Showing posts with label Ernest Heminway. Show all posts
Showing posts with label Ernest Heminway. Show all posts

Wednesday, June 19, 2024

José Lorenzo Fuentes y un relato de juventud en posibles cercanías hemingwwayanas. (por Carlos A. Peón-Casas)

Foto/Miami 2010
-------------

En el año 1952, el nobel escritor santaclareño, con solo 24 años, era ya un exponente de la mejor narrativa cubana al ganar incuestionablemente el reconocido Premio Nacional "Hernández Catá".

El muy joven creador poseía ya talento suficiente, y aun más, y a pesar de su juventud: garra y oficio.

A no dudarlo, y en conjunción con muchísimos creadores cubanos de aquel entorno, desde la generación literaria de los años treinta y en adelante, se notaban en las obras de todos aquellos cultores influencias inevitables a otros narradores de más larga data y prosapia creativa.

Hemingway, por supuesto, junto a otros maestros norteamericanos de más o menos las mismas coordenadas temporales y creativas, acaso como Faulker, Fitzgerald y Steibeck, no era excepción.

Y de las empatías e influencias del primero mentado traemmos al curioso lector una referencia que lo conecta a un relato de quel joven José Lorenzo Fuentes: Cuando regresa el humo.

Lo curioso por su coincidencia, es el detalle que la publicación de aquel short story del cubano, apareciera compartiendo la misma edición con que la revista Carteles, en Mayo 1 de 1955, regalaba al lector cubano con un texto de impresionante calado biobibliográfico, dedicado a un Hemingway en Cuba, y firmado por el reconocido Andre Maurois, de la Academia Francesa.

El relato corto de Fuentes, se insertaba con toda intención, como referente singular a aquella ejemplar remontada de la vida y obra del ya Premio Nobel Hemingway, laureado por su impresionante obra, y en especial aludiendo a su inmortal noveleta El Viejo y el Mar con setting y argumento cubanos, aunque de alcances tan universales como se quiera entender en su trama de derrota, luchas, y esperanzas.

La insersión del relato de Fuentes era a no dudarlo un inteligente guiño del editor de aquella edición de la revista, en un aparte que dedicaba a la obra de cuentistas cubanos de aquel minuto.

Una estratgia editorial sin dudas cómplice, con aquel relato de amor, tragedia y muerte; de pasión, celos y mentiras, tejido de manera magistral con las mejores coordenadas, y la maestria de un Hemingway, un Faulkkner o un Fitzgerald, pero con más méritos para el primero mentado, por aquello del iceberg y esa técnica magistral de contar sin decir más que lo preciso, y dejar al lector con el enigma y la imaginación desbordada en un final sorpredente quizas, pero ineluctablemente inevitable.

Esa es quizás la mejor nota del relato de aquel joven narrador cubano de quien hasta donde sabemos, no habría de tener del escritor norteamericano afincado en los habaneros predios de su finca Vigía, no más referentes que haber tenido atisbos de su ejemplar obra cuentística y novelada.

Aunque como acaso hubiera podido ser, no nos resultaría extraño, si indagáramos un poco al respecto, que diéramos con el hilo y la conección posible del joven narrador, y el mismísimo Papa; como acaso sucedió con más de un creador cubano de aquella, más o menos la misma hornada creativa, a la altura de un Serpa, un Cabrera Infante, un Guillén o un Feijoo.


---------------------------
Cuando regresa el humo

por José Lorenzo Fuentes



"La muerte es la corona
de lo vida", Young.


Edelmira no sabía lo del láguer en la bodega, y lo del cuento. Sobre todo lo del cuento no lo sabía. Por eso miraba sin comprender cómo la cama y el escaparate y cada trapo continuaban justamente en su sitio, y cómo el marido andaba en la cocina como siempre, con las viandas y los cacharros. Como siempre. (“Eso es lo que ella no entendía”, piensa ahora).

Así anduvo una semana, un mes... ¿Qué tiempo anduvo así, sin ella comprender, sin imaginarse apenas su desquite? ¿Y quién le diría al fin lo del láguer en la bodega, y lo del cuento? Sobre todo lo del cuento. ¿Quién se lo diría?

Cuando él la conoció, aun Martina compartía su lecho y lo despertaba en la mañana el cosquiIleo esponjoso de unos labios sobre su nuca, sobre sus mejilla sin rasurar, sobre su boca cargada de bostezos todavía. Después Martina se borró de su vida. Un día él salió y no volvió al cuarto nuevamente. Allá quedó ella un tiempo, atareada, planchando aquel pantalón, revisándole los botones a esta camisa, metiendo una bombilla en los agujereados calcetines del hombre y cruzando hilos sobre la bruñida superficie. Martina esperaba. Pero el hombre pensaba:.“Edelmira es más pulida, es más mujer Edelmira”. Y sonreía. (“Más fuerte”, piensa ahora).

Antes no era fuerte Edelmira,.sin embargo. No lo era cuando él le puso una mano en la cadera y otra en la mata de pelo y la empujó hasta hacerla caer de espaldas. Y cuando él la vió por vez primera tampoco le pareció una mujer fuerte. Tampoco.

Eso vino después, pero no fué cuestión de un día ni de dos. Fué cuando el dueño dijo la palabríta aquella, incosteabilidad o cosa así, antes de cerrar la fábrica e irse para España. Fué cuando él anduvo un mes y otro sin conseguir empleo, y ella, Edelmira, vino un día diciendo que iba a trabajar y él empezó a meterse en la cocina, a ocuparse de las viandas y los cacharros, y a tenerle preparada la comida a su mujer para cuando ella regresara del trabajo. Fué cuando sucedió todo eso, pero tampoco al principio sino mucho después, cuando ya él no se decidía a salir en busca de un empleo.

- Estoy trabajando como una perra y total na -dijo Edelmira un día-. Ni un trapo decente puedo echarme encima.

Y para poder comprarse ella.un vestido decente y unos zapatos que combinaran con el vestido decente y hasta una que otra baratija para colgarse al cuello hubo que hacer mayores economías. El presupuesto tenía que reducirse: había que cercenar un gasto cualquiera, que acogotar una erogación superflua. Y desaparecieron los cigarrillos del marido. ¿Que era poco lo que se gastaba en humo? Bien. Pero había que empezar por algo. 

Edelmira nuso su perfil en el ventanuco de la cocina, y allí, a contraluz, interceptando el resplandor del cielo mañanero, se quedó inmóvil, sin decir palabra. Y Evencio tuvo que fruncir el entrecejo y cerrar casi los ojos para que la silueta comenzara a llenársele de colores. Luego dejó de mirarla y se acercó al fogón. Con un cigarrillo estuvo escarbando en la ceniza, pacientemente, hasta que logró encenderlo en la sangre de una brasa.

- ¡Mira que quemar el dinero! Era la voz de ella, de Edelmira, la misma voz que volvió a escuchar enseguida parejamente a un taconeo de mujer; pero nítida, firme, imperiosa, muy por encima del ruido de los pies que iban hacia el cuarto:

- Yo, trabajando como una perra y tú quemando el dinero. ¡Na más que aquí se ve eso!...

El hombre estuvo en la bodega aquel día, olfateó un pedazo de tasajo, separó alguna latería, trepó al mostrador hasta meter la cabeza en la balanza (“Aunque sea fiado tienen que darme libra'de dieciséis onzas”, pensó) y regresó a su casa -a su cocina- como siempre. Y eso que ya no venían los cigarrillos en el cartucho.

A menudo el hombre daba vueltas y más vueltas en la cama, con una calentura por dentro que no era del fogón, con una fiebre que no le permitía conciliar el sueño. Entonces se acordaba de “su” mujer y le miraba el sueño reposado hasta no poder ya más. La remecía por una cadera, suavemente.

