Showing posts with label Mons. Adolfo Rodriguez. Show all posts
Showing posts with label Mons. Adolfo Rodriguez. Show all posts

Wednesday, November 27, 2019

El 27 de noviembre de 1999, fue inaugurado el Hogar de Ancianos P. Olallo en Camagüey (por Joaquín Estrada-Montalván)


El 27 de noviembre del año 1999, la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios logró fundar en la ciudad de Camagüey un Hogar para Ancianos, dedicado al beato cubano Fray José Olallo Valdés, conocido popularmente como el P. Olallo. 

La institución caritativa, inaugurada por el hoy Siervo de Dios Mons. Adolfo Rodríguez,  se encuentra ubicada precisamente en la calle que lleva el nombre del religioso hospitalario y a unos 200 metros de distancia del antiguo Hospital, en el que ejerció por más de medio siglo.

El Hogar presta servicio interno; de hospital de día, y consulta externa de fisioterapia. La labor se realiza en conjunto con el Ministerio de Salud Pública.

Los Hermanos de San Juan de Dios laboran actualmente en tres instituciones sanitarias en el país: dos en La Habana –el Hogar San Rafael, para ancianos, y el Sanatorio San Juan de Dios, para enfermos mentales– y en Camagüey, el Hogar P. Olallo.

En Camagüey, la iglesia católica presta este tipo servicio desde dos Hogares de Ancianos, el Padre Olallo y el Mons. Adolfo Rodríguez, inaugurado el 25 de mayo de este año 2019.


José Olallo Valdés. Algunos datos biográficos

José Olallo fue depositado al mes de nacido en la Casa Cuna de La Habana, por lo que no se conoce quienes fueron sus padres, o alguna otra información de su historia familiar. En su mano tenía una cinta, en la que se consignaba que había nacido el 12 de febrero (de 1820). Por esta razón su apellido es Valdés, que se les otorgaba a los niños que eran criados en esa institución y de los cuáles se desconocían sus apellidos familiares.

Olallo Valdés, tuvo una vocación religiosa temprana y al parecer influido por el ambiente de caridad en que se desarrolló su niñez y temprana juventud, se decidió por la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios. Terminado su noviciado y hecha la primera profesión de votos, en el mes de abril de 1835, fue remitido al Hospital de San Juan de Dios de Puerto Príncipe (hoy Camagüey), donde vivió el resto de sus días. En este lugar ejerció de enfermero, cirujano, y además se dedicó a la educación de los niños vecinos del barrio.

Entre las muchas anécdotas que se cuentan del P. Olallo, una de las más célebres es la que narra como el 12 de mayo de 1873, lavó el cadáver del Mayor Ignacio Agramonte que fuera tirado en el piso de las galerías del Hospital por los militares españoles y que además, se atrevió junto al sacerdote Manuel Martínez Saltage, a pronunciar el Oficio de los Difuntos.

Falleció en su celda del hospital el 7 de marzo de 1889, a causa de un aneurisma de la aorta abdominal. Su entierro en el Cementerio General fue una impresionante manifestación de duelo popular.

En el año 1901 el Ayuntamiento de la Ciudad dispuso en su homenaje, que a la Calle de los Pobres y a la Plaza de San Juan de Dios, se les cambiaran sus respectivos nombres por el de P. Olallo.

La Causa de su beatificación se inició, por el Proceso Diocesano, en 1990. Este primer paso, en su camino a los altares, culminó el 29 de noviembre de 2008, día que que fue proclamado Beato en la misma ciudad donde vivió su santa existencia terrenal.

Tuesday, September 3, 2019

(10 de junio de 2002) Mons. Adolfo anunció su retiro como arzobispo de Camagüey y el nombramiento de Mons. Juan García como su sucesor (por Joaquín Estrada-Montalván)


 
Cuando Juan Pablo II le hizo saber a Mons. Adolfo (via nunciatura) que aceptaba su renuncia y Mons. Juan era su sucesor, Mons. Adolfo pidió retrasar unos días (hasta el lunes 10 de junio) el hacerlo público. El motivo fue que en esos momentos se celebraba el 4 Encuentro Nacional de Historia "Iglesia Católica y Nacionalidad Cubana" (6 al 9 de junio de 2002, de los cuales fui fundador y presidí sus primeras 5 ediciones).

Mons. Adolfo me dijo que si hacía pública esa noticia durante el Evento de Historia, este quedaría opacado, "por eso pedí" (me dijo) "mantener en reserva la noticia hasta el lunes" (el evento se clausuró el domingo 9 de junio) y así no perdía su lugar el Encuentro (todo esto me lo hizo saber Mons. Adolfo, luego que la noticia fuera hecha pública).


Mons. Adolfo lo anunció ese lunes 10 de junio, en el Arzobispado en la mañana, primero a los sacerdotes del clero camagüeyano y algunos participantes del evento que estaban aun en Camagüey, que fueron invitados a participar en el encuentro semanal de los sacerdotes y su Obispo (costumbre que mantuvo Mons. Juan y ahora mantiene Mons. Willy).

Llamé enseguida ese día lunes a una de las secretarias de la COCC, para conversar sobre la noticia y aun no lo sabían en la COCC, se enteraron con la llamada telefónica. 

Mons. Adolfo, en la carta anunciando la aceptación por parte del Papa de su renuncia, y el nombramiento de Mons. Juan como su sucesor, expresó:
… yo no puedo ocultar que esta dimisión me estremece interiormente, pero tampoco puedo ocultar que lo deseaba, porque después de 39 años con esta responsabilidad en nuestra iglesia, seguir dirigiéndola es un riesgo para la misma Iglesia, cuando el peso de los años va inclinándolo todo en uno mismo, y por tanto inhabilitando la capacidad humana (...) Las escasas fuerzas que me quedan las coloco a disposición del nuevo Arzobispo en lo que él estime conveniente disponer de mi servicio a la Iglesia de Camagüey.(1)



---------------


----------------------

Tuesday, May 28, 2019

"Monseñor Adolfo, santo arzobispo de Camagüey: ¡mira complacido este Hogar de Ancianos que, a partir de hoy, llevará tu nombre!" (Palabras pronunciadas por Mons. Wilfredo Pino, arzobispo de Camagüey, en la inauguración del Hogar Mons. Adolfo, el 25 de mayo de 2019)

Foto/Fidelito Cabrera
-----------------

Palabras pronunciadas por Mons. Wilfredo Pino, arzobispo de Camagüey, en la inauguración del Hogar Mons. Adolfo, el 25 de mayo de 2019. 

A: Querido Monseñor Giorgio Lingua, Nuncio de Su Santidad en Cuba.

Queridos hermanos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles todos.

Madre Zelia Andrighetti, Superiora General de las Hijas de San Camilo de Lelis.

Hermana Esther Cusma, Provincial en Perú de las Hermanas Camilianas.

Hermanos de distintas Confesiones religiosas.

Distinguidas autoridades políticas y de gobierno en nuestra provincia.

Doctor Reinaldo Pons, Director Provincial de Salud.

Historiador José Rodríguez Barreras.

Trabajadores del Hogar.

Obreros que construyeron esta Casa para los ancianos.

Personalidades invitadas a este acto.

Familias vecinas de este reparto.

Primeros abuelos y abuelas que inauguran su nueva residencia.

