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Wednesday, April 3, 2024

Teresa Fernández Soneira, hacia la Cuba profunda (por Roberto Méndez Martínez)

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Aunque muchas veces se haya afirmado que el periodismo, al menos en el siglo XIX y en las primeras décadas del XX, era un negocio de hombres pensado para lectores también masculinos, en Cuba es posible señalar importantes excepciones. Gertrudis Gómez de Avellaneda fundó en La Habana en 1860 el Álbum Cubano de lo bueno y de lo bello, una publicación destinada a la mujer y dirigida por un consejo de redacción femenino en el que se hallaban figuras notables como Luisa Pérez de Zambrana, Luisa Franchi Alfaro, Úrsula Céspedes de Escanaverino y Julia Pérez Montes de Oca. En sus páginas no solo hubo versos y relatos románticos, también páginas relacionadas con temas sociales, especialmente destinados a la defensa y promoción del género femenino.

Aunque aquella publicación apenas vivió unos meses, durante el resto del siglo otras mujeres relevantes empeñaron la pluma con fines periodísticos, baste con recordar a Ana Betancourt de Mora, Domitila García de Coronado y especialmente Aurelia Castillo, infatigable publicista de cuyo peregrinar como desterrada por el mundo quedó un conjunto de crónicas notables, entre las que se destacan las relativas a su visita a la Exposición Universal de París en 1889.

En el siglo XX, en la medida en que la sociedad cubana se hizo menos exclusivamente patriarcal y asumió la modernidad, las redacciones de periódicos y revistas admitieron mujeres y no exclusivamente para temas relacionados con la moda y la economía del hogar. Pronto los lectores comenzaron a reconocer firmas como las de María Radelat de Fontanills, Mariblanca Sabas Alomá, Sara Hernández Catá, Anita Arroyo, Ana María Borrero y Dulce María Loynaz.

A este linaje pertenece Teresa Fernández Soneira. Nacida en Cuba, ha pasado, sin embargo, la mayor parte de su existencia en el exilio. Eso que para otros sería un signo de frustración, ha resultado para ella una pulsión creativa. Su empeño mayor ha sido desarrollar una labor de investigación infatigable sobre la historia y la cultura de su isla natal para impedir que los que como ella fueron arrancados de su tierra olviden sus nexos vitales con ella. Dan fe de ello su monumental Historia de la educación católica en Cuba o la originalísima compilación de imágenes La bella cubana, destinada a rescatar daguerrotipos y fotografías de féminas, niñas o adultas, señoras de gran sociedad, esclavas, obreras, realzadas por textos literarios que muestran el modo en que fueron contempladas por sus contemporáneos.

Junto a esta labor mayor ha estado, durante décadas, su empeño en hacer periodismo, lo mismo para publicaciones impresas que digitales y no solo en Miami, sitio en el que reside, sino hasta en publicaciones de la Isla, como la revista Convivencia, dirigida por el destacado laico cubano Dagoberto Valdés. Ella ha comprendido que la aspiración mayor del género no es informar, sino algo mucho más profundo, educar. Y ella, nutrida por las enseñanzas del Venerable Padre Félix Varela conoce los peligros que corre un pueblo ignorante. De ahí que en sus artículos y crónicas insista en formar a sus lectores, en especial pero no exclusivamente a los cubanos, en temas como la historia de la patria, su sentido cívico, sus figuras fundamentales en las luchas por la independencia, en las letras, en el arte. Su divisa esencial es no olvidar, para evitar que generaciones nuevas, nacidas en cualquiera de las orillas que separan a los cubanos se conviertan en desarraigados.

Este libro presenta una muestra de ese quehacer periodístico. No intenta recogerlo todo, sino ofrecer algunos de los textos más logrados y dar una idea de la variedad del conjunto mayor. Caben en él un tributo especial para la poetisa, periodista y traductora Aurelia Castillo, para la familia Carbonell, formada por varias promociones de patriotas e intelectuales y también para el fecundo sacerdote navarro, P. Ángel Gaztelu, valioso poeta, miembro del grupo Orígenes, quien también fue un promotor del arte moderno religioso en la Isla y protector del rico patrimonio artístico del pasado. Resaltan especialmente las crónicas que dan fe del peregrinar de la escritora por tierras de España y las que muestran explícitamente su condición vertical de católica.

En todos sus textos se manifiesta el estilo de la autora, sencillo, claro, fluido, voluntariamente despojado de barroquismos. Logra ese difícil equilibrio entre riqueza de información y transparencia verbal que es el atributo de los maestros verdaderamente cultos. El resultado en este libro es lo que yo llamaría “un breviario de cubanidad” amable, educado y muy católico, es decir, universal.

Me place saludar la aparición de este volumen, obra de virtud ciudadana y cristiana, vencedor de fatigas y desánimos, que debe leerse como itinerario hacia una Cuba profunda que ningún huracán ha podido conmover.


Dr. Roberto Méndez Martínez.
La Habana, 28 de agosto, 2023.




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Teresa Fernández Soneira (La Habana 1947), es una historiadora y escritora cubana radicada en Miami desde 1961. Ha hecho importantes aportes a la historia de Cuba con escritos y libros de temática cubana, entre ellos, CUBA: Historia de la educación católica 1582-1961, Ediciones Universal, Miami, 1997, Con la Estrella y la Cruz: Historia de las Juventudes de Acción Católica Cubana, Ediciones Universal, Miami, 2002. En los últimos años ha estado enfrascada en su obra Mujeres de la Patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba, (Ediciones Universal, Miami 2014 y 2018). El volumen I dedicado a la mujer en las conspiraciones y la Guerra de los Diez Años, y el volumen 2, de reciente publicación, trata sobre la mujer en la Guerra de Independencia. En estos dos volúmenes la autora ha rescatado la historia de más de 1,300 mujeres cubanas y su quehacer durante nuestras luchas independentistas. En el verano del 2022 publicó La Bella Cubana, rostros de mujeres en la Cuba del siglo XIX (Alexandria Library Pub. House, Miami) que recoge 150 daguerrotipos del siglo XIX de mujeres cubanas de todas las edades y razas, acompañados de poemas de la época. Es un homenaje a la mujer cubana de todos los tiempos. Relatos y Evocaciones. Antología 1986-2023 

Tuesday, December 12, 2023

Natalia Arostegui y González de Mendoza. (Foto/Social. Diciembre 1917)

 

Nota de Roberto Méndez:

"Hija del médico y mecenas Gonzalo Arostegui, con ascendientes camagüeyanos. Miembro de la sociedad Pro Arte Musical, propuso la creación de la academia de ballet dirigida por Nicolás Yavorski donde se formaron los Alonso. Tía de la recién fallecida etnologa Natalia Bolívar Arostegui, en cuya formación cultural influyó. Una mujer eminente de la promoción cultural en el siglo XX cubano. Su figura ayuda a desmentir la afirmación malintencionada de que la burguesía cubana era la más inculta del continente. Baste con recordar a Fernando Ortiz, Lydia Cabrera, María Luisa Gómez Mena, María Teresa García Montes, Óscar Cintas, Dulce María Loynaz, Julio Lobo y otros muchos."

Monday, December 4, 2023

"Y después de este destierro" (Fragmento de la más reciente novela de Roberto Méndez Martínez. Ediciones Universal. Miami 2023)


Al amanecer los hicieron poner en pie. Trajeron un vaso con café claro para que todos tomaran un sorbo y los hicieron salir con las manos en alto. Un ómnibus, de los que habitualmente trasladaban a los alumnos de los maristas, los esperaba en la entrada. Los dos pasionistas se abrazaron apenas estuvieron dentro e hicieron la señal de la cruz. La sombra ominosa del paredón velaba los ojos de todos. Suspiraron de alivio cuando divisaron la Avenida del Puerto y la mole del buque Covadonga junto al muelle.

Absorto en sus pensamientos, se sobresaltó cuando una figura femenina casi lo embistió. Era Ofelia, que había logrado cruzar el cordón de milicianos. Uno muy joven corría tras ella.
- Oiga, ciudadana, no puede pasar, venga conmigo.

- Respétame, vejigo, que puedes mi nieto. Estoy aquí por fuerza mayor. Ponte ahí, sin molestar, para que veas que no hago nada malo.
Ante palabras tan terminantes, el muchacho obedeció.

