Friday, March 10, 2023

Obra del Siglo de Oro español sube a las tablas de Miami. (por Wilfredo A. Ramos)


Los escenarios miamenses en la actualidad, no son lugares donde ni siquiera de manera casual se pueda disfrutar de obras del vasto repertorio teatral que conforma el llamado Siglo de Oro español, el cual no puede ser enmarcado exactamente en el espacio de tiempo que convocan cien años, ya que ese nombre se la ha otorgado en realidad a un período que transcurre entre el año 1492, momento en el cual coinciden una serie de episodios históricos como el fin de la Reconquista y el Descubrimiento de América, hasta el 1681, año en que fallece Pedro Calderón de la Barca, considerado el último gran escritor del Siglo de Oro, por lo que con su muerte algunos estudiosos plantean el fin de dicha época. Durante este largo espacio de tiempo, conformado por alrededor de doscientos años, la cultura del Viejo Continente va a vivir moldeándose entre el Renacimiento y el Barroco, dos períodos históricos, artísticos y culturales con características muy propias, que los diferenciarán notablemente uno del otro, pero que darán vida a grandes e importantes obras tanto en la música, la literatura, la danza, la arquitectura, las artes plásticas como en el teatro, que es el caso que nos trae a mano.

El teatro realizado en el siglo de oro español, también conocido como ‘teatro áureo español’ considera uno de los más fructíferos, debido a la gran cantidad de autores, de reconocimiento universal, que vió nacer. Nombres como Juan de Encina -creador del teatro español- Lope de Rueda, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Juan Ruiz de Alarcón, Miguel de Cervantes, entre otros, componen la nómina de notables dramaturgos. No obstante la anterior relación, también durante dicho período encontraremos los nombres de tres mujeres que son figuras de suma importancia para el propio teatro, ellas son: Sor Juana Inés de la Cruz, Ana Caro de Mallén y María de Zayas y Sotomayor. Tal es la importancia de todas ellas, que lo mismo en sus obras dramáticas como en las del resto de los géneros que cultivaron, incursionaron en una temática que las convierte en precursoras de lo que en siglos después se conocerá como ‘feminismo’.

Precisamente, resulta que la obra, de una de estas autoras -Maria de Zayas (1590–1647?)- será la que subió al escenario del On-Stage Black Box del Miami Dade County Auditorium, los pasados días 2 y 3 del presente mes de Marzo.


La obra en cuestión fue una adaptación de “La traición en la amistad”, que bajo el título de “Enredos y traiciones”, llevara a escena la actriz española residente en esta ciudad, Eugenia Sancho, quien fuera además la responsable de dicha versión, y que contó con un elenco compuesto en su totalidad por mujeres, de las cuales algunas tendrían la responsabilidad de incorporar roles tanto de personajes femeninos como masculinos. Estas actrices fueron: Adriana Moure, Diana Iris, Claudia Castro, Sabrina Casallas, Claudia Montalvo y Carolina Speroterra.

Sancho, valenciana de origen, cuenta en su aval con haber recibido formación en la Fundación Shakespeare de España, que preside Manuel Angel Conejero, actor, traductor, director, dramaturgo y profesor, encargado también de la publicación de las obras del Bardo inglés en ediciones bilingües, donde la característica notable consiste en respetar la esencia de la dramaturgia isabelina en dicha traducciones. También ha obtenido preparación durante su permanencia en el Teatro Joven del Palau de la Música, siendo además graduada de la Escuela Superior de Arte Dramático (ESAD) en Valencia, donde se especializó en Dirección de Escena y Dramaturgia. En Miami, bajo su dirección, han subido con anterioridad a escena las obras “Las voces de Penélope”, “Fumando espero, el penúltimo cuplé” y algunos trabajos para Microteatro. Conocida es también su versátil faceta como cantante, tanto en descargas donde interpreta diferentes géneros musicales, como en verdaderos espectáculos de café-concert, en los cuales se conduce con suma habilidad.


Ante el anuncio de la subida a las tablas de una obra de tan importante período histórico-cultural y sabiendo que sería respetado del original la forma hablada en verso, las expectativas no podemos negar que fueron grandes, debido a que en nuestros escenarios, tales espectáculos brillan por su ausencia. Dicha situación se las podríamos achacar tanto al desinterés de los directores por mantener vivo este tipo de repertorio del teatro clásico mundial, su falta de conocimiento sobre el mismo, así como el no dominio de la técnica para poder hacerlo, elemento este que se amplía hacia los actores que prácticamente en su totalidad desconocen el arte del decir en verso, debido a su ausencia en los programas de estudio de la mayor parte de las academias de arte dramático.

