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Monday, July 29, 2019

María Eugenia Caseiro, alta hechura para altos asuntos (por Manuel Vázquez Portal)


María Eugenia Caseiro es una poetisa de poderosa voz y temas trascendentes. No hay en toda su obra un verso gratuito. La facturación es de impecable orfebrería. Lo objetos poéticos no se andan con nimiedades. Alta hechura para altos asuntos. Los más hondos dilemas humanos son abordados con espontaneidad y minuciosa magistralidad. El respaldo filosófico a sus indagaciones le llega desde una sedimentación cultural y humanística conseguida por la consagración al estudio.

Nada en ella es aleatorio. Hay una meditación serena en cada poema. No da espacio a improvisaciones baladíes. En ella se unen un delicado estro poético y una información literaria que viene desde los orígenes. De ahí su elevación y gracia. No se puede ser Mallarmé con manquedades filológicas, “Leí todos los libros y es, ¡ay!, la carne triste”, ella lo sabe. Por ello cada uno de sus textos está respaldado por siglos de sabiduría.

En la poesía cubana son escasas las voces de este tono mayor. Tono que se sustenta en el dominio de los problemas filosóficos aun sin respuesta pero que cada poeta auténtico ha tratado a través de su prisma personal por los siglos de los siglos. Desde la incertidumbre existencial, la prohibición al ojo humano para ver en lo inextricable, hasta el eterno retorno circulan por los versos de María Eugenia Caseiro con naturalidad. Se enrola ella en la tradición primigenia del poeta: indagar, profetizar, dejar constancia desde una visión muy individual “del justo tiempo humano”.

Si la poética cubana ha padecido en las últimas seis décadas de una abrumadora y voraz invasión de superficialidades e intrascendencias, salvo algunas voces que patentan lo contrario, María Eugenia Caseiro ha plantado su bandera precisamente en esa zona donde la poesía deja de ser cetrería de moda, ya política ya comercial, para convertirse en averiguación ontológica y herencia no solo estética sino ética. Su cosmología personal no se conforma con el provisionalísimo del éxito transitorio y banal sino que intenta seguir discurriendo más allá de la otra orilla –otra orilla (Hades) que ella misma niega- del tránsito humano.
Era en el preludio de lo desconocido
la bruma sediciosa en un fanal,
la torva encrucijada de los días,
insecto anónimo empujado al erial de la existencia.

No es la lámpara lo que busca María Eugenia Caseiro sino la luz. Conoce que la lámpara, como todo artificio, puede ser controlada, apagada o encendida caprichosamente para falsas lisonjas o malévolos castigos. La lámpara es lo falaz, la lentejuela, lo exterior, lo poseible, y la indagación de la poetisa sobrepasa esos lindes. Su viaje no es turístico sino vital. No va diseñando postales coloridas, sino pirograbando en carne propia las muescas del peregrinaje. La permutación de lo desértico por lo infértil y la sucesividad de ambos paisajes del transcurrir al que se ve como existir, es para ella lo poemisable. No edulcora pero tampoco aterra, simplemente traduce lo que le dicta el universo y aquellas voces que antes de ella fueron. De Dantes Alighieri a Thomas. S. Eliot, de Julián del Casal a Eliseo Diego le tienden un finísimo hilo conductor que la emparenta con la templanza para palpar y plasmar sin aspavientos ni asombros lo que es dado para vislumbrar más que para conocer.
 apaga el horizonte
antes de zarpar /
  escúrrete la sombra
sin que una sola gota
permanezca /
avista los aros y los cantos
crea en mí
como en ti creo
el fantasma /
Adentrarse en la poesía de María Eugenia Caseiro es arriesgarse a una travesía en que todos los trasgos de sus vivencias particulares pueden convertirse en fantasmas propios. La universalidad en ella es una condición intrínseca de su poética y lo que la afecta nos afecta a todos. Comprendió a cabalidad que la voz del poeta es una voz que si no se torna múltiple deja de ser universo compartible, y su hermenéutica inútil, porque los signos serían incomprensibles para los demás.

El signo verdadero, como hecho heurístico en sí, trae una acumulación del todo múltiple en función de lo particular –o lo que podría llamarse convención semántica al nombrar las cosas- y es por esa vía que la poetisa se comunica. La complicidad que se establece entre emisor y recipiente parte precisamente de la comunidad de sucesos vivenciales que los afecta a ambos y que es al poeta a quien corresponde componer.

El ser humano solo entiende bien aquello que le ha ocurrido alguna vez, y si el poeta lo trata con autenticidad se torna voz de todos. El factor que más común hace al ser humano es su creencia de que es excepcional, y es ello lo primero que descubre el poeta, que su excepcionalidad radica precisamente en abordar aquello que le es común a todos. Por eso el verso que nos conmueve, y parece una experiencia propia, única de nosotros mismo, es el verso que hace del poeta un ente cercano y querible.

María Eugenia Caseiro es de esa estirpe. Una poetisa que es su voz, y voz de todos. Lo que ella propone en sus versos es la existencia sin lujos pero también sin harapos. No es la apariencialidad lo que impulsa su discurso poético. Es la sustancialidad del irse y del devenir. Un juego que la transforma en historia y profecía a la vez.

Como un elemento puramente epistemológico los teóricos dan en dividir a los poetas en grupos con características similares, voces parecidas, elaboración semejante, cosmovisión paralela. Los encasillan o subdividen por coincidencias epocales o intereses mutuos. Por lo que María Eugenia Caseiro, nacida en La Habana, Cuba, 1954, debía pertenecer a algunos de los tantos grupos generacionales de su tiempo. Formar parte de algunos de los “ismos” con nombres de tertulias entre folclóricas y tendenciosas. Pero su poética traspone todas esas estrecheces y la sitúa entre los poetas de gran calado. Es una solitaria contumaz ubicada en el estrado particular de los que van “de su corazón a sus asuntos” sin presiones grupales que podrían haber desviado su sello personal.

El sosegado sesgo nihilista que palpita en la resonancia vivencial de María Eugenia Caseiro no resulta actitud pesimista sino equilibrio entre lo heredado y su experiencia personal. Entre la búsqueda y lo hallado, entre lo real y lo ideal. No es la crudeza de la supuesta verdad ni la hipocresía de la ensoñación lo que atrae en su poética. Sin relativismos absurdos ni apotegmas efectistas, va al detalle raigal. Es el balance que establece entre lo factual y las aspiraciones. Es su posición centrada y estable lo que la define.
   aunque de alguna forma
hemos tropezado
la ruta en un instante /
   aunque de alguna forma
nos hemos convidado
a trasponer /
   sin una vaga estancia
ni guarnecedor respiro
ni otro anhelo
mas que sabernos perdidos /
una franja del tiempo /
   viajemos pues
viajemos el solo de este canto
abandonados al vaivén
de la barca
Tiene conciencia de la levedad de la ruta y del ser. Invita al vaivén de la barca como se invita al goce del instante porque sabe que “el rio que ve, es y está dejando de ser simultáneamente”. Se reconoce, nos reconoce, como viajeros ciegos, sin otro destino que recorrer, sin más alternativas que fluir. Se ve, nos ve, como hijos de un tránsito que no sabemos explicar, pero que no nos cansamos de indagar.