-Edelmira- musitaba tan sólo. El temblor de sus manos era una súplica que no necesitaba palabras.

- Tas loco, Evencio. Despertarme pa eso.

“Está cansada la pobrecita -reflexionaba entonces-. Está cansada y tiene que levantarse temprano”. Pero instantáneamente, pensaba en Martina... 

(“¡Martina! ¡Martina!”). Y pensaba también en Edelmira, en la Edelmira de antes, cuando él le ponía una mano en la cadera y otra en la mata de pelo, y la empujaba hasta hacerla caer de espaldas.

Cuando aquello sucedió él venía con un cartucho, de la bodega. (“No traía tampoco los cigarros aquel día”, piensa ahora»). Al entrar fué que escuchó los pasos atropellados, el ruido allá por la cocina, el corre-corre en el traspatio. (‘¿Quién sería?... Nunca he sabido quién fué. Nunca lo he sabido”). Edelmira salió a su encuentro, turbada, casi pálida.

Evencio, yo... -dijo. Y no pudo continuar.

La mujer le estaba dedicando una sonrisa que no venía al caso, o que en todo caso la delataba. ¿Qué le detuvo el brazo? ¿Qué lo dejó sin gestos, sin palabras? Estaba él mismo turbado, casi pálido. Como ella. Separó los ojos de la mujer y siguió rumbo a su cocina. (“Edelmira hubiera querido decirme que por qué no compré los cigarrillos”, piensa ahora).

Evencio no hubiera querido que "su” mujer le diera la oportunidad de los cigarrillos, pero sin embargo desde aquel momento el humo regresó a la casa en el cartucho, entre el tasajo y la latería y las libras que le obligaban a treparse en el mostrador y meter la cabeza en la balanza para que fueran de dieciséis onzas. Ella vió regresar el humo y nada dijo, pero se sintió aliviada. (Si a mano viene pensó: "Evencio se enteró y no ha pasado ni medio. ¡Qué bien!”). Se quitó la duda de encima. (A lo mejor pensó: "Evencio no es capaz ni de matar una mosca, ¿cómo yo he pensado que podía matarme a mi?”».

Pero el humo no fué lo único. Después del humo vino el láguer y vino el cuento también. El bodeguero no supo si sonreír cuando Evencio dijo la primera vez:

- Na, a cualquiera se los pegan. Usté ve a Edelmira tan tiesa como va por ahí... Pues na, no se pue dudar...

Y otro día, después del último laguer;

- Compadre, póngase a cuatro ojos cuando tenga mujer... Mírese en mi espejo...

El espejo eran sus manos en la frente, con los dedos índices apuntando hacia lo alto. Así anduvo el humo, el laguer y el cuento. ¿Que cuánto tiempo anduvo sin Edelmira comprender, sin imaginarse apenas su desquite? Eso era lo de menos. El caso fué que alguien se lo dejó caer en el oído. (“¿Quién se lo diría? ¿Acaso yo le haría el cuento en la bodega al mismo del
ruido en la cocina y el corre-corre en el traspatio?”, piensa ahora).

Esta vez el láguer nada más estaba empezado cuando empezó el cuento:

¿Usté nunca ha llegao a su casa y se ha encontrao el nío ocupao?... ¿Usté nunca...?

Evencio sintió de pronto que algo le daba en el costado, haciendolo girar y doblarse de rodillas, a tiempo que oía un ruido seco, como un tablazo sobre el piso enladrillado. (“¿O como.fogonazo?”) Y en seguida oyó a alguien, al bodeguero tal vez, que gritaba espantado.

-¡Es Edelmira! ¡Es Edelmira!

Luego no escuchó más nada. Ni nada sintió. Si acaso, un líquido corriéndole por el muslo izquierdo. (“Se me botó el láguer”, pensó). Pero, cuando, lo acostaron, se le zafó un párpado, alcanzó a abrir un ojo, pudo mirar por un momento la herida y el pantalón lleno de manchas rojas, enormes. (“No, no se me botó el láguer. Es sangre, Me han herido. Es sangre"). 

¿Dónde estaba? No sabía donde estaba. Alguien habló a sus espaldas:

- ¿Está grave, doctor? 

Y más allá, otra voz martilleaba:

—Ella hizo lo que él debió hacer mucho antes. ¿Ella? ¿Quién era ella? (“Ah, Edelmira", pensó). Sí, era de Edelmira de quien hablaban, sin duda. Pero ella no hizo lo que él debió haber hecho entonces.

El debió matarla. Y ella solamente lo había herido. (“La herida es pequeña... no es casi nada la herida”). El no debió conformarse con el regreso del humo, con el humo en el cartucho, y luego con el láguer y los cuentos, con los cuentos y el láguer en la bodega. El debió matarla. (“Lo pensé, pero no sé, nunca he sido fuerte. No he sido fuerte ... como ella”).

Se sentía Evencio bien, súbitamente mejorado. (“¿Por qué no me dicen que puedo irme?”, pensó). Sabía que apenas le pusieran un vendaje en la herida, que apenas le limpiaran la sangre allí acumulada, echaría a andar como si nada. (“Volveré a hacer el cuento en la bodega”).

- No es necesario operar- oye decir lejos, muy lejos-. Ya todo es inútil, 

¿Inútil, qué? ¿Qué podía ser inútil? (“¿Por qué va a ser inútil que yo haga el cuento en la bodega?”, pensó). Evencio se sentía muy bien. Ni siquiera trataba de incorporarse porque se sentía muy bien así. Lo único que lo molestaba era esa palabra: inútil. ¿Qué podia ser inútil? (“Y, ¿si se trata de mí, si todo es inútil porque me estoy muriendo?”)


¡Muriéndose! Ahora sí quiso incorporarse y llamar a Edelmira, a “su” mujer, para que le dijera que eso no era lo inútil, que él no se iba a morir. (“¡Edelmira! ¡Edelmira!”)

Tan sólo consiguió menear un poco la cabeza, que cayó de repente sobre su hombro derecho.

-- Martina- dijo. Y ya no dijo nada más.



Texto e ilustraciones: Carteles. Mayo 1, 1955.



---------------
Ver en el blog

Wednesday, May 29, 2024

"Welcome to Havana, Señor Hemingway": Los primeros años habaneros de Hemingway en una novela de Alfredo José Estrada. (por Carlos A. Peón-Casas)


Mucho se ha dicho de aquella temprana incursión habanera de un Hemingway que ya había conocido la ciudad de paso rumbo a su nueva realidad existencial en el cercano Key West en abril de1928.

El año 1932 marcaría ese reencuentro que su bien enterado biógrafo Carlos Baker reseña con profusión.

Esas primeras jornadas que Hemingway planeó inicialmente para que duraran unas dos semanas, se extendieron a dos meses a partir de abril de aquel mismo año.

Desembarcados a bordo del Anita propiedad de su amigo Russell, a su vez el regente del famoso Sloppy Joe’s Bar, los viajeros tomaron los predios habaneros por asalto.

Con ese setting a la vista Alfredo José Estrada desgrana su interesante y bien contada novela ya mencionada.

Una vieja foto le sirve de apoyatura. Datada en abril de aquel año, retrata uno de los tantos momentos de un Hemingway notoriamente feliz con una de sus espléndidos marlins recién arrancados a la impetuosa corriente del Golfo frente a la mítica ciudad habanera

A su lado posaba, believe or not, el abuelo del autor. Sería uno de los primeros habaneros en entablar cercanías con aquel Hemingway ya reconocido escritor, que incluso se había traído consigo las pruebas de galera de su próxima entrega a las prensas: Muerte en la Tarde.

Estrada, hábil narrador y primero editor educado en Harvard, desanda aquella relación de su abuelo, hábil pugilista en sus años coincidentemente en Harvard, y de quien la leyenda familiar que el autor rastreó con profusión, decía que habría noqueado al propio Hemingway alguna vez.

