Friday, December 24, 2021

La Navidad y sus Textos (por Antonio J. Aiello)


La Navidad y sus Textos
Una reflexión sobre los textos que conforman esta tradición cristiana



por Antonio J. Aiello
The University of Arizona



“Christus natus est nobis: vennite adoremus”
(“Cristo ha nacido por nosotros: venid, adorémosle”)



Desde la noche de Belén hasta hoy nos separan dos milenios y quince años(1), en los que la Navidad continúa despertando, generación tras generación, la alegría que provoca la ternura de Dios sembrada en los corazones de los hombres, frente a ese gran acontecimiento que aun a los alejados de la fe estremece. El acontecimiento más grande y más humilde: el Emmanuel, Dios con nosotros para siempre, cuyos textos pretende dilucidar el presente trabajo indagando cómo el gran texto de la Navidad se acrisoló.

¡Cuántas manifestaciones artísticas han motivado la Navidad para compartir la alegría que su dulzura despierta! ¿Quién no ha vibrado de emoción con algunas de las obras que la evocan? ¿Quién no conserva un rinconcito de su corazón para Belén, que alguien ha llamado muy bien “patria de la infancia de todos”?(2). La Literatura, la plástica, la música, la danza y el teatro se han inspirado desde entonces para celebrar y perpetuar los misterios de la Encarnación, la Navidad y la Epifanía de nuestro Señor Jesucristo.

Desde el siglo I d.C., los evangelistas, los discípulos de Jesús y los que tuvieron la dicha de compartir la consumación de la plenitud del plan de salvación de Dios para el hombre, recogieron desde sus perspectivas individuales estos sucesos que narrados de disímiles maneras integran el texto de lo que es para nosotros la Navidad.

El genotexto se encuentra en las Sagradas Escrituras, específicamente en los Evangelios de san Mateo y san Lucas, aunque es muy escasa la información que se ofrece sobre esa etapa de la vida de Jesús.

El Evangelio de san Mateo se inicia constatando que Jesús es el Mesías prometido al pueblo de Israel, mostrando su ascendencia hasta Abraham, pasando por David. “Esta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que fue descendiente de David y de Abraham” (Mt 1,1).

Seguidamente relata el origen de Jesucristo, sin dar detalles de la Anunciación, solo que “pero antes que vivieran juntos, se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo” (Mt 1, 18). La historia se hilvana centrando la atención en la figura de José, por la que se busca su ascendencia hasta Abraham y se justifica el que haya aceptado por esposa a María, ya encinta:
José, su marido, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu Santo. María tendrá un hijo, y le pondrán por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados. (Mt 1, 19-21)
El texto muestra implícitamente una gran fe de José en Dios al aceptar sin más preámbulos el mensaje que el ángel le dio en sueños, el cual nos recuerda la actitud de Abraham cuando Dios le probó su fe pidiéndole que le ofreciera su hijo en sacrificio (Génesis 12, 1-9).

Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y tomó a María por esposa. Y sin haber tenido relaciones conyugales, ella dio a luz a un hijo al que José pone por nombre Jesús (Mt 1, 24-25).

El siguiente relato comprende a la epifanía, la visita o adoración de los Magos del Oriente; aquí se da la información de que Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de Judea, en el tiempo que Herodes era rey del país y al que le asustó la noticia:
Llegan por entonces a Jerusalén unos sabios del Oriente que se dedicaban al estudio de las estrellas y preguntan: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos salir su estrella y hemos venido a adorarlo. (Mt 2, 1-2)
Los magos o sabios del Oriente buscaban la información de dónde había de nacer el Mesías, lo que le fue dado por los jefes de los sacerdotes que mandó Herodes a buscar: “Está en Belén de Judea, porque así lo escribió el profeta” (Mt 2, 5).
Con estas indicaciones del rey, los sabios se fueron y la estrella que habían visto salir iba delante de ellos, hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho. Luego entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y arrodillándose le rindieron homenaje. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra. (Mt 2, 9-12)
El texto no dice cuántos eran los magos, ni cómo se llamaban, aunque por los presentes puede deducirse que fueron tres, simbólicamente. Lo que sí anticiparon a los pueblos no judíos que reconocerían a Jesús como el Mesías.

