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Monday, August 26, 2019

Sahíly Aguilera, sin más orlas o colgaduras que el sentimiento (por Manuel Vázquez Portal)


Hay un tipo de verso que brota solo. Incontenible. Sin puja. Como una carcajada o una lágrima. Sin báculo. Sin ayuda. No se sabe de dónde mana, ni para qué. Pero salta y se instala en su justo estadio. Refinado, elegante, musical. Como dictado por Dios. Un verso ya compuesto. Cadencioso y expresivo. Sobre todo dotado de la sencillez con que se edifica la grandeza. Lleno de frescura y sugerencias. Más hijo de la emoción que de la razón. Y es esa clase de verso la que parece perdurar.

Un verso siempre más inteligente que el poeta. Hecho “de esa otra lluvia que en mis ojos lloras”. Un verso que se burla de academias y egos. “Deja el silencio una impresión de altura”: José Martí. “Vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva” César Vallejo, “¡Tanto penar para morirse uno!”: Miguel Hernández. “Yo me iré y quedarán los pájaros cantando”: Juan Ramón Jiménez. “Que no hagan callos las cosas en el alma ni en el cuerpo: León Felipe. Por citar algunos ejemplos. Estos de poetas renombrados.

Y estos que siguen, de un guajiro de las lomas de Tamarindo, allá por la parte montañosa del antiguo Camagüey. Un hombre con apenas tercer grado de escolaridad: “Y como era mi destino/ andar descalzo y a pie/ algunas veces pensé/ echarme al hombro el camino”. Se llamaba Pablo Díaz. Y no perseguía a la poesía. Ella se le ofrecía virginal y en cueros.

Mientras labraba la tierra, una décima lo obligaba a abandonar el azadón y tenía que anotarla, presuroso, con su caligrafía de niño travieso que no atendió a la maestra, para que no se perdiera y fuera, por desgracia, a caer en manos de un versificador de oficio. Contaba que cuando él agenciaba la poesía sin el llamado de ella, le salía pálida y ripiosa como la hoja de tabaco carcomida por los insectos, y que, por tanto, solo escribía cuando ella, incitadora e inaplazable, lo invitaba al desafío.

Sahíly Aguilera padece de ese mismo bien. La poesía es su compinche de cúpulas y cópulas. Se le brinda desnuda. Y desnudas ambas danzan sin traicionarse. Un baile de gemelas que se aman y respetan. Se hurtan, quiebran, giran, y se confunden, y se intercambian, y no se sabe cuál es la una y cuál la otra. Juntas ofrecen el alma. Verso sencillo y hondo. Verso de manantial de montes altos. Fresco y arrullador. Promesa saciadora de la sed para la escalada que anuncia. “Tanto alumbra la llama donde muero”.

Verso como el de Pablo Díaz. Sin más orlas o colgaduras que el sentimiento puro. Sahíly va al latigazo de la emoción, a la altura de lo esencial inexplicable. Al latido imperioso de sus ardores y desasosiegos. A lo intraducible más que en esa forma en que nace, y en la que cualquier interpretación corre el riesgo de errar. Cada inspiración trae su lenguaje y su estructura. Trae su forma y sus decires. No hay que moldearla, encerrarla, recomponerla. Hay, eso sí, que perfilarla una vez atrapada para que no vaya desaliñada por el mundo. Pero siempre, en el poeta genuino, la inspiración es lo primero. Nada sin el soplo universal que llega, como la sinestesia más atrevida, a su visión antes que a sus oídos. Es la visitación de lo inextricable. Flores del cielo. La armonía de la música cósmica.

La poesía de Sahíly Aguilera es un estremecimiento constante. Parece no poder vivir sin vibrar, como la cuerda de un laúd en manos de un virtuoso, como una virgen nerviosa acariciada por un sátiro experto. Se derrama sin contenes, sin márgenes. Es un alud de hermosura deslizándose versos abajo. Transita de una forma a otra sin que su tono varíe, desafine o yerre. Las fórmulas antiguas le vienen a su voz a borbotones, como el agua a la fuente. Transita del soneto a la décima o al romance con fluidez y soltura, sin que el metro o la rima sean un escollo, sin que el acento estropee el ritmo, a veces, más sistólico que anapéstico; a veces, más orgásmico que trocaico. Para muestra este soneto:
La gota 
Al borde el alero, tributaria
del súbito aletear de las palomas.
A merced del bochorno y los axiomas
su contrariada vocación gregaria. 
Estrena nido al filo de la nada
cual retazo de lluvia que se inmola.
Minúsculo derrame que acrisola
el ansia de esta piel enamorada. 
Quédate en el silencio, detenida
desafiando el azar de las demoras.
Retrásame el pavor a la crecida

de esa otra lluvia que en mis ojos lloras
para no descubrir en la caída
que a pesar de mis ansias, te evaporas.
Un poema que más allá de la contemplación, hedónica, diríase, hace evidente la irremediable brevedad de cuanto nos rodea, nuestra impotencia para transformarlo, y la pequeñez que somos en el vasto universo. No se queda el verso en la simple descripción sino que punza allí donde el ser humano comprende que a pesar de las ansias, los afanes, las conquistas, todo se evapora, fluye, transcurre, escapa, deja de ser, para ser solo en la última visión y en la memoria porque: Todo pasa y todo queda.

Sahíly Aguilera comprendió temprano la volatilidad de toda existencia y posesiones. Sabe el exacto valor del instante. No malgasta la fluidez en manquedades. Bracea en lo proceloso y sonríe. Va sin miedos. Nada espera. Vive, ama y escribe. Si alguna nostalgia la acicatea y le provoca unos versos, los escribe sin otra pretensión que escribirlo. La posteridad para ella es el ahora mismo.
Me duele la madrugada
cuando lejos de mi tierra
el recuerdo desentierra
hambres de tierra mojada.
Merodea en la alborada
de la nostalgia el aroma
que al horizonte se asoma
entre sollozo y gemido
y el alma, con tanto ruido,
parece que se desploma.
Su tema principal es el amor carnal. Se pasa la vida enamorada y por eso se pasa la vida cantando. Da la impresión de ser feliz siempre. Ha fabricado, como carta credencial, o, quizás, como escudo, una sonrisa permanente con la que va por el mundo agradando, conquistando simpatías. Pero hay que caminarle el alma para saber que detrás de la seductora sonrisa se agazapa un universo de misterios y turbulencias, quejumbres y desamparos, soledades y asombros, muy propio de los espíritus independientes, creadores y rebeldes.

Cualquiera pensaría que desprecia sus poemas, que no los valora, que una vez escritos ya han cumplido su misión. Sin embargo, los mima y atesora. Los bruñe hasta donde puede, y los somete al juicio de aquellos amigos en que confía. Quizás su timidez le impide hacer galas de ellos u ostentarlos como preseas de su talento. O quizás sean “cosas que solo saben mujeres y poetas”.

Ella es de las poetisas que se preocupan más por escribir que por publicar. Aún, a pesar, de cientos de poemas conseguidos, y muy bien conseguidos, diría yo, no ha publicado el primer libro. Hecho que muchos le reprochamos. Pero ella, con su clásica sonrisa entre pueril y coqueta, promete que lo publicará, y, típico en ella, “mata dos pájaros de un tiro”: evita el tema, que, tal vez, le resulte tedioso a su espíritu dado a las fugacidades, y, vertiginosa, vuelve a la vida sin tomárselo muy en serio.

El rasgo prevaleciente en la poética de Sahíly Aguilera es la musicalidad. Su verso da la impresión de haber sido escrito para cantar, como era la poesía en sus orígenes. Lo cual provee a su obra de cierto aliento antiguo como si se tratara de un poeta de otra época. Mas, resulta que la belleza es eternidad, y lo eterno no tiene tiempo establecido. Bien lo sabía Francisco de Quevedo: Triunfará del olvido tu hermosura. Un friso de Fidias aún estremece por su belleza.

