Friday, May 27, 2022

Un viaje en guagua en La Habana de 1906 (según Joaquín Segarra y Joaquín Juliá)


Es la plaza de la Catedral el paradero de las guaguas, carruajes que, teniendo cierto parentesco con nuestros riperts y ómnibus, no son, sin embargo, ni lo uno ni lo otro. 

Estos carros - que aquí ni por equivocación ó por aproximación les conceden tal nombre, pues este sustantivo tiene miras más aristocráticas y sólo se aplica á los coches de ferrocarril y á los tranvías eléctricos - la guagua, decimos, tiene, entre otros encantos de fealdad, de incomodidad y de peligro, el encanto de ser tirada por mulas, casi todas coevas de la que calentó con su aliento la cuna del Redentor, y guiada por un tipo especial de la clase de aurigas que conduce el prehistórico armatoste con el mismo desenfado con que conduciría el más experto cochero un landó de llantas provistas de pneumáticos. 

Para no dejar de conocer nada «experimentalmente» nos aventuramos á tomar pasaje en uno de estos vehículos, á los cuales, dicho sea de pasada, los tienen entre ceja y ceja la prensa y la autoridad municipal, so pretexto de que el buen gusto digamos estético de la vida exterior de una capital de primer orden está comprometido en la Habana por culpa de las guaguas.

 ... Y allá va la guagua dando saltos inverosímiles sobre el adoquinado, describiendo violentos zig-zags por la angosta caile, zarandeándonos de lo lindo, con peligro á cada instante de embestir á un coche ó á un carretón de vendedor ambulante, haciéndonos sudar pez derretida y arrancándonos un grito de espanto cada vez que su cuadrada mole de crugientes maderas y herrumbrosos hierros y podridas lonas se inclina sobre una acera con peligro de aplastar contra la pared á los inofensivos transeuntes... 

Y el armatoste para pocas veces. Los pasajeros suben y se apean á toda marcha. El conductor arrea á sus pencos con despiadados trallazos en los descarnados costillares y con tremendos golpes de la fusta sobre la plancha de latón de la delantera ...

Y corre endemoniada la guagua describiendo eses atrevidas, sin hacer gran caso de los timbres de coches y tranvías, sembrando la confusión entre los viandantes, que, con tácito ¡sálvese quien pueda!, dejan libre el arroyo refugiándose en esquinas y portales. 

En la plazuela de Monserrate nos abre paso la gente subiéndose al terraplén del monumento á Alvear, el glorioso ingeniero militar español que hizo el canal que lleva su nombre y que dotó de excelente y abundante agua a la ciudad; obra magnífica y nombre de héroe del talento que compensan al buen nombre de la madre patria de muchas obras desastrosas y de muchos nombres de héroes de la ineptitud... 

¡Corra la guagua, aunque nos lleve á chocar contra un árbol del parque próximo, pues es peligroso detenerse mucho en la estación de las comparaciones, sobre todo en estos tiempos de las leyes especiales para los delitos contra... aquellos héroes!!!... 

Hemos salido con vida de esta vuelta casi en redondo al doblar la esquina del café Albisu, y ya queda atrás el monumento á José Martí, el «padre de la patria», cuyo talento y cuya abnegación merecían, por cierto, una obra más decente, artísticamente considerada, pues opinamos — y al que le duela, que perdone la franqueza - que el gran apóstol de la revolución cubana fué inmolado dos veces: la primera, en Dos Ríos, por las balas españolas; la segunda, en Carrara, por el cincel, ó lo que sea, del cantero que labró estátua... 

¡Siga corriendo la guagua prodigiosa, que también estas divagaciones pueden ser pecaminosas!; y aquí donde la sangre bulle mucho, y la fantasía está siempre muy despierta, y la susceptibilidad es una y señora que tiene entrada en todos los ánimos, y donde el «croniqueador» extranjero corre el riesgo de resultar pernicioso - para ciertos caballeretes que ni siquiera son cubanos - apenas aventure una opinión personal y sincera, hay que escribir con vase у lina perfumada, clásica pluma de ganso y papel esterilizado... 
¡Allá va la guagua! 
¿Quién sabe do va?... 
Y como tenemos el presentimiento de que la infernal carreta va a irse de un momento a otro encima de cualquier ciudadano ó contra un poste de la luz eléctrica, facturándonos á los pasajeros camino de la delegación de policía ó de la casa de socorro, nos apeamos en Galiano, no lejos del punto de partida de nuestra excursión matutina, y seguimos á pié hasta Belascoain.






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Fragmento del libro Excursión por América. Cuba, de Joaquín Segarra y Joaquín Juliá. Publicado en Costa Rica en el año 1906.


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Se respetó el texto como fue publicado.




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