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Sunday, September 15, 2019

La biografía de Fidel Castro, que no se filmó (por Fausto Canel)

Gerard y Anne Phillipe con Raúl Castro, 
Alfredo Guevara y Vilma Espín 
en La Habana, a principios de 1959. 
Fotos cortesía del autor
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En 1959, la 20th Century Fox amagó con filmar la vida de Fidel Castro. Se habló de Marlon Brando… Guillermo Cabrera Infante y Alfredo Guevara fueron la parte cubana en la 'negociación'.

La Corea era un barrio, o más bien una calle llamada Almendares, paralela a la calzada de Ayestarán. Su atractivo para el cinéfilo radicaba en que allí se encontraban reunidas las distribuidoras de cine en Cuba. Cada empresa representaba a una productora internacional —o a un grupo consolidado de productoras— y cada una tenía sus oficinas en una hilera de chalets idénticos a ambos lado de la calle. Bastaba con entrar en uno de aquellos chalets para que el visitante se enfrentase, fascinado, con enormes carteles publicitarios de las películas próximas a estreno: el Nirvana como promesa.

A La Corea fuimos Alfredo Guevara, Guillermo Cabrera Infante y Tomás Gutiérrez Alea —plana mayor del recién creado Instituto del Cine—, conmigo de asistente. En aquella mañana de junio de 1959 íbamos a ver Al Capone, película protagonizada por Rod Steiger bajo la dirección de Richard Wilson, con guión de Malvin Wald.

Por aquellos días, de un espacio pequeño alquilado en el quinto piso del edificio Atlantic, el Instituto del Cine se había extendido a cinco oficinas (un año más tarde, con la estatización de los bienes raíces, el ICAIC se apropiaría de todo el edificio). Siguiendo los vericuetos de la importación, producción y distribución de películas, el poder del ICAIC y de Alfredo Guevara, su presidente, acabaría extendiéndose más allá de los más alejados cines de provincia. Camionetas con pequeños proyectores llevarían por primera vez el cine a las montañas. Es decir, sólo el cine que el Gobierno Revolucionario quería que se viese.

Futuro incierto, pero cierto —aunque ninguno de los presentes en aquella exhibición en La Corea, ni siquiera Alfredo Guevara, teníamos entonces la menor idea de que el proceso se aceleraría, se "profundizaría", como se comenzó a decir entonces. En cuestión de meses se nacionalizaron las distribuidoras, se tomaron las salas, las copias de las películas se confiscaron y se intervinieron las pequeñas productoras y laboratorios, para convertir al ICAIC en productor, importador, distribuidor y exhibidor único de todo lo que tuviese que ver con el cine, incluyendo la película virgen. Un monopolio total, sin que tuviese, además, como también ocurría en el resto de las nuevas empresas "consolidadas", la más mínima experiencia en ello.

Pero en aquella hermosa mañana del verano del 59, todo eso estaba en el futuro. También las discrepancias entre Cabrera Infante y Guevara por la orientación estética del ICAIC, que llevaría al primero a renunciar a su cargo de consejero de la institución. O los conflictos entre Guevara y Gutiérrez Alea por razones parecidas, que les llevarían a un punto en que ni siquiera se hablaban. Por el momento, todo era cordialidad y amor. La revolución aún era verde como las palmas.

Y Al Capone resultó inesperadamente buena: un docudrama honesto y realista, y la actuación de Rod Steiger, memorable: una prueba más del talento que ya había demostrado en On the waterfront (1954), consiguiendo entonces una nominación al Oscar como actor secundario.

Al finalizar la proyección, la imagen del intenso y trabado Steiger se disolvió en las figuras de dos desconocidos. Uno era alto, rubianco y muy blanco, el otro de estatura media y complexión cetrina.