Para constatarlo, como siempre, aquí les dejo algunos poemas de Sahíly Aguilera que les explicarán mejor que yo sus esencias y sus virtudes.


Alba

Bendito canto emplumado
conque me saluda el día,
bendita su algarabía
alborozando el tejado
y el viejo sol, renovado,
que al horizonte se asoma
apurando la maroma
del rocío en cada brote
y el aire que, al papalote,
lo confunde con paloma.


Mulata

Soy el calor de la rumba,
y del danzón la elegancia;
del son sandunga, fragancia,
soy el batá que retumba.

Solar y clave si zumba
en el aire un guaguancó.

Llevo en mi sangre mendó
de caña, tabaco y güira.
Soy cubana. Soy guajira.
Soy guitarra. Soy Bongó.


Antiplegaria

Yo te escuchaba hablar de eterno amor,
de los milagros que la fe arrimaba
y de cuánto mi arcilla resemblaba
tu divino poder de creador.

Por abrir en mi alma el surtidor
que en tu nombre el temor amordazaba
hoy te culpo de todo cuanto ansiaba
y no tengo. ¡Perdóname, Señor!

Ya no abrazo más fe que los latidos
de ese fuego que mata y resucita.

Tanto alumbra la llama donde muero,
ebria de viscerales sinsentidos,
que no acalla tu voz esto que grita.

Ya no intentes salvarme. Ya no quiero.


Los geranios

Sentada ante esta tumba
veo crecer los geranios.

Cada corola que el aliento despeina
trae ese olor casto
de lluvia recién hecha
conque estrangulo el último suspiro,
por si revolotearan los recuerdos.

Hay muerto con los que aprendemos a vivir
y otros, que, asesinaríamos gustosos.


¡Ay, muertos!

Los geranios son seres frágiles
la mas leve ignorancia los marchita.

Los geranios insistieron tercos
y tejieron su aroma
para colorearte el rostro,
pero mueres
amén
del arcoíris.


Mara y el mar

Mara soñaba con el mar.
Azul
Inmenso.

Ella,
que había nacido
de las aguas de un río,
soñaba,
ávida de salitre,
el bramido infinito
del toro de las olas.

Saturada de limos y nenúfares
fabulaba
desde el susurro de las caracolas
oceánicos parajes donde abandonarse a las gaviotas.
Pero sus manos no tejieron algas
sino grava y masío.

Sus alas
las fueron lastrando los relojes.
Su frente
la surcaron los tantos aguaceros
y el miedo
fue un anclaje en medio de los charcos
por no arriesgar
tormentas y naufragios.

De madrugada,
luego de los quehaceres
los grillos
los cigarros
desandaba sus huella en la orilla
esparciendo su pena
lodo adentro.



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Sahíly Aguilera, Santa Clara, 1972. Estudió Licenciatura en Educación musical en el instituto superior Félix Varela, en Santa Clara. Vive en Estado Unidos desde 1995.

Monday, August 19, 2019

María del Carmen Ares Marrero, de la estirpe que cruza la ordalía (por Manuel Vázquez Portal)


María del Carmen Ares Marrero vive en la lengua de Goethe, aunque su lengua materna es la de la Ma Teodora. Frente a ella Fausto se deja engatusar por Mefistófeles. Ve miles de almas compradas y vendidas. Día a día, Berlín le entra por los ojos. Le muestra que es ario y multicultural a la vez. Es su paisaje y su recinto, aunque, sus muertos no yacen aquí.

Soledad a soledad, Cuba le entra por el corazón. La morriña, animal sibilino, algunas veces, le entona nanas de su infancia, o le trae de vuelta un besos adolescente que dejó escondido entre los almácigos del Bosque de La Habana. Es su ensoñación y su calvario. Anda con un alma dividida, como si le hubieran prestado una casa para pernoctar, y le hubieran robado la casa de soñar, desconsuelo, /de la niña /que fui,/de la que aún llevo/desesperada, triste/en su cobija de lágrimas.

Ella ha devenido niebla europea y luz del Caribe, “todo mezclado”. Aparente sosiego exterior y real fuego interno. Fríos norteños y sudores del trópico. Mixtura de ensoñaciones y nostalgias. Pero, desgarradoramente, amor en cada latitud.

Cuando se espanta de todo el enajenante ajetreo cotidiano, de las normas, las regulaciones, el encarrilamiento, después de “ganado el pan” se refugia en la poesía, sin márgenes ni bridas, y la escribe en la lengua de Martí. Encumbrada, restallante, dolorosa. Profundamente hispana y habanera. Profundamente Ares.

Acuariana, como el Apóstol, es una heroína romántica. Sufre pero batalla. Padece pero no se rinde. Se despedaza pero se reconstruye. “Trémula y sola padece/ los anocheceres” pero no permite que la congoja la acogote, sale a encontrarse con la belleza, la encuentra, y la disfruta, y la comparte. Porque la belleza sana, y ella lo sabe. Aunque no hayamos podido quitar “el banderón de la acera”
Me desnudé
por no ahogarme en secretos
para despojarme de encorvamientos
hechos de materia imperfecta,
de sueños
de luctuosa niñez
me desnudé para no mentir,
para reclamar mi derecho
a destruir cánones impuestos
obsoleta raíz
Es una poetisa aflictiva, lacerante. Parece sangrar cuando escribe. Le va la vida en ello. No pinta con colores cómodos. Hay ardor, centelleo en cada trazo. Pero su dolor no es quejoso, sino embellecedor, deslumbrante, aleccionador. Quizás por eso no es una escribiente de poses todo el tiempo. Quien es escribidor las 24 horas no tiene tiempo para vivir, y, entonces, ¿de qué coño escribe?

El poeta genuino vive, y de esa vida es que le nace la poesía. El reto está en marchar; la belleza, en el reflejo honesto de esa marcha. Y María del Carmen Ares Marrero es de la estirpe que cruza la ordalía, no de aquella que la imagina, o la inventa, para simular desgarrones. Ella deja el pellejo y los tuétanos en las lanzas, los garfios, las espadas. Ella cae en el fango, en el estercolero, y, sin infectarse con la estulticia, se levanta y continúa. Ella sube lo escarpado, lo inhóspito, lo abrupto; se despeña y recomienza. Aspira y consigue lo elevado.

Luego, luego se prepara para la próxima arremetida de los azares y las trampas, y, si el tiempo alcanza, atrapa en versos “el cesto de llamas” que es la memoria. No va por la vida con una pancarta en la que diga: “admiradme, soy poeta”. Va por los amaneceres y los crepúsculos gozándolos, sufriéndolos, pero nunca evadiéndolos con versillos intoxicados de lentejuelas. Ella pare las emociones con la misma mezcla de dulzura y dolor con que parió, y educó soltera, a sus dos hijos. Es auténtica como una caricia o como una lágrima que el universo cuenta para que mane la hermosura.
Cuba es un espectro con traje de rey bueno
que cuenta historias de azares y Epos,
avezado carcelero que custodia barrotes
donde la herida florece para adornar el intento
de una mariposa de nieve que sobrevuela el vértigo
luego me posee tanto como el viento. 
Me vuelvo experta en el Arte de morir
Su poesía no se viste con la pacotilla de moda; se engalana con el bullir tropeloso de su espíritu rebelde. Lo exterior es válido en tanto que se torna sentimiento de regocijo o de rabia o de esperanza. No va cotejando versos lustrosos ni cazando metáforas deslumbrantes. Es tierna y ríspida a un tiempo, beso y cachetada, pero siempre honesta, sobre todo, consigo misma. Demasiado engaño en el mundo para engañar a otros o a sí. Ese es el pilar fundamental de su poética.

Sinceridad en el vivir y sinceridad en el escribir. Su verso es dramático. Como el teatro que ama. Porque sobre todas las cosas Ares Marrero es una actriz y una teatróloga. El pan lo gana actuando (en el doble significado del término), dirigiendo teatro y cine, impartiendo lecciones y talleres, enfrentando una realidad, a veces, agobiante.

