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Sunday, August 6, 2017

Regalos (por María Antonia Borroto)

Notal del blog: Entrega final de la selección de textos que forman parte del libro El escritor y la bibliotecaria (Editorial Acana, Camagüey 2015), de María Antonia Borroto. Le agradezco que haya aceptado la invitación, a compartir su literatura con los lectores de Gaspar, El Lugareño.


No hagas ruido, Carolina. Pórtate bien: no podemos salir. ¿Cómo quieres que te lo diga? Todavía no lo sé decir en inglés, aunque tú, que yo sepa, tampoco sabes inglés. O, sinvergüencita, ¿lo has aprendido en la tele? A lo mejor de tanto ver muñequitos ya sabes algo. ¿O de ir al supermercado? No, que allí casi todos hablan castellano. Uy, majadera, que no, que no podemos salir y mucho menos buscar a Morgana. Ya te expliqué que debemos decirle Morgana, si no cómo va a responder. Cuando decimos misu misu el que viene es Merlín, y a ella, más chiquita, hay que llamarla por su nombre, que ya probé con misita y no responde. ¿Qué cómo se le dice a los gatos en inglés? Ay, yo que sé. Preguntas cada cosa. Mira, si quieres repasamos un poco: My name is Julieta. Your name is Carolina. I am a girl, you are a doll. And you, Carolina, are you a doll? Yes, I am a doll. Eso es lo que tienes que responder cuando te pregunten. Aunque a lo mejor, tan creída como eres, dices que eres una girl. Y sí, tienes razón, a los gatos les dicen pussy. No me preguntes por qué, pues lo gatos hacen miau miau, no pis pis o pus pus. ¿Y si a un gato al que uno siempre le ha dicho misu le empieza a decir pussy? Pues mira, que no sé: ¿a ti te gustaría que de buenas a primera yo te dijera Carolain? A lo mejor sí te gusta, que tú eres muy refistolera. Así me decía mi abuela, di tú, si te hubiera conocido no sé cómo te hubiera dicho. Si yo le parecía refistolera, tú le hubieras parecido requerrefistolera… Ay, no, que me equivoqué: requeterrefis…, requetefistero… No me sale. Tú también te vas a demorar en pronunciarlo, lo sé, a mí me pasó lo mismo. Y no te rías, que tú sabes que yo arrastro la erre. No te rías, Carolina. O ríete bajito, que no nos descubran. Voy a asomarme, solo un poquito. Todavía están discutiendo. Uy, estoy cansada, yo también quiero dormir. Ni cuenta se han dado de que no estoy acostada. No me vuelvas a preguntar por qué discuten. Qué sé yo. ¿A ti te parece bien que discutan tanto? Ayer mamá decía que abuela nunca aprobó este viaje, que eso la mató. No entiendo: a ella la mató una pulmonía. Fue en la Navidad pasada, tú no te acuerdas pues no habías llegado. Se puso malita y aunque me dijeron que había vuelto a la casa de antes, yo supe, porque se lo oí a tía Margarita, que abuela había muerto. Que la pulmonía y el frío, o el frío primero y la pulmonía después. Ya hace un año, pues ya es Navidad de nuevo. Tú llegaste un poco después. Dicen que te trajeron los Reyes, pero yo sé que es mentira: te mandó abuela, y te puse Carolina porque así se llamaba ella. Sé que te gusta esa historia, y por eso te la cuento de nuevo: para que nunca se te olvide tu nombre. Como el mío. A ver, ¿te acuerdas del mío? Julieta, como una amiga de mamá que murió muy jovencita. No seas boba: toda la gente no se muere. Además, a uno le ponen el nombre de los muertos para que ellos, los muertos, lo cuiden, y para que sigan viviendo en uno. Por eso tú te pareces a abuela, eres dulce y linda como ella. Y yo, dice mamá, me parezco a aquella Julieta amiga suya, de pelo y ojitos negros. No me voy a volver a asomar, porque, total, sé que están discutiendo, que siguen en eso de que si debimos venir, si no debimos venir. El otro día amenazaron con divorciarse. Eso quiere decir que no van a seguir