Se trataba de Richard Wilson y Malvin Wald, que aparecían sin anuncio previo en la desvaneciente oscuridad de la sala. Eran los autores de Al Capone, director y guionista respectivamente, que presentaban la cinta a la dirección del ICAIC con el objetivo de conseguir la autorización del gobierno revolucionario para rodar en Cuba una biografía de Fidel Castro.


Guillermo Cabrera Infante (izq), junto a Pepe Hernández, 
en la azotea de la redacción de 'Carteles'.
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Se hicieron las presentaciones y se habló con agrado de la película. Fue entonces que los estadounidenses, as en mano, adelantaron el nombre de Marlon Brando para interpretar a Castro, tal vez porque alguna vez fue Zapata. Alfredo Guevara aprovechó para mover ficha a falta de cartas: una sugerencia propia: ¿por qué no Gerard Phillipe, que acababa de visitar la Isla, para el papel de Raúl Castro?

Wilson y Wald se miraron y dijeron que sí, que por qué no, tal vez, cómo no. Pero se hizo obvio que un actor francés como coprotagonista no estaba en los planes de una superproducción de Hollywood. La revolución en el cine estadounidense de los años 70 estaba todavía por hacerse. Y de hecho, el entusiasmo de Guevara era en sí apresurado, ya que el grupo cubano aún debatía su opinión sobre el propio Wilson.

De Malvin Wald teníamos una excelente opinión. Wald había recibido una nominación al Oscar por su guión de La ciudad desnuda (Jules Dassin, 1948), película que en tono semi documental mostró el día a día de los detectives de una estación de policía mientras resolvían un asesinato. (Una situación dramática desde entonces explotada hasta la saciedad por docenas de series policiacas de TV.) Y Al Capone exudaba ese mismo realismo, y eso hacía admirables tanto la cinta como su guionista.

Pero de Richard Wilson… Era cierto que había dirigido Al Capone con aplomo, utilizando el blanco y negro para subrayar el tono documental que el guión reclamaba, y que también en su película anterior, Raw Wind in Eden, se había mostrado capaz de conseguir una convincente actuación dramática nada menos que de Esther Williams. Pero también era verdad que en The Big Boodle, filmada tres años antes en los casinos de juego de La Habana, el director había fracasado en conseguir la más mínima expresión de un Errol Flynn alcoholizado y cansado. La duda revoloteaba en la mente de los cubanos. ¿Era Wilson un director en el que se podía confiar un proyecto tan importante? Wald y Wilson hacían dúo, aunque no necesariamente de ases. Iba a ser muy difícil conseguir separarlos. ¿Qué hacer?

De regreso en el ICAIC, Alfredo Guevara le pidió a Cabrera Infante que confeccionase una lista de directores de Hollywood que propondríamos como candidatos a la dirección de la película. Una hora más tarde, la lista estaba lista, encabezada nada menos que por el listo de Orson Welles. Y aquello resultó una verdadera bofetada sin manos para el pobre Richard Wilson.

No nos percatamos —o tal vez ni siquiera sabíamos entonces— que Wilson había comenzado su carrera en Nueva York como ayudante del propio Welles, siguiendo al Mercury Theatre en su desplazamiento a Los Ángeles y participando en calidad de ayudante de dirección en los rodajes de Kane, Ambersons, La dama de Shanghai y Macbeth. Nuestra lista se convertía, sin quererlo, en un agravio a un director que si bien nunca fue excesivamente talentoso, siempre demostró seriedad y profesionalismo.

En nuestra ignorancia, la lista fue enviada al hotel de los visitantes y 24 horas más tarde el presidente de la 20th Century Fox, el legendario Jerry Wald en persona, invitaba a la dirección del ICAIC a un encuentro personal. Ciudad de México fue avanzado por la Fox como territorio neutral para la cita, y la invitación fue aceptada por Alfredo Guevara. Como consejero en la dirección del ICAIC, Cabrera Infante iría también a la reunión. Entonces nos enteramos que Jerry era hermano de Malvin y ese sí era un as en la manga del guionista.

