Tuesday, September 3, 2019

"Cuentos del Bosque Encantado" (por Terely Vigoa Mojarena)

Nota del blog: Agradezco a Terely Vigoa, que comparta con los lectores, uno de los siete relatos que conforman  su precioso libro de cuentos infantiles Cuentos del Bosque Encantado (Editorial DECH. Madrid, 2019). 

Es un Bello volumen, tanto por las enseñanzas que de manera deleitable transmite, como por las ilustraciones, realizadas por Iskánder Vigoa Pérez, que complementan este libro encantado y encantador

Recomiendo que lo compres a tus hijos, o como regalo a los hijos de tus amistades.



El duende holgazán

Existió un duende que habitaba en el Bosque Encantado, donde viven todos los duendes de todos
los cuentos.

En ese bosque se plantan árboles, arbustos y flores para que no desaparezca la magia que se desprende de los colores, los aromas de los pétalos y las hojas, la savia de las raíces y el susurro de las ramas jugueteando con el viento.

Pero este duende no quería trabajar nunca, sólo disfrutar de lo que hacían los demás. Su madre le explicaba por qué era tan importante ayudar a que la magia del bosque siguiera creciendo. Le decía que todos son responsables de la vida del bosque. Mamá duende y Papá duende eran muy trabajadores y alegres, no entendían por qué su hijo era tan holgazán.

–Es que me gusta ver cómo los demás hacen todo tan bien papá, no hace falta que yo esté –decía siempre el duende– Ya con lo que hacen los demás es suficiente.

–Eso no es correcto –corregía el padre– La magia del bosque necesita del amor de todos juntos. Tu ayuda también es importante, no está bien y no es justo que siempre evites trabajar.

A veces lo dejaban sin jugar para que pensara en lo mal que se comportaba. Pero querían que él solo desde su corazón comprendiera que no debía eludir su tarea. No perdían la esperanza de que Duendiazul, que así se llamaba el duende holgazán, cambiara y se entregara con amor a cuidar del bosque como todos los demás. Un día su mamá le dijo:

–Hijito, hoy es el día de recolectar hojas secas y plantar eucaliptos arcoiris, no te rezagues, trabaja y canta junto a los demás, por favor.

–Sí mamá, seguro –dijo Duendiazul– Ya verás que esta vez voy a trabajar muchísimo y mi voz se escuchará muy lejos. Ahora mismo salgo.

Y realmente salió rápido de su casa. Pero en cuanto llegó al sitio donde todos trabajaban, se apartó con cautela hacia un lugar donde los rayos del Sol dejaban un sendero de puntitos dorados que flotaban, y se perdían entre los poros de la tierra.

Se acostó justo encima de un bulto de hojas con los tonos del otoño y el recuerdo de la primavera: hojas amarillas y marrones, o de un rojo suave que semejaban una concha inflada esponjosa y tierna. Duendiazul recordó su habitación…se puso a mirar el cielo, las formas de las nubes… Sintió cómo si se hundiera en esa suave cama de hojas multicolor y se durmió.

–Amigos –dijo Patienorme, el duende más grande de todos– Ya es hora de meter las hojas apiladas en los sacos.

–Luego iremos a sembrar los eucaliptos con la ayuda de las hadas –dijo una duende muy graciosa– Pero no veo a Duendiazul y sus padres dijeron que ya estaba aquí ¡Qué raro!

Comenzaron a meter los bultos de hojas secas en grandes sacos. Unos las empujaban con una pala mientras otros abrían los sacos. Hecho entre todos el trabajo es más fácil, pero….sin darse cuenta habían metido al pequeño duende holgazán en un saco porque las hojas lo habían tapado, y el saco fue puesto junto a todos los demás en un sitio algo apartado.

Cuando el duende despertó se asustó mucho. Comenzó a pedir ayuda y gritar auxilio con toda su fuerza, pero nadie lo oía porque estaban sembrando flores y cantando. Los duendes siempre cantan, entonan alegres canciones porque la música de sus cantos les da buena energía y ayuda a crecer las plantas. Es una música que surge del amor que sienten en sus corazones por todos los seres y por la naturaleza.

El caso es que Duendiazul tenía mucho miedo porque pronto llegarían los elfos encargados de transportar las hojas al lugar donde las convertían en cómodas almohadas, almohadones o suaves colchones. Se ayudaban con el mágico polvo que tienen las alas de cada hada ¿Entonces él también sería convertido en almohada? Duendiazul lloraba y llamaba a su mamá, pero nadie lo
escuchaba.

Pasó un buen rato y nuestro duende travieso se juró a sí mismo que si salía de ahí ayudaría a todos y no sería holgazán nunca más.

En eso sintió un ruido, un rayo de luz dorada surgió y unas manos fuertes llegaron a sus piernas.

¡Alguien lo estaba rescatando! Era Manotas, el duende responsable de ordenar todos los sacos llenos. Regresaba con el último saco de hojas que había quedado olvidado, y por eso escuchó los gritos del duende holgazán. Claro que en algún momento alguien lo hubiera encontrado, sólo debía esperar a que los elfos vinieran a buscar todos los sacos, pero estaba tan asustado que no podía pensar con claridad.