Termina el relato de este Evangelio con la marcha de la Sagrada Familia a Egipto, huyendo de la matanza de niños ordenada por el Rey Herodes, conmemorada por la Iglesia el 28 de diciembre de cada año, Día de los Santos Inocentes, así como con su regreso y establecimiento en la región de Galilea, en el pueblo de Nazaret, de donde era nativa María.

Si bien el Evangelio de san Mateo mantiene una perspectiva que vela por la ascendencia paterna de Jesús, el de san Lucas lo hace desde una óptica materna, complementándonos la historia desde la familia de María, detallando la Anunciación y argumentando la obra del Espíritu Santo con el milagro de la paternidad de Zacarías e Isabel.

Así, por este Evangelio, tenemos noticia del sacerdote Zacarías y su esposa, pariente de María, quienes también concibieron un hijo (Juan el Bautista) de modo milagroso y anunciado por el ángel Gabriel para que “preparara al pueblo para recibir al Señor” (Lc 1, 17); de la Anunciación, también por el ángel Gabriel y pasados seis meses de haber concebido Isabel. En él se pone de manifiesto la fe de María, su sٕí y su confianza en el Señor por esa aceptación, por lo que implicaba para una mujer en esa época concebir sin esposo: “Yo soy la esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me ha dicho” (Lc 1, 38). De José solo se dice que estaba comprometido para casarse con ella virgen (Lc 1, 17).

Concluye el primer capítulo de Lucas con la visita de María a su pariente Isabel y el nacimiento de Juan el Bautista para ofrecernos en ambos relatos dos salmos al estilo hebreo, llenos de expresiones intertextuales del Antiguo Testamento. En el primero, el himno de María, llamado Magnificat por la primera palabra de su traducción al latín; y en el segundo, el himno de Zacarías, conocido por el Benedictus, atendiendo a la misma razón(3).

El capítulo II se inicia con el relato del nacimiento de Jesús donde afloran nuevos datos: el censo del emperador Augusto que motiva el viaje de José a Belén, su tierra y la de su antepasado, el rey David; la hora del parto de María en ese lugar, que enfatiza el linaje del Mesías como descendiente del rey David, y que guarda otro simbolismo tras el significado de ese nombre: “casa del pan”, pues Belén fue la cuna del “pan de vida eterna” (Jn 6, 35); su alumbramiento en un establo porque no había alojamiento para ellos en el mesón.

El segundo momento de este capítulo lo constituye la adoración de los pastores, de la cual no da cuenta Mateo, como tampoco Lucas nos habla de la adoración de los magos del Oriente. El pasaje argumenta la grandeza del acontecimiento con la aparición de un ángel del Señor a esos pastores de Belén con el propósito de hacerles partícipes del gran acontecimiento que vivía el mundo:
De pronto se les apareció un ángel del Señor y la gloria del Señor brilló alrededor de ellos, y tuvieron mucho miedo. Pero el ángel les dijo: “No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia que será motivo de alegría para todos: Hoy les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal encont6rarán al niño envuelto en pañales y acostado en el establo. (Lc 2, 9-12)
Cierran el capítulo tres pasajes más en torno a la infancia de Jesús: su circuncisión a los ocho días de nacido, como es norma entre los judíos; su presentación en el templo durante los días de la purificación de ellos según la Ley de Moisés, donde coincide la Sagrada Familia con la presencia de Simeón y de la profetisa Ana, los cuales daban gracias a Dios por haber tenido la oportunidad de conocer al redentor de la humanidad y hablaban del Mesías a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén; y el regreso a Nazaret en Galilea con la pérdida de Jesús camino a Jerusalén por la fiesta de Pascua y su hallazgo, para sorpresa de todos, entre los maestros de la ley, que lo escuchaban y le hacían preguntas.

