Fire in the Sky Over Texas / Fuego en el cielo de Texas, s.f.
13 x 8 inches (33 x 20.3 cm)
Cortesía El Museo del Barrio, New York
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Calle de Esquipulas, ca. 1940
Impresión póstuma de negativo original
Imagen Cortesía Estate Julio Zadik, Ciudad de Guatemala
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13 x 8 inches (33 x 20.3 cm)
Cortesía El Museo del Barrio, New York
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Calle de Esquipulas, ca. 1940
Impresión póstuma de negativo original
Imagen Cortesía Estate Julio Zadik, Ciudad de Guatemala
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por Valia Garzón Díaz
(Texto y fotos enviados por la autora para compartir con los lectores del blog Gaspar, El Lugareño.
El texto fue originalmente publicado en El Acordeón, suplemento cultural de El Periódico de Guatemala, 22 de noviembre, 2009)
(Texto y fotos enviados por la autora para compartir con los lectores del blog Gaspar, El Lugareño.
El texto fue originalmente publicado en El Acordeón, suplemento cultural de El Periódico de Guatemala, 22 de noviembre, 2009)
El pasado 17 de octubre se abrieron en el Museo del Barrio en Nueva York dos grandes exhibiciones: Nexos de Nueva York. Artistas de las Américas en la Metrópoli Moderna y Voces y Visiones: Cuatro décadas a través de la colección permanente del Museo del Barrio. Ambas muestras son el escenario en que se exhiben una buena cantidad de piezas en un museo totalmente renovado que celebra 40 años de inserción en una comunidad vibrante, contribuyendo a la difusión y comprensión del impacto del arte latinoamericano en Estados Unidos y a nivel internacional.
Estas dos exhibiciones, que han sido visitadas por miles de personas en el último mes, hacen reflexionar en dos direcciones: la importancia de estudiar los profundos vínculos existentes entre el arte latinoamericano de la primera mitad del siglo XX y el cosmopolita escenario neoyorkino; y la trascendencia de una colección que, enriqueciéndose durante cuarenta años, hoy puede orgullosamente exhibir piezas claves para el estudio del arte de nuestra región.
El Museo del Barrio es la institución cultural latina de mayor relevancia en Nueva York. Siendo el único museo de la ciudad especializado en arte latinoamericano es una parada obligada para millones de visitantes que han encontrado en él, desde 1969, un espacio de exaltación de los valores regionales. Ubicado en la milla de los museos en la Quinta Avenida de Manhattan, fue fundado por un grupo de artistas y activistas comunitarios de origen puertorriqueño en una zona predominantemente latina de Harlem, conocida como El Barrio. Dedicado inicialmente a promover las manifestaciones artísticas puertorriqueñas, fue expandiendo su radio de acción hasta convertirse hoy en un referente obligado para el estudio del arte no solamente producido en nuestra región sino el de los artistas latinos residentes en Estados Unidos.
Celebrando sus cuarenta años de existencia el museo realizó unas profundas obras de renovación que le han dado una imagen mucho más contemporánea. Paralelamente, la colección se ha enriquecido llegando actualmente a tener más de 6500 obras que incluyen piezas precolombinas de la cultura taína, arte tradicional, grabados del siglo XX, dibujos, pinturas, esculturas e instalaciones contemporáneas, además de fotografías, documentales, y videos.
Las dos muestras con que se reapertura el museo hacen un obligado recorrido por el arte del siglo XX, reflexionando sobre la manera en que las diversas corrientes de la producción artística desde principios de siglo tejen lazos y se nutren de la obra de artistas de la región, profundamente ligados a lo que ocurría en el escenario internacional.
Carlos Mérida y Julio Zadik son los artistas guatemaltecos que están representados en estas dos muestras. Nuevamente sus caminos se vuelven a encontrar en un escenario que ya no es local y que les permite continuar un diálogo que se había iniciado en la primera mitad del siglo.
En 1948, Carlos Mérida escribió para el catálogo de una exhibición personal de Zadik:
A primera vista sorprende la manera en que un creador como Mérida, que ya estaba haciendo historia dentro del arte latinoamericano del pasado siglo y que tenía grandes inquietudes en relación al desarrollo de las producciones locales, se detiene en la obra de un joven artista que había escogido expresarse a través de una manifestación que en el país no era precisamente apreciada y para la que no existían estructuras de promoción que, aunque muy incipientes, si se encontraban para la pintura y la escultura. Esto no tiene que ver solamente con su generosidad y con el apoyo que brindaba a colegas del mundo del arte. Mérida era un profundo conocedor de la obra de Zadik, y este conocimiento estaba marcado por el respeto y la admiración que en cada uno provocaba la obra del otro.