viviendo juntos. Pero no sé, no estoy segura, porque en realidad lo que mamá quiere es que sigamos juntos pero no aquí, sino en la casa vieja, en el pueblo de antes. Allí todo es más feo, Carolina, y papá ganaba una miseria, pero bueno, estaban tía Aidita, y Cacha, la señora de los dulces, y Amadita, la modista. Y mamá cobraba su dinerito en la casa de Amalia. Papá dice que eso no era vida, que aquí podemos mejorar, que pronto él va a ganar mucho dinero, y vamos a ser felices. Y mamá le responde: «el dinero no hace la felicidad». Me lo sé de memoria, porque siempre los dos dicen lo mismo. Y mamá quiere que me vaya con ella, y papá empieza con que eso es un crimen, que aquí hay más oportunidades. Ay, no me preguntes, Caro, que no sé qué quiere decir eso de las oportunidades. Y sí, te digo Caro, que sé que no te gusta, por esas preguntas tontas. ¿O quieres que te diga Ca-ro-lain? Eh, dime. A mí casi nadie me dice Julieta, sino Yiulieta. Suena lindo, ¿verdad? Pero si nos vamos, si volvemos allá, voy a volver a ser Julieta, y si me quedó aquí, seré Yiulieta, y tú, Carolain. A mamá ya no le dicen María: ahora es Mery. Yo al principio no entendía pero papá me lo explicó: aunque suenan distinto, son los mismos nombres. Dicen que todo lo hacen por mí: mamá quiere volver para que yo crezca con los míos, eso quiere decir, con las tías y los primos, y en mi antigua escuela. Y papá quiere que nos quedemos para que yo tenga más oportunidades. Tengo que preguntarle qué quiere decir eso. Menos mal que estás tú, mi Carolina linda, mi Carolinda. Así le decía a abuela. Aunque ya estaba muy malita, abuela me regaló en la Navidad pasada un vestidito blanco para mi primera comunión. Te imaginas, Caro. Y sé que este año me mandará algo, yo lo sé. No importa que esté muerta y que en el Cielo no haya tiendas. A lo mejor un pañuelito hecho con las alitas de un ángel. O un angelito de la guarda. Nunca te voy a dejar de querer, bobita, mi Carolinda, así me mande al ángel más bello y más rubio, pues uno puede querer a varias personas a la vez. Papá quiere a mamá, y me quiere a mí. Y mamá lo mismo, y sigue queriendo a abuela, y le pide en sus oraciones. Le pide a Jesús, a su virgencita querida y a su mamá: que interceda, lo que quiere decir que ayude a que la Virgen y el Niño Jesús la escuchen y la complazcan, y papá siempre tenga trabajo y todos estemos buenos, que lo demás viene solo, o se busca, y si no viene, pues, nada, que hay que conformarse con lo que Dios nos da. Y que nos llegue no sé qué papel pronto. Papá se pone bravo cuando la oye, y deja el cuarto, y dice que no comprende como puede ser así, tan… Y dice una palabra que yo no entiendo: pasiva. Mamá y papá siguen discutiendo. No te asustes, que no pasa nada. Ven, acuéstate junto a mí. Vamos a jugar a imaginar cosas. Los regalos, por ejemplo, yo vi algunos, vi uno envuelto en papel rosado que juro es el de abuela: el pañuelito con alitas de ángel. Yo sé que es eso, o un angelito de la guarda. No te duermas, mi Carolinda, acompáñame, vamos a rezar. Tú sabes, yo sé que tú sabes, que si te llamas como abuela tienes que saber rezar, y me has oído tantas veces que ya lo debes saber de memoria. Vamos a pedirle al Niño Jesús: él es bueno, y ya casi es Navidad. Él es bueno, y mamá y papá también tendrán un regalo para ti, seguro una batica blanca, como el vestido para mi primera comunión. No te duermas, mi Carolinda, vamos a esperar. Ellos vienen pronto a desearnos las buenas noches y sueños felices, junticos los dos; pero tenemos que estar despiertas y tenemos que rezar, para que mamá esté contenta, y abuela también, y para que papá al menos sonría. Para que el Niño Jesús también esté contento y nos ayude.