Todo ello es la María Eugenia Caseiro desde la conceptualidad, desde su cosmovisión poética, porque desde el punto de vista formal, nos topamos con una poetisa sabedora de todos los artilugios del buen quehacer poético. Extraordinario sentido del ritmo. Dominio pleno del andamiaje metafórico en el que lo tropológico se pone en función del qué decir. Mesura sin igual para desgajar lo superfluo, lo cosmético, lo inconsistente. Contención luminosa para el matiz, el giro exacto, el significado preciso. Su lenguaje no es una acumulación de léxico rebuscado y ostentoso, semasiológicamente diríase lo contrario, es la búsqueda de lo sencillo pero sin licencia para la simplicidad. Es el mucho saber estacionado en el bruñido y magro vaso. No pretende deslumbrar por la prosapia sino por la síntesis. Es lo grandioso poetizado sin grandilocuencias.

Y como siempre, aquí los poemas de María Eugenia Caseiro para culparme o exonerarme por mis deslices y torpezas.


XIV
(Del libro Sin Caronte en la barca)


   érase una barca lunar
era la luna misma
impulsada por terribles invenciones
atravesando la espesura en una incógnita/
érase en tal barca
navegando al abandono /
la noche inacabable sin color
febril quebrantamiento de las vueltas
en curiosa voluntad/
   érase una barca
como la obstinación
entregándose al periplo del enigma
érase el espejo ante el que sigue
de largo la clemencia
como quien viste inequívoco desnudo
en el desierto
   y se resiste
a atravesar acápites dispersos
en nada tan total e irreversible/
   érase de sombras
como lo irremediable
estela de brazadas horadando la
         renunciación


(Del libro El rapto de Palissy)

"Vieja es la hora en que nadie
responde y todo se congela como gota de rosa.”
Lorenzo García Vega


Cuando conocí a Palissy, era su barba un leviatán sagrado al amparo del vapor, mi cuerpo lunar era de espacios, una calcomanía borrosa como el túnel callado de la espera que ha rebasado el humo. Palissy era un mago que bruñía las ajorcas de plata en las orejas de las tazas, mientras izaba el humo con sabia aplicación el trapo en la chalana del café. Abuela se trocaba en una esencia dócil que apostaba inflexible al culto de la siesta. Hermágoras oteaba el códice sagrado que del vapor brotaba en un soplo mesmérico agrupándose a ratos en escala de grises sobre el color mutable de las salamandras. Mi padre se esmeraba en abrillantar cucharas, luego esgrimía aquel lustre al sopesar la tarde derramándose en los cuadros, en la mirada fija de nuestros precursores sobre mi silueta niña que hilvanaba el pasillo hacia la mecedora. Sombra chinesca mi padre agigantándose, armaba en la pared su maqueta inasible como el sueño mismísimo encerrado en otro sueño que escapa del sopor de la ventana con rosetón dorado. Y el índice de Hermágoras también se maduraba; doblábase en el aire con su fórmula gris, transmutaba en silencio entre torres de signos, en cúpulas de tizne formando abecedarios, en las cósmicas lámparas de números torciéndose, salidos del delirio que exhalaba la maqueta de mi padre en la pared. Palissy bruñía sin que nadie lo viera, otra sombra sinuosa en pos del humo hilvanando mis pasos hacia la mecedora.


(Del libro Galeato por un suicida)

Ni la letra muerta de la carta
A Marta Vignier

“A la trágica intemperie de su muerte
no asiste ni ella misma.”
Eliseo Diego


Lograba subsistir
apresando esferas y andamiajes
en el agujero de la cábala
para armarse de nuevo
sin recuerdos ni olvidos.
Era la eternidad quien desahuciaba
fábulas y ahogaba paradigmas
en la furnia del Vedado
descosiéndose a instantes
aquel tajo que anunciaba el amuleto.
Merecía conservar
a la intemperie del derrumbe
un aderezo de esmeraldas,
pero no quedaron ni así añicos
agitando el polvo de la ciudad sin gloria
al mediodía abriéndose en tajadas.
Lo atado era capaz de desatar
el desplome al vacío enredándose en sus dedos.
Su única manera de existir
“Y no ser ni la sed ni la huida
ni el pétalo, ni la letra muerta de la carta”
ya no es ni el soplo maldito del destino
borrándola.


Viaje elemental
(Del libro Pentagonías)


"El viaje más largo
comienza con el primer paso"
Proverbio chino


Era en el preludio de lo desconocido
la bruma sediciosa en un fanal,
la torva encrucijada de los días,
insecto anónimo empujado al erial de la existencia.
Llenos estaban de aquel calor tranquilo
los estadios benignos de un caos indulgente,
parabólicas cuestas dotadas de silencio
cuya curva en el tiempo antecede al acaso,
pronostica los rumbos y nuclea pepitas
como panes cociéndose.

Transcurrían sin tiempo los días de mi pan,
ese pan almizclado de atemporalidad
sin indicios de adeudos
como eterna largura de la nada
que dejó en entrecruces el amor primitivo
peldaño que con pasión fabrica
un complejo engranaje con su carga.

Cuando salí rodando como avatar sin nombre
arrastrada en la corriente de sus vueltas,
ni pez, ni ave, ni cuadrúpedo herbívoro;
ni sombra del saber, ni límite en la nada.
Era la sorpresa un ente imaginario
en el ir y venir de la inconsciencia.

Luego fui en sus adentros la sangre con abrigo
de domésticas voces como una extraña música,
un puente sin atajos hasta el alumbramiento.
Y fue aquel primer encuentro con la vida
avezado juego a ciegas con la muerte,
la tibia pasarela de un fantasma
con sus ojos curiosos asestando el latido
en la tierna semilla de la suerte.

Como fruto del camino andado
no saberse asunto en los impulsos de la génesis,
la tierra, el mar, el fuego, el aire... todo
aquel torbellino de prolongaciones y apéndices.

Una sola ruta primaria e insondable
bastó para plantar el árbol con mi nombre,
los nombres además de los arcanos
que habrían de anticiparse a mi destierro.

Las nadas que siguieron, pavorosas y ciertas,
no partieron del caos con su curva insondable.
Soy parte del acaso historia de mí misma.





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María Eugenia Caseiro. La Habana, Cuba, 1954. Poeta y narradora. Graduada de la Facultad de Lenguas Extranjeras, idioma inglés, en su país natal con un postgrado en Conversación y Traducción. Es Miembro de la Unión de Escritores y Artistas del Caribe, Unión Hispanoamericana de Escritores, Asociación Caribeña de de Estudios del Caribe, Miembro Correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba-USA, Miembro Colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Integra la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo y el Consejo Editorial de La Peregrina Magazín y de la revista Arjé. Colabora con la Asociación Canadiense de Hispanistas. Fundó en Miami a finales de los 90s, el grupo literario interactivo Los Búhos y Las Lechuzas, que dirigió hasta el 2005. Ha publicado una veintena de libros y además de integrar incontables antologías poéticas alrededor del mundo, sus textos han sido traducidos a diversas lenguas e idiomas, entre las que se encuentran, japonés, euskera, catalán, alemán y árabe.

Ha recibido los premios: “The Diamon Homer Trophy”, International Library of Poetry” (Hollywood, California, 1998); Premio “Publication La Porte des Poetes” (París, Francia, 2005); Primer Premio Narrativa Artesanías Literarias (Israel, 2007); Orden José María Heredia (California, USA, 2007); Editor’s Choice Award, 2005, 2007 y 2008, The International Library of Poetry (Hollywood, California); Primer Premio Poesía, Carta Lírica (Miami, 2011); Premio Publicación Poetas y Pintores de la Callecita de los Tilos (compartido), Linden Lane Press, 2012, entre otros.