Jerry Wald inspecciona la figura de su estrella Marilyn Monroe
 en su despacho de la Fox.
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Dos días más tarde, Cabrera Infante y Guevara se embarcaron en un avión de Cubana con destino a México. Un año después, esa viajera pareja hubiese sido imposible. Como tampoco hubiese sido posible reagrupar a Cabrera Infante, Néstor Almendros y Alfredo Guevara en uno de esos botes que desde la bahía de La Habana salían al encuentro de los barcos de pasajeros en que los amigos volvían al país, como ocurrió cuando Lisandro Otero regresó de París. Castro no había declarado aún su revolución comunista. Y los que más tarde serían enemigos jurados, cohabitaban todavía. No por casualidad Lunes de Revolución y el ICAIC habían sido creados prácticamente el mismo día.

Tres días más tarde, los cubanos estaban de regreso en La Habana. “Fue un fracaso” —me dijo Cabrera Infante. “Jerry Wald no apareció.” Íbamos a la revista Carteles, dónde tenía que entregar una crítica ya con retraso.

“¿Cómo que no apareció?”

Eran casi las seis de la tarde y la redacción de la revista estaba desierta. La crítica de cine era lo único que faltaba para cerrar la edición y sólo estaban un linotipista y un ayudante de redacción, esperando por Guillermo. Ganando horas extra.

Sin perder tiempo, Cabrera Infante se sentó a una máquina de escribir y comenzó a redactar la primera de las 12 cuartillas que conformaría la crónica. Cada vez que terminaba una página la corregía a mano antes de pasársela a Luis Báez, que era el ayudante de redacción. Báez se las iba llevando al linotipista, quien las levantaba en plomo. Guillermo ni siquiera revisó las pruebas de galera. No había tiempo. Escribiendo todavía la última cuartilla, me pidió: "Vete al carro, por favor, y alcánzame los libros que están sobre el asiento trasero. No los de Nabokov y Fuentes… ¡Los otros!"

Fui hasta el pequeño Nash Metropolitan blanco que Néstor Almendros apodaba la guillermita. En el asiento trasero encontré media docena de libros. Puse a un lado Pnin, de Vladimir Nabokov, y La región más transparente, de Carlos Fuentes, y cargué con los otros, observando de reojo el minúsculo asientito. Y no pude menos que recordar la noche del estreno de Con el deseo en los dedos, esa curiosa (por picúa) película cubana. En la guillermita aquella noche, que era un carro para cuatro personas a lo sumo, nos habíamos sentado siete: Guillermo al volante, Marta Calvo, su esposa de entonces, a su lado, yo, con Norma Martínez, modelo de modas, en mis rodillas, y Nidia Ríos, también modelo, en las rodillas de René Jordán y de Rafael Casalin, periodistas, que se apretaban en el asiento trasero. Lástima que no hubiese habido un Tiffany’s en la ciudad para ordenar desayuno.

Ya de regreso en la redacción, le entregué los libros a Guillermo. Eran ejemplares que había comprado en México: Lenin, Engels, Marx, Trotski…

"Son libros que desde hace años no se encuentran en Cuba", me explicó. "Los traje para cortarlos".  Efectivamente, los libros, encuadernados en rústica, tenían las páginas sin soltar. "Hay editoriales buenas, malas y argentinas", dijo Guillermo. "Estas son argentinas".

Pero enseguida notó que el Trotski tenía mejor factura. "Mira para eso… Marx, Engels, Lenin", me dijo. "Son los únicos que requieren que se les corten los bordes. Tal vez porque están publicados por los partidos comunistas, es decir, por la Unión Soviética… Los de Trotsky son publicados por los trotskistas con los bordes ya cortados... No sé, tendrán más dinero". O demasiado presente, pensé yo, el filo del pico alpino que Ramón Mercader le clavó en la cabeza a Trotsky. Hoz, martillo y piolet parecía proponer Stalin.

