Érika
Llevaba un pulóver azul cielo de tela más bien gruesa y mangas cortas que en ocasiones usaba para dormir y le llamó la atención cómo algunos dependientes y dependientas dejaban la vista fija por instantes en sus manos y antebrazos cuando los tenían al alcance de la mirada, debería ser por su blancor, o su tipo de blancor, pensó, y, como antes ciertos transeúntes, ahora estos dependientes y dependientas se detenían, más que a mirar, observar sus ojos por unos momentos, como si el nivel de la impresión les anulara la prudencia. Vio allí en el centro de la ciudad, por primera vez en su vida, en haces, cuánto abundaban las mujeres de culo alzado. [Su mail: “… como las cubanas, roble, pero dime si de a deveras el mío no será tan alzado, pero también tiene lo suyo en ese aspecto, y de pilón, es de líneas perfectas o casi. ¿O a poco no?”].
[En el penúltimo probador sintió de nuevo el mareo. Según su cuenta, debía ser el último si consideraba cuánto tiempo había transcurrido desde que tomara la píldora que, según me había prevenido, enfática, sería la última —“Voy a entrarle a esa novedad de los parches, cachorrito, por mucho que no te gusten, voy a entrarle, es lo menos invasivo si te pones a ver. Voy a entrarle aunque sigas con el rollo de que es el adorno más horroroso que pueda mostrar un cuerpo de mujer. Y en cuanto tenga el tiempo y la lana, voy a que me hagan la cirugía… Y ten huevos y exígeselo a la aborigen, que todavía estará soñando con tener escuincles contigo… Y ahí va de nueva cuenta, cachorrito: tu falta de vista larga: hace siglos debiste pasarte por el bisturí ya que andas de gitano metiéndola aquí y allá y buscándole broncas a una…].
[Luego de aquella tarde en que se sintió “ardorosa” conmigo, elevó el ritmo hasta lo imprevisible. Noches completas o trozos de anocheceres o de madrugadas o de amaneceres en el Hotel Revolución —conforme mis obligaciones en el periódico— desayunos, comidas, meriendas en este y otros sitios para abreviar los tiempos —doble o quizá triple gasto; aun tambaleándose sus ahorros; desechados (“por el momento”, me aclaraba), sus propósitos de apoyarme con lana para que yo me desentendiera de “la aborigen” y terminase de escribir “en su seno” Un mariachi viejo. “Y que te quede claro, papacito: si yo te ayudo para que escribas la novela, es porque amo el arte; la otra te ayuda por puta que es” ].
[Su mail: “Cachorrito, siento que las vísceras se me corren de un lado a otro, como si se estuviesen intercambiando los puestos. Híjole, ¿será el calor de esta tierra? Te lo puedo jurar... Mi panochita se me está derritiendo, manito”].
[Su mail: “Qué trabajo cuesta ser leal con la carne, cachorrito, ahora lo entiendo].
[Su mail: “O sea güey que esta noche si no tienes que ir al periódico ni jalar con la escritura de tu gran novela, Mariachi viejo, y cuando la indita esté dormida vamos a darnos otra cogida telefónica… Se me están incendiando las hormonas…, tengo aquellito con la luz roja fija”].
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Félix Luis Viera (El Condado, Santa Clara, Cuba, 19 de agosto de 1945), poeta, cuentista y novelista, es autor de una copiosa obra en los tres géneros.
En su país natal le fue otorgado el Premio David de Poesía, en 1976, por Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia; el Premio de Novela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1987, por Con tu vestido blanco, que recibiera al año siguiente el Premio de la Crítica, distinción que, en 1983, le fuera concedida a su libro de cuentos En el nombre del hijo.
En 2019 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”, auspiciado por varias instituciones culturales cubanas en el exilio.
Su libro de cuentos Las llamas en el cielo retoma la narrativa fantástica en su país; sus novelas Con tu vestido blanco y El corazón del rey abordan la marginalidad; la primera en la época prerrevolucionaria, la segunda en los inicios de la instauración del comunismo en Cuba.
Su novela Un ciervo herido —con varias ediciones— tiene como tema central la vida en un campamento de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), campos de trabajo forzado que existieron en Cuba, de 1965 a 1968, adonde fueron enviados religiosos de diversas filiaciones, lumpen, homosexuales y otros.
En 2010 publicó el poemario La patria es una naranja, escrito durante su exilio en México —donde vivió durante 20 años, de 1995 a 2015— y que, como otros de sus libros, ha sido objeto de varias reediciones y de una crítica favorable.
Una antología de su poesía apareció en 2019 con el título Sin ton ni son.
Es ciudadano mexicano por naturalización. En la actualidad reside en Miami.