Ha publicado, entre muchos: Pedazos de paisaje, versión original en español, La luna del perito, Alicante, España 2005 y, en versión bilingüe (español y rumano), Literra, Rumania 2005; No soy yo, Poemápolis, Bilbao, España 2008; Nueve cuentos para recrear el café, en versión bilingüe (español y francés), Editions Equi-Librio, Lyon, Francia 2009; ESCAPARATE, el caos ordenado del poeta, Editorial Glorieta, Miami, USA 2011; Arreciados por el éxodo, ICE, Miami, USA 2013; A Contraluz, ICE, Miami, USA, 2016; Antecedentes y Morfología de la Fobia, Editorial Exodus, Cataluña 2016; Arreciados por el éxodo, (edición especial), Imagine Clouds Edition, Miami, USA 2017.







Tuesday, July 23, 2019

Nuvia Inés Estévez, música desde el verso (por Manuel Vázquez Portal)


Nuvia Inés Estévez es una de las voces más auténticas de la poesía cubana. Visceral y telúrica, sus evocaciones dan de latigazos al entorno sin que la circunstancialidad marchite el verso opimo, sin que lo cursi almibare la ternura, sin que lo procaz invada la belleza. Música hace del verso Nuvia Inés, y es porque al decir de José Martí en su poema Crin hirsuta, "Solo el amor engendra la melodía". Y Nuvia es todo amor: gozado, sufrido, prodigado, infinito.

La poesía, por su origen musical (no olvidar que parte de la lírica coral que más tarde deviene lírica monódica y da sitio a los géneros: épico, lírico, y dramático), lleva en si una melodía que le es propia y que define siempre la voz del poeta. Hasta la buena prosa tiene su música. "En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre, no quiero acordarme, ha tiempo que vivía…" No en balde los músicos y cantantes desde hace mucho apelan a los poetas para obtener letras dignas. Me viene ahora mismo a la mente la canción La tarde de Sindo Garay, cuya letra es una cuarteta de Amado Nervo, seguida de una quintilla de Dolores Rodríguez Tió. O la canción La Cleptómana, interpretada por Barbarito Diez y la orquesta de Antonio María Romeu cuya letra es un soneto de Agustín Acosta. O Tu mirada, interpretada por el Grupo Moncada, que es una décima de Renael González. Ello sin contar lo que hizo Joan Manuel Serrat con los poetas españoles.

Hacer arte con la palabra no es juntar vocablos sino armonizarlos rítmica y conceptualmente. Cada poeta es una fórmula que, él o ella compone y descompone, según sus necesidades expresivas. Por muy árido que sea el verso siempre tiene un hálito de armonía rítmica, y nos recuerda que nació para ser cantado. Porque, al final, "la poesía y la música están cosidas por la misma estrella". De los antiguos aedas a los viejos juglares, de los juglares a los trovadores y de los trovadores al poeta escribiente, la música ha sido una suerte de cordón umbilical que los une desde todos los tiempos. Y Nuvia Inés no tuvo que aprenderlo en la Universidad, en la cual se graduó de Español y Literatura, lo traía consigo desde lo remoto de todos los tiempos. Léase y óigase:

Desde la Estigia Odiseo
pregunta cómo volver
a la patria cómo arder
sin Penélope al deseo
Sorbos de mar aleteo
pide al cielo Mas provoca
ciega ira cuando invoca
la conciencia de los dioses
pálidos sordos feroces
frente a su carne en la roca.

Se trata, por supuesto de una décima, una décima-espinela específicamente, que no todas las décimas son iguales. En España e Hispanoamérica las hay de estructuras muy diferentes. Martín Fierro, por ejemplo, está escrito en décimas truncas. Pero la creada por Vicente Espinel y patentada por Lope de Vega, quien reconoce a Espinel como autor de esta estructura, aunque en la actualidad haya divergencias de criterios, se caracteriza por una estructura ordenada en diez versos octosílabos, con rima perfecta (consonante) ABBAACCDDC, y un puente en el quinto y sexto verso que da curso a la siguiente redondilla que la compone.

El Siglo de Oro español convirtió la Espinela en una estrofa de gran valía poética, piénsese solamente en La vida es sueños, de Pedro Calderón de la Barca. En Cuba, al ser introducida por los colonizadores, se convirtió en una especie de canto nacional, sobre todo en las zonas rurales, (Viajera peninsular, cómo te has aplatanado) y dio un sinnúmero de buenos cultores de ella, tanto de repentintas (los que la cantan en disímiles tonadas) como de los que la escriben solamente. Sin embargo, varias generaciones de poetas cubanos la vieron como una estrofa menor, cosa de parrandas y guateques campesinos, y la menospreciaron, muy a pesar de la historia que poseía. En los finales de la década de los 70s los poetas bautizado como “tojosistas” la redescubren y comienzan a elaborarla con la exquisitez, musicalidad y belleza que la caracterizó siempre:
Mariposa, flor alada,
rosa que a volar se atreve,
como un arco iris breve
te posas en la mirada… escribiría Renael González y arrancaría la admiración del poeta Roberto Manzano Díaz, Efraín Morciego Reyes, Rodolfo de la Fuentes Escalona y Osvaldo Navarro entre otros, pero aún siguió siendo vista con algo de desdén, sobre todo, por quienes eran incapaces de acometerla con altura lírica y soltura emocional o posaban como “supra-revolucionarios” dispuestos a obviar y romper cualquier esquema.


Nuvia Inés no escapa a la influencia española y cubana, y la Espinela es para ella un retozo con el que sufre y se divierte a su manera. Tanto que su primer libro Últimas piedras contra María Magdalena, (Editorial Sanlope, Las Tunas, Cuba, 2001) está escrito totalmente en décimas. Digo en décimas en esta ocasión específica porque todas no son la clásica Espinela, sino que ella, cuando el octosílabo le queda estrecho, aun manteniendo los diez versos y la rima consonante en la combinación ABBACCDDC, juega con el metro a su antojo y lo torna eneasílabo o endecasílabo cuando lo necesita.

Últimas piedras contra María Magdalena es un libro que, aunque adolescente, muestra ya la madurez e información humanística de que Nuvia Inés hará galas en sus textos posteriores. Desde la misma concepción del cuaderno aflora su propensión a valorarse como ser humano más que como género y lo hace desde la óptica de la luchadora, jamás desde el conformismo sumiso a que ha sido sometida la mujer desde tiempos inmemoriales. Estamos frente a una rebelde, una transgresora de cepa, capaz de insubordinarse y pagar, y hacer pagar, las consecuencias. No es el escándalo que puedan provocar sus versos lo que le importa. Lo importante para ella son los efectos positivos que ese mismo escándalo pueda acarrear para la mujer. Y en esa batalla se desnuda emocionalmente para que todos sepan que no tiene nada que esconder.

A veces, suave como una caricia; a veces, ríspido como una cachetada, pero siempre esencial, su discurso poético se desdobla en sujetos sorprendentes y hallazgos inesperados. Es como si muchas mujeres, desde Safo hasta Sor Juana Inés, desde Ana Ajmátova hasta Alejandra Pizarnik, desde Gertrudis Gómez de Avellaneda hasta Fina García Marruz, la habitaran. Como si los siglos del mundo le hubieran transitado el alma. Como si todas las voces confluyeran en la sinfonía de la suya, y de ahí, que fluya entre lo arcaico y lo presente con una desenvoltura única.

Las fórmulas clásicas son para ella un retozo, y lo lúdico en sonoridades y medidas, más que cárcel, se torna caudal: se explaya. Salta de la Décima al Soneto con la precisión de una equilibrista sobre la maroma. Su verso es siempre libre: los encabalgamientos no permiten una lectura de sonsonete aburrido. Cuando rompe las formas, las rompe con el dominio de quien las conoce: desdibuja porque sabe dibujar, rompe porque sabe construir.