Considero que debo empezar agradeciendo al Papa Francisco la gentileza que ha tenido en enviarnos ese afectuoso mensaje que hemos escuchado y su apreciada bendición. Creo que, al inaugurar este Hogar de Ancianos, estamos cumpliendo una aspiración muy personal del Santo Padre, cuando expresó: “¡Deseo que las comunidades cristianas brinden al mundo un testimonio de respeto y veneración hacia los ancianos, conscientes de que ellos pueden transmitir de forma privilegiada el sentido de la fe y de la vida! Invito a todos a empeñarse en la construcción de una sociedad a medida del hombre, en la que haya espacio para la acogida de cada uno, sobre todo cuando es anciano, enfermo, pobre y frágil” (11 de marzo del 2015).

Gracias les damos al Papa Francisco y a su representante en Cuba Monseñor Giorgio Lingua, a quien debemos la presencia de las Hermanas Camilianas entre nosotros.

Hoy también está con nosotros Monseñor Domingo Oropesa, obispo de Cienfuegos. No sé cuántas cosas pasarán en estos momentos por su mente, porque él es “el padre de esta criatura”. Como escuchamos hace unos momentos, fue él quien gestionó las importantes primeras ayudas recibidas desde España, su país natal. Camagüey guardará memoria perpetua de su nombre.

También quiero asegurar el agradecimiento de la Iglesia camagüeyana a tantas personas e Instituciones, de dentro y de fuera del país, que, con sus donaciones económicas, según sus posibilidades, hicieron posible esta construcción. Dios les recompensará abundantemente.

Mucho hay que agradecer, además, a los obreros y al personal técnico que trabajó durante 13 años para regalarnos esta maravilla que hoy se inaugura. Me gustaría decir los nombres de Morel, Salazar, Jorge, Yadián… pero son casi 100. Sin embargo, pienso que todos estamos de acuerdo en que debemos agradecer públicamente el trabajo del incansable Juancito Boutros. Sabemos, Juancito, que no fueron pocos tus dolores de cabeza, y que, en muchas ocasiones, por encargo nuestro, tuviste que insistir una y otra vez. A ti, y a cada uno de los que hicieron posible este milagro, mi gratitud personal, la gratitud de la Iglesia y del pueblo de Camagüey.

Considero que Salud Pública y la Iglesia hemos dado un ejemplo de cómo se puede trabajar juntos para conseguir un bien común. Y eso es algo que debemos seguir manteniendo. Hemos ganado en confianza mutua y aprendimos un estilo de trabajo que ojalá se multiplique en otras esferas en que la Iglesia y el Estado cubanos podrían trabajar juntos. En fin de cuentas, todos estamos al servicio de un único pueblo cubano.

A la Madre Zelia, Superiora General, y a la Hermana Esther, Provincial en Perú, mucho tenemos que agradecer. Gracias a su vocación en favor de los ancianos de cualquier parte del mundo han regalado a nuestra Cuba a las Hermanas Giovanna, Lidia y Beatriz, a quienes hemos aprendido a querer en los nueve meses que llevan entre nosotros. Debemos reconocer que ellas ya parecen cubanas.

Permítanme ahora mencionar a alguien que, por su trabajo, ha sido una inspiración para mí en estos últimos meses. Se trata de Brooks, un cubano con apellido inglés, y que con su ayudante Ernesto y con su pareja de bueyes Trigueño y Pimienta, ha ido venciendo, día a día, el marabú que rodeaba este edificio, y como ustedes podrán apreciar después, alrededor del Hogar hay ya cientos de matas de fruta bomba maradol, plátano macho, guanábana, aguacate con parición en meses diferentes, guayaba roja suprema, boniato, yuca, maíz, calabaza y habichuela. Todo esto, unido a las matas de mango, de tamarindo y de coco ya existentes, será una buena ayuda para la alimentación de nuestros ancianos.

Por supuesto que no voy a olvidar a todos aquellos laicos, diáconos, religiosas y sacerdotes que vinieron en diferentes días de los últimos meses para ayudar a la limpieza de cada rincón del Hogar. ¡Gracias por el ejemplo que nos dieron de recordarnos que esta obra no es propiedad de un grupo sino de todos!

Termino recordando a Monseñor Adolfo, cuyo nombre lleva este nuevo Hogar de Ancianos. Hace casi 18 años, el 3 de octubre del 2001, Monseñor Adolfo, en carta dirigida a una autoridad del país sobre el tema de este Hogar que él quería construir, escribió: “…Aprovecho la ocasión para reiterarle que la Iglesia no busca competencia ni hacerle sombra a otras instituciones de esta naturaleza. Desde hace siglos (y en Cuba desde hace 500 años), la Iglesia, por un mandato de Jesucristo, ha levantado las primeras escuelas, hospitales, leprosorios, asilos, cuando no había con quien competir ni a quien eclipsar. La experiencia, también en Camagüey, antes y ahora, enseña que una escuela, un hospital, un asilo… no compite sino estimula, establece una emulación sana que beneficia a todos. Un Hogar de Ancianos no es un negocio productivo sino un servicio muy ingrato a favor de un sector humano muy difícil que es la ancianidad.”

¡Todos los que lo conocimos, nunca vamos a olvidar al santo Obispo que nos enseñaba, de palabra y con sus obras, a confiar siempre en el Señor, convicción que lo hizo ser sereno y positivo aun en las horas oscuras y difíciles de nuestra historia!

¡Cómo olvidar al hombre que le dedicaba a la persona que tenía delante todo su tiempo como si no tuviera otra cosa más que hacer… que la atendía como si fuera la única persona existente demás de él!

¡Cómo olvidar al obispo de los detalles, de las delicadezas, de las felicitaciones en los aniversarios y del cariño a todos por igual, creyentes o no, importantes o no! ¡Era el pastor que conocía a sus ovejas, y las ovejas lo conocían a él!

¡Camagüey nunca podrá olvidar a un obispo que llamó a abrir ventanas donde los hombres cerraban puertas, a un hombre que quería dialogar con todos, incluso con los que no querían dialogar!

¡Ningún camagüeyano podrá agradecer suficientemente a Dios el regalo de Monseñor Adolfo para esta Arquidiócesis, su sabiduría de corazón y de mente, su visión de las cosas, su luz larga ante los problemas de cada día, sus repetidas llamadas a no perder la virtud de la paciencia!

¡La Iglesia de Camagüey nunca olvidará la elegancia, la discreción y fortaleza espiritual con las que hacía frente a cualquier adversidad! Fue un experto en distinguir entre un acto y una actitud. Siempre pensó que, como afirmó en la Toma de Posesión de su sucesor, Monseñor Juan, aquí presente: “El diálogo será siempre el camino mejor, necesario, posible y único, en todos los niveles… Mucho más en Cuba que está llena de once millones de cubanos dialogantes de los que proverbialmente se dice: “Los cubanos, hablando, se entienden”.

¡Cómo podremos olvidar la confesión que hizo en la misa por sus 50 años de sacerdocio cuando dijo: “Si volviera a nacer, volvería a ser sacerdote, y si alguien me preguntara dónde, le contestaría que en Cuba, incluso con sus nubes; en esta Iglesia cubana que es todo menos aburrida, y con este pueblo cubano que cada vez veo más claro que es un pueblo religioso y que quiere seguir siendo religioso”!

Monseñor Adolfo, santo arzobispo de Camagüey: ¡mira complacido este Hogar de Ancianos que, a partir de hoy, llevará tu nombre! Amén.


