Tuesday, December 17, 2013

Crónica: Teresa de la Peña (por Waldo González López)


Como otros amigos, nunca pensamos que nos faltaría. Porque siempre Mayra y yo la sentíamos viva, a pesar de que cuando partimos de la Isla, en julio de 2011, desde tiempo atrás ya andaba mal de salud, pero no nos atrevimos a bajar los dos pisos que nos separaban de ella en el edificio de Infanta y Manglar, en El Cerro, porque hubiera sido mucha la pena y la tristeza, al saber que no nos veríamos más. Ya ella tenía bastante con su viejo cansancio por tantos aportes a la genuina cultura cubana. 


No poco hizo su más talentosa discípula: la excelente trovadora y compositora Liuba María Hevia, quien siempre luchó, en conciertos, programas de TV y vídeos, por resaltar la creación musical de Teresita para la infancia, así como la poeta y narradora Olga Lidia Pérez, quien la invitaba a la Bienal Identidad, evento creado por ella en su natal poblado de Jarahueca, en Sancti Spíritus, en homenaje a su talentosa hermana, también discípula de Teresita: Ada Elba Pérez (1961-1992), fallecida a los 30 años. 


Asimismo, Mayra y yo batallamos porque se le reconociera su gran aporte a la música y el cancionero para niños —al nivel del realizado, en otra época y dimensión, por dos grandes figuras: la compositora Gisela Hernández y la poeta y ensayista Mirta Aguirre— y a la poesía cubana con la publicación, en el caso de Mayra, de su excelente poemario para adultos Arco tenso, que tuvo dos ediciones (ambas con selección y prólogo suyos, carta-prólogo de Fina García-Marruz y Cintio Vitier e ilustraciones de la destacada artista plástica cubana Flor Fong): la primera por Sed de Belleza Editores (Santa Clara, 2000), y la otra de conjunto con esta y con Ediciones Mecenas (Cienfuegos), en el 2003. 

En su prólogo, titulado «Arte de silencios», Mayra, certeramente, apunta:
Al adentrarnos en sus poemas, nos identificamos tanto con la autora, que aun quien no la conozca —algo casi imposible—, lo hará definitivamente al leerlos, porque están signados (como una característica primordial) por un elevado tono confesional, autobiográfico, humanísimo.

Por esa misma condición de summa poética vital, Teresita ha reunido estos versos en varios cuadernos que se complementan, pues tienen como línea temática particular la naturaleza, la vida cotidiana, y como hilo conductor la presencia de Dios, pero no el enclaustrado en iglesia alguna, sino el suyo propio, el que se remonta a los orígenes, el que se unió a los pobres y murió por ellos, un Dios telúrico —como ella—, humilde, que comparte sus penas y alegrías, sin «religiosidad» a ultranza.

Su Dios le permite encontrar lo bello en un «basurero a la luz de la luna» —algo insólito para quien no posea la sensibilidad de la creadora—, o a descubrir «horizontes de fuga / en la quieta belleza de un árbol». Esa belleza, para ella, «tiene alas de paloma / azul de noche y luna clara».

Pero es la soledad el leitmotiv que resalta en sus versos. Espíritu contradictorio el de Teresita, que reclama aquella aunque no puede —ni quiere— tenerla a su lado. Ella se identifica a sí misma como «un caracol pequeño / en la concha». Sin embargo, entra en pugna con «el corcel salvaje de mi alma», y esta, que pide «el lenguaje menor del silencio», también grita que «la soledad me deja sin espejo».

Mas esa soledad «tiene en su centro / tanto pájaro alegre, / que la casona abandonada / abre a Dios la puerta». Y con esa misma «sed de Dios» —que siempre la acompaña— asume la vida que se respita en sus profundísimos poemas.
 
Y para corroborar estas palabras, aquí están dos de esos hondísimos textos poéticos de Teresita:
DESPRENDIMIENTO Y BÚSQUEDA DE DIOS

Me escapo,
digo adiós a mi calle,
a mi librero,
al beso.
Mi madre suelta palomas a distancia.
Asombrada de mi fuga,
oteando solo a Dios
como un pasajero indaga el tren de su destino,
estoy en arco tenso, esperando.