–¿Qué haces aquí Duendiazul? –dijo Manotas– Sal corriendo para tu casa que tus padres te buscan por todo el bosque.

Duendiazul corrió con todas sus fuerzas feliz de verse con vida. Cuando llegó a su casa. Dio unabrazo enorme lleno de amor a sus padres. Les pidió perdón por haberles mentido y les prometió que iba a ocuparse de que la magia no faltara en el bosque.

–Hijo mío –dijeron sus padres– Nos das una alegría muy grande. El bosque nos da vida y amor, qué bueno saber que al fin serás responsable y ayudarás a que siga vivo por siempre.

La mamá de Duendiazul le dio muchos besos y le preparó su postre preferido con nueces y almendras. Este duende travieso, aprendió que todos juntos debemos ayudar a que las cosas lindas de la naturaleza perduren siempre.

Junto a sus amigos cantó la música de su corazón y sembró flores, árboles y arbustos para este Bosque Encantado que te regala cuentos, ilusionado.

Del libro de cuentos: Cuentos del Bosque Encantado (Editorial DECH. Madrid, 2019).
Autora: Terely Vigoa Mojarena
Ilustrador: Iskánder Vigoa Pérez


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El libro se puede adquirir, 





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Terely Vigoa Mojarena (La Habana, 1964). Cubano-española. Reside en Madrid.

Graduada de Dirección y Actuación de Teatro en la Escuela de Instructores de Teatro de La Habana. Licenciada en Dirección de Medios de Comunicación Audiovisual.

Fue profesora de Teatro en la Casa de Cultura de Artemisa, Cuba. Integró las Compañías de Teatro Rita Montaner y Hubert de Blanck, como actriz y Asistente de Dirección. En la radio ejerció de escritora, directora, actriz y locutora. En la EICTV de La Habana, trabajó como Profesora Asistente del Maestro Jorge Fuentes y del Maestro Eliseo Altunaga.

Ha publicado el libro de cuentos infantiles Cuentos del Bosque Encantado (Editorial DECH. Madrid, 2019). En estos momentos se encuentra escribiendo su novela para niños, titulada Dragoncín.

Página de Facebook Terely Teresa Vi Mo

Gala de clausura del XXIV Festival Internacional de Ballet de Miami (por Baltasar Santiago Martín)


El domingo 18 de agosto de 2019, el Miami Dade County Auditorium descorrió sus cortinas para dar paso a la Gala de Clausura del XXIV Festival Internacional de Ballet de Miami, la cual se inició con la entrega del premio “Crítica y cultura del ballet” a Sarah F. Kaufmann, quien agradeció el importante galardón, recibido de manos del maestro Eriberto Jiménez, director artístico del Festival.

El desfile dancístico comenzó con Marizé Fumero y Arionel Vargas, del Ballet de Milwaukee (Estados Unidos), “una pareja que se distingue por su prestancia y elegante porte en todas sus presentaciones, así como fuera del escenario”, como ya he dicho sobre ellos en otras ocasiones, quienes escogieron algo diferente para su segunda presentación en este festival: otro adagio del ballet La bohème, con coreografía de Laurent Deschamps, para el Vals de Musseta de dicha ópera (en el festival pasado ya habían bailado otro, pero con coreografía de Michael Pink, para los personajes de Mimí y Rodolfo, los enamorados protagonistas de esta parisina historia).

Esta vez los personajes no fueron Mimí y Rodolfo, sino la veleidosa Musseta y su enamorado Marcelo.

El talentoso Isaac Rodríguez comenzó a tocar al piano la hermosa música de Giacomo Puccini –que luego empastó perfectamente con la grabación orquestal– para que Marizé y Arionel se lucieran con sus nuevos personajes, tan distintos de los protagonistas, pero muy amigos de ellos.

Isaac Rodríguez, Marizé Fumero y Arionel Vargas
 en el Vals de Musseta
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Marizé/ Musseta logró matizar la coquetería inherente a su personaje con el verdadero amor que siente por Marcelo, pues si bien no vaciló en flirtear con el pianista –convertido de pronto en el viejo amante que la mantiene–, sus verdaderos sentimientos los demostró con ese arriesgado salto hacia los brazos de Marcelo, casi horizontal; excelente muestra, insisto, de que la técnica es solo el soporte, el medio, para expresar artísticamente las emociones, mientras que Arionel volvió a demostrar que cada vez es mejor bailarín y más grande artista, sin dejar de ser un ser humano sencillo y humilde, a la par de su esposa, que no vaciló en arrodillarse a sus pies y a los pies de Isaac durante los saludos al final del adagio.

Marizé Fumero y Arionel Vargas
 en el Vals de Musseta
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A continuación, el Ballet Nacional de Panamá presentó el pas de deux de Satanella, un ballet pantomima en tres actos y ocho escenas, coreografiado originalmente en 1840 por Joseph Mazilier para la música de Napoléon Henri Reber y François Benoist, pero que en 1868 fue “revisitado” por Marius Petipa para el Ballet Imperial en San Petersburgo, con música adicional de César Pugni.