-----------------
Ver en el blog
(Camagüey) Inaugurado Hogar Mons. Adolfo

Saturday, May 25, 2019

(Camagüey) Inaugurado Hogar Mons. Adolfo


por Carmen Luisa Hernández
Texto y fotos periódico Adelante


Nueve campanadas llamaron la atención de los presentes. El trabajo de 13 años de la Iglesia católica en el territorio de conjunto con las autoridades políticas y gubernamentales rendía frutos. Aun el impetuoso sol no amilanó las grandes sonrisas y las galas de cuerpo y de alma que se extendían en cada abrazo y en cada felicitación; porque el día de la inauguración del hogar Monseñor Adolfo Rodríguez es fiesta entre los fieles.

La instalación con una capacidad para atender a 95 ancianos de forma permanente, y a 20 más durante el día, tiene una superficie de 6 000 m² donde pueden disfrutar de áreas exteriores con parques y zonas para la rehabilitación física.

El centro, con tres pisos, tiene elevadores, consultas, de enfermería, farmacia, lavandería, peluquería y barbería, central estéril, local para la terapia ocupacional, la residencia de las religiosas, y 45 habitaciones para los abuelos, entre otros espacios comunes.

Desde que se colocara la primera piedra de la edificación, el 8 de mayo de 2006, varios han sido los principales autores de este empeño; entre ellos se reconoció a su inspirador, Monseñor Adolfo, primer Arzobispo de Camagüey; Mons. Domingo Oropesa, obispo de Cienfuegos, y Mons. Juan García Rodríguez, arzobispo de la Habana.

El hogar será atendido por la congregación de las Camilianas, presentes en 21 naciones de cuatro continentes. Con estas tres hermanas, que llevan nueve meses en la provincia, quedó establecida la entrada permanente de la orden a Cuba, “este hermoso país y en este acogedor pueblo de Camagüey”, al decir de la hermana Celia, Superior General de la Hermanas Camilianas.“Nuestra misión aquí es lograr que los ancianos se sientan en su hogar, que se presencie de amor y de misericordia. Fieles a la misión de San Camilo de Lelis de asistir a los enfermos como hace una madre con los enfermos”.

Giorgio Lingua, embajador del Vaticano en Cuba, trasmitió un mensaje de afecto y bendición del Papa a los presentes y responsables del “Mons. Adolfo” y señaló que las Camilianas realizarán en el lugar “no solo una obra social sino una obra de amor. Espacios como este deberían ser el pulmón del barrio, !porque hace tanto bien atender y visitar a los ancianos!”.

Momento especial fue la recordación del Arzobispo camagüeyano Wilfredo Pino a Mons. Adolfo “en santo obispo que nos hizo confiar en el Señor. El obispo de los detalles, del cariño a todos por igual, creyentes o no: era el Pastor que conocía a sus ovejas y sus ovejas lo conocían a él”.

También dedicó palabras de elogio y agradecimiento a quienes participaron de la realización de este proyecto, en especial a casi 100 obreros y personal técnico que laboró a diario así como a quienes en los últimos meses dieron los últimos detalles al hogar. A ellos ofreció “mi gratitud personal , de la Iglesia y del pueblo”.

Antes de concluir añadió, “Salud Pública y la Iglesia hemos dado un ejemplo de como se puede trabajar en el bien común porque todos estamos al servicio del pueblo cubano”.En ese espíritu abrió sus puertas oficialmente el Hogar Mons. Adolfo, justo el día del nacimiento de San Camilo de Lelis.

Una institución, que se suma al total de 40 unidades asistenciales en la provincia y a los 13 hogares, además del hogar Padre Olallo, bajo el lema de la congregación de las Camilianas hacer bien todas las obras, seguros de que no hay obra mayor que el respeto y el cuidado de nuestros ancianos.



------------------
Ver en el blog

Hogar de Ancianos Monseñor Adolfo Rodríguez de Camagüey (por Eduardo F. Peláez Leyva)


Wednesday, February 6, 2019

El seminarista Adolfo Rodríguez, estudiante de Teología en la Universidad de Comillas. Curso Académico 1947-1948 (por Carlos A. Peón-Casas)


Hemos dado recién con un interesante Catálogo de los Alumnos del Seminario y Universidad Pontificia de Comillas, correspondiente al curso 1947-1948. Y ni cortos ni perezosos hemos rastreado en sus dilatada lista de 770 estudiantes matriculados en aquel minuto, para re-conocer la presencia entre aquel alumnado, de nuestro inolvidable Monseñor Adolfo Rodríguez Herrera.

En el orden numérico general, al entonces seminarista Adolfo, le correspondía el número 43. Aparecía registrado además, en el Orden de Clases, como el número 24 en el curso correspondiente al cuarto año de la Facultad de Teología.

En los datos que se recogían de cada estudiante, de nuestro primer arzobispo se decía en sus generales que era hijo de Adolfo, ya fallecido, y de Clara Esther, con residencia en la calle Castillo 27, en Minas, Camagüey, Cuba. Se mentaban igualmente su fecha de nacimiento correspondiente: 9 de Abril de 1924, y se apuntaba que cursaba su segundo año en dicha institución.

Aquel correspondería a su último ciclo lectivo en el Seminario de Comillas, por entonces localizado en la provincia de Santander, en el norte de España. Su ordenación como es sabido, ocurriría en julio del año 1948.

Pero el entonces seminarista-teólogo Adolfo, no era el único camagüeyano en Comillas, ni tampoco el único cubano.

Rastreando con atención, el dilatado record de los estudiantes de aquel curso hemos topado con los nombres de otros 4 camagüeyanos, dos habaneros, un cienfueguero, y uno de la antigua provincia de oriente, aunque en el desglose general por nacionalidades(1)  se nos hable de una cifra mayor: 20 seminaristas cubanos, la lista efectiva sólo incluye 615 nombres del total, de donde inferimos que entre los no mencionados, pudieran encontrarse los restantes.

De la entonces dilatada provincia de Camagüey provenían los seminaristas Eduardo Aguirre García, en segundo de Teología, natural del poblado de Jatibonico, hijo de José y Carmelina, y avecinado en aquel en la calle Céspedes 25; y Vicente Pérez Gago, cursando primero de Filosofía, y originario de Morón.

De la propia ciudad de Camagüey, eran dos los seminaristas en lista: Lionel Montells Loret de Mola hijo de Gustavo y Ángela, con dirección en San Fernando 154; y Francisco Oves Fernández, hijo de Leopoldo y Emma, y con dirección en Maximiliano Ramos (Horca) en el número 56. Ambos cursaban la Filosofía, el primero en segundo curso, y el segundo en el primero.

Originarios de la Habana, por ende cubanos de origen, pero ya residentes en España, estaban matriculados en aquel año: Mariano Albero Salinas y Armando López Valcarcel, ambos cursando la Teología.

De la antigua provincia de Oriente era Ángel Mario Rivas Canepa, residente en Sagua de Tánamo y estudiante entonces del segundo año de Filosofía.

Efraín Rodríguez Falcón, quien llevaba ya seis años de estudios, y cursaba en aquel minuto la Teología, era nativo de la ciudad de Cienfuegos.

Del grupo de camagüeyanos, además nuestro primer arzobispo, Mons. Adolfo, sólo, hasta donde sepamos, recibió las órdenes sacerdotales Francisco Oves Fernández, en 1952, y quien andando el tiempo, también fue consagrado obispo, fungiendo como Auxiliar de Cienfuegos en 1969, y Arzobispo de La Habana, de 1970 a 1980.

Del resto de los cubanos, también concluyó allí sus estudios para el sacerdocio: Ángel Mario Rivas Canepa, según nos testimonia del Sr. Enrique Palacios, quien hubo de conocerlo en sus años de seminarista, en el Seminario del Cobre.

