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Wednesday, July 24, 2024

Camagüey también tuvo su Hotel Ambos Mundos. La hotelería camagüeyana en los años 30’s del siglo XX (por Carlos A. Peón-Casas)


Con menos glamour y prestancia que el habanero, más antiguo y conocido, el Hotel Ambos Mundos de Camagüey también tenía lo suyo. Ubicado en la céntrica calle de la República, en la esquina con la calle Francisquito, el inmueble que data de 1912, luce hoy su estado más deplorable; lejanos ya los días en que fuera un digno destino para los que fueron sus huéspedes de antaño.

Poco o nada sabemos de aquellos desempeños hoteleros y de “restauración”; lo cierto es que ocupaba un lugar bien visible en las coordenadas de la ciudad de los años 20’s y 30’s del ya pasado siglo XX.

Hemingway no lo conoció en su visita a la ciudad en la década del 40, claro está, que para entonces el Gran Hotel se robaba el show, y aunque se haya especulado con que el famoso escritor pernoctara en el último aquella vez, no hay evidencias que lo respalden. Quizás le hubiera llamado la atención, si hubiera remontado la calle República, algo que tampoco parece que hiciera en aquella furtiva visita de paso, de camino al Central Santa Marta, propiedad de su amigo Mayito García Menocal, acaso por aquello de que hubiera sido el Ambos Mundos habanero el sitio escogido para sus estancias de la década del 30 antes de que comprara su famosa Finca Vigía.

Justo por su frente existía otro hotel conocido: El París, hoy devenido, como hasta hace unos años el propio Ambos Mundos, habitáculo para numerosas familias en lo que es actual su segunda planta. En los bajos conocimos de pequeños la cafetería homónima, muy popular y frecuentada donde se expendían entre otros delicatesen, el ya hoy prohibitivo Helado Coppelia de 12 porcientos de grasa, una “crema” super especial que sólo hoy es adquirible en precios dolarizados, o que en su mayoría se exporta (que dicen los que saben que hasta la Reina Isabel II gusta paladearla), ¡o tempora, o mores!

El Ambos Mundos competía en sus tiempos con el rival más cercano, pero igualmente con el resto de los otros hoteles, que se acomodaban a lo largo de la céntrica calle República a saber: El Centro Gallego, el Luz, el Saratoga y el Colón, los tres primeros ya igualmente inexistentes, aunque desconocemos cuál era su ubicación exacta, y el tercero todavía en activo y localizable en el número 163 de la susodicha calle.

De todos estos sitios de alojamiento tenemos oportuna mención en una especie de guía promocional y comercial de la ciudad bajo con el título Camagüey, la provincia heroica y legendaria, editado en el año 1931 por la Cuba Atlas Company. En la ciudad de entonces se contaban más de una veintena de hoteles, repartidos por toda la ciudad, entre aquellos los de más porte como el antiguo Camagüey, el Plaza y el Isla de Cuba.

Del Ambos Mundos, sobrevive sólo el recuerdo. El edificio habitado sólo en su planta baja, donde se apiñan hoy día “timbiriches” de cuenta- propistas, amenaza ruina. La segunda planta luce los descorchados que el tiempo le ha propinado. Nada nos habla allí de aquellos tiempos en que todavía fuera un lugar de estancia para los huéspedes foráneos que visitaban la ciudad. Como para el resto de aquellos sus “competidores de rigor”, el tiempo, y otras hierbas de la familia de la desidia, han hecho valer su signo de perpetuo desbrozador y le ha ajustado las cuentas para siempre.
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Listamos para el curioso lector los que hoy ya no existen: América, Centro Alemán, Dalmau, España, Ferroviario, La Gran Vía, Habana, Inglaterra, Internacional, New York, Sevilla y Telégrafo



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Actualmente en demolición parcial.
Abril 2023. 
Fotos/Oficina del Historiador de la Ciudad 
de Camagüey.
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Wednesday, July 17, 2024

De inundaciones y sequías en el Puerto Príncipe de antaño (por Carlos A. Peón-Casas)


Releyendo con atención a uno de nuestros primeros historiadores locales, el afamado Pio Betancourt, recogido a su vez en un verdadero incunable de la historiografía cubana(1), releemos detalles singulares, poco aireados, de nuestra memoria histórica, y que con gusto compartimos con el atento lector.

Se trata de dos hechos signados por las fuerzas de la Naturaleza: una severísima inundación de uno de nuestras corrientes pluviales: el rio Hatibonico, y una sequia de proporciones catastróficas para la que fuera la vida comarcana del legendario Puerto Príncipe en lo años de 1841 y 1843, respectivamente.

La primera, acaecía el 2 de Junio de 1841, y seria al decir del historiador:
la mas calamitosa de la que había memoria del rio Hatibonico, que causo en la ciudad graves prejuicios, principalmente en el bario de la Caridad que casi fue arrasado desde la mitad contigua al puente e su nombre, por la confluencia del arroyo Juan de Toro y repletud del río(2).
El hecho que parece repetirse en el tiempo, en la ciudad que habitamos, cada vez que la lluvia se hace presente con fuerza inusitada en la cabezada del río, fue sin dudas de una magnitud singular. Sigamos escuchando el relato del bien avisado historiador:
Las corrientes se llevaron infinidad de muebles y alhajas de multitud de pobres que vivían e las inmediaciones: pero no se puede lamentar la perdida de otra persona que la de D. Carlos de Varona, cuya filantropía y valor le estimularon a auxiliara algunas afligidas mujeres que se encontraban en riesgo en sus casas, rodeadas de agua por todas partes hasta una altura extraordinaria, y se ahogo en la misma calle(3).
El segundo suceso, esta vez de signo contrario: la escasez de lluvias en la otrora ciudad y regiones circundantes, un hecho tampoco fortuito en una u otra época, fue en palabras del cronista: “la más terrible seca de que hay memoria…pues ni aun hubo formal primavera”(4).

Un hecho de tal magnitud tendría consecuencias desastrosas para la economía de la región, afectando su normal desenvolvimiento, así nos lo sigue rememorando nuestro primer cronista:
La mortandad de animales ha sido extraordinaria, y lastimosa, pudiéndose calcular que ha muerto por lo menos, la tercera parte de los que había: se agotaron no solo las aguadas artificiales, todas las de la ciudad, sino también los manantiales, y los ríos de ella y de la jurisdicción se secaron o cortaron(5).
Sin dudas dos momentos de nefasto signo para la otrora comarca, donde las imprevisibles fuerzas desencadenadas de la naturaleza hicieron sentir sus perniciosos efectos sobre aquella comarca siempre antológica “de sombreros y pastores’’.


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  1. Los Tres Primeros Historiadores de la Isla de Cuba. Cowley y Pego (Edit) Habana, 1877. (Versión digitalizada)
  2. Ibid. Historia de Puerto Príncipe. Tomas Pio Betancourt. p.562
  3. Ibid.
  4. Ibid. p.562
  5. Ibid. p.563

Wednesday, July 10, 2024

Francisco Alejandro (Francois) Agramonte y Zayas, el primo mártir del Mayor (por Carlos A. Peón-Casas)


Las hazañas de este joven mártir son poco o casi nada conocidas entre los camagüeyanos. Ni los más añosos y bien enterados han podido darme referencias de su impronta en los anales que referencian la Guerra Grande, muchas veces ninguneados, con o sin manifiesta intención por los historiadores de este minuto.