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ver en el blog
Asunto de fe (por María Antonia Borroto)
Un pesito (por María Antonia Borroto)

Sunday, July 30, 2017

Asunto de fe (por María Antonia Borroto)

Notal del blog: Agradezco a María Antonia Borroto  que comparta los domingos, con los lectores de Gaspar, El Lugareño, una selección de los textos que forman parte de su libro El escritor y la bibliotecaria (Editorial Acana, Camagüey 2015).


—Tú tienes tus creencias, pero no puedes hacer proselitismo: no en este periódico.

Su cara debió lucir entre azorada y colérica. Por la rapidez de sus palabras debió ser más lo segundo que lo primero. Con agilidad gatuna ensayó una explicación casi doctoral. Evocó a historiadores y a la sabiduría de la gente común, pero de nada le valió. No en este perió dico. La virgen mestiza, mambisa, un culto que ya no es el traído de España, una de las primeras muestras de independencia en el plano de las ideas, la fe popular, la imagen doméstica, la virgen incluso doméstica... No en este periódico.

Salió de la oficina tan rápido como su pensamiento. Una vuelta a la manzana y un café, necesitaba aire, pues sentía que se ahogaba. Recordó todas las malas palabras y las dijo para sí. Cuando niña, con cualquier berrinche a cuestas, iba justo al lado de un escaparate y bajito, bien bajito, decía las palabras prohibidas: concho, coño y carajo, las únicas que sabía. Pero crecer tiene sus ventajas: son más las malas palabras aprendidas. Y como ha crecido con este vicio, o virtud, según se mire, —decirlas bajito, pero decirlas—, ensayó una letanía mientras recorría por segunda vez la manzana. Todo con tal de escapar del llanto y de la rabia antes de volver a la Redacción y terminar el texto de la próxima semana: que en el periodismo se ha de ser infiel en la alegría por el éxito y se han de enterrar pronto las frustraciones.

—Solo a ti se te ocurre algo así.
—¿Pero qué tiene de malo?

El gesto, agresivo, casi como si reaccionara a una ofensa personal, la aturdió más que la reprimenda en la Dirección.

—¿Qué tiene de malo? —insistió.
—Tú sabes. Te encanta señalarte.
—No es eso. Es que la obra va a ser estrenada el 8 de septiembre. Yo solo dije que ese es un día importante para la cultura cubana. Es la verdad, es el día...
—Y creíste que nadie se iba a dar cuenta.
—No, chico —lo dijo con ímpetu, le molestaba te ner que justificarse—. Lo dije con plena conciencia, sin creer que fuera a levantar tanta hojarasca. Fíjate que lo publicaron así, sin cambiarle ni una coma.
—Peor.
—No, mejor. Al menos el regaño fue al revés. Si me van a bajar el blumercito y darme unas nalgaditas, pues que sea con el trabajo ya publicado. De todas formas, me anotó en una libreta. Creo que una especie de constancia de que tal día a tal hora, bla, bla, bla.
—Y todavía tienes ánimo para chistes.

Suspiró. Pasada la ira, se sintió cansada, tan cansada que apenas imaginaba cómo sentarse de nuevo a escri bir. Miraría el techo, esperando que una voz le dictara... Se sonrió: en este periódico no hay voces del más allá, o la idea del más allá no es la usual, es un más allá más acá, que sí dicta cosas.

—¿De qué te ríes?
—De algo que se me ocurrió, bueno para una crónica.
—Te mandas y te zumbas.
—No en este periódico, corazón. No en este periódico.
—Al menos habrás aclarado lo de las creencias religiosas.
—No me dio tiempo. Además, ¿qué le hubiera podido decir?
—¿Tú no tienes que terminar el comentario para la página dos?
—Sí, pero antes voy a tomar café.
—¿No fuiste ahora mismo? Vas a terminar con gastritis, o peor, con una úlcera.
—No me importa. Alguna que otra vez hay que com placer al cuerpo.
—Ve y refresca; no hay quién te aguante.

Pero no fue a comprar café. Se dirigió a la florería y aunque buscó rosas bien amarillas, el ramo que encontró tenía muchos matices. Entró por la puerta principal de la Iglesia, solitaria y casi en penumbras a esa hora. Al depositar sus flores, miró con aplomo a la Virgen. Solo entonces lloró.

