Tuesday, June 12, 2012

(desde el estudio de Viera) Limpia

Foto/Getty Image
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Limpia


por Félix Luis Viera


Después de aproximadamente 20 años sin verlo me encontré con el Lyly, en julio de 1980. Seguía como cuando adolescente, la barriga tenue y arqueada echada hacia delante, los hombros caídos, los ojos como rayitas marrones. Sólo que ahora, un poco más grueso o menos flaco, llevaba un sombrero rojo de pachanguita bajo el sol del verano cubano. Estábamos en la limpia de caña, o para decirlo con más certeza: acabábamos de desembarcar, él en un camión, yo en otro, en el albergue destinado, en las remoteces de los campos villareños.

Era julio, ya lo dije, la tercera decena del mes, período en que ya recordarán los que recuerdan y deberán recordar los que no han vivido las glorias cubanas, se celebraban los carnavales revolucionarios para honrar la fecha insignia de Fidel Castro, el 26 de Julio.

Por segunda ocasión en fecha semejante, me habían mandado por una semana para la Limpia de Caña; para quienes no sepan lo que es: darle machete bajo un sol terrible y a expensas de las lluvias de verano a las yerbas que impiden la graduación final de unas cañas ya bastante desarrolladas. 

Me había mandado para la limpia de caña, otra vez, la jefa económica de la sectorial de cultura de Villa Clara, quien era además la Secretaria del Núcleo del Partido Comunista. Pero quien me había comunicado que yo había sido elegido fue, como debía ser por ley, Lolita, la secretaria de la Sección Sindical, quien me aclaró por segundo año consecutivo: “Es que dice ella que debes ser tú...”.

El lunes, a las 6 de la mañana, cuando estábamos tomando los camiones para partir, allí en Tristá y Parque, vi, casi escondida diría detrás de un poste de la luz, a Juanita, la secretaria del Sindicato Municipal de Trabajadores de la Cultura; la vi en el momento en que miraba hacia el camión, justamente hacia mí, y anotaba en una carpeta. Estaba comprobando-anotando mi Asistencia.

El Lyly, amigo de aquel barrio de la infancia, me contó que trabajaba en un hotel de paso (en La Habana, una “posada”), y me instruyó muchísimo sobre las artes, los trucos de su oficio.

Al mediodía el jefe de brigada —siempre había un jefe de brigada— dio un discurso sobre la necesidad de limpiar esos campos de cañas aun dentro del feroz calor de julio y se lamentó de que los allí presentes no pudieran disfrutar del fin de semana del carnaval (el tiro sería de lunes a lunes), pero la patria...

—¿Te acuerdas del viejo Urbano, de allá del barrio...?

Me preguntó el Lyly caminando hacia al albergue.

—No...

—Pues ese cotorrero que estaba hablando es hijo de él... Sé que le encanta ser jefe de brigada pa´ no pinchar duro.

Había dicho el hijo del viejo Urbano que empezaríamos a trabajar por la tarde.

—Te veo un poco apendejado —Me dijo el Lyly ya en el camión, con destino al primer campo de caña. Yo más bien estaba deprimido: me habían mandado para la limpia de caña en el momento en que estaba puliendo un libro de cuentos.

Cuando bajamos del camión el Lyly fue hacia un árbol cercano y cortó dos ramas para hacer su garabato y el mío, aclaró. Para los que afortunadamente no saben lo que es un garabato: un utensilio de palo, con la punta en forma de gancho con la cual se agarra la yerba con la mano no diestra, tratando de que forme un mazo, para enseguida cortar ese mazo de un machetazo con la mano diestra.

Por mucho afán que ponía jornada tras jornada, no lograba terminar mi surco junto con los primeros que llegaban al otro lado, el Lyly incluido. Me resultaba muy difícil avanzar, sobre todo porque en uno y otro sitio del surco había agua acumulada de las lluvias constantes y las botas se encharcaban, me hacían resbalar, amén de que las cañas estaban muy altas y el calor sacaba chorros de sudor en medio de la soledad asfixiante del surco.

El jueves por la mañana, mientras nos tomábamos la leche evaporada del desayuno, comenté lo anterior con el Lyly. Pareció asombrarse.

—No, no, no... —me dijo–. Eso no es así...

Me llevó afuera del comedor.

—Tú sabes que tú y yo somos ekobios desde chamacos... Mira...

En eso pasó muy cerca el hijo de Urbano y el Lyly se quitó el sombrerito rojo de pachanga e hizo como si me lo estuviera enseñando.

–Tremendo singaíto... —Dijo cuando ya el jefe de brigada no lo podía escuchar. Y retomó el tema interrumpido.

—Eso no es así... Mira, cuando tú llegas a las partes del surco donde están los charcos de agua, caminas por la orillita y cuando llegas adonde ya no hay agua sigues cortando la yerba...

—Pero Lyly... entonces se quedan con la yerba todos esos plantones de caña que están en el agua...

—Bueno... ¿pero tú te imaginas el catarro que puede coger uno si se mete y se mete en esos charcos de agua?

—Pero Lyly... ¿No te parece que eso es un fraude, un engaño?

—Pues chico... eso depende de como tú lo veas

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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la literatura de su país. Sus creaciones han sido traducidas a diversos idiomas y forman parte de antologías publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal recibió varias distinciones por su labor en favor de la cultura. Fue director de la revista Signos, de proyección internacional y dedicada a las tradiciones de la cultura. En México, donde reside desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos con artículos de crítica literaria, de contenido cultural en general y de opinión social y política. Asimismo, ha impartido talleres literarios y conferencias, y se ha desempeñado como asesor de variadas publicaciones.

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