Monday, December 29, 2008

dos nuevos sacerdotes (camagüeyanos) para Cuba y el mundo ...

(Texto completo) Homilía de Mons. Willy Pino (Obispo de Guantánamo-Baracoa)
en la Misa de ordenación sacerdotal de Fray Léster Zayas Díaz o.p. y Fray Adreano Fuentes Fernández, o.p.
(La Habana, Iglesia de San Juan de Letrán, Diciembre/27/2008)


Muy queridos fieles laicos:

Dentro de unos momentos, estos dos jóvenes cubanos de 29 y 30 años de edad, y a quienes Jesucristo y su Iglesia han llamado por sus nombres de Léster y Adreano, van a ser ordenados sacerdotes.

¡Qué extraordinario regalo hace hoy Dios a ésta, su Iglesia cubana que tantos sacerdotes necesita!

No es un secreto que uno de los problemas más grandes de la Iglesia en Cuba, tal vez el mayor, es, precisamente, la falta de sacerdotes. El ejemplo que dio Jesucristo de las ovejas sin pastor (Mt. 9, 36) se convierte en algo casi dramático en nuestra patria.

¡Qué distintas serían las cosas si en cada pueblo cubano hubiese un sacerdote! ¡Qué difícil se le pondría todo a Satanás en Cuba si hubiese más sacerdotes! ¡Cuántos divorcios se evitarían… cuántos jóvenes se salvarían del alcohol y de la cárcel…cuántas muchachas recuperarían su dignidad de mujer… cuántos muchachos amarían de verdad y no sólo con su genitalidad…cuántos niños se salvarían del aborto…cuántos ancianos podrían morir en paz… cuántos pecadores serían reconciliados con Dios…cuánta ignorancia religiosa sería vencida… cuántas conciencias dormidas serían despertadas… cuántos cubanos encontrarían al verdadero Dios… si cada pueblo de Cuba, además del médico de la familia, tuviese su sacerdote!

Y de lo que puede lograr Dios a través de un solo sacerdote, permítanme citarles, con sencillez, estos dos ejemplos:

Hace sólo 10 años, en el municipio guantanamero de San Antonio del Sur, no había ninguna comunidad ni ningún templo. Llegó un sacerdote, el Padre Luis Manentti, se puso a trabajar… y ya ha creado 25 comunidades. ¡Felices están los vecinos de Mameyal, Puriales, El Crucero, Guaybanó, Baitiquirí, Acueducto, Alto de Ramón, Tortuguilla, Los Asientos, Viento Frío y 15 poblados más!

Hace también 10 años, en el municipio de Imías, tampoco había comunidad ni templo. Un feliz día llegó un sacerdote, el Padre Mario Maffi, acompañado de dos laicos misioneros y un diácono permanente, y hoy ya tienen establecidas 40 comunidades. ¡Felices están los vecinos de El Jobo, Los Calderos, Alto de Cotilla, Tacre, Yacabo Arriba, Yacabo Abajo, Jesús Lores, Cajobabo, Tío Pancho, La Chivera y 30 poblados más!

Estos sacerdotes y misioneros han revivido por esas montañas guantanameras la labor evangelizadora de San Antonio María Claret. Ellos, al igual que lo hacía el santo obispo en el siglo XIX, deben pasar hoy día unas 25 veces el río Jojó para llevarles el mensaje de Jesucristo a los campesinos de un lugar llamado Batea.

Pero también debo confesarles que aunque estos ejemplos me llenan de satisfacción, me duele pensar que todavía mi Diócesis tiene un municipio entero, Niceto Pérez, donde no hay ningún sacerdote residiendo… ¡Cuánta gente hay allí deseando la visita de un mensajero de Dios! ¡Cuántos pueblos cubanos están en la misma situación!

¡Y cuántos jóvenes católicos de nuestras comunidades siguen sin responderle que sí a nuestro buen Dios que los está llamando a ser sacerdotes!

Tal vez aquí estén presentes diez o doce de estos jóvenes… Recemos para que su respuesta sea generosa, decidida y valiente.

Hoy, Fray Léster y Fray Adreano son una esperanza.