Sus relaciones y vínculos profesionales se establecieron a través de la Litografía que era propiedad de la familia Zadik. Esta industria jugó un significativo papel en los esfuerzos realizados para democratizar el acceso de un amplio público a la obra de artistas locales desde finales de la década del 40. El paso por la Litografía de varios de los creadores guatemaltecos que tenían una obra sólida y propuestas formales más arriesgadas para su época no fue un hecho aislado ni circunstancial, sino el fruto de toda una serie de condiciones creadas por Julio para lograr un clima creativo que redundó en beneficios para su empresa de manera paralela a los aportes que realizó a la historia del arte nacional.
Una de las grandes contribuciones de Zadik al desarrollo del arte en la Guatemala del siglo XX fue este papel que él mismo, quizás sin proponérselo, se adjudicó: el de ser bisagra en una generación de creadores preocupados por las diferentes alternativas existentes para promocionar su obra y los canales que debían ser usados para que ésta llegara a un amplio público.
Zadik compartía con Mérida ese afán por elevar el impacto que tenían las propuestas artísticas de su época, y puso todos los recursos y la pasión necesaria para que la obra de sus contemporáneos tuviera una circulación lo más masiva posible. No era de extrañar. Los dos eran artistas que habían escogido lenguajes aparentemente diferentes pero esencialmente congruentes. Zadik, con la fotografía, que lleva en sí misma la capacidad infinita de reproducirse no sólo en múltiples copias sino en la más variada gama de publicaciones. Mérida, con sus preocupaciones que lo llevaron a las relaciones ampliamente conocidas con el muralismo mexicano y a producir una obra que lo ha hecho trascender como uno de los más importantes maestros de la historia del arte del continente.
Los dos coincidieron en el taller litográfico. Era previsible. La litografía se podía convertir en un lenguaje común que trae en sí misma numerosas oportunidades creativas y una enorme capacidad de reproducción. Estos talleres se convirtieron, quizás, en el espacio más importante que tuvieron los artistas guatemaltecos entre los años 40 y 60 para promover su trabajo y en un crisol de nuevas ideas y propuestas que vieron la luz en esa época y que aun no han sido suficientemente estudiadas ni puestas en valor. Cajetillas de cigarros, tarjetas postales, calendarios, ediciones litográficas… En todas ellas estuvieron las manos de Zadik y Mérida, no solamente en su elaboración creativa sino también conceptual.
Es explicable entonces que Mérida conociera y valorara en profundidad la obra de Zadik. En su momento, fue Julio el fotógrafo que más notoriedad internacional adquirió y que más escuela comenzó a crear con su impronta. Pionero en abordar el desnudo masculino como un tema central de su trabajo desde finales de los años 30; aportador a un proceso de construcción de identidad nacional con imágenes de indígenas y ladinos; agudo observador de la ciudad y su gente, incluso de sus personajes más marginales; ferviente enamorado de una naturaleza a la que se permitió construir y deconstruir en su fotografía; aportador de un lenguaje profundamente moderno en momentos en que el arte nacional estaba en procesos de intensas búsquedas… Los paradigmas formales y los referentes conceptuales de estos dos artistas fueron similares y los tradujeron a cada una de sus obras personales creando sistemas de representación que, a la luz de las investigaciones realizadas actualmente, constituyen puertas importantes que se abrieron para el desarrollo del arte guatemalteco del siglo XX.
A partir de la presencia de la obra de Mérida y Zadik en la muestra de reapertura del Museo del Barrio se abre una nueva oportunidad para la obra de artistas nacionales. Como uno de los centros de su trabajo el Museo recibe en su colección permanente piezas que puedan aportar al estudio del devenir del arte latinoamericano. Las obras siempre son vehículos usados para el estudio y la reflexión, para la comprensión de procesos y como aportes para historiar un escenario. Estas piezas de Mérida y Zadik, en su diálogo con las otras propuestas de la muestra, permiten entender en profundidad los aportes que ambos artistas han realizado a la historia del arte de su país y su región. Encontrarlas en el Museo permite entender también que ese proceso de arqueología que tímidamente se inicia en la región centroamericana para intentar poner en valor a artistas hasta hace muy poco prácticamente desconocidos, comienza a tener éxito.