Esta es toda la información que nos brindan los Evangelios, el resto que integra el texto que conocemos de la Navidad y la Epifanía, la ofrecen la tradición de la Iglesia, contenida en la Patrística, y los Evangelios apócrifos, los cuales vienen a llenar los “vacíos” de los Evangelios canónicos en relación con muchos detalles de la vida de Jesús, María y sus discípulos; lo que constituye una tendencia muy humana, en sentido general, cada vez que existe ausencia de información en torno a un tema, lo cual es analizado actualmente por la teoría de la comunicación.

No obstante, la Iglesia ha sido siempre celosa en deslindar el ámbito de lo inspirado, que pertenece a los textos canónicos de la Sagrada escritura, de lo espurio o apócrifo que aspiraba a pasar como tal, aun cuando los textos no fueran de carácter herético. Al respecto, el compilador de los Evangelios apócrifos, Aurelio de Santos Otero plantea:
En cuanto a las vivencias pseudo-evangélicas que pretenden sencillamente satisfacer la curiosidad de los lectores, se observan entre los Santos Padres dos tendencias distintas: una capitaneada por san Jerónimo, viendo las extravagancias, contradicciones e incluso frases de mal gusto en que fuertemente incurren los apócrifos, opta por la abolición de estos, desesperando poder encontrar entre ellos algo de provecho; otra, más suave, procura buscar ese “aurum in luto” a que alude san Jerónimo y es más tolerante con esa literatura. San Agustín, afirmando categóricamente su acanonicidad, no dejaba de reconocer que podía encontrarse en ellos “algo de verdad”. Los antiguos escritores orientales se sirvieron no pocas veces de datos consignados en los apócrifos (…) La misma Iglesia tanto oriental como occidental ha dado acogida en su liturgia a diversas fiestas que no tienen otro fundamento escrito que el de los evangelios apócrifos. (7)
Es de agradecer a la Iglesia y a los Santos Padres ese recelo frente a esos textos apócrifos que nos han permitido conservar inalterable el tesoro artístico y literario de la revelación escrita ─lo cual no implica que se deben desechar literalmente, pues no todo es negativo en estos─ en torno a las contradicciones que presentan: su ficción, hiperbolización, pobreza espiritual, falta de rectitud moral e incluso belleza formal respecto a los Evangelios canónicos. Es de considerar su antigüedad (datan del siglo II al IV d, C,), el espíritu de la Iglesia primitiva, las tradiciones orales que portan, las cuales pueden entroncar con los testigos de la vida de Jesús y que en muchas ocasiones están refrendadas por el testimonio elocuente de los lugares donde Cristo vivió, su valor histórico indirecto, pasajes de belleza conmovedora como los apócrifos de la Navidad que nos describen con delicadeza este misterio y los primeros pasos de la Virgen niña, y la fuente que constituyen los dogmas que hoy son objeto de nuestra fe: la virginidad de María, el descenso de Cristo a los infiernos y la Asunción de María (Santos 8).

Aun cuando los evangelios apócrifos no ofrecen datos a la revelación, sí son portadores de cierto valor relativo, complementario, como simple testigo de esta, que recogen múltiples testimonios conservados en la tradición oral de los primeros siglos del cristianismo, donde ejercieron un influjo extraordinario, al cual no podemos sustraernos ni siquiera nosotros en nuestros tiempos.

Es así como el núcleo textual de la Navidad se fue desarrollando, ora con la información aportada por la patrística, ora con la testimonial de los Evangelios apócrifos, ora con la simbólica adoptada por la Iglesia de Cristo en Oriente y Occidente, cuyas noticias han emplazado los múltiples “vacíos” que los Evangelios dejaban. 

Ni los Evangelios ni los historiadores señalan la fecha cuando nació Jesús, solo se puede calcular la época por el período en que gobernó el territorio de Jerusalén dominado por los romanos el rey Herodes (Años 37- 4 a. C.) o por la época cuando se realizó el censo o empadronamiento ordenado por Augusto (emperador romano del 27 a. C. al 14 d. C.), siendo Quirino gobernador de Siria; sin embargo, la tradición de la Iglesia ha elegido como fecha de nacimiento de Jesús la noche del 24 al 25 de diciembre simbólicamente por intereses teológicos y pastorales, ya que se creía que esa noche era la más larga del año y que Jesús, la Luz del mundo, había venido a vencer la oscuridad.