Pertenece a esa generación que tiene en la mirada una sensación de descalabro y liberación al unísono. Sensación como de desencanto infantil dejada por la explosión del globo utópico y la supuesta caída de los muros. Soñó y despertó. Queda la resaca. Y eso la hace saber que no hay sistema político-social que resuelva la catástrofe interior del ser humano. Que la vastedad del universo y la nimiedad que somos, cargados de preguntas sin respuesta, sigue siendo el mar donde, como náufragos, continuamos braceando. No hay certidumbres ni caminos. En cada elección solo ganamos una renuncia. Porque la felicidad consiste precisamente en creernos caminantes con un destino, una última estación a la que hemos de llegar con el alma en carne viva.

Su libro (inédito aún) Berlinario es la bitácora de su viaje. En él deja testimonio de sus apegos y sus sustos, de sus exultaciones y sus pérdidas, sus culpas y sus exorcismos. No fue a sitios exóticos a montear historias ni personajes. Cuenta la de ella, que es, en fin, la de todos, porque aquello que más uno nos hace es ser todos, sin querer y sin poder evitarlo.

Y como siempre, aquí, los poemas de Ares Marrero.


Cuba
(Del libro Berlinario)


Cuba se me aparece sólo en sueños.

Lejana, intangible,
en la cómoda del cuarto,
en el espejo
oleaje de melena larga
desconsuelo,
de la niña que fui,
de la que aún llevo
desesperada, triste
en su cobija de lágrimas.

Aullido feroz de realidad el sueño!

Cuba entra en mis recintos
sólo cuando duermo
me abrasa, me esclaviza,
me aparta de mí, de cualquier dueño
Cuba se aposenta en mi garganta
y sólo expiran ruegos
entre amargos sonidos de lenguas de hielo

Hay días que despierto
ahogada en la llaga abierta de costado a costado
que nunca cierra, que arde en el cuerpo
donde el olvido se tiñe de diminutos férreos
reflectores que se ensanchan
y todo vuelve al comienzo

Cuba se apodera de mí, de todo cuanto tengo
que no es nada; NADA sólo memoria sin huesos...

A veces quisiera volver,
desenterrar cimientos,
repasar historias de amantes sin techo
pero sigo colgada de esta parálisis
columna rota de aspiraciones y tedio

Ay! si algún día pudiera destilar el veneno
de aquella isla inundada de mar
de mis adentros
sitiada de nudos que golpean
el resplandor de paz que intento.

Ay! Si algún día dejara de embestir
la dentellada del Adiós en cada hoy,
en cada verso

Cuba es un espectro con traje de rey bueno
que cuenta historias de azares y Epos,
avezado carcelero que custodia barrotes
donde la herida florece para adornar el intento
de una mariposa de nieve que sobrevuela el vértigo
luego me posee tanto como el viento.

Me vuelvo experta en el Arte de morir
cruento ijar despiadado es el tiempo...
adorna el pelo blanco enlazado al deseo
de levitar en libertad
plata sin más Dios que la sed de cicatrizar
monólogo del aprender a AMAR
Cuba es mi templo.


En la burbuja

Enferma sin poder
ver sin percibir
tendía a confundir
el ritual del látigo
con el fluir
la dependencia emocional
con el sentir
el fino y acompasado acto de destruir
con el de amar…
creía poder interpretar
acciones enérgicas del alma
cuando solo era obligar al prójimo a venerar
mi arte truculento de fingir
saludar mi estandarte de sufrir
sello enrevesado
hasta que pude romper la burbuja.
Reconstruir lo que estaba destrozado.


Mi purga
(poema viejo a mi padre)

El verano languidece con su avidez casi humana
con él, el fuego de una vieja llama
el verano quiere barrer mis vicios, que se afanan
verano, arráncame los ojos
vuélveme beduino enloquecido en este desierto de alhajas
por qué no me dejaste morir
ninguna vez en mis intentos
Por qué vuelvo a perseguir este Fata Morgana!

Destierra la sólida ausencia, pugna de nombre sin presencia
la tarde me lanza otra vez a los laberintos de mi insensatez
en un rincón de una fotografía quedó sentada mi niñez
rumiando el eco del gancho del patio,
Calabazar de La Habana Saavedra sin su Sancho.
Llévate verano de una vez al héroe de mis tristes llamadas!
quiero olvidar al pueblo hundido en un sartén,
el pedazo de su pan con salsa.

No quiero pisar mis viejos pasos
quiero vaciarme de todos los ocasos
AMAR, si no a Dios, al menos a mí en la desmesura
sellar el antes, el después, sobre mi cuna, sin lazos
la muerte de mi niñez porque me faltó tu abrazo
Quería recibir una bufanda en cada cumpleaños
ser el nido del conejo que pintaste en la pared

Soy un cuerpo de losa, que te lloró en mil nombres
he cargado en las entrañas el dolor del Orbe
tu mitología venció mi bola de cristal,
tuve que llamar padre a otro hombre,
mis sábanas ajadas se volvieron de metal
niña mansa inerte, que se puso a orar
bajo una ducha pálida y de un tirón apuró mil cápsulas
guardadas en un botiquín buscando el cielo,
la nada, tu amor, con antenas destrozadas
décadas guardados en un cajón a la orilla de tu aldaba.

Hoy te reencuentro y me dices que nunca me quisiste.
El puño de la aldaba golpea otra vez sobre mi suelo
impalpable de tanta polución del deseo
el aquí y el allá de mi no infancia ha quedado lejos
el esto y el aquello irreparable en los telares del lenguaje
Tedeca la fábrica la historia de mi abuela
Saavedra y Cervantes, uñas y colmillos
en el pozo solitario del destierro, sin anillos
rodeada de sonámbulos espejos
tus razones han cobrado la forma de un cuchillo
ya no hay conejo
vacío el escaparate hirsuto de odios a tu nombre
de objetos
sentado en el trono de mi propio nombre
en el subsuelo de la tradición crece la rabia
nueva vegetación, el hongo sin fin en el zócalo impune,
plagado de respuestas inexistentes.
Pronto pondré punto final a este desastre!



Evanescencia (I)

Entre la vergüenza y el deseo
cayeron todos los velos
en un acto desmesurado
por desnudarme ante Dios
intento supremo por purgar mis miedos

Entre el placer y el dolor
burlé las muecas apostadas
dentro del espejo
contemplé a Budha extendido
rojo cangrejo
sentí el dolor antiguo…
eterno
del epitafio en cada puerta
idea fija de perforar los cuentos

Me desnudé
por no ahogarme en un torrente de secretos
para despojarme de reminiscencias encorvadas
hechas de la materia imperfecta de mi niñez…

para no mentir,
para reclamar mi derecho
para destruir mi propio ardid
mis cánones obsoletos
para desgarrarme y perdonarme a mí
a los autores perecederos…
para despedir al búho país
desconocido redomado macilento
para no sembrar más árboles en el desierto
para despedir el daño que infligí
al más sagrado de los templos

He vuelto para desgarrar mis velos
decir a ese culto viejo, adiós!
a la plegaria Soledad
a entender y perdonarme
devolver el latido
al estanque de mis versos
al ojo de confinar a la bestia enrevesada
que taladra mis piernas,
mi cerebro
dejar el castillo perpetuo
de la inconsciencia, la autocompasión
donde el rumbo se torció
salir del laberinto, de sus ecos
del placer de beber la sangre
de mis sesos
He vuelto

Paseo por dentro de mí misma
entro y salgo
con la humildad de la mariposa
con su serpenteo
entre colores, claridades
y escarceo
sostengo el hilo que me ata
a un único minuto
el de practicar el amor
que olvidé tantas veces
que no supo sembrar el jardinero

Me declaro capaz de bailar
sobre la cuerda floja de mis sentimientos
con los ojos vendados,
caerme y regresar al centro de la Tierra
que es como volver al centro de mi misma
volar en las alfombras de Eros
sin timonel y sin presagios
tomar las riendas
de todos mis corceles desbocados…
escalar los Pirineos de la desdicha
remontar otra vez el vuelo

Me declaro, en fin,
capaz de dar y recibir
aquello que tengo
Estoy aprendiendo
a creer en mis dedos...