Correspondió entonces a Adriana Díaz y a Solieh Samudio, con trajes negros muy vistosos, “revisitar” este pas de deux en Miami. Muy acoplados desde el inicio, Solieh la cargó varias veces para que ella se luciera con sus entrechats (en el aire), y luego, en sus variaciones, ambos hicieron gala de su sólida técnica: él, con double cabrioles devant (saltos de tijera con las piernas hacia delante, casi horizontal, con “batido” de pies), más volteretas en el aire incluidas y raudos giros; y ella, muy musical, con un solo de violín de fondo, con dos tandas de triples pirouettes en el apogeo de su variación, para culminar con una coda ahora sí que sin las objeciones que le hice a la del pas de deux de La Esmeralda que bailaron el sábado 17 de agosto.

Adriana Díaz y Solieh Samudio
 en el pas de deux de Satanella
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Al feliz desfile de la gala se sumó Imagined Nations, una dinámica coreografía de Yanis Piquieris, con música de Karl Jenkins, donde cinco parejas mixtas de Dimensions Dance Theatre of Miami ratificaron la excelencia in crescendo de la joven compañía, pues no escatimaron ni audacia técnica ni pasión al bailar.

Dimensions Dance Theatre of Miami 
en Imagined Nations
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El pas de deux del ballet Festival de las flores de Genzano, (en danés: Blomsterfesten i Genzano), ballet en un acto creado por August Bournonville para el Royal Ballet de Dinamarca, estrenado el 19 de diciembre de 1858 en el Royal Danish Theatre de Copenhagen, con música de Edvard Helsted y Holger Simon Paulli, fue la selección de Arts Ballet Theatre of Florida, bajo la dirección del Maestro Vladimir Issaev, para su segunda participación en este festival, de nuevo con Janis Liu y Taiyu He como la pareja protagonista.

Janis Liu y Taiyu He en el pas de deux 
del ballet Festival de las flores de Genzano
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El “estilo Bournonville”, por llamarlo de alguna manera, demanda del bailarín mucho más esfuerzo que otros estilos, pues trata de equipararlo con la bailarina, en cuanto a lucimiento se refiere, para que no sea solo su soporte, así que a Taiyu He le correspondió nada menos que este difícil reto, el cual no satisfizo completamente en esta ocasión, pues, si bien Janis estuvo inobjetable, con hermosos arabesques penches (a 180 grados) y un óvalo de piqués intercalados con pirouettes impresionante, Taiyu, aunque sus entrechats y su demandante trabajo de pies en general fue satisfactorio, no terminó bien sus giros y perdió el equilibrio.

Janis Liu en el pas de deux
del ballet Festival de las flores de Genzano
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Los dúctiles Ana Elisa Mena y Moisés Cerrada, de la Compañía Nacional de Danza de México, que en la Gala de las Estrellas del sábado 17 de agosto habían bailado el Grand pas del segundo acto de Giselle totalmente en estilo romántico y técnica irreprochable, para su segunda intervención escogieron algo muy diferente: el dueto Planimetría del movimiento, con sonido alternado de tambores de fondo, y unos trajes unisex ambos, con pantaloncitos muy cortos (shorts) y una tiras negras cruzadas cubriendo sus torsos, donde volvieron a exhibir su buena preparación técnica, con muy buen acople y sincronismo como pareja.

Ana Elisa Mena y Moisés Cerrada
 en Planimetría del movimiento
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Les sucedieron la bella y seductora Gretel Batista, del Ballet de Houston, e Ihosvany Rodríguez, del Ballet Clásico Cubano de Miami, para trasladarnos a la India milenaria, con el pas de deux del ballet La bayadera, coreografía de Marius Petipa y música del austríaco Ludwig Minkus (la palabra “bayadera” tuvo su origen cuando los navegantes portugueses, entre los siglos XV y XVI, llegaron a la India, y llamaron “bailadeiras” a las “devadasi” –doncellas formadas desde la infancia como bailarinas profesionales, para representar las danzas religiosas y sagradas del Hinduísmo–, de donde ha derivado a “bayaderas”.

Gretel desplegó toda la gracia, la delicadeza y la femineidad de una verdadera bayadera, y técnicamente cada día baila mejor. En el adagio, su sostenido balance sin atrasarse con la coreografía fue un suntuoso regalo visual y artístico, máxime cuando se baila con música grabada, mientras que Ihosvany fue un partenaire muy preciso y solícito, con una cargada de Gretel con balanceo horizontal que aquí sí está justificada, no como en ciertas versiones del final de Giselle, y en la coda la hizo girar muy rápido y totalmente centrada, como debe ser.

Gretel Batista, del Ballet de Houston, e Ihosvany Rodríguez,
 en el pas de deux del ballet La bayadera
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Cicero Gomes, del Ballet del Teatro Municipal de Río de Janeiro, repitió Gopak, el solo con coreografía de Rostislav Zajarov y música de Vasili Soloviev que bailó la noche anterior, y volvió a hacer alarde de sus saltos y giros, sobre todo con un óvalo de grand jettés muy efectistas.

Cicero Gomes en Gopak
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Tras un conveniente intermedio, esta grata Gala de Clausura ofreció su escenario a Rosa Pierro, del Ballet Nacional de Polonia, y Andras Ronai, del Ballet Nacional de Hungría, para que se convirtieran en Giselle y Albrecht, en el Grand pas de deux del segundo acto del ballet Giselle, coreografía de Jean Corelli y Jules Perrot, y música de Adolfo Adam.