Es importante señalar que aunque el teatro en verso pudiera ser visto como algo propio de siglos pasados tanto de Europa como de América, dicha forma de decir nunca ha desaparecido totalmente de los escenarios. Autores más conocidos y cercanos como Christopher Fry y T. S. Eliot cultivaron esta forma de hacer en su teatro. Este siglo incluso, ha retomado su interés por la realización del drama en verso, utilizando para ello diferentes parámetros de versificación, teniendo de tal manera diversos ejemplos de su uso, con el objetivo de probar hasta dónde pueden llegar los límites del mismo. Una especialista en el tema como la investigadora Kasia Lech sostiene que el verso es de importancia para el teatro contemporáneo “...porque la relación dialógica entre sus niveles rítmicos y léxicos habla sobre la naturaleza plural del mundo actual”. Como nota curiosa, es interesante destacar que existió también un teatro escrito en verso, pero cuyo fin era ser leído, no representado, al cual se le denominó ‘teatro de armario’, el cual tuvo su existencia a principios del siglo XIX, teniendo entre sus cultivadores a Byron y Shelley. Este tipo de trabajo que no tuvo gran relevancia ha sido considerado como una manifestación menor.

Con las expectativas depositadas en poder disfrutar una obra teatral perteneciente al Siglo de Oro español hablada en verso, todo un acontecimiento para nuestra ciudad, nos dispusimos a disfrutar de dicha representación, pero desgraciadamente el resultado no fue el esperado, como realmente temíamos.


Aunque las seis actrices hicieron un gran esfuerzo por decir el verso, la mayor parte del tiempo se escuchó el mismo ‘recitado’, sin la vida interior que requiere decirlo. La dicción, que en todo actor hablando normalmente requiere ser excelente, cuando se utiliza el verso exige ser aún mejor, si eso fuera posible. No se puede decir éste de manera atropellada, por ningún motivo se pueden dejar caer los finales de oraciones porque es ahí donde se encuentra precisamente la rima (siempre que no se utilice el verso libre). De entre las actrices solo dos de ellas destacaron por una mejor manera de enfrentar este enorme reto, ellas fueron Adriana Moure y Claudia Montalvo. La primera, nos pareció que al no tener que dialogar sino hablar en solitario, ello le facilitó el poder manejar una mejor articulación del lenguaje y el ritmo del mismo. En cuanto la segunda, con la mejor pronunciación de todo el elenco, tal vez por su origen español, por momentos manejaba con mayor seguridad el ritmo del verso, así también como su pronunciación, pero tropezando en otros momentos con iguales problemas que el resto del elenco..

En cuanto a las otras las actrices, su trabajo con este tipo de habla dejó mucho que desear, mostrando su falta de conocimiento, técnica y ausencia de práctica con el mismo, lo que demuestra lo mucho que aún tienen que aprender hoy en día los jóvenes actores en nuestro entorno, para llenar los vacíos de formaciones incompletas o ineficientes. El actor nunca termina de aprender, máxima que nunca debieran olvidar.


Otro aspecto por el cual la directora apostó en su trabajo de adaptación del texto original, fue el prescindir de trabajar con actores masculinos para los roles indicados. Según hemos podido constatar en nuestras búsquedas de información, en el manuscrito original aparecen doce personajes que hablan a través de la obra, divididos en cinco mujeres y siete hombres. Versiones posteriores reducen el número de personajes masculinos, dejando intactos los femeninos. Sancho para su puesta mantiene aquellos, aunque introduciendo el personaje de la autora de la obra; pero reduce la participación de los roles masculinos a sólo tres.

La relación entre actrices y personajes a interpretar fue el siguiente: Adriana Moure (Maria de Zayas), Diana Iris (Fenisa), Claudia Castro (Lucía y Don Juan), Sabrina Casallas (Laura y Gerardo), Claudia Montalvo (Marcia) y Carolina Speroterra (Belisa y Liseo).

La directora resuelve las múltiples caracterizaciones con la utilización de un vestuario base, con diferentes hechuras y de color blanco, al que se le irán agregando elementos que identifiquen a cada uno de los personajes en escena. En el caso de los masculinos dichos elementos no van a ayudar mucho en su identificación.

No sabemos a ciencia cierta, si la intención de trabajar esta puesta en escena solo con mujeres, se debió a un interés preestablecido o por ausencia de hombres para enfrentar dicho proyecto, aunque nos vamos por la primera idea.