De la relación de ambos, que arrancó alguna tarde de aquel abril en el mítico Floridita, donde el propio autor enrumbaría sus pasos en pos de detalles para su novela, se entretejen los intríngulis de esta excelente pieza narrativa donde otra vez, y casi siempre se entrelaza el amor y la pasión, y una y otra dama, incluyendo inefablemente a aquella Jane Masón tan imbricada con aquel Hemingway de míticas prestancias.

El resultado de una trama que se afinca en la ficción, pero que no carece de oleadas de muy bien documentada historicidad, incluyendo los avatares de una era de revolución e intrigas conspirativas de aquel “machadato” de convulsas y aún discutibles resonancias, que Hemingway habría de mencionar en su reconocida Tener o no Tener, cuyo setting está también contada entre las dos orillas del Estrecho de la Florida: Key West y La Habana.

El autor reconoce que su libro es un acto conspirativo donde no faltan las inevitables referencias biográficas que van desde Baker en su Hemingway: A Life Story, las alusiones de Michael Reynolds y los apuntes de Norberto Fuentes para su Hemingway en Cuba.

Otros atisbos de valor documental les fueron cercanos desde valiosos recuentos de la revista Bohemia, el periódico Havana Post, y otras publicaciones y autores con puntuales referentes a la capital de Cuba como Alejo Carpentier y Miguel Barnet.

Tuvo además la inmensa suerte de que la propia Mary Hemingway fuera la primera lectora de esta interesante saga, que sin dudas es valiosa y elocuente, y altamente recomendable para amantes de la obra de Papá y también para entendidos y estudiosos del tema.

Wednesday, May 22, 2024

Andre Maurois nos habla de Hemingway. (por Carlos A. Peón-Casas)


En 1955 la revista cubana Carteles(1) publicaba una singular entrega biográfica sobre Hemingway firmada por una de las plumas más relevantes de la literatura gala en ese mismo minuto: Andre Maurois(2).

No se trataba de una simple y poco comprometida mirada biográfica, uno de esos emprendimientos menores que los autores ya consagrados dedican a sus congeneres del mismo oficio, aquel empeño era a no dudarlo: “un estudio sobre una obra consagrada por completo a la violencia y a la muerte”.

Con ese preámbulo que el escritor francés derivaba desde las palabras de otra connotada voz: la de Simone Weil: “cuando se sabe que es posible matar sin castigo ni censura, se mata...”; el lector cubano podía barruntar a donde irían los tiros, a no dudarse una singular proximidad biográfica al Hemingway de ese mismo minuto, derivado desde la magistralidad de una obra que según lo citaba el autor esta vez desde otra voz autorizada: Archibal McLeish se trataba a no dudarlo del : “veterano a los veinte, famoso a los veinticinco, magistral a los treinta”, que de paso seguía acotando sin faltar a la verdad: “ha tallado en una vara de avellano, el espíritu de su época”.

Con tales prolegómenos a la vista, el recorrido de la anécdota biográfica sobre aquel Hemingway aplatanado suficientemente en Cuba era de una sutileza sugeridora.

Aquella mirada crítica encontraba caldo propicio entre los lectores cubanos, ya con obra suficiente para ser recorrida incluyéndose en tal minuto su El Viejo y el Mar, recién estrenada por la revista Bohemia, y en versión traducida para Cuba.

Igual ya para el verano de aquel año se daban los primeros pasos por parte de Hollywood, para llevar al celuloide, en el mítico poblado de Cojímar, el setting original, de la versión fílmica de la noveleta hemingwayana.

Se nos hace imprescindible aclarar que este texto que Carteles ponía en blanco y negro, en mayo de aquel 1955, provenía de una muy reciente entrega crítica del escritor francés firmada para La Revue de París(3), en marzo del mismo año.

Significativa es entonces esta entrega de la revista habanera, luego del inevitable proceso de traducción al español del texto original francés. Aunque nos consta además la proximidad y el dominio del propio idioma Inglés que Maurois llegó domeñar con impecable soltura, y que nos hace pensar que el texto tuviera igualmente su popia versión a la lengua inglesa, y de donde pudiera haber sido tomado por la revista Carteles.

Los aspectos biográficos de este deambular por la vida y obra de Hemingway nos parecen ciertamente impresionantes en su dimensión más crítica. Maurois desentraña algunos pormenores con el más fino bisturí, desmembrando las esencias tempranas de la obra del genial esccritor norteamericano, y sobre todo, promoviendo a la luz del entendimiento del lector esas coordenadas resurgentes y siempre enaltecedoras de su condición de impecable narrador.

Para empezar con buen pie Maurois recreaba los intringulis de sus tempranos atisbos literarios sin que faltaran las coordenadas del primer encontronazo con la realidad:
Ernest Heminway mostró, en la escuela de Oak Park mucha afición por las letras y ocupó un puesto importante en la redacción del periódico escolar. Sus camaradas admiraban su talento, pero le trataban sin afecto; con ello le confirmaban en la idea de que es preciso, en la vida, ser duro y que solamente los coriáceo sobreviven.
Otras coordenadas de sus primeras rebeldías marcarían al decir de Maurois al hombre en primaria instancia, y luego al escritor:
No queriendo ni a su familia ni a la escuela se escapó dos veces, llevó durante unos meses una existencia errante y adquirió en los bajos fondos el conocimiento de la violencia y del mal. Trabajó como campesino, hizo de lavaplatos en los restaurantes viajó sobre los topes de los trenes de mercancías: y en resumen conoció esta vida picaresca que más que la bohemia frencesa de los cafés de Flore o los Deux Magots, parece favorable al joven escritor norteamericano.
Luego vino inevitablemnte su experiencia en la Primera Guerra Mudial, que buscada o no como un complemento lo más parecido a una experienia de emociones al límite, o confirmando en sí mismo al aventurero Huckleberriano de Twain que sin dudas lo habitaba, sería su forja ante el destino como acaso lo fuera el personaje tan admirado de Henry Fleeming, de aquella mítica novela The Red Badge of Courage, y de un autor a quien mostrara respeto: Stephen Crane, claro anticipo del peronaje homónimo para su Adiós a las Armas.

Maurois nos cita pormenores suficientes para entender estas coordenadas para futuras elucubraciones de la ficción hemingwayana:
Estaba delante de las trincheras, en Fossalta de Piave cuando un minenwerfer le alcanzó... Fue entonces cuando morí, dijo él... Esta herida le ha marcado de manera profunda en lo físico, con cicatrices imborrables a lo largo de la piernas, pero también durante algún tiempo, con cicatrices en el espíritu (...) No quería dormirme pues desde hacía algún tiempo tenía la convicción de que, si cerraba los ojos en la oscuridad y me abandonaba, mi alma desertaría de mi cuerpo. Me encontraba en ese estado desde aquella noche, que sorperendido por la explosión, sentí que mi alma se fue y luego volvió. Yo procuraba no pensar jamás en ello, desde esa época había tratado de abandonarme todas las noches, antes de que me quedase dormido, y tenía que hacer un gran esfuerzo para retenerla...
El lector avisado descubre de inmediato en el imaginario narrativo del autor al menos dos relatos conectados ineluctablemente con lo antes dicho, el primero: Now I Lay Me (1927), muy clara proximidad a la vivencia del propio autor ya esbozada; y A Way You´ll Never Be, este último, tercero en la saga de la historia de su alter ego Nick Adams en la Italia de 1918, y una especie de pesadilla recurrente,  según nos cita Baker. Sugerida esta última, desde la ficción en las cálidas noches habaneras de 1932, es un título, a su vez, con otras alusiones, esta vez a la voluptuosa Jane Mason, quien debutara en tal época con preocupantes signos depresivos, y con quien se le involucrara en una impetuosa relación sentimental en la tórrida Cuba de aquel año(4).