Veámoslo con calma en este soneto del libro Maniquí desnudo entre escombros (Ediciones Unión, 2002 que resultara premio David 2001)

Preludio del cuervo

Me cortará los ojos y los huesos A
escupirá mi piel hará en mis brazos B
un torrente de sombras y zarpazos B
Encajará las plumas en mis sesos. A

Picoteará mis poros y mi entraña C
instilará veneno en mis costillas D
trocando mansedumbre por astillas D
desgarrará las pieles de mi araña. C

Se llamará Cleopatra o Magdalena E
y yo la salvaré de la serpiente F
de la insidia feroz de la cadena E

Ahuyentaré el flagelo del demente F
Nadie rompa el tañido de la pena E
Nadie roce mi cuervo Nadie intente. F

El soneto clásico, aquel que “del itálico modo” trajera a la lengua española Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, y que después de haber pasado por las ilustres manos de Garcilaso y Boscán, llegara a los ingenios de Francisco de Quevedo, Luis de Góngora y el mismísimo Miguel de Cervantes, es una gema preciosa de la lírica hispana que ha transitado todos los movimientos literarios. (Martí, Dario, Casal; Modernismo), (Vallejo, Neruda; Vanguardismo). No obstante Nuvia Inés se atreve, ya en el siglo XXI, y lo emprende también a su manera. Y digo a su manera porque no sigue las reglas del soneto clásico. El soneto clásico en su rigor está compuesto por catorce versos endecasílabos, repartidos en dos cuartetos y dos tercetos, con rima perfecta (consonante) que se combinan ABBA ABBA y CDC DCD o CDE CDE, y del que Lope de Vega escribiera para describirlo:

Un soneto me manda hacer Violante, A
que en mi vida me he visto en tanto aprieto; B
catorce versos dicen que es soneto: B
burla burlando van los tres delante. A

Yo pensé que no hallara consonante A
y estoy a la mitad de otro cuarteto; B
mas si me veo en el primer terceto B
no hay cosa en los cuartetos que me espante. A

Por el primer terceto voy entrando C
y parece que entré con pie derecho, D
pues fin con este verso le voy dando. C

Ya estoy en el segundo, y aún sospecho D
que voy los trece versos acabando; C
contad, si son catorce, y está hecho. D

Pero Nuvia Inés lo emprende a su modo, a su aire, a su antojo, y aun cuando mantiene el metro en endecasílabos, trastroca el ordenamiento de la rima (aunque la mantiene consonante) y lo reordena ABBA CDDC EFE FEF para un efecto melódico diferente.

De Maniquí desnudo entre escombros, apunta el poeta cubano Efraín Rodríguez Santana: “En este espacio de poesía Nuvia Estévez intenta a veces con desesperación refundar la visión de su país, de su pueblo natal, su familia, su hija y su futuro y es por ello que sus versos se cargan de transparencia y veracidad, de juego candente y síntesis abrumadora. El verso libre, el soneto, y la deslumbrante décima son las formas de las que se vale para expresar su inspiración y su emoción.”

Porque Nuvia Inés Estévez, añadiría yo, es una poetisa entera formada a descalabros y pujanzas, a naufragios y reconquistas, a estudios y lecturas imprescindibles, y acompañada por un estro poético que no le cabe en el pecho y se le escapa vuelto verso armónico y lustroso. Con más de media docena de libros se establece ahora mismo con una madurez de magisterio y una belleza que la instala entre las poetisas más sobresalientes de la Cuba contemporánea.

Las muñecas, las putas, las estatuas, su libro más reciente, publicado bajo el sello editorial CAAW Ediciones, 2017, confirma su dimensión poética. Preparada para versos de trascendencia múltiple filtrada por el prisma de la vivencia individual:

El país fue un arca
a ella solo llegaron animales malditos
(esa ungida inocencia de los animales sin espina
ese vaho silencioso de los amantes oscuros)
El país solo fue un lugar para los que escapaban
Un mapa compartido con la nieve

De este cuaderno afirma el poeta Félix Luis Viera: “En Las muñecas, las putas, las estatuas el verso libre, el soneto, la décima parten hacia lo cotidiano —dicho sea en su favor: lo cotidiano asimilado, no maldecido como ocurre con tanta poesía (esto no quiere decir que poemas de este corte deban resultar, a su vez, maldecidos) — o ese fervor por proclamar el tiempo ido, tanto el relativamente reciente como aquel que surte las entretelas de la niñez ya lejana”.

Si algo llama la atención en Las muñecas, las putas, las estatuas es la estructura del libro. Cada parte invoca un rasgo femenino esencial. Si en las muñecas la maternidad es el rizoma del que eclosionan todas las emociones, todas las ternezas, todos los deslumbramientos, en las putas, el amor carnal, ese de los orgasmos objetivos que provocan los poéticos, es el eje en que giran chispeantes cada verso. No hay una actitud de víctima ni de discriminada, hay, más bien, una actitud de domadora, de triunfadora que, aunque en cada encontronazo haya dejado lágrimas y pellejo, ha crecido.

Y en las estatuas, la última sección del libro, y, quizás, el pináculo del mismo, los objetos poéticos se interiorizan más y son una especie de abordaje a fondo al bergantín fugaz de la poesía, aquí se adentra en lo esencial de la existencia, aquí no es la mujer frente a dilemas mínimos, aquí es el ser humano total frente a la bastedad del universo, aquí es la fusión de la incertidumbre con la poquedad de la vereda humana, aquí es donde: en la superficie de su sangre, el trueno cae, y ella —ni nadie— puede quitarle lo que la hace vivir.

La obra poética de Nuvia Inés Estévez requiere ya de un estudio más abarcador que estas palabras que, presuroso, garrapateo. Ella es, por merecimiento propio, un pilar de la poesía cubana. De Gertrudis Gómez de Avellaneda a Fina García Marruz, de Juana Borrero a Reina María Rodríguez, ha fluido mucha poesía bajo el puente, pero Nuvia Inés ha venido a remover y a renovar las aguas de los versos.

Y como siempre, aquí los poemas de la autora para me den o quiten la razón en lo que digo de ellos.


(Del libro Últimas piedras contra María Magdalena)

Es verdad
yo soy la puta
la feliz la melancólica
la temible la bucólica
quien se lamenta y disfruta.
Es verdad soy la que esputa
la lengua sobre tus sesos
la que se ahoga en excesos
quien ladra sobre tu carne
la que aúlla la que escarne
Soy la que muerde tus huesos.



Desde el fondo
(Del libro Maniquí desnudo entre escombros)

Yo nunca tuve mar
ni brazos con qué llevar mi hija a las olas
Nunca tiré piedras al espécimen
mis padres prohibieron el azul
gritaron “hasta allí los límites
la mirada divisoria entre las aguas
hasta allí la sal los ahogados
la fría eternidad de los peces en las rocas”

Siempre creí que el mar estaría en cualquier pueblo
en cualquier casa
en cualquier madre
pero mi madre nunca tuvo mar
y en mi casa solo hubo un balde
donde el amante orinaba su ausencia

El mar fue un barco que se hundía
un anuncio solitario desde arriba
Pero se fue del país
de mis amigos
Nada hizo mi anzuelo para encontrarlo
lancé botellas a ese hueco que alguna vez fue manantial
lancé la geografía la pulcritud
los delfines tan humanos ante la oscuridad de mi pueblo

Alguien dijo “La lluvia nos traerá el mar”
Pero no llovió en cuarenta días
Ni hubo madres felices ancladas con sus hijos

El país fue un arca
a ella solo llegaron animales malditos
(esa ungida inocencia de los animales sin espina
ese vaho silenciosos de los amantes oscuros)
El país solo fue un lugar para los que escapaban
un mapa compartido con la nieve