Los nombres que se dan a los padres de la Virgen, Joaquín y Ana, cuyas fiestas respectivas celebra la liturgia romana el 16 de agosto y el 26 de julio, día de los abuelos, proceden de los Evangelios apócrifos de la Navidad, fundamentalmente el Protoevangelio de Santiago, el apócrifo ortodoxo más antiguo de los que se conocen íntegros y el que más ha influido en los textos extracanónicos de la Natividad de María y de Cristo.
Y al llegar Joaquín con sus rebaños, estaba Ana a la puerta. Esta, al verlo venir, echó a correr y se abalanzó sobre su cuello diciendo: “Ahora veo que Dios me ha bendecido copiosamente, pues, siendo viuda, dejo de serlo, y, siendo estéril, voy a concebir en mi seno” y Joaquín reposó aquel primer día en su casa. (Santos 137)
 Asimismo, el nacimiento de Jesús en una cueva, en la que no faltan nunca el buey y el asno, tienen similar procedencia.
Y al llegar a la mitad del camino, dijo María a José: Bájame, porque el fruto de mis entrañas pugna por venir a luz. Y le ayudó a apearse del asno, diciéndole: “Dónde podría yo llevarte para resguardar tu pudor, porque estamos al descampado”.

Y, encontrando una cueva, la introdujo dentro, y habiendo dejado con ella a sus hijos, se fue a buscar una partera en la región de Belén. (Santos 137).
Los tres reyes magos, con sus nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, los encontramos en el evangelio armenio de la infancia (Anterior al siglo VI):
Y un ángel del Señor se apresuró a ir al país de los persas para prevenir a los reyes magos y ordenarles que fueran a adorar al niño recién nacido. Y estos, después de caminar durante nueve meses, teniendo por guía a la estrella, llegaron al lugar de destino en el momento mismo en que María llegaba a ser madre. Es de saber que a la sazón, el reino de los persas dominaba sobre todos los reyes del Oriente por su poder y sus victorias. Y los reyes de los magos eran tres hermanos: Melchor, el primero, que reinaba sobre los persas; después, Baltasar que reinaba sobre los indios; y el tercero, Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes. (Santos 355)
Según esta versión, los magos fueron avisados del nacimiento del Mesías desde los días de su encarnación en la Virgen María, pues estuvieron nueve meses de viaje, siguiendo la estrella que nos remonta a la estrella que sale de Jacob y que los textos judíos antiguos interpretaban como símbolo del Mesías (Números 24, 7).

Es mucha la leyenda que se ha tejido en torno a este acontecimiento, por lo parca de la información en el Evangelio de san Mateo, que se limita a hablar de la adoración al niño Jesús por los magos del Oriente en la época de Herodes, pero ¿Cuántos eran? ¿Quiénes eran? ¿Cómo se llamaban? ¿De dónde procedían? ¿Por qué se pusieron en camino? A estas interrogantes José Luis Martín Descalzo ofrece una atinada respuesta:
Un buen número de exégetas ─incluso entre los más conservadores─ no ve en este capítulo de Mateo sino una bella parábola con la que el evangelista no trata de hacer historia, sino de explicar que Jesús viene a salvar a todas las naciones y no solo al pueblo judío (…) Más tarde la tradición y la leyenda fijaron para siempre el número de tres y buscan para esta cifra los más peregrinos apoyos (tres como la Trinidad; tres como las edades de la vida: juventud, virilidad y vejez; y tres como las razas humanas: semítica, camítica y jafética (…) y en el siglo XII san Beda recoge estos nombres y hasta nos da un retrato literario de los tres personajes: El primero fue Melchor, viejo, canoso, de barba y cabellos largos y grises; el segundo tenía por nombre Gaspar y era joven, imberbe y rubio. El tercero, negro y totalmente barbado, se llamaba Baltasar. (Martín 147)
Tampoco escapan de este texto la intertextualidad con el Antiguo Testamento, principalmente para fundamentar que Jesús es el Mesías, ya profetizado desde Abraham y David, y vincular todo el Nuevo Testamento como la realización efectiva del Plan de Dios, latente en el primero desde los principios del mundo. Al Antiguo Testamento corresponden las citas de san Mateo:
La Virgen quedará en cinta y tendrá un hijo, al que pondrá por nombre Enmanuel (Is 7, 12).

