El texto es de la autoría de un ya casi olvidado poeta, puerto principeño por adopción: Oscar Silva Muñoz del Canto(1), y se recoge en el libro: Arpas y Clarines(2), igualmente inencontrable en los predios del Camagüey de hoy.
El poema que nos ocupa tiene al panzudo recipiente de barro como eficaz vocero de sus glorias pasadas, el mismo que, sin dejar de distinguir nuestra camagüeyaneidad, no prolifera ya ni tanto ni mucho en los rincones del imaginario local, y sean acaso más fáciles de localizar en otras regiones geográficas tan diversas donde los camagüeyanos hayan puesto su casa.
La voz del tinajón resuena en estos versos con una sonoridad que parece llegarnos de lo más profundo de nuestras ancestrales latitudes puerto principeñas.
Dice entonces principiando su discurso:
Barro del barro de mi vientre rojo,
boca insaciable,
panza de sanchonescas ambiciones
que en el rodar de siglos te burlas a tu antojo
de mi puro linaje, y mis blasones
desprecias hoy: escucha y no te asombre
que una antigua vasija deleznable
le hable a un hombre;
¡le hable!
¡Hoy hablan…disparates o razones,
hasta los tinajones!
Con iguales razonamientos, el tinajón que fue, echa mano a su andadura siempre humilde desde los principios fundacionales de aquella villa nuestra avecinada entre los ríos entonces prístinos de esta comarca, hace notoria aquella lejana historia de sus orígenes:
Antaño, cuando el mundo era menso profundo,
Cuando aún había esperanzas,
Luz en el cielo y el suelo trinos, `
Paz en la tierra y en las almas gloria
Cuando el buen Dios andaba por el mundo
Yo era inferior a ti;
Que aunque del mismo barro, nuestro sinos
Diversos debían ser:
El tuyo, junto al sol, semi-divino;
El mío más abajo, entre la escoria.
Y sigue el texto en el mismo tono recordando sus humildes, pero necesariamente muy precisos servicios a la vida entonces apaciblemente risueña de aquellos tiempos idos:
Pero, yo te serví:
Fiel a mi origen, recibía caudales cristalinos
Que guardaba en mi vientre soberano
Para saciar tu sed;
Yo recogí con burbujante empeño
El agua de los cielos
Que por ser de los alto, era más pura
Y te costaba menos.
Yo fui tu orgullo índico,
Tu escudo solariego,
El sello de tu cuna, tu recio pergamino,
El timbre inconfundible de tu ilustre abolengo…
Para en apretadas líneas finales a su razonamiento, espetarle a su antiguo amo, como recordatorio muy válido, como sus servicios le fueron inestimables incluso para salvar su propio pellejo:
¡Y alguna vez vacío,
Te di en el rojo cóncavo
De mi vientre, refugio donde ocultarte mísero,
De algún lance amoroso,
o de un peligro político…!
Las rememoraciones del tinajón, y sus reclamos más sinceros, toman entonces otro camino, y va enumerando lo que el progreso trae aparejado en los cambios inevitables para aquella entonces bucólica comarca que ve llegar el inevitable perfeccionamiento de su vetusta condición; sin que acaso, tal aggiornamiento, no signifique, precisamente, alcanzar nuevas y mejores cotas, de la mal entendida modernidad:
¡Hoy…todo ha cambiado!
Tienes un acueducto que te brinda el progreso
Con agua impura, fétida,
Costosa e ineficiente;
Y por ella desdeñas el líquido preciado
De mi criolla fuente.
Y su reclamo, en lo que sigue es entonces un grito desesperado por no ser arrancado ex profeso, de ese lar paternal, de ese remanso de tradiciones que se esfuma y se esparce con indolente ingratitud:
Hoy me vendes, sin pena y sin escrúpulo
A cualquier extranjero
Que me arranca del patio principeño,
de la casona antigua en que te vi nacer,
para llevarme, frío, indiferente,
a su tierra glacial; y todo por negocio:
por un pálido puñado de dinero…
Sus palabras, vuelven otra vez a resonar desde sus rojas entrañas, y esta vez recuerda para bien a su desdeñoso y olvidadizo usufructuario, su valía intrínseca, de cara a toda memoria siempre válida:
Yo sigo siendo el mismo ante la historia;
El ánfora de barro multiforme
¡De factura criolla…! muy criolla!
Sin claudicar jamás
¡Tú has cambiado; yo no. Sigo en la cumbre
De mi cubanidad, con puro aliento…
Y con toda la dignidad de siglos, el tinajón no tiene a menos echarle en cara a su amo, las dobleces que lo atenazan:
¡Que gran distancia, hombre nos separa!
Mi vientre se saciaba; el tuyo, nunca
Mi cuerpo no se dobla, que se rompe primero:
El tuyo sí, se humilla, se doblega,
Se vende, se encenaga;
Yo soy cubano, indio, y soy rebelde
Símbolo de un pretérito de gloria…
Tú no sabes que eres, no lo sabes
Y en el solar de tus mayores duerme
El criollo cadáver de una historia
El cierre de esta insólita peroración pone en la voz singular del solariego tinajón, un reclamo que todavía hoy resuena pertinente, desde la distancia en que fuera concebido este poema en el Camagüey, de allá por 1937:
Sigue, sigue vendiéndome al extraño,
¡Que yo guardaré siempre tu prestigio!
Siempre te seré fiel, y a donde vaya,
Seguiré siendo lustre de tu escudo,
Tu noble pergamino
Guardián de tu linaje,
Recuerdo de tu nombre;
Y si la negra vida, el amargo destino
Quiere hacerte un ultraje,
Ampárate en mi mismo: ¡toma mi barro, hombre!
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- Hijo de Don Fermín Silva y Castellanos y Doña Blanca Muñoz del Canto. Su padre era actor de la compañía de los Robreño. Vio la luz en Caracas, y ya un adolescente sus padres se avecinaron en el central Lugareño (1890). El joven poeta, operario de una sastrería de la Calle Maceo, se lanza a la manigua en 1896 con la tropa del general Lope Recio, y alcanza el grado de capitán. Camagüey lo recuerda como periodista, animador cultural y poeta singular y como Historiador de la Ciudad, cargo que igualmente ejerció. Falleció en la ciudad agramontina el 18 de enero de1950.
- Arpas y Clarines. Oscar Silva Muñoz del Canto. El Camagüeyano. 1951. Se trata de una recopilación póstuma de escritos diversos: crónicas, poemas y discursos publicado en 1951, edición a cargo del Ayuntamiento de Camagüey.