“Madre” grita mi niña
y el nombre a secas me devuelve aguas
“Madre” qué ciudad nos salvará el naufragio
qué aullido nos pintará el silencio
en qué cuerpo quedarán los brazos abiertos
a ese dolor imposible de lo limpio”

Yo nunca tuve un mar tocándome la puerta
deslizando tranquilo por hendijas su recuerdo migratorio
nunca bañé su fantasma contra mi cuerpo
su ácido contra la imperfección del rostro

Pude lanzar mi corazón en una botella
partir desnuda tras las malolientes gaviotas
pero nunca tuve un mar el soplo de las velas
la danza de su ruido pálido y mecánico

Quien iba a anunciar las aguas
ese arrepentimiento de los que se hundían sin país
las piedras la isla
los ahogados sus bocas abiertas al olvido
Quién iba a empujar hacia este silencio sus tablas

Hundida el arca
vueltos los animales a esa costumbre oscura de la existencia
el mar retornó a golpearnos
y dolió al cuello la nostalgia bulliciosa del tumulto
Mi hija pintaba barcos en la pared
mientras otro amante flotaba prendido a mi cuerpo

Ahora que ardo sobre esta isla animal
mi húmedo hundimiento de vida
y mojo la arena desolada donde perdí mi casa
siento el nombre que duele en las costas
esa frígida felicidad sin brújula

Mi hija y yo
también nos hemos ahogado.



Vocabulum
(Del libro Las muñecas, las putas, las estatuas)


Puede ser un cuchillo lo que gotea mi vientre
los libros que leí no son libros
no son hojas sus hojas ni letras sus letras
habría que ver quien dio forma a la tinta
que no es tinta
No existen filósofos
                    ingenieros
                    doctores
                    barrenderos
                    esclavos
Amor puede confundirse con odio
si contamos las sílabas
El verso es una línea
la línea es una raya
el corazón es otra víscera
la mesa el árbol
no sé si esto que no quema es sombra
-quiero llamarle abrigo-
Aquello que enfría los alimentos
es un trozo metálico de nieve
El Sol es un fósforo
la noche una pestaña
el vestido que calzo es una flecha
las especias son solo el olor
por qué cilantro o laurel
por qué espejuelos y no antifaz o burla

Eso que me protege el pie
es mi madre.



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Nuvia Inés Estévez Machado (Cuba, 1971). Poeta y narradora. Licenciada en Español-Literatura. En el 2001 obtuvo el Premio David de la UNEAC con su poemario Maniquí desnudo entre escombros, el cual fue reeditado en México por la Editorial Verdehalago. Ha publicado, además, Arrepentida de llamarme Circe, Claveles para Rachel, Penancolía, Últimas piedras contra María Magdalena y Misterio de Clepsidras. Su obra poética ha sido recogida en numerosas antologías en Cuba, México, Estados Unidos, Puerto Rico, Costa Rica, España y otros. También ha ofrecido conferencias en México y Colombia, y recitales de poesía en diferentes eventos internacionales. Actualmente reside en el Sur de la Florida.


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Ver Nuvia Inés Estévez en el blog

Tuesday, July 16, 2019

Margarita García Alonso, un concierto sin coda (por Manuel Vázquez Portal)


Por la veneración a la belleza y su entrega a ella, me recuerda a Santa Margarita María de Alacoque; por la pasión y el desgarramiento con que ha fabricado su vida, me rememora a Edith Piaf, el Gorrión de Paris, y porque la Escatología, de algún raro modo, las une a las tres, caigo en la trampa de las analogías, acto que no me gusta ni en las Matemáticas.

Me la presento Froilán Escobar, unos de los más talentosos y nobles de mis amigos poetas. Me dijo que era una gran poetisa. Y a él se lo creí. No vierte lisonjas gratis ni es dado a las hipérboles afectivas. Suele ser equilibrado y justo.

Visitábamos la Matanzas de los años ochentas. Froilán y yo fungíamos (o fingíamos) como jurados de un certamen de literatura que se celebraba en esa provincia de la isla. Y no creo que él quisiera influir sobre mi voto. Froilán no es hombre de componendas ni turbideces. Solo deseaba que yo la conociera. Una mujer capaz, que quiere tener paz\ al nombrar cada esencia\que la ha matado.

-Ella es Margarita García Alonso -dijo lacónicamente.

Ella y yo nos dimos el beso en las mejillas, que se acostumbra en Cuba, y nos despedimos inmediatamente. Sin mediar otras palabras, supe que era uno de “los hijos que nadie quiso” esos niños, y luego adolescentes, que fueron relegados a un segundo plano porque sus padres habían vivido convencidos por el hechizo de que “por esta libertad había que darlo todo” aunque los vástagos y el resto de la familia se descojonaran.

Eran unos jóvenes que venían de un socialismo frustrado y una utopía rota que les había roto todas las utopías infantiles, y crecieron en un entorno sin hadas madrinas, Reyes Magos ni pesebres del niño judío en los arbolitos de navidad, lo que podría traducirse como sin fantasías ni religión.

Pero hoy Margarita García Alonso aún anda desbocada en el abismo del ojo. Y en su devoción por la poesía, reveladora, profética en que la realidad histórica de su tiempo es cardinal, se asemeja a la unción que Santa Margarita María de Alacoque sentía por la madre de Jesús de Nazaret y se dedicaba a la Cristología y la Mariología.

Cuando se alejaba, de espaldas a nosotros, me percaté de que tenía unas piernas respetables, y, el descubrimiento me obligó a continuar mi viaje visual. Más alto, más alto, pensé. Y en ese sitio exacto, donde la amistad se transforma en relumbrones en la mirada, no había grandes frondosidades pero tampoco la escasez de la Libreta de Abastecimientos. Su cintura exhalaba cierta musicalidad caribeña; y de la nuca hacia las nubes, cierta luminosidad que prometía un magnifico amueblamiento en su cabeza. No era bella, como tampoco lo era Edith Piaf, pero en ambas hallo esa belleza superior que habita en el desgarramiento interior.

La otra componente del jurado era Exilia Saldaña, con quien espero reencontrarme cuando, a la manera de Salvatore Quasimodo, “en el preciso tiempo humano/ renazcamos sin dolor” y volvamos a abrazarnos. Y no hubo discusión. El voto fue por unanimidad. Margarita García Alonso era la ganadora. Su poesía alcanzaba, sin pujas ni rebuscamientos, el frescor de lo novedoso, lo atrevido, lo singular. Como el corifeo antiguo, ella también se apartaba “del coro de los grillos” que cantaba a una continuista luna roja.

Para entonces, la lírica de los más jóvenes se alejaba del conversacionalismo ramplón y desaliñado que, como una letanía, le impusieron desde la grisura de una proclama calvinista: dentro, todo; contra, nada; el nuevo modo de poetizar se deshacía de harapos de barricadas y lanzas consigneras. Se empezaba a individualizar, a espiritualizar, a recuperar una tradición literaria que había sido cercenada con métodos, cuando menos crueles.

Ya la época de leer poemas vestidos de caquis y calzados con botas cañeras, por puso esnobismo socialista, había quedado atrás. El fracaso de la mega zafra azucarera (1970) había instalado cierto escepticismo en la población. La política de acercamiento del presidente estadounidense Jimmy Carter, entre 1977 y 1981 había cuajado sus frutos. Tras el arribo de “la gusanera” que a la sazón empezó a llamarse “comunidad cubana en el extranjero”, poco quedaba de soporte ideológico para demostrar que no éramos unos perdedores. El despelote por Puerto Mariel (1980) resultó la prueba irrefutable. Un plebiscito en desbandada contra el mito barbudo. La política de Carter hacia el castrismo fue una bomba de pacotilla que asoló los últimos bastiones de aquel engendro que dieron en llamar revolución. Los sacrosantos principios marxista fueron afeitados con una hojilla Gillette.