Muchos años después, Mons. Adolfo tuvo la suerte de volver a reencontrar antiguos condiscípulos de aquellos años de seminarista en Comillas, aunque ya no en el primitivo espacio que ocupara el antiguo Seminario y Universidad en tierras cántabras, sino en su nueva sede en Madrid.

Se me dice, de buena tinta, que en un antiguo corredor en la antigua Universidad en Comillas, Santander, donde se reconocen a aquellos ex alumnos que se distinguieron a posteriori, y fueron nombrados obispos.

El recuerdo de nuestro Arzobispo Monseñor Adolfo Rodríguez Herrera, está oportunamente recogido allí, acompañado de una foto suya(2), como un claro símbolo de su denodada entrega a la que fue su inclaudicable misión de servicio a su Iglesia local camagüeyana, y a la de la patria cubana y universal.



------------------------------------------------------------------------

  1. Las cantidades de seminaristas por países es como sigue: Argentina: 5, Cuba: 20, Chile: 2, El Salvador: 4, Guatemala: 2, Honduras: 3. México: 54, Nicaragua: 4, Panamá: 2, Paraguay: 4, Perú: 3, Portugal: 8, Santo Domingo: 2, Venezuela: 1.
  2. Se trata de una copia coloreada, de la misma foto que le fuera tomada tras su ordenación obispal en Camagüey en 1963. Cortesía del Sr. Enrique Rodríguez.

-----------------------------------
Ver Mons. Adolfo Rodríguez, en el blog

Tuesday, June 26, 2018

Presentación del libro: "Monseñor Adolfo. Es bueno confiar en el Señor" (por el Dr. Luis Alvarez)

Notal del blog: Agradezco al Dr. Luis Alvarez que comparta con los lectores sus palabras de presentación del libro Monseñor Adolfo. Es bueno confiar en el Señor. 

El evento tuvo lugar el pasado 20 de junio de 2018, en la Catedral de Camagüey. Estuvo presidido por  Mons. Wilfredo Pino, Arzobispo de Camagüey, Tania Bermúdez, Directora del Museo Arquidiócesano "Mons. Adolfo", Osvaldo Gallardo, redactor principal del libro, el Dr. Luis Álvarez, y el historiador Francisco Luna.


Esta valiosa compilación de documentos y algunos testimonios sobre la hermosa trayectoria de Monseñor Adolfo Rodríguez no solo ofrece a los lectores una imagen hermosa y coherente del sacerdote y el prelado, sino también un apasionante panorama de la iglesia cubana en una época en que a los católicos cubanos, como expresó Mons. Adolfo en su homilía de la misa crismal de 1987, nos “tocó asumir la sacudida de dos desafíos que vinieron al mismo tiempo: una revolución socio-política y una renovación conciliar profundas” (p. 109). La vida de nuestro inolvidable arzobispo resulta inseparable de un período que él supo iluminarnos también con su hondísima fe y con su admirable entrega como pastor de almas.

Muchas emociones e ideas de verdadera bondad se suscitan por la lectura de este libro y soy incapaz de hablar de todas. Pero si algo me queda claro como ínfimo lector, es el profundo humanismo católico que emana de las homilías y documentos de Mons. Adolfo. Ya S.S. Pablo VI decía en su encíclica Populorum Progressio, de 1967, que el humanismo cristiano que se debe propugnar es el que respeta y defiende la dignidad humana desde la verdad de la fe, una idea que S.S. San Juan Pablo II reiteró en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis, en 1987. San Juan Pablo II decía allí:
Entre las opiniones y actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo y las «estructuras» que conllevan, dos parecen ser las más características: el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad.
Los documentos, cartas y homilías de Mons. Adolfo nos muestran a un cristiano convencido de que ante todo debe guiarnos el ejemplo que puso en sus palabras sobre el profetismo en la Iglesia —en el Consejo Parroquial Diocesano, 1997—, en las cuales se refirió a
“los hombres de la gran gesta, cuyos escritos impresionantes escuchamos en la liturgia de la misa, los hombres que pasaron por la cruz, soportaron las crisis, aguantaron las burlas, los desórdenes, los golpes y ataques, los que se enfrentaron con serenidad al martirio y a la muerte, pero siguieron adelante hoy, mañana y pasado mañana y murieron en su misión […]. Cada uno encarnó un valor, una virtud; cada uno puso su ladrillo del gran edificio” (p. 55).
Si alguien en nuestra isla comprendió cabalmente el sentido de la encíclica de San Juan Pablo II Sollicitudo Rei Socialis fue ciertamente Mons. Adolfo, quien una y otra vez en los documentos atesorados en este libro alude a la fe como portadora del perdón y del valor de la reconciliación. Sacerdote de estremecida y honda caridad, fue también cubano a toda prueba, y de allí deriva también su maravillosa capacidad de dialogar con su grey: él conoció como nadie esa cualidad que, con tanta certeza, nos atribuyó a sus compatriotas, llamándola la “sensibilidad expectante del cubano”. Pues, en efecto, somos un pueblo capaz de intensos sentimientos y de una constante expectación, palabra que significa “espera en la confianza“, y que no por gusto da nombre a una fiesta en honor de la Virgen María el 18 de diciembre. Como su propio pueblo, Mons. Adolfo supo esperar en la fe. Y ello hizo que nos repitiera, una y otra vez, que la pertenencia a la Iglesia Católica no deriva de lo exterior de una participación en acciones en su seno, sino de una fe interiorizada en esa confiada espera en Cristo. Por eso dijo en la XXVII Reunión Interamericana de Obispos celebrada en La Habana en 1999:
Debemos cuidar que los cristianos no midan su pertenencia a la Iglesia por su participación en las actividades de la Iglesia, porque esas actividades solas no definen al cristiano. Es necesario despertar la vida espiritual, en la pastoral de la santidad con el gigante dormido de la Iglesia cubana, que son nuestros magníficos laicos. Nunca se puede estructurar la pastoral exclusivamente en torno al sacerdote, menos aún en una Iglesia de muchísimos laicos y poquísimos sacerdotes (p. 59).
Esta idea fundamental, esa imagen peculiarísima que tuvo Mons. Adolfo del laicado cubano, es uno de los basamentos de su humanismo católico, en el cual el cristiano respeta, real y efectivamente, la dignidad humana y reconoce el derecho a las exigencias integrales de la persona, pero concibe esas exigencias como dirigidas hacia una realización concreta de una verdadera atención evangélica a lo humano, atención que debe no sólo existir en el orden espiritual, sino tender al ideal de una comunidad verdaderamente fraterna, a un re-ligarse los hombres entre sí a través de la fe y el amor. Mons. Adolfo sabía muy bien los riesgos y dificultades para luchar por una verdadero humanismo integral cristiano. Y alertó sobre ello claramente cuando dijo en la reunión de 1999 antes mencionada:
La Iglesia de la vivencia, que tan caro ha costado, no puede pasar a ser la de la prepotencia, que intente medir su pulso con otros como si fuera un poder frente a otro. La historia nos enseña que la Iglesia nunca ha perecido con los golpes, pero tampoco ha triunfado con los aplausos.
La tentación de la Iglesia de copiar las formas del mundo: copia que sale mal. Copia la autoridad y sale el autoritarismo; copia el orden y sale el inmovilismo; copie el derecho y sale el legalismo; copia la unidad y sale la uniformidad; copia el servicio y sale el funcionalismo; copia la comunión y sale el reunionismo.
La Iglesia cubana no puede cerrar el camino que lleva a la reconciliación, de la cual san Pablo nos dice que somos embajadores; y ese camino es el diálogo. (p. 60)
Y si algo supo Mons. Adolfo fue dialogar. Su humanismo, profundamente cristiano, le permitió dirigirse a los más humildes, sin vulgarismos de expresión que rebajan a quien los emplea, sin elevar a quienes los escuchan. No tuvo varios idiomas: uno para el culto y otro para el iletrado: dominó una lengua ciertamente bendecida, la que permite expresarse con limpieza, con corrección, sin pedantería engreída ni esa chabacanería que algunos consideran “aterrizar” el lenguaje y no es, en el fondo, más que una forma de desprecio a un oyente supuestamente inferior. Su palabra nos elevó siempre, porque era sabio, es decir, tenía verdad en él y no simplemente informaciones. Por momentos se descubre en sus documentos y homilías que conocía a José Martí mejor que muchos, o que, en el fondo recoleto de su alma, sabía muy bien que es bueno leer al gran escritor católico Georges Bernanos, y esos libros suyos, Diario de un cura rual o Diálogos de carmelitas, que hoy nadie en Cuba conoce. Sabía que la cultura, cuando se basa sobre la fe, es uno más entre los firmes estandartes del cristianismo.