Rosa Pierro y Andras Ronai 
en el Grand pas de deux
del segundo acto del ballet Giselle
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Rosa sorteó sin problema alguno el inicio del adagio, en el que la bailarina debe girar en planta a 90 grados sin titubeos y concluir con un arabesque lo más “abierto” posible (que ella llevó casi a 180 grados), sin descuidar en absoluto el estilo que este ballet romántico demanda, al igual que su atento y solícito partenaire, y luego ambos bordaron sus demandantes variaciones, ella con unos raudos entrechats quatre y unos aéreos grand jettés, y él, para no ser menos, con unos entrechats six infatigables y unos arriesgados double cabrioles devant, para después caer, “ya rayando el amanecer”, completamente exhausto, al piso del “bosque medieval”.

Rosa Pierro en el Grand pas de deux 
del segundo acto del ballet Giselle
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De ese mundo de wilis inmateriales y nobles arrepentidos, los también dúctiles Natalia Berríos y José Manuel Ghiso, del Ballet de Santiago (de Chile), dirigido por Marcia Haydée, nos trajeron al mundo del tango, con Emociones, coreografiado por Jaime Pinto y música de Astor Piazolla. Si bien en Oneguin demostraron con creces su fibra actoral, aquí parece que decidieron hacer gala también de su poderoso arsenal técnico, sin descuidar lo primero, aclaro, pues comenzaron entrelazados en el piso, para luego incorporarse a “tanguear”, sensualmente acoplados; ella, con fáciles extensiones a 180 grados, y él, con saltos con volteretas en el aire incluidas.

Natalia Berríos y José Manuel Ghiso 
en Emociones
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A seguidas, gracias a la magia del ballet, Kamila Moreira y Norton Fantinel, del Ballet du Capitole de Toulouse, Francia, nos transportaron al mundo de los dioses mitológicos romanos –copiados y “editados” de los griegos–, para disfrutar de Diana y Acteón, un pas de deux con música de César Pugni, coreografiado e incorporado por Petipa en 1886 a su versión del ballet La Esmeralda (1844), coreografiado por Jules Perrot.

Según la mitología romana, Diana –habitualmente representada como cazadora, con arco y flecha– se estaba bañando desnuda cuando sorprendió al pastor Acteón contemplándola “curiosamente”. Enojada, le disparó un flechazo que lo hirió gravemente, y en una de esas metamorfosis tan habituales en la mitología greco-romana, Acteón se convirtió en un ciervo, y los perros de caza de Diana se arrojaron sobre él y lo devoraron.
Afortunadamente, este pas de deux se limita a que Diana se desplaza con su arco, y Acteón intenta esquivar su mirada –y sus flechas– ocultándose tras sus brazos...; “pretextos” para que sus intérpretes brillen, con grandes desplazamientos aéreos –sobre todo “Acteón”–, evidente muestra de la influencia en el ballet ruso de la técnica italiana enseñada por Enrico Cecchetti.

Kamila Moreira apenas amagó con que le lanzaba una flecha a Acteón, quien, paradójicamente, sí lo hizo al inicio, erróneamente, pues él es la presa y no ella. No obstante, dejando de lado estas “sutilezas”, Kamila hizo gala de sus extensiones a 180 grados, pero sus balances fueron muy leves, mientras que Norton la hizo girar muy centrada y se lució con su cargada al final del adagio.

Norton Fantinel y Kamila Moreira 
en Diana y Acteón
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En sus variaciones, Kamila cumplió con los esperados grand jettés, pero sus fouettés fueron sencillos y con un final poco limpio, y Norton, a su vez, subió la parada, con raudos giros con la pierna a 90 grados y double cabrioles devant hacia atrás.

Kamila Moreira y Norton Fantinel 
en Diana y Acteón
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Petar Dorcevski y Filip Juric, del Ballet de la Ópera de Liubliana, la capital de Eslovenia, salieron a escena para repetir Caín y Abel, coreografía de Anja Moderndorfer sobre la de Vlasto Dedovic, y música de Francis Poulenc y Stevan Stojanovic; la cual ya reseñé cuando la Gala de las Estrellas: “Un dueto a torso descubierto y descalzos (aunque ya desde el título se sabe que no debe tener ninguna connotación erótica), en el que ambos convencieron, tanto desde el inicio – con ruido de agua cayendo, cual lluvia– hasta la tortuosa interacción de ¿Abel? con ¿Caín? ya incorporado. Dos jóvenes hermosos, en forma, poseedores de una técnica poderosa, al servicio aquí de una inquietante coreografía que nos deja pensando… ¿Abel y Caín?”.

Petar Dorcevski y Filip Juric
 en Caín y Abel
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Y para finalizar el desfile de estrellas asistentes a este festival, Katherine Barkman y Jorge Oscar Sánchez, del Ballet de Washington, volvieron a bailar con total bravura el pas de deux de la boda de Kitri y Basilio del ballet Don Quijote, coreografía de Marius Petipa y música de Ludwig Minkus, muy bien acoplados como pareja desde el adagio, “en el que Katherine logró balances sostenidos e impresionantes, e hizo gala de sus extensiones a 180 grados, mientras que Jorge Oscar la hizo girar siempre con total verticalidad –como debe ser– y y la alzó, cargada con una sola mano, ¡dos veces!