Guillermo llevó los libros hasta la guillotina y los colocó ante el verdugo de turno: el hombre se preparaba para cortar las revistas que ya se comenzaban a imprimir.

La guillotina bajó con un ruido sordo y las páginas de los libros se liberaron. Un tajo preciso que María Antonieta hubiese agradecido. Ya de regreso en la guillermita, Cabrera Infante me contó lo que había ocurrido en México.

La Fox los hospedó en uno de los mejores hoteles de la ciudad y les dio cita en un salón privado, con mesas cubiertas de comida y toda clase de bebidas. Había también señoritas de alterne, por si llegase el caso. Al rato aparecieron Malvin Wald y Richard Wilson con cara de enfado, comprensiblemente. Pero de Jerry Wald, que era calvo, ni el pelo.

Los estadounidenses se mantuvieron a un lado del salón y Guillermo y Alfredo al otro. Fumando espero. Al rato llegó un ayudante con la noticia de que Jerry Wald no acudiría a la cita. Otras tierras del mundo reclamaban sus modestos esfuerzos. Y si a los señores no les importaba, la conversación ocurriría por teléfono. A lo que Alfredo Guevara dijo: Bye (él, que no hablaba inglés). Y los cubanos salieron del salón, recogieron sus bártulos y se fueron al aeropuerto. Guillermo apenas tuvo tiempo de comprar los libros en una librería cercana al hotel.

Dos meses más tarde, Cabrera Infante renunciaría a su puesto en el ICAIC por diferencias irreconciliables con la política estética preconizadas por Alfredo Guevara. Diferencias que les llevaría, en el largo y caliente verano de 1961, a esa confrontación definitiva que fue el affaire PM.

Nunca supe si Fidel Castro fue informado sobre este proyecto de película. Tal vez Guevara se hizo alguna vez la ilusión de que Hollywood le dejaría controlar una superproducción. Pero no creo que Castro habría corrido el riesgo de dejar que los "yanquis" decidieran la imagen que de él se iba a distribuir por el mundo. Fidel Castro siempre tuvo muy claro el papel esencial que su imagen tenía en su capacidad de poder. Y esa imagen la controlaba él desde mucho antes de que, con el acuerdo (¡no faltaría más!) de Santiago Álvarez, lo hiciese personalmente en el Noticiero ICAIC. Ya nunca más se habló en el Instituto de hacer una biografía cinematográfica del Máximo Líder. Ni siquiera por cubanos. Tema vedado.

Thursday, February 7, 2019

Desarraigo (un filme de Fausto Canel)



Desarraigo

Ficc. 1965, 77 minutos.
Productora: ICAIC
Guión: Mario Trejo y Fausto Canel
Dirección: Fausto Canel
Producción General: Humberto Hernández
Dirección de Fotografía: Jorge Haydú
Montaje o Edición: Carlos Menéndez
Sonido: Eugenio Vesa, Adalberto Jiménez y Germinal Hernández

INTÉRPRETES
Sergio Corrieri, Roberto Lazo, Raúl Eguren, Sofía Iduate, Fernando Bermúdez, Helmo Hernández, Julito Martínez, Reynaldo Miravalles, Yolanda Farr, José Taín

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Notal del blog: Comparto nuevamente este texto de su director Fausto Canel, a quien le agradezo igualmente que facilitara la imagen del cartel, para ilustrar su artículo.

Además, recomiendo que lean en el blog Cine Cubano, la pupila insomne: Sobre la nación y la identidad en el cine cubano por Fausto Canel, texto incluido en el libro Cine Cubano, nación diáspora e identidad (Coordinación: Juan Antonio García Borrero. Festival de Benalmádena/ Filmoteca de Cantabria, Año 2006)



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Raúl Martínez: el cartel de "Desarraigo"
 y el mural de la Cinemateca


por Fausto Canel
(para el blog Gaspar, El Lugareño


A finales de 1964 pedí al ICAIC que contratase al pintor Raúl Martínez para que diseñase los créditos de cabecera y el cartel publicitario de mi película “Desarraigo”. Raúl no formaba parte del grupo que hacía carteles de promoción para el ICAIC y ese fue uno de las razones que me llevó a su selección.

