventura de alguien que una vez partió al exilio, y el balance de ese destino, algo más que la suma de las experiencias de pérdida y de despedida, de lo extraño y lo lejano; peregrinaje, amistad, amor y todo lo que quepa en la lista de las experiencias que el exilio evoca. El asunto es que la obra de Carlos habla de todos nosotros, pero de otro modo: Todos nosotros tenemos que aprender todavía qué es el regreso, así nosotros mismos nos encontramos en esos libros, aprendiendo lo que ya sabemos. Tal vez el regreso sea para este poeta una doble despedida, porque quien regresa debe despedirse de algo que ha comenzado a ser.

De esto dice Carlos en Un verano en Okala: "Sigo detrás del timón/ Con los oídos llenos de cera/ Para no oír el canto de las sirenas amarrado al mástil/ Amarrado a las lenguas mudas de la ley/ Amarrado a la humildad que tienen los emigrantes/ cuando limpian un baño en la noche/ con la familia afuera/ esperando que sea buena la limpieza para poder comer".

Las generaciones literarias las inventan los críticos, casi siempre; porque Enríquez Ureña nombró al Modernismo, tenemos una generación de poetas que en su mayoría ni siquiera se conocieron, pero que fueron fundamentales para la lengua lírica que hoy hablamos; porque España pierde a Cuba, la última de sus colonias, surge la Generación del 98, dispuesta a recuperar el ánimo y la autoestima de un país deprimido; en el Café de Nadie del México porfiriano se juntaron los poetas afrancesados y más cultos para salvar su poesía, sobre todo del estridentismo de moda, y se llamaron a sí mismos Los contemporáneos; y un barco, para navegar de noche por el Guadalquivir, fue el origen de la Generación del 27, que juntó tal vez la más completa nómina de extraordinarios poetas del siglo XX español, y que hizo la lectura vanguardista de la tradición que asumen Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados, para recuperar a un poeta muerto en el siglo XVII, Luis de Góngora. Pero todas las generaciones han sido dueñas de alguna transformación, los poetas del 27, por ejemplo, que se subieron a ese barco, lo hicieron para reivindicar la palabra pura y la mirada racionalista que se imponía entre los discípulos de Juan Ramón Jiménez y Ortega y Gasset en la segunda década del siglo XX. Los jóvenes del 27 encarnaron la confianza que tuvieron la cultura y la política del país en la posibilidad de alcanzar una modernidad definitiva. El lluvioso mes de Diciembre de 1927 produjo una renovación estética de la literatura española sin renunciar a la tradición.

No ocurre lo mismo con nuestra Generación de Mariel, aunque haya habido un barco y poetas y escritores y artistas grandes como aquellos del 27, sin embargo, la Generación de Mariel es tal vez la generación que más justificadamente lleva el nombre de generación, porque una generación lo es porque comparte algo sustancialmente importante y trascendente, y la de Mariel comparte el dolor, el miedo, el misterio, la noche, el riesgo, la ruptura, el vómito, el llanto. Una generación de la que nadie puede, ni siquiera los críticos, borrar a nadie, porque quién puede bajar del barco del sufrimiento a alguien, quién puede decidir sobre esa nómina. La generación de escritores de Mariel no pudo como la del 27 reivindicar nada, ni la tradición ni la libertad ni la poesía, y está pendiente para los críticos la obra magna que les de su lugar. Ninguna otra generación cubana, ni en la lengua, ha padecido y temblado más que esa. Con ninguna estamos tan en deuda como con ellos. Y si hoy estamos aquí, haciéndole un homenaje a Carlos, en Miami, una ciudad tan paradójica, que fue fundada por el dolor y hoy está simbolizada por el placer, por cierto, es porque Carlos, y aquellos escritores que llegaron como él, y siguen llegando, porque lo del barco no se ha terminado, lo merecen, y ya no por esos extraordinarios valores literarios y humanistas que referimos antes, sino por su valor, por su dolor, por sus lágrimas. En La Canción de Icaro Carlos dice que "Oscuro es el sabio que predice el futuro, pero sabe que el pasado es el verdadero futuro". Ese es el sentir de Carlos, que tal vez intuye que algunos cubanos ya no tienen futuro, pero sí son dueños de lo que ya pasó, él mismo dice: "el corazón no es la verdad, ni nunca su decir, es un fragmento de cualquier memoria".

Carlos Díaz Barrios, treinta años después, lleno de premios, con 28 libros publicados, una obra editorial invaluable por exquisita, y una vida con honor, es uno de los escritores más importantes de la Generación de Mariel, el más importante poeta de esa generación, es al decir del sabio ruso George Gurdjieff, un hombre despierto, que sabe mirar con la inteligencia de los ojos, que en las noches de insomnio pinta exquisitos monstruos y en el día observa y disfruta la naturaleza de la cual se rodea, en una ciudad de signos tan urbanos y al mismo tiempo ocupada por pájaros, serpientes, cocodrilos, invasiones de libélulas, una ciudad por donde pasa el mundo y al mismo tiempo las auras tiñosas vuelan bajo, vienen a los jardines y pisan el asfalto con curiosa arrogancia.

Antes que como heurística, la razón poética es la expresión de una ambivalencia original hondamente padecida; razón y poesía, tan presentes en el arte no sólo poético de Carlos, sino también en su plástica y en su visión naturalista del mundo, que representan para él el padecimiento y el gozo de la ambigüedad en la génesis de la escritura. Quien de este conflicto sufre no puede retroceder. Carlos encontró su Selva Negra y vive legítimamente como artista, y quien quiera verlo tiene que ir a allí, a recorrer de su mano los ¨caminos de bosque¨, y a escucharle estas palabras: "el que ha habitado una isla sabe lo que yo quiero decir".


En Kendall, en verano, en 2010

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Fotos/Blog Gaspar El Lugareño

Nota: Si utiliza alguna de estas fotos en su website o en sitios como Facebook, debe mencionar: foto del blog Gaspar, El Lugareño, o foto por Joaquín Estrada-Montalván

3 comments:

Manny Lopez said...

Gracias Joaquin!

Anonymous said...

Bella su presentación, Elena, como otras veces, presentas la poesía con poesía. Gracias.

Félix Luis Viera

Anonymous said...

Uno de los pocos poetas dignos que nos queda

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