Katherine Barkman y Jorge Oscar Sánchez 
en el pas de deux de Don Quijote
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Ya en el riesgoso final del adagio, la dejó caer sin titubeos hasta barrer casi el piso, manos libres, sostenida solo contra su cuerpo, y en su variación estuvo deslumbrante, con esos “grandes desplazamientos aéreos” que son ya su sello, pues a sus saltos no les faltaron altura ni las pasmosas volteretas acrobáticas a las que ya nos tiene acostumbrados. Katherine, por su lado, abanico en mano, ejecutó la suya con coquetería, musicalidad y precisión, con fouettés intercalados con pirouettes como remate, sin desplazarse de lugar, y con cambios en la posición de la cabeza”, me repito yo también al igual que ellos.



Baltasar Santiago Martín
Hialeah, 29 de agosto de 2019


Fotos: Emilio Héctor Rodríguez (derechos reservados; cortesía del autor)

La Virgen de la Caridad (por Sergio Lastres)


"Santísima composición con bote #1"
Año 2014
Acrílico, óleo, silver leaf, gold leaf
 y Crystals Swarovski sobre lienzo.
74" x 34"
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"Santísima composición con bote #2"
Año 2014
Acrílico, óleo, silver leaf, gold leaf
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29"×30"
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Técnicas mixtas sobre cartón
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(10 de junio de 2002) Mons. Adolfo anunció su retiro como arzobispo de Camagüey y el nombramiento de Mons. Juan García como su sucesor (por Joaquín Estrada-Montalván)


 
Cuando Juan Pablo II le hizo saber a Mons. Adolfo (via nunciatura) que aceptaba su renuncia y Mons. Juan era su sucesor, Mons. Adolfo pidió retrasar unos días (hasta el lunes 10 de junio) el hacerlo público. El motivo fue que en esos momentos se celebraba el 4 Encuentro Nacional de Historia "Iglesia Católica y Nacionalidad Cubana" (6 al 9 de junio de 2002, de los cuales fui fundador y presidí sus primeras 5 ediciones).

Mons. Adolfo me dijo que si hacía pública esa noticia durante el Evento de Historia, este quedaría opacado, "por eso pedí" (me dijo) "mantener en reserva la noticia hasta el lunes" (el evento se clausuró el domingo 9 de junio) y así no perdía su lugar el Encuentro (todo esto me lo hizo saber Mons. Adolfo, luego que la noticia fuera hecha pública).


Mons. Adolfo lo anunció ese lunes 10 de junio, en el Arzobispado en la mañana, primero a los sacerdotes del clero camagüeyano y algunos participantes del evento que estaban aun en Camagüey, que fueron invitados a participar en el encuentro semanal de los sacerdotes y su Obispo (costumbre que mantuvo Mons. Juan y ahora mantiene Mons. Willy).

Llamé enseguida ese día lunes a una de las secretarias de la COCC, para conversar sobre la noticia y aun no lo sabían en la COCC, se enteraron con la llamada telefónica. 

Mons. Adolfo, en la carta anunciando la aceptación por parte del Papa de su renuncia, y el nombramiento de Mons. Juan como su sucesor, expresó:
… yo no puedo ocultar que esta dimisión me estremece interiormente, pero tampoco puedo ocultar que lo deseaba, porque después de 39 años con esta responsabilidad en nuestra iglesia, seguir dirigiéndola es un riesgo para la misma Iglesia, cuando el peso de los años va inclinándolo todo en uno mismo, y por tanto inhabilitando la capacidad humana (...) Las escasas fuerzas que me quedan las coloco a disposición del nuevo Arzobispo en lo que él estime conveniente disponer de mi servicio a la Iglesia de Camagüey.(1)



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(Miami) Emilio Héctor Rodríguez invita a su próxima exposición de arte


Dear friend,

I’m inviting you personally to my next exhibition

“AND THE WORD BECAME FLESH”,

which include my most recent works from an idea I have been working on during the last years: abstraction and the New Testament.

I hope you can accompany me on this special day of its inauguration.

Tuesday, September 10 from 11:30 a.m. to 2:30 p.m.

At Archbishop John C. Favalora Archive & Museum (16401 NW 37 Av. Miami Gardens, Fl 33054)

All my affect and respect,

Emilio Héctor Rodríguez

7 PLUS ONE ART PROJECT
founder and artistic director
ehr0926@gmail.com
www.emilio-hector.com

Monday, September 2, 2019

Lizette Espinosa, dibujada con trazos que de bellos duelen (por Manuel Vázquez Portal)


A Lizette Espinosa hay que indagarla. No es de las que enciende guirnalda para llamar la atención. Todo lo contrario. Corre las cortinas para que la luz entre filtrada a una privacidad custodiada con celo. Sus poemas son ella misma. De una belleza apacible. No corren a deslumbrar en los salones, van a seducir en la quietud de la soledad. Son comedidos y modosos. Quisieran pasar inadvertidos. Su hechizo nace precisamente de la sutileza con que discurre ella, con que discurren ellos. Sin estridencias. Sin afeites superfluos. Un susurro sabio. Un silbo enternecedor. Llegan al oído como musitaciones. Aparcan en el alma como visitaciones de la hermosura. Quedan en la memoria como una tempestuosa serenidad.