Ya para entonces los carteles del ICAIC habían conseguido una alta calidad artística, pero se comenzaba a notar una cierta complacencia: los carteles eran excelentes, pero en muy pocas ocasiones “vendían” las películas. Era como si las cintas no hubiesen sido más que una excusa para un hermoso y exquisito ejercicio de estilo.

Con “Desarraigo” no se trataba de hacer un cartel comercial, pero sí que expresase la cinta y atrajese el interés de un posible espectador. Y Raúl no sólo era uno de los pintores jóvenes más importantes del país ---varios de sus cuadros colgaban de las paredes del apartamento que alguna vez compartí con Norma Martínez--- sino que también había sido director creativo de una importante agencia de publicidad antes de 1959. Raúl era un amigo y yo admiraba su obra y valoraba su experiencia completa.

Los créditos de “Desarraigo ---que se filmaron a finales de 1964--- están en mi opinión entre los más originales nunca en una película cubana. Y la idea fue, totalmente, de Raúl Martínez.

Como lo fue también la del cartel: una rueda de engranaje.

Los desbarajustes que ya se sentían en la producción industrial de la isla ---eje esencial de la película--- eran expresados por aquella rueda a la que se le saltan letras que van a conformar las palabras: simbolizando las piezas que apenas conseguirán repuestos. Y eso bastaba para que el posible espectador sintiese el drama y se interesase por la cinta.

Pero la aparición en el cartel de la mención del jurado en San Sebastián, en junio de 1965, demuestra que Raúl lo diseñó medio año más tarde de haber hecho los créditos de la película.

Y es que por aquel entonces Alfredo Guevara, presidente del ICAIC, sufría los ataques del PSP, antiguo Partido Comunista. Los comunistas sabían que el affaire PM ---la destrucción por Alfredo del ala liberal del Movimiento 26 de Julio--- más que darle poder, lo había marcado (ahora se sabe) de por vida. Y para los del PSP era el momento de destruirle, con la intención de quedarse ellos como únicos promotores del verdadero “arte revolucionario”: el realismo socialista.

Ante el ataque, Guevara se creó una imagen de revolucionario ilustrado con una política de producción de filmes incisivos, insistiendo en que sólo un cine crítico mantendría la opinión positiva que de la Revolución se tenía en el extranjero. Pero eran esas mismas películas las que atacaba el PSP, por lo que Alfredo mantuvo las más “conflictivas” sin estrenar, hasta que un premio internacional le permitiese mostrarlas escudado en la opinión extranjera.

En efecto, la mención en San Sebastián permitió que Guevara diera finalmente luz verde a la confección del cartel de “Desarraigo”, para su estreno. Y como nuevo mecenas florentino, también pidió a Martínez un mural sobre la historia del cine para el vestíbulo del cine Atlantic, ahora sede de la (para mí segunda) Cinemateca de Cuba ---trabajo que Raúl ejecutó con su fuerza expresionista, pintándolo sobre unas cartulinas sujetas a un bastidor de madera.

El bastidor cubría toda la pared derecha del vestíbulo, con imágenes y símbolos de las películas clave en el cine mundial y cubano. Pero como había sido también el último diseñador gráfico de Lunes de Revolución ---magazine literario cerrado por Fidel Castro a consecuencia del affaire anti-liberal comenzado por Guevara--- Raúl creyó ineludible que dentro de aquellas referencias visuales aparecieran en un rincón, justo en el momento en que la pared sur del vestíbulo se encuentra con la pared derecha de la sala, dos letras malditas y esenciales: PM.

A Raúl Martínez le pagaron por su trabajo, pero antes de que aