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Thursday, August 17, 2023

Historia del templo católico de Cascorro. Una leyenda en el tiempo. (por Mariem Gómez Chacour y Marum Gómez Chacour)


¡GRACIAS! ¡MUCHAS GRACIAS!

Andar en el tiempo pasado de un pueblo pequeño, es andar esas vidas que lo levantaron del polvo de los caminos. Verbos que asedian desde senderos antiguos, insospechados… y saltan en medio de la niebla para llevarnos de vuelta… ¡al asombro de los encuentros!

¡Agradecer es un privilegio! Jamás es una soledad de empeños… convocan al agradecimiento un sinfín de experiencias humanas; pasadas y presentes, que a veces tienen rostros y apellidos, pero la más de las veces son gestos de entrega generosa y desconocida… ¡dádivas de manos llenas!

Por eso, en el santo destino de palaras y de buenas intenciones, a todos: ¡Nuestra oración agradecida!

PRELUDIO

Un poco más acá del fondo de los tiempos… cuando la Tierra se expandió hasta nuestras costas caribeñas y Boabdil, el último moro fue expulsado de Granada, la corona española se trasforma en un imperio, ascendencia de poder en el concurso de la vieja Europa… y entonces la Santa Sede le otorga lo que se conoce como el Patronato Regio.

El Patronato Regio o indiano para la Monarquía Hispánica, fue confirmado por el Papa Julio II en 1508. En el mismo, se conferían prerrogativas a los monarcas para crear diócesis, nombrar obispos, clérigos y otras dignidades eclesiales, lo mismo que establecer curatos, erigir parroquias o construir templos… entre otra larga lista, que limitaba al máximo la autoridad de los pontífices en las nuevas tierras.

Al mismo tiempo, la monarquía española se comprometía a establecer la nueva fe cristiana en los territorios conquistados, -lo que se conoce como la Evangelización- de difícil acceso para la Iglesia. Este punto, se concretó sucintamente por parte de los conquistadores en la enseñanza a la población prehispánica, también la libertad otorgada a los que acogieran la doctrina cristiana y se bautizaran.

Una consecuencia de aquel Patronato, fue el otorgamiento del palio episcopal, dado por la reina Isabel II al sacerdote Antonio María Claret, junto con la orden de tomar posesión de la arquidiócesis de Santiago de Cuba, donde llegó en el año 1850. También la llegada de muchos misioneros a Cuba.

Y una derivación directa en nuestra sabana fue el nombre del pueblo, tomado del apodo o mote del “…cacique para quien Manuel de Rojas, gobernador interino de la isla después de morir Velásquez, y según decreto establecido, pidió en una carta a los Reyes la libertad de un indio que se dice Cascorro y suele ser cacique del cacicazgo, luego de una visita de inspección …” (1)

ACOTACIONES

El conglomerado humano, persistió en renuevo generacional siempre a la derecha del río, sobre lo que fue la aldea aborigen, asentado en tierras de don Francisco Lino de la Torre, don Juan Colón y don Enrique Balboa. Las viviendas eran muy pobres y sus habitantes debieron ser los peones de las haciendas correspondientes.(2) También se levantaron unas pocas casas de mejor construcción, con paredes de barro y altos puntales con horconadura de jiquí o ácana y techadas con tejas. La ocupación fundamental giraba (siempre ha girado) en torno a la tierra y al ganado.

En el año 1838 una comisión de algunos vecinos y hacendados de Cascorro, se dirigen al capitán general de Cuba: Joaquín Espeleta Enrile, con el objetivo de solicitar la autorización de construir un templo y la permanencia de un sacerdote en el lugar.(3) La autorización fue denegada… hecho curioso, que muestra el abandono religioso de aquellos parajes anónimos por parte de los colonizadores, anotación constante de san Antonio María Claret en su autobiografía, donde se queja también de la conducta de algunos clérigos. A manera de constatación está la novela “Doña Guiomar” de Emilio Bacardí Roseau, publicada en 1917, aunque inconclusa narra los tiempos de la conquista de 1536 a 1548.

Para los católicos, el templo es el lugar físico de la liturgia o cultos. El vocablo Iglesia es el conjunto de bautizados, se refiere a las personas. La capilla “San José de Cascorro”, ha pertenecido siempre a la parroquia de Sibanicú, fundada en 1781, que como todo el territorio de la actual provincia de Camagüey perteneció eclesiásticamente al arquidiócesis de Santiago de Cuba desde 1850, hasta que en 1912 se creó la diócesis de Camagüey, hoy también y desde 1999 elevada por el Vaticano a rango de arquidiócesis.

Era legítima y comprensible la aspiración de los lugareños de tener un templo con un presbítero en el lugar y no tener que viajar hasta Sibanicú… Aún se conserva en esa Parroquia, el libro primero de bautizos de pardos y negros, donde están asentadas las partidas ya algo ilegibles, de muchos cascorreños, con la firma del presbítero don Esteban de Jesús Vega, correspondiente al “Año del Señor 1802”. También se conserva el segundo libro de blancos a partir de 1836… el primero desapareció, presumiblemente en un incendio del año 1868.

UN VISITANTE ILUSTRE

El día 21 de enero de 1852 el caserío ― al que en ese propio año se le otorgaría categoría de poblado(4) ― amaneció como de fiesta y sus habitantes vistieron sus mejores galas. La nube de polvo levantada por el trote de cincuenta caballos les indicó que llegaba un ilustre visitante: el arzobispo Antonio María Claret y Clará, quien regresaba a Santiago de Cuba luego de su segunda visita pastoral a la villa de Santa María del Puerto del Príncipe. Estaba previsto que el prelado descansara, luego de dos horas de viaje en coche, en una de las mejores casas del lugar. Se asegura que fue en la del matrimonio de doña Juana de Dios Manresa de la Torre y del francés don Bruno Michel Vilminé.(5)

No solo se encontraban en Cascorro las personas que por entonces registraron los censos: alrededor de trescientas, entre blancos, negros, mulatos libres y esclavos. De todos los alrededores llegaron hombres y mujeres atraídos por la figura de aquel que luego de su muerte, fue llevado a los altares. Aquella tarde el arzobispo Antonio María Claret predicó en la sala de la casa, e inició las confirmaciones que continuó a la mañana siguiente, hasta llegar al número de 300 ―según refieren sus biógrafos― y no es de extrañar, pues este sacramento de iniciación de la Iglesia Católica sólo puede ser administrado por obispos, raras veces por presbíteros. Monseñor Claret debió sensibilizarse con los cascorreños, y dejó en el lugar a uno de sus misioneros, nombrado Lorenzo Sanmarti, para que predicara durante diez días.
Al continuar el viaje, los habitantes del caserío, al parecer, habían deseado emular con sus vecinos de Sibanicú, y ciertamente los superaron: prepararon setenta briosos caballos que reunieron por las haciendas, y acompañaron al arzobispo hasta que entró en Guáimaro.(6)
PRESENCIAS

