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Friday, December 7, 2018

Obispo cubano vs. Obispo extranjero (por María del Carmen Muzio)

Nota del blog: Sección semanal, a cargo de María del Carmen Muzio, dedicada a la historia de Cuba.


Obispo cubano vs. Obispo extranjero(1)



Desde los dos últimos años espinosos del siglo XIX, un grupo de patriotas trató de lograr el nombramiento de un obispo cubano. No era un capricho de los independentistas, estaban conscientes de que el nombramiento por el papa León XIII de un obispo criollo representaría un tácito reconocimiento a la nacionalidad cubana.

Durante la Guerra del 95 la mayoría de los sacerdotes nativos colaboraron con la independencia; en cambio, el obispado de La Habana, hasta el momento, siempre lo había ocupado un sacerdote español. En este difícil período lo ocupó el controvertido mons. Santander y Frutos con su actitud fluctuante. Por una parte, entregó prósperas parroquias a los curas gallegos, y «se condujo con tanta falta de tacto que en Roma se conserva un abultado dossier de todo tipo de quejas en su contra»(2). Y por otra, sostuvo durante muchos años un hospital para niños huérfanos. Una de sus actitudes contradictorias fue la sostenida ante las detenciones por Weyler de los sacerdotes colaboradores del independentismo. Como peninsular al fin, Santander no aprobaba la insurrección, sin embargo, cuando se trataba de salvar alguna vida, honraba su mitra. Así sucedió en el caso de Gabriel González en Camajuaní, cuyo párroco pedía la conmutación de la pena de muerte, y Santander intercedió ante Weyler. Después lo haría por mons. Arocha, procesado y condenado a muerte:
Santander en cuanto fue avisado se presentó ante el General Weyler para que fuese conmutada la pena y el Gobernador General aceptó con la condición de que saliera expulsado de La Habana en el primer buque que zarpara del puerto.
El Obispo llamó al Padre Arocha y le trasmitió la sentencia, pero este la rechazó rotundamente.
Nos llama la atención la condescendencia del Obispo y de Weyler, porque el primero abogó para que el Padre se quedara bajo su tutela en el Obispado, sin poner un pie en la calle y trabajando en asuntos burocráticos hasta que pasara el temporal; y el segundo, aceptó la propuesta del Obispo.
En septiembre de 1896, el padre Arocha estaba de nuevo en su Parroquia de Artemisa, atendiendo a sus parroquianos, sirviendo a los 8000 reconcentrados de aquel pueblo y pasando información, medicinas y alimentos a los insurrectos. Cuando el General Maceo cayó en combate en Punta Brava, el Padre Arocha recibió una porción de tierra empapada en la sangre del General Antonio(3).
El Papa León XIII sustituye al español Santander por el italiano Donato Sbarretti, lo que crea malestar dentro del laicado cubano. Una comisión se dedicó a proponer a Luis A. Mustelier y Galán(4).