Entre el hacer y el no hacer
dime espejo mágico,
con qué me quedo?

Berlín soleado… 17 de agosto. 2013


Conversación I
(con un árbol seco en Primavera)

Sale el sol. No es una metáfora…
Berlín invadido, contento
luz primaveral;
frente a la ventana
un árbol seco...

Tal vez reverdece,
cierro las cortinas
miente el sol
Yo también miento.

Mentimos. En plural el verbo.

Miento cuando digo libertad
soy un árbol con raíz al viento
y me creo el adalid de esa única verdad
pena de piedra que arde sin matiz…
heraldo negligente
por los siglos de los siglos
no hay amén que me contente.

Miento como mienten los dioses
con congruencia senil
bienvenida la condena
de verdades y cimientes:
somos similares...
somos diferentes...

Fui expulsada de todos los Paraísos
Virgen María, Virgen del Carmen
bienvenida al Purgatorio latente:
vivir en las fauces abrumadas de la gente.
O al menos, eso creo yo.
Pienso, luego soy vulnerable
a esta espuma gris, irreverente.
al hambre insaciable
a la sed descomunal
de la gente
de las riberas turbias
condenada a llorar,
a no reír
soy igual a los demás.

Añoro el mar
oceánica ansiedad de mendigo
no voy a conjugar el verbo
Todos saben que mentimos!
en plural y en singular
Mienten los árboles como mienten los amigos…

Con su arte infalible miente el reloj
el pinchazo que me desfloró
el vuelo del zorzal
el no saber vivir
ni contigo ni conmigo.

En un instante nació la herida,
compartida con la violencia brutal
de no haber sido bienvenida
se perpetúa en mi lengua natal
y en la yoruba
en todas las lenguas en que conocí la humillación

Vientre morado que se abrió
por la sutura débil, del adiós a Cuba
nueve piedras en el tronco visceral de la cordura
una gala, en alemán podrida dura
el horno de aprendiz
fruto de un alma que supura.

Ya no ofrezco perlas ni palabras
el tormento nacarado del recuerdo
La buena fe de las lágrimas que abarrotan mis ojos
para que pueda sentir el mar
deploro lo difícil en mí...
Será que soy espejo?
melodía triste de ese árbol viejo
asusta al que se acerca
y se marcha luego del convite
sin reserva.

Destierro bendito… nacimiento eterno
coronado por la dádiva
regalo de invierno
el árbol de la ventana miente

Vacío se quedó mi templo
sólo hay un pedestal para el falo de un obrero
golpea en el metal de mis entrañas sin fuego.
Nada se puede hacer contra el ADN

De palabras triunfales están repletos los espejos
ritos corales, la vastedad de la oración
tan descomunal como la violencia
vine a succionar tanta indecencia
a debatir sobre el tallo de la mentira

Que suene entre mis paredes
el fragor de la lápida.
mi soledad de cangrejo,
que arruina la salud y me da vida.
Bienvenido el crítico
como a Susskind
Me hace infalible verle tranquilo y feliz.

BERLIN. Marzo 28, 2017


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María del Carmen Ares Marrero, La Habana, 1962. Es licenciada en Artes Escénicas con especialidad en Teatrología y Dramaturgia. Estudió dirección de Teatro y Cine en Moscú. Vive en Alemania desde 1993. Ha escrito poesía y teatro. Su poemario Berlinario aún permanece inédito. Desde la década de los 80s, poemas suyos han sido publicados en varias revistas culturales.

Monday, August 12, 2019

Ileana Álvarez González, el ser humano en el meridiano exacto (por Manuel Vázquez Portal)


Ileana Álvarez González es una poetisa de las relaciones y los desbordamientos. De buenas relaciones e ilimitados deslindes. No hay en ella un solo símbolo poético sin contrapartida. Balanceada búsqueda de lo más alto. Singularidad que la define, pluralidad que nos aglutina. La frondosidad de su simbología matiza tropológicamente desde lo nimio hasta lo monumental. No hay fronteras, ni estéticas ni conceptuales, que no traspase en su discurso poético. No hay bridas para sus ensueños. El juego de categorías alegóricas parece crecer sin techo: luz/sombra, aldea/cosmos, libertad/necesidad, carne/ espíritu, virtud/miseria. Donde lo que pudiera parecer paradojal por su relación contrapuesta, es un todo dialéctico: estro y razón jugando a los ardides de la belleza siempre conseguida.

No la isla sino el mundo en peso. Erigido por una poética muy peculiar, pero aderezada con toda una sedimentación lírica de altas vibraciones y llegada del tiempo inmemorial. Alta inspiración y rigor filológico. Imagen grandiosa atrapada con redes de la sapiencia. No hay lugar para simples jugueteos solo ingeniosos. Se va al hueso. No muestra desgarrones, se desgarra. No muestra costurones, se torna cicatrices.

Nadie se adentre en su poesía sin tener en cuenta que es “una copa con alas”. Vino y vuelo. Embriaguez e independencia. Convite y fuga, a la vez. Hechizo que puede diluirse, como la imago misma, si no es atrapada con similar frenesí. Un poco de abluciones honradas no vendría mal antes de leerla. Llegar con el alma pasada por un Jordán interior, nos proporcionaría entenderla mejor. Así de pulcra veo su poética. Así de honestos veo sus versos.

Versos concebidos para almas refinadas, espíritus elevados. El patio de la casa pintado con los matices de universo, nada de parcialidades ni localismos. Joyas y harapos de la mano en el baile de lo trascendente. El ser humano en el meridiano exacto donde lo común lo torna excepcional. Nada exterior lo diferencia. Ontología del universo privado. Desnudez del alma. Ni poses ni pintoresquismo. El todo conseguido desde la unicidad. Partícula múltiple e identidad propia. Se canta a sí misma y nos canta a nosotros porque sabe que Ya se anuncia en el camino otro desamparo, / la memoria tensando los arcos del olvido. Y ella deja sus guijarros nobles para que sepamos que no fue inútil su paso por “la selva oscura”.

Voz seductora y sabia. Nos arroba y nos alecciona. Nos define, y ruega por nosotros. Sabe quiénes somos, se perdona, nos perdona, y aspira a nuestra salvación. Pero ni la oración manida ni la plegaria egoísta la conducen. Es María de todos, sin géneros, razas, sin geografías: el ser humano en toda su orfandad y toda su riqueza.
  Quién limpiará las grises serranías del miedo
  y hará de nuevo el sacrificio
  por nosotros, manzanas de la sombra.
No hay en ella requiebros de “hembrita humillada” ni perretas de “pelanduzca histérica”. Estamos en presencia de una mujer “mucha mujer”. Columna vertebral de la institución más vieja y más valiosa: la familia. Escudo a mis hijos como un tigre. Soy un cielo sobre su cabeza, Su lucha no es simplemente genérica sino humana. Vuelve, con ella, la poesía a ser andrógina. Poesía en sí y para sí. Amor sin distingos, belleza sin órganos. Sabiduría sin linderos. Memoria y profecía. Enaltecimiento o congoja. Exaltación o ruina. Analogía o cuestionamiento. Entrega o partida. O todo vuelto un manto de hermosura. Un nuevo Camelot. Un sitio de ensueños. Un acomodo para las tristezas. Un cauce para la dicha. Un pañuelo para el llanto.
                                                             un viento interior
me convidó a levitar por encima de la mano del hombre.
mas no alcancé a comprender la locura que encierra toda verdad.
…………
                    si todo es despedida y crepúsculo
nada espero pues.
queda, apenas, un último perdón:
este rasgar de mosca
sobre las estrías de mi sombra.
He citado ex profeso dos poemas donde el símbolo sombra juega un papel determinante en la gnoseología poética de Álvarez González: nosotros, manzanas de la sombra y este rasgar de mosca/sobre las estrías de mi sombra.