El año 1856 prueba que monseñor Claret no olvidó a Cascorro y envió desde Oriente, a dos de sus colaboradores; el padre Esteban Adoain y el padre Antonio María Galdácano, ambos de la Orden Menor de los Hermanos Capuchinos (OFM), con el empeño de que se edificaran templos por la zona.(7) Los misioneros eligieron dos lugares: uno en el poblado y otro a unos veinte kilómetros, en un lugar nombrado como “Las Piedras de Juan Sánchez.” En este último se conformó un singular campo santo que permanece hasta hoy en el camino vecinal de San Miguel de Nuevitas: el “Cementerio de las Piedras”. Los lugares escogidos fueron bendecidos y los vecinos plantaron en los mismos sendas cruces de jiquí “gigantescas” según las crónicas inéditas. La del poblado sobrevivió hasta 1912, la de Las Piedras, hasta la segunda mitad del siglo xx.(8)

Monseñor Claret no pasó por alto los detalles… la tendencia cultural de torres y campanarios de la Europa Gótica llegó al pueblo en forma de dos campanas de bronce, que envió desde su sede episcopal en oriente(9) con los frailea capuchinos. Pero el trabajo de transportar los pesados instrumentos en maltrecho carruaje, fue en vano. El lenguaje de aquellas campanas nunca tuvo el final feliz para el concebido por san Paolino de Nola, el santo de los campaneros, allá por el Medioevo: Convocar a los fieles.

DESTINOS PERDIDOS

Una de las campanas enviadas por Mons. Claret al pueblo, la destinada al templo de “Las Piedras”, se quedó en el poblado con diferentes propósitos. En la época colonial fue colocada en una guácima que sobresalía de un tambor del fuerte El Principal, a la orilla del Camino Real y se utilizaba para distintas señalizaciones: horas de trabajo, alerta de peligros, toque de queda, etc... al pasar los años, se colocó en el Vivac del pueblo. Según el número de los toques se cerraban los comercios o se daba la alerta de algún peligro y marcaba horas de clases. Dicen que ahí estuvo hasta la primera década del siglo xx. 10 Aunque no se precisa la fecha, fue descubierta en mal estado en el patio de una casa, donde se utilizaba para almacenar agua de lluvia. Fue entregada por los dueños de la vivienda, desconocedores de la historia, al establecimiento de recuperación de materias primas y canjeada por algún utensilio necesario para ellos. (11)

La otra, destinada al templo del poblado, siempre fue resguardada por los vecinos incluso luego de los incendios en las guerras de independencia. Sin embargo, aquella campana histórica, “desapareció” una noche, en la década de los años 60 del siglo XX, del portal de la vieja casa que servía de capilla. Es difícil, y más en aquellos tiempos, que un robo así fuera ignorado en un lugar transitado del pueblo a toda hora… y de hecho se conocen nombres pero… a pesar de las indagaciones, se perdió su rastro.(12)

INTENTOS

En el año 1867, costeado por los pobladores, se dio comienzo a levantar el primer templo en el lugar bendecido por los misioneros de Claret. Se supone que estuviera por donde hoy se encuentran los edificios de viviendas circundantes a las calles del centro del pueblo, que entonces era una parte deshabitada. En los primeros años del siglo pasado era aquel lugar, un terreno condicionado para jugar pelota. Allí también, acampaban circos, los “Caballitos de Waldo de la Fe” y alguna que otra vez los campamentos de gitanos… estos últimos dejaron secuela de historias y leyendas…

La proyección del templo fue sencilla, su tamaño equivalente a unos 18 metros, de madera y barro con el campanario y la cruz. Cuando comenzó la Guerra Grande, el 11 de mayo de 1869 el caserío fue quemado por las fuerzas del comandante Pedro Ignacio Castellanos. Los vecinos se dispersaron y, aunque ello no se precisa se supone que el templo también desapareció entre las llamas. Los vecinos se dispersaron… se marcharon a Puerto Príncipe, otros cerraron las talanqueras de sus haciendas… los más pobres volvieron a levantar las casuchas entre las cenizas.

A finales de diciembre de 1894 se inició la construcción de otro templo. El albañil fue José Monteagudo que, aunque no nació en el pueblo residía en el lugar, posteriormente fue sargento primero del Ejército Libertador hasta caer en combate por Cuba libre. Como en el caso del templo anterior, la madera empleada fue cedro, pero la construcción alcanzaba veinticinco “varas” (un aproximado de 18 metros) de largo. No se levantó exactamente en el mismo lugar que el primero, sino algo distante de la cruz de jiquí, pues entre los años 1870 y 1873 se les dio sepultura a muchos cadáveres por esos alrededores, debido a las epidemias de cólera y viruela que asolaron al vecindario. Tampoco llegó a ofrecerse misa en aquella construcción.(13)

Tampoco llegó a ofrecerse misa en ese lugar, porque en 1895 las autoridades coloniales decidieron adaptar la edificación a un nuevo empleo, quedó en la historiografía como Fortín La Iglesia. El 21 de septiembre de 1896, el general Gómez emprende lo que se conoce como: “El sitio de Cascorro”. Ataca por todos lados y un cañón, continuamente disparado daña las edificaciones sin destruirlas, incluyendo al citado fortín, desde donde un francotirador hostigaba con saña las huestes mambisas. Los proyectiles no explotaban, su efecto era rasante.

Al transcurrir más de quince días del asedio a Cascorro, el general español Jiménez Castellanos decide rescatar a los soldados que había abandonado a su suerte. Era una fuerte columna de tres mil hombres de las tres armas (otras fuentes dicen que 2500). No pudieron o quisieron mantener la plaza, se limitaron a recoger la guarnición y abandonar el lugar al incendio. La tradición refiere, que los soldados españoles pudieron marcharse sin ser visto por los mambises debido a la espesa niebla. El fortín La Iglesia sucumbió a las llamas. (14)

SIGLO XX ...