Como experiencia, el donativo de alrededor de 15 obras realizado por el Estate Julio Zadik, a solicitud del Museo del Barrio, crea un precedente en Guatemala y la región centroamericana, constituyéndose además en un referente importante para otros coleccionistas del área. Rescatando y poniendo en valor lo que nos es propio, ofreciéndolo al mundo como parte importante del diálogo que se desarrolla en la aldea global en que vivimos, nos hacemos fuertes también hacia dentro. Y permite que sigamos saliendo con mayor energía hacia afuera.
Las obras de Carlos Mérida y Julio Zadik serán parte de estas dos importantes muestras en el Museo del Barrio hasta el 28 de febrero del 2010. Alrededor de estas dos exhibiciones se desarrollarán una serie de programas educativos y visitas especiales que sumarán muchos más visitantes a la institución en los próximos meses. El Museo está desarrollando otros proyectos que tendrán lugar en un futuro cercano y que contarán con la obra de estos artistas. Mientras tanto, nos toca divulgar hacia dentro los incuestionables valores que tenemos y seguir rescatando con pasión la obra de otros creadores que, como Zadik hasta hace un año, aún permanece inexplorada.
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Valia Garzón Díaz: Cuba, 1968. Reside en Guatemala desde 1997. Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana (1992). Fue especialista en Artes Visuales de la Casa de las Américas de la Ciudad de La Habana entre 1992 y 1997. En esta entidad organizó numerosas exhibiciones con artistas contemporáneos y maestros latinoamericanos, además de colaborar en publicaciones de Cuba y el extranjero.
Entre 1997 y 2003, fue curadora de la Fototeca Guatemala del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), en Antigua Guatemala.
Es coautora de los libros Memoria. Artes visuales cubanas del siglo xx, (con José Veigas, Cristina Vives y Dannys Montes de Oca), California International Arts Foundation, Estados Unidos, 2001; Las hondas guatemaltecas (con Anabella Paiz), La Ruta Maya Conservation Foundation, Guatemala, 2007 y Julio Zadik, un fotógrafo moderno en Guatemala, 1937-1965 (con José Antonio Navarrete), Zadik Editores, 2008.
Es fundadora de Consultores de Arte, SA, empresa que brinda asesoramiento a coleccionistas privados de arte en la región centroamericana, realiza ediciones de artes visuales y representa a artistas contemporáneos de la región.
Es colaboradora del Comité Organizador de Sumarte. Subasta a beneficio del Museo de Arte de El Salvador (MARTE) y del Comité MARTE Contemporáneo que apoya a artistas emergentes salvadoreños y recauda fondos para las actividades relacionadas con arte contemporáneo que realiza el Museo MARTE en El Salvador.
Estas dos exhibiciones, que han sido visitadas por miles de personas en el último mes, hacen reflexionar en dos direcciones: la importancia de estudiar los profundos vínculos existentes entre el arte latinoamericano de la primera mitad del siglo XX y el cosmopolita escenario neoyorkino; y la trascendencia de una colección que, enriqueciéndose durante cuarenta años, hoy puede orgullosamente exhibir piezas claves para el estudio del arte de nuestra región.
El Museo del Barrio es la institución cultural latina de mayor relevancia en Nueva York. Siendo el único museo de la ciudad especializado en arte latinoamericano es una parada obligada para millones de visitantes que han encontrado en él, desde 1969, un espacio de exaltación de los valores regionales. Ubicado en la milla de los museos en la Quinta Avenida de Manhattan, fue fundado por un grupo de artistas y activistas comunitarios de origen puertorriqueño en una zona predominantemente latina de Harlem, conocida como El Barrio. Dedicado inicialmente a promover las manifestaciones artísticas puertorriqueñas, fue expandiendo su radio de acción hasta convertirse hoy en un referente obligado para el estudio del arte no solamente producido en nuestra región sino el de los artistas latinos residentes en Estados Unidos.
Celebrando sus cuarenta años de existencia el museo realizó unas profundas obras de renovación que le han dado una imagen mucho más contemporánea. Paralelamente, la colección se ha enriquecido llegando actualmente a tener más de 6500 obras que incluyen piezas precolombinas de la cultura taína, arte tradicional, grabados del siglo XX, dibujos, pinturas, esculturas e instalaciones contemporáneas, además de fotografías, documentales, y videos.
Las dos muestras con que se reapertura el museo hacen un obligado recorrido por el arte del siglo XX, reflexionando sobre la manera en que las diversas corrientes de la producción artística desde principios de siglo tejen lazos y se nutren de la obra de artistas de la región, profundamente ligados a lo que ocurría en el escenario internacional.
Carlos Mérida y Julio Zadik son los artistas guatemaltecos que están representados en estas dos muestras. Nuevamente sus caminos se vuelven a encontrar en un escenario que ya no es local y que les permite continuar un diálogo que se había iniciado en la primera mitad del siglo.