Lizette Espinosa sabe perfectamente que “el rostro cambia de estación” en ese intransferible peregrinaje individual que es la existencia, y en el cual ella planta su nombre, para reconocerse luego entre los árboles. Va a las esencias. A lo eterno. A la belleza permanente. El acto del ser humano dictado por sus virtudes, signado por sus miserias, nunca a sus exterioridades, mutables, disfrazables. Polvo somos, allí regresaremos, pero enamorados de haber sido.

Verso conciso, lapidario. “Nada queda tan lejos como mi propia sed”, exclama luego de descubrirse una oveja perdida tras el sonido del caramillo, casi siempre indescriptible y muy distante, pero hacia donde marchamos, inexorablemente, con los ojos abiertos, aunque vendados. Verso dador, insondable, como la misma proposición que nos guiña. Nada más distante que la sed de sabernos, de ubicarnos en nuestro justo sitio, de conocer dónde carenarán, al fin, nuestros sustos de amor en esta vida.


Lizette Espinosa, “hija de los huertos, aljibe de aquellos patios” de la memoria, no le pierde pie ni pisada a su pasado. Lo observa trascurrir otra vez, como una película que no se cansará de ver, porque sabe que fue de su casta la promesa y tuvo una abuela que “desgrana recuerdos a la luz de sus manos”, un padre que flotaba sobre el mar como una isla para que ella saltara encima y avistara el futuro.

Sus versos son su identidad reconocida y reconocible. Una identidad que se resiste a perder ciertos y marcados mediodías, sin saber, a ciencia cierta, qué nombre la retiene tras los muros de la vieja ciudad. Identidad que nada tiene que ver con la ridícula pertenencia, ya genérica, étnica o geográfica, sino a un universo que desanda a ciegas y acompañada por una cigarra.


Sus versos son tersos, limpios, como la piel de un niño tierno y sano. Barrida toda hojarasca inútil. Amputada toda frivolidad que abarate. Cada poema es una pieza de delicada orfebrería. No hay un descuido que estropee su armónica hechura. Parecen zurcidos por la mano divina. Cada verso es una puntada exacta, milimétricamente concebida. Y cada uno en función del estricto decir que corresponde. Nada de altisonancias ni lentejuelas metafóricas. Corren con la lisura y suavidad de la brisa sobre las espigas. Llevan la música de la levedad. Y es ahí donde precisamente adquieren su grandeza: en la atención que demandan para que no se nos escape su belleza y su hondura expresiva.

La imagen para ella no es una sarta de tropos lujosos o efectistas. Su lenguaje prístino, elevado pero sin rebuscamientos lexicales. Va a la esencia, a lo inapelable, a lo irremediablemente necesario. No dice estar triste, o que alguien está triste, o que algo es triste, nos introduce delicadamente en la tristeza sin mencionar la palabreja. Obsérvese:
Desaparecidos 
La anciana espera por los suyos
sentada en el bordillo de la tarde. 
Oscurece y la casa se llena de ladridos,
de huellas que arrastran un antiguo pesar. 
El mar trae rumores que golpean la puerta. 
La noche encalla en sus ojos,
y una estrella ha caído en el jarro de la leche.
Tono eglológico, vástago legítimo de la morriña garcilasiana. Verso pulido. Médula expuesta. El desgarrón en sí. La evocación latente. Palpitante. El drama sin cursilerías. Sin concesiones. Lo trágico sin poses. La vida dibujada con trazos que de bellos duelen.

Cuántas lecturas se agolpan, cuántas interpretaciones serían válidas. Tantas como lectores se asomen a estos versos. Un poema deja de ser del autor al ser visto por otros ojos, analogado con otras experiencias. Eso es la verdadera polisemia. Y este es un poema de múltiples lecturas. Va desde la soledad de la vejez, la inevitable partida de los hijos al crecer, la ausencia de los afectos que junto a nosotros habitaron, hasta la desaparición de una familia balsera en el Estrecho de la Florida, y ninguna sería desechable. La anécdota al poema no la adjudica el poeta, la encuentra cada lector.


Lizette Espinosa se sabe hija de un frágil equilibrio, de ella y del universo; lo cuida, lo persigue, comprende que una vez roto, tarda en recobrarse. Solo la perfección lo mantiene. Pero la perfección no es dada a los humanos. Sin embargo, batallar por ella es la más noble de las encomiendas, nos ilumina en la creación y nos acerca a Dios. Eso hace en su vida y en su poesía, que son una las dos.

Batalla porque ve, porque columbra que “Donde se quiebra la luz/ afloran desafiantes los abismos”, y que en esa dicotomía existencial, ella, y nosotros, somos equilibristas sobre la cuerda floja. Pero ella, en particular, solo en el equilibrio, la belleza y la perfección se siente abrigada, y su mejor cobija, su mejor haz de luz, es la poesía. Con ella se arropa y se desnuda. “mi desnudez espanta/ los cánones del día./ Es preciso cubrir la propia esencia/ guardar en los bolsillos el asombro…/ Es preciso arropar la tempestad del pecho.”