A principio del siglo xx se vuelve a construir otro templo, más o menos por el mismo lugar escogido por los misioneros del arzobispo Claret. Pero esta vez la mala calidad de las maderas empleadas dio al traste con el viejo anhelo: la edificación se desplomó sin terminar… también el sueño de muchos vecinos. La última tentativa de edificar el templo en el lugar bendecido en 1856, sucedió en el año 1912, y esta vez fue destruido por la descarga de un rayo.(15) A raíz de aquel suceso comenzó a circular el rumor de que: “en Cascorro no se puede construir un templo…sin que ocurra una desgracia”

Para el 19 de marzo de 1916, llegó al poblado en visita misionera, el primer obispo de la diócesis camagüeyana Mons. Valentín Zubizarreta y Unamuzaga. Personalmente cumplía la solicitud de doña Balbina Gómez de Blanco, que le había hecho saber la necesidad de un sacerdote en el pueblo para celebrar las fiestas patronales. En casa de la propia doña Balbina, situada en la esquina de las calles que hoy se nombran Ignacio Agramonte y Oscar Primelles, Monseñor Zubizarreta ofreció misa, catequizó, bautizó, realizó matrimonios… Toda una misión cuyo recuerdo perduró hasta nuestros días.(16)

Se sucedieron los años y la esquina se convirtió en un rústico local de fama internacional: la zapatería de Vita, que confeccionaba botas tejanas. Por esas esquinas estuvo el club de ajedrez de los años cuarenta del siglo XX.(17)

Por ahí estuvo también el Vivac que casi siempre vacío, a no ser por algún borracho trashumante o alguna mala broma de vecino. Hoy, cuatro adustos jiquíes permanecen clavados como testigos de otros entonces. En aquellos años, si algún sacerdote visitaba al pueblo en alguna misión esporádica, alquilaban alguna vivienda o se establecían en casas de familia de manera esporádica. No existía local propiedad de la Iglesia Católica, no consta en el arzobispado.

Fue en los últimos años de la década de 1930, que monseñor Enrique Pérez Serantes, segundo obispo de Camagüey, al comenzar la atención regular al poblado, compró un local con el terreno correspondiente ubicado en la calle que hoy se nombra Oscar Primelles. El inmueble, que había sido vivienda y luego una talabartería, se condicionó para capilla. Aunque allí se celebraban las misas y todo acto litúrgico, incluyendo catequesis, reuniones, etc. no resultaba un lugar idóneo; además, la construcción estaba deteriorada por los años.(18) Es por ello que en 1940 se solicita un solar para la construcción del templo. Correspondió al alcalde Juan Nepomuceno Gómez Fernández gestionar y otorgar el terreno del viejo cementerio para la edificación del templo católico.(19) Por aquel entonces, los sacerdotes franciscanos, unieron para atender, la extensa zona de las parroquias de Sibanicú y Guáimaro, que comprendía desde Sibanicú hasta el entonces central Francisco, aún hoy la administración diocesana llega a esa zona.

Como ya desde 1920 se estaban efectuando las sepulturas en el lugar que ocupa el cementerio actual, las damas de Acción Católica, para apremiar los trabajos pagaron el traslado de los restos mortales que aún se encontraban en el viejo cementerio de la Carretera Central. En él había restos desde la época colonial incluyendo los de soldados españoles.(20)

Ello suscitó que el propio alcalde junto a otras autoridades y personas prominentes tuvieran que interceder por aquellas damas católicas, que se atrevieron a realizar el traspaso de los restos sin la debida orden de exhumación.

Cuando es el caso de extranjeros también puede mediar la embajada del país en cuestión.

A principios de los años cincuenta, fueron famosos los bailes y verbenas para recolectar fondos para el nuevo templo con el desagrado de algunos adustos señores, quienes alegaron,” si ese es el pretexto, el fin no justifica los medios”. Se daban en un ranchón levantado con ese fin en un extremo del terreno del entonces campo de pelota, curiosamente por el mismo lugar donde estuvo plantada la cruz de jiquí para construir el templo.(21)

SE CUMPLE EL PRESAGIO...


Por fin… en enero de 1955 fray Luis de Albizu, párroco de Guáimaro y Sibanicú, invita al pueblo a monseñor Carlos Rius Anglés, tercer obispo diocesano, para que bendijera la primera piedra de la edificación,(22) en esta piedra como era costumbre hacerlo en las edificaciones públicas, al menos en Cascorro, se fundió un peso plata cubano… por ello se divulgó entre los lugareños algo que llegó a nuestros días y fue recordado al iniciarse los trabajos de reconstrucción del edificio actual, comentaban que se había enterrado oro o una especie de tesoro.(23)

En ausencia del párroco Albizu, quien viajara a su país España, la obra fue proyectada con grandes dimensiones. Como resultado de la imprudencia, la administración de los fondos no fue la mejor, lo que provocó que la construcción fuera cada vez más lenta, hasta que se paralizó en 1958,(24) primero por la guerra y luego por la implantación del sistema socialista similar al de la antigua Unión Soviética… el templo quedó otra vez varado en la historia de lo inalcanzable…

Mons. Mario Mestril, en la actualidad obispo emérito de Ciego de Ávila, entonces el sacerdote diocesano que atendía al pueblo, ofreció una misa, en la más rústica circunstancia de la edificación con el objetivo de rescatar el lugar para templo, pero hubo fieles que prudentemente aconsejaron continuar en la capilla debido a que, en ese tiempo mantener creencias religiosas era muy cuestionable y peligroso y varios creyentes habían sido advertidos por las autoridades vigentes de no ver bien su asistencia a la Iglesia y al efecto dejaron de asistir… sólo quedó un reducido número de fieles. Se había oficializado el ateísmo. (25)


El edificio de ladrillos desnudos se fue deteriorando con la intemperie… la dirección estatal estableció un mercado campesino, los vecinos lo utilizaban indistintamente para parqueo de carros viejos, resguardar cabalgaduras, etc. También falleció un anciano indigente que hizo allí su albergue.

La vieja capilla se derrumbó totalmente en el año 1978, y un domingo de junio de 1980 comenzaron a oficiarse las misas en la edificación de ladrillos desnudos y piso de tierra, sin ventanas... Fue el carismático sacerdote José García, conocido en la entonces diócesis como Padre Pepito, quien en su pequeño Volkswagen arrastró los viejos bancos desde los restos de la capilla hasta la edificación en construcción. Sobre los viejos restos de lo que fuera una guagua Willis, con sólo un corporal para el copón y una patena para las formas, ofreció la santa misa a los acordes de un guitarra… la joven, que la tocaba hizo callar a los curiosos con aquello de: “Se busca… su nombre Jesús de Nazaret… si le encuentra sigue sus pasos”(26) la joven de la guitarra llegó en unión de otros jóvenes de la Parroquia de la Caridad, de Camagüey.