La coyuntura se ofrecía por la retirada del obispo español. La batalla por el obispo cubano contaría con grandes mambises y colaboradores independentistas, entre ellos, Magdalena Peñarredonda, quien fuera La Delegada del Partido Revolucionario Cubano en la zona de Vuelta Abajo. Por ello, le escribe al Generalísimo Máximo Gómez, cuya respuesta viene en una carta que lamentablemente se conserva trunca:
Por eso no hay que tener miedos ni a Poder interventor ni a nadie, ni a Dios al que menos, pues ese Gran Poder oculto, siempre está al lado de los hombres que reclaman el derecho y la razón – «Y dijo Jesús, menos hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti». Y digo respecto a este asunto lo que dije un día en plena guerra. «No hay que temer fuego y sangre y tea que España y quien sabe quién más siempre serán responsables de tanta desolación y ruina». Y a propósito de eso no olvidemos que el Señor Padre Santo derramó sus bendiciones sobre los Ejércitos de Weyler.
No hay que tener, Señora, ya en Cuba pueriles miramientos. El Papa y Ibarriti [sic.] serán siempre los responsables si no ceden de todo el cisma que pueda surgir en Cuba.
Si me quedara solo, solo gritaría de lo más alto de un pico de esta tierra cubana «Atrás, fuera la usurpación extranjera».
Con todo mi afecto respetuoso
B.SS. pp.
13 M/900 M. Gómez(5)
El Generalísimo se refería al italiano Domingo Sbarreti, recién nombrado por el Papa, para sustituir a Santander. Los cubanos reunidos en Comisión para abogar por un obispo cubano defendían la proposición de Luis A. Mustelier entre los que figuraban también como proposiciones los padres Dobal y Arteaga (este último tío del futuro primer cardenal de Cuba). Famoso Mustelier además, por sus dotes oratorias, vuelto de su destierro, ya el 30 de septiembre de 1898, había enviado lo que se conoce como la «Exposición dirigida al clero de Cuba, al Presidente de la República en armas, ciudadano Estrada Palma» de la cual ejemplificamos con dos párrafos:
Las mismas razones, M.H. Presidente, que ha tenido el pueblo cubano para levantarse en armas, las tiene el Clero Nativo, para no querer depender ya jamás del Clero Español: no por soberbia ni rencores; sino porque de ese Clero no hemos recibido más que vejámenes, en castigo del inmenso amor que siempre hemos profesado a este pedazo de tierra en que nacimos y sed insaciable de su Libertad e independencia, sucumbiendo unos, como los Esquembres, bajo el plomo mortífero, y expulsados los otros al destierro, como los Varelas, Santanas, Dobales, Castillos, Hoyos, Arteagas, Fuentes, Castañedas, Claras y… tanta muchedumbre de sacerdotes cubanos, por el horrendo crimen de haber pensado con la cabeza y sentido con el corazón del noble pueblo cubano.
Hecha por España la renuncia con todos sus derechos de su soberanía sobre la Isla, a los Estados Unidos, para establecer en ella el Gobierno Libre e Independiente a que se obligaron, gobierno que no puede ser otro que la República Cubana, a ésta incumbe el derecho de rechazar a un Clero que le sea hostil o haya exhortado a hacer armas contra los hijos del país y sus aliados, teniéndoles por enemigos declarados y malditos ¡a pesar de ser sus diocesanos!(6)
En 1900 se emprende una nueva campaña a favor del obispo cubano para la Isla liberada. Mustelier redacta un escrito al Papa el 15 de julio de 1900 en que se pide sustituya a Sbarretti y la firman, por supuesto, el propio Mustelier, Dobal, Marrero, Arocha, y muchos más hasta llegar a 17. Se rechazó el nombramiento del italiano al que se le llamó «el obispo impuesto» con la creación de un «Comité Popular de Propaganda y Acción» más una proclama aparecida en el periódico La Discusión.
Entre otros la firmaban Salvador Cisneros Betancourt, el general José Lacret Morlot, Diego Vicente Tejera y la notable patricia de Vuelta Abajo, Magdalena Peñarredonda(7).
Abogaban por una Iglesia Nacional Cubana que tuvo sus detractores en El Diario de la Marina. Opuesto el Generalísimo a manifestaciones contrarias a la llegada de Sbarreti al puerto de La Habana, el «Comité de Propaganda contra el Obispo Extranjero» lo secundó al manifestarse también en contra a estas, en un documento también firmado «en esta ocasión por Máximo Gómez, Salvador Cisneros Betancourt, el general Lacret y Magdalena Peñarredonda y otros»(8). Pero continuarían los antiguos mambises y patriotas apoyando la candidatura de Mustelier en el periódico La Discusión, donde firmaban los mencionados anteriormente además de la inclusión de Agustín Cebreco, Méndez Capote y, lo más significativo, «doña Leonor Pérez, la madre de José Martí»(9). Incluso dicha Comisión, «entre quienes estaban Salvador Cisneros Betancourt y Magdalena Peñarredonda llegaron a entrevistarse con el obispo para hacerle entrega de una comunicación en que se exponían las razones del Comité en contra de su designación en la diócesis de La Habana»(10).