Nacido en Santiago de Cuba, era hijo de Don Francisco Agramonte, abogado principeño afincado en aquellas tierras orientales, de quien el propio Martí sabría pronunciar frases laudatorias, con motivo de su fallecimiento, por su eminente participación en los hechos revolucionarios agenciados por la emigración cubana en Nueva York, donde fallecería, decía así el Apóstol:
Acaba de morir ya muy anciano, el abogado principeño que iba todos los días, a eso de las diez, a ver, lleno el de canas al joven que no quería generales pudridores en los negocios de su tierra. Patria recuerda agradecida a Don Francisco Agramonte(1)
Con sólo nueve años, el niño Francisco Alejandro era enviado por su padre a Francia, para proporcionarle la mejor instrucción posible. Ya con trece años, volvió a reunirse con su familia, por entonces residentes en Barcelona. Completaría luego su formación en Alemania. Justo después volvería reunirse con su familia esta vez afincada en Nueva York, que prestaba ya sus mejores esfuerzos a los preparativos de la asonada independentista de 1868.

Alejado de su amada patria desde los nueve años, conseguiría su más caro anhelo de regresar a Cuba enrolándose en cinco expediciones, cuatro de ellas fallidas. A las tierras cubanas logró llegar finalmente con el Mayor General Eduardo Álvarez de quien fungiera como ayudante.

Luego del desembarco, cayó prisionero de los españoles en el combate de Jarico, junto al antiguo catedrático del Instituto de Camagüey, Don Eladio Fernández, y al teniente Agüero. Juzgado sumariamente fue condenado a muerte, aunque según acota Agramonte en su artículo ya citado:
las cualidades excepcionales que adornaban al prisionero de veinte años de edad, su esmerada educación en centros europeos, lo infrangible de su amor patrio y su ejecutoria de soldado abnegado e irreductible, llamaron poderosamente la atención de la Oficialidad española y ofrecieron conservarle la vida solo a cambio de dar su palabra de honor de de no empuñar de nuevo las armas contra España. Tal promesa de fidelidad la rehusó con incomparable altivez…(2)
Tal y como lo recogieron su tres últimas cartas de despedida a sus padre, su máxima aspiración hubiera sido haber combatido al lado de su primo el Bayardo. Su muerte, por fusilamiento, acaecida coincidentemente en el Fuerte de Jimaguayú, ocurría el 25 de diciembre de 1870.



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1. En Francois, Mártir de Jimaguayú por Roberto Agramonte. Bohemia. Año 42. No. 21. La Habana. Mayo 21 de 1950. p.74
2. Ibíd. p. 207

Wednesday, July 3, 2024

Otra vez Severo Sarduy: "Poema a la enredadera". "El Camagüeyano", 1954. (por Carlos A. Peón-Casas)

Severo Sarduy, año 1955.
Foto cortesía de Oneyda González(1).
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Se trata de uno de esos poemas de juventud del bardo del Camagüey que devino una celebridad mundial en el intenso y frecuentado espectro de la ficción, cuando puso mar por medio, y se exilio en Francia a principios del penúltimo proceso revolucionario cubano.

Este poema data posiblemente de sus años de estudiante en el entonces Bachillerato de la ciudad donde eran sus compañeros de aula otros nombres que con el tiempo también habitaron el recinto intocable de la literatura de Cuba y de más allá.

Resalto este texto precisamente por provenir de una etapa de juventud donde por necesidad el emulo de escritor es por inevitable necesidad un poeta.

Intimo y nostálgico, el poema se “enreda” en el alma del rimador y promete ser ese renuevo imposible, ajeno a verdores de otros sueños y espacios, reticencia y olvido; premoniciones de un acaso que está apostando por su inevitable nulidad.

Dos cuartetos y dos tercetos con el mejor metro octosílabo son suficientes. El rimador deja la fluidez del verso hacer el resto. El lector se apropiará del guiño del poeta y lo hará suyo. Para bien, siempre para mejor…

Siete décadas después de creado este texto recobra sentido. Al menos lo tiene para este también humilde poeta que lo saborea ahora en su lejana condición de exiliado, con la nostalgia de una ciudad perdida en los marasmos y las blasfemias…



Poema a la enredadera

¡Qué triste, seca y enferma
se encuentra la enredadera!
Sus hojas desclazas ruedan
llorando por las paredes.

Papá quiere darle vuelta 
a todo el patio con ella
y a mí me gusta la idea.

Aunque en mi interior yo sepa
que ya en el mundo no queda
quien pueda reverdecerla...!


Severo Sarduy
El Camagüeyano. Enero 7, 1954.

El poema ha sido tomado de:
Severo Sarduy en Cuba, 1953-1961. Compilación, prólogo y notas. CiraRomero. Editorial Oriente, Santigo de Cuba, 2007.


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1. Foto de Severo Sarduy publicada en el libro de graduados del Instituto de Segunda Enseñanza de Camagüey en el año 1955. Pertenece a los fondos del Archivo personal del abogado Reynaldo Payarés Suárez (epd).

Esta foto fue la que se utilizó para hacer el dibujo de la cubierta del libro Severo Sarduy: escrito sobre un rostro. Camagüey, Editorial Acana (2003).

Agradezco a Oneyda González el envío de esta foto para publicarla en el blog Gaspar, El Lugareño. Ver Severo adolescente.




Wednesday, June 26, 2024

Un violinista desconocido del Camagüey (por Carlos A. Peón-Casas)


José Mercedes y Betancourt era su nombre, que quizás no diría nada a quienes no hayan tenido la suerte de hurgar en los pasajes poco recorridos de la respetable cultura del Puerto del Príncipe del diecinueve.

Pero, ya para cuando Francisco Calcagno, escribió su muy bien poblado Diccionario Biográfico Cubano, en 1878, aparecía registrado entre las figuras más descollantes de la cultura nacional y local.

Era mulato, pero su humilde origen no impidió que según lo sigue relatando Calcagno llegara a ser: “profesor de música y director muchos años de la orquesta de aquella ciudad, que se titulaba Santa Isabel".

Su vida fue corta, pero no fue esto óbice para que se le conociera, no solo en la Habana de su tiempo, sino acaso en otros sitios de la geografía cubana de entonces, a las que concurrió en calidad de ejecutante y director.

Para 1861, luego de ser el centro de la atención en los salones del Liceo Artístico y Literario de la Habana, publicó una importante colección de sus producciones musicales que incluían las por entonces sus muy populares danzas cubanas, pero igualmente otros géneros musicales, en los que había incursionado con igual éxito.

Bajo el título de Ecos del Tínima, aparecerían aquellas, que dedicó en su minuto a la Condesa de San Antonio, esposa del entonces Gobernador General de la Isla de Cuba, el general Serrano.