No pasamos de diez los lugareños, que nos mantuvimos de pie durante la misa entre risas, sátiras, agresiones verbales y gritos de “Oye... ¿Hay carne?” …burlas de algunos que se mantuvieron en las ventanas desnudas de puertas.(27) Al finalizar el sacerdote nos bendijo a creyentes y no creyentes por igual. Desde entonces en ese local comenzaron a celebrarse todas las misas y actos litúrgicos, porque allí, en medio del polvo de su piso de tierra, del aire libre sin puertas ni ventanas, a veces en medio de la lluvia; estaba el Señor cada semana, como ha sido y será, según su promesa, hasta el fin de los tiempos…

LA HISTORIA RENOVADA

A principio de la década de 1980, un delegado del Estado le propuso a Mons. Adolfo construir un local en el solar de la calle Oscar Primelles a cambio de que se entregara el edificio del templo de la Carretera Central. Contrasta este hecho soberbio, autoritario, con la generosidad y la amable condescendencia de Mons. Adolfo –por eso se recuerda-, quien asistió al pueblo y explicó la situación a los fieles, inquiriendo el parecer de todos y cada uno de nosotros. Todos nos opusimos… hubo hasta quien lloró, pero fueron los argumentos convincentes: Ese templo estaba levantado sobre el viejo cementerio, tierra sagrada para los lugareños, además… el pueblo siempre crecería hacia el este y el lugar era asequible a todos desde cualquier punto…También los fieles expusimos que, imperioso delegado elegido por el pueblo no nacido en el pueblo, para dar por la espalda, solapadamente, sin exponerlo de forma previa, como parte del pueblo que éramos… Monseñor nos comprendió y el maltrecho edificio siguió en su lugar.

El día 26 de julio de 1988, comenzó una etapa nueva en la Iglesia de Cascorro, cuando a los pies de una imagen centenaria de la Virgen de la Caridad, que desde el Cobre recorrió varios pueblos y ciudades, se aglomeró prácticamente todo el pueblo, a pesar de que por la fecha hubo varias actividades simultaneas. Aquel día… hubo momentos verdaderamente emocionantes, personas que regresaron a la Iglesia tras largos años de ausencia con lágrimas en los ojos y personas que entraban por primera vez. Aquel día… luego de muchos años de tan solo bautizos esporádicos, se bautizaron 114 niños. El párroco de ese momento era el padre José Manuel García Sardiñas, quien en su estancia en la parroquia de Guáimaro estuvo acompañado por el padre Rodolfo Lamas.

El día de la Virgen asistieron otros sacerdotes de la diócesis y la religiosa salesiana Sor Celina Arango. Cuando a las cuatro de la tarde se dijo adiós a la Imagen peregrina de nuestra Patrona Nacional, con pañuelos blancos, se puede decir que terminaba en el pueblo la Iglesia del silencio.

Posteriormente al pasar la Cruz de la Evangelización, que con motivo de los V siglos de haber comenzado la misión de la Iglesia en estas tierras americanas, recorrió pueblos y ciudades de Cuba, también se llenó durante tres noches consecutivas el templo de ladrillos. Por ese entonces nuestra comunidad era atendida por los sacerdotes diocesanos padre Ernesto Pacheco López y padre Eugenio Castellanos Pesantes.

DE LA HISTORIA MÁS RECIENTE

El pueblo de Cascorro también sintió la emoción de la visita de su Santidad Juan Pablo II a Cuba y especialmente a la provincia camagüeyana, el inolvidable viernes 23 de enero de 1998. Tras una noche insomne, más de 150 personas llenamos cinco ómnibus de marca “Girón” que esperaron en el parque viejo y se incorporaron a la caravana de carros de la hermana provincia de las Tunas y a la caravana de Guáimaro.(28) Más de 300 Girones rompieron la madrugada de aquel viernes a una velocidad uniforme hasta el corazón de lo que otrora fuera tierra del cacique Camaguebax.

Fue emocionante la larga fila de luces serpenteando la carretera al amanecer, que esa vez sí unió distancias. Luego… muy emocionante la procesión de nuestros sacerdotes llevando humildemente en hombros, la imagen de Nuestra Patrona hasta el altar donde se ofrecería la misa.

Emocionante e irrepetible, aquella mañana de san Juan Pablo II… perderse en la multitud… aquella multitud con alegría espontánea, libre y liberadora… coreando a grandes voces con toda el alma: “El Papa se queda en Camagüey”. El sacerdote que atendía a Cascorro en ese tiempo era el filipino Filemón Libot, claretiano, muy cercano a las personas, quien debió marcharse a otras tierras por sus osadas homilías…

El 19 de marzo de aquel año de 1998, el pueblo colmó el viejo y deteriorado edificio de ladrillos, y le pidió a monseñor Adolfo Rodríguez Herrera que diera feliz término a la ansiada edificación. El cuarto obispo diocesano y primer arzobispo de Camagüey envió casi inmediatamente, a la ingeniera Enriqueta Vigil y luego al ingeniero Avalos, posteriormente fue el ingeniero Juan Butros, quien terminó de dirigir la proyección y trabajos,(29) que no fue sencilla, pues implicaba la demolición de la placa de la nave central. En enero de 2003 comenzaron los trabajos, y el día 9 de mayo se fundió la nueva placa del techo… como triste coincidencia, esa misma noche fallecía en Camagüey, monseñor Adolfo Rodríguez Herrera.


La noche del 11 de junio de 2004, sobre las siete de la noche, veintiséis años después de la Misa del padre Pepito, comenzó la celebración a templo lleno, con pantalla en los laterales para muchísimas personas en la calle que no pudieron entrar… Se inauguraba ¡al fin! el templo del pueblo de Cascorro, y con ello se daba fin a la vieja leyenda que contaban los mayores, quienes sentenciaban la imposibilidad de erigir la edificación. En esta celebración se mantuvo en el presbiterio un sillón vacío en recuerdo de Mons. Adolfo. El entonces arzobispo de Camagüey Juan de la Caridad García, quien presidía la Misa invitó a Mons. Mario Mestril, en esos momentos obispo de Ciego de Avila. El ingeniero Juan Butros acompañado de su esposa la doctora Sury Arias, en gesto oficial y simbólico, le entregó la llave a Mons. Juan en medio del aplauso y la alegría general.