A pesar de esto, si la Santa Sede no se decidió por ofrecer la mitra habanera a un nacional, puede deberse, entre otras consideraciones, a que «Mustelier y Dobal eran acusados –al parecer, con fundamento– de vivir en concubinato; de don Ricardo Arteaga no se afirmaba tal cosa, pero era acusado de tener ideas liberales y de ser masón»(11).

Nuestros mambises habían llevado en sus sombreros una cinta amarilla con la medida exacta de la Virgen de la Caridad, la virgen autóctona, nacional y criolla, que con su fe contrarrestaba los pendones españoles con la Virgen de Covadonga. Y Antonio Maceo había llevado en sus ropas, regalo de doña Mariana, una imagen de la Virgen de la Caridad, de la cual los historiadores que han dado testimonio –Fernando Ortiz, Olga Portuondo, Emilio Cueto– no se han puesto de acuerdo si era en forma de medalla (metal) o escapulario (tela). Además, en los campos insurrectos se había cantado la copla:
Virgen de la Caridad
Patrona de los cubanos
Con el machete en la mano
Pedimos la libertad.
En 1898 el general Calixto García había enviado a su general Agustín Cebreco a ofrecer una misa de agradecimiento a la Virgen en El Cobre, con la bandera que ondeara en los campos mambises colocada en el altar. Resultaba muy natural entonces que este proceso tuviera muy clara su intención, tanto del clero como de los laicos, por lograr el reconocimiento de la cubanía. No obstante, habría que esperar algunos años para que fuera nombrado un obispo cubano.



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  1. El texto forma parte de la investigación Magdalena Peñarredonda: una cubana insurrecta de la autora del mismo.
  2. Manuel P. Maza, s.j.: El clero cubano y la independencia (Las investigaciones de Francisco González del Valle) (1881-1942), Centro de Estudios Sociales, Sto. Domingo, 1993, p. 66.
  3. Suárez Polcari, mos. Ramón: Historia de la Iglesia Católica en Cuba, Ed. Universal, Miami, 2003, p. 147.
  4. Luis A Mustelier, sacerdote santiaguero, elocuente orador, desterrado a México coadyuvó a la independencia. En 1898 dirigió una carta partiótica al clero y a Estrada Palma.
  5. OAH: Fondo Magdalena Peñarredonda.
  6. Manuel P. Maza, s.j.: El clero cubano y la independencia (Las investigaciones de Francisco González del Valle) (1881-1942), Centro de Estudios Sociales, Sto. Domingo, 1993, p. 165.
  7. Rolando Rodríguez: Cuba: las máscaras y las sombras, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2007, t.I, p. 368.
  8. Ibídem., p. 369.
  9. Idem.
  10. Ibídem., p. 370.
  11. Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal: «1898. Tránsito de la Iglesia Católica en Cuba de un régimen colonial a la República laica (1902)» en La intimidad de la historia, Ediciones ICAIC, La Habana, 2013, p. 308-309.



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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.

Friday, November 30, 2018

Presencia femenina en las Guerras Independentistas (por María del Carmen Muzio)


Harto difícil puede resultar la investigación sobre la presencia de la mujer durante nuestras dos grandes guerras del siglo XIX por la independencia de Cuba. Las razones son variadas, y una de ellas es la escasa documentación. Otras son el patrón modélico que las consideraba destinadas únicamente a la salvaguarda del hogar, a la crianza de los hijos, a bordar, tejer; y, en el mejor de los casos, tocar el piano.

Ni los mismos mambises que combatían al retrógrado español veían con agrado la presencia femenina en la manigua. La toleraban, especialmente en los hospitales de sangre, pero si esta se convertía en un soldado más no dejaban de sentir cierta extrañeza.

No obstante, muchísimas de ellas cooperaron de diferentes formas: las más osadas en la propia manigua siguiendo a los esposos, en la curación de los heridos y enfermos, empuñando el rifle o el machete, agentes confidenciales y en los comités de ayuda tanto en la Isla o en la emigración.