Seguía vestida de luto. Su atuendo negro solo se animaba con el medallón esmaltado que tenía la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Llevaba gafas oscuras que aumentaban la severidad de su rostro.
- Me enteré anoche muy tarde. Aquí en la Habana se sabe todo. No podía dejarlo ir sin despedirme, porque estoy muy agradecida de su compañía. Le he traído algo de comer porque imagino que lo va a necesitar.
Le alargó una bolsa que decía Fin de Siglo llena de pan y trozos de embutidos. Y extrajo de otra un recipiente casi esférico de brillo niquelado, adornado en la parte superior por unos pingüinos en altorrelieve.

Tenga. Es un jigote. Nunca en mi familia hemos emprendido un viaje sin tomar uno. Lo hicieron para usted las muchachas al amanecer. Le va a hacer falta.
- Pero ¿cómo le devuelvo el recipiente?

- Quédese con él, o láncelo al mar. No estamos ahora para guardar cosas sin importancia. Ya nos volveremos a encontrar, acá, porque yo no me voy a ninguna parte, o en el cielo.
El miliciano interrumpió el abrazo. Otros lo reclamaban desde el cordón a gritos.
- Gracias, hijo, has hecho hoy una obra de caridad y Dios te la recompensará.
La dama desapareció entre la multitud en el mismo momento en que llegaba la orden de que los arribados recientemente en varios ómnibus abordaran el barco al momento. Martínez se sintió empujado por los que venían detrás y así, con la bolsa de papel y aquel cacharro en alto pasó bajo uno de los arcos de la Aduana, directo a la pasarela, porque ni él ni casi ninguno de los allí llevados tenían pasaportes o cosa alguna que chequear.

A punto de alcanzar el primer escalón, un oficial del Ejército Rebelde le dio el alto y preguntó qué llevaba en el recipiente. No esperó respuesta y lo destapó, de su interior salió una nubecilla de vapor proveniente del grasiento caldo de gallina donde flotaban, además de los fideos, porciones de carne y algunas almendras majadas.
- Vaya, gallego, te llevas la comida. Que te aproveche. Sigue.
Al poner un pie en la cubierta unos marineros le indicaron que no podía quedarse allí. Que el capitán disponía que descendieran directamente a las bodegas. Uno de ellos al verlo embarazado con su carga, lo acompañó y ayudó en el descenso.

Cuando sus ojos, encandilados todavía por el resol, se acostumbraron a la penumbra divisó la multitud que lo había precedido. Algunos llevaban allí al menos tres días. La escena parecía el preludio del Juicio Final. Muchísimos conocidos se acomodaban como podían en aquel espacio en penumbras, mal ventilado, donde algunos habían tendido ya las mantas que les enviara el Capitán para descansar de sustos y fatigas.

En un lugar descubría al padre Colmena, que ya nunca podría ordenar los papeles que yacían en su escritorio desde los días del padre Marinas, porque los milicianos había aparecido en la madrugada en su dormitorio, como una pesadilla, y habían tenido que alcanzarle la sotana para no llevárselo desnudo. Más allá, el padre Genaro Suárez contaba a quien quisiera escucharle que él perdonaba como mandara Cristo a quienes lo habían ofendido de palabra y obra, pero que nunca perdonaría los daños que aquellos bárbaros habían infligido a las vidrieras y otros ornamentos de la catedral, “su catedral”, a la que había dedicado toda una vida.

El reverendo Rubinos ya no tenía exactamente el aire de satisfacción con que subía a su cátedra de Literatura en Belén, ni el obsequioso con que traspasaba las puertas del Diario de la Marina, ahora había adoptado una expresión hosca y no tenía deseos de hablar con sus hermanos jesuitas, la mayoría de los cuales, como una bandada de aves negras, se arracimaba en torno a la silla que ocupaba el padre Esteban Ribas, demacrado y con una pierna amputadas a causa de la diabetes.

Más lejos, como si fueran sombras, vio al salesiano Mercader conversando con Basulto y nada menos que Miguelito. Por ellos sabría que allá en el lejano Camagüey las autoridades habían ocupado los templos y ordenado al clero abandonar el territorio. Muy pocos habían podido ocultarse. También el bueno de Becerril había sido interrumpido en medio del rosario y tuvo la presencia de ánimo para consumir las formas del Santísimo antes de salir escoltado por fusiles. El había subido hacía un par de días al barco, rezando el prefacio de la Santísima Trinidad:…Domine Sancte, Pater onmipotens, aeterne Deus: Qui cum unigénito Filio tuo et Spiritu Sancto unus es Deus, unus es Dominus…

Únicamente allí, en medio de aquellos rumores, Martínez pudo darse cuenta que los deportaban a España. Recordó con amargura que veinte años antes había llegado en un barco semejante, disponiendo de camarote y sitio en el comedor, ahora retornaba en una bodega, sin papeles ni equipaje, como un polizonte.

En ese momento se le acercó un joven jesuita, al que conocía de vista, el padre Villaverde.
- Padre, dicen que usted trae ahí una sopa. Le pido, por caridad, que me dé un poco. No es para mí, sino para el padre Ribas, que es diabético y hace horas que no come nada.
Manuel, automáticamente, le alcanzó el extraño recipiente. No había con qué servir el contenido. Gracias a un muchacho que parecía grumete obtuvieron unos vasos de lata y unas cucharas. Después que sirvieron al anciano, Manuel indicó que dividieran el resto entre los enfermos y los más débiles. Alguien incorporó de la manta a un viejísimo padre carmelita, con la mente perdida, que no cesaba de llamar a sus hermanos del convento, ni siquiera sabía dónde estaba; un lego pudo hacerle tragar algunas cucharadas, mientras los fideos se le escurrían por la barbilla.

Martínez apenas probó unos sorbos y pensó que aquel plato parecía elaborado no por las somnolientas viejas que servían en la casona del Cerro sino por verdaderos ángeles. La olla de los pingüinos parecía la alcuza de la viuda de Sarepta, porque alcanzó para que aun los jóvenes tomaran unas gotas. Solo Rubinos rechazó el alimento, estaba demasiado herido en su soberbia para pensar en comer y menos en aquel ambiente precario. Cuando no quedó ni rastro en el fondo, Manuel les alargó la bolsa con panes y embutidos a tres hermanos franciscanos que con extrema diligencia los cortaron en porciones muy pequeñas que casi alcanzaron para los allí reunidos. Un amigo de Miguelito, el padre Carlos Comas, que había hecho el largo trayecto desde Oriente, bendijo aquel renovado milagro “de los panes y los peces”.

El generoso proveedor no dejaba de pensar que los tiempos de desgracia hacían milagros aun mayores que la multiplicación de la comida. En épocas normales era impensable que pudieran compartir juntos franciscanos vascos, carmelitas castellanos, escolapios catalanes. Y el orgulloso padre Ribas, fundador de los Caballeros Católicos y director de La Anunciata, amigo de gente influyente y poderosa, jamás hubiera necesitado del favor de un pobre cura diocesano para alimentarse. Decididamente, como lo había vivido también en su tierra, la iglesia perseguida era mucho más evangélica que la iglesia de los satisfechos y bien instalados.

Entonces volvió a su memoria el padre Pastor y aquel encuentro donde el religioso le había invitado a no insistir en cosas que se tornaban imposibles sino a servir en algo pequeño, en algo que hiciera bien a los otros, según los tiempos que corrieran. Cada uno de los que poblaban aquella bodega se había empeñado durante años en trabajar para su congregación, su templo, su colegio, como si fueran eternos y ni siquiera habían conseguido confraternizar. Se ignoraban unos a otros, rivalizaban en influencias y ponían su fe en lo que habían conseguido. Habían subido a este barco sin pasaportes, ni chequeras ni billetes de banco, no se habían podido llevar las imágenes que recaudaban muchas limosnas, ni sus pomposas revistas. Habían llegado a esa embarcación por la violencia de las autoridades y la limosna de la compañía naviera. Ya no eran personas importantes para la sociedad, sino sencillamente nadie, cuerpos que alguien consideraba desechables y que únicamente conservaban una sotana sucia y quizá la fe.