La historia había comenzado casi dos siglos antes, en el año 1838, cuando los hacendados de Cascorro solicitaron a la Capitanía General de Cuba la autorización para construir un templo y la permanencia de un sacerdote en el poblado. Si no se erigió en el lugar bendecido por los primeros misioneros de san Antonio María Claret, allá en el año 1856, la inauguración, por feliz coincidencia, estuvo presidida por misioneros claretianos.

Hoy, contra toda leyenda, por la Gracia de Dios, el templo se levanta donde un humilde patriota cascorreño, tabaquero de profesión: Manuel Torres, fiel a la causa de Cuba, apresado por los coloniales, decidió no delatar los campamentos y hospitales cubanos y prefirió la muerte en la anónima mañana del 15 de abril de 1870, cuando elevó su estoico grito, recordado de generación en generación: ¡Viva Cuba libre!






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1. Zayas y Alfonso, Alfredo: Lexicografía Antillana: Imprenta Siglo XX de Avelio Miranda, La Habana 1914.

2. Agradecemos el dato del Archivo Provincial de Camagüey a la Licenciada Amparo Fernández historiadora del Arzobispado de Camagüey. (entregado en las oficinas del arzobispado el 16 de marzo de 2011)

3. Dato de archivo de alcaldía del Sr. Juan N. Gómez Fernández

4. En otras fuentes como Bustamante se menciona el año de 1858. Estas categorías se daban retrospectivamente según demografía.

5. “Un soplo de niebla en la llanura” Mariem Gómez Chacour

6. Copia textual de la biografía de Claret.

7. Autobiografía de Claret

8. Testimonio oral de vecinos

9. “Un soplo de niebla n la llanura” Mariem Gómez Chacour

10. Tradición oral de vecinos y familiares

11. Testimonio de dueños de la vivienda

12. Testimonio personal

13.  “Un soplo de niebla en la llanura” Mariem Gómez Chacour

14. Ibídem

15. Testimonio fotográfico

16. Testimonio oral de descendiente de doña Balbina de Blanco

17. Testimonio fotográfico

18. Libro de Actas de la Juventud de Acción Católica (JAC) del pueblo

19. Archivos de alcaldía de Juan N. Gómez Fernández

20. Archivo civil de Cascorro

21. Tradición oral

22. Testimonio fotográfico

23. Testimonio oral y fotográfico

24. Testimonio oral y fotográfico

25. Testimonio personal de los autores

26. Canción de José Luis Rodríguez, El Puma

27. Testimonio personal de los autores

28. En archivo personal se conservan los nombres de las personas en las seis listas que conformaron los seis ómnibus

29. Al no tener condiciones la construcción, éstas y todas las reuniones se efectuaron en la casa de mis padres, Juan N. Gómez Bueno y Rafka C. Chacour Abinegen. También la efectuada por el ingeniero Butros, los padres claretianos y las autoridades del PCC en la gestión del permiso de construcción. Lo expongo como testimonio.


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FUENTES

Agradecemos al padre Ernesto Pacheco López datos y fechas, además fue quien nos estimuló a realizar la exposición en el año 1996. Así mismo como la aprobación de quien fuera historiador de la ciudad de Camagüey Sed Nieves.

Archivos Parroquiales de Guáimaro y Sibanicú

Archivo Provincial de Camagüey

Archivo de Alcaldía del Sr. Juan N. Gómez Fernández

Bustamante, Luis J. Enciclopedia Popular Cubana, S.A. La Habana

Claret y Clara, Antonio María: Autobiografía, Editorial Claret. Barcelona España, 1996

De la Pezuela, Jacobo: Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba. Tomo I. 1863. Imprenta del Estado de Mellado. Madrid 1863-1866

Fernández, Cristóbal: El Beato Padre Antonio María Claret, Historia Documentada de su vida y empresas Editorial CMF. Madrid.

Juárez Cano, Jorge: Apuntes de Camagüey, Imprenta El Popular. Camagüey, 1929

Gómez Chacour Marum y Mariem: "Presencia de la Iglesia en el pueblo de Cascorro. Dos tradiciones". Revista Enfoque No.56 Año XVI Camagüey 1998 Basado en crónicas inéditas de Víctor Somonte Bueno.

Marrero Artiles, Levi: Cuba economía y sociedad, Editorial Playor. Madrid, 1978.

Márquez, José de J.: Diccionario de la Isla de Cuba 1876. Imprenta Pérez Sierra y Co. La Habana 1926

Zayas y Alfonso, Alfredo: Lexicografía Antillana: Imprenta Siglo XX de Avelio Miranda, La Habana 1914.

Testimonio oral de vecinos y familiares.

Pichardo Viñals, Hortensia: La Fundación de las primeras villas en Cuba, Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1986

“Un soplo de niebla en la llanura” Mariem Gómez Chacour.





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Texto basado en el proyecto que se presentó hace 27 años en el Primer Encuentro Nacional de Historia “Iglesia Católica y Nacionalidad Cubana”. Publicado en la Revista “Enfoque” de la entonces diócesis de Camagüey octubre-diciembre 1996.

Tuesday, June 20, 2023

"Brindis con cremitas de leche de Cascorro". Nombre y sobrenombre de mi pueblo: Cascorro. (por Mariem Gómez Chacour)



El vocablo es disonante, no es agradable al escucharlo, mucho menos para una estrofa lírica… recuerda el despeñar de piedras, las turbulencias de agua o el estampido de cascos de reses, tal vez salvajes… de aquellas que Vazco Porcayo dejó en los verdes paradisíacos de las sabanas camagüeyanas, allá en los orígenes comarcales… Algunos expresan que el vocablo es la forma menospreciativa de la palabra “cascos”.

Levi Marrero no lo relacionó como nombre aborigen(1) y ciertamente, no tiene traducción en el lenguaje arahuaco, como el vocablo que designa al cercano pueblo de Sibanicú: “Río de Piedras” o como Guáimaro, nombre dado al árbol que se daba en el lugar, a cuyas hojas los aborígenes atribuían propiedades curativas. Comúnmente tampoco es un sustantivo castellano. Si nos atenemos al diccionario es una fea designación, apodo o mote con el que se alude a ciertos hombres en algún país sudamericano…

En su “Lexicografía Antillana”, el Dr. Alfredo Zayas y Alfonso, refiere respecto a Cascorro, que Manuel de Rojas, gobernador interino de la Isla al morir Velázquez, en un informe al rey de España con relación a una visita de inspección a los indios, pidió la libertad: “de un indio que se dice Cascorro, de un pueblo que a mí me está encomendado cercano de aquella villa y el mismo suele ser cacique del cacicazgo”(2). Y efectivamente, Cascorro fue liberado porque existía una ordenanza real para otorgarle la libertad a los indios que se “evangelizaran” o “catequizaran”.