Se oyó una voz en Ramá, llantos y grandes lamentos. Era Raquel que lloraba por sus hijos y no quería ser consolada porque ya estaban muertos (Jr 31, 15).
Del mismo modo san Lucas se apoya en citas del Antiguo Testamento y revelaba otras como en el Magnificat, que sigue la forma del salmo hebreo, especialmente el himno de Ana en I Sam 2, 1-10 y el Salmo 112, 5-9.
Mi alma alaba la grandeza del Señor,
mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador,
porque Dios ha puesto sus ojos
en mí, su humilde esclava,
y desde ahora siempre me llamaran dichosa;
porque el Todopoderoso
ha hecho en mí grandes cosas.
¡Santo es su nombre!
Dios tiene siempre misericordia
de quienes lo reverencian,
actuó con todo su poder;
deshizo los planes de los orgullosos,
derribó a los reyes de sus tronos
y puso en lo alto a los humildes.
Llenó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Ayudó al pueblo de Israel, su siervo,
y no se olvidó de tratarlo con misericordia.
Así lo había prometido a nuestros antepasados,
Abraham y a sus futuros descendientes. (Lc 2, 46-55)
En resumen, en torno a este gran acontecimiento que marcó el centro de la historia de la humanidad, dividiéndola en “antes de Cristo” y “después de Cristo”, se encuentra un núcleo textual, custodiado celosamente por la Iglesia en estos dos milenios de cristianismo, presente en los Evangelios canónicos de san Mateo y san Lucas, ricos en intertextualidades con relación al Antiguo Testamento, para corroborar el cumplimiento de las profecías mesiánicas con el nacimiento de Jesús. Este texto básico deja cuantiosos “vacíos” informativos que se fueron colmando con las versiones aportadas por los Santos Padres en la Patrística y los datos de los evangelios apócrifos en su calidad de testigos auténticos de la revelación.

Pudo ser así, pudo no ser así; pero el cristianismo de hoy prefiere la tierna historia que le ha legado la Iglesia y revitalizar sus esperanzas de cara a la eternidad, pletórica de amor, en este tiempo de alegría que el Santo Padre Juan Pablo II describió y fundamentó así:
La alegría de la Navidad, que canta el nacimiento del Salvador, infunda a todos confianza en la fuerza de la verdad y de la perseverancia paciente al obrar el bien. El mensaje divino de Belén resuena para cada uno de nosotros: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo Señor” (Lc 2, 19-11). Hoy resplandece urbi et orbi, en la ciudad de Roma y en el mundo entero, el rostro de Dios; Jesús nos lo revela como Padre que nos ama. Vosotros que buscáis el sentido de la vida; vosotros que lleváis en el corazón la llama de una esperanza de salvación, de libertad y de paz, venid a ver al niño que ha nacido de María. Él es Dios, nuestro Salvador, el único digno de tal nombre, el único Señor. Ha nacido por nosotros, ¡venid, adorémosle! (Juan Pablo II 3).
Gracias a estos textos custodiados sabiamente por la Iglesia, la Navidad ha llegado hasta nosotros en el tercer milenio, despertando esperanzas, el cultivo de las virtudes cristianas y el gozo con que su conmemoración estremece desde el más niño al mayor anciano y desde el más creyente al mayor agnóstico.