Honremos una vez más la memoria vibrante de Mons. Adolfo. Pero, sobre todo, aprendamos de él, de estos textos suyos que, hoy más que nunca, nos alertan y fortalecen, porque nos recuerdan, en su palabra a la vez hermosa y transparente, que “la Iglesia cubana quiere ser la Iglesia de la esperanza: que recuerda el pasado, vive el presente y espera el futuro” (p. 37).



Friday, June 22, 2018

Presentan en Camagüey el libro "Monseñor Adolfo. Es bueno confiar en el Señor" (por Clemente Morgado)


En la noche del 20 de junio de 2018, fue presentado en la Basílica Menor de Camagüey, Cuba, la selección de documentos y testimonios, Monseñor Adolfo. Es bueno confiar en el Señor.

La presentación de la compilación del Secretariado de Cultura de la Arquidiócesis de Camagüey, estuvo a cargo de un panel integrado Tania Bermúdez, Directora del Museo Arquidiócesano "Mons. Adolfo", por Osvaldo Gallardo, redactor principal del libro, el Dr. Luís Álvarez, Premio Nacional de Literatura en este 2018 y el historiador camagüeyano Francisco Luna, quienes disertaron sobre la vida y obra de Monseñor Adolfo Rodríguez, obispo de la Arquidiócesis de Camagüey durante 40 años. El Dr. Álvarez leyó una breve ponencia sobre Monseñor Adolfo y el humanismo cristiano. En la presentación estuvieron presentes los obispos, Monseñor Wilfredo (Willy) Pino de Camagüey y el nuevo Obispo de Guantánamo-Baracoa, Monseñor Silvano Pedroso. También estuvo una amplia representación del clero y laicos camagueyanos, así como autoridades del Partido Comunista de Cuba en la provincia.

El lugar escogido para la presentación del libro, es altamente significativo, porque se realizó en el área de la Basílica donde reposan los restos de Monseñor Adolfo y se enmarca en el proceso iniciado por la Arquidiócesis de Camagüey para lograr la beatificación de Monseñor Adolfo. El libro fue vendido a los asistentes al precio subsidiado de 25 pesos, pues es realmente una impresión de lujo, que contiene la biografía de Monseñor Adolfo, una selección de sus documentos y homilías, así como un amplio testimonio fotográfico de quien fuera el más querido pastor de los católicos camagüeyanos en el siglo XX. Recordemos su profunda confianza en el Señor demostrada en expresiones como ¨miramos con serena confianza el futuro siempre incierto, porque sabemos que mañana, antes que salga el sol, habrá salido sobre Cuba y sobre el mundo entero, la Providencia de Dios¨.

Sunday, May 6, 2018

Mons. Adolfo Rodríguez (por Mons. Wilfredo Pino, Arzobispo de Camagüey)


Mi testimonio personal sobre Mons. Adolfo.
A 15 años de su muerte.

por Mons. Wilfredo Pino
 Arzobispo de Camaguey.


Al comenzar estas líneas le he pedido a nuestra Madre del Cielo, la misma a quien tanto amó Monseñor Adolfo, esté ahora a mi lado cuando, por la solicitud que se me ha hecho, escribo mi testimonio para su Proceso de Canonización. Sé que es una gran responsabilidad la que asumo, pero confieso que no tengo ningún temor, y si tuviera alguno, sería el de, como decimos los cubanos, “quedarme corto” al destacar las virtudes que acompañaron la vida de este gran hombre de Dios, de Cuba y de la Iglesia.

Mi primer encuentro con él fue cuando recibió mi solicitud de entrada al Seminario. Tenía yo 13 años y estaba muy lejos de imaginar ese día cuánto aprendería de él y qué estimación llegaría a tenerle.

Luego de su muerte, cuando tuve el privilegio de leer documentos para preparar un número extraordinario del Boletín Diocesano, descubrí que Monseñor Adolfo llamó la atención desde que era seminarista. En la carta de presentación que le hace su obispo, Monseñor Enrique Pérez Serantes, a Monseñor Manuel Arteaga, Arzobispo de La Habana, dice textualmente: “El que va se llama Adolfo Rodríguez. Ya terminó brillantemente el tercer año de Filosofía, y va a comenzar la Sagrada Teología. De los míos, es el número uno en todo, y creo sea quizá el alumno más querido en El Cobre”.

Yo destacaría, por encima de muchas cosas, su confianza en Dios. Las citas bíblicas escogidas por él para su ordenación sacerdotal y luego la episcopal, así lo demuestran: “Sé en quien he confiado” (2 Tim. 1, 12) y “Es bueno confiar en el Señor” (Salmo 118, 8), respectivamente. No sólo supo vivir él esta confianza sino que animaba a los que estaban a su alrededor a vivirla. Esa confianza lo hacía ver la luz en medio de cualquier oscuridad por la que se estuviera pasando.

Fue un hombre de “luz larga”. Sabía no perder el rumbo de a dónde se debía llegar. No se dejaba desanimar por los tropiezos del día a día. La esperanza siempre lo sostenía. A sus sacerdotes, en los tiempos difíciles, nos llamaba a no desanimarnos y a tener paciencia. “A la Iglesia cubana Dios la está probando en su paciencia”, nos decía. Y añadía: “Hasta ahora hemos esperado 20 años. Tal vez Dios quiera que esperemos 20 años más”.

Pude descubrir en él un estilo de oración que yo llamaría “en la vida”. Solía rezar el rosario mientras iba de camino desde el Obispado hasta su casa. Cuando iba por la carretera con su chofer, sacaba discretamente su rosario del bolsillo y lo rezaba. Cada día, al llegar al Obispado, antes de abrir su oficina, iba a la Capilla y rezaba. Gustaba de repetir jaculatorias, especialmente: “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío”.

A pesar de ser un hombre de amplia cultura, se sentía muy bien visitando las pequeñas comunidades de la Diócesis, y nos invitaba a los sacerdotes a cuidar esas comunidades “porque en ellas está el futuro de la Iglesia de Cuba”.

Nunca vi en él un gesto de vanidad, ni la búsqueda de un aplauso o reconocimiento. Reafirmé esto cuando, después de su muerte, tuve en mis manos un sencillo librito de pensamientos de San Agustín, a quien él admiraba y citaba con frecuencia y que estaba junto a su breviario, en la pequeña capilla de su casa. En una de sus páginas, San Agustín se pregunta: “¿Qué es la humildad?” Y la respuesta que da es: “No buscar ser alabado.” Monseñor Adolfo había subrayado con su bolígrafo la respuesta.