Cuando estaba a punto de oscurecer los dejaron subir a cubierta, para tomar aire y despedirse del país, porque el buque zarparía dentro un rato. La multitud había disminuido algo e iban dejando de escucharse los himnos que los altavoces difundían desde oficinas cercanas. Los congregados ahora cantaban ¡Tú reinarás! y desde el Covadonga otras voces los secundaban.

Entonces se detuvo un jeep junto al edificio de la terminal y de él descendió el obispo Boza Masvidal, escoltado por policías. No traía cruz pectoral, ni solideo, sino una sencilla sotana blanca y había perdido los lentes. Los guardias se separaron de él en la puerta, donde lo aguardaba el Encargado de Negocios de España, quien de modo caballeresco y algo teatral, hizo una genuflexión y le besó el anillo. El prelado se volvió a la muchedumbre, pero dirigió su bendición hacia el sitio donde se agolpaban los guardias. Poco después de que llegara a cubierta, sonaron dos largos toques de silbato. El Covadonga iba a zarpar. Guiado por la embarcación del práctico, se alejaba de la orilla, rumbo a la boca del puerto. La oscuridad ayudaba a alejar La Habana de la vista. Martínez, como otros muchos, dejó de cantar para enjugarse las lágrimas. Habían salvado la vida, pero todo lo demás parecía perdido.

Sunday, July 9, 2023

Srta. 'Pilar Bastida y Torrado. (Social. Julio 1922)

 

Nota de Roberto Méndez Martínez:

"La conocí, ya anciana, era la madre del Dr. Alfredo Primelles, conocido dentista camagueyano, colega y amigo de mi padre, y abuela de Alfredo Primelles Gutiérrez (EPD) mi compañero de aula y amigo en la enseñanza primaria. Era una señora delicada y muy gentil. Se la conocía como Pidina. Falleció creo a inicios del los años 70, víctima de la diabetes. Descanse en paz."

Friday, May 5, 2023

La Cruzada de la Bondad del P. Lombardi y el P. Rey. Capítulo XVII del libro "Felipe Rey de Castro y la Agrupación Católica Universitario" (de Roberto Méndez Martínez)

Felipe Rey de Castro y la Agrupación Católica Universitario. Ensayo Biográfico.
Roberto Méndez Martínez· (Ediciones Universal. Miami 2023).
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En diciembre de 1951 llegó a La Habana un jesuita fuera de lo común el P. Ricardo Lombardi (Nápoles, 1908-Roma, 1979). Era ya para esas fechas un predicador famoso por su elocuencia y su carácter persuasivo, se le conocía como “el micrófono de Dios”. Cercano al papa Pío XII, este le encargó una amplia campaña en Italia para avivar a la fe cristiana que debía impedir que los católicos votaran por los comunistas en las elecciones de 1948.

No se limitó el religioso a cumplir con este encargo puntual, sino que descubrió que el talento que había recibido debía irradiar en el resto del mundo y ese fue el núcleo de lo que llamó la Obra o Cruzada de la bondad. Comenzó entonces una vida itinerante, de un continente en otro predicando en templos, en teatros, en espacios abiertos, congregando a multitudes e insistiendo no solo en el amor al prójimo, sino en la obligación que este tenía en el plano de la justicia social.

Dos testigos excepcionales los Siervos de Dios Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares y el P. Pedro Arrupe, General de la Compañía de Jesús, dejaron testimonios de su admiración por Lombardi. Ella aseguró: “El P. Lombardi era un hombre transparente, un idealista en un cierto sentido, un contemplativo. Oyéndole hablar parecía que emanaba de él un carisma. Se le podía comparar con un ermitaño o con un Juan Bautista que gritaba movido por el Espíritu. Era un enamorado de la Iglesia… El P. Lombardi conmovía cuando nombraba a Jesús”(1).

Por su parte, Arrupe, que en sus últimos años puso un empeño especial en la opción fundamental de la iglesia por los pobres, había quedado marcado por las predicaciones de su hermano jesuita: “Más allá de las dimensiones impresionantes del ‘movimiento’ suscitado por su predicación pública, más allá de los hechos sucedidos en la Obra por él fundada, el P. Lombardi ha sido un hombre que supo comunicar a muchas personas el amor a Jesús sobre todas las cosas, el deseo urgente de hacerle conocer, de hacerle reinar”(2).

La Habana de diciembre de 1951 no era exactamente el escenario ideal para el P. Lombardi. El país vivía un momento de recuperación económica y, a pesar de los defectos que pudiera tener el gobierno democrático de Carlos Prío, la capital era una especie de vitrina del bienestar del país. Las clases altas y medias vivían una vida confortable y la Iglesia podía exhibir la edificación de templos nuevos e imponentes como: San Antonio, Santa Rita y Jesús de Miramar; había una fuerte satisfacción con el progreso de la enseñanza religiosa de la que eran emblemas colegios como los regidos por jesuitas, Hermanos de La Salle, Maristas, Dominicas Francesas y Madres del Sagrado Corazón. El titular de la sede habanera había sido creado cardenal desde 1946. Era difícil en ese ambiente detenerse en las desigualdades sociales y mucho menos pensar que aquella sociedad e iglesia satisfechas tuvieran los días contados.

El periodista Juan Emilio Friguls, quien tenía a su cargo la página católica del Diario de la Marina, dedicó una extensa columna al anuncio de la visita del célebre predicador, prevista entre el 6 y el 12 de diciembre, aproximadamente. Esta debía comenzar por su participación, entre los días 6 y 9 en el anunciado Congreso Eucarístico de Matanzas, para trasladarse después a La Habana.

A continuación, inserta varios párrafos tomados de un texto del padre jesuita José Antonio Romero(3) que resumen la labor de Lombardi, primero como profesor y orador en Italia y luego, la extensión de su “Cruzada de la bondad” al resto de Europa – Alemania, Austria, Holanda, Bélgica, Francia- y también en Estados Unidos – New York y Washington-. Destacó además sus alocuciones radiales desde las más importantes emisoras italianas. Señaló que en el centro de sus exhortaciones estaba iluminar la historia con la presencia de Jesús como única posibilidad de realización en el futuro de la humanidad y la preocupación por la justa distribución de las riquezas entre todos los hombres(4).

A pesar de que la familia propietaria del periódico era católica y tenía excelentes relaciones con la Iglesia jerárquica así como con las principales congregaciones religiosas presentes en Cuba, la presencia de Lombardi no gozó de la cobertura esperable. Hemos podido localizar, como excepción, una brevísima reseña ubicada en el suplemento 7 días en la República que acompañaba al Diario en su edición del 16 de diciembre de ese año y aparece sin firma, aunque probablemente se debiera al mismo Friguls. Esta no necesita demasiados comentarios:
La semana tuvo para el catolicismo habanero una jornada de predicación popular. Un jesuita famoso por su verbo apostólico, el padre Ricardo Lombardi, fue el encargado de hacer llegar, a través de su “Cruzada de la bondad”, el mensaje de salvación, de retorno a la Verdad y al Bien, que miles de habaneros escucharon primero desde la Catedral y después desde el moderno templo de Santa Rita y en el local de la Anunciata.

Aunque el auditorio nunca satisfizo por su número al predicador – acostumbrado él a muchedumbres hasta de medio millón de oyentes- los sermones del padre Lombardi fueron un éxito, uno más a anotar en el periplo apostólico que viene realizando el incansable hijo de San Ignacio por tierras de Europa y América.

La justicia social, la derrota del pecado, el regreso, el gran retorno a la vida cristiana, vivida y sentida en su plenitud, fueron puntos esenciales de la predicación del padre Lombardi, quien el miércoles, tras su sermón en la Catedral, tomó el avión para Venezuela, donde a estas horas estará, como nuevo Pablo, predicando el mensaje del Evangelio.(5)
Sabemos por el propio Diario de la llegada del ilustre invitado el día 7, procedente de México. El breve suelto señala que predicará en el Congreso Eucarístico de Matanzas el sábado 8 y el domingo 9, mientras que, a partir del lunes 10, desarrollaría otro programa en La Habana.(6)

El evento matancero se desarrolló, según las crónicas que hemos leído, con todo el esplendor posible. Fue inaugurado por el Cardenal Arteaga y a lo largo de él, en sus misas y concentraciones públicas pronunciaron sermones o discursos varios de los obispos cubanos, así como líderes laicos.