La sombra para ella no tiene el simple acometido de ser la contrapartida de la luz sino que en su cosmovisión individual se emparenta con el criterio platónico del Mito de la caverna en el que la sombra es un sucedáneo de la realidad y el conocimiento.

Debe recordarse que El mito de la caverna, es una alegoría con que el filósofo metaforiza la realidad que nos rodea, el confinamiento en que nos hallamos, así como el desconocimiento del que somos víctimas.

El mito forma parte del libro siete (VII) de la República de Platón, que fuera escrita aproximadamente en el año 380 A. de C. y cuya relevancia general estriba en la exposición de conceptos y teorías que nos llevan a los interrogantes sobre el origen del conocimiento, el problema de la representación de las cosas y la naturaleza de la propia realidad.

Claro que el andamiaje simbólico de Ileana Álvarez, a lo largo de más de diez poemarios es prolijo pero muy bien seleccionado en función de una poesía altamente parabólica y cargada de sugerencias que van más allá de la polisemia simple.

Escogí sombra entre los muchos símbolos (tren como oportunidad, provincia como encierro, espada como voluntad) con que enhebra su poética, porque me parece el más ilustrativo para su entorno vivencial y los malabares requeridos para escribir, y sobrevivir, en una sociedad cerrada.

En Cuba, y más agudizado en las provincias, del hambre y la desnudez y sus trenes amargos siempre a destiempo, la suspicacia política sobre la intelectualidad es de alta tensión.

Lo simbólico se torna campo minado, y el poeta, cuya arcilla primaria, es el símbolo, siempre danza sobre el filo de la navaja.

No es cierto que en la tierra del ciego, el tuerto sea Rey; todo lo contrario, en la tierra del ciego (y más si es de Ávila) nadie cree al tuerto que puede ver de un ojo, y su vida puede ser un calvario. Ella lo ha padecido en piel y huesos propios, y lo ha sublimizado en versos altamente perfilados. Por lo que también ha pagado un precio. Todo ello como resultado de que, según el propio Platón: el ser humano, inmerso en la caverna, puede llegar a sentirse cómodo en su ignorancia y oponerse, incluso ferozmente, a quien intente explicarle o cambiarle lo que cree su realidad, aunque solo sea sombras. La meta realidad, diríase kafkiana, que impone como realidad el gobierno cubano convierte la alegoría platónica en hecho concreto y a sus nacionales no le queda otro remedio que vivir como sombras que creen y defienden a otras sombras.


Y de esta realidad, o también sombras, es que deja testimonio Ileana Álvarez González en su ya vasta obra poética. Desde Escribir la noche, pasando por Oscura cicatriz, hasta El libro de lo inasible hay una espiral ascendente de su dimensión poética. Pareciera que el arsenal emotivo se agotaría, que el cauce formal se secaría, que la conceptualidad finalizaría, pero, todo lo contrario, es una voz que se potentisa, que se encumbra en cada arremetida lírica. No es la poetisa que encarrila todo el amor adolescente en decantados versos y luego se apaga. Es la rapsoda total que escribe una y otra vez el mismo libro pero con la mirada más honda y el verbo más afilado. Porque esa niña que quisiera ocultarse/ en el laberinto de los espejos sabe sobremanera que no hay caminos ni respuestas y no se resigna a permanecer sin buscarlas.

Pero, si me fuera menester, patentizar lo definitorio de la poética de Ileana Álvarez González, me arriesgaría a asegurar que se trata de la veneración a las tradiciones culturales y humanas, a la tradición espiritual de su pueblo y todos los pueblos, a los pilares que han sostenido per saecula saeculorum los más altos valores de la especie
La espada adolescente de tan antigua
no sabe cómo abandonar el corazón de la roca.
La lucha entre lo nuevo y lo antiguo, entre juventud y vejez, entre pasado y presente la coloca en una postura dicotómica que resuelve con la grandeza salomónica de la sabiduría y ofrece a cada parte la ración de valía que le corresponde, y esto lo logra establecer porque sabe muy bien que:
sobre el sillón en que dormían los abuelos de tu abuelo,
embadurnas los ojos con el fango de los antepasados.
son los espíritus que velan los estigmas de la ausencia
Y para no faltar a mi propia tradición, aquí van los poemas de Ileana, que saben defenderse por sí propios mucho mejor de lo que pudiera hacerlo yo.



Al fondo de la sombra
(Del libro Consagración de las trampas)

Un día más que escupe sobre el rostro.
Estoy sentada en el quicio de la escalera íntima.
Un caracol, una hogaza de nieve,
un pensamiento, la abulia perforando los sentidos.
El laberinto me posee.
Escudo a mis hijos como un tigre.
Soy un cielo sobre su cabeza,
una raíz fija mis ojos en cada gesto,
en cada surco estrellado
que los pequeños pasos dejan sobre mi espina dorsal.
Dejo pasar la nobleza de la luz,
un viento transido de ancestrales paisajes,
apenas la utopía que aún me habita.
En este estar alerta, me deslizo
por el borde de las tribulaciones.
Sutilmente me escurro hasta llegar a tierra.
Ya el roce no es el mismo con mis huesos.
Con el fango limpio,
las uñas hacinadas de levedad.
No quisiera pensar.
¿Morir acaso?
¿Pisotear hasta el agotamiento
las sílabas que ostentan mi dolor?
¿Escupirlas,
limarlas y limarlas
hasta que suelten fuego?
¿Alcanzar el cuchillo
que asfixie la zozobra?

Si al menos sólo pudiera avizorar el peligro
ser ala, espuma bajo los pies del inocente.
Pero el laberinto me posee.

Abro los cantos de Huidobro:
los arados de angustia que labran la carne de Altazor
también se hunden en la estrella que soñé para mi pecho.
Descubro el doble de mí misma,
a carcajadas ahogo el patetismo que sudan mis palabras.
No fue suficiente la distancia que halló el poeta
entre las almas de la postguerra
para ahuyentar su propio tormento,
¿creer, entonces, que pueda romperse el universo a mis pies?

Me dejaré caer, sin temor, sobre las trampas
que consagraron mis enemigos, las visiones
de los muertos a los cuales robé su pizca de resplandor.
Me dejaré caer sin miedo al fondo de la sombra.
Aun así surgirá la duda
al envés de los ojos del alba,
cuando mis hijos logren la serenidad
del primer cielo por refugio.

¿Y a mí quién me vigila?




Signos
(Del libro Escribir la noche)

                                           a Martha Núñez, hermana.


cada noche se torna un aguzado hierro en mi garganta,
densidad de sombras se adueña de mi voz,
del cuerpo abierto como una res, olvidado
en la mordacidad de la provincia.

por los entresijos de mi aliento
he intentado salvar todos los peligros, encrespadas lejanías
donde cenegaré las máscaras
y no logro saborear el matiz que me define.
frente al tedio apisono mis carnes gota a gota,
las moldeo, las arrojo al fuego,
y yo con ellas me arrojo bien serena,
como una vasija acariciada por dios.
es inútil tanto desvarío:
tábanos reaparecen,
se quiebran las colinas
en el polvo huérfano de la costumbre.

lo imposible,
el desierto que abre en la blancura
la ciudad donde la razón es espejismo,
vacuidad y extrañeza de imágenes
aprisionadas en fuentes donde mis nervios
tornados árboles se invertían.
transparencias que me poseen
como a una puta de campo extraviada
en la gran ciudad,
sollozando bajo la apatía de los rascacielos...
ellos y también la espesura del estanque
que hacina el sosiego de los astros,
su opresión en el amanecer,
perfilan mis contornos, los hieren,
trazan con frenesí las arrugas,
los signos que me ocultan ante el otro.
y tanto fervor es apenas un pájaro mudo.