El oficio del narrador se consolidaría en los años de París, desde la primaria experiencia periodística del avezado corresponsal, que en algún minuto quemaría las naves, en pos del sueño final de la escritura total como oficio. Maurois desgrana de ese período, atisbos nuevamente reveladores al temprano oficio del nobel narrador:
Hemingway escribía cuentos. Estos eran duros como clavos... Uno de ellos Fifty Grand, contaba la aventura de un boxeador que, sintiendo llegar su decadencia, apuesta contra sí mismo y gana. Era un relato dialogado, con aristas cotantes. Nada se explicaba; todo era sugerido. Su lectura nos hace recordar al mejor Kipling. Pero Hemingway no habla jamás de Kipling. Quizás no le leía entonces... Los lectores competentes reconocieron a un maestro...
Maurois le sigue al rastro a ese temprano Hemingway que en dos años se consolida como narradoor nato. Sus alusiones son inevitables para dos obras de ese minuto: “Tres cuentos y diez poemas” y “En nuestro tiempo”, 1923 y 1924 respectivamente. Dice Maurois de este último:
Tecnicamnete es excelente. Pintado con esta frialdad detallada, el horror se destaca más vigorosamente sobre un fondo liso. Merimee sabía ya esto. El título... no podía ser más que irónico. Evocación del “peace in our time, oh Lord...” del Common Prayer. “Paz en nuestro tiempo, oh Señor...” en nuestro tiempo en que se fusila a los moribundos; en que las multitudes exigen de los toreros que se jueguen la vida; en el que los heridos gimen y se desangran delante de las trincheras; en que en las prisiones, se pasa fríamente la cuerda al cuello de los condenados. Esto era a la vez, una muda protesta contra la violencia, una voluptuosidad masoquista al describirla, y una liberación... El niño y el hombre habían visto demasiadas tragedias...
Para 1926 llega la primera novela. Maurois deja las coordenadas de aquella mítica realizacion que fue The Sun Also Rises:
El héroe Jake Barnes, mutilado por una herida de guerra, pasea por los bares y los mediocres hoteles de Francia y España, un amor para siempre irrealizable. La mujer que ama, lady Brett, pasa a ser la amante de un boxeador y después de un torero. Brett y Jake sufren, pero sin frases.... El efecto trágico está obtenido por una larga película de noches de hotel, de borracheras tristes... Nada sirve para nada. El sol sale también, y también inútilmente.
Literariamente hablando Hemingway es un todo terreno que se mueve con facilidad asombrosa entre uno y otro género literario. Maurois detalla ya sus nociones más sugerentes de como logra sus efectos entre la novela y el relato corto donde igualmente Hemingway pontifica a su aire:
Una novela de Hemingway era, con respecto a una novela clásica, lo que una arquitectura funcional a una arquitectura barroca... Una breve historia corta como Los Asesinos es en realidad una obra maestra. Se reconoce una obra maestra, decía Valery, en esto: “no pude cambiarse nada en ella” El ataque es brusco, sin largas preparaciones al estilo dde Balzac. Corresponde al lector imaginarse la decoración, y los personajes. Al principio no se sabe de qué cosa hablan. Repiten diez veces las mismas palabras. Poco a poco, la situación emerge de este caos. Y es hermoso.
Hasta Adiós a las Armas, hay un impass que Maurois replantea desde su perspectiva crítica con acieerto ineludible:
Siete en años en barbecho transcurrieron durante los cuales no había escrito un buen libro... y de esta esterilidad se había compuesto una actitud: fingir no conceder ninguna importanciaa lo que ya no era capaz de producir... En 1936 estalla la guerra civil en España. En Estados Unidos, muchos intelectuales se alistan para ir a ayudar a los republicanos. Hemingway es uno de ellos. Menos por convicción que por ir a oler nuevamente el olor de la sangre y tratar de creer en alguna cosa. De esta eventura sacará una novela: “Por quién doblan las campanas” cuyo héroe, Roberto Jordan, encarna como antes Nick Adams al mismo Hemingway, Héroe sin política y cuyo sacrificio es gratuito.
El impass literario se hará otra vez evidente durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Hemingway. Serán los años de “nuestro hombre en la Habana”, donde pone su cuartel general y que solo habrá abandonar hasta la década subsiguiente, en las temporadas de viajes ineludibles, a sus cuarteles de invierno en la tierra firme sean de su norteamerica natal, o de Europa, o Africa.

Maurois recolecta de este período interesantes pinceladas:
En 1942 ofrece su yate Pilar a la marina norteamericana, y se ofrece para realizar una misión de hombre suicida. Navegará solo para atraer a los submarinos enemigos y luego cuando uno de estos se le acerque, volará junto con él. Se comprende que esta idea romántica le seduzca, pero la marina rechaza su oferta y Hemingway solo consigue ser enviado como corresponsal de guerra a Inglaterra. Después del desembarco de junio de 1944, le pone en contacto con los F.F.I franceses y forma un cuerpo franco del cual es general  o capitán, no se sabe exactamente. Es “papa” y sus hombres comprenden vagamente que debe ser un personaje importante. Tiene cuartel general en Rambouillet. Armado hasta los dientes, gemelos en banderola, vermouth sobre un muslo y ginebra sobre el otro, se revela buen técnico de la guerra de la cual tiene larga experiencia. Los “maquis” le respetan; el ejército le tolera: entra en París que el utilizado por la división Leclerc y va inmediatamente a liberar el Ritz, lo que no es un símbolo oscuro. Plaza Vendome, a la puerta del edificio, pone un centinela y un cartel: “Papa took good hotel. Plenty stuff in cellar...”
Luego de otra experiencia reporteril por tierras francesas, belgas y alemanas, Hemingway regerasaba a Cuba para contraer nupcias con su cuarta esposa Mary. Ese período cubano que duraría hata su salida definitiva en 1960, es rastreado igualmente por el ojo avisor y crítico de Maurois.

Leemos con atención esos pormenores:
... Hemingway se había casado por cuarta vez, con Mary Welsh, periodista. Con ella vive hoy en su casa, cerca de La Habana, en la Finca Vigía que ha escogido porque ama a Cuba, y se encuentra un poco más tranquilo en ese país que en ningún otro... Hemingway, mosntruo sagrado con barba blanca, curtido y arrugado, se levanta a las cinco y media, de la mañana, y trabaja. Escribe con lápiz sus descripciones y a máquina sus dálogos. Por la tarde, si el tiempo lo permite pesca con su marino. Sigue pensando que un escritor debe guardar el contacto con la Naturaleza mediante alguna forma de acción. Si se retira de la vida, su estilo se atrofia.
En el año 1952, y afincado en su casa cubana, Hemingway demostraba con creces que su estilo creativo además de inigualable mantenía su vitalidad, a pesar que para muchos críticos su precedente novela Allá lejos y entre los árboles, había rumorado su declive escritural.