En 1948, Carlos Mérida escribió para el catálogo de una exhibición personal de Zadik:
Los motivos más nimios, la vida que fluye, niños jugando, el momento evasivo a nuestra captación sensorial, es recogido por el ojo del artista y el ojo de la cámara hasta devolvérnoslo fijado para la eternidad: sin trucos, sin retoques, sin manoseos de laboratorio.Era la primera vez, que tengamos conocimiento, en que Mérida hacía una reflexión sobre el impacto de la obra de un fotógrafo en el escenario artístico local. Con este texto no solamente atestiguaba el valor que le atribuía a la obra de este artista dentro del panorama guatemalteco de esos años sino que lo ubicaba en relación con importantes referentes internacionales que han hecho historia dentro del devenir de la fotografía mundial.
Así han procedido los mayores talentos contemporáneos de la lente: Man Ray, Cartier-Bresson, Edward Weston, Ansel Adams, Manuel Alvarez Bravo, Paul Strand.
Así actúa Julio Zadik, extraordinario fotógrafo nuestro, digno de las mayores alabanzas. Sus fotografías de instantes de nuestra vida cotidiana cobran acentos imperecederos y sus paisajes dejan ya de ser meros recordatorios “a lo tarjeta postal”, para convertirse en momentos supremos de arte. Zadik es un artista que entiende a la perfección lo que puede darle su cámara, maravillosa y viva en sus manos.
A primera vista sorprende la manera en que un creador como Mérida, que ya estaba haciendo historia dentro del arte latinoamericano del pasado siglo y que tenía grandes inquietudes en relación al desarrollo de las producciones locales, se detiene en la obra de un joven artista que había escogido expresarse a través de una manifestación que en el país no era precisamente apreciada y para la que no existían estructuras de promoción que, aunque muy incipientes, si se encontraban para la pintura y la escultura. Esto no tiene que ver solamente con su generosidad y con el apoyo que brindaba a colegas del mundo del arte. Mérida era un profundo conocedor de la obra de Zadik, y este conocimiento estaba marcado por el respeto y la admiración que en cada uno provocaba la obra del otro.
Sus relaciones y vínculos profesionales se establecieron a través de la Litografía que era propiedad de la familia Zadik. Esta industria jugó un significativo papel en los esfuerzos realizados para democratizar el acceso de un amplio público a la obra de artistas locales desde finales de la década del 40. El paso por la Litografía de varios de los creadores guatemaltecos que tenían una obra sólida y propuestas formales más arriesgadas para su época no fue un hecho aislado ni circunstancial, sino el fruto de toda una serie de condiciones creadas por Julio para lograr un clima creativo que redundó en beneficios para su empresa de manera paralela a los aportes que realizó a la historia del arte nacional.
Una de las grandes contribuciones de Zadik al desarrollo del arte en la Guatemala del siglo XX fue este papel que él mismo, quizás sin proponérselo, se adjudicó: el de ser bisagra en una generación de creadores preocupados por las diferentes alternativas existentes para promocionar su obra y los canales que debían ser usados para que ésta llegara a un amplio público.
Zadik compartía con Mérida ese afán por elevar el impacto que tenían las propuestas artísticas de su época, y puso todos los recursos y la pasión necesaria para que la obra de sus contemporáneos tuviera una circulación lo más masiva posible. No era de extrañar. Los dos eran artistas que habían escogido lenguajes aparentemente diferentes pero esencialmente congruentes. Zadik, con la fotografía, que lleva en sí misma la capacidad infinita de reproducirse no sólo en múltiples copias sino en la más variada gama de publicaciones. Mérida, con sus preocupaciones que lo llevaron a las relaciones ampliamente conocidas con el muralismo mexicano y a producir una obra que lo ha hecho trascender como uno de los más importantes maestros de la historia del arte del continente.
Los dos coincidieron en el taller litográfico. Era previsible. La litografía se podía convertir en un lenguaje común que trae en sí misma numerosas oportunidades creativas y una enorme capacidad de reproducción. Estos talleres se convirtieron, quizás, en el espacio más importante que tuvieron los artistas guatemaltecos entre los años 40 y 60 para promover su trabajo y en un crisol de nuevas ideas y propuestas que vieron la luz en esa época y que aun no han sido suficientemente estudiadas ni puestas en valor. Cajetillas de cigarros, tarjetas postales, calendarios, ediciones litográficas… En todas ellas estuvieron las manos de Zadik y Mérida, no solamente en su elaboración creativa sino también conceptual.