Les resultaba imposible a nuestros aguerridos mambises librarse de sus masculinos criterios. Un ejemplo lo ofrece Bernabé Boza cuando anota en su Diario la llegada a la guerra del doctor Hernández «acompañado de su joven y bella esposa»(1): «Soy franco: admiro su belleza femenina, pero no me gusta su valor masculino. Por otro lado: en un campamento una mujer ve y oye, lo que ni ver ni escuchar debe una señora»(2).

El criterio del general de brigada no es suyo exclusivo; muestra el sentir sobre la mujer de la mayoría de aquellos héroes, debido a un añejo «constructo cultural». El grado más alto que se les concedió durante la guerra, aún a las que se batieron en combate, fue el de capitana. De todas las que participaron, tanto en una guerra como en otra, inexplicablemente, una sola alcanzó el de comandante. Todavía en plena República dominaba el pensamiento patriarcal heredado de los mismos peninsulares a los que tan ferozmente combatieron en la manigua. Indiscutiblemente, es un tema que requiere una profunda investigación.

A continuación menciono un grupo que, por supuesto, puede ampliarse en la medida que otras investigaciones nazcan o aparezcan biografías olvidadas en el estante de alguna biblioteca.

En primer lugar se relacionan las que poseen la dicha de hallarse en el Diccionario de Historia Militar de Cuba, tomo I, Biografías editado por Verde Olivo.

Enumeradas por el mismo orden alfabético del Diccionario y de forma sintética son:

Gabriela de la Caridad Azcuy Labrada, Adela (1861-1914). Una de las más conocidas, capitana. Pinareña, se desempeñó como enfermera y también combatió como soldado en importantes combates: Cacarajícara, Tumbas de Estorino, y el dificilísimo de Ceja del Negro, bajo las órdenes del Mayor General Antonio Maceo. Lógicamente, no vestía a la usanza femenina, sino le llaman «de amazona» con machete al cinto y su maletín sanitario.

Ana María de la Soledad Betancourt Agramonte (1832-1901) Creo que resulta muy conocida esta camagüeyana por su discurso en la Asamblea de Guáimaro; sin embargo, antes de marchar a la manigua con su esposo su casa era un depósito de armas y hospedaje.

María Magdalena Cabrales Isaac (1842-1905) Esposa de Antonio Maceo marchó con él y con Mariana a la manigua. Sus dos hijos murieron; cuidaba las heridas de su esposo y a los enfermos. Finalizada la guerra marchó a Costa Rica y Jamaica donde fundó el Club de Mujeres Cubanas y el Club Femenino José Martí respectivamente.

Mariana Grajales Coello (1815-1893) La más conocida de las figuras femeninas por su entrega a la causa independentista aún a costa de la vida de sus propios hijos. Curó heridos en los hospitales de campaña.

Rosa María Castellanos Castellanos, Rosa la Bayamesa (1834-1907) Capitana. Había sido esclava al incorporarse a la guerra. Cuidaba heridos, confeccionaba ropas y fungía como mensajera. Cerca de Santa Cruz del Sur creó el hospital de sangre más grande en las luchas independentistas. Participó en las dos guerras, su conocimiento de las plantas medicinales ayudó en la curación de los heridos. También combatía como soldado.

Trinidad Lagomasino Álvarez (¿) Pocos datos preciso se conocen sobre ella. Capitana, fue mensajera del EL. Mensajera personal del general Máximo Gómez. Lo mismo combatía que atendía heridos. Se le conoció con el sobrenombre de «La Solitaria».

María de la Luz Noriega Hernández (¿-1901) Una de las figuras más atrayentes tanto para una amplia biografía como para una novela. De excepcional belleza se incorpora a la guerra junto a su esposo el médico Francisco Hernández. Capitana. Enfermera, combatiente, Maceo con admiración la llamó «La Reina de Cuba». En Matanzas acompañaba a su esposo enfermo cuando irrumpe una columna invasora que lo fusila frente a ella y la mandan a la colonia penal que existía en Isla de Pinos. Indultada en 1897 regresa a la manigua; contrajo matrimonio nuevamente con el coronel Enrique Yáñiz pero se suicidó en 1901.