OTRA SOLEDAD

Soledad, piedra,
rama rota,
mariposa mía.
En ti se alza
la voz de Dios
como la estrella vespertina.
Mi canción hiende tu aire,
como una rosa fulgurante,
herida.
Soledad, viento gris,
hielo infinito.
Aletea mi canción en ti.
Oratorio sin mancha
de mi grito.

Y no podía faltar su invaluable homenaje a su eterna amiga: la guitarra su hermoso poema que, siempre fraternal, nos dedicara:
HONDÍSIMA, TE AMO

                       A mi guitarra
                       A Waldo y Mayra

Hondísima, te amo,
te beso y bebo aromas
de bosques olvidados,
es mar profundo
tu nácar lúcido enterrado,
el tiempo se detiene
en el marfil del clavijero,
y con seis mariposas de luz
de vuelo atado,
ardes también, brasa cautiva.
Riela el dolor
sobre tus cuerdas de fulgor gastado,
y se alza la canción.


En mi caso, publiqué en 1995, por la tunera Editorial Sanlope El Gatico Vinagrito y otras canciones, que, al reunir todas las compuestas y cantadas por la perdurable trovadora, inaugurara la Colección Vinagrito de dicha casa editora, y en 2003, de nuevo por la cienfueguera Mecenas, Como una flor, y nada más…., pero esta ocasión en una antología mínima cuya edición —ilustrada por el talentoso Vladimir Rodríguez— se debiera a la gestión del también destacado poeta René Coyra, quien asimismo editara las dos de Arco tenso
 

Creo que una buena forma de recordar a nuestra querida «Tere» —tal siempre la llamamos Mayra y yo— resulta transcribir mi prólogo («Teresita, la ternura») a la cuidada edición de Como una flor y nada más…, porque en estas breves palabras, traté de ofrecer el conjunto de virtudes que adornaron a este ser casi sobrenatural, por su extrema modestia y su legitimidad como artista, cuya completez aún nos asombra a sus más cercanos, esa que llevó a afirmar a otro de los más originales creadores cubanos: el grande Samuel Feijóo, que su genuina voz «suena como pájaro temprano en las primeras sombras; luz de la vida fiel».
Esta mujer llena de dulzura y amor por los humanos, posee ese don especial que la distingue y convierte en Reina y Hada del inolvidable e inconfundible País de la Infancia.

Sí, porque Teresita Fernández resume en su carismática personalidad esa ternura sin comparación, propia de los seres que, por haberlo vivido todo en apenas un puñado de años —como quien vuelve del más largo viaje— perdona las faltas ajenas y premia a quienes más aportan a la felicidad de lo mejor de la especie humana: la niñez, centro irradiador de alegría y esperanza, fuente de energía y amor.

Auténtica como ninguna otra, amorosa cual madre buena, única en su arte de entrega esencial, la poetisa-trovadora-compositora ha creado una obra excepcional para niños y adultos en estas tres vertientes. Con ellas descuella en el ámbito hispanoamericano, según se ha evidenciado en giras por España, varios países latinoamericanos y, por supuesto, Cuba, donde es —quién lo duda— la más célebre e importante figura en dichas expresiones literario-artísticas.

Teresita cumplió recientemente sus primeras siete décadas de vida. Qué mejor regalo podemos ofrecerle, junto con la publicación de una antología de su formidable obra poética —preparada por Mayra Hernández Menéndez y publicada por la villaclareña Ediciones Sed de Belleza, dedicada a la poesía de los jóvenes— volver a regalarle este ramillete de sus canciones para niños.

Y digo volver, porque ya en 1995 me tocó en suerte, con el apoyo de la tunera Editorial Sanlope, publicar las más populares y, de hecho, conocidas en El Gatico Vinagrito y otras canciones, que inaugurara, por lo demás, la Colección Vinagrito. 