Y de ese batallar por el equilibrio es que le nace el verso mesurado, sereno, mecido tiernamente por la balanza de lo hermoso. El sobresalto va escondido en el concepto prodigado sin estruendos formales. No hay artificio vano, hay conmoción vivencial. Sus símbolos son diáfanos, como la ruta del agua, al alcance de la garganta sedienta, del ojo amoroso. Su hermenéutica tiene solo los secretos que propicia el encanto de lo sencillo: es la flor en su pedúnculo propio, no en lujoso jarrón que le pendencie la belleza.

Lizette Espinosa no permite que la venza aquello que la lastima. Enfrenta sus trasgos con los temores propios de a quien le sobran agallas. Cuando va a por los altos andamios del verso sanador se sabe acorazada, invulnerable, pero con la fragilidad de “todo lo que ruega por ser” y “camina por el borde del alero”.
Descendencia 
Giro como la hora que termina
de segundo a segundo
el paso sesga la justa floración
y mana la inquietud
de quien se sabe ausente
en las celebraciones.
Alguna vez
vi su rostro romper
la exactitud del agua.
Para ella la poesía es cáliz con cicuta y bálsamo a la vez: “estrella que ilumina y mata”. Pero siempre escoge la luz y el lenitivo. Pareciera, que, como el agua, uno de sus símbolos más preciado por lo que de vida conlleva, su misión fuera la de saciar todas las sed, santiguar contra todo maleficio, sanar de toda plaga, sobre todo en ella misma.

Dueña de un severo poder de síntesis, que en sus momentos cumbres puede llegar al laconismo, evade toda verborrea seudoculterana, estrafalaria o sobreabundante. Poda todo guindalejo presumido o charlatán. Suprime toda orla de fulgores fatuos. Planta el verso ígneo sin más cetrería que el “ligero equipaje” de quien aborda “la nave que nunca ha de tornar”. Comprende a cabalidad “la insoportable levedad del ser”. Quizás por ello, la primera cita de su libro Humo, sea ese esclarecedor verso de Francisco de Quevedo sobre la existencia: “Poco antes nada y poco después humo”. Da fe de ello el poema Funeral:
Arde la ciudad
en los ojos que zarpan
por angostos pasajes
en los que se deshace la inocencia
en los labios que traicionaron la promesa
la memoria de la piedra
que un día fue calle
luego casa
y ahora muro
por donde salta la muerte.
Sus estructuras breves, no digo epigramáticas porque su tono no es satírico y mucho menos festivo, dejan la sensación de la fugacidad, de lo que escapa apresuradamente y pone en la mirada un fusilazo de señales luminosas, sobre las cuales es preciso volver para captarlas en todo su esplendor. Hablaríase de aliento menudo, de voz tenue, cuando en realidad se trata de concisión conceptual, economía de recursos poéticos. No es una poetisa de desbordamientos o torrencialidades. Se propone, más bien, la mansedumbre del agua que corre subterránea, comedida, porque conoce su fuerza arrasadora, o la ingravidez del humo que se eleva a las más altas cumbres sin alardes ni arrogancias, mientras trasporta los más sublimes, dolorosos o alentadores mensajes.

Si tuviera que parangonarla, acto que detesto porque creo que cada poeta es un universo, una música, una cosmovisión, una historia particular, intransferible, inimitable, la emparentaría con la elegancia y solidez de Fina García Marruz, con la inclaudicable resistencia de Ana Ajmatova, la redimida turbulencia de Sylvia Plath, el dulce desasosiego de Emily Dickinson, el atrevido desasimiento de Alejandra Pizarnik. Pero, sobre todo, la hermanaría con Lizette Espinosa, una voz que se posesiona indiscutiblemente entre las más elevadas voces de la poesía cubana e hispana.

Sus propios poemas les darán más razones y sorpresa que las que aquí expongo. Por eso los dejo a solas con esta poesía que les hará postrarse ante tanta sosegada turbulencia.


Del libro Por la ruta del agua.

Donde se quiebra la luz

Donde se quiebra la luz
afloran desafiantes los abismos.

Es llano el sendero hacia sus lindes,
angosta su garganta.

Llevo de compañera una cigarra
en este andar a ciegas
donde solo se palpan las entrañas.

No sé qué encontraré entre la maleza,
temo a las alimañas que las pueblan.

Pero heme aquí de nuevo
con la boca repleta de mendigos
que imploran su sombra.


La isla

Mi padre flotaba sobre el mar
como una isla,
para que yo saltara encima
de su tierra y avistara el futuro.

La orilla a dos brazadas
nos mostraba sus dientes
de roca atardecida.

El agua sostenía nuestras vidas,
el peso inmensurable de los sueños
como a dos cargas frágiles
que un barco abandonara.


Ya no

No jugará una niña en el portal
con las trenzas a medio hacer,
la risa galopante sobre los pocos muebles.
No habrá una mano insomne
sobre la frente hirviente, el aliento intranquilo,
ni forma de saber
si el universo cabe en dos pequeños ojos.


Del libro Humo

Plegaria

Amasijo de buenas intenciones
bebederos de luz para el errante.
El hombre teme al hombre, se aniquila
y poco puede un salmo
o el santo aceite ante su desnudez.
Una dosis de bien para el enfermo
otra lluvia que lave al cuerpo de su mal
y aclare, como solo aclara la lluvia
el suelo de su patio
el tormentoso ruido de su alma.