Isabel Rubio Díaz (1837-1898) Bastante conocida sobre todo en Pinar del Río donde un municipio lleva su nombre. Capitana. Su casa se convirtió en centro de conspiración; en la manigua se dedicó a la curación de enfermos y heridos. Se encontraba en su hospital de sangre cuando este fue atacado por los españoles, herida y apresada murió tres días después.

Cristina Pérez Pérez (1848-1947) Capitana. Vivía intrincada en el monte cuando la odisea del general José que había desembarcado en Duaba y ella lo ayudó. Espiritista, convenció con sus medio a parte de los abominables «Indios de Yateras» para que se pasaran al EL los que llevarían el nombre de «Rgto. Hatuey». Experta en el manejo de las armas participó en combates además de laborar en los servicios de sanidad.

Mercedes Sirvén Pérez-Puelles (1872-1948) La única mujer que alcanzó el grado de comandante en la guerra. Doctora en Farmacia, hermana del coronel Francisco Sirvén, fundó una «botica revolucionaria» en la manigua para abastecer los diferentes hospitales de sangre. Con una mula y un fusil iba por los campos abasteciéndolos.

Luz Palomares García (185º-1948). Capitana. Marchó desde muy joven a la manigua con su familia que casi toda murió macheteada ante sus ojos por los españoles y ella fue hecha prisionera. Posteriormente, desterrada a Baracoa auxilió a los expedicionarios de la goleta «Honor» desembarcada por Duaba. Su finca se convirtió en refugio de expedicionarios y ella llegó incluso a defenderla con su machete.

Bernarda del Toro Pelegrín, Manana (1852-1911) Esposa del My. Gral. Máximo Gómez. Se incorporó a la guerra junto con su madre y sus hermanos más pequeños; en 1870 se casa con Gómez y sus primeros cuatro hijos nacieron en la manigua. Junto con su esposo e hijos pequeños cruzó la trocha Júcaro-Morón hasta 1877 que sale a Jamaica. Después, en Dominicana rechazó cualquier tipo de ayuda económica. A la muerte de Panchito fundó con su nombre un club revolucionario en Montecristi. Se opuso a la corriente anexionista.

Catalina Valdés (1837-1915) Capitana. Cuatro de sus hijos varones fueron oficiales del EL. Creó un hospital de sangre en Vuelta Abajo que defendió con las armas y nunca pudo ser tomado por los españoles.

Para esta segunda enumeración fue necesario rastrearlas en libros, documentos, u otro material.

Sofía Estévez y Valdés de Rodríguez (1848-1901). Poetisa camagüeyana, casada con el capitán Manuel Rodríguez, viuda, es obligada a emigrar a Cayo Hueso, su casa es refugio de los necesitados.

Rosario Sigarroa (-1924) Patriota cubana quien laboró junto a Alfredo Zayas en la Junta Revolucionaria. Desterrada, estuvo en Tampa hasta la Guerra del ’95 cuando regresa a Cuba y funda hospitales en la manigua. En 1897 fundó El Cubano Libre y durante la república Cuba Libre de escasa duración.

Amalia Simoni Argilagos (1842-1918) Esposa del My. Gral. Ignacio Agramonte. En la manigua colaboró en los hospitales de campaña; arrestada por los españoles no transigió en escribirle al esposo para que traicionara. Desterrada a New York regresa al finalizar la Guerra de los Diez Años pero la obligan a emigrar. Desde entonces se dedicó a recaudar fondos para la independencia.

María Josefa Adán Betancourt, Eva (1855-¿) Esposa del Gral. Alejandro Rodríguez con quien colaboró en sus ideas independentistas. Fue Delegada del Gobierno Revolucionario en su natal Camagüey. Desterrada a Estados Unidos.

Blanca Rosa Téllez del Castillo (1854-¿) Sobre esta patriota aparecen pocos datos. A los 14 años durante el incendio de Bayamo incendió su propia casa y marchó a la manigua, hecha prisionera fue desterrada. Casó con el general Rogelio Castillo.