Ellos son el fruto de las oraciones de ustedes por el aumento de las vocaciones.
  • Aquí está la ayuda económica que ustedes, durante años, han dado para el sostenimiento de nuestros Seminarios.
  • Aquí están los consejos y los cariños que ustedes les dieron, y también los reproches que los educaron.
  • Aquí está el fruto de dos comunidades vivas donde ellos recibieron la fe: Nuevitas y Santa Cruz del Sur.
  • Aquí ha llegado nuevamente a nosotros el fruto de la obra grande que comenzó un día, en otras tierras, Santo Domingo de Guzmán.
En ocasión como ésta cada uno de ustedes debería preguntarse:
  • ¿aprecio las vocaciones como un regalo de Dios a su Iglesia?
  • ¿cuido las vocaciones o más bien he puesto obstáculos a las vocaciones?
  • ¿sería una alegría para mí que Dios llamara al sacerdocio a uno de mi familia?
  • ¿tengo claro que, si no hay sacerdotes, no habrá Misa ni quien pueda perdonar nuestros pecados?
En 1951, un español, laico como ustedes, rezó de esta manera por los sacerdotes: “Ante todo, Señor, te agradezco que esos hombres hayan aceptado ser nuestros sacerdotes. Gracias, Señor, por haberles otorgado valor para el sacrificio. Gracias a ellos podemos alimentarnos con el Pan de Vida, formar hogares cristianos, recuperar nuestra alma cuando la hemos perdido, y morir en paz. Gracias, Señor, por los defectos de nuestros sacerdotes. Si fuesen perfectos no entenderían nuestras debilidades. Haz que, si tienen éxito, no se envanezcan; y, si fracasan, que no se desanimen. Tu Reino no está ni en el éxito ni en el fracaso: está en el amor. Guarda siempre a nuestros sacerdotes en el amor.”

Es un regalo de Dios que Adreano y Léster, después de más de 12 años de formación y oración y de pensarlo seriamente, sean ordenados sacerdotes en el Orden de los presbíteros, para servir a Jesucristo y a su Iglesia. Todos debemos dar hoy gracias especiales a Dios.

Y ustedes, queridos hijos Léster y Adreano que van a ser ordenados sacerdotes:

Mediten las siguientes palabras, dichas en el siglo XIX por Lacordaire, fraile dominico como ustedes, sobre lo que es un sacerdote:

“Vivir en medio del mundo sin desear sus placeres… Ser miembro de cada familia sin pertenecer a ninguna… Participar en todos los sufrimientos, penetrar todos los secretos, sanar todas las heridas… Ir de los hombres a Dios para ofrecerle sus oraciones. Volver de Dios a los hombres para traer el perdón y la esperanza… Tener un corazón de fuego para la caridad y un corazón de bronce para la castidad… Enseñar y perdonar… Consolar y bendecir siempre… Dios mío, ¡qué vida! ¡Y es la tuya, sacerdote de Jesucristo!”

Ojalá que, para ustedes, no haya nunca un día sin la celebración de la Misa. El Papa Juan Pablo II, bajo cuyo pontificado ustedes crecieron, afirmó lo siguiente:

“En mis casi cincuenta años de sacerdocio, lo que para mí continúa siendo el momento más importante y más sagrado es la celebración de la Eucaristía. Me domina la conciencia de celebrar en el altar “en la persona de Cristo”. Nunca en el curso de estos años he dejado de celebrar el Santísimo Sacrificio. La Santa Misa es en modo absoluto el centro de mi vida y el centro del día para mí”.

Un Obispo que ustedes y yo conocimos muy bien, Mons. Adolfo, gustaba repetir que Cuba era “la tierra buena del evangelio” (Mt. 13, 8). Siembren aquí con entusiasmo, con optimismo, la palabra de Dios que han recibido, “dejando el resultado al Señor”. Pero antes procuren creer lo que leen, enseñar lo que creen y practicar lo que enseñan.

Recuerden que han sido puestos al servicio de los hombres en las cosas de Dios. Ustedes serán los hombres de los sacramentos:
  • ustedes recibirán a todos en el Pueblo de Dios por el bautismo;
  • ustedes perdonarán los pecados en nombre de Jesucristo y de la Iglesia, por el sacramento de la penitencia;
  • ustedes darán a los enfermos el alivio del óleo santo;
  • ustedes celebrarán las acciones litúrgicas, al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la súplica no sólo por el pueblo de Dios sino por el mundo entero.
Vivan su sacerdocio con alegría y nunca den la impresión de que es una carga para ustedes. Que al terminar cansados, luego de vivir un domingo como Dios quiere, nunca digan que “tuvieron” que decir tres misas, sino que tuvieron la dicha de celebrar tres misas. Alaben, bendigan, prediquen…

Tengan, además, presente que muchos vendrán a ustedes buscando solución a sus problemas y angustias, y aunque ustedes, lamentablemente, no tengan las llaves de todas las puertas, tendrán que ayudarlos.

Que la especialidad de ustedes sea Jesucristo, su evangelio y su Iglesia. Ustedes no son ni economistas ni políticos sino sacerdotes del Señor. Como Jesucristo, como Fray Bartolomé de las Casas, como Fray Antonio de Montesinos, como San Martín de Porres y Santa Rosa de Lima, como San Juan Macías y Fray Luis de Granada, como los beatos Piteira y Olallo, como el P. Varela, como el obispo Espada, sean defensores de los pobres, de los marginados, de los niños, de los enfermos, de los presos, de los pecadores, de las mujeres humilladas, de los débiles, de los que no tienen voz…

Jesucristo les ha pedido permanecer unidos a él (Jn. 15, 5); no caigan, pues, en la tentación de abandonarlo ni de abandonar el rebaño; quédense con los que se quedan y no se dejen arrebatar las ovejas, porque pertenecen a Jesucristo y él las puso en sus manos.