Algo que llamaba también la atención en él es que podía hacerte una crítica, o darte una queja por algo que hiciste o dijiste, o sea, ponerte su dedo en la llaga que dolía… pero tú sentías que la otra mano la tenía puesta en tu hombro. Y reconocías que era un padre el que te hablaba, alguien que no quería hacerte daño, alguien que te quería mejorar.

Monseñor Adolfo dormía poco. Cuando visitaba las comunidades de la Diócesis era el último en irse. Muchas veces llegaba en horas de la madrugada luego de estar visitando una comunidad lejana. Y podías ir a su casa a las 7 de la mañana, que ya estaba listo para comenzar otro día. Los vecinos pueden dar testimonio de que la luz de su oficina era la última que se apagaba en la cuadra y la primera en encenderse.

Nunca aprendió la mecanografía, pero escribía velozmente con sólo dos dedos. Y en la época de casi ninguna noticia religiosa en la prensa, él mismo ponía varios papeles cebolla con papel carbón en su pequeña máquina de escribir y copiaba noticias que a él le llegaban. Luego nos enviaba copias a los sacerdotes bajo el título de Noticias Católicas Internacionales y nos pedía que las pusieran en los murales de las iglesias.

Monseñor Adolfo amó y cuidó mucho a Clara Esther, su mamá. Es verdad que ella se dedicó a él, pero también él la atendía con esmero. Cada noche, después de comer, se sentaba veinte, treinta minutos, en un balance frente a su mamá y conversaba con ella “del sol, la luna y las estrellas”, cualquier tema que estuviera a la altura de ella. Siempre la trató de “usted”, algo que es llamativo entre los cubanos.

Llamativa fue también su gratitud y cariño para quien fuera su secretario y chofer durante 41 años, el “fiel” Padilla, como le llamó en la Misa donde celebraba 25 años de ordenación episcopal.

Clara Esther y Padilla fueron los familiares más cercanos a él. Y cuando ambos se enfermaron, varias veces me decía que él le pedía a Dios morirse primero para no sufrir la muerte de ninguno de ellos dos. Me decía que quien debía morirse era él y no Padilla, y como argumento ponía que “Padilla tiene esposa, hijos y nietos que atender”. Dios escuchó su oración y se lo llevó consigo antes de la muerte de Padilla y Clara Esther.

Mucha era su capacidad de conocer a las ovejas por sus nombres. Y conocer igualmente sus problemas y necesidades. Esas personas necesitadas, cuando menos se lo esperaban, recibían la visita de Padilla que iba, en nombre del Obispo, con algo en la mano. Monseñor Adolfo estaba pendiente de los enfermos en el hospital, del seminarista que no tenía armario en su casa, o del joven que siempre andaba con una única camisa… Como sabemos, lo que hizo pocas horas antes de morir fue ir al Hospital Amalia Simoni a visitar a dos enfermos: una religiosa y un laico.

No quiero olvidar su amor al Camagüey. Se molestaba, igual que Monseñor Pérez Serantes en su tiempo de obispo de Camagüey, cuando decían que los camagüeyanos eran personas orgullosas. Y se defendía diciendo que Camagüey más bien era “legendaria”.

Muchas conjeturas se hicieron cuando quedó vacante la sede arzobispal de La Habana. Y no pocas hablaron de que fue propuesto para ella pero siempre dijo que no.

Cuando, años después, escribió a los fieles anunciando que el Papa había aceptado su renuncia, afirmó: “Las escasas fuerzas que me queden las coloco a disposición del nuevo Arzobispo, en lo que él estime conveniente disponer de mi servicio a la Iglesia de Camagüey”.

En ocasiones me citó una frase de quien lo nombrara obispo, el Papa Juan XXIII, pero que no recuerdo con exactitud. Se refería a que un obispo cumplía un gran por ciento de su trabajo episcopal si tenía a sus sacerdotes unidos y trabajando alegres en el apostolado. Ese gran por ciento lo había conseguido Monseñor Adolfo. Vivió siempre preocupado por sus sacerdotes e incluso por los familiares de los sacerdotes. Ver a un sacerdote alegre, lo alegraba, y la renuncia al ministerio de un sacerdote, lo estremecía.

Rezaba mucho antes de ordenar a un sacerdote. Y de manera especial lo hacía en la sacristía minutos antes de la Misa de ordenación, recostado a un mueble y con su cara entre las manos. Como Jesucristo, la noche antes de elegir a los doce.

Gozaba con la presencia de sus sacerdotes los lunes en su despacho del Obispado para compartir juntos los hechos del quehacer pastoral. Esperaba con ilusión esas mañanas de lunes. Solía dejar para los lunes las buenas noticias. No le gustaba que en esas reuniones informales se hablara de problemas o se plantearan cuestiones que iban a obligar a demasiada reflexión. En eso imitaba a ese buen padre de familia que enseña a sus hijos que “hay un tiempo para trabajar y otro tiempo para compartir con la familia”. Se preocupaba si alguno empezaba a aislarse faltando a esas reuniones no obligatorias. Y si conocía de antemano que alguno de sus sacerdotes no podía estar por algún compromiso de importancia, él era el primero en explicar a todos el motivo de su ausencia. Nos pedía a los sacerdotes, cuando íbamos a La Habana, que no dejáramos de ir al Seminario y reunirnos con los seminaristas de Camagüey. Por supuesto que, al regresar, nos preguntaba si habíamos ido a ver a los seminaristas.

Estaba convencido de que la fraternidad sacerdotal había que empezarla desde el Seminario.

Si es cierto que conocía bien a sus ovejas, igualmente conocía muy bien a sus sacerdotes. De vernos la cara, ya se daba cuenta de si algo andaba bien o mal. Y su paternidad entraba en acción.

Este “invento” suyo de las reuniones de los lunes hicieron posible lo que parecía imposible: lograr una mayor unidad y afecto entre jesuitas, claretianos, salesianos, marianistas y diocesanos; entre sacerdotes ancianos y sacerdotes jóvenes; entre los de muchos años de ordenación y otros recién ordenados; entre españoles, dominicanos, polacos y cubanos. Como buen padre, sabía perfectamente que no hay dos hijos iguales… Pero Monseñor Adolfo se encargaba de despertar, en cada uno de sus hijos sacerdotes, lo positivo que encerraba en su corazón.

Monseñor Mario Mestril, que fuera su obispo auxiliar y luego primer obispo de Ciego de Ávila, escribió para el Boletín Diocesano de Camagüey, el siguiente testimonio: “A Mons. Adolfo le debo y le agradezco la preocupación porque los sacerdotes nos reuniéramos cada lunes a compartir con él, a confraternizar entre nosotros; me hizo descubrir el sentido de lo que es el presbiterio”.

