Wednesday, August 6, 2025

Un Hemingway poco visto: anécdotas desde Normandía hasta París. (por Carlos A. Peón-Casas)



Me resulta particularmente estimulante, rastrear para el curioso lector tan afín a las peripecias hemingwayanas, estas particulares anécdotas que entresacamos de la lectura del libro D-Day. The Battle for Normandy, del autor e historiador británico Anthony Beevor, un verdadero connossieur del tema.

Un texto de abundante enjundia histórica, no deja empero fuera al Hemingway cronista que acompañaba, como uno más, a otros corresponsales de guerra, deseosos de hacerse un lugar entre las tropas y junto a las que se jugaron la vida, en aquel tormentoso amanecer de junio del 44.

De entre tantos, Papa Hemingway se llevaba a no dudarlo las palmas. Su experiencia en otras y tantas peripecias bélicas o no, y su carisma, le otorgaban suficiente pedigree para merecer toda la gloria.

Esos minutos de relevante signo, recogen algunos escenarios pocos días después del desembarco primario.

La verdad histórica no puso a Hemingway pie en tierra aquel mítico día, tal y como lo testimonia su crónica para Colliers: Voyage to Victory, publicada el 22 de Julio de 1944, a más de un mes del Día D.

Su relato deja empero el vibrante momento en que una de las barcazas de desembarco con Papa abordo, enfilara hacia algún punto de la costa francesa, una entre tantas oleadas de aquel día. Aunque a Hemingway, no se le permitió desembarcar. Volvió al buque madre, y de allí a tierras británicas.

Para el instante que lo describe Anthony Beevor en su libro ya citado, Papa ya había puesto pie en tierras francesas andando el mes de julio, justo detrás de las primeras líneas, en la retaguardia de las tropas aliadas recién desembarcadas y que avanzaba hacia París.

Lo descubrimos deambulando con inquieta, sagaz y pertinente mirada escrutadora, sobre las cabezas de ensimismados generales en campaña, frente al improvisado mapa de las primeras operaciones. Así nos lo presenta el autor:
Un gran número de observadores se apilaban en los cuarteles de la Collin’s VII para ser testigos del ‘gran show’. Los periodistas lucían su impaciencia. El también corresponsal de guerra soviético Coronel Kraminov, quien tuvo palabras muy precisas sobre cada quien allí reunido, dijo de Hemingway “que escrudiñaba cada gesto empinándose sobre las cabezas del resto (…)
El 31 de julio, las tropas desembarcadas enfrentaban una enconada resistencia, en particular la Fuerza de Tarea Z que avanzaba desde Gavray hasta Avranches.

Mientras que otra columna, de la 3ra División llegaba a Avranches, Hemingway ya estaba en la zona. Lo que nos sigue narrando el bien informado Beevor sobre Papa, nos sigue develando ese particular ardor guerrero, y la casi rayana tendencia suicida ante el peligró, del inveterado narrador y cronista en funciones de corresponsal:
Su acompañante el teniente Stevenson, remarcaba que estar cerca de Hemingway era ‘tan peligroso o más, que ser el ayudante del Brigadier General Roosevelt.’ Hemingway quien se había sumado por si mismo a la 4ta División de Infanteria del General Barton, persuadió a Stevenson de acompañarlo en riesgosos viajes a bordo de un auto Mercedes convertible, o una motocicleta con sidecar, ambas abandonada por los alemanes en su retirada. En sus cartas a Mary le describía la experiencia: ‘vivencias de una vida alegre y jovial con muchas bajas, botín de guerra, muchos disparos, lucha enconada, cercas vivas, pequeñas colinas, caminos polvosos, un país verde, campos de trigo, vacas y caballos muertos, tanques de 88mm, Kraftwagens, nuestros muertos.’ Pronto se le unió Robert Capa, y Hemingway por casi nada pierde la vida, cuando por error embistieron contra una mina antitanque. Hemingway que acabó refugiándose del fuego enemigo en una cuneta, después del grave suceso acusaba a su amigo Capa, de fallar en el empeño de tal minuto de crisis, que podría haber resultado en la primera foto del cuerpo sin vida del famoso escritor.
A la altura de Ramboulliet, Hemingway se sumaba a un grupo de inquietos corresponsales: “los más increíbles actores dignos de una obra imposible, reunidos en el Hotel du Grand Veneur", según el sorprendido parecer de los oficiales del general Leclerc.

Hemingway a pesar de su conocida acreditación como corresponsal para la revista Collier, estuvo siempre más interesado en actuar como un soldado irregular con la Resistencia local.

El dato que está bien documentado en Baker y la mayoría de sus mejores enterados biógrafos, tiene esta vez una interpretación muy particular en el relato que el historiador Beevor narra en su libro:
El portaba a la vista de todos una pesada pistola automática, aunque esto fuera totalmente ilegal para los no combatientes. De acuerdo con el relato de John Mowinckel, oficial de inteligencia, Hemingway habría querido interrogar a un patético prisionero alemán apresado por sus nuevos amigos de la Resistencia: ‘yo lo haré hablar, fanfarroneaba, quítenle las botas, le asaremos los dedos de sus pies con una vela’. Mowinckel le dijo a Hemingway que parara aquel sinsentido ,y liberó al infeliz muchacho, que definitivamente no sabía nada.
Beevor nos sigue puntualizando otras coordenadas de aquellos minutos de creciente tensión, en el que Hemingway reaparece con su impronta de irreductible capitán dispuesto a liderar la batalla final contra Paris.
Entre sus colegas allí congregados se contaban otros nombres, como el del también escritor Irwin Shaw, acompañado de un grupo de fotógrafos y corresponsales norteamericanos, todos anhelando la primicia de ser los primeros en llegar a París. Entre aquellos destacaban Ernye Piley y Bob Capa. Pyle usaba una boina que lo hacía lucir como el mariscal de campo Montgomery. De entre aquellos, no pocos se mostraban irritados aunque no completamente sorprendidos, de ver a Hemingway actuar como si fuera el comandante militar del lugar. Cuando Bruce del Chicago Daily News hizo un sarcástico comentario acerca del General Hemingway y sus Maquis, un airado Papá se se abalanzó y le dio un puñetazo.
La entrada final en maratonicas jornadas a campo traviesa ubicaron finalmente a Papa en la inmediaciones del Hotel Scribe, unido a David Bruce, y rodeado de una improvisada milicia de escritores, Hemingway se dirigió sin miramientos rumbo al Ritz, determinado a “liberarlo”.

De aquella jornada liberatoria ha corrido ya mucha tinta con los detalles más o menos verídicos del suceso, tanta tinta como las propias libaciones que siguieron en el afán celebrativo con interminables brindis que el propio autor Beever nos explicita:
La ciudad parecía sufrir una resaca colectiva a la mañana siguiente. David Bruce había recogido en su diario todas las combinaciones posibles que habría bebido: ‘Cerveza, cidra, Bordeaux blanco y tinto Burgundy rojo, champagne, ron, cognac, Armagnac y Calvados… una combinación suficiente para desintegrar a cualquiera.
Hemingway, sin dudarlo no habría sido tampoco excepción. París bien valía la pena.
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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