Maurois dejaba constancia en su ensayo ya mencionado:
En 1952 probó que su doctrina (el contacto necesario con la vida) es verdadera, escribiendo El Viejo y el Mar, breve relato acogido con entusiasmo unánime... El libro es hermoso, a la vez, por la excelencia del estilo, por la exactitud de la le técnica marítima y deportiva, y por su expresión de calurosa humanidad. Un sentimiento vivo y verdadero, anima esa historia del viejo que ha conseguido pescar a fuerza de valor y tenacidad, el pez más grande de su vida, y se ve despojado por los escualos, que devoran su presa y no le dejan más que un esqueleto. Yo me siento inclinado a pensar que hay en este cuento un símbolo, quizás inconsciente. El pez gigante, es la hermosa novela que Hemingway había querido traer y que los críticos han destrozado. Este sentimiento personal y esta ardiente herida dan al cuento El Viejo y el Mar una resonancia amarga y emocionante.
En su largo ejercicio crítico sobre Hemingway que el lector cubano tenía con increible celeridad a su vista en aquel año 1955, el critico francés Andre Maurois ahondaba sobre el ya mítico lugar del escritor norteamericano avecinado en Cuba entre los escritores de modernidad indiscutida en aquel minuto; pero a la vez descorría un velo siempre interesante a la hora de fomentar los precedentes de cualquier hombre de letras, en cuanto a formación e influencias:
Tiene aspecto de un moderno -ha dicho de él Gertrude Stein- y despide un olor fuerte a museo. La frase escrita en momento de discordia, quería ser punzante; pero constituye un bue elogio, involuntario. Un gran autor, por muy moderno que sea, se relaciona siempre con alguna tradición (...) Cuales son los maestros de Hemingway. El dice: Leyendo la Biblia fue como aprendi a escribir... No unicamente así, pero la Biblia enseña al narrador el arte del relato desnudo, la fuerza de la repetición, la poesía. Confiesa que debe mucho a Flaubert, y se comprende facilmente cuál es esta influencia: el escrúpulo, la rebusca de la palabra justa, la necesidad de una cadencia. La suya es tan diferente de la de Flaubert como el jazz puede serlo de las sonatas de Mozart, pero toda música es música. Elogia a Sthendal, lo cual no nos sorprende. Sin embargo, sus verdaderos patronos son americanos: Ambrose Bierce, Stephen Crane, y sobre todo Mark Twain...
Respecto a su mundo filósofico y existencial, Maurois, apunta a una cierta convergencia con Kipling, “bien por coincidencia, bien por filiación”. Y desgrana sus razones:
El mundo revelado a los dos hombres, desde su infancia, no es el mundo de la escuelita parroquial. La fuerza y la astucia reinan en él. Contra esto el héroe no puede hacer nada. El universo es como es. Unicamente el hombre, en el interior de este mundo sin leyes morales, puede darse un código y obedecerlo. Código de honor y valentía que en una vida dolorosamente tensa, hace de un hombre un hombre y le diferencia de los que sólo saben obedecer a sus instintos... y viven sin reglas inviolables.
La figura de la mujer, y el detalle sensualista no escapan a la instrospección del crítico al remontar los alcances de tales coordenadas en la dimensión de la obra y los personajes hemingwayanos:
la mujer para Hemingway como para Kipling es a la vez obstáculo y tentación. Respecto al hombre fuerte, al hombre del código, pero no resiste a la tentación de dominar al hombre débil... La sensualidad parece la esencia misma de los héroes de Hemingway. Amor físico, bien; pero es precsiso no pagarlo demasiado caro. La mujer del combatiente moderno es aquella que se da generosamente, entre dos combates, y sabe que el olvido vendrá...
De la muerte, y de la moral asociada al Hemingway de vitalidad indiscutida, Maurois nos deja reflexiones interesantes derivadas de la de sus alter egos creativos:
Toda la moral está fundada sobre la conducta a demostrar en presencia de la muerte. En este estado constante de alarma, hay dos soluciones, Una, es olvidar. Los personajes de Hemingway como suss prototipos, beben y aman para aturdirse. La otra solución, la más noble, es un estoicismo que acepte como normal este aplazamiento de la ejecución de lod condenados a muerte. El hombre camina sobre las ruinas, siempre dispuesto para la explosión final, tratando de olvidar sus pesadillas... El amor, como la caza o la guerra, o la bebida, actos de violencia o de exceso, nos ocultan la presencia de la nada, durante un momento, un corto momento.
Muy a pesar de advertencia tan nihilista, Maurois sabe que desde la permanencia de la angustia, que considera légitima en Hemingway “despues de dos interludios infernales y ante el peligro de sufrimientos mayores”

Pero Maurois apela a la dimensión de otro optimismo que descubre entre los entresijos de la dimensión creativa del Maestro:
Este mundo se salva por la forma. Tiene para escapar “a a la falta de sentido de un mundo sin valores”, una evasión más bella que la embriaguez o el espasmo, la cual es la creación, Aquí Hemingway se une con Proust. Este buscaba envolver las cosas más simples en los anillos de un hermoso estilo. Hemingway recurre menos a la imagen. Su estilo es objetivo y desnudo. Describe los peores horrores con una sobriedad clásica. Este comedimiento en la descripción de lo monstruoso, es exactamente, su estilo...
Last but not least, Maurois sabe que en Hemingway hay esperanzas a pesar de que no parezcan tangiblemente posibles, sino que sean, a lo sumo el atisbo insignificante, que emerge como el iceberg en la profudidad desconocida:
Un mundo no carece completamente de valores cuando reconoce los de la estética. El escritor, como el cazador, y como el soldado, respeta su código, y llega con su encantamiento, no a encontrar el Tiempo, lo que sería para Hemingway encontrar el horror, sino a matarle. Es posible que la palabra del universo sea nada, pero el código y el oficio, en esta nada, dibuja vagamente la sombra de algo.




-------------------
1. "Ernest Hemingway". Por Andre Maurois. En Carteles. La Habana Cuba. Año 36. No. 18. 1 de Mayo de 1955. p.72

2. Pen name del escritor francés nacido como Emile Salomon Wilhem Herzog (1885-1967) en Fantasticfiction.com

3. Citado en Carlos Baker, Hemingway and his critics. An International Anthology. American Century Series, Hill and Wang, NY, 1961.

4. Carlos Baker, Hemingway A Life Story, Charles Scribners and Sons, NY, 1969, p.228



----------------
Ver en el blog

Wednesday, May 1, 2024

Hemingway y el Sloppy Joe's Bar de Key West (por Carlos A. Peón-Casas)


La historia del celebre bar, que muchos erróneamente creen fue primero en el tiempo, y que del mismo se derivaría el también muy famoso de la Habana, hoy día un sitio rescatado para la nueva y necesaria oleada de turismo yanquee, avido de desvelar los secretos de una ciudad y un país todavía enigmático para los ciudadanos de la América profunda.

La Habana en los 50s
-----------

Pero en verdad, la historia discurrió al revés, y el de la Habana fue primero en tiempo. El de Key West, con su inevitable impronta hemingwayana, fue Papa quien le sugirió el nombre a su amigo Joe Russell, intimo amigo de correrías piscatorias en la Habana a bordo del Anita, el yate del segundo alquilado en buenos términos al amigo escritor y fan inveterado de las agujas off the Morro, que vería la luz en el famoso cayo the southernmost point del territorio de Estados Unidos, en 1934

Ya desde 1933, Russell, con la supresión de la nefasta Ley Seca, que es bueno aclarar nunca fue oficialmente declarada en el Cayo, y que el propio Russell, contravino en mas de 150 ocasiones, trayendo de contrabando ingentes cantidades de ron desde La Habana, optó por abrir un local para el expendio de bebidas, ubicado en 428 Greene Street, y que muy pronto obtendría notoriedad entre los de su tipo. Dotado de un salón de baile anexo, fue bautizado inicialmente con el nombre de Silver Slipper.

En algún minuto de 1934 vendría el cambio de nombre que fue sugerido por Hemingway y en clara alusión al establecimiento homónimo de la capital cubana, que Hemingway conocía de sus incursiones, aunque no necesariamente visitara con asiduidad, sabida su conocida preferencia por El Floridita.

Para 1937, el bar fue nuevamente re-localizado en el numero 201 de la calle Duval. Como dato ya literario, Hemingway ficcionalizó en su conocida novela Tener o no Tener, la primera localización en Greene Street con el nombre de Freddy’s, el mismo sitio, años después, y con el apelativo para entonces de Captain Tony’s Saloon, serviría de setting para su encuentro con la atractiva y muy joven Martha, quien seria luego su tercera esposa.