Su deceso ocurrió un poco después, en su Puerto Príncipe natal, el 22 de febrero de 1866. Calgagno que no señala su fecha de nacimiento, si aclara que murió joven, y cita a su vez, la nota necrológica, que nos sirve de cierre y, que aparecida en El Fanal de Puerto Príncipe, daba cuenta del infausto suceso:
El carácter humilde y amable de José Mercedes le había granjeado muchas simpatías ene esta ciudad, y su muerte ha sido generalmente sentida.

Wednesday, June 12, 2024

Del bar de mi abuelo en la antigua Plaza de la Caridad. Una estampa de diciembre de 1959 (por Carlos A. Peón-Casas)


Se llamaba San Antonio, y fue su última propiedad en Camaguey. Antes lo había sido del Hotel Europa, junto a Riestra, amigo y socio, durante la década de los cuarenta y principios de los cincuenta, y que entonces compartía edificio con el afamado Plaza, justo frente a la terminal de trenes de la ciudad agramontina. Hoy día, parte la cafeteria del segundo citado.

El San Antonio era un sitio verdaderamente cosmopolita, ubicado a la mano derecha de la entrada principal de la antigua Plaza, justo por la Carretera Central, donde hoy ubicamos el Mercado de la Caridad, y que hasta pocos años atrás, albergara una conocida industria procesadora de pescados.

El abuelo fungía allí no solo como propietario, sino como atento bar tender, ayudado por mi padre, y también cocinero de altísimos quilates, preparando platos tan enjundiosos, y dignos entonces de un restaurant gourmet con un menú bien especiado

Dígase por ejemplo: un arroz con jicotea, o las sabrosisimas ancas de rana empanadas, inencontrables en otro sitio, y plato mayor de la casa, y hasta un platillo bien especial y raro: un majá de Santa María en un fricasé esplendido, aderezado “con todos los hierros”, y que solo cocinó una vez, para satisfacer a unos comensales muy particulares, que le trajeron el raro especimen desde el aserradero Agramonte,, luego de ser trucidado dentro de un monumental palo del monte.

Pero la estampa que hoy recreo fue un hecho delictivo que aireo la prensa local, y que tuvo por scenario el bar de abuelo. El susodicho reporte lo encontré por esos azares de la vida, en un añoso periódico Adelante, con fecha 24 de Diciembre de 1959, justo en la página de sucesos de signo policial, tan popular en cualquier diario de la época.

El titular no podía ser más original: Usando Lazo Hurtó Botella de Licor de un Bar, y el desarrollo de la noticia, no podía lucir más rocambolesco, y hasta con un aire de festinada tragicomedia epocal.

Así decía la nota:
Al menor René González Jiménez de 15 años de edad, vecino de Lugareño 3, fue detenido y acusado de robar una botella de licor en el bar San Antonio, en el Mercado de Abasto de La Caridad y propiedad de Nicolás Peón.
González había colocado un lazo en un palo de escoba y de ese modo sustrajo la botella, que fue ocupada en una cafeteria donde la dejó a guardar.(1)

El tan elaborado robo, del que el abuelo no hizo jamás ninguna mención, ni queda recuerdo alguno en la familia, tuvo que haber acaecido cuando el bar estaba cerrado, si se entiende que quedaba protegido en tal minuto por un enrejado exterior, a través del cual aquel muchachón, intentó alegrar con muy malas mañas, su fiesta navideña, con aquella botella, a saber si de Bacardí, o Ron Castillo, o hasta del muy gustado brandy Tres Medallas, cualquiera de aquellos espíritus que el abuelo expendía a los no pocos parroquianos de su establecimiento a un precio por entonces irrisorio.



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  1. Adelante. Camagüey, jueves 24 de diciembre de 1959- Año de la Liberación. p.8, columna 4, final

Wednesday, June 5, 2024

El puente de hierro sobre el Tínima (por Carlos A Peón-Casas)


La foto puede resultar novedosa para muchos camagüeyanos, quienes sin embrago han circulado alguna vez por el sitio en algún tren presuroso por ganar la otrora ciudad principeña, o en sentido contrario camino al occidente del país. 

Se trata de un puente de duro hierro, de muy corta luz, tendido sobre el río Tínima, que discurre hacia al suroeste con menguada corriente en tiempos de seca, y un poco más animado por las aguas primaverales. 

Su construcción se hizo imprescindible para que el camino de hierro llegara a la ciudad agramontina allá por 1902. La instantánea recoge algún minuto de aquel suceso cuando la estructura ya estaba consolidada sobre sus sólidos cimientos y dejaba expedita la vía para los primeros convoyes que hicieron el recorrido provenientes de Santa Clara, con pasada por Camagüey y de camino a Santiago.

Allí está todavía el precitado viaducto. Tiene ya la edad provecta, pero la estructura resiste todavía el paso de uno que otro tren de carga, y de los muy pocos que hacen el servicio de pasajeros, que van y vienen de oriente a occidente y viceversa un día sí y otro tampoco….

La añeja estructura recuerda mejores tiempos cuando el flujo de mercaderías y pasajeros que provenientes de la ciudad le pasaban raudos por encima, sumaban más de cuarenta al día, sin contar los que venían en sentido contrario.

Alguna que otra vez he caminado con mis pequeños retoños hasta el sitio de marras, para que los pequeñines se entretengan tirando, desde los bordes del centenario pasadero alguna que otra china pelona a la menguada corriente. Muchos son los actuales citadinos que lo cruzan en una y otra dirección, para ganar los arrabales de la ciudad donde proliferan más de un barrio marginal a las orillas de la vía férrea, o para llegar un poco más lejos. 

Allí sigue impertérrito el añoso puente de hierro. Los trenes siguen dando un pitido prolongado cuando lo cruzan, remedando el añejo aviso de su pronta entrada a la cercana estación camagüeyana.

Wednesday, May 15, 2024

Noticias de Puerto Príncipe en el "Diario de la Marina" del 5 de Septiembre de 1844. (por Carlos A Peón-Casas)


Una añosa publicación del Diario de la Marina, tan peninsular y habanero como se pudiera, recogía estos interesantes apuntes que tomaba de su coterráneo informativo El Fanal, de amplia tirada local, y que hoy recreamos para el curioso lector.

Agosto mes del verano de aquel año era propicio a las fiebres continuas remitentes entre los pobladores de la antigua porción camagüeyanensis, sus síntomas eran variopintos, y a veces resultaban nefastos.

El diario mentaba otros pormneores del estado sanitario de la ciudad donde otras afecciones como la disentería o la temible “viruela verdadera”, junto a casos de tétanos, amigdalitis y hasta escarlatina, se reportaban entre los vecinos de la otrora ciudad de entre ríos.

Pero entre tantas, una afección tan común y siempre molesta como la colitis diarreica, campeaba por sus respetos. Al parecer la causa del problema estribaba en lo que el redacor calificaba como :
la constitución atmósferica que se ha notado reinar desde el mes prócsimo hasta la fecha... pues aquella ha sido siempre cálida y seca, y las aguas tan escasas que no alcanzan a refrescar la temperatura, ni de consiguiente apaciguan los soles tan fuertes de la estación.
La explicación para cualquier camagüeyano rellollo, denotaba ciertamente el calor abrasador de los agostos tierra adentro, los ríos reducidos a meros hilos de agua, y quizás excusa perfecta para llegar hasta el lejano mar en busca de consuelo a la canícula más insoportable.