Oren sin desfallecer, y por ello les doy el mismo consejo que nos dio el Papa Benedicto a los nuevos obispos cuando lo visitamos. Escúchenlo como dirigido a ustedes:

“Sean hombres de oración. La fecundidad espiritual de su ministerio dependerá de la intensidad de su unión con el Señor. Ustedes deben sacar de la oración luz, fuerza y consuelo para su actividad pastoral. Al orar a Dios por ustedes mismos y por sus fieles, tengan la confianza de los hijos, la audacia del amigo, la perseverancia de Abraham, que fue incansable en la intercesión. Como Moisés, tengan las manos elevadas hacia el cielo, mientras sus fieles libran el buen combate de la fe. Como María, alaben cada día a Dios por la salvación que realiza en la Iglesia y en el mundo, convencidos de que para Dios nada es imposible.”

En una ocasión leí que nuestra sociedad heredó de los griegos el amor a la belleza, de los romanos el amor al derecho, y del cristianismo el aprecio y respeto por el hombre; y son estos valores lo que ustedes tienen que salvar, sobre todo el aprecio y el respeto al hombre. Ustedes tienen que levantar y reconstruir a muchos cubanos que, en algunos aspectos, se han deteriorado. ¿Cómo enseñar a las nuevas generaciones a no “resolver”, o sea, a no robar? ¿Cómo educar a las nuevas generaciones en el amor al trabajo? ¿Cómo lograr eliminar de entre nosotros la doble cara, la simulación, el oportunismo?

Ustedes tienen que purificar la fe de este pueblo cubano al que se le está haciendo leer, oír y ver mucho sobre las divinidades africanas (Ochún, Obatalá, Changó…) y poco sobre el Dios verdadero y sobre Jesucristo, su enviado. En la Virgen de la Caridad, y en su rosario, ustedes, como buenos dominicos, encontrarán una compañía fiel para su labor educativa y misionera.

Y cuando les llegue el cansancio, la soledad, la tentación de mirar atrás (Gén, 19, 26), cuando les toque sufrir por ser sacerdotes de Jesucristo, o no vean los frutos de su labor pastoral o sientan el peso de la misión que fatiga… recuerden que las horas de la cruz son las horas sacerdotales por excelencia, en las que el corazón del sacerdote se parecerá más al de Jesucristo. Él les dirá lo mismo que le dijo al profeta Jeremías: “No tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte” (Jer. 1, 8).

Queridos Fray Léster y Fray Adreano:

Cuando esta celebración haya terminado, ustedes, nuevos sacerdotes, mirarán sus manos y les parecerán que son las mismas manos de siempre. Pero ya no lo serán. Serán manos ungidas para la labor sacerdotal. Ustedes consultarán su corazón y les parecerá que late igual que siempre, y no será así.

Ciertamente, el corazón de cada uno de ustedes pudo ser capaz de amar a una mujer en particular y a dos o tres hijos. Ahora ese corazón será un corazón sacerdotal, o lo que es lo mismo, un corazón capaz de amar plenamente no a una sola oveja sino a las cien ovejas (Lc. 15, 4), donde todas serán la familia del pastor.

Por último, no se olviden de imitar a los sacerdotes mayores. Ellos han sido nuestros maestros. Ellos han sido llamados a trabajar desde la primera hora. Con el Profeta Elías tengan la humildad de decir: “No soy mejor que mis padres” (1 Reyes 19, 4). Aprendan de ellos su ardor misionero, su pasión por la salvación de las almas.

A veces sucede que a un sacerdote de hoy se nos pregunta cuántos fieles tiene nuestra parroquia, y respondemos con la asistencia a la misa dominical: “unos 200”. A los curas viejos, cuando se les hacía la misma pregunta, respondían: “mi parroquia tiene 17 mil almas”, o sea, que contestaban con la totalidad de la población. Para ellos, todos eran sus ovejas: los que iban a Misa, los alejados, los de otra religión, los no creyentes, los malacabezas del pueblo… A todos querían llegar. No se cansen de imitarlos.

¡Qué tremenda tarea tienen, pues, por delante! Pero no tengan miedo. Con San Pablo, digan: “Todo lo puedo en Jesucristo” (Filip. 4, 13). Para eso les vamos a imponer las manos, para que el Espíritu Santo venga en ayuda de la debilidad de ustedes (Rom. 8, 26) y los capacite para ejercer el ministerio sacerdotal.

Tengan siempre presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino a ser servido, sino a servir (Mt. 20, 28), y a buscar y salvar lo que estaba perdido (Mt. 18, 11).

(texto recibido por email y publicado en primicia para los lectores del blog Gaspar, El Lugareño)
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ver Crónica de la Ordenación en Palabra Nueva

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