Hemingway volvería al Sloppy’s en los cincuenta, esta vez acompañado de su entrañable amigo, A.E. Hotchner. El suceso acaecido en 1955, ha sido recogido por el propio Hotchner en su libro Hemingway in Love. His Own Story.

El sitio, para entonces, ambientado con oportuna memorabilia hemingwayana, era ya una parada obligatoria para turistas, pero mantenía empero un discreto espacio reservado permanentemente para el afamado escritor. Para la ocasión el anfitrión convido a su invitado con su famoso daiquiri Papa Doble, creación del Floridita, acompañado de camarones pelados y una fuente de un guacamole especiado.

No hay otras evidencias en el tiempo de que Hemingway volviera al mítico bar, lo cierto es que acaso como el Chicote en Madrid, el Harry’s de Venecia, o el que lleva su nombre en el famoso Hotel Ritz de Paris, guarda todavía esa impronta tan peculiar del hombre y el escritor, que gustaba acodarse a la barra, y degustar, como buen parroquiano, algún reconfortante espíritu luego de un día de arduo trabajo creativo.



-----------------
Sloppy  Joe's Bar 
La Habana

Wednesday, November 29, 2023

Un almuerzo con Hemingway. (por Carlos A. Peón-Casas)



Howard Berk(1) era en 1952 un ex soldado con sueños y afanes de ser escritor. De paso por La Habana, y según narra en First Person: My Lunch with Hemingway(2), en viaje de negocios como vendedor de cuberterías de plata, tuvo la suerte de encontrarse al que consideraba su ídolo literario: el ya famoso Ernest Hemingway. En sus pretensiones de escritor en ciernes, y presumiendo que la oportunidad era única, ni corto ni perezoso le puso determinación.

El contacto con Papa se lo proporcionó un amigo común, Roberto Herrera, quien conocedor de su interés, le propició la cercanía, nada más y nada menos que el 21 de Juio de aquel año, el mismo del cumpleaños de Papa, en no otro que aquel mítico espacio del Bar Floridita.

En la calle Obispo, había ambiente de fiesta. El trío de ocasión animaba el ambiente del bar ya concurrido de la clientela que venía a “tomar su mañana”. De pronto, ya instalados, el chef Nico, presentaba al homenajeado y su compañía un sabroso entrante de masas de cerdo frita y frituras de maíz. Los músicos al unísono entonaron el felicidades de ocasión animando el jolgorio mañanero para el maestro Hemingway.

Menudearon los aplausos, y Hemingway saludó a la concurrencia y agradeció el gesto con tolerancia inusitada, que el propio cronista reseñara luego como sorprendente, conocedor del carácter reservado del escritor, al invitar a los concurrentes de las mesas cercanas a sumarse a la celebración cumpleañera.

En aquel minuto Hemingway compartía igualmente una agradable primicia: el contrato para su nuevo libro: “Across the River and into the trees”. Herrera Sotolongo, según recuerda el escribidor en su artículo para el National Geographic, le felicitaba por la doble celebración: “Magnífico regalo de cumpleaños, Papa” Hemingway le correspondería en su español singular: “Gracias Paco”. El cronista celebraría su cumpleaños al día siguiente, Herrera creyendo era el mismo día que Papa, le hacía saber en su presentación, Berk se excusaba con amabilidad, pero Hemingway insistía: Happy Birthday Paco, llamando a Howard con el apodo de Herrera.

Lo que siguió fue una apoteosis de singularidad literaria. Howard, el cronista al escuchar la noticia sobre la novela de Hemingway recién contratada por sus editores, le preguntó a Papa si había escuchado bien:
- “Ud dijo Across the River..” Papa le confirmó:

- Es correcto. Ese es el título. Con una pequeña ayuda de Stonewall.

- Across the River and Into the Trees?

Hemingway me espetó extrañado:

- ¿Lo conoces?

-Bueno así es, señor. Esas fueron las palabras del moribundo Stonewall Jackson. Crucemos el río y descansemos a la sombra de los arboles.

Lo que dije sonó tan personal para Hemingway que me dijo muy animado:

- ¿Cómo demonios sabes eso?

-Douglas Southall Freeman, señor… traje los tres volumenes a Cuba conmigo.

-No me digas. Libros muy pesados

- Así es señor

- Bueno, no me impresionas hijo, yo también los leí.

Era sin dudas una nueva intimidad. Compartimos su famosa mueca.
Lo que siguió, en la voz peculiar de Papa le sonó a gloria a Howard el nobel émulo de fama creativa: “Saben que, nos vamos a almorzar a Finca Vigía."

Al salir todos los ojos los seguían con atención, muchos no dejaban de preguntar quien era aquel muchacho agraciado por una invitación tan seria de parte del escritor.

Subieron al Buick Roadmaster de Papa conducido por Juan que esperaba por Obispo. Roberto y el invitado en el asiento trasero. Juan al timón, y a su lado un flamante Papa con su habitual vaso enorme, lleno de un helado Daiquirí, que paladeaba sin recato tan pronto el auto se ponía en movimiento.

Lo que nos narra el cronista de la llegada a la Finca es digno de mención en sus propias palabras que comparto desde el original:
Delante de nosotros estaba la casa -Finca Vigia- y justo más allá una sutil construcción como un faro, que Roberto me había dicho el escritor usaba algunas veces como segunda oficina. Juan hizo una aproximación al frente de la casa y dijo sus primeras y últimas palabras: “Estamos aquí”. Hemingway hurgó en sus bolsillos y exclamó: Donde diablos están las llaves? Toco el timbre. Y luego lo hizo dos veces más. Mary Welsh Hemingway nos recibió con una postura decidida. Tenía el cabello crespo y corto, facciones firmes, y una actitud suficiente. Era la cuarta esposa, y Roberto que sabía muchas cosas, me había dicho que era la menos domesticada de todas. Siguió un curioso silencio. Marido y mujer parecían medirse el uno al otro. Yo tenía la sensación de que ella estaba molesta y que él trataba de explicar lo que había hecho. El momento se hizo más agudo cuanddo Hemigway, intentando salvar la situación dijo: Traje a los muchachos para almorzar… La próxima vez que traigas a tus compinches a almorzar me avisas antes… Lo interesante acerca de aquel diálogo fue que las palabras escalaron a los extremos más extremos.

Pero la pareja aunque intercambiaban invectivas mantuvo una civilidad a toda prueba mientras se conducían a sus respectivos sitios. Hemingway mostró sus sitios a los invitados, Mary ocupó el suyo sin prestarnos atención a mi ni a Roberto. Por nuestra parte, agachamos las cabezas, y no fuimos parte de las hostilidades.

La descripción que sigue es también notoria por los detalles de aquel encuentro tan singular:
El almuerzo fue servido por dos damas que entraban y salían de la cocina portando los decantadores de vino, hogazas de pan y ensaladeras. Durante un respiro, Roberto tentativamente entró al ruedo sosteniendo su copa, pero sin alzar mucho, para evitar la presunción de una incursión extraña, y acotó a sotto voce: Me recuerda los Jumilla.

-Uno de los mejores de España, redondeó Hemingway. Mrs Mary quien al momento solo bebía agua añadió: A mi me sabe a orine”. A pesar de su exuberante descripción yo comencé a disfrutar la comida. Hemingway comentó por su parte:

- Tú no sabes lo bueno que es un vino hasta que no te bañes en él. Como con el piss.