Con tal presupuesto, el resultado apreciado no logra convencer, debido a que las incorporaciones en los roles masculinos asumidos por las actrices se proyectaron de manera en exceso caricaturescas, remarcando una supuesta ‘masculinidad’ con ademanes y proyecciones de voces ampulosas y desacertadas. Por otra parte, debido a esa nada acertada caracterización, más que hombres, lo mostrado daba la impresión de estar en presencia de lesbianas, por lo que el concepto sobre el que trabajara la autora del original quedara distorsionado en gran medida.

El trasvestismo en el teatro es tan viejo como el teatro mismo, recordemos que en la antigüedad eran hombres los que asumirán los roles femeninos e incluso en la actualidad se mantiene la existencia de algunos tipo de teatro que perduran en dicha tradición. Al asumir un actor la caracterización de un personaje de género diferente al suyo, éste debe ser cuidadoso en no crear estereotipos, porque llegado a ello se arruinará el trabajo, incluso de si de comedia se trata. Enfrentar dicho reto por parte del actor requiere hacerlo sobre una base de naturalidad, asumiendo el interior del rol con las intenciones, pero no con elementos externos que en vez de ayudar en la construcción del personaje, por el contrario lo desmarque de la realidad que pretende representar. Es un problema de significado y de significante. Aquí, podríamos señalar, que siempre ha constituido un mayor riesgo enfrentar la construcción de personajes masculinos por parte de actrices, que los femeninos por parte de actores.


Un aspecto singular, que merece atención, es que a pesar de estar frente a una comedia, la reacción del público fue casi inexistente, no sabemos si es debido a que los argumentos que ayer podían provocar risa en el espectador, hoy en día ya no lo hacen o si ese difícil ‘tempo’ necesario para la comedia no se logra totalmente.

En cuanto a la concepción de puesta en escena, los dos planos que trabaja la directora resultaron un acierto, teniendo en cuenta la introducción de María de Zayas, la autora, como un personaje más, para hablarnos de sus problemas existenciales tanto como del argumento de su obra, dejando claro a través de sus palabras, el lugar de la mujer en la sociedad que le tocó vivir, marcando con éstas el mensaje de la obra. Es importante destacar que Zayas concibe a la protagonista de su texto como una réplica al famoso personaje de Don Juan, el cual apareciera por vez primera en 1617 dentro de una obra titulada “Tan largo me lo fiais”, atribuida indistintamente a Andrés de Claramonte o Tirso de Molina, como también a la muy conocida obra de este último autor, “El burlador de Sevilla y convidado de piedra”, que viera la luz en el año de 1630. La autora pondrá en la piel de su personaje protagónico femenino las mismas características de aquel inclemente cortejador masculino, tema inesperado y valiente para su época, lo que llevará su obra, siglos más tarde, a ser censurada por los rigores de la Iglesia Católica.

Regresemos a la puesta. Ante la vista del espectador el escenario aparecerá divido en dos partes una superior, dedicada a ser el espacio donde se moverá el personaje de la autora, devenida en miembro omnipresente dentro de la puesta. El otro plano a utilizar será el que ofrece el propio piso del escenario, sobre el cual se va a desarrollar toda la acción y el movimiento del resto de las actrices que intervienen en este trabajo.


Por último vemos que la directora no hará salir en ningún momento a sus actrices del escenario, haciendo incluso en muchos instantes, que unas sean espectadoras de las escenas que las otras están desarrollando, lo cual crea un interesante ambiente de ‘teatro dentro del teatro’ y ofrece un cierto desenfado a la puesta, acercándola con más énfasis a nuestra modernidad.

Con este nuevo trabajo de Eugenia Sancho, tenemos que agradecer su interés por ayudar a nuestra escena, con sus continuos y ambiciosos proyectos, enriqueciendo el panorama cultural de nuestra ciudad cada día con mayor pluralidad de opciones, al sobre todo traer ante nuestra mirada actual obras de la dramaturgia universal. No podemos pasar por alto que esta ha sido una producción del Centro Cultural Español de Miami, siempre empeñado en su labor promotora de lo mejor de su país.


Como siempre nos vemos obligados a decir que una obra teatral suba a un escenario por el tan breve tiempo de solo dos o tres días, después de tanto esfuerzo para su realización, es insólito, lamentable y habla de lo poco agradecida que resulta esta manifestación artística que con tanto amor se hace; pero como los teatristas son obstinados, nada los detiene y continuarán andando sobre el camino... perdón, sobre los escenarios.





Lic. Wilfredo A. Ramos
Miami, Marzo 10, 2023

Fotos: Alfredo Armas

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