En otro aparte informativo se hacía constar de la llegada a la ciudad de la segunda máquina de vapor en la jurisdicción, destinada al ingenio Atalaya de los Señores Anglada, Ribas y compañía. Procedía de Nueva York y desembarcaba en el puerto de Nuevitas a bordo del California.

En verdad ya no era noticia la presencia entre los camagüeyanos de aquellla potente maquina de progreso. Un poco antes en el propio año, había llegado la primera para para trabajar las minas de D. Jorge Ditson en el cercano villorio minero de Bayatabo, y ya en operación desde finales de aquel Junio de 1844.

Junto al dato se consignaba la presencia de varias Compañías Anónimas que “se han realizado en el país para la elaboración de las minas y prosiguen sus trabajos con orden y actividad”. Paralelo a ello, se hacía notar la presencia de una fundición para beneficiar los minerales en hasta tres nuevas minas en el citado distrito de Bayatabo, en el area del cercano poblado de Las Minas.

La llegada de una tercera máquina de vapor se conectaba con la ya casi inminente puesta a punto del ferrocarril de la ciudad a Nuevitas, obra que anunciaban como para inaugurarse antes del cierre de aquel año. Para entonces daban por seguro que estaba asegurada toda la línea de ferrocarril hasta Puerto Príncipe.

Wednesday, May 8, 2024

"La Zambrana, Almacén de Víveres de Pérez y Cía." (por Carlos A. Peón-Casas)

Fotos actuales
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Tomo prestado este titular que recogiera la edición de Cuba Contemporánea(1) en su aparte dedicado a la Provincia de Camagüey en el año 1944.

La publicación hacía un pormenorizado recorrido por todo el entourage de un Camagüey que al decir de los editores era:
próspero, laborioso y entusiasta, mostrando sus más destacadas actividades en el comercio, en la industria, en la agricultura y en la ganadería que sirve de cimiento a su gran riqueza económica, y en la vida social, cultural y religiosa que forma la entraña cívica de esta gran provincia prócer (…)(2)
La alusión del título ubica de inmediato al camagüeyano más castizo en el que fuera uno de los almacenes de víveres de su tipo con más prosapia en la ciudad agramontina.


Felizmente localizado en la intersección de las céntricas calles de Martí y República, aquella razón social se fundaba en la ciudad bajo el nombre de Pérez y Compañía
integrada por los señores Cristóbal Pérez Díaz, Rufino Fernández, José Martínez López, Antonio Sánchez Cervero y Armando Basulto Martínez con un capital social de 45.000 con el objeto de dedicarse a al negocio de compra y venta de víveres en general y para lo que se acondicionó un moderno y amplio edificio, donde se instalaron las oficinas correspondientes y los depósitos para la gran cantidad de víveres importados directamente de los principales mercados de España, Estados Unidos, Brasil, Ecuador y la Argentina.(3)
El artículo que aludimos no dejaba duda alguna de la inmejorable salud que gozaba aquella “razón social” que hoy pudiéramos considerar dentro de las muy populares Mipymes, para entonces prósperos negocios locales:
Esta razón social realiza sus operaciones bancarias por medio de The Royal Bank of Canada, City National Bank y Banco Nova Scotia donde tienen sus referencias y cuentas corrientes, y tributando al Estado por concepto de impuestos y contribuciones fiscales, un promedio anual de 59, 645.20. Además adquirieron dos camiones para el reparto de las mercancías entre la numerosa clientela que lograron conquistarse en la propia localidad y lugares limítrofes, empleando en su negociación a más de 18 personas que libran allí la subsistencia de sus familias, gozando de muy buena remuneración…(4)
Los dueños eran españoles de origen, pero habían optado por la nacionalidad cubana, y al menos tres de ellos estaban casados para entonces en la ciudad: los Sres. Pérez Díaz, Fernández y Basulto.

Todos pertenecían a la Asociación de Comercio, Asociación de Almacenistas y Centro de Detallistas de Víveres de Camagüey.


Dejamos a la inmejorable memoria de muchos de nuestros atentos lectores los pormenores siempre reveladores de aquella prestigiosa casa, y que según remataba el cronista en su cierre:
la firma de Pérez y Cía. por su importancia y prestigio con quistados con una actuación decente y honrada siempre está a la cabeza de cuanto propende al engrandecimiento de la provincia camagüeyana y por ello figura de manera prominente en la importante y heroica provincia agramontina.(5)



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  1. Cuba Contemporánea. Provincia de Camagüey. Centro Editorial Panamericano, 1944.
  2. Ibíd.
  3. Ibíd.
  4. Ibíd.
  5. Ibíd.

Wednesday, April 24, 2024

De la crónica roja en el Camagüey de 1959 (por Carlos A. Peón-Casas)



Noticias de la crónica roja en un periódico
 El Camagüeyano de febrero de 1959


por Carlos A. Peón Casas.

Lo que leemos a tanta distancia de aquellos sucesos, en la por entonces muy popular sección del tipo de crónica roja, en la prensa local de aquel Camagüey tan lejano; nos viene a confirmar, nuestra convicción de que siempre se han cocido habas, en una y otra época, y que sucesos de tal tenor, han ocurrido continuamente, con la excepción de que hoy son solamente aireados por la vox populi, que casi siempre es vox Dei, como dice el latinazgo.

Los hechos recogidos aquel día iban desde una pedrada que le propinaron a un señor en el reparto Buenos Aires, al caso de un anciano airado, con signos de embriaguez, que blandió su bastón sobre un muchacho en la esquina de República y San Martín; o la historia de un viajero que al bajarse de un ómnibus Santiago-Habana en Florida reclamó un equipaje que no le pertenecía donde se guardaban trescientos pesos y otros objetos de valor.

Pero, la transgresión más singular y simpática es la que transcribo ahora: el caso de algunos lecheros de la entonces comarca que violaban las normas sanitarias en relación con el trasiego de la leche, que entonces, entregaban de puerta en puerta. 

Y dice así la nota:
El Jefe del Negociado de Abasto de Leche de la Jefatura de Salubridad, señor Gustavo Loret de Mola Jr. Dio a conocer ayer que inspectores de ese departamento habían procedido a notificara gran número de lecheros que infringieron el reglamento de abasto de leche.

Los acusados en cuestión se nombran: José Alegre Quintanilla, de Maximiliano Ramos número 185 al que ocuparon doce pomos de leche sin la retapa; Oscar Tan Nápoles, de Bembeta número 275, sorprendido cuando trasegaba leche de manera clandestina ...
La nota que continúa dando cuenta de otros transgresores, en su mayoría lecheros sin licencia, o por faltarle a los pomos la retapa, que según se me cuenta por los entendidos era una protección adicional que se adicionaba a la tapa, casi siempre de cartón, para evitar la contaminación del producto.