Es por ello que para columbrar con algunos aciertos la poesía de Margarita García Alonso, hay que conocer ciertas claves que solo las circunstancias en que creció la poetisa, propician. La búsqueda de una individualidad legítima, de una voz propia, de un arsenal metafórico distante del metalenguaje eufemístico y paradojal que le insuflaron desde los pañales, son algunos, y por eso los apunto, para que se sepa por qué su rispidez sintáctica, su casi jadeo rítmico, su adolorido tono, sus historias enigmáticas.


Margarita García Alonso es un caudal, diríase torrente, de versos restallantes en los cuales el grado de sugestividad hace de la metáfora un caleidoscopio de imágenes yuxtapuestas que conducen a las lecturas más polivalentes. En su hermenéutica particular ha de descubrirse los símbolos para una íntegra interpretación. Es todos al unísono y no se parece a nadie. Va de sus visiones a sus asuntos, desprejuiciada y libre. Donde el tema requiere una obscenidad, la imparte sin permisos y sin poses. No escribe para congraciarse sino para exorcizarse. Su poesía es un acto confesional honrado, no miente al sacerdote de su propio Yo, un Yo que se trastroca en universal cuando lo muestra sin afeites ni remilgos y nos coloca frente al espejo de nuestros propios ojos cuando nos miramos hacia adentro.

Nacida en 1959, de origen campesino y pobre, es y no es la “revolución” al mismo tiempo. Lo es porque creció dentro de ella y pretendieron modelarla bajo esos preceptos que la marcaron para siempre. No lo es porque su rechazo a tal estrechez conceptual fue precoz y porque su carácter transgresor, poetisa al fin, la condujo a la hostilidad contra lo establecido. De ahí su postura iconoclasta y su verso desacralizante. Hastiada de imposiciones, canalizó su rabia y su impotencia por un modo de decir que puede resultar insolente pero es sólo sincero y valiente.


Ahora, y más allá de las circunstancias que concurrieron en la formación de su conciencia, su espíritu en sí está hecho de elevación y belleza, y es eso precisamente lo que la salvó de la estética provisionalita y mediocre que la asediaba y constreñía. Para probarlo tengo delante de mí tres de sus últimos libros, todos publicados por Ediciones Hoy no he visto el paraíso, que ella misma regentea: Breviario de Margaritas (2014), Zupia (2016) y Cuaderno de la vieja negra (2016). Todos de una factura desde la madurez, la elegancia y enigmática brillantez poética que le dictan sus ángeles y sus demonios en un concierto sin coda. Todos transidos por un halo escatológico que los emparenta. Y digo escatológico refiriéndome al método de indagación y reflejo poético, en el cual, ya se sabe, confluyen la profecía y la cotidianeidad de las esencias históricas, como lo hace el mismo método en los estudios de la iglesia. Así que no lo vean del modo simplista en que a las “supuestas procacidades” se le llama lenguaje escatológico, aunque ella lo usa abundantemente porque la realidad muchas veces resulta pura zupia. Pero lo grandioso de Margarita García Alonso es que como poetisa borda bellamente lo residual de la realidad y la transforma en poesía.


Y como siempre, los poemas, que apoyan o desmienten lo que apunto, aquí se os dejo.


Confesiones de una vagabunda
(Del libro Breviario de Margaritas)


¿Cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo?
Francisco de Quevedo

Antes de perder la cabeza
pondré sobre la mesa
la herida.

Quiero esconderme
en la plaza pública,
siempre he estado
al alcance,
a la mano
sin perturbar
o llamar la atención.

Quiero tener paz
al nombrar cada esencia
que me ha matado.

De nada os sirvo,
podéis cerrar el cuaderno,
quemarlo,
escupirlo
depositarlo en el bolsillo
del suicida.

De todas formas
soy culpable:
he bebido poco
he fornicado menos
pero embriago
-borracha,
no admito finuras
en carne descompuesta

ebria de sentir
como olisqueas en un verso
buscáis consuelo donde no hay,
buscáis compañía
cuando huyo.

Escasea el tiempo,
me voy a traicionar,
voy a vender
como postalita
mi circunstancia.

Decorticaré cada ciudad,
cada perro,
seré breve como un rayo:
no me ha acompañado
la suerte.

Desde que partí de mi tierra
no he recomenzado,
solo cuadernillos,
mendicidad y este breviario
de vagabunda estacada.

Me dijeron calla,
pero no he obedecido.

Aprende: no soy perla
de altar, ni manto
que busque espalda.

Quizás hasta posea
lo que necesitas,
pero puedo mancharte,
estoy sucia como una
frase de usurpación
a la deriva del Danubio.

He fallado:
quise retenerme adolescente,
quise que mi hija fuese siempre niña,
pero usé el santo que no conviene,
jugué el número que no tocaba,
usé la bárbara costumbre nórdica
de la sal

sal gruesa en la acera,
sal en la puerta
para espantar la nieve,
el mal ojo, la escasez,
la fatalidad.

Pero llueve
y sobre el nueve la lluvia,
rastrojos de mudanza,
ropa usada,
fotos en el cajón de cocina
junto a utensilios oxidados
como tú y yo,
extranjeros de especie.

Una mujer común,
con una camisola de hospicio
rasgada, amarillenta,
sin identificación.
que te confiesa
llamarse Margarita.



(Del libro Cuaderno de la negra vieja)

nadie ve en la noche
dónde me emplazo.

nadie ve dónde tengo
la cabeza, el pie

aunque apesto

todo en mí
apesta a perra
de rastrillo

que regla sangre
y muerde rabiosa
para alimentarse



Zupia (Canto primero)
(Del libro Zupia)


Ha pasado la hora
Fatal del atardecer

escribo, escribo
y no ensarto la aguja

desbocada
en el abismo del ojo

des-boca-da
me parto los dientes.

Las palabras afloran,
poco importa
ser caballo o mendigo
si piso una tierra
que no me pertenece

la tierra miedo,
la tierra de nadie.

Soy la que elije
sacrificios

frente a la puerta
se acumula la nieve
en noche intensa.

si inclino la cabeza,
si te enseño a trenzar
desencadeno temblores
en la pelvis de Cristo

y vas a lengüetear
la piedra calcinada
de mi rodilla.

Una tras otra la angustia
suda mares en mi cabeza,

si la avellana cae
me dispersa
en mínimas cuentas,
en salitre.

Todo fue hermoso,
Todo es hermoso
Desde el agua

el aire corta la superficie
se ajusta a concéntricos
deslizamientos de moluscos
y en el fondo yace la piedra,
el corazón cercado por
el río profundo de la memoria.

Huele a niño y
no hay forma que despegue
su camisa de mis ojos,

llegué muerta adónde iba a morir,

estaba sola tan
sola que podía confesarlo

y tomé su mano
en infinitas vibraciones,

se me han agotado los dedos
de acariciar su pelo
en todos los vientos.

La letra vale sangre
en correos antiguos
pero alnombrar
te-ti-contigo
asciende el reflujo gástrico,
se desmantela el coxis,
mi hígado se ensancha
de materias insanas.

Cada espiral repite
incansablemente
dónde quedamos

cada espiral repite:
alma de perra, ojos de perra,
uñas de perra

arrastrada en
callejuelas
olisqueé
un sinfín de coincidencias
con las que acostaríamos
a desconocidos.