Es llamativo que no hayamos encontrado un realce particular para las intervenciones de Lombardi, quizá, como ocurre en muchísimos eventos, éstas se celebraron simultáneamente con otras actividades y la prensa no centró particularmente la atención en ellas. Como resulta muy humano en estos casos, quizá comenzó allí la irritación del invitado, al descubrir que no era el centro del evento y eso explicaría un tanto el tono del único fragmento de discurso suyo que hemos podido localizar, citado por el Dr. Ramón Torreira Crespo – historiador no católico - en su trabajo “Breve acercamiento a la historia de la Iglesia católica en Cuba: conquista, colonización y pseudorrepública”, quien afirma haberlo tomado de la publicación Duc in altum [Rema mar adentro], aparecida en diciembre de ese año. Sorprende el tono exaltado de la declaración y las opiniones vertidas sobre una Iglesia con la que solo había tomado contacto hacía pocas horas:
Cuba es un país de clima muy caliente, pero de un cristianismo muy frío y bastardo. Aquí se ama mucho la comodidad y la riqueza. Las autoridades se vendan los ojos con intereses creados... La prensa capitalista y reaccionaria se ampara en la Cruz de Cristo... La Iglesia, como doctrina en acción, vive en la cerca. Falta unidad. La campaña comunista ataca a Dios. El capitalismo hipócrita y avasallador hace de Dios un escudo y de la Cruz un báculo para llegar a la cima de su egoísmo. La Acción Católica es desunida y anémica, cuando no desvirtuada y nula.(7)
Era un tono profético, pero abiertamente provocador y sus juicios difícilmente podían brotar de experiencias propias, muy probablemente los formulaba a partir de comentarios que alguien deslizó en sus oídos. Los denuestos contra la Acción Católica resultaban absolutamente errados.

Una nota, también publicada en el Diario dirigida a la Rama C de la Acción Católica por las Damas de Acción Católica, contiene el programa del sacerdote en La Habana. Invitan en especial a “la del 10 de este mes, a las 8:30 am en la Catedral, que está dedicada a los dirigentes y elementos de la Acción Católica y demás asociaciones adheridas. Las otras conferencias para las que también se invita serán el día 11, a las 8:30 pm en la iglesia de Santa Rita de Miramar, para el pueblo en general, y el 12 a las 8:30 pm en la Catedral, también para el pueblo”(8). A esto habría que añadir la conferencia en la Anunciata, nombrada por Friguls, que posiblemente no estuviera en el plan inicial pero quizá fuera solicitada por el P. Esteban Ribas, director de la congregación o sencillamente por los miembros de la comunidad jesuita de Reina.

Fue una estancia demasiado corta, que pudo estar asociada con la decepción que el orador tuvo por la acogida del público, como da a entender el periodista y como confirmará el propio Lombardi poco después, en un fragmento recogido por el Dr. Rubén Darío Rumbaut, un destacado psiquiatra y dirigente de la Acción Católica, en su artículo “Una visión profética de Cuba” publicado en el Semanario Católico en julio de 1953:
La nación en que menos ha repercutido mi cruzada es Cuba. Hay en ella tal abundancia de dones, tal riqueza, tal facilidad de vida, que las clarinadas de anuncio y de llamada resbalan sobre sus gentes. Fuera de algunos núcleos selectos, y de los sectores humildes y miserables, Cuba vive bajo el signo de la frivolidad. Aun no comprenden el drama del mundo, y aun tienen que pagar su cuota de dolor, como la han pagado y la están pagando ya casi todas las naciones contemporáneas.(9)
No es difícil imaginar que la audiencia de aquellos sermones, selecta pero no multitudinaria, estaba conformada por algún representante de la Jerarquía, los miembros de la Compañía, algunos alumnos de Belén, un buen número de congregantes de la ACU y la Anunciata, dirigentes y miembros de las distintas ramas de la Acción Católica y cierto número de feligreses interesados.

Sabemos de la asistencia a aquella predicaciones de algunos laicos que pronto devendrían prestigiosos intelectuales, entre ellos los poetas Fina García Marruz y Eliseo Diego y el crítico de cine Walfredo Piñera, quienes años después dejaron diversos testimonios de la profunda impresión que les había hecho el orador y la influencia que ejerció en su acercamiento a un “cristianismo social”.

Los asistentes eran el fermento evangélico y no la masa. Representaban las fuerzas vivas de la Iglesia, no aquella mayoría que se declaraba católica pero estaba ajena a cualquier compromiso apostólico. Lombardi, al hacer su amarga profecía ignoraba que había tenido una audiencia selecta y receptiva, aunque el número no halagara el amor propio de quien convocaba “muchedumbres”.

Sabemos que el P. Rey asistió a las conferencias y que estas le impresionaron vivamente. Esto resulta llamativo, porque el contenido central no era demasiado novedoso para él, si tenemos en cuenta que su método de formación para los agrupados ponía la Doctrina Social junto la espiritualidad ignaciana y no era aventurado temer el que el tono exaltado del predicador – prejuiciado ya, por las razones que fuera, con la Iglesia cubana- motivara en él rechazo o indiferencia. Pero ocurrió todo lo contrario.

En primer término, según Figueroa, en esos momentos la cuestión social le interesaba cada vez más al jesuita. De hecho el tema de la Asamblea Apostólica de la ACU, celebrada en el anterior mes de octubre tenía como tema “Problemas del obrerismo en Cuba”. Había manifestado varias veces a los agrupados que era necesario sensibilizarse con esos asuntos y procurar influir en su medio sobre ellos.

Había sido testigo de cómo algunos de sus muchachos llegaban a posiciones políticas apreciables - Juan Antonio Rubio Padilla, Ángel Fernández Varela- y las desempeñaban sin sacrificar la ética cristiana, pero quizá había topado con una dificultad en su programa de “formación de los selectos”. Aquellos nacidos y educados en una vida acomodada podían ser caritativos y hasta empeñarse en un apostolado como el de Las Yaguas, pero no era fácil que “sintonizaran” con la raíz de las desigualdades sociales y se enfrentaran a la filosofía del “confort” y del disfrute despreocupado. No era una cuestión de influencias políticas, sino la necesidad de una verdadera conversión cristiana en la sociedad.

Por eso el tono profético de Lombardi lo tocó profundamente, no solo por el carisma de éste, sino porque – al parecer- el hecho de que actuara como un enviado de Pío XII lo convertía en alguien que procuraba llevar a la práctica el pensamiento social del pontífice.

No hay que desechar la posibilidad de que ambos hijos de San Ignacio conversaran en privado y que eso despertara una corriente de simpatía entre ambos. De hecho, en este caso no surgieron las prudentes reservas que en el fundador de la ACU habían despertado los procesos de adhesión a la Acción Católica o a Pax Romana. De forma inmediata quiso que él y los suyos quedaran vinculados a la “Cruzada de la bondad”.

Eso explica que acordara con el predicador asistir a una reunión que éste convocaría en Bogotá – destino siguiente después de su visita a Venezuela- con delegados de varios países de América Latina, en los primeros días de 1952.

Rey de Castro no viajó solo, hizo que le acompañaran los agrupados más sensibles a las cuestiones sociales y políticas, no solo los experimentados Juan Antonio Rubio y Ángel Fernández sino otros más jóvenes y prometedores como Ignacio Warner y Manuel Artime. Junto a ellos viajó uno de los líderes de la Acción Católica, Rubén Darío Rumbaut quien lo describió después como “ágil, alerta, incansable, sorprendente joven, charlando con nosotros en los rincones sobre el ‘Mundo Nuevo”(10).

Un excelente testigo de aquellos tiempos, Miguel Figueroa, describe la sorprendente reacción del Director de la Agrupación a partir de la reunión con el sacerdote italiano:
Su encuentro con el P. Lombardi fue un fuerte impacto que reanimó en él todas las energías, las esperanzas, y la frescura de los años mozos, pero el hervor de aquel entusiasmo, y la exaltación que le produjo el escuchar los planes amplísimos, que él mejor que ningún otro de los presentes podía comprender y sentir, causó en su espíritu tan lógicamente estructurado y donde había tanta honradez, una profunda conmoción que lo llevó a revisar la obra realizada hasta ese momento en la Agrupación, y a concluir que era preciso darle una mayor orientación social.