A tantos años de distancia, sin lecheros ya que cumplan con tan esforzada labor de ir de puerta en puerta, y con el trasiego normal del producto lácteo en su modalidad de “a granel” en carros pipas, la historia que hoy desgrano me parece ciertamente un mal chiste…sacada la cuenta de que si cualquiera aquellos involucrados en la nota del 59, fueran todavía testigos de cómo llega hoy la leche a los famosos puntos de distribución, habría que darles todavía un premio, en contraste con sus “colegas” de hoy día: famosos por “el bautizo y el trapicheo” del cada vez más escaso, pero siempre necesario, alimento. ¡O tempora, o mores!

Wednesday, April 17, 2024

"Loyka Froyka": Emilia Bernal rememora sus primeros años en Puerto Príncipe. (por Carlos A. Peón-Casas)


Una interesante rememoración biográfica y anecdótica de la conocida poetisa camagüeyana, lo constituye está bien condimentada crónica.

Más que nada la recorren los matices más singulares de sus experiencias de primera niñez y temprana juventud en la ciudad de entre ríos que habitó junto a su familia.

Desde su memoria se nos presentan los paisajes de aquel Camagüey de entreguerras, y el de los minutos aciagos de la contienda del 95, incluyendo el azaroso exilio de su familia en tierras dominicanas, y la vuelta a la patria para ver el final de la contienda bélica y la consiguiente ocupación norteamericana en la ciudad agramontina.

La historia familiar de la familia de los Bernal y los Agüero de donde provenían los ancestros de la que fuera conocida poetisa, se nos presentan desde la mención de sus padres: un reconocido periodista y una poetisa y maestra.

Por el lado de su padre la progenie alcanzaba al primer Bernal que procedente de La Española había venido a instalarse en la ciudad como Oidor de la Audiencia establecida en la ciudad a principios del XIX. Por el de su madre, al conocido poeta que todos conocían con el seudónimo de El Solitario.

Emilia había nacido en Nuevitas pero habitó la ciudad desde los pocos meses de nacida cuando la familia retornó a la ciudad y fue bautizada en la Parroquial Mayor.

La infancia más o menos feliz discurrió por períodos más o menos dilatados entre la casona familiar del callejón de Tío Perico, y alguna que otra incursión por los poblados de Las Minas y Altagracia.

La sordera de su padre quien además del oficio literario había sido entrenado en los secretos del mundo pictórico en la Academia de San Fernando en Madrid, los mantenía en lugar de “extramuros” y al hogar solo concurrían esporádicos y muy selectos visitantes

Hay descripciones muy felices de aquel entorno del Príncipe secular que el lector agradece por los pormenores que se nos regalan:
Diez y ocho leguas por el Norte, y otras tantas por el Sur, está el Camagüey lejos del mar, y ese pueblo metido en el corazón de la tierra, un solo corazón tenía. Sus latidos, recios, serenos, no se daban mas que para la grandeza y el honor.  
La patria fué su más puro y ferviente ideal, y de allí son los primeros mártires que le ofrecieron sus vidas.
La muy niña Emilia vivió junto a su progenitora experiencias exultantes en sus labores de maestra itinerante por los paisajes campestres del otrora Camagüey una vez en el entonces próspero poblado de Las Minas o en el de Altagracia ya citados, donde fueran necesarios sus concursos de maestra.
Habiendo escuela en mi casa, jamás concurrí a ella con obligación, sino cuando quería. Al albor, con las calles llenas de neblina, por aquel camino que iba a la casa, veía yo allegarse las niñas del pueblo a ella. Entonces yo iniciaba mi desfile... Cogía un cesto de guano desflecado, un sombrero viejo, una lata herrumbrosa, cualquier vasija que hallara al paso, un largo hilo con un alfiler amarrado a la punta y migajas de pan de mi desayuno, y me iba a mi oficio
...

El mediodía durante el cual era más fácil retenerme en la casa, lo pasaba haciendo bellaquerías a las alumnas del colegio. 
...

Mi madre, a veces, no podía evitarlo, y también se reía, otras me regañaba incomodada, otras me ponía en penitencia; pero en seguida una niña mayor o un grupo de alumnas venían a servirme de madrinas y se acababa el castigo.
En este último poblado una casi adolescente Emilia sufrió los avatares inenarrables de la guerra cuando el susodicho poblado fuera tomado por las fuerzas del General Gómez y luego reducido a cenizas. Sus descripciones sobre el suceso son harto elocuentes:
La invasión de una chillería estruendosa y polifónica que lo llenaba todo, como antes lo llenó el estampido de los fusiles, y entre ella algún claro, estentóreo grito, ardiente y loco, de "¡Viva Cuba libre!" 

Más confiados a ésto, y por los repetidos toques y llamadas que se hacían a la puerta de nuestro bohío, lo abrimos, todavía descalzos y mal vestidos, tal como nos habíamos lanzado de la cama al suelo cuando empezó el combate. 

¿Para qué nos llamaban...? Pidieron que saliésemos de nuestra casa enseguida para incendiarla... Salimos, pues, como estábamos, porque nos apremiaban para que la abandonásemos. 

¡Aspecto inolvidable el de Altagracia! Encendida toda, ella iluminaba el cielo hasta el mismo cenit azul, con su luz roja y magnífica. Tal como el hombre atormentado por el dolor eleva la llama purísima de su alma al infinito, con anhelo de altura y de comprensión, así Altagracia, después de la tragedia de sangre llameaba como lámpara espiritual, ambiciosa de la consagración épica. 

Salimos así, con los pies descalzos y el cuerpo mal cubierto. Vimos la luz de nuestra casa que ya ardía. En la llanura vecina nos detuvimos para darle los últimos adioses entre lágrimas y turbación y emprendimos el camino en ringlera errante, cabizbajos y tristes, a ocultarnos dentro del bosque espeso, todos los que entonces éramos, todos los que ya se han ido: padre, madre, hermanos... y anduvimos... anduvimos...
De allí por la vía de Nuevitas vinieron los días aciagos del exilio en tierras de Republica Dominicana, de donde era oriunda la familia de su padre, y donde el relato de la aún adolescente se llena de casi inebarrables resonancias. Las inevitables estrecheces económicas que fueron su pan de cada día, se nos matizan con suficiente crudeza en el bien contado relato de la entonces adolescente.
Llegamos. Casi todos los compañeros de viaje, ricos, o bastante bien acomodados de fortuna, se fueron a los hoteles de la hospitalaria capital dominicana. Nosotros, pobres, nos fuimos a vivir a una casita vieja, toda rota, que acababan de dejar unos emigrados cubanos para trasladarse a otra en mejores condiciones. 

Esta casita, a pesar de pobre y destartalada, era un hallazgo. Fué una suerte conseguirla. Nos la ofrecieron, en el mismo muelle, al desembarcar, y allá fuimos, después de haber tomado un frugal almuerzo en un restaurante de mala facha. 

Ya en el albergue, al observar los buenos vecinos que se demoraba el equipaje, nos enviaron algunas cosas indispensables: una silla, un balance, un jarro con agua, algún vaso para beber... 

Por fin, muy tarde, apareció el carro de equipajes, que nos traía solamente dos baúles, ofreciendo el carrero que a la mañana siguiente serían traídos los demás. 