El nombre aparece en la descripción agraria que hizo el escribano Silvestre de Balboa en 1627, en el libro de instrumentos públicos del bienio 1627-1628, donde hace mención al hato de Cascorro en uno de sus oficios, aclarando que colindaba con el hato de Sibanicú(3). Por su parte Jorge Juárez Cano, en su obra “Apuntes de Camagüey”, en la pág. 23 enumera al cacicazgo de Cascorro repartido a Manuel Rojas en 1530(4).

La aldea agro alfarera fue una realidad en el paisaje primitivo. Un día el vecino Gumersindo Antonio Fernández Forcelledo, quien fuera conocido como “El gallego Fernández”, se encontraba arando las tierras de la cooperativa en la finca San Vicente, cuando comenzó a desenterrar “un montón de piedras raras”. Esas fueron sus palabras. El hallazgo inusual fue manifestado de inmediato al profesor Yilber Alfonso Neira Machado, defensor del patrimonio sociocultural del pueblo. La sede provincial de la Academia de Ciencias de Cuba, verificó in situ los utensilios aborígenes: morteros de piedra y burenes de barro. Dichos hallazgos se atesoran en el Museo Municipal de Guáimaro(5). Lo que sí no se ha llegado a probar es, como un mote usado en la jerga marinera española llegó a señalar a un aborigen en una región del interior de Cuba, por supuesto… la picardía en la imaginación es muy válida… Pero nada…que para defender nuestro gentilicio hay que acudir a los versos de la inmortal Dulce María: “¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!(6)

Una ocupación singularísima de aquellos años del siglo XIX en Cascorro, fue la de cazar jutías en los montes de los alrededores, y conservarlas vivas en hoyos bajo tierra; faena que persistió hasta la primera mitad del siglo xx, cuando ya construida la Carretera Central, estos animales ―de carne muy apetecible― eran encargo diario de viajeros habituales como los camioneros de cualquier parte del país. Los cartelitos de hay jutías se dejaban ver junto a los anuncios de licores, refrescos y otros tantos… La costumbre adquirió tal fuerza, que a los lugareños se nos mortificó por mucho tiempo diciéndonos: “Ah, tú eres del pueblo de las jutías”. Hoy, esta preciosa especie cubana está a punto de extinguirse, y por la zona apenas se ven escasos ejemplares(7).

El cariño compartido de un pueblo pequeño es tradición… rutina de coexistencia en espacio y tiempo, distinción de porte, rasgos y voz en secuencia de diversidad. Es clase patrimonial de un apellido… Y es también apoyo emotivo y alegría contagiosa… Es el respeto solemne que parte del propio ser y la humildad de agradecer una dádiva que nos tocó sin elección. Fibras, hilos del alma más allá de consanguinidad o amistad… cuando el recuerdo convoca a la nostalgia.

Y llegamos al “punto exacto” de las cremitas de leche. ¿Quién las “inventó”? La respuesta se oficializó para aquella mujer sencilla de mi pueblo… cuyo nombre escribo con cierta emoción: Ana Iraola. Un día Ana, con sus mejores intenciones hogareñas, batió la leche y el azúcar hasta un punto exacto…y tal vez sorprendida al ver que aquello iba más lejos que un simple dulce de leche, siguió batiendo lejos de la “candela” para enfriar aquella inusual contextura y encontrar otra vez, otro punto exacto… y entonces contenta acarició y acarició y luego de las mil caricias… ¡formó las primeras cremitas! Esto ocurría a mediados de los años treinta del siglo XX.

Otros nombres de aquella época se pronunciaron en mi casa. El de Angelina Torres que mi madre extranjera contaba que, siendo niña, permitían comprara las bolitas a dos centavos y que las hacía muy sabrosas. Mi tía mencionó a Lidia Paneca. Y no es difícil imaginar que ese dulce casero y novedoso, anduviera errante por las cocinas cascorreña. Pero es Ana la que conserva en el tiempo la patente verdadera con la aseveración del cariño popular.

Imagino también, los puntos exactos de aquellas abuelas, allá por las primeras décadas del siglo pasado, cuando exaltaban sus artes reposteros… porque antes se dedicaba tiempo a compartir y a conversar, a la comunicación humana y a propagar jardines… tal vez porque no existían los adelantos de hoy…

Fábrica de cremitas de leche de Cascorro.
Foto cortesía de Mariem Gómez Chacour
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El primero que comercializó las cremas de leche en el pueblo, fue José Hidalgo, esposo de Ana Iraola. La fábrica tiene su nombre, pienso que, sobre todo, porque se dedicó a las luchas revolucionarias, era manzanillero. Para ser fiel a la verdad, el artífice de las cremitas de leche fue el cascorreño Erastio Sánchez Torres. porque fue el que le dio fama nacional. Además de hacerlas muy bien, las envolvía y sellaba con lo que garantizaba su higiene. Erastos tenía sus secretos… secretos que Pablito, su hijo, nos contaba… sobre la calidad de la leche y del azúcar y de las medidas exactas, entre otros secretos… las hacían hasta con almendras. Algunos de sus hijos quedaron trabajando en la fábrica estatal. Otra familia que, por los años cincuenta del pasado siglo, se distinguió haciendo cremitas fue la de los Abreu… Vicente Abreu. Posteriormente también trabajaron en la fábrica(8).

Erastio Sánchez Torres
Foto cortesía de Mariem Gómez Chacour
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Por aquel tiempo, muchachos contratados con ese fin, con una caja llena de cremitas muy bien envueltas, que pendía por una correa del cuello, salían y pregonaban: “¡Vaya las cremitas de leche!” “¡Las cremitas de leche de Cascorro!” Cuando paraban los carros interprovinciales en el bar-restaurant de Lorenzo, salían esos muchachos como del asfalto y literalmente asaltaban los ómnibus. A cinco o a veinte centavos se vendían en su envoltura de papel fino, creo de celofán. Las hacían por encargo algo más grandes, pero nunca se dijo en mi casa de algún precio que pasara de diez pesos.