Clemencia Arango y Solar (¿) Hermana del oficial Raúl Arango. Durante la Guerra del ’95 fue Delegada de la Junta Revolucionaria en La Habana, según Estrada Palma «su mejor confidente» en la capital.

Emilia de Córdova (1853-1920) Durante el gobierno de Weyler asistía espiritualmente a los condenados en capilla a ser fusilados en el Foso de los Laureles. Se dedicó a colectar fondos para la causa independentista, colaboró con las tropas de Máximo Gómez en Matanzas hasta que es deportada. En Cayo Hueso funda una casa de huéspedes que fue refugio de compatriotas; regresó a Cuba durante la Guerra Hispano-cubana- norteamericana como miembro de la Cruz Roja. Durante la República fue la primera mujer mecanógrafa.

América Arias López (1857-1935) Esposa del general José Miguel Gómez lo acompañó a la manigua donde colaboró como enfermera, correo y mensajera.

Magdalena Peñarredonda Dolley (1844-1937) De las mujeres más transgresoras, abandona a su esposo para dedicarse a la lucha independentista. Desterrada a Estados Unidos por publicar un artículo subversivo en fecha tan temprana como 1888. Regresa a partir del Indulto de la Corona. Funge como Delegada de Maceo en Artemisa durante la Invasión y después con Estrada Palma. Prisionera en 1898 en la Casa de Recogidas durante la República no cejó como periodista de criticar la corrupción de los gobiernos.

Candelaria Figueredo Vázquez, Canducha (1852-1914) «La Abanderada». Hija de Perucho Figueredo paseó la bandera cubana por Bayamo el 20 de octubre de 1868. Marchó a la manigua con su familia, fortuitamente no cae prisionera cuando lo hace la mayoría de ellos; pero en 1871 es apresada y desterrada a Jamaica. Casó con el compatriota Federico del Portillo pero no regresó a Cuba hasta que concluyó el gobierno español.

Con seguridad nos aguardan nuevos nombres, o estas mismas claman por un estudio más amplio: la mayoría de nuestras mambisas espera porque se les desempolve del olvido.


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  1. Bernabé Boza, Mi diario de la guerra, tomo I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, pp. 172-173.
  2. Ídem. Se refiere a la bellísimoa Luz Noriega, quien llegó a capitana del 6to. Cuerpo del EL, asesinado su esposo delante de ella, jamás se recuperó y se suicidó en 1901. Piedra Martel también ofrece testimonios sobre ella en Mis primeros treinta años.


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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.


Pedro Díaz: de Esclavo a General (por María del Carmen Muzio)


Nuestras guerras independentistas rebosan de nombres gloriosos, algunos mambises más conocidos unos que otros, pero todos necesitados del recuerdo agradecido. Así, en el Museo de los Capitanes Generales, en la sala donde se conserva el bote en que el Lugarteniente General Antonio Maceo burlara la Trocha Mariel-Majana al cruzar en él la bahía, se lo debemos al general Pedro Díaz, quien lo atesorara por su importante significado. También, en una esquina de la misma sala se observa un retrato de este general bastante ignorado.

Pedro Antonio Díaz Molina nació el 17 de enero de1850 en Yaguajay de madre esclava y cuya condición y apellido heredó. En 1869 se incorpora a la manigua; prestó servicio en el Cuerpo de Sanidad y lo mismo atendía a los heridos españoles que a los cubanos. Tuvo, entre otros jefes, a Carlos Roloff y Fernández Cavada. Fueron muchísimas las acciones de guerra en que participó durante la Guerra de los Diez Años en las provincias de Camagüey, Oriente y Las Villas. Terminó la guerra bajo las órdenes de Francisco Carrillo y con el grado de comandante.

Pero no estaría mucho tiempo fuera del campo de batalla, pues se incorpora a la Guerra Chiquita; al concluir, en 1880, había sido ascendido a teniente coronel. Después, durante la tregua, alcanzada su libertad a punta de machete, residió en Remedios donde trabajó como obrero en diferentes ingenios de la zona.