¿la flor del grito
no vuelve, me define?

no puedo decir el arco del puente es la felicidad. soy feliz mientras miro cómo el arrebol del atardecer penetra en mis ojos y me acerca una ciudad distinta, menos irreal que esta que me inunda, de la que siempre estoy huyendo como un ratón gris; tórrida sombra bajo su cansancio. yo sé que la felicidad ha venido como ladrón en la noche y no es con exactitud una pistola caliente. he visto la felicidad como una muñeca rusa, con olor a madera recién curada; matrioska inmensa donde cabemos cálidamente todos, unos dentro de otros, unos fuera de otros. sé que existe la felicidad. me basta aquella noche en que sentí en los huesos trastocarse los límites y estallar en cristales hambrientos. acaricié su desamparo y ella puso saliva en mi dolor y el dolor desapareció, y yo le di un corazón que me sobraba y lo desbasté allí donde a ella le faltaba uno. la felicidad, triste, se sonrió y besó mi sexo tenazmente húmedo, femenino. pero las chispas de luz sobre mi piel duraron una noche, apenas una brizna que se espesa cuando necesitamos aclarar sensaciones y asir la raíz menos firme pero ya lo dije antes, no sé escribir la noche, no podría jamás iluminarla. ni siquiera podría alumbrar el silencio a oscuras que yace aquí en las palabras carcomidas por tanto crepúsculo, y tanto ratón inmenso, tontamente gris y pertinaz que se atraganta con la sílaba precisa y rebota siempre hasta mis manos con el eco chupado entre los dientes.

me aburro,
los aburro diciéndome, diciéndoles
que siempre estoy al borde de todo abismo,
que siempre estoy de nuevo retornando
a una imagen vivida.
yo escribiendo las mismas palabras
en un tren de Madrid que pronto estallará.
abro la boca para que las gotas de horror
no caigan sobre el piso metálico, ajeno,
forzando las conchas de la multitud
que se atropella como carbones ardientes
al fondo del olvido que ni nombro,
que no me atrevo a despertar.

nadie me oirá.
nadie ahuyenta mi miedo.
nadie se aburre tanto.
solo queda el impulso.
dentro y fuera el salto permanece,
espejo tras espejo.
la pregunta que engendra, permanece.
y yo varada sin atreverme jamás a vislumbrar
qué nutre su densidad,
¿permanezco?



Invocación
Del libro Los ojos de Dios me están soñando)

                                       A Francis, porque él cosió mis heridas
                                       con sílabas de oro.

Se levanta la noche en el fulgor del centro
donde manan los suaves arroyos de los sueños,
tiende sus alas claras sobre las negras piedras
y torna menos difícil los senderos del agua rota.
Mas la duda ahonda el cristal nocturno,
agrieta la memoria como una tensa cuerda
y se deshacen las manos apisonadas.
En espiral todo parece fluir hacia los descampados.
La luna no. La maternal moneda
se detiene en cada frente
dejando como estigma la redondez de un domingo.
El ojo del universo acoge entre sus leves noches
los aullidos del alba.
Nos lleva a vagar por cerrados límites.
El ojo afirma al puente. Ya nos descubrimos
hurgando en la rosa de ayer.
Nos impulsa el vacío de la certeza,
el miedo suspendido como gota
de miel entre los dedos.
Y es como si quisiéramos que las huellas fueran
una mentira más, en esa interminable
doblez que bordea el aliento de las nieves.
Ah, en el pecho la penumbra es un insulto mayor.
Ruido de una pezuña
en las aguas lentas que bajan de la noche.
Ante la confesión toda palabra confirma el látigo,
el hambre trenzada como la piel del animal
que huía al silencio, a las cimas.

¡Cuánta prisa en la fragilidad del que escucha
pegado al óxido de los rieles! ¡Qué júbilo
tensar la cuerda de lo desconocido, cortar el ala!
¡Aplaudir hasta el cansancio la nitidez del fondo
completada en los ojos de aquel que se desploma...!
¡Dentro de mí! ¡Cómo no humedecer al inocente
abrasado por el rayo azul de la lejanía...!

Detenidos al margen maldiciendo los albores,
evadimos la cúpula rajada de la voz del amigo,
ignoramos la pradera que apuntala su polvo pertinaz.
¡Qué pequeños y enfermos,
qué aferrados al mosaico de la brisa
donde se diluyen los últimos tintes!
¡Qué sordos ante el corno de Dios
llamando hacia las nubes cada muro disperso
de la ciudad soplada por el Leviatán!
Sus ojos, ay, su rostro lavado
perdiéndose entre las palmas
y los espinos de las manos,
y en el arpegio sereno tendido
sobre la garganta que le va imponiendo su diamante.
Solo un paso más, y quedaría afuera el corazón,
mostrándose como nueva cabra
en los riscos mojados.
Y piedra a piedra
preferimos el fervor de las murallas.



Diálogo del viento sobre la casa
(Del Libro de lo inasible )

Cierzo
Brumas fluyen por los pétalos dormidos
de la rosa. El aire azafranado trueca
las nubes en ciudades aturdidas,
belfos, procesiones, atormentados mares.
Hecho raíz el polvo en el alféizar
vaticina un caer intenso a los silencios
y dibuja esmerado tempranas somnolencias.
Al ojo del jardín el agua se le ahonda
como una loba ciega, desmadrada
que ha perdido la lengua en el intento.

Furtivas sombras teje, desteje la araña,
los deslindes, el acto en la espesura
que son las transparencias, su después.
Un redil inconcluso sumerge los tentáculos
en la sombra del sueño, agrietándola
con el sordo vagido que emerge de la noche.

Y la voz, qué va siendo la voz
si perfora las manos rudas de las puertas,
si en el zaguán descubre que otros muros
forjaron con pertinaz ahínco los temores.

Pulsa sobre el nombre la raíz del viento
y vuelta piedra cae en el ojo que agita
las mamparas. ¿Tras cual raído encaje
se oculta el esplendor calmo de la estirpe
que ahuesa los cimientos de estos muros?
¿En cuál pliego inoído yacían desde siempre
las líneas que hoy exhiben las manos
de mis versos? ¿Serán esas siluetas
que a veces merodean por la casa
intacta, secular, conspicua, desabrida,
mis íntimos contornos desasidos,
viandantes de por siempre ante mi espanto?

Escaparán de mí como el Verbo me esfuma
los asombros, la memoria inocente, los azores.
Ah, el temor de las columnas me rebosa,
encostrado a mis párpados como otra piel.
Ya mío el temblor y la plegaria, los silencios,
la ceguera. Mío el vacuo atril
y la campana sorda.

¿Y atrás, en el aljibe, quién se encumbra?
¿De qué fondo va muriendo el agua que me brinda?
¿Qué manos son el cáliz goteando sobre el lirio?
¿Se aleja, me acompaña, es otra ensoñación?

Malogra, descarna tanto viso.
El férreo enlace de la verja
hiere su solidez cetrina.
Impugna lo más hondo. La materia primera,
libre, acendra los cimientos.
Sobre mí irán cayendo las cales y los huesos.
Mis cales y mis huesos cayéndome
hasta tocar el fondo.


Ábrego
Rumor, balido, otear al horizonte,
desliz del entreacto, escarnio del final
fugándose por las hendijas que saborean la piedra.
A la entrada, la luz es sacrificio
para limpiar hedores trasnochados,
la lengua filosa en los umbrales
cantando Jeremías quedamente
como un soplo de labios invisibles;
y mi huella y las huellas de los otros,
también en el principio superpuestas
al orgiástico paso de la piedra
sobre el polvo que es la desmemoria.