Es explicable entonces que Mérida conociera y valorara en profundidad la obra de Zadik. En su momento, fue Julio el fotógrafo que más notoriedad internacional adquirió y que más escuela comenzó a crear con su impronta. Pionero en abordar el desnudo masculino como un tema central de su trabajo desde finales de los años 30; aportador a un proceso de construcción de identidad nacional con imágenes de indígenas y ladinos; agudo observador de la ciudad y su gente, incluso de sus personajes más marginales; ferviente enamorado de una naturaleza a la que se permitió construir y deconstruir en su fotografía; aportador de un lenguaje profundamente moderno en momentos en que el arte nacional estaba en procesos de intensas búsquedas… Los paradigmas formales y los referentes conceptuales de estos dos artistas fueron similares y los tradujeron a cada una de sus obras personales creando sistemas de representación que, a la luz de las investigaciones realizadas actualmente, constituyen puertas importantes que se abrieron para el desarrollo del arte guatemalteco del siglo XX.
A partir de la presencia de la obra de Mérida y Zadik en la muestra de reapertura del Museo del Barrio se abre una nueva oportunidad para la obra de artistas nacionales. Como uno de los centros de su trabajo el Museo recibe en su colección permanente piezas que puedan aportar al estudio del devenir del arte latinoamericano. Las obras siempre son vehículos usados para el estudio y la reflexión, para la comprensión de procesos y como aportes para historiar un escenario. Estas piezas de Mérida y Zadik, en su diálogo con las otras propuestas de la muestra, permiten entender en profundidad los aportes que ambos artistas han realizado a la historia del arte de su país y su región. Encontrarlas en el Museo permite entender también que ese proceso de arqueología que tímidamente se inicia en la región centroamericana para intentar poner en valor a artistas hasta hace muy poco prácticamente desconocidos, comienza a tener éxito.
Como experiencia, el donativo de alrededor de 15 obras realizado por el Estate Julio Zadik, a solicitud del Museo del Barrio, crea un precedente en Guatemala y la región centroamericana, constituyéndose además en un referente importante para otros coleccionistas del área. Rescatando y poniendo en valor lo que nos es propio, ofreciéndolo al mundo como parte importante del diálogo que se desarrolla en la aldea global en que vivimos, nos hacemos fuertes también hacia dentro. Y permite que sigamos saliendo con mayor energía hacia afuera.
Las obras de Carlos Mérida y Julio Zadik serán parte de estas dos importantes muestras en el Museo del Barrio hasta el 28 de febrero del 2010. Alrededor de estas dos exhibiciones se desarrollarán una serie de programas educativos y visitas especiales que sumarán muchos más visitantes a la institución en los próximos meses. El Museo está desarrollando otros proyectos que tendrán lugar en un futuro cercano y que contarán con la obra de estos artistas. Mientras tanto, nos toca divulgar hacia dentro los incuestionables valores que tenemos y seguir rescatando con pasión la obra de otros creadores que, como Zadik hasta hace un año, aún permanece inexplorada.
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Valia Garzón Díaz: Cuba, 1968. Reside en Guatemala desde 1997. Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana (1992). Fue especialista en Artes Visuales de la Casa de las Américas de la Ciudad de La Habana entre 1992 y 1997. En esta entidad organizó numerosas exhibiciones con artistas contemporáneos y maestros latinoamericanos, además de colaborar en publicaciones de Cuba y el extranjero.
Entre 1997 y 2003, fue curadora de la Fototeca Guatemala del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), en Antigua Guatemala.
Es coautora de los libros Memoria. Artes visuales cubanas del siglo xx, (con José Veigas, Cristina Vives y Dannys Montes de Oca), California International Arts Foundation, Estados Unidos, 2001; Las hondas guatemaltecas (con Anabella Paiz), La Ruta Maya Conservation Foundation, Guatemala, 2007 y Julio Zadik, un fotógrafo moderno en Guatemala, 1937-1965 (con José Antonio Navarrete), Zadik Editores, 2008.
Es fundadora de Consultores de Arte, SA, empresa que brinda asesoramiento a coleccionistas privados de arte en la región centroamericana, realiza ediciones de artes visuales y representa a artistas contemporáneos de la región.
Es colaboradora del Comité Organizador de Sumarte. Subasta a beneficio del Museo de Arte de El Salvador (MARTE) y del Comité MARTE Contemporáneo que apoya a artistas emergentes salvadoreños y recauda fondos para las actividades relacionadas con arte contemporáneo que realiza el Museo MARTE en El Salvador.
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