Aquí brindo con el orine, dijo Roberto, y Hemingway se sintió divertido con el aporte, porque Mrs hemingway no oyó la frase, y no le hubiera hecho mucha gracia si la hubiera escuchado… Hemingway volvió a servirnos, y respiramos aliviados. Convulsivamente y tras las servilletas, Roberto y yo intentábamos contenernos. Habíamos salidos parcialmente liberados, y la Sra Hemingway nos fulminó con su mirada.
Howard tuvo aquel día tuvo su minuto de gloria junto al Maestro: un día recordaría aquella frase inmortal que le escuchara sobre el arte de escribir, aquel día en aquella mítica jornada: “No hay nada al respecto. Solo siéntate en la maquina de escribir y sangra”


Luego de aquella ocasión coincidiría un par de veces más con Hemingway en los ambientes habaneros de la época: una vez en una fiesta privada festonada con luces de colores, y otra en el Floridita para decirle adiós. Volvería a Cuba luego ya de luna de miel pero no encontró al escritor que entonces hacía su segundo safari africano. Tampoco a Roberto, quien por entonces estaba por Brasil.




--------------------
1. Howard Berk (22 de Julio de 1924, Brookline, Massachusetts) fue un Escritor Distinguido en Residencia en la Universidad de Georgia. Sus créditos incluyen 13 filmes, docenas de episodios de TV, incluyendo Misión Imposible y Colombo, y cuatro novelas. Falleció en 2016 en los Angeles, California.

2. "First Person: My Lunch with Hemingway". By Howard Berk, For National Geographic. Published July 22, 2013.

Wednesday, October 4, 2023

Martha Gellhorn en Finca Vigía. (por Carlos A. Peón-Casas)


La relación sentimental de Hemingway, con la que sería su tercera esposa, la también periodista y escritora Martha Gellhorn, ha sido trabaja con gran intensidad por muchos de los mejores connosieurs de la biografía hemingwayana.

Una reciente incursión por uno de esos admirables estudios: The Hemingway Women de una voz tan bien autorizada en el tema como la de la norteamericana Bernice Kert, nos permite esta proximidad a la presencia cubana de Martha durante su breve matrimonio con Papa en su casa de Finca Vigía.

La primera visita de Martha a la Habana sucedió en abril de 1939. Por entonces Hemingway dedicaba cinco y seis horas diarias a la que sería su novela estrella: Por Quién Doblan las Campanas, la inmejorable crónica novelada de su permanencia junto a las tropas republicanas, y junto a Martha, en los afanes de la Guerra Civil Española.

Los detalles más sugerentes de esa primaria y no permanente estadía e la capital cubana la recreamos desde el ya citado libro de Bernice Kert:
En las horas de la tarde, nadaban y jugaban tenis. Las noches las pasaban apaciblemente. Evitaban la vida nocturna habanera, confinando sus pocas salidas a restaurantes de comida española y francesa. Martha, al igual que Hemingway traía material para su novela sobre una reciente visita a la Checoslovaquia antes de los tensos días de la invasión alemana. Miraba con atención el diligente y cuidadoso estilo creativo de Hemingway, sin devaluar lo que tal aprendizaje significaba para ella, que le llevó a afirmar en algún minuto: ‘ Le debo a Hemingway la minuciosidad de la escritura.(1)

Pero la experiencia habanera no pasaba de ser bastante estrecha, en lo que de alojamiento se trataba. Hemingway rentaba la ya conocida y habitual habitación en sus días habaneros, localizada en el último piso del Hotel Ambos Mundos.


Para Martha el sitio resultaba incomodo para dos escritores que potencialmente necesitaban espacio para sus labores. Bernice Kert nos sigue relatando aquellos pormenores:
El único problema era el hotel. Ernest se acomodaba fácilmente con su entourage, su máquina de escribir y sus avíos de pesca en la pequeña habitación del hotel, a pesar de que había prometido a Martha encontrar una casa apropiada para compartir cuando ella viniera a La Habana. Marthy estaba dispuesta a soportar tales molestias alegremente si hubiera habido una razón. Pero le parecía muy ridículo vivir en La Habana en tal injustificada escualidez.
Dispuesta a solucionar el asunto, no tardó en dar con los agentes inmobiliarios apropiados, y lograr la tan ansiada meta de disponer de un lugar apropiado: la primaria y muy dilapidada propiedad de Finca Vigía, la que sería mítica vivienda de la pareja, y la residencia permanente de Hemingway en Cuba hasta el año 1960.
La vista de La Habana hacia el oeste era magnífica, y la renta de 100 dólares al mes era más que apropiada. A pesar de lo descolorido de las paredes y el mobiliario que eran feos y sin gusto, Martha descubrió que el sitio tenía posibilidades.
Es harto conocida la anécdota del poco interés que le suscitó a Hemingway la idea, quien partió una incursión de pesca, y le dejó a Martha todo el trabajo. Lo mismo había pasado la primera vez que junto a Pauline habían visto la que sería su casa de Key West, y como aquella vez, Martha usó sus propio dinero para empeño de restauración.

Para empezar un pintor hizo su labor, y un carpintero puso su mano. Dos jardineros se hicieron cargo de la extensa propiedad, y un cocinero asumió sus labores culinarias(2).

Martha recrearía en su literatura posterior la experiencia. En su cuento corto Luigi′s House la heroína referiría a un suceso similar:
…habría bebidas frescas para disfrutar bajo las mimosas, y por la noche leerían reclinados en cómodos asientos con una buena luz por detrás… Caminaría por la propiedad en las mañanas, abriendo los cajones y contemplar las sábanas de lino, las toallas de baño y la mantelería. Podría detenerse en la sala con un ramo de flores e las manos, admirando su obra, y maravillándose como hasta ese minuto había vivido sin una casa propia a la que cuidar y atender… pronto sería el hogar para dos, un lugar real.(3)
De cierta manera el sueño de Marta se materializaría, al menos durante la duración de aquella primea temporada.


Los gastos, según se nos sigue narrando eran compartidos mitad por mitad, “exceptuando la bebida de Papa, que era su propio negocio”(4).
Martha insistió en que la cuestión del dinero fuera claramente definida, y esto le dio el absoluto derecho a salir a ganar su propio sustento. No le pidió a Hemingway nada y continuó sustentándose a sí misma como era su costumbre. Cuba no había sido su inicial decisión, pero como lo era para Hemingway, se esforzó por hacerlo posible juntos.(5)
En el ya citado relato de Martha, escuchamos al personaje de la mujer norteamericana referir desde la realidad autoral al mismo asunto:
… seguiste a tu hombre donde quiera que fue, te quedaste a su lado o lo esperaste: no hubo nada extraño en eso.(6)
Para aquellos días, la relación matrimonial de Hemingway con Pauline no se había disuelto, y aunque según se nos sigue apuntqando, Martha no era una mujer celosa, su indefinida situación, no dejaba de crear fricciones(7).

Para agosto de aquel mismo año, la pareja abandono su idílico refugio rumbo a Key West. Desde allí Hemingway condujo a Martha hasta San Louis para visitar a su madre. Para octubre coincidirían en Ketchum, en el rancho caza, pero Martha partiría en misión periodística a Finlandia, el viaje no concluiría hasta principios de enero de 1940.


Hemingway habría regresado a finales de diciembre desde Key West con sus pertenencias, luego de guardar celosamente manuscritos y papelería privada en un sótano del Sloppy′s Joe. Lo acompañaban sus hijos. En aquel minuto hicieron estancia en El Ambos Mundos(8).

El re-encuentro en los predios de la Finca Vigía sucedería en los días sucesivos, con la llegada de Martha, a donde se mudarían finalmente juntos. Para finales de ese año Hemingway terminaría comprando la propiedad con los royalties de su recién publicada novela Por Quien Doblan las Campanas.

La experiencia de ese año en la Finca le daría a Martha igualmente la satisfacción de ver publicada su primera novela: A Stricken Field, inspirada en su viaje reporteril por Checoslovaquia y dedicada a Ernest.

La propia Eleanor Roosevelt la recomendó encarecidamente. La heroína Mary Douglas, periodista como Martha, manifestaba su aprecio a las ideas de la libertad y la democracia del pueblo checo bajo el vasallaje del nazi fascismo.