Ruge el ojo del viento, anuncia
la nueva vuelta del sempiterno carro:
fundados serán sobre las ruinas
los trigos que harán los versos y la mofa.
Desde ese nido ya nace el pájaro,
húmedo y solo, deslizando el arpegio
como una cicatriz, como trillos
de sombras apedreadas, crispadura del ser.
El pájaro que soy, alicaído, roto,
brotando desde abajo, en la ceniza siendo.

El graznido para decir quién soy
cubre los párpados del árbol
que sostiene a los otros que me miran
como quien mira el agua brotando del costado
inteligible. Las ramas empinadas, ajenas
al ulular del argamasa penetran
los vacíos que harán los soportales,
el patio penumbroso, la torre, los altillos.

El graznido para decir los otros
abriga el empedrado de los muros
que arruinarán el eco hasta llevarlo
al canto de sirena
¿Y qué puede este pájaro torpe en la cubierta
con sus alas enormes anegadas de espuma,
sal sobre los ojos vidriosos y la burla
que ya sabía, amordazando su pico?
En cada resurgir el cielo se le agota
y el gemido es más bajo, menos atento
a la revelación de manso aire
qué hará sobre el tejado un nuevo nido.



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Ileana Álvarez (Ciego de Ávila, 1966). Poeta, ensayista, investigadora literaria y editora. Licenciada en Filología por la Universidad Central de las Villas y Diplomada en Investigación Cultural por Universidad de Camagüey, fue Investigadora Auxiliar y Profesora Auxiliar de la Universidad de Ciego de Ávila.

Laboró durante once años como especialista en investigaciones socioculturales del Grupo de Investigación de la Dirección Provincial de Cultura de Ciego de Ávila, y durante siete años en la Editorial Ávila. Actualmente vive en España.

Ha publicado los libros: El agua tampoco resiste los grilletes. (Poesía. Ed. Fidelia, 1990). Libro de lo inasible. (Poesía. Ed. Capiro, 1996). Oscura cicatriz. (Poesía. Ed. Ácana, 1999/ Ed. Ávila, 2da edición, 2002). Los ojos de Dios me están soñando. (Poesía. Letras Cubanas, Colección Pinos Nuevos, 2001). Desprendimientos del alba. (Poesía. Ediciones Ávila, 2001). Inscripciones sobre un viejo tapete deshilado. (Poesía. Editorial Vigía 2001). Los inciertos umbrales. (Poesía. Sed de Belleza, 2004/ Editorial Benchomo, Islas Canarias, España, 2009). Consagración de las trampas. (Poesía. Ed. Ávila, 2004). Trazado con ceniza. (Antología personal, Ediciones Unión, 2007). Escribir la noche. (Poesía, Letras Cubanas, 2010). Trama tenaz. (Poesía, Ed. Bayamo, 2011). Profanación de una intimidad. (Ensayo, Ed. Ávila, 2012). Realizó las Antologías de poesía femenina Cuarto Creciente (Antología de poetas avileñas, Ed. Ávila, 2007) y Catedral sumergida (Panorama de la poesía cubana escrita por mujeres; Ed. Letras Cubanas, 2013).

Monday, August 5, 2019

María Elena Blanco, fluir sin elección (por Manuel Vázquez Portal)


María Elena Blanco es una poetisa de la contemplación y la indagación hondamente imbricadas. Sentidos y cerebro en la danza de la belleza. ¡Vaya estirpe grande de poetas! Hermes Trismegisto, padre del verdadero hermetismo, los códices, los símbolos; Homero, el ciego más visionario de la Antigua Grecia; Heráclito, El Persa, aunque le digan de Éfeso; Emerson, Baudelaire, Whitman, Martí, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Lezama Lima. Espiritualidad vuelta versos. Sabiduría lírica y ontológica. Cosmovisión a fondo.

Su matiz hedónico la lleva hacia la búsqueda del bien placentero, en su arista más espiritual que utilitaria. Para ella lo contemplativo tiene un sentido elevado del disfrute interior. Su Aleph (en su doble acepción de primera letra del alfabeto hebreo y metáfora de todo lo iniciático, y como Códice Sinaítico), su Toconoma (Orificio mítico por el cual José Lezama Lima se asomaba al universo de lo desconocido), su Piedra Filosofal la halla cuando mira hacia adentro, hacia su barbullar interior. Hasta la nostálgica remembranza de una Ítaca en la cual no aguardó ni tejió, sino de la que escapó para inventarse su odisea propia, es sometida a un ascético juego de oximorones que, aunque cálidos, distanciados por una actitud socrática, diríase peripatética. Una búsqueda de la verdad a fuerza de cuestionamientos.


Cierto que la belleza exterior la traslada hacia una introspección donde el efecto se torna más hermoso y lo poetizado más vibrátil y humano. El alma que pone a los objetos poéticos, ya una puesta de sol junto al mar, ya un viaje a La Habana, ya un aguafuerte de Roberto Matta, es el ánima que la guía a ella misma. No hay divorcio entre lo que recibe y lo que refleja, más bien, una sublimación de los entornos para una elevación del universo interno.

Lo bello y lo útil al unísono, pero, con un valor más emocional que pragmático. Sus artilugios poéticos parten de la sensorialidad y la inteligencia unidas. A lo que añade una postura crítica y averiguadora. Cuanto sus sentidos advierten o su ojo pineal descubre, es sometido a la racionalidad no solo filosófica sino a la más refinada tradición lírica, y afloran sus poemas de inusitada altura parabólica para un realce cognoscitivo que la ubica entre las voces más decantadas del panorama poético cubano.

No es sabia solo por sedimentación cultural (universidades le sobran) sino porque logra la contraposición de elementos iniciales (llámense aire, fuego, tierra, agua, ápeiron, conciencia o materia) que hacen, y deshacen, el todo a una vez. Diríase heracliteana por cepa y nietzscheana por época. Pero siempre dialéctica y siempre suspicaz. Todo fluye pero todo es susceptible de recelo. Y entonces, apasionada descarteana, somete la totalidad al foco del pensamiento, la inteligencia. No hay reposo para el eterno retorno, no hay tiempo para segundas oportunidades. Ella propone y alerta, nunca estropea el verso con explicaciones. El que tenga oídos que oiga, parecen rezumar sus versos. Este es tu instante, tu eternidad, tu tiempo, este el fluir sin elección.
Todo pasa y quién sabe
si esas ruinas que purgan taciturnas
la saña milenaria de guerras
y turistas
no sobrevivan más que el tiempo necesario
para dar testimonio
de su último esplendor
He aquí a la María Elena Blanco total trasmutada en poesía. Paracélsica retorta donde lo elemental, lo primigenio deviene verso áureo, única palingenesia otorgada al poeta: ¡Verso, levántate y anda! Egipto palpita y revive en su voz, en ella misma. La arena del desierto manando de su pecho. La frescura que aguarda al beduino tras el espejismo, relumbrando en la mirada de esta enigmática sacerdotisa. El viaje no es turístico ni la mirada necia. El viaje: el río heracliteano; la mirada: la eterna sospecha que convoca a la indagación. Su entramado metafórico, como el de los antiguos filósofos, va mucho más allá del significado del sema como tal. Signos que habrá que ir descodificando a lo largo de toda su poética, para, como Teseo seguir el hilo de Ariadna, y no perderse en el dédalo interior de una mujer que ve con el espíritu. Agudo hermeneuta requiere tan sutil reflejo del universo hecho poesía. Atrevimiento mío sumergirme en él.
Hora ecuánime de desasimiento
y sosegado goce
                               hora
de confiar al universo
la inigción futura
y las cenizas
del hoy
               mientras
al fin
           copulan los cuerpos
frente al mar
iluminando con su propia luz
el jónico templo
de la noche.
¡Excélsior! ¡Excélsior! Habría de exclamarse a medida que se avanza en la lectura de una poesía que no parece llegar nunca a la cúspide que busca. Intensidad y altura lidian en un frenesí sublimizado hasta el paroxismo. María Elena Blanco sabe que hay más, y que no hay nada. Trastea el cordaje de cada fibra humana y divina. Va hacia donde el ojo no alcanza, hacia donde la razón se pierde, hacia donde el cuerpo se transforma, hacia donde la identidad es flujo entre dos aguas| soplo| entre viento y llamarada y el fuego como alfa y omega nos permite, apenas, permanecer como hilillos de humo sin más destino que ascender ingrávido.