Monseñor Adolfo decía, poéticamente, muchas verdades. Sus homilías eran al estilo de las que hace hoy el Papa Francisco. Sin embargo, cuando se las pedía para publicarlas en el Boletín Diocesano que yo dirigía, me hacía resistencia. Yo me defendía diciéndole que, al haberlas dicho en público, yo las tenía grabadas. Era mi interés luchando contra el “no ser alabado” de San Agustín…

Hay frases suyas antológicas que todavía hoy día muchos repiten o citan de memoria. Quisiera mencionar varias de ellas:

• “En el Señor miramos con serena confianza el futuro siempre incierto, porque sabemos que mañana, antes que salgo el sol, habrá salido sobre Cuba y sobre el mundo entero, la Providencia de Dios” (Discurso de apertura del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, 17-2-1986)
• “Cuba es la tierra buena del evangelio”
• “El tiempo siempre se venga de lo que se hace sin él”
• “Un corazón helado no puede ser misionero”
• “Cuando no hay amor, nos cerramos al diálogo, diciendo que no se puede dialogar, y nos abrimos al monólogo, a la violencia, a la polémica estéril, a la pretensión de reducir al silencio al adversario y hacerlo polvo, a la trampa del ‘nosotros’ y ‘ellos’
• “El pueblo sencillo entiende las cosas sencillas y recuerda mucho las cosas sencillas”
• “La fuerza de los jóvenes es la amistad”
• “En nuestro trabajo pastoral no debemos gastar pólvora en salvas”
• “El diálogo será siempre el camino mejor, necesario, posible y único, en todos los niveles: familiares, sociales, religiosos, pastorales, etc. Mucho más en Cuba que está llena de once millones de cubanos dialogantes de los que proverbialmente se dice: “los cubanos, hablando se entienden” (Homilía en la Toma de Posesión de su Monseñor Juan, 24-8-2002)
• “Una Iglesia sin cruz no es la Iglesia de Jesucristo; una Iglesia sin cruz es una cruz mayor”
• “No podemos avergonzarnos de predicar la misericordia de Dios y de despertar la misericordia humana en este mundo que no se perderá por falta de cerebros, de dinero, de armas… pero sí por falta de amor” (Apuntes para el Adviento de 1988)
• “En Cuba, ni los ateos son tan ateos, ni los cristianos somos tan cristianos”
• “No hay peor descanso que el descanso de un trabajo no realizado. Uno puede cansarse de descansar” (Homilía del 24-8-2002)
• “Si volviera a nacer, volvería a ser sacerdote, y si alguien me preguntara dónde, le contestaría que en Cuba, incluso con sus nubes; en esta Iglesia que es todo menos aburrida, y con este pueblo cubano que cada vez veo más claro que es un pueblo religioso desde sus raíces y que quiere seguir siendo religioso” (Homilía por sus 50 años de sacerdocio, 18-7-1998)
• “No me arrepiento de haber repetido millares de veces, en las buenas y en las malas, en las horas fáciles y en las difíciles: “Señor, en ti confío” (Homilía por sus 50 años de sacerdocio, 18-7-1998)
• “Siempre será más fácil pedir paciencia a los generosos, que pedir generosidad a los impacientes” (Discurso de apertura del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, 17-2-1986)
• “Que todos seamos capaces de cumplir nuestra misión como hermanos, en familia, responsables y colaboradores sinceros y leales, que no quiere decir incondicionales, porque todo incondicional siempre es mediocre, y nos pasaría lo que les pasa a los pinos, que a su lado no crece nada” (Homilía 6-3-1999)
• “Lo que alguna vez es pensado es ya, desde ese momento, una realidad” (Homilía 6-3-99)
• “El poner la otra mejilla que nos pide Jesús no es, en definitiva, otra cosa que salir siempre con la serenidad, salir siempre en esta vida con algo desconcertante” (Intervención en el Sínodo de los Obispos de diciembre de 1985)
• “Tenemos que agradecer al Concilio Vaticano II que no hubiera condenado a nadie, porque hoy nos parece que, de cara a los protestantes, a los ateos, a los masones, a la religiosidad popular, dio resultados más positivos el anuncio sereno del Evangelio, la vivencia gozosa de la fidelidad cristiana, la alegría de ser cristianos, que una actitud meramente condenatoria o meramente defensiva” (Intervención en el Sínodo de los Obispos de diciembre de 1985)
• “En Cuba, en lo que se refiere a las relaciones Iglesia y Estado, el presente no se parece al incómodo pasado, y como la dialéctica es terca si es dialéctica, estamos seguros que el futuro no se parecerá al presente” (Homilía en la Toma de Posesión de su sucesor, Monseñor Juan (24-8-2002)

¡Y tantas otras verdades más!

Monseñor Adolfo fue capaz de hacer afirmaciones muy sabias no sólo con una sonrisa en sus labios sino provocándola en sus oyentes. Bastaría recordar su manera de explicar las “tres edades” de la vida de toda persona: “la niñez, la adultez y ¡qué bien te ves!”. Solía advertir la brevedad de la vida humana indicando que entrar a la “tercera edad” era una forma bonita para no tener que decir la última edad. Hablando de su propia vejez, dijo en una homilía: “A mí nadie me decía antes: “Cuídese”… Ahora me dicen demasiadas veces: ¡Qué conservado está usted!, con lo que me están queriendo decir que “para los años que usted tiene, está bastante bien”…

Ocurrente su forma de expresar gráficamente su consejo de cómo un buen pastor debía preocuparse de todo lo relacionado con sus ovejas: “Hay que hacer como los gorriones, que pican y miran para los lados”.

¡Con qué serenidad afrontaba el tema de su muerte, que presentía cercana! Baste leer, la carta que dejó escrita para los obreros que estaban reparando algunas iglesias de la Diócesis: “Me gustaría despedirme uno por uno… pero eso sería un espectáculo raro, más aún cuando uno no tiene ya el pasaje en la mano porque está en lista de espera. Pero sí decirles que, ya en la terminal, los recuerdo, los admiro y les agradezco su obra”.

A los matrimonios solía decirles que “un matrimonio sin un sí o un no, debía ser una cosa muy aburrida”. Y al presentarle a alguien sus sacerdotes más jóvenes decía: “Él todavía no ha hecho la Primera Comunión”. Y a todos los sacerdotes nos invitaba a preparar bien nuestras homilías y clases, “para que no resulten una agüita bomba”. Y si alguien empezaba a elogiarlo en público, interrumpía para decirles a todos: “Atiéndanlo todos, porque cada vez que él ha dicho una verdad, se le ha caído un brazo”. Y así desviaba el elogio hacia otro tema.

Años después de su muerte, muchos seguimos hablando de él, o citando sus frases, como si siguiera vivo entre nosotros. Personalmente, le rezo y trato de imitarlo a él en mi episcopado. Sigo agradeciéndole sus consejos, su amistad, su paternidad, sus observaciones, sus regaños, su cercanía, su paciencia y confianza para conmigo.

Los cubanos, cuando mencionamos el nombre de alguna persona difunta, solemos decir a continuación “que en paz descanse”. Confieso que no me nace decir esa frase cada vez que menciono a Monseñor Adolfo. No me lo imagino “descansando” sino muy activo, intercediendo por todos.

Convencido estoy de que, aquella noche del 9 de mayo del 2003 en la que él murió en mis manos pidiéndome que le diera la bendición, nuestro Padre Dios lo recibió diciéndole: “Ven, siervo bueno y fiel, entra al banquete de tu Señor” (Mt. 25, 23).


--------------------
Ver Mons. Adolfo Rodríguez en el blog

Friday, February 2, 2018

El Papa se queda en Camagüey (por Eduardo González)


Hoy día de la Virgen de la Candelaria, Patrona de Camagüey, escribo esta crónica celebrando el 504 aniversario de la fundación de la otrora villa de Santa María del Puerto del Príncipe pero inspirado en uno de los hitos históricos de esta comunidad, la misa papal del 23 de enero de 1998.