Las inevitables labores periodísticas de Martha para su agencia Colliers, la mantendrían alejada de su nueva casa cubana en un largo lapso de 1941. Primero en un largo periplo por el Lejano Oriente, incluyendo China y Hong Kong junto a Hemingway, y luego en solitario, por el Caribe.

En un minuto de su ausencia Hemingway había hecho efectiva sus experiencias anti submarinas, desde su yate Pilar, contra la flota alemana merodeando Cuba, a lo largo de la costa norte de Cuba. La operación encubierta fue conocida como Crook Factory.

Una idea que Martha suscribió de algún modo, “intercediendo incluso ante los Rooselvelts para conseguir el permiso para un operador de radar"(9).


Al principio y por complacer a Hemingway había experimentado las experiencias de pesca a bordo del Pilar. En aquella nueva experiencia, intentó igualmente sumarse a la tropa de entusiastas, pero la experiencia fue de corta duración, y acabó desembarcando en el primer puerto a la vista.

Martha acabó convencida que aquellas partidas se habían vuelto un pretexto de Hemingway para para aprovisionarse de la escasísima y racionada gasolina para sus afanes piscatorios, y muchas veces la experiencia no pasaba de pura fanfarronada, como nos lo recuerda Bernice Kert:
A veces la atmosfera a bordo de Pilar parecía ser una mala parodia de la guerra, como cuando Wiston Guest recitaba malos poemas y las granadas eran lanzadas sin ninguna puntería contra las boyas en la Corriente del Golfo (…).(10)
En verdad, aquel no era el único conflicto, el matrimonio pasaba por una marejada peligrosa. Desavenencias y peleas en público se hicieron notorias, y a veces impredecibles. En diciembre, dándose un compas de espera Martha viajó a Saint Louis, Missouri.

El año 1943 estaba ad portas y Martha estaba angustiada no ya por el posible futuro de su relación sino acaso por la reiteración del triste pasado.

Martha se daría una nueva oportunidad en Finca Vigía, que al menos por el lado creativo le rendiría dividendos al poner a punto de mate su próxima novela (Liana).

Aprovechando la ausencia de Hemingway en otra incursión del Pilar en sus afanes anti submarinos, Martha se enclaustró en la casa de invitados y trabajó con afán con el manuscrito. Para Junio 27 estaba en la última página. Dos semanas de intenso trabajo y cuarenta cigarros diarios daban fruto. En carta a Hemingway le dejaba saber:
Te amo. Estoy cansada. No sabes por qué. Pero el final del libro esté perfectamente claro en mi cabeza…Liana es una pobre mujer, una pobre y estúpida mujer extraviada sin un lugar donde vivir. De alguna manera esta es la historia que finalmente regresan a casa, de maneras diversas, y una mujer sin hogar. ¿Es esta acaso la moraleja?.(11)
Al mismo tiempo de sus labores escriturales Martha se había empeñado en una serie de reparaciones de la casa, cada día revisaba las cifras de gastos, y se preguntaba con ansiedad si acaso Hemingway pudiera considerar un derroche que por menos de 200 dólares pudiera reponer el piso, y reparar el techo y la cancha de tenis, mejorar las instalaciones eléctricas, nueva pintura interior y exterior, y comprar muebles y árboles(12).

Un detalle singular ocurriría al dedicarse a limpiar el cuarto de Ernest y descubrir con asombro que guardaba allí cientos de billetes pasados de la Lotería Nacional. Con ánimo diligente logró cobrar muchos de los que inadvertidamente por Hemingway habían sido premiados, y reunir por tal concepto unos sesenta dólares.

Pero los días cubanos de Martha estaban por terminar. Colliers le asignaba una nueva misión, esta vez en el Teatro Europeo de Operaciones, y en Londres en lo particular. Fue el minuto en que le propusiera a Hemingway marchar juntos como lo habían hecho antes en España. Pero Hemingway no estaba listo para tal empeño.
Mientras Martha más insistía con afán, Hemingway más se replegaba. Martha le cuestionaba y reprochaba sus (fallidos) empeños con el Pilar disfrazado de Q-boat y le hacía ver todo el bien que podría hacer en Europa en la guerra contra Hitler, y de paso se rebelaba contra su reproche de que debía quedarse a su lado y velar sólo por su cuidado. Todo aquello era malsonante para Martha, cansada de sus historias acerca del Pilar, y se daba cuenta que estaba perdiéndole respeto (…) Hemingway no quería abandonar la confortable vida que había organizado alrededor de sus necesidades (…) asumiendo el pomposo rol de “Papa” alimentado por la obsequiosidad de sus muchos admiradores. Al parecer Martha era la única que se le enfrentaba. Hemingway se refugiaba aún más en la bebida y su comportamiento era cada vez más truculento. Gigi en especial se sintió mortificado cuando su padre comenzó a mortificar a Martha, cuando según muchas veces ella estaba en lo cierto y él, equivocado.(13)
El 20 de Septiembre de 1943, Martha voló a Nueva York para enrutarse desde allí a su misión periodística. Hemingway por su parte dedicaría otros dos meses a sus labores anti submarinas a bordo del Pilar.

Aquel viaje, para Martha, no sería como los anteriores, implicaba el cambio subrepticio de muchas de sus coordenadas vitales, y que se cumplirían, inexorablemente, en un futuro no lejano. Era, a no dudarlo, su despedida de Finca Vigía, y de paso de su relación sentimental con Papa.

Un poco antes de volar a su destino europeo, y en una breve estadía en Washington invitada a la presentación en la Casa Blanca de la versión fílmica de Por Quien Doblan las Campanas, recibía en su persona el homenaje al que todavía era su esposo. Todos estaban fascinados de saber que Martha estaba casada con el autor de la novela.


En la víspera de su partida le dedicó una larga carta a Hemingway, texto que dejamos al lector como propicio cierre a nuestro discurrir, y muy revelador de las muchas aristas de aquella relación difícil pero ciertamente estimulante que establecieron en su mítico mundo cubano, y más allá…
Por favor que sepas que te amo mucho… tú eres mejor hombre que yo, pero espero que no sea tan mala esposa aun cuando haya estado lejos cuando sabía tu también lo estarías… Me siento apenada de ser feliz a menos que tu también lo seas. Y esta noche, en la partida, sintiendo por delante los ajenos destinos, soy tan feliz como un … Pero como mujer, y tu mujer, estoy triste; este no es el final, ¿verdad? Es sólo un corto viaje, y ambos estaremos regresando a nuestro encantador hogar… y entonces escribiremos libros y contemplaremos los otoños juntos y caminaremos a través de los campos de maíz esperando por los faisanes.(14)
------------

Carlos A. Peón-Casas en Finca Vigía.
Año 1999
--------




-------------
  1. The Hemingway Women. Bernice Kert. W. W. Northon and Co. NY, 1983. p. 325
  2. Ibíd. p. 326.
  3. Ibíd.
  4. Ibíd.
  5. Ibíd.
  6. .Ibíd. En Luigi′s House. Óp. cit
  7. Ibíd.
  8. Ibíd. p. 336
  9. Ibíd.
  10. Ibíd.p.375
  11. Ibíd. p. 378.
  12. Ibíd. p. 377.
  13. Ibíd. p.381.
  14. Ibíd. p.384
Click here to visit www.CubaCollectibles.com - The place to shop for Cuban memorabilia! Cuba: Art, Books, Collectibles, Comedy, Currency, Memorabilia, Municipalities, Music, Postcards, Publications, School Items, Stamps, Videos and More!

Gaspar, El Lugareño Headline Animator

Click here to visit www.CubaCollectibles.com - The place to shop for Cuban memorabilia! Cuba: Art, Books, Collectibles, Comedy, Currency, Memorabilia, Municipalities, Music, Postcards, Publications, School Items, Stamps, Videos and More!