María Elena Blanco, nacida en La Habana, es otra de esas voces poderosas cubanas que no aparecen “en el parnaso socialista”. Sin embargo su poesía debía figurar en las antologías más exigentes que se hicieran dentro y fuera de la isla. Su pecado es ser una poetisa sin lazos con la patria de nacimiento. Ser una voz errante. Un día habrá que cotejar la historia de la lírica de estos tiempos en Cuba. Y el cotejo habrá de hacerse atendiendo a los valores estéticos, sin melindres patrioteros, extraliterarios ni políticos. Y en él, entonces, no podrá faltar esta voz cuyas posesiones, en su mayoría son, y han sido, por pérdidas. ¡Qué no vuelva a ocurrir que Gertrudis Gómez de Avellaneda sea española y José María Heredia (El de Los Trofeos, no el del Niágara) vuelva a ser francés!

Entre sus pérdidas, quizás de las primeras, hay que apuntar el desarraigo espacial, nunca sentimental, que sufrió al separarse de su isla amada y caribeña. Allí dejó a una niña y a una adolescente que jamás volverán, aunque ella vuelva mil veces a la isla, y, junte, uncida, civilización y barbarie en un mismo canto “y es que ella ya no es ella| ni su casa es ya su casa”. Ahora, “silenciosa y furtiva, en puntas de los pies| se aproxima al umbral” para presentársele al orisha, rey de los caminos (Eleggüá) y pedirle los permisos porque es una extraña en su propia tierra:
perpleja, la negrura se prende de sus ojos
y algo le dice que siempre estuvo allí, ignorada
hoy la ve en su criollísimo crisol
De sus tres libros de poesía que poseo, aunque ha publicado muchos más: Posesión por pérdida, Edición Barro, 1990; Mitologuías, ediciones Betania, 2001, y Alquímica memoria, ediciones Betania, 2001, se puede asegurar que es un ascenso ininterrumpido. En cada texto crece la madurez del pensamiento y de la factura. No estamos en presencia de alguien que “canta de oído” o “toca la flauta por casualidad”. Asistimos al ágape de una rapsoda que sabe muy bien de qué van los arpegios de la lira y de qué objetos poéticos (musas, dirían los antiguos) le viene la inspiración. No debe olvidarse que su dialéctica no es ingenua ni su intelecto primitivo. Su formación académica es de sólidas universidades y su poesía hija de diez mil años de lecturas. Su libro de ensayos filológicos Asedios al texto literario, así lo demuestra.

Y como acostumbro, siempre que me aproximo a una poesía en la que creo y me recreo, aquí les dejos los poemas de María Elena Blanco, para que perdonen mis yerros y callen mis aciertos.


Crucero
(Del libro Posesión por pérdida)


El bochinche callejero de El Cairo
no te impide pensar
en la paz de las falúas sobre el Nilo
y ese crucero que debes concertar
para no perder una oportunidad única
todo pasa y quién sabe

si esas ruinas que purgan taciturnas
la saña de milenarias guerras
y turistas
no sobrevivan más que el tiempo necesario
para dar testimonio
de un último esplendor.    Mientras tanto
otras ruinas lejanas aguardan
la vuelta del viajero.    Todo pasa
y quién sabe
si el olvido corroa su imagen o sucumban
aún ellas a un oscuro destino.
O Tal vez

como un sueño distante que hostiga el deseo
cobren brillo y calor
en la ausencia.


Mi-tología
(Del libro Mitologuías)


Acuden los caballos de Pérgamo
Dánae atrapada en su red
un toro de Guernica
las medusas (Gorgona y las de aguas)
Marte, dios de la guerra, y sus cuadrillas
la ballena con Jonás adentro
Próspero y Calibán
Quetzalcóatl
Diana cazadora
Circe y su corte de sirenas
Pegaso y Unicornio
Coros de ángeles
Bambi:
marchan por la anchurosa vía entre cielo y tierra
pavoneándose
                     en el espacio humano
cual modelos de pasarela:
tranquilizante
                 desinteresada compañía
siempre presta a servir
de inspiración
o ejemplo
               a contarnos
su cuento.


Eleggüá y Artemisa en el umbral


Al pie…-no tanto ya, del temor, grave
fía su intenso; y, tímida en la umbría
cama de campo y campo de batalla,
fingiendo sueño al cauto garzón halla.

El bulto vio, y, haciéndolo dormido
Librada en un pie toda sobre él pende
(urbana al sueño, bárbara al mentido
Retórico silencio que no entiende)…
Luis de Góngora.


déjeme entrar en tu recinto, rey de los caminos
vengo de lejos, bordeando las riberas

silenciosa, furtiva, en puntas de los pies
se aproxima al umbral, es él quien duerme ahora
un rayo de obsidiana en el cheslón

soy extraña en mi tierra y en todas las comarcas
y a la vez familiar, bárbaro dios de errantes

perpleja, la negrura se prende de sus ojos
y algo le dice que siempre estuvo allí, ignorada
hoy la ve en su criollísimo crisol.

como voz muda me has llamado al socorro
de una ciudad amada al filo del abismo

despliega tu túnica drapeada y deposita
sin despertar al pletórico durmiente
un verbo blanco y la varita áurea

me inclinaré, con golpes de tambor y espasmos
ante el rojo y el negro de tu rito

sin quitarle la vista se incorpora
y se funde su piel con su mirada
el encuentro de Eleggüá y Artemisa se ha fraguado

cuando abras tus pupilas, señor de los portales
y hagas tuya mi ofrenda, se habrá sobrevivido.


Habaneras
II
(Del libro Alquímica memoria)


el sillón, el luto eterno, la risa,
las uñas metidas en la tierra
o el fango
señora de traspatio y gallinas,
señora del jardín,
o en la alquimia de una gastronomía
acuosa (sopa de arroz, sopa de pescado)
pastosa (tamal en cazuela, harina de maíz)
untuosa (buñuelos, torrejas, quimbombó)
grasosa (frituritas de todo: bacalao o yuca)
o crujiente (merengues, mariquitas, chicharrones de viento)
o, pulcra, entre madejas e hilos
obra de tejido o bordado, canastilla o crochet,
y antes entre cuadernos
dedos aún deformes jugando con las letras
en el alba distante del siglo,
de unas vidas (Dominica, Ernestina y cuántas otras
cuyo nombre ya olvido),
de esta propia vida,
conformando las sílabas ajenas,
estas sílabas
que por siempre habrán nacido de ella
u otras, las del arrullo, las de la adivinanza,
las del canto a la antigua con voz de gallo:
Martí no debió de morir
entona una maestra joven que cabalga
las diez leguas a Alquízar por una guardarraya
a la luz de la aurora-
ubérrima Urania,
mariposa silvestre
cubana.



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María Elena Blanco nació en La Habana en 1947. Salió de Cuba en 1961 hacia Buenos Aires. Ha vivido en Nueva York, París, Londres, Valparaíso y Viña del Mar. Desde 1986 vive en Viena. Es licenciada en lengua y literatura por Universidades de Nueva York y París. Ha sido docente en varias Universidades, entre ellas la Universidad Católica de Valparaíso. Actualmente se desempeña como traductora de Naciones Unidas en Viena. Ha publicado más de una docena de libros entre los que se destacan Posesión por pérdida, Mitologuías, Alquímica memoria, y su libro de ensayos Asedio al texto literario.
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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