En 1895 se alza en armas, su antiguo jefe Carrillo es detenido, y Pedro Díaz se incorpora a las tropas de la Invasión. Al año siguiente, con Gómez y Maceo, entra en Güira de Melena y Alquízar, entre otros pueblos habaneros. El Generalísimo lo mantiene bajo su mando en La Habana y lo asciende a brigadier. Por otra parte, Maceo lo solicita para su campaña en Vuelta Abajo. Primero lo eleva a jefe de División de Pinar del Río y luego lo asciende a General de División. Muchísimos son los combates en que participa: El Rubí, Tapia, y Ceja del Negro, considerado el más sangriento ocurrido en la zona vueltabajera. Encargado por el Lugarteniente recibió las expediciones de Leyte Vidal y Rius Rivera, las que llevó sin contratiempos hasta el campamento del Titán de Bronce.

Por la necesidad de Maceo de dirigirse a Las Villas, por los problemas históricos bien conocidos, lo selecciona para que lo acompañe y se haga cargo de la 1era. División del 4to. Cuerpo de Ejército. Atravesó en el bote la bahía con Maceo y estuvo presente en el triste combate de San Pedro. El Lugarteniente le había ordenado, durante la batalla, por la impedimenta de la cerca que se adelantara junto con otros para derribarla. Sobre la caída del Titán son innumerables las versiones existentes a las que, desgraciadamente, pocas pueden considerarse fidedigna; lo cierto que atestiguan los testimonios es el implacable e intenso fuego español.

A Pedro Díaz aún hay quien defenestra sobre él: que si corrió en el combate, que Miró Argenter y él le dijeron al Generalísimo que este último había rescatado los cadáveres, versión desmentida más tarde, ya que fueron las tropas de Santiago de las Vegas al mando de Juan Delgado las que encontraron los cadáveres… Son tantas las diferencias que pudiera escribirse una novela, desde que Zertucha (creo que con razón) exclamó ante el cuerpo inerte del Lugarteniente «¡Se acabó la guerra!». Lo cierto es que todos salían heridos, Nodarse, Miró, e iban a buscar refuerzos porque, inexplicablemente, no podían con el cuerpo muerto del General. Entonces, no echen la culpa toda sobre el antiguo esclavo.

Recuperado el cadáver, Pedro Díaz perteneció al selecto grupo conocido como del «pacto del silencio» quienes mantuvieron en absoluto secreto el lugar exacto donde habían sido enterrados los cadáveres de Maceo y Panchito Gómez Toro. Conservó un retazo de la camiseta ensangrentada del Lugarteniente.

Cumplió la misión que Maceo le había dado de marchar a Las Villas; sin embargo, cuando Rius Rivera –quien sustituyera al Titán en la jefatura del 6to. Cuerpo– cae prisionero, Gómez le encomienda que se haga cargo del ejército occidental. Desde que entra en Vuelta Abajo, el 9 de mayo, activó las operaciones militares, fortaleció las redes de información a las que contribuyeron, en Artemisa, Magdalena Peñarredonda y el párroco de San Marcos Evangelista, monseñor Guillermo González Arocha. También ayudó a la población civil víctima de la Reconcentración dictada por Weyler, y aplicó con denuedo la tea incendiaria. Opuesto a los planes autonomistas, durante la Intervención organizó la Junta de Veteranos y Patriotas.

Ya en la República fue electo representante a la Cámara por Artemisa, cargo que desempeñó hasta 1906. Fiel a los ideales independentistas perdidos, se retiró de la política republicana al poblado de Candelaria donde vivió con su compañera de la guerra, Hilaria Bocourt, de cuyo matrimonio nacieron seis hijos. Falleció en Caimito, a los 74 años.

Resulta difícil hallar una acción importante vinculada al Lugarteniente en que no participara este antiguo esclavo por su valentía devenido general. Merecedor de un estudio biográfico, es de los nombres imprescindibles de nuestra historia.



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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.
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