Hay muchas noches en mi vida que llevo clavadas como puñales en el corazón; noches cuyo sólo recuerdo me trastorna y convierte mi cerebro en un haz de llamas... Esta primer noche que dormimos en Santo Domingo es una de ellas... 
La vuelta a la tierra prócer un poco antes del fin de las hostilidades, para sufrir entonces el flagelo de la temible reconcentración de Weyler, y de la conocida intervención de las tropas norteamericanas en el conflicto cubano español, se nos narran con particulares matices que dotan a este relato de una singularidad y detalles de los que pocas veces logramos tener otras referencias con tanto nivel historiográfico y vivencial.
El período más desgarrador de la miseria cubana había llegado con la reconcentración de los campesinos instituída por el capitán general Valeriano Weyler. El Weyler famoso, que tuvo la descomunal manera de mostrar su patriotismo asumiendo la responsabilidad del fracaso español. Sí, porque no solamente se es patriota dando gloria a la patria en los días floridos, sino también en los momentos críticos de ella haciéndose responsable ante la historia de fracasos con cuya culpa nadie quiere cargar. 

En los centros de población se hacinaban los desgraciados que los ejércitos traían prisione-ros del campo, y allí, en calles y plazas, agrupados, sin techo y sin pan, se consumían de hambre y de enfermedad. 
El cierre del libro coincide con el deceso de su madre en tierras nueviteras donde en pleno período de ocupación norteamericana había querido asumir su oficio de maestra a pesar de la temible enfermedad, la tuberculosis, que la aquejó desde muy joven y fue un constante sufrimiento para la narradora.

El libro aunque editado en España fue obra íntegramente escrita en Nueva York por Emilia Bernal en el año 1919.

A no dudarse es una obra narrativa de altos quilates y mejor factura, para nada menor entre su su conocida y mejor valorada impronta poética, a la que dedicó primordialmente, sus cuidados, y por la que mejor la conocemos. Sirva este mínimo acercamiento como merecido y oportuno destaque.

En Miami, Abril 12, 2024.


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Ver en el blog:

Wednesday, April 10, 2024

Hombre que mira con pasión desbordada al Sudeste… (por Carlos A. Peón-Casas)


Me acuerdo ahora, en el aquí de esta coordenada del southwest miamense del filme Un hombre mirando al sudeste, de Eliseo Subiela.         

Lo vi con pasión también desbordada en su minuto en aquella sala oscura del Casablanca de la ciudad de antaño, que dicho y sea de paso ya no existe con la magia que tuvo y pudo mantener acaso para que nuestros hijos pudieran acabar disfrutándola alguna vez… como tampoco existe en triste e inexorable circunstancia, aquella ciudad que habitamos alguna vez: príncipeña y principesca, dejada atrás por décadas innominadas, con lágrimas y suspiros….

Aquel filme hoy me recorre la piel mientras desde mi humilde espacio miamense, oteo con ganas infinitas hacia el espacio geográfico de mi ciudad y mi gente… de allá espero en salvífica andanada a los que amo y añoro a mi lado.

Un año y un día después de mi llegada a estas playas esta rememoración se me hace imprescindible.

Lleva el latido insomne de mis primeras 366 jornadas, el ya tan clásico año y un día… el mismo que ha sido vivencia para los cubanos que ya por casi seis décadas, tienen en privilegiada condición, y como meta primaria en esta tierra no tan lejana en su carácter geográfico, pero inexorablemente no nuestra, aunque sea salvadora e indefectiblemente, de promisión y esperanzas.

Mirar hoy al sudeste me reconforta y me devuelve a la conexión imprescindible con aquel cordón de umbilical de salvífica prestancia.

La fe que profeso en un Dios providente en el que me enseñó a creer mi abuela Emilia, me acompaña y me conforta.

Desde esta orilla y en este minuto en que doy gracias y me lleno de nuevas esperanzas, pido a Dios, con humilde y benevolente afán, que salve a Cuba, con los bellos e inspirados versos de aquel bellísimo himno, que musicalizó Félix Rafols, vecino del Camagüey ancestral, quien le dio realce con su música y su vida, y clamó a la Madre del Cielo, a nuestra Cachita con ardoroso afán:
No abandones ¡oh! Madre, a tus hijos,
salva a Cuba de llantos y afán,
y tu nombre será nuestro escudo,
nuestro amparo, tus gracias serán.(1)



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1. Fragmento del Himno a la Virgen de la Caridad del Cobre. Texto P. Juan José Roberes. Música  Félix Rafols. Ver Himno a la Virgen de la Caridad del Cobre (autor P. Juan José Roberes. Año 1912)


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Fragmento de Un hombre mirando al Sudeste.
Dir. Eliseo Subiela. Argentina 1986

Wednesday, April 3, 2024

Recetas ancestrales de la ciudad Puerto principeña. (por Carlos A. Peón-Casas)


Ya resultan proverbiales en el tiempo y en la exultante memoria de la otrora villa y ciudad del Príncipe, los platos de mayor prosapia que adornaban las mesas de pudientes y no.

El ajiaco según la receta de Puerto Príncipe es el súmmum de la lista, junto a otras delicatesen, de las que hoy compartimos sus intríngulis más o menos revelados desde la memoria de sus primarios cultores.

Los detalles sobre su elaboración nos llegan hoy desde la revelación de un libro o prontuario culinario: ¿Gusta Ud.?(1) a cargo de varios autores, y donde varios camagüeyanos revelan sus especiales recetas.

La Naranja cubierta es uno de aquellos postres con una sabor y un saber hacer muy particular en la otrora comarca.

Su elaborada receta nos llega desde el testimonio de Aurelio Boza Masvidal, de familia principalísima, según la que conoció de una dama distinguida Doña Concha Marín y Loynaz, vecina suya en la antigua calle de San Juan o las Carreras.
En Camagüey le llaman naranja cubierta a un dulce hecho de esas grandes naranjas que acá llaman cidras, a las que una vez peladas le quitan sus semillas y su centro, las cortan en tajadas, por decantación le quitan su amargor, las cuecen, y luego las recubren de espeso almíbar que se cuaja y quedan cubiertas de azúcar, algo así por el estilo a lo que llaman en Italia frutas cristalizadas o abrillantadas.(2)
Le sigue en nuestra relación la Empanadilla Camagüeyana según nos la revela en el ya citado prontuario José S. Lastra.

Los ingredientes sugeridos incluyen, además de la infaltable harina de trigo la mantequilla a la par que la manteca de cerdo, junto a los huevos, la sal y el azúcar.

Para el relleno de las siempre apetitosas empanadillas fritas se sugieren dos variedades: una salada con “picadillo fino de pollo, con pasas, aceitunas y un vasito de vino”; y en la versión dulce, la infaltable conserva de guayaba.

En continuidad de estos sugerentes postres descubrimos uno con gran prosapia y singular memoria degustativa: el Bizcochuelo Camagüeyano.

Seguimos al pie de la letra las rememoraciones que le evocaban a Guillermina Domínguez Roldán de Boza Masvidal:
Entre las creaciones más ricas y estimadas de la repostería camagüeyana, se destaca el bizcochuelo…Es una especie de panetela o bizcocho que al sacarse del horno tiene un color tostado, un aspecto esponjoso, un olor estimulante, un sabor amelcochado.