Unas líneas para el bar-restaurant de Lorenzo, que también le dio fama nacional a Cascorro. Guardado era el apellido de los hermanos Lorenzo y Aurelio, eran españoles. Un restaurant donde la higiene era absoluta y su cocinero podía competir con el mejor chef del mundo: Lucio… ¡que rico cocinaba! Además, el establecimiento tenía los ventiladores de techo tan necesarios en nuestro clima, el reservado en la parte posterior, llegó a tener aire acondicionado. Era tal vez de los poquísimos lugares donde había un teléfono, apartado del salón por una cabina… era de manigueta…se hacía girar una o dos veces o timbres cortos o largos según el lugar a llamar, generalmente al central Hatuey y desde allí entonces, comunicaban con el mundo entero… de risa, no… El local tenía una barra donde merendar o cenar… fue el primero en ofertar barquillas. Y dos habitaciones para alquilar, era un pequeño motel… Todo transporte interprovincial se detenía allí.

En la década de los años sesentas, por orden de la alta dirección del país, se levantó la fábrica de cremas de leche con sus grandes pailas y sus tachos eléctricos… sé de fechas y nombres, pero… ¿Para qué tanto dato frío si faltan las cremitas? Porque si bien esa fábrica fue una fuente de trabajo para un grupo de personas, que mejoraron su status económico, también fue el principio del fin al abarcar su producción. La comercialización particular quedó como negocio ilícito. Al principio se vendieron en la fábrica o como acostumbramos a decir los cubanos: “conseguíamos” o “resolvíamos” … hasta que progresivamente fue muy restringida su venta. En la actualidad, para adquirirlas en ese local, se necesita autorización especial y pago estatal con cheque. Lo escribo así porque la verdad, aunque duela… no debe ofender.

El comercio de cremas de leche “clandestino” continuó, mientras hubo azúcar, paralelo al de la fábrica, pero nunca con la calidad óptima porque decayeron los productos básicos. Así las cosas… también los decomisos de calderos y paletas que “volaban” por los patios vecinos al llegar la policía… hicieron lo suyo.

No sé si he cumplido bien el cometido de escribir sobre el dulce que llegó a rebautizar a mi pueblo como el pueblo de las cremitas de leche, ya no mencionado como burla… acaso con gesto y sonrisa pedigüeña… Hasta aquí es mi historia. Lo escrito tiene la rúbrica del derecho, del cariño y de las buenas intenciones… también de la tristeza.

Si los viñedos del siglo XVII en el transcurso del tiempo, se convirtieron en el vino que dio fama internacional a Oporto en Portugal, si los turrones de almendras de la provincia de Alicante, incluyendo los de su municipio de Jijona, adquirieron fama internacional sobre todo como dulces navideños, las cremitas de leche con el paso del tiempo también hubieran adquirido fama …y con ello el desarrollo económico de la región. Pero… en España concedieron una Indicación Geográfica (IG)(9), para proteger el patrimonio local… y en mi pueblo de nombre inarmónico… el sabor dulce quedó prendido en la niebla de la sabana, esa que llega en lo más negro de la noche y se planta borrando el entorno… hasta que un nuevo sol la rompe en luz de diversa policromía.



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1. Marrero Artiles, Levi: Cuba economía y sociedad, Editorial Playor. Madrid, 1978.
2. Zayas y Alfonso, Alfredo: Lexicografía Antillana: Imprenta Siglo XX de Avelio Miranda, La Habana 1914.
3. Documento que se conserva en el Museo Ignacio Agramonte de Camagüey.
4. Se encuentra en la Biblioteca provincial de Camagüey.
5. Yilber Alfonso Neira Machado y Viamontes Noy, Maritza: Estudios de la localidad de Cascorro. Tesis de grado 1985, Universidad de Camagüey.
6. Dulce María Loynaz en sus versos “Al Almendares”.
7. Mariem C. Gómez Chacour “Un soplo de niebla en la llanura” Ácana 2015.
8 Agradezco a Jorge Sedeño la reafirmación y el conocimiento de datos y nombres.
9. La indicación geográfica (IG) es un signo utilizado para designar un producto agrícola, alimenticio o de otro tipo, que posee un origen geográfico determinado y que tiene alguna calidad o reputación que se debe a dicho lugar de origen. El hecho de que un producto pueda beneficiarse de una indicación geográfica depende de la legislación nacional de cada país y de la percepción que tengan de él los consumidores.[1] Habitualmente, consiste en el nombre de la localidad, región o país de origen de tales productos. Wiquipedia digital.

Monday, June 12, 2023

Aires del San Juan en Cascorro (por Mariem Gómez Chacour)


Era el aire de San Juan, con su ruido característico causado por los papeles de seda del Lejano Oriente, que articulaban los abanicos o bien, la ornamentación de las calles sin pavimentar. Oráculo del alma popular. Alegrías de junio. Conjuro mágico y espontáneo, arraigado en la propia identidad. Fuente de armonía multicolor, fecunda en prodigios e inventos que se rebelaban contra lo establecido, lo importado o lo impuesto.

Era el aire de San Juan, con el cornetín chino y el tambor mayor acelerando los latidos de vida. Alguien lo definió hace tiempo: siempre fuimos cimarrones, con más o menos refinamiento, con más o menos cultura blanca. Eternamente,nlos tambores africanos le marcaron el ritmo a un tiempo de compases de orígenes. La conga fue (y es) la suma inacabada de océanos prehistóricos volcados en espacios sin cánones prefabricados.

Era el aire de San Juan con antifaces de cultos misteriosos. Rencuentro con cierta mistificación de la otra Europa, para cambiar la luz al sol del trópico. Hubo submundos de reinados efímeros donde la belleza alzaba sus dominios. Las calles semioscuras conocieron a los grandiosos ensabanados, erguidos sobre sus zancos de dos metros, codeándose con los mejores disfraces del mundo. La doña Canda en su minúsculo bohío fabricaba un Liborio hablador, con la doblez intencional despuntando en el iris de la picardía. Artificios de comparsas con zapatos de Luis XV, o chancletas de barrio, ambas comparsas meneándole los glúteos a la burla y sandunga del paseo. El salto descomunal del indio, el señor del velo de novia, los charros mexicanos, y aquellos mamarrachos desinhibidos, de guantes de medias de hombre y voz de falsete. Las máscaras improvisadas, que trocaban el orgullo de la identidad por un rústico palo de bastón para alejar a los curiosos averiguadores del sexo. Eran todos así, tan inimaginables, maravillosos, insólitos. Pléyade que un mal día se perdió en la niebla bailando al son de la carroza de Carioca, entre serpentinas y confeti, mientras los voladores iluminaban el cielo de la despedida. No encontraron los caminos de retorno. Esos andan sigilosos y libres en el aire de San Juan, cuando cantan al rencuentro en los penachos de las palmas. Mientras, que vivan los palenques.