La visita de su santidad Juan Pablo II a Cuba durante 5 días, llenó de júbilo a los cubanos. La llegada del mensajero de la Verdad y la Esperanza a nuestras tierras puso fin a un ciclo de persecución religiosa iniciado en los años 60 del pasado siglo. Aunque concebida como jugada maestra de alta política por el entonces líder Fidel Castro, la llegada del Papa peregrino cumplía fines pastorales y generó gran expectativa internacional por asociarse la figura de Karol Jozef Wojtyla al fin del comunismo internacional. Al ser recibido en el aeropuerto internacional José Martí de Rancho Boyeros, La Habana, el Santo Padre pronunció estas palabras…
Con la confianza puesta en el Señor y sintiéndome muy unido a los amados hijos e hijas de Cuba, agradezco de corazón esta calurosa acogida con la que se inicia mi visita pastoral, que encomiendo a la maternal protección de la Santísima Virgen de la Caridad del Cobre. Bendigo de corazón a todos y de modo particular a los pobres, los enfermos, los marginados y a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu …
La apretada agenda del Juan Pablo II incluyó la celebración de una misa dedicada a la juventud en la Plaza Ignacio Agramonte de Camagüey. Aproximadamente 2 años duraron los preparativos en la cuna del Mayor, incluyendo agotadores ensayos del gigantesco coro, visitas misioneras casa por casa y amplias catequesis para preparar la multitudinaria eucaristía. Este colosal esfuerzo material y espiritual fue liderado por Monseñor Adolfo Rodríguez Herrera, en gloria esté, secundado por todos los religiosos y laicos de la diócesis, resaltando el padre Wily Pino, por su infatigable entrega a los ensayos y organización del magno evento cuidando de todos los detalles.

Recuerdo que casi no pude dormir en la madrugada del viernes 23 de enero de 1998, para ser de los primeros en ingresar a la plaza. Efectivamente, cuando el cordón militar permitió el acceso a la explanada sobre las 6.30 am, fui de los primeros en entrar. Tuve que correr para coger un buen lugar desde donde pudiera ver mejor. Me ubiqué cerca de un pasillo acordonado por donde supuse que entraría el Papa. La multitud fue creciendo y la espera comenzó a impacientar a los presentes. Cuando pasó el avión donde venía el Papa comenzaron las exclamaciones de júbilo, creo recordar que esto pasó cerca de las 10 de la mañana. Mientras tanto se escuchaba canciones religiosas y plegarias preparando la celebración.

Pasado unos 30 minutos aproximadamente llegó el Papa a la plaza. Para hacerlo tuvo que pasar por la recién construida en aquel entonces, rotonda Amalia Simoni, que quedó en el imaginario popular como la ¨rotonda del Papa¨, aunque ahora se llame Camilo Cienfuegos por el monumento allí erigido. Juan Pablo llegó en su papamóvil acompañado del Obispo Adolfo Rodríguez Herrera, saludando ambos a la delirante multitud. Los pude ver de cerquita, como a 10 metros de distancia, apreciando los detalles de la blancura del rostro del pontífice polaco. Comenzó entonces la celebración eucarística de la cual cito algunos fragmentos de la homilía papal…
Este lugar, que lleva el nombre de Ignacio Agramonte, El Bayardo, nos recuerda a un héroe querido por todos, el cual, movido por su fe cristiana, encarnó los valores que adornan a los hombre y mujeres de bien: la honradez, la veracidad, la fidelidad, el amor a la justicia. El fue buen esposo, padre de familia y buen amigo, defensor de la dignidad humana frente a la esclavitud… ¿Qué es llevar una vida limpia? Es vivir la propia existencia según las normas morales del Evangelio propuestas por la Iglesia. Actualmente, por desgracia, para muchos es fácil caer en un relativismo moral y en una falta de identidad que sufren tanto jóvenes, víctima de esquemas culturales vacíos de sentido o de algún tipo de ideología que no ofrece normas morales altas y precisas. Ese relativismo moral genera egoísmo, división, marginación, discriminación, miedo y desconfianza hacia los otros …
Mientras la misa se celebraba, los cantos y oraciones fueron creando un momento mágico que encontró su culmen en el espontáneo estribillo ¨El Papa se queda en Camagüey, en Camagüey, en Camagüey¨. Pronto todos los asistentes coreamos insistentemente la pegajosa copla cuyo ritmo proviene de las barras futbolísticas ¨oeeee, oeeee, oeeee¨. A lo que el Papa respondió
 …La celebración de hoy ha sido muy festiva y alegre. Los jóvenes han traído su alegría, su dinamismo, acercándose al altar del Señor, a Dios que alegra la juventud. Al marcharme para ir a encontrar a otros hermanos, agradecido con la invitación a quedarme en Camagüey, les quiero repetir que Cristo los mira, a cada uno, los mira y ama. Por eso no tengan miedo de abrirle las puertas de su corazón. ¡Qué este sea el programa de la juventud cubana¡…

Sobre el origen del pegajoso estribillo, aunque en el Internet circulan versiones que fue inspiración ¨de una mujer del pueblo¨ me atrevo a afirmar por los testimonios recogidos que fue autoría de un entusiasta joven llamado Karel Morell Avilés, quien pronto fue secundado por  el coro y de allí se propagó por toda la plaza y pasó a la memoria histórica del Camagüey como símbolo del espontáneo amor del pueblo camagüeyano por el Papa bueno.

Terminada la misa los jóvenes recorrieron largo rato las calles de la ciudad entonando canciones festivas y religiosas. Recuerdo haber conversado con uno de los manifestantes, quien me gritó exaltado ¨Ahora si se acabó el comunismo de p…¨ Con esto ejemplifico la emoción que se vivió en aquellos momentos inolvidables.

Veinte años después vemos que los protagonistas principales no están en Camagüey. Karol Jozef Wojtyla está en la gloria de los altares a la diestra del Señor. Monseñor Adolfo también partió hacia la eterna Jerusalén y está en trámites su proceso de beatificación. El entonces Obispo Auxiliar de Camagüey, Juan de la Caridad García Rodríguez, es el actual Obispo de La Habana. El Padre Wilfredo Pino, es hoy Obispo de Camagüey. Los restos del mandatario Fidel Castro Ruz yacen en una piedra en Santa Ifigenia. Muchos de los jóvenes participantes en la misa, han abandonado Cuba o Camagüey. Pero el espíritu del 23 de enero persiste aún en la ciudad. Los sobrevivientes esperamos algún día refundar la legendaria Camagüey sobre nuevas bases morales y materiales haciendo realidad el profético mensaje de Juan Pablo II de que el mundo se abra a Cuba y Cuba se abra al mundo. En esa misa estaba el joven Castor Álvarez Devesa, quien es uno de los tres sacerdotes firmantes de una carta abierta al General-Presidente Raúl Castro Ruz pidiendo libertades ciudadanas. Es un claro ejemplo de inspiración en el espíritu del 23 de enero. La generación del Papa bueno, trabaja en las sombras y espera su oportunidad. El tiempo está a nuestro favor.

Camagüey. 2 de febrero de 2018.
Click here to visit www.CubaCollectibles.com - The place to shop for Cuban memorabilia! Cuba: Art, Books, Collectibles, Comedy, Currency, Memorabilia, Municipalities, Music, Postcards, Publications, School Items, Stamps, Videos and More!

Gaspar, El Lugareño Headline Animator

Click here to visit www.CubaCollectibles.com - The place to shop for Cuban memorabilia! Cuba: Art, Books, Collectibles, Comedy, Currency, Memorabilia, Municipalities, Music, Postcards, Publications, School Items, Stamps, Videos and More!