(…) en las meriendas de las tardes carnavalescas de “el San Juan”, o en el obligado obsequio que los dueños de la casa ofrecían a los visitantes que allí acudían para ver pasar la procesión, nunca faltaba el bizcochuelo como algo típico y obligado.

(…) En la mesa del gran comedor, con blanquísimo mantel de alemanisco, con iniciales bordadas, con encajes o festones tejidos, con el centro de cristal lleno de flores y frutas, y las bandejas de plata con mil golosinas y confituras, la preciosa vajilla de fina porcelana de la abuela, con orla verde y oro y la afiligranada caligrafía de sus iniciales, se servían las grandes tazas del sabroso y oloroso chocolate pilado a mano, que siempre era acompañado con el delicioso bizcochuelo.(3)
La receta en toda su magnitud precisaba como ingredientes veinte huevos frescos, y además de la harina de Castilla, y del azúcar más fina posible, el añadido de media libra de almendras peladas y tostadas.

Estaba pensada para 24 porciones. Y una especial indicación advertía que el delicioso postre no podría ser extraído del horno hasta que aquel estuviera frio. El adorno final se lograba con las almendras peladas y tostadas, enterradas hasta la mitad en el bizcochuelo.





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  1. ¿Gusta Ud.? Prontuario Culinario, Varios Autores. Ucar y García S.A. La Habana, 1956.
  2. Ibíd. p. 618
  3. Ibíd. pp. 393-394

Wednesday, March 27, 2024

La calle del Padre Pepito en Kendall. Un recuerdo singular. (por Carlos A. Peón Casas)


La memoria afectiva me ha sorprendido con un bonito recuerdo de mi infancia camagüeyana a la altura de la calle Bird Road y la avenida 117, en un tramo de ca que va hasta la avenida 127, en el South West miamense, lleva el nombre del Padre José García, y que justo para el minuto de su retiro como ejemplar sacerdote, lo recuerda, por sus no pocos méritos a perpetuidad.


El Padre José García, Pepito, para los católicos camagüeyanos de una y otra orilla, estuvo destacado por largos años en Miami, precisamente en la parroquia de San Kevin, ubicada en la misma calle de marras que para esa altura se vuelve la 42 con la 127 avenida. Su labor paciente y entregada a una grey donde muchísimos agramontinos concurrían, era igualmente el imán natural para cualquiera fuera el sacerdote que desde la tierra de los tinajones, pasara por esta urbe miamense, donde el acogedor Pepito les abría su casa y su corazón.

Foto de su Primera Misa. 
Tomada de La Voz Católica.
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Holguinero de nacimiento, pero camagüeyano por adopción, Pepito fue ordenado sacerdote en el año 1952. Antes de Camaguey, vivió su ministerio sacerdotal en Puerto Padre       y finalmente lo conocimos ya destacado en la parroquia de la Caridad camagüeyana, donde entroncó mi recuerdo no mas enrumbar su calle miamense.

Desgrano para el lector esta anécdota que me retrotrajo de inmedito a los años de mi primera infancia camagüeyana.

La Caridad. Camagüey
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En aquel tiempo era su costumbre montar en su carro, un mínimo “WW”, lease un “wolfwagen” de los que conocíamos entonces como “cucarachitas”, a cuanto muchacho concurría a su parroquia, y se aparecía con ellos en cualquiera fuera la coordenada de la ciudad de los años finales de la década del 70.

San José. Camagüey
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Aquellas notorias excursiones eran igualmente imitadas por otro celebrado sacerdote de la ciudad, el padre Donato Cavero, jesuita destacado en nuestra parroquia de San José de la Vigía.

Como Pepito el padre Cavero, muy recordado por todos por haber fundado y dirigido por muchos años la tradicional hojita dominical Vida Cristiana, también disponía de un vehículo similar, el ya mentado escarabajo alemán, donde subíamos tantos muchachos al unísono que era impensabe después barruntar como cabíamos tantos en aquel pequeño espacio.

Igualmente el padre nos conducía a paseos animados a alguna casa quinta del entorno del conocido barrio de Garrido, posiblemente propiedad de algun conocido suyo, y donde hacíamos las delicias entre árboles frutales en temporada de mangos o guayabas.

También era usual concurrir a algunos sitios de popular arraigo en la geografía citadina, como el muy recordado Arroyón, en la carretera a Nuevitas, o cualquier otro punto del Camagüey de mi infancia.

Alguna que otra vez coincidíamos con la tropa menuda de Pepito, que como nosotros, nos apretujábamos como podíamos en aquel mítico autito que más que un humilde transportation tan al uso acá, parecía una super guagua en toda regla... que felices compartiamos

Eran los tiempos en que aquellos grupos de muchachos católicos no pasabamos de la docena en cada comunidad, en los inolvidables tiempos difíciles que vivió la Iglesia local, y en todas partes de nuestra realidad cubensis, y que Moseñor Adolfo acostumbraba a nombrar como “de la resistencia” o "los del silencio”; una época empero que marcó los mejores sentimientos de arraigo a la vida de fe de tantos de mis amigos de entonces, hoy desperdigados por tantos sitios, especialmente en este territorio floridano que también ahora habito.

Junio 25, 2010
Foto/Blanca Morales.FC.
Website de la Arquidiócesis de Miami
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Recorrer hoy la calle que lleva el nombre del popular sacerdote camagüeyano, que es mi camino diario en esta ciudad de acogida, dedicada por tanto mérito propio al bien recordado Padre Pepito, el de aquí o de allá; me ha hecho participar de ese recuerdo tan venturoso que tanto bien me hace rememorar hoy, mientras desgrano esta página emotiva que les comparto en esta entrega de los miércoles, y donde la ciudad que nos aupó, se me hace hic et nunc, parte indeleble de tanta bienhechora memoria.

Wednesday, March 20, 2024

Un "Compendio de la Historia de la Literatura Inglesa" según J. J. Russerand, traducida del francés al castellano por un camagüeyano. (reseña por Carlos A. Peón-Casas)


Confieso mi asombro ante la novedad de esta traducción publicada en la primera mitad del siglo XX, obra de un reconocido coterráneo, políglota y filólogo: Aurelio Boza Masvidal. Proveniente de una familia de principal estirpe puerto príncipense, hermano mayor del reconocido obispo Mons.  Eduardo Boza Masvidal (1915-2003).

Aurelio era por entonces catedrático de la Universidad habanera donde se había recibido años atrás como Doctor en Filosofía y Letras. La traducción del referido libro del conocido autor francés, la había acometido en sus años de estudiante, como un atinado ejercicio práctico de la hermosa lengua francesa, y de paso para la mejor comprensión de la materia en cuestión que cursaba por entonces.


La novedad de tal trabajo le mereció incluso el elogio del propio autor a quien el traductor había contactado previamente con el ánimo de buscar su aprobación para tal empeño.

Fue finalmente publicada en La Habana a mediados del siglo XX, por la editorial La Propagandista.


El ejemplar que tenemos a la vista está dedicado por el propio traductor a sus amigos Yolanda Lleonart y Andrés de Piedra Bueno, y es parte del fondo bibliográfico de la biblioteca de la Kent State University.