Sunday, July 23, 2017

Un pesito (por María Antonia Borroto)

Notal del blog: Agradezco a María Antonia Borroto  que comparta, con los lectores de Gaspar, El Lugareño, una selección de los textos que forman parte de su libro El escritor y la bibliotecaria (Editorial Acana, Camagüey 2015). Los cuentos seleccionados para publicar en el blog, se podrán leer los domingos.


Un pesito


Los chiquillos apenas oyen otras voces ajenas a las suyas: solo él distingue al padre que, como siempre, lo llama en lo mejor del juego.

El niño recoge trompo y pita, y hecho un bólido entra en la casa. Descalzo, suciote y con un short deshilachado, extiende la mano.

—Un pesito al cinco, anoche soñé con unas monjas, y quién sabe.

Pasa veloz por donde juegan sus amigos. Apenas los mira: no puede detenerse ni dejar caer el peso: moneda amarilla que tal vez se transforme en otras setenta monedas amarillas. El niño casi nunca elige el número: si de él dependiera pediría mariposa o marinero. Aunque también la niña linda, tan inquietante. Cómo hay mujeres; están la monja, la viuda, la mujer santa y la mala... Todo está lleno de hembras, a diferencia de su casa, con solo dos hombres, él y su papá.

Se cruza con un gato: a lo mejor cambie la monja por el gato. Huidizo el minino, como la suerte: si le pone el peso al gato y sale el cinco, el padre lo mata; si no lo hace y sale el cuatro, el remordimiento. Si tuviera otro peso... Pero hoy solo tiene uno, y no puede dividirse: o la monja o el gato. Tiene que decidirlo rápido, antes de llegar a casa de la China.

La China es buena gente. Vive sola y es muy discreta, no solo apunta, también soba el empacho, por las piernas, por donde duele tanto pero cura más. El niño lo sabe bien: cada vez que come plátanos verdes fritos tiene que ir corriendo donde la China. Hasta le ha puesto su pesito a los plátanos, pero nada, solo sirven para enfermarlo. Pero cuando va como ahora, tranquilo, pues salvo la duda nada le duele, la China repite lo mismo: «Ay, muchacho, no sé cómo te atreves. Que tu papá no se entere: fíjate que él es militante del Partido, y le pueden hacer mucho daño si saben que en su casa alguien juega». El niño la mira en silencio. Solo quiere salir rápido de allí, dejar el peso, volver con sus amigos y con el trompo que, como la suerte, gira sin parar.



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Palabras en la contraportada del libro por  José Emilio Hernández: María Antonia Borroto en este libro nos conduce a autoindagaciones profundas sobre tópicos de la espiritualidad humana; allí donde la nimiedad de lo cotidiano parece intrascendente nos revela la grandeza del diario bregar, allí donde posiciones extremas parecen castrar el decoro, todavía hay posibilidad de tomarse un café en compañía, llorar ante la imagen de la Virgen o encaminarse hacia nuevos horizontes. Una apasionada vibración, íntima, acogedora, abierta al diálogo y a la reflexión, posibilita establecer la comunicación con el lector. La sorprendente riqueza temática abarca la eroticidad, que no debe ni puede estar divorciada de la ternura, el eterno tópico del tempo fugit, las diferencias generacionales, la soledad, la vanidad de vanidades, la doble moral, los efectos empobrecedores del extremismo o las posiciones patriarcales y machistas.

A través de sus cuentos, la autora dialoga con la cultura. Las citas intertextuales, la hibridación de diferentes códigos: literarios, científicos, periodísticos, así como el gran dinamismo de los puntos de vista narrativos enriquecen esta nueva entrega. Escrito con elegancia, sencillez y una excelente fluidez narrativa, cada texto es una travesía hacia lo hondo del existir humano. María Antonia Borroto nos alerta que la carencia o el olvido son erosiones que aniquilan inexcusablemente al ser humano; porque, fiel a una de las citas de sus cuentos, aquella de que cada persona es un arcano que debe ser descubierto… y respetado, sabe que si estas verdades se pierden, lo hemos perdido todo.
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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