Discernimiento

En estos ojos tan llenos de otros ojos
intento separar estrellas de limallas.

En la oscuridad, cada roce es mordedura,
tajo donde se enconan los momentos.

Y es largo el tramo hasta el declive,
escurridizo el color que busco poner
a mis cristales.


Lumbre

No pondrás nombre al fuego,
no medirás su alcance.
Chantal Maillard


Eres chasquido que se me antoja música
salto de vida en su expresión más pura
agonía del bosque
lava que despereza y se desborda.
He visto a Dios acomodar sus manos
en tu aliento abrasado.
Alegría del hombre, fe de aquella
que procura a su hogar dignos manjares
qué deidad te acompaña, qué solar
te sueña como un niño.

Apacigua al mendigo
déjale la certeza de tu amparo
que sus ojos reflejen tu estampida
y su cuerpo recoja la tibieza.
Puerto en la soledad del alma errante
mansedumbre de los atribulados.

Hay en tu nombre una ternura cierta
un atisbo de sol, una plegaria
que no alcanza a vestir su envergadura.
Nota crucial, rugido maniatado
del tronco en la sombra de una estufa.
Qué ruina sobrevino a la floresta
qué brazos le cargaron.
Destello en los ojos del tigre, en su guarida
donde se ofrecen vastos funerales
en el horno, en el lodo
con que el hombre amasa su destino
en el miedo, en la hoguera
donde la historia cuece al heroísmo.
Cobijo del establo
donde la bestia encuentra fiel socorro
mediodía en los campos, miel de junio
goteando en las colmenas.
Luz del girasol, la doncella
que ríe en la brisa de la tarde
y oculta el rubor que le provoca
los ojos del viajero.

Eres
la promesa del padre y su estatura
la gruta en la que el mar esculpe la pureza.
Tierra que se llora y se ofrenda.
Raíz que ya es torcida y es brebaje
para calmar la pena, el desarraigo.
Pira donde se inmolan las verdades.
Naranja enaltecido, justo incendio.

Dicha que en el pecho dilata
los leves resplandores
serás propósito, el signo que deshace
las fases de la luna.
Llevar dentro de sí la encrucijada
develar el misterio de su fuente.
Nítida luz
que alcanza a desafiar al desamparo
a los moldes que fijan la tristeza
serás herida que florece en el campo
el daño que reposa.
Serás la primavera, acaso un salmo
en la mano de mi madre entre mis manos
en el pan que calla su incansable proeza
en el color de la fruta en la cesta
que no será ofrecida
lo que se añora, tambien lo que se olvida
desde la soledad, en el hastío.
Una voz, el impacto de un tiro.

En la muerte, el nacimiento,
en el humo de la sopa en la vasija
lo que se teme y lo que se escatima
desde la oscuridad de los sentidos.

En el manto de la virgen, la plegaria
que la anciana repite de rodillas
sus ojos aferrados a un cirio
que se deshace en llanto.
La diosa que se yergue en el altar
del vasto pensamiento.
Mujer hecha de salmos
cómo te rompes en la ausencia que calmas
y trasciendes marcada por los signos del fuego.
De qué dulce agua bebes
en qué fuente sumerges tu cuerpo
para luego volver, resuelta
sobre tu propia tierra
como un ave encendida
certidumbre.

Hay luces que se apagan para siempre
cuerpos deshabitados que anidan el olvido
y procrean las sombras.
Donde el muro se desploma
y crece en vicio la yerba y el hartazgo
se oye el rumor de un alma y su pobreza
el crepitar del tiempo que en su saña
fue arrancando las hojas, los abrazos.

Hay un espacio dispuesto en el dolor
donde se queman todas las renuncias
y brillan como el astro las horas
que nos fueron negadas
me pregunto qué arde en esa hoguera
sino lo más querido
la certeza de un rostro dispuesto a redimir
lo que nos falta
y así como aquello
que se funde en otra realidad
llegar al fondo de los otros
a la ceniza que alguna vez
formó parte de todo.

Hay un espacio dispuesto en el hogar
un sagrario donde guardar el fuego
la luz que cada noche
nos salva de la profundidad
y espanta, no sin júbilo el vacío.
Con gran destreza engendra
humeante, escandaloso
el alimento
república en la que se fundan
las leyes del amor y la lealtad
tiene igual que el árbol
el don de la congregación
el círculo sagrado de una alianza
y va como el mendigo
abrazando la sombra, la intemperie.


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Lizette Espinosa (La Habana, 1969) Ha publicado los volúmenes de poesía Donde se quiebra la luz (2015), Por la ruta del agua (2017) y Lumbre (2018), y en coautoría, Pas de Deux (2012, International Latino Book Awards 2014 en la categoría de poesía escrita por varios autores) y Rituales (2016). Textos suyos aparecen en las antologías: Poesía en Paralelo 0 (2016), The multilingual Anthology The Americas Poetry Festival of New York (2017), Crear en femenino (2017), Aquí (Ellas) en Miami (2018), Todas las mujeres (2018) y Nubes. Poesía hispanoamericana (2019) Desde el año 2003 reside en Miami.



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