“Ha llegado la hora”, solía repetir en esos días, “de la lucha social de la Iglesia, y hay que empezar por dar conciencia social a nuestros católicos”.

Preocupadísimo con estas ideas regresó a la Habana el 7 de enero, y en seguida comenzó a estudiar nuevos planes de acción que nunca terminó y que jamás llegó a revelar a nadie.(11)

Precisamente el autor de la Historia de la Agrupación Católica Universitaria descubrirá pronto en el desarrollo de las actividades de la Agrupación en aquel mes de enero y los primeros días de febrero, las huellas de aquel encuentro en Colombia. No solo recuerda que lo evocó en la última de las reuniones del Círculo Ascético a la que asistió, sino que insertó ideas tomadas de él en la meditación del retiro que dirigió en enero, centrada en “Los apostolados fecundos” del P. Ayala y, muy especialmente, en su última plática dominical – el domingo 10 de febrero- donde cuestionó a “una sociedad que hace gala de su materialismo egoísta y que, fustigada por un liberalismo explotador, pisotea la justicia social, llevando a la miseria a millones de seres infelices”.(12)

Como afirma otro destacado agrupado, el Dr. José Manuel Hernández en su libro Agrupación Católica Universitaria. Los primeros cincuenta años: “No es improbable, pues, que al regresar a La Habana (7 de enero de 1952) estuviera rumiando la posibilidad de revisar la obra realizada hasta entonces por la Agrupación e impartir a ésta una orientación social más marcada. Pero si esto era en verdad lo que se proponía nunca llegó a comunicárselo a nadie”.(13)

Quizá en los inescrutables designios divinos estuvo colocar a Cuba en la ruta del P. Lombardi, para que, a pesar de la indiferencia de las mayorías, el fundador de la ACU procurara completar su obra y alertar a sus apóstoles antes de su partida. Él era parte viva ya de aquella “Cruzada de la bondad”.





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  1. “El Padre Lombardi, S.J.”. Por un mundo mejor. Servicio de animación espiritual. Página web consultada el 24 de noviembre de 2022 en http://www.porunmundomejor.com/wordpress/somos/el-padre-lombardi/
  2. Ibidem
  3. P. José Antonio Romero SJ (1888-1961). Se destacó en México como publicista católico. Fundador en 1937 de la Obra Nacional de la Buena Prensa.
  4. Juan E. Friguls: “El Padre Lombardi y Cuba”. Sección Actualidad Católica. Diario de la Marina, 14 de noviembre de 1951, p.8.
  5. “El Padre Lombardi”. 7 días en la República, p.6. Diario de la Marina, domingo 16 de diciembre de 1951.
  6. “Llega hoy el famoso predicador sagrado Padre Lombardi”. Diario de la Marina, viernes 7 de diciembre de 1951, p.1.
  7. Cf. Dr. Ramón Torreira Crespo: “Breve acercamiento a la historia de la Iglesia católica en Cuba: conquista, colonización y pseudorrepública”. Consultado el 3 de noviembre de 2022 en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/cuba/cips/caudales06/fscommand/52T13.pdf
  8. Damas de Acción Católica: “Aviso de la Rama C de Acción Católica Cubana”. Diario de la Marina, viernes 7 de diciembre de 1951, p.22.
  9. Manuel Fernández Santalices: Presencia en Cuba del catolicismo. Apuntes históricos del siglo XX. Caracas, Fundación Konrad Adenauer, 1998, p. 73.
  10. Dr. Miguel Figueroa y Miranda: Historia de la Agrupación Católica Universitaria 1931-1956. Agrupación Católica Universitaria, Miami, 2020, p.169.
  11. Ibidem
  12. Ibidem
  13. Dr. José Manuel Hernández: Agrupación Católica Universitaria. Los primeros cincuenta años. Agrupación Católica Universitaria, Miami, 1981, p.63.

Sunday, February 5, 2023

Recuerdos del Casablanca, o Casa Blanca (por Joaquín Estrada-Montalván)


Leo que el cine Casablanca, o lo que fue el cine Casablanca, está cumpliendo su 75 cumpleaños.

Casablanca es un lugar que es parte de la historia personal de los camagüeyanos, crecimos y "adultamos" visitándole. Los nacidos a partir de los 90s, imagino, solo conocen su fachada y, han escuchado, que detrás de ella existió el principal cine de la ciudad.

Recuerdo las colas que ordenadamente (a veces no) se extendían hacia la calle Lope Recio. Entre las más populares, en mi memoria, las de Sandokan.

A Casablanca iba con menos de 12 años (luego de "graduarme" del cine Avellaneda) a intentar colarme en las películas de mayores de 12, y con menos de 16, a intentar colarme en las de mayores de 16.

Octavo grado, en la Mártires por la tarde, me "alzaba" de las clases para ir a "apretar" al "Casablanca". Los domingos en la tarde a apretar con la novia y luego al Coppelia.

Luego fui "más mayor", y al cine iba más por las peliculas y algun que otro beso con la novia (la "comunicación plena" se disfrutaba en otros escenarios).

Casablanca, cine de estreno cada semana, a veces (cuando mucho público) compartía con Guerrero, Encanto (y a veces creo con el Alkazar). Cuando esto sucedía, el siempre bien recordado Tororico corría por la ciudad intercambiando los rollos del filme, para que pudiera ser proyectado casi de manera simultánea en más de un cine a la vez.

Llegaron los años 90s, se empezaron a evaporar los cines, y a llegar televisores con un equipo VHS y a eso le llamaban Salas de Video. En el Casablanca montaron una en el segundo nivel, era donde los jurados visionaban los audiovisuales en competencia en el Almacén de la Imagen (también en la sala Nuevo Mundo). Tuve la dicha de integrar el jurado OCIC, luego SiGNIS en varias de sus ediciones.

Creo que hoy del Casablanca solo queda la fachada, ojalá que en el final no corra la suerte del cine Alkazar y sea recuperado como cine.

Camagüey no tiene cines hoy, creo que solamente los fines de semana el Encanto, pero Camagüey fue una ciudad que disfrutó del cine, y una ciudad que parió gente que ama el cine, que lo promueve y que sueña y trabaja porque Camagüey vuelva a ser, también, un lugar que permita disfrutar de lo que se conoce como el séptimo arte. (JEM)



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Comentario de Juan Antonio García

"En Casablanca sí se siguen dando películas y de hecho, el sábado 4 de febrero en la noche fue la premier de Oscuros amores, de Gerardo Chijona. Y la proyección es en pantalla grande, con un proyector de primer mundo. Lo que pasa es que constructivamente, cuando se convirtió en multicine, la cuestión de sonido quedó hecho un desastre porque se contaminan las salas. Por eso se suele proyectar en una sola, que es la de arriba. Creo que donde más calidad hay hoy en cuanto a proyección es Nuevo Mundo. Y, por supuesto, ese Casablanca de ahora, no tiene nada que ver con el que nosotros conocimos. Como en todas partes, las salas cinematográficas se han visto obligadas a transformarse, y acá la Calle de los Cines permanece en un limbo administrativo. Saludos."

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Comentario de Roberto Méndez Martínez

"En realidad el cine al fundarse se llamaba Casa Blanca. Le puso así su dueño Armando Garrido por su esposa Blanca. Pero la gente lo asoció con la famosa película y así quedó.

Recuerdo que en mi infancia en la sala del cine había creo que sobre la pantalla una especie de escudo con las siglas TCB. De modo que aunque sonara casi igual dejaba clara la previa de Blanca. Por cierto ellos vivían en la casa de los altos y eran muy amigos de mi familia pues Garrido y mi abuelo fueron copropietarios del Teatro Principal y del cabaret Morocco, luego Caribe."

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Comentario de Sonia Agüero

"Entre el 48 y el 59 no solo fue un magnífico cine con gran acústica, la "casa" del Cine Club de Camagüey, sino también un magnífico Teatro, "casa" de la Sociedad de Conciertos de Camagüey, donde se presentaron primerísimas figuras artísticas como Arthur Rubinstein, Jascha Heifetz, Alicia Alonso, Orquestas Sinfónicas, etc. Y también se celebrarones graduacione de escuelas locales y otras actividades culturales.