La obra traducida está igualmente acompañada por la carta del autor agradeciendo el gesto del traductor cubano y autorizando con gusto la susodicha versión.

De ella dejamos de cierre al lector cumplida referencia:
Señor,

Me conmovieron mucho los sentimientos en su interesante carta…

Sólo puedo sentirme halagado… Una petición similar también me la enviaron desde Cuba, hace tiempo pero el proyecto no tuvo seguimiento y obviamente fue abandonado.

Por tanto, me considero perfectamente libre de autorizarlo a traducir al español mi libro. Los notables escritos de su pluma que me ha comunicado son para mí la seguridad de que este trabajo estará bien hecho; mi estilo, como habrá notado, es muy simple y directo y seguro que se encargará de reproducirlo….

Si llegado el momento tuvieran la amabilidad de enviarme algunas pruebas se lo agradecería mucho. No sé si tiene la segunda edición de mi libro. Contiene algunas correcciones, pocas en número, pero que sería bueno tener en cuenta y quisiera enviar una copia.

Tenga mis mejores deseos para el éxito de una empresa en la que considero que estamos asociados; le pido que reciba, estimado señor, la expresión de mis más distinguidos sentimientos. (El autor agradece la amable colaboración del Sr. Lazlo Ivan Castro en la traducción desde el francés de esta misiva.)




 

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BOZA MASVIDAL, Aurelio (Camagüey, 28. 11.1900-La Habana, 28.6.1959). Se doctoró en Farmacia y en Filosofía y Letras en la Universidad de la Habana. Cursó estudios en la Reale Universita Italiana per Stranieri, de Perugia. Como miembro de la delegación de esa Universidad asistió al Congreso de Universidades. Trabajó como asistente de Fonética y más tarde como profesor de Literatura Italiana y de Teoría de la Literatura en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de la Habana. En 1926 fundó y dirigió el Seminario de Historia de la Literatura Italiana. Colaboró en la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias, Revista Bimestre Cubana, Revista de Educación y Universidad de la Habana. Era socio de número de la Sociedad Económica de Amigos del País y miembro del Ateneo de La Habana. Presidió la Sociedad Italo-Cubana de Cultura. Fue socio de mérito de la Societá Internazionali dei Studi Francescana, socio perpetuo de la Sociedad Nazional «Dante Alighieri» y miembro de la Unión Intelectualle Franco Italienne a la Sorbonne. Además de su labor en la cátedra desarrolló gran actividad como conferenciante.  (Diccionario de la literatura cubana. Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999)


 

Wednesday, March 13, 2024

Por bares y cantinas en la ciudad principeña del ayer (Por Carlos A. Peón-Casas)


 Bar Hotel Plaza
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El pie forzado para esta crónica con rememoraciones y efluvios alcohólicos de la mejor graduación, dese ello por seguro, me lo ha puesto un buen amigo, de esos que cada mediodía calcinado se suman a una tertulias infinitas, pero de gratísimo sabor, en este sitio de libros y memorias, este espacio que, parafraseando a Papa Hemingway, es remedo de aquel paraíso de los madriles que el degustó: “A clean, and well lighted place”, y que yo remedo por aca, como “un lugar calmo y con aire acondicionado”, para mejor estar…

Se trata de una rememoración de mi amigo, teatrista y autor radial de altos quilates: Don Nikitín, para sus no pocos amigos y conocidos, José Rodríguez Lastre, para sus infinitas oyentes de las bien puestas novelas radiales con que gana el sustento. 

Niki, una de estas tardes encendidas de sol y aupadas con no muy reconfortantes presagios sobre inminentes precariedades, más de las mismas que ya eso es bastante, me ha llevado de la mano por los entresijos de aquella ciudad principeña de los 50’s, en un rememorativo periplo por bares de ocasión, que junto a sus tíos, aficionados inveterados al Bacardí Añejo, hubiera de cumplimentar más de una vez.

Su recorrido imaginario hoy, arrancaba cerca de su hogar, en la calle San Clemente, y después de las diez de aquellas mañanas de asueto, en un sitio, que como todos los que siguen en su gran mayoría ya no existen: La Segunda Mía, para degustar el primer shot, léase la famosa línea, del consabido Ron Añejo Bacardí, que se tomaba de pie, pero sin premura, paladeando la textura infinita de aquel elixir de los dioses báquicos, y que hoy con buena suerte, sólo es bebible en algún exquisito bar de cuentapropistas de último minuto, de muchas campanillas, y precios de cielo…

De aquella primera estación, seguían otras a lo largo de la ya citada San Clemente: la Bodega de Puso, en la esquina de Bembeta; le seguía El Bar de Raúl, en la de la calle Hospital con la ya citada, luego el Emma, a la altura de Santa Catalina, y pasando igualmente en ruta al Parque Agramonte, por la Casa Rovirosa y la de Viñas, con sus respectivos traganíqueles, donde la degustación podía enlongarse al ritmo de los bolerones de Panchito Risset o la Guillot. 

Ya a la altura del Parque Agramonte solían detenerse igualmente en el Bar homónimo, al lado de la Tienda de Eusebio Cal, o cruzar el diagonal hasta alcanzar el famoso Cambio Bar. 

Después, retomando Independencia, la próxima pausa sería en el Bar de Pepe, justo en la intersección con la calle del General Gómez, un bar que igualmente tuvo el apelativo un poco discordante y yo diría hasta irreverente, de nuestra Patrona: Virgen de la Caridad, que si no e vero e bien trovatto…. y que hoy en el imaginario citadino no deja de ser conocido por el muy sugerente de La Babita, cuando devino ya en otro minuto más cercano, un expendio de café aguado y otras hierbas, en tazas no muy pulcras.. 

Pasando entonces a la calle Maceo, el periplo continuaba por otros establecimientos como El Jerezano, a la altura de las conocidas Sombrillitas, de allí al Bar Dalmau, ya en la Plaza de la Soledad, y luego enrumbando por la calle República, en el regentado por los chinos frente al inexistente Cine Apolo. 

Para entonces, con un espíritu más bien alegre por los sucesivos cañángazos, se seguía hasta el muy famoso Baturro, en la esquina de San José, que hoy expende el ron más aguado que se pueda ud. imaginar, y del sólo le queda el nombre, pero que entonces era famoso por sus sándwiches y tragos.

Si a esa altura del “juego”, los tíos de Niki todavía soportaban algún bebedizo más, el periplo se extendía hasta el famoso Bar Plaza, ubicado en el hotel homónimo, el primero además en climatizarse en la ciudad. 

La vuelta, ya a la altura del mediodía, se verificaba por toda Avellaneda, para entroncarse con el callejón de Castellanos. En aquel pasadizo a la altura de República, se ubicaba el muy famoso bar La Cotorrita, donde nuestros ya inevitablemente achispados personajes, pero aún dueños de sí, gracias a la ingestión entre copa y copa de la infaltable tapa: el coctel de ostiones, camarones o langostas, las bien provistas lonjas de jamón, queso y aceitunas, y vaya ud. a saber que más….hacían su penúltima libación, el consabido trago “del estribo”.
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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