Todo es hermoso,
Un pájaro picotea su frente,
el tatuaje se agranda,
queda el hueco
a merced de las moscas.

Cada verano caluroso
La entrepierna
Forma aspavientos
de"riachuelo,

el hueso desprendido,
la fractura nos reúne y

somos pasto de incienso
frente a devotas
de rarísima pureza
que depositan azucenas,
galanes de noche,
sobre un hombre lacerado

si respiramos
si nos miramos
el polvillo cae sobre el haz
de luz de la matanza

en mi pecho
el banderín de la masacre
tiñe de rojo las nubes.
Es hermoso cómo descienden
Las aves carroñeras,
Cómo desciende
la mano del mago
a la capa poblada de bolsillos.

Hermosa
la muerte me sopla
este desaliento
con más fuego que todos los fuegos
de la creación del mundo

te veo caer
y no te sostengo,

caes, caes, caes
como
baba
en mi bocaza de perra,

pero no temo,
me acostumbré
al lenguaje que choca
en mi diente partido,

cada vez que escapa un tren
de cualquier estación

una brizna de paja
en mi boca

tu semen en mi boca
me convierte en simiente
de cualquier tribu nocturna,

en la frívola ciudad
escupo la noche
junto al camión de la basura.

Cada amanecer,
pegado al moho
me conviertes
en anticoncepto.

Bordo iniciales
El profundo ardor
que imita la plenitud
iniciales que envío a Venecia,
de una isla a otra perdidas.

En el filo del vaso
la sangre colapsa
cuando aseguro
que es perfecta
la tranquilidad de las nubes
que sostienen la tormenta.

Circunciso la lengua
si niego o sobrevivo
la catástrofe.

Me enfrento a descabellados
Planes amatorios
de pulgas en bibliotecas,

pero vale más la droga o la mirra
que\ la sentencia

mi amor es la sombra,
el ritmo desenfrenado
que lleva al trance

lejos de la melisa que adormece
la hora fatal once

-nadie repita once
o caerá del tercer cielo
la tinta que grabó
el brazo de mis antepasados.

Dos lanzas atraviesan
mis costillas,
el pretérito cíclico
tasajea al planeta
con hilos de acero

las familias se arrastran
en el fango de las fronteras,

los niños avientan
caballos de miedo
mientras ululan las sirenas
que detectan humano
en el bosque, abedules
de corteza blanca
reflejan la dimensión
donde serán otros.

Todo es hermoso y queda atrás,
Hasta mi vida.



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Margarita García Alonso, poetisa, artista visual y periodista (Matanzas, Cuba, 1959, reside en Normandía, Francia desde 1992) En Cuba fue directora del semanario cultural Yumurí y editora de Casa de las Américas. Licenciada en periodismo por la Universidad de la Habana. Máster en Industrias gráficas en Francia.

Ha publicado los poemarios: “Sustos de muchacha”, Ediciones Vigía, 1988, “Cuaderno del Moro”, Letras Cubanas, 1990. “Mar de la Mancha” (2009), “Maldicionario” (2011), “La costurera de Malasaña” (2012), “Cuaderno de la herborista” (2012), “El centeno que corta el aire”, Betania, 2013, “Breviario de margaritas” (2014), “Cuaderno de la vieja negra”, “Zupia” (2016), y Muestrario de Sirik, compilación de poemas (2017), en Editions Hoy no he visto el paraíso. “La aguja en la manzana”, edición bilingüe, (francés, español), en L’échappée belle edition, Paris, 2011. Racolta di margherita, Edizioni Saltilibro, Roma, 2017.

Noveletas para niños: “Garganta”, y “Señorita No y señora sí” (2011). Las novelas: “Amarar”, Ediciones El barco ebrio, 2012 y “La pasión de la reina era más grande que el cuadro”, 2012. En la categoría Arte: “Isla, el libro imposible” junto a Maya Islas, y “Cierta idea de la justicia”, así como el primer libro ilustrado sobre la obra de José Lezama Lima: “Lezamillos habitados.

Aparece en la Antología de la poesía cubana del exilio, Aduana Vieja, 2011, a la cual realizó la portada; y en " Catedral sumergida”, Poesía cubana contemporánea escrita por mujeres, Ed. Letras Cubanas, Col. Biblioteca Literatura Cubana, La Habana, 2013. Funda y dirige desde el 2009 las Editions Hoy no he visto el paraíso, donde ha publicado poemarios a a David Lago González, Alberto Lauro, Sonia Díaz Corrales, Odette Alonso, Juan Carlos Recio, Pedro Assef, Maya Islas, Carlos Augusto Alfonso, Jesús Díaz, José Manuel Poveda, así como ensayos a Javier Guzmán Simón; y la novela "Arroser les morts", de Laura Pérez García.

Ha recibido los premios: José Jacinto Milanés, de poesía, Cuba. Bonifacio Byrne, de poesía, Matanzas, Cuba, Mención de poesía, 13 de marzo, Cuba, 17 de mayo de poesía, Cuba. Premio de la Taberna de poetas franceses, 2006, Primera Mención Honrosa, XII Concurso literario Gonzalo Rojas Pizarro, Chile, 2014. Premio de pintura de la Ciudad de Harfleur, Francia, 1991. Premio de pintura en el 7eme salón de Rolleville, Haute Normandie, Francia, 1997. Premio de pintura Salón de Creadores contemporáneos de Gonfreville L'Orcher, Normandie, Francia. Premio de la Ciudad de Le Havre, en el 8 Salón de la AAPPC, 2000.

Thursday, July 11, 2019

Aleisa Ribalta Guzmán: estro y cerebro (por Manuel Vázquez Portal)


Aunque escribía desde muy joven, quizás por pudor, o por temor, o por respeto a tanta poesía cantada, contada y escrita desde los inicios del tiempo del "Reino de este mundo", no es hasta la bella e independiente otoñalidad de las cuarentonas (y ya se conoce la de matices que tiene todo otoño), que Aleisa Ribalta Guzmán se decidió a publicar sus dos primeros libros.

De niña declamaba. Sus inocentes manos moldeaban en el aire versos ajenos, de los que se adueñaba en su recitar para sentir en carne propia las vibraciones. Con vocecilla trémula rafagueaba metáforas que apenas si comprendía a cabalidad, pero que ponían en su piel irisaciones de núbil arrobada. Fue desde entonces que la poesía la penetró como un garañón febril y la enseñó a amarla; la poesía, ya se sabe, puede ser un sátiro libidinoso o una ramera descocada o ambas cosas simultáneamente. Lo que, quizás, en ese momento, no sabía Aleisa Ribalta Guzmán, era que ese amor sería para siempre, el breve siempre humano, y que la arrastraría hacia una dimensión donde todo es posible si se tiene la bendición/maldición de ser poeta, y se poseen los garabatos/ santo y seña/ del sonido.

Aleisa Ribalta Guzmán es una poetisa (y que conste, escribo poetisa por pura tradición semántica; una sacerdotisa no es un sacerdote, aunque el sacerdocio sea el mismo; pero, como la lengua es diacrónica, según indican, desde los más elementales hasta los más rigurosos, estudios lingüísticos, hoy es más común escribir poeta para referirse a la poetisa; y que a mí, en particular, me importa un carajo esa obsesión genérica, porque una concavidad o una protuberancia, no es lo que define al ser humano, y resulta, en fin, lo que verdaderamente me interesa) y ella guarda en sus versos una serenidad y belleza que la acorazan contra etiquetas, melindres y otros cacareos extraliterarios. Ella parece de pedernal puro cuando se tiene a prudencial distancia, pero, cuando se le camina por el alma, se descubre que es blanda y luminosa como la puerta de entrada a un universo paralelo. Así que poeta o poetisa, me propongo algunas aproximaciones a su poesía que es más esencial que esas bronquitas musicales, además de baladíes, entre "pitos" y "trompas".