Monday, January 30, 2023

Raíz Cristiana de la Cultura Cubana (por Roberto Méndez Martínez)

Fotos/Adrián Martínez Cádiz
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Fotos/Lázaro Numa
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Conferencia impartida el 28 de enero de 2023 en el Encuentro con el mundo de la cultura, celebrado con motivo del 25 aniversario de la visita de San Juan Pablo II a Cuba, en el Centro Cultural “Padre Félix Varela”.

Pocas veces en mi vida he sentido una emoción tan especial como la de aquella tarde del 23 de enero de 1998 cuando entré al recinto universitario habanero para asistir al encuentro con el mundo de la cultura convocado por el primero de los pontífices que visitaba la Isla, San Juan Pablo II. Impresionaba encontrar reunido en el Aula Magna a un nutrido número de escritores, artistas, académicos, de muy diversos credos y filiaciones filosóficas, pero ligados por el interés de escuchar al ilustre visitante. Recuerdo la especie de sobrecogimiento que acompañó la entrada en el salón del pontífice mientras el coro Exaudi entonaba el “Gloria” de la Misa cubana de José María Vitier, o el solemne instante en que el papa oró en silencio ante la urna donde reposan las cenizas del Padre Varela.

Después vino su discurso que escuchamos con avidez, tanta, que nos resultó demasiado breve. Queríamos seguir allí, prolongar aquel encuentro, como los discípulos de Cristo después de la Transfiguración en el monte. Todo era hermoso y emotivo: el sobrio cierre de la pieza oratoria, la retirada del visitante – esta vez acompañado por el “Salve Regina” de la misma obra- y cuando salimos al fresco anochecer, entre las fachadas de aire clásico y los laureles, mientras se alejaban, acompañados por impacientes sirenas, los vehículos del cortejo, supimos que habíamos vivido un momento irrepetible.

Varias veces, a lo largo de los años, he vuelto sobre ese discurso y aquilatado mejor su sabiduría, su alcance y especialmente su indiscutible actualidad.

Esa pieza oratoria, cuya transcripción ocupa apenas cuatro páginas, no solo es elocuente y completa en sí misma, sino que tiene una fecunda capilaridad con varios documentos del magisterio eclesial, de manera que su interpretación más provechosa debe hacerse en diálogo con esas referencias. Cuando el papa nos ofrece una definición cristiana de la cultura: “La cultura es aquella forma peculiar con la que los hombres expresan y desarrollan sus relaciones con la creación, entre ellos mismos y con Dios”(1), está retomando el concepto tal como fue tratado en el documento final de la Conferencia de Obispos en Puebla en 1978, que a la vez nos remite a un texto base: la Constitución Pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II(2).

Así mismo, cuando afirma que «Toda cultura es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo y, en particular, del hombre: es un modo de expresar la dimensión trascendente de la vida humana»(3) vuelve sobre sus propias palabras, pronunciadas ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 5 de noviembre de 1995.

El papa sabía que hablaba en una universidad laica, ante un auditorio formado en buena medida por personas no religiosas y con un gobierno de ideología marxista y por muchos años declarado ateo. Sin embargo, con su talante a la vez firme y persuasivo, podía afirmar sin vacilaciones que:
Toda cultura tiene un núcleo íntimo de convicciones religiosas y de valores morales, que constituye como su «alma»; es ahí donde Cristo quiere llegar con la fuerza sanadora de su gracia. La evangelización de la cultura es como una elevación de su «alma religiosa», infundiéndole un dinamismo nuevo y potente, el dinamismo del Espíritu Santo, que la lleva a la máxima actualización de sus potencialidades humanas. En Cristo, toda cultura se siente profundamente respetada, valorada y amada; porque toda cultura está siempre abierta, en lo más auténtico de sí misma, a los tesoros de la Redención(4).
Ahí estaban sentadas las premisas principales antes de detenerse en las circunstancias particulares de Cuba. Reconoció la diversidad de componentes de la cultura del país: los hispánicos, unidos a los procedentes de África, los traídos por otros grupos de emigrantes y lo propio de la tierra americana. Es interesante que su aproximación a lo cubano distinga dos mundos que a primera vista parecen contrapuestos pero están estrechamente anudados bajo la superficie: uno de ellos es el ámbito ilustrado que encarna en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio con el magisterio de Caballero y Varela, el otro es el más espontáneo pero no menos rico del acervo común, “las expresiones típicas, canciones populares, controversias campesinas y refranero popular” que comparten la misma raíz cristiana.

Dos figuras centran su atención en nuestra historia, uno es el maestro Varela en el que reconoce al “verdadero padre de la cultura cubana”, el otro es José Martí al que califica como “un hombre de luz, coherente con sus valores éticos y animado por una espiritualidad de raíz eminentemente cristiana”. Son precisamente esos cimientos y esas figuras las que le permiten invitar a los presentes y, a través de ellos, a todos los cubanos a un enorme empeño cultural y evangélico a la vez:
En este país, la mayor parte de los artífices de la cultura —católicos y no católicos, creyentes y no creyentes— son hombres de diálogo, capaces de proponer y de escuchar. Los animo a proseguir en sus esfuerzos por encontrar una síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse; a buscar el modo de consolidar una identidad cubana armónica que pueda integrar en su seno sus múltiples tradiciones nacionales. La cultura cubana, si está abierta a la Verdad, afianzará su identidad nacional y la hará crecer en humanidad(5).
De ahí el llamado a la cooperación entre la Iglesia y las instituciones culturales de la nación para “encontrarse en el diálogo, y cooperar así al desarrollo de la cultura cubana”(6).

Creo que si estas ideas nos fueron trasmitidas en aquella tarde con tanta efectividad se debía no solo al magisterio espiritual del papa, sino a su propia condición de hombre de la cultura desde su juventud, a su quehacer como poeta, dramaturgo y actor, a su conocimiento del papel de la cultura en la propagación de la fe, desde los Padres de la Iglesia hasta los grandes creadores de Dante a Miguel Ángel, de San Juan de la Cruz a Edith Stein.

La deseable brevedad de mi intervención en este solemne acto, apenas me permiten abundar en un par de aspectos abordados por el pontífice en su disertación, aquellos que me parecen de mayor pertinencia un cuarto de siglo después.

El primero de ellos está relacionado con la presencia cristiana en la cultura de Cuba. Bastaría con recordar que en el siglo XVII cuando se está formando una incipiente identidad criolla, esta no solo se produce en los balbuceos literarios del Espejo de paciencia, donde la presencia católica resulta indiscutible, aun mezclada con los problemas económicos y sociales de una colonia precaria y rebelde, sino que, hacia la segunda década de la centuria se produce el hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad y tras él, el surgimiento de una devoción no impuesta, no asociada con jerarquías sociales ni eclesiásticas, que tuvo un creciente arraigo popular hasta hoy y ha contribuido no poco con un sentimiento interiorizado de cubanía que ha encarnado en los versos del Cucalambé y de Luisa Pérez de Zambrana, en las décimas de improvisadores populares y en varias canciones trovadorescas, así como alentó la inspiración de artistas plásticos, teatristas y cineastas. La Patrona de Cuba, venerada por los patriotas en nuestras guerras de independencia sigue siendo hoy un factor de unidad y reconciliación en el pueblo cubano.

Por otra parte, no es difícil contemplar, desde fines del siglo XVIII cómo una cultura en ascenso que tuvo su vivero excepcional entre las paredes de este edificio unió a la renovación filosófica y la experimentación científica un modo de pensar, de reflexionar, que aun cuando llegara a planteamientos muy radicales en materia política, estaba alentada por una ética de inspiración evangélica. Si no bastara el ejemplo de un Varela, fiel a su sacerdocio y a la vez precursor de nuestra independencia, sería bueno recordar a su contemporáneo, el educador José de la Luz y Caballero, fuerte crítico de la Iglesia comprometida con la Corona pero que en su colegio El Salvador impartía sus clases de ética teniendo a mano los evangelios y las cartas de San Pablo.