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Texto incluido en el libro Un soplo de niebla en la llanura, Mariem Gómez Chacour. Editorial Acana. Camagüey, 2015.

Friday, June 9, 2023

El viejo teatro de Cascorro (por Mariem Gómez Chacour)


La fachada de madera del teatro se perfilaba entre los vetustos edificios de la época colonial, casas de familias de altos puntales cuyas tejas de barro se desalineaban con los soles llaneros. El nombre que llenaría toda una época se dejó ver en medio de aquellas humildes viviendas: Campoamor. Desde sus lunetas se pudieron apreciar las primeras películas silentes de Chaplin, pero también las funciones de la compañía de teatro de Cascorro. Jóvenes y no tan jóvenes, hombres y mujeres de diversa procedencia, se empeñaron en hacer un proyecto sin pretensiones mezquinas, digno de sus vecinos Si bien las mejores compañías de los escenarios de Broadway, de los teatros europeos o las del vernáculo del teatro Martí en La Habana, ganaban el aplauso de las multitudes, los lugareños desarrollaron con su propuesta cultural ese carisma autóctono, que revierte las osadías e improvisaciones en valores incuestionables, de merecido triunfo. Quien recuerde o medite sobre el anonimato del pueblo pequeño, sabe que fue el amor la suma infinita de aquellos aficionados sin vanidad, sin aspiraciones de lucro. Había emergido el alma de la llanura en el quehacer de aquellos artistas de ficción.

Fue la época en donde proliferaron los primeros aparatos de radio, enormes; los que después de encenderlos calentaban las bombillas para dejar escuchar la voz lejana unida a mil interferencias y ruidos, anunciando los episodios de los buenos y los malos, o la novela del momento. Al pie de la voz se sentaron los de casa y los de al lado, todo giraba entonces alrededor del suspenso del día, o de cual y tal programa.

Los pequeños jardines comenzaron a declinar en hierba mala, hasta que las flores protestaron. La luz eléctrica desprendía sus pálidos reflejos desde las bombillas de cuarenta y cinco watts, enroscadas a platos de estaño, que como lámparas colgaban de horcones de jiquí: ornamentación pública, privilegio de algunas esquinas del pueblo cuando aún las lámparas de carburo adornaban viviendas y establecimientos. La electricidad generada por la planta de los García brindaba sus servicios de ocho a once de la noche. En las calles más apartadas, con sus casas de adobe y guano, el alumbrado consistía en los tradicionales quinqués, candiles o velas. Por muchísimos años, hasta mediados del siglo xx, aun cuando la electricidad llegaba desde el antiguo central Elia, por aquellas zonas del pueblo las velas y los candiles continuaron iluminando la pobreza de las apacibles y perdidas noches pueblerinas, y las amas de casa exhibían con orgullo sus planchitas de hierro calentadas sobre zinc, en fogones de leña o carbón.

Por el almendro de la escalinata del parque de pelota comenzó a salir “el hombre de negro”. La primera vez fue en una noche de luna llena. Los que vieron la aparición, al día siguiente coincidieron en la bodega de los chinos Antonio y Felipe, donde las “eles” salían del arroz, del olor a manteca de oso y del sonar de las botellas de refresco de “piñita Pijuán”, traídas de Camagüey. Hablaron con temor, ante la sonrisa rasgada de Antonio que, en camiseta de mangas y pantuflas, despachó por muchos años víveres en aquellos cartuchos grandes de papel amarillo. “Era una cosa de dos metros, envuelta de negro”. Se tejieron tantas historias a su alrededor, desde la tesis de una probable infidelidad encubierta, hasta que se trataba de un espía nazi… pero el tiempo se encargó de llevarse al hombre vestido de negro, y aunque aún hoy se mencionan varios nombres, el verdadero se queda entre los misterios de la sabana.

Por aquella época también principió el auge del dulce que Ana Iraola había descubierto en su punto exacto, no igualado jamás por nadie en algún lugar. Su esposo, el manzanillero José Hidalgo Oliva, comenzó a comercializarlo y, una vez construida la Carretera Central, los carros interprovinciales que hacían escala en el bar-restaurante de Lorenzo eran asaltados por un ejército de muchachos pobres, contratados con ese fin, que pregonaban sin cesar: “¡Cremitas, cremitas de leche! ¡Vaya, las cremitas de Cascorro!”. Los precios variaban y los pasajeros ocasionales y habituales comenzaron a llevarlas hacia todos los puntos de la geografía nacional. Cuando Oliva se entregó de una vez a la lucha revolucionaria, fue Erasto Sánchez quien continuó la comercialización con sus secretos bien guardados, para dar el exclusivo sabor al producto que alcanzó a rebautizar a Cascorro como “el pueblo de las cremitas de leche”.

Fue también el tiempo en que el joven Raúl González se destacó escribiendo en la sección “Madrecitas”, de la revista habanera Carteles, y comenzó a ganar elogios y lauros con sus obras, para orgullo de sus coterráneos, que siempre lo han recordado con su sonrisa afable, su serena alegría y su sencillez de hombre de pueblo. Raúl González García trocó su segundo apellido para darse a conocer en cada uno de sus más de veinte libros como Raúl González de Cascorro. Quizá con esa razón sobre todas, cada trece de junio el pueblo conmemora su natalicio con una jornada cultural a la que asisten su viuda Gema y su familia. Son encuentros donde el homenaje hacia el vecino es siempre grande y emotivo.

Aquí, de vez en cuando, en alguna buena memoria vuelve a resucitar el Campoamor. Sin micrófonos ni maquillaje profesional, ni montajes de grandes decorados, se suscita como una aspiración de gloria. Aún se escuchan las voces elevarse al éter, clamando por hacer realidad los sueños, invocando a la vida. Cada estrella es uno de aquellos rostros que sin fama de figurines, sin cámaras o pantallas, apenas con el sincero aplauso y el cariño de sus coterráneos colmaron una época. La bocina del aserradero de los Morales marcando el tiempo por el polvo de los caminos vecinales, señaló la hora fijada… ¡A sus puestos!, silencio, el teatro está lleno, la función va a comenzar. Vuele la ovación eterna.




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Texto incluido en el libro Un soplo de niebla en la llanura, Mariem Gómez Chacour. Editorial Acana. Camagüey, 2015. 
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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