Pero aún antes, en 1989, bajo la advocación de un lindo y loco proyecto de breve pero eficaz vida que asumiera el entusiasta colega Enrique Pérez Díaz, bajo el sello creado por él, en la Colección Para un Príncipe Enano y con el apoyo del Ministerio de Cultura, yo colaboré, en el frontispicio de dicho homenaje, con una décima dedicada a Teresita y un prólogo sobre ella y su inolvidada Peña del Parque Lenin, en Porque tenemos el corazón feliz, primer esfuerzo editorial por divulgar sus antológicas canciones una y otra vez esperadas y cantadas por sus seguidores de siempre: los niños de 0 a 100 años. 

Por todo ello, ya está aquí de nuevo con ustedes «oidores», «cantadores» y lectores sin edad, la más joven de nuestras mejores poetisas y compositoras: nuestra incambiable Teresita Fernández.
 (En La Habana y septiembre 10, del 2000).

Ese prólogo (en realidad, la mencionada crónica: «Una voz, una guitarra», publicada en una edición de El Caimán Barbudo del ya lejano 1967) otro homenaje a la ¿desaparecida? Teresita, lo transcribo a continuación:
Guitarra que irrumpe en el azoro cubano de hoy con la música vasta, imprevisible de un azar uncido a la autoctonía y la tradición, ya inextinguibles en su fulgor de todos los días. 

Canto puro de verso verdadero, sencillo, como quien dice único en el ocaso del camino jamás pasajero. Voz quebrando entre las horas de luna y plaza el silencioso vuelo de las falenas olvidadas que vuelven del misterio en pos de la memoria.

Uno y tantos privilegios en esta mujer que versea el mistral desde Gabriela, venteadora chilena y universal. Que canta a Martí desde el rumbo de su pecho —pecho y marfil— aleteando tras los pasos del Maestro.

Teresita Fernández. Decidora serena, hablante de dulzuras, dadora de lo hermoso, oficiante de ternura; juglar que trampea el dolor en los senderos de su voz. 

Esta mujer que cada domingo de infancia deviene niña entre los niños de su Peña, cuando cristalina reclama «Dame la mano y danzaremos; / dame la mano y me amarás», sabe que allí y por ella —pequeños y adultos— «como una sola flor seremos, / como una flor y nada más…»

Ese volverse flor entre flores ante su voz y contra su guitarra de cuerdas dichosas de melancolía y llama; aquella apacible posesión a que somos sometidos por esta mujer-poesía sólo es posible por la inevitable gracia de su inviolado cantar, límpido como el izaje del alba.

Pero esa savia suya —y ya nuestra en la senda de su voz— viene de antiguo: desde el rumoroso acunar de su madre y el suave, cuidadoso tacto de las jardineras manos paternales. Desde su inexorable amor a los niños, quienes —deslumbrados por la joven maestra en sus días primeros, infinitos de esplendores, aulas y versos— retornan en sus tantas canciones. Y aún: desde sus poemas de sensible muchacha amando heroicas sangres, soñando tolvaneras de esperanza en ciegas tardes.

Acaso una mirada alucinada a los pájaros que nunca retornan, aquellas manos incendiadas en leyendas sin historia o ese gesto ante la prístina luz de un niño; quizás el cantar profundo y nítido —como vuelo de alondra— a las cosas más queridas, ciertos versos que siguen amándose entre tantos que se olvidan…
(1967)
Y en esos últimos meses de 2011, a pesar de que ya casi no salía ni a homenajes, nunca la imaginamos como debe andar ahora en otra dimensión, con su poética animalia y sus niños de varias generaciones, que seguirán tras sus inolvidables canciones, tal otra flautista de Hamelin. 

En esa dimensión, debe estar ahora actuante, recibiendo contenta a los que se le acercan a hablarle y pedirle que les cante alguna de sus clásicas canciones, siempre con el obligado cariño y admiración, tal hizo este poeta-cronista en el lejano 1967, cuando la «descubrió».


Tras aquel lógico deslumbramiento en su incambiable Peña del Parque Lenin (que conducía junto al narrador oral y poeta Francisco Garzón Céspedes) la visité en su humilde vivienda —ubicada sobre su querido «Basurero», como cantara en una de sus clásicas canciones ¿solo para niños?—, entregada por las monjas del asilo de Santovenia, en el propio Cerro—, donde era visitada por artistas y teatristas españoles, trovadores cubanos y latinoamericanos, como por un sinnúmero de vecinos y fans.