Es absolutamente cierto que el nombre de Cristo llegó a esta tierra salpicado por el cieno de la voracidad colonial. Que la monarquía española se valió de sus privilegios para convertir a la jerarquía eclesiástica en servidores suyos y que esa alianza o patronato se hizo cómplice de la trata africana y se declaró enemiga – con muy pocas excepciones- de los movimientos de independencia. Eso favoreció que muchísimos intelectuales prestigiosos se decantaran hacia posiciones anticlericales y escépticas o sencillamente agnósticas. Pero tal cosa no impidió que entre nosotros creadores auténticamente cubanos hicieran de su fe un alimento para su labor edificadora: así lo demuestran las misas y villancicos de Esteban Salas; el Devocionario que en su madurez diera a la luz Gertrudis Gómez de Avellaneda, a los que seguirían, en el pasado siglo las obras literarias de Dulce María Loynaz y José Lezama Lima, o las obras que René Portocarrero, Mariano Rodríguez y Alfredo Lozano dejaron en los templos de Bauta y Playa Baracoa o en composiciones musicales como la Misa cubana de Rodrigo Prats o la amplia producción de cantos religiosos en ritmo de bolero, habanera o son de Perla Moré.

La propia Iglesia en Cuba ha vivido en su interior lo que Fernando Ortiz llamara un proceso de transculturación. Una institución que tuvo un sello español hasta el cierre del siglo XIX fue transformándose en cubana y hoy puede considerársele una iglesia viva y encarnada en su cultura y sociedad, a la vez que en comunión con la iglesia universal.

Y esta cultura cristiana no es un patrimonio exclusivo. Lo compartimos con aquellos que conservando una fe recibida de sus ancestros la ponen en práctica en sus vidas a partir de devociones y ritos de fuerte sabor popular. Además ha ido floreciendo un movimiento ecuménico entre las diferentes confesiones cristianas presentes en Cuba. Nos nutren también, gracias a un fecundo diálogo, la impronta ética, la valiosa axiología que proviene de los hombres y mujeres de buena voluntad sean practicantes de otras religiones, miembros de organizaciones fraternales y aún los que se declaran no creyentes. También en ellos han sido sembradas las semillas del Espíritu.

En los años que siguieron a la visita de San Juan Pablo II se produjo un florecimiento de la cultura católica, eso incluyó proyectos educativos que iluminan las ciencias y las humanidades a partir de los valores evangélicos, lo mismo que los centros culturales abiertos en varias diócesis del país y una serie de publicaciones católicas que hoy desbordan el formato en papel para ganar una presencia cada vez más amplia en las redes sociales. Escuelas de verano, salones de artes plásticas, presentaciones artísticas, espacios de debate sobre temas de interés social, son solo algunas expresiones de una Iglesia que se hace presente en medio de su pueblo.

La tarea más importante de la cultura es ilustrar a la sociedad y hacerla crecer en humanidad. Es preciso educar en valores, hacer madurar en ética, sanar heridas antropológicas, ir al encuentro del otro para forjar una auténtica fraternidad. Ya no se trata de imponer o de prohibir, sino de dialogar, de procurar el bien común desde los “nuevos areópagos”, esos que reclamara San Juan Pablo II como vehículo de la Nueva Evangelización. No tenemos que convertir a los demás a nuestro pensamiento – porque las conversiones solo vienen del Espíritu- sino forjar vínculos duraderos. Lo contrario de la división y el caos de la torre de Babel es el encuentro en el convite de los que se reconocen como hermanos.

No es suficiente evocar con nostalgia una tarde especial en nuestras vidas. Hay que hacer nuestra la predicación del santo Vicario, vivirla, difundirla, hacerla tarea cotidiana. Inscribamos en nuestros corazones aquella exhortación que él nos dejó en las líneas conclusivas de su discurso:
Peregrino en una Nación como la suya, con la riqueza de una herencia mestiza y cristiana, confío que en el porvenir los cubanos alcancen una civilización de la justicia y de la solidaridad, de la libertad y de la verdad, una civilización del amor y de la paz que, como decía el Padre Varela, «sea la base del gran edificio de nuestra felicidad»(7).
A las puertas de este edificio, que pudiera reclamar para sí el título de cuna de la cultura cubana está la conocida frase del venerable Padre Varela en sus Cartas a Elpidio: “No hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad”(8). Junto a ella colocaría yo otra, tomada de la misma obra: “La libertad nada teme cuando la virtud está segura”(9).




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  1. San Juan Pablo II: “Mensaje pronunciado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en el encuentro con el mundo de la cultura”. Juan Pablo II en Cuba. Memoria y proyecto. Tipografía Vaticana, Roma, 1998, p.70.
  2. Gaudium et spes. Segunda parte, Capítulo II, 53.
  3. San Juan Pablo II: “Mensaje…”, p.70
  4. Ibidem. En este pasaje vuelve a remitirnos al documento conciliar, esta vez a la sección 58.
  5. Ibid, p.76.
  6. Ibidem.
  7. Ibidem.
  8. P. Félix Varela: “Cartas a Elpidio”. Obras. La Habana, Biblioteca de Clásicos Cubanos, Editorial Cultura Popular y Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, Tomo 3, p.102.
  9. Ibid, p. 36.

Thursday, December 15, 2022

El escultor camagüeyano Esteban Betancourt, enseñando en San Alejandro. (Foto/Carteles. Febrero 1928)

 

Nota de Roberto Méndez:
Esteban Betancourt Díaz de Rada, un escultor poco recordado. Fue un muchacho talentoso, Salvador Cisneros pudo conseguirle una Beca en Europa. Fue profesor en San Alejandro, autor de algunas de las metopas del Capitolio, del busto de Barberán y Collar en el Casino Campestre y del monumento a Manuel Ramón Silva. En La Habana hizo el busto del Dr. Albarrán que está en Carlos III delante del Hospital Emergencias. Era hermano de María Luisa Betancourt Díaz de Rada y por tanto cuñado de Luis Loret de Mola Bueno, los dueños de Villa María Luisa en Camagüey. El Museo de Bellas Artes en La Habana exhibe un busto de Martí que ha sido muy reproducido, entre otras partes hubo uno en Parque Martí en la Plaza de San Francisco en Camagüey hasta el resideño del lugar hace unos años.

Monday, November 28, 2022

El Ballet de Camagüey en la Memoria Viva. (por Roberto Méndez Martínez)

Imagen cortesía de Liliam Gómez
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por Roberto Méndez Martínez 
para el blog Gaspar, El Lugareño




Me resulta difícil aceptarlo: han transcurrido más de cincuenta años desde aquella noche del 1 de diciembre de 1967, cuando el Ballet de Camagüey ofreció su función inaugural en el por entonces añoso y descuidado Teatro Principal de aquella ciudad. Lo que había sido un sueño de su fundadora, Vicentina de la Torre Recio, se convertía así en algo palpable y resistente a cualquier adversidad.

El territorio que veía nacer la compañía, la ciudad de Camagüey, capital de la provincia del mismo nombre, en la isla de Cuba, tenía ya una larga tradición cultural. A inicios del siglo XVII, cuando era todavía una colonia española, allí se escribió el poema épico Espejo de paciencia que sirve de pórtico a la literatura cubana. En el siglo XIX vieron la luz en tierras camagüeyanas figuras cimeras de la cultura como la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda y el científico Carlos J. Finlay. En la centuria siguiente, la ciudad cabecera tenía un importante núcleo de creadores vinculados a la creación artística de vanguardia, entre los que ganaron relieve internacional el poeta Nicolás Guillén y el pintor Fidelio Ponce.

Gilda Zaldívar Freyre
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Como en el resto del país, el ballet no tenía una larga tradición en Camagüey. La precursora del género en la ciudad sería Gilda Zaldívar Freyre, quien abrió la primera academia para la enseñanza del género, hacia 1936, aunque sin un propósito profesional. Allí matricularía en 1948, Vicentina de la Torre, quien completó, pocos años después, su formación en la Academia Alicia Alonso de La Habana, donde recibió los principios más rigurosos de este arte y pudo constatar su desarrollo en la primera compañía de ballet de la nación: el Ballet Alicia Alonso al que estuvo vinculada por unos años.