Notas
1. Realmente nos separan desde la noche de Belén hasta hoy 2021 o 2022 años, pues la referencia al rey Herodes permite fijar el nacimiento de Jesús hacia los años 5 o 6 a. C., ya que Herodes, llamado el Grande, rey de todo Israel dominado por los romanos, gobernó durante los años 37-4 a. C./ Pero el calendario actual, por un error de cálculo, colocó el comienzo de la era cristiana varios años más tarde.
2. Fue José Luis Martín Descalzo en su libro Vida y Misterio de Jesús de Nazaret. Tomo I, p.119.
3. Localizar el Magníficat y el canto de Zacarías en el Evangelio de San Lucas, Cap. I, 46-55 y 68-79.
4. Las palabras de Simeón se conocen como “El Nunc dimitis”, que son los primeros vocablos de su versión latina y significan: “Ahora puedes dejar ir” (Lc 2, 29-32).

Obras citadas

  • Juan Pablo II. “Mensaje Urbi et Orbi en la solemnidad de la Navidad”. 25 de diciembre de 1998. L’Osservatore Romano No. 1. 1ero de enero de 1999. P. 3.
  • Martin Descalzo, José Luis. Vida y misterio de Jesús de Nazaret. Tomo I. Salamanca: Editorial Sígueme, 2004. Impreso.
  • San Lucas. “Evangelio de San Lucas”. Biblia de Jerusalén. Bilbao: Editorial Española Desclée de Brouwer, S.A., 1976: 75-117. Impreso.
  • San Mateo. “Evangelio de San Mateo”. Biblia de Jerusalén. Bilbao: Editorial Española Desclée de Brouwer, S.A., 1976: 7- 50. Impreso.
  • Santos Otero, Aurelio de. “Introducción general” Los Evangelios apócrifos. Madrid: Editorial Católica, 2005. Impreso.

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Dr. Antonio J. Aiello is a faculty at the College of Charleston, SC. He also has taught as visiting assistant professor at Oregon State University, graduate associate teaching in the University of Arizona and New Mexico State University, adjunct faculty at Pima Community College in Tucson, Arizona,assistant professor at University of Kabul, Afghanistan and assistant professor at University of Camaguey, Cuba. He has taught Spanish language as second language in basic, intermediate and upper levels; Spanish and Spanish American Literature, and Hispanic Linguistics since 1977 to students from various countries from America, Europe, Africa and Asia.
His formation began in the Higher Pedagogical Institute “José Marti” in Camaguey, Cuba as a Bachelor in Spanish and Literature. He got his Master in Latin American Studies in the University of Camaguey. Later he took different courses about Semiotic and Theory of Information with the University of Valencia, Spain, and University of Oriente, Cuba. Finally he got his Ph. D. in Spanish at the University of Arizona, with a major in 20th - 21st centuries Spanish American Literature, and two minors in 20th – 21st centuries Spanish Literature, and Hispanic Linguistics.
His researches have been related with the Postmodern Literature, the Spanish and Spanish American Literature, the literature in the cinema, the Hispanic Linguistics and the process of languages acquisition,. Their results have been presented at various international events and at various universities and associations in the United States. He is also author of the book Presencia de la episteme posmoderna en el discurso narrativo hispanoamericano de los umbrales del siglo XXI: Carlos Fuentes Macías, Mario Vargas Llosa y Leonardo Padura Fuentes, and some textbooks for the Spanish as second language teaching. Besides, he has published several articles with the results from his investigations. Furthermore, he has collaborated with publishing house like Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, John Wiley and Sons, Inc.; Hispania a Journal of AATSP; La gota de agua, Philadelphia, PA. and the journal Mexican Studies/Estudios Mexicanos of The University of California Institute for Mexico and the United States, and the Universidad Nacional Autonoma de Mexico’
His current research focuses on postmodern Spanish American Literature about narrators as Zoé Valdés, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa and Leonardo Padura. He expects to fulfill soon some books called Lezama recipe book, The Postmodern Narrative from Zoé Valdés and The postmodern narrative in Cuba. A reality: Leonardo Padura.

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