Entonces ni ella, ni Mayra ni yo imaginábamos que muchos años después, seríamos vecinos en Infanta y Manglar, ni que ella viajaría a otra dimensión, la de los inmortales.

Sí, porque solo semanas atrás, mientras yo me recuperaba en un centro de rehabilitación, tras una delicada operación en el Palmetto Hospital, Mayra y yo supimos de su inesperado fallecimiento, ocurrido el lunes 11 de noviembre en La Habana, a los 82 años, casi cercano a su aniversario 83 de nacimiento (el 20 de diciembre).
 
Teresita Fernández se fue y debe andar por el Olimpo de La Poesía, La Trova y La Música, donde residen los pájaros de la felicidad, quienes la acompañan siempre fieles. 

Porque ella era, es y será como Barbarito Diez y El Benny, como Fernando Álvarez, José Tejedor, Roberto Sánchez y Senén Suárez, entre otros infaltables de la música popular cubana, cuya memoria se mantiene viva en sus canciones. Por tanto, por todo, escribí muchos años atrás esta décima-homenaje que, incluida en varios de mis poemarios, ofrezco ahora a los ciberlectores de mi columna de los martes en el blog Gaspar El Lugareño.
TERESA DE LA PEÑA

                      A Teresita Fernández

Sueño que vuelve de antaño;
fiero esplendor de la rosa;
magia en yagruma amorosa,
toda verdad contra engaño.
Sol en el musgo: peldaño.
Piedra y guitarra: belleza
de honda y oscura fijeza.
Ritmo que vibra y se trunca,
canto de siempre y de nunca.
Vida como himno: Teresa.

UN TEXTO INÉDITO DE TERESITA

Para concluir este sencillo pero sentido homenaje, quiero ofrecerles, estimados ciberlectores, lo siguiente: tres fragmentos, en tono de respuestas, para una entrevista que no se publicó en ese momento, pero que años después serían muy divulgados en la prensa escrita.

Desde que nos mudamos, el mismo día que ella, para Infanta y Manglar, y durante sus últimos años, «Tere» se nos unió aún más por varias razones: éramos en el edificio sus más cercanos amigos y, como era lógico, también sus confidentes y, conocedora de la seriedad de Mayra como dedicada y destacada editora, le legó su papelería que, de no haber sido así, la habría perdido, porque con su imborrable humildad, nunca previó cuánto valdrían aquellos originales garabateados, escritos rápidamente, casi al desgaire. 

En aquel texto sin fecha (con logotipo de la Radio Cubana), escrito de su puño y letra (como se corroborará en la fotocopia adjunta), la cantautora ofrece datos que parecen dirigidos a un presunto entrevistador, y que corroboran el lugar predominante que ella le daba a su creación para la infancia:
1. Porque ese fue el destino que le dieron a mis canciones, pero son para todos los que afortunadamente no olvidan al niño que llevamos dentro. Tengo más canciones de las otras, pero no me arrepiento de haber cantado para los niños. Ellos han crecido y son hoy padres y abuelos. Ése es mi mayor premio.
2. Cuando eres sincera y un poco niña sí, porque ellos captan el amor y la ternura mejor que algunos adultos y porque los temas de la Naturaleza responden a sus intereses. Desdichadamente, hay quien subestima este trabajo, porque requiere un gran desinterés de orden espiritual, ético y estético.
3. Que no soy tan buena, ni tan mala, como decir: solo un ser humano con un deseo inalcanzable de perfección. Detrás de cada canción hay una anécdota, un cuento, una versión poética de los caracteres de algunos animales, que pueden servir a los maestros como medio auxiliar. Yo me defino como una maestra que canta, acordándome del discurso «Los maestros ambulantes», de José Martí. 


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Liuba María Hevia canta Lo feo



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Waldo González López. Poeta, ensayista, critico teatral y literario, periodista cultural. Publica en varias páginas: Sobre teatro, en teatroenmiami.com, Sobre literatura, en Palabra Abierta y sobre temas culturales, en FotArTeatro, que lleva con la destacada fotógrafa puertorriqueña Zoraida V. Fonseca y, en el blog Gaspar, El Lugareño.  

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