Vicentina de la Torre
Foto cortesía de Beatriz Martínez
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Cuando, en 1956, la dirección de la compañía decidió disolverla, por conflictos con el recién creado Instituto Nacional de Cultura, Vicentina regresó a su ciudad natal y abrió su propia academia. Ella no se conformaba con impartir clases a alumnas de alto poder económico, sino que quería hacer auténtico arte, por lo que comenzó a ofrecer becas a alumnos de escasos recursos que tenía condiciones físicas e interés en cultivarse. Después de 1959, la academia de la esforzada profesora dio lugar a la Escuela Provincial de Ballet y, tras cortos años de trabajo, ella consideró que las condiciones estaban maduras para fundar con sus alumnos una compañía.

Programa
La fille mal gardée
Octubre 1968.
Cortesía de Liliam Gómez
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Este primer Ballet de Camagüey estaba conformado, pues, por un conjunto de alumnos de Vicentina, que ella había formado con un notable rigor metodológico y a los que trasmitía su pasión por el género, especialmente por los grandes clásicos del mismo, como lo demuestran las obras incluidas en el primer programa: Las sílfides, Pas de trois de El lago de los cisnes y La fille mal gardée. El mérito fundamental de esta profesora fue el demostrar que era posible crear una compañía de ballet estable en el interior de la Isla, cuando muchos mostraban su escepticismo al respecto y nutrirla de manera sistemática de los alumnos que provenían de la Escuela, a la vez que iba educando a un público en la apreciación del género.

Desde los momentos iniciales de la trouppe la maestra recibió la colaboración y apoyo del Ballet Nacional de Cuba y la dirección de este, decidió, para facilitar el desarrollo de la novel compañía enviar a Joaquín Banegas, quien tenía experiencia como bailarín y profesor, para encabezar la agrupación, mientras Vicentina quedaba a cargo de la Escuela para garantizar la formación de nuevos artistas.

Cantata de Iván Tenorio, 1971
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En la nueva etapa, que dura alrededor de un lustro, las filas de la compañía crecen en número y en preparación y el repertorio se amplía. No sólo se hacen montajes –integrales o parciales- de obras tradicionales como: Coppelia, Giselle, El lago de los cisnes, sino que se abren las puertas de la compañía a coreógrafos experimentados o noveles para que la empleen como laboratorio de experimentación para sus búsquedas. Estos trabajos dejaron algunas obras permanentes en su repertorio, por ejemplo el ballet Saerpil de Gustavo Herrera y Cantata de Iván Tenorio sobre la célebre Carmina Burana del alemán Carl Orff.

La agrupación no se limitó a ofrecer funciones en el teatro Principal que les servía de sede, sino que decidió ir en busca de un público popular y para ello danzó en escenarios improvisados en plazas públicas, fábricas, escuelas y en recónditos sitios del campo. De este modo iniciaron una relación difícil y entrañable con el pueblo de Camagüey, que, venciendo muchos prejuicios, ha llegado a reconocer a su Ballet como uno de los símbolos más visibles de la cultura en la provincia.

Foto/Bohemia 1976
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A partir de 1975, se hizo cargo de la dirección del conjunto el maestro Fernando Alonso, uno de los pioneros del género en Cuba, quien aportaba su ya larga experiencia en compañías de Estados Unidos y en las diferentes etapas por las que había pasado el Ballet Nacional de Cuba.

Vania Sanz y Jorge Vega.
Pequeña Serenata, de Lázaro Mártinez.

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Giselle. Año 1990
Foto/Luis Carracedo
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Yicet Capalleja en Giselle. Década del 90
Foto/Facebook "Amigos del Ballet de Camagüey"
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Fernando encontró en Camagüey a un conjunto de jóvenes, con muchos deseos de trabajar, pero dotados de escasa experiencia, pues muchos de los fundadores ya no estaban en sus filas. Trabajó con ahínco en dotar a los intérpretes de buena técnica y profesionalismo escénico, condujo la política de repertorio en este sentido y si en los primeros años privilegió las obras tradicionales, facilitó también el desarrollo de nuevos coreógrafos como los hermanos Pedro y Osvaldo Beiro, Lázaro Martínez, Francisco Lang y José Antonio Chávez y le otorgó a la institución un perfil propio. Pronto la agrupación principeña o algunos de sus intérpretes fueron aplaudidos no sólo en los teatros cubanos sino en puntos tan distantes entre sí como los países socialistas de Europa del Este, Colombia, México, Brasil, Grecia, Chipre, Bélgica, Francia, Italia y China.

Debut de Celia Rosales  en el rol de Swanilda,
 en Coppelia. Año 1988.
 Foto/ Luis Carracedo.
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Bárbara García en Giselle. Año 1989. 
Foto/Luis Carracedo.
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Aida Villoch en Giselle. Inicio  de los 90s.
Foto/Luis Carracedo
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Jorge Lefebre y Aida Villoch.
Foto/Facebook "Amigos del Ballet de Camagüey"
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Algunos momentos fundamentales en la historia de la compañía fueron los grandes montajes integrales de Coppelia y Giselle; la invitación a Elena Vinográdova, del Ballet Kirov de Leningrado para montar el Grand pas de Paquita en 1981; el estreno mundial de obras de gran formato como el Otelo de Francisco Lang en 1987 y la larga y fructífera presencia de Jorge Lefebre, coreógrafo cubano que había trabajado con Maurice Béjart en el Ballet del Siglo XX y luego regía su propia compañía, el Royal Ballet de Wallonie en Charleroi, Bélgica. Para los camagüeyanos este autor montó piezas memorables como Romeo y Julieta, Beethoven: Séptima Sinfonía, Tango-episodios, Images y Degas.


Roberto Méndez, Aurora Bosch, 
Vicenttina de la Torre,  Aurelio Horta.
Año 1984. Foto cortesía de Roberto Méndez
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Osvaldo Beiro y Zoraida Rodríguez
 en el Grand pas de Paquita.  
Montaje por Elena Vinográdova. Año 1981.
Foto cortesía de Lázaro Martínez/
Facebook "Amigos del Ballet de Camagüey.
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Celia Rosales en Odette.
Lago de los Cisnes. Año  1989. 
Foto/Luis Carracedo.
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A esto habría que sumar la colaboración que profesores y bailarines han prestado en compañías y academias de otras naciones: México, Venezuela, Colombia, Guyana, Brasil, Italia, Portugal, donde han dejado una impronta inolvidable.

Regina Balaguer
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En la actualidad, la agrupación está dirigida por Regina Balaguer Sánchez, graduada del Instituto Superior de Arte y formada profesionalmente en la troupe por el magisterio de Fernando.

Cantata. Re-estreno. Año 2022
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Quizá la peculiaridad fundamental del Ballet de Camagüey, a pesar de contar con más de medio siglo de existencia, es continuar siendo una compañía formada por artistas muy jóvenes y eso, aunque obliga a un trabajo sistemático y delicado con sus integrantes, para trasmitirles una tradición y un modo de trabajar de alto nivel académico, a la vez aporta frescura y desenfado a su quehacer.

Hace varios años, coincidimos en un teatro habanero tres camagüeyanos que residíamos acá desde hacía un tiempo. Habíamos sido invitados a una función del ensemble danzario. Cuando bajaron las luces y, con el telón todavía cerrado, comenzó a escucharse la obertura de La fille mal gardée, los tres, a la vez, nos miramos y exclamamos: “¡Estamos en Camagüey!” Una obra que había permanecido en su repertorio desde su primera función nos devolvía a nuestras vivencias de tantos años en aquella ciudad. No era sencillamente nostalgia, sino la comprobación de una identidad. Nuestras vidas no hubieran sido las mismas si no hubiera existido el Ballet de Camagüey.

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"La Delegación Provincial de Cultura con estas funciones que presenta hoy, a través del trabajo y el esfuerzo realizado en estos largos años por la Escuela de Ballet de Camagüey, muestra a la consideración de ustedes el fruto cosechado tanto por la dirección como por el alumnado de esta organización artística, al dejar constituido a partir de este momento lo que se denominará Ballet de Camagüey..." (Programa/Cortesía de Liliam Gómez)

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Sede del Ballet de Camagüey
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Teatro Principal. Camagüey
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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