Digo aproximaciones a su poesía porque toda valoración es apenas una aproximación al universo del poeta en cuestión, al menos para mi. No creo en el concepto de crítica constructiva porque me resulta socialistoide e hipócrita, un modo solapado de destrucción que aspira a la aprobación del criticado y resulta ser una especie de autoinculpación a la manera stalinista. No creo en el concepto de crítica cómplice porque se torna traicionero, veo en él un modo adulón para no decirle la verdad al amigo, y al cómplice debe decírsele toda la verdad, aunque sea en privado. Luego hacer una valoración estética publica debe regirse solo por el instrumental teórico que respalde la opinión.

En una primera lectura de la poesía de Ribalta Guzmán, la cual, por lo general, decide si se vuelve a por más o no, da la impresión de que escribe una poesía neuronal, que, dicho sea de paso, nada tiene de rechazable si alcanza la elevación y donaire que requiere, pero ya en las lecturas exegéticas que impone hasta el más humilde estudio, se descubre que no es solo fabricación cuidadosa sino que también hay en ella un estro poético que le propicia las resonancias que, luego burila con oficiosa mano lo valioso o taja con cruel navaja lo tumefacto de la versión primaria atrapada de la imago fugaz que una vez disuelta se pierde para siempre.

El primer indicio de esa combinación que algunos suelen llamar délfico/órfica y otros contenido/forma, Aleisa la proporciona en el poema A garabatos, cuyos versos cito en el segundo párrafo. Se necesita poseer la velocidad del trazo urgente (el garabato, engrasado por la acumulación y el sedimento cultural y alertado por el estro poético propio, añadiría yo), el oído proclive a las resonancias (conocer el santo y seña para que se abra el canal de lo inefable) y escuchar (el sonido) la armonía universal dentro del babélico chillar del parloteo inútil. Y he ahí que, más tarde, vendrá la parte cerebral de artesanía para conseguir una pieza digna: las estrellas son curiosas/ novias desde su propio azoro ante la nada.

Si en su primer libro, Talud, Editorial Bokeh, 2018, ya suena el verso sosegado y terso que la caracteriza, aunque aún falta la madurez que se alcanza, en este sentido, en Tablero, Editorial Verbo(des)nudo, 2019. Talud, como todo buen libro inicial muestra al poeta que se lo echó a cuestas y salió airoso, pero paga la cuota de adolescencias de estructuras caprichosas y deja transparentar óptimas influencias junto a otras no tan beneficiosas. No importa si el poeta tomó exprofeso las influencias, sino el resultado estético. En toda intertextualidad o apropiación, como en las analogías, una de las partes comparadas suele perder. Si la influencia es mala, pierde el que la permite. A Talud, excelente libro, en su mayor parte, lo salva la cuota de integridad, honestidad y amor/nostalgia que destilan la mayoría de los poemas, sobre todo, aquellos que le arrancan su éxodo propio de la tierra natal, donde la luz no es más/ que el reflejo del mar/ en cada lágrima, y, La ciudad de las nostalgias/ y de los nostálgicos que la habitan/ ha dejado de existir.

En Tablero ya estamos en presencia de una poetisa (poeta) de mayores quilates. Aquí, además del verso equilibrado y elaborado hasta el tuétano, escuchamos un tono más salmódico y melodioso, una voz más reposada y límpida, un atrevimiento conceptual más elocuente, y sugerente al mismo tiempo, en el que la polisemia toma bifurcaciones de dimensiones impactantes. No vertían allí más que sus sueños/ los jóvenes lánguidos y casamenteros/ en busca de su leyenda más real, y saben que han perdido algo tan preciado como el sueño congelado de una diosa.

¡Qué Catarina ésa, la Fagunda! Se exclama a la manera de los hexámetros épicos de los grandes rapsodas en Tablero, con el aire narrativo de los antiguos aedas sin que se pierda la contemporaneidad ni la sustancialidad. Y es que, ya a estas alturas, Ribalta Guzmán cierra los ojos porque sabe que la derrota es del que suelte el arpón. Aquí ya está la poeta (poetisa) entera. De ahora en adelante habrá que oírla (leerla) con la atención de quien sabe que se halla frente a la madurez de un ser dispuesto a expresar lo que cree su trascendencia propia.

Para muestra de lo que sostengo, "sin honda energía" pero con una convicción abierta a todo debate, aquí les dejo dos poemas de Aleisa.


Astro jodedor
(del libro Talud)

Para Alejandro Fonseca, in memoriam.


Y ahora, ponte el sextante al lomo
 que no te faltarán constelaciones.

Puesto a catalogar
no te querrás perder,
agarra brújula y azafea
y llévate una caneca
de aquello, por si acaso.

Sé que no puedes ni nombrarlo,
pero un día es un día.
Date el buche y pa’abajo.
Anonimemos eso.

Te advierto: las estrellas son novias
curiosas desde su propio azoro ante la nada.
Qué haces aquí y por cuánto tiempo
estarás, qué fue lo que te trajo,
caramba, cómo fue que caíste. En fin,
ese tipo de cosas que una estrella pregunta.

Tú no abras boca y contempla,
déjalas, feliz, inquisitarte el alma.

Sin prisa, enfoca el equatorium,
presume por vez primera de astrolabio,
sácales de remate un buen torquetum
despampanante y en desuso,
pa’ que sufran, bellezas.

Total, Galileo y el telescopio
se mueven ya patentados.

¡Ah! pero en eso de divisar
los golpes en la sombra, el cielo amplio,
el tiempo deslumbrado y tu ínsula
(de dónde va a ser) del Cosmos Barataria,
no te ganará nadie la pelea,
viejo poeta socarrón,
astro jodedor maldito,
hoy por la estela
de ti mismo
rejuvenecido.




A tiras y embadurnada 
(Del libro Tablero
"y ahora alumbra tu oficio
con su silencio fugitivo,
en son sereno como de agua a mediodía."
Claudio Rodríguez


¡Que Catarina ésa, la Fagunda! No se lo creería ni Dios.
Decían los marineros que iban a verle los tersos muslos
¡que hembra, cómo arponea la bestia, menudas ancas
pero que pobres brazos!, ¿cómo es posible tanta fuerza?

Ballenas surcan los mares de Terranova,
ahí va la hija de Joao, arpón de la casa Álvarez Fagundes,
mano tibia y púber, de casi niña,
hasta que entierra dura, y el lomo sangra…

Dicen que la ballena herida se hunde
mientras se desangra muy despacio
que sale varias veces a respirar,
y que el soplo es tenebroso.

Sola entre mozos, embadurnada de aquella sangraza
con manteca, dentro de una chalupa que se bandea
y se va a pique. Toda vida de mar es sin garante, dice el padre,
y lo sabe pues está a punto de sucumbir en un charco rojo. 
La Fagunda cierra los ojos, entierra más,
piensa en los tres hijos que un día tendrá,
en cuántas bocas pueden comer de una tira de carne,
en el aceite de la cámara que necesita más lumbre,
en su padre que viaja de punta a punta
del océano fundando islas con su nombre. 
Cierra los ojos porque sabe que la derrota
es del que suelte el arpón
esta vez no será ella, se dice, a oscuras…
sola con la voz de un poeta del que le separan siglos.

Como soplo de ballena, indescifrable
vuela en el tiempo el mejor consejo
a la niña asustada que todavía es:
"Y no mires al mar porque todo lo sabe
cuando llega la hora".




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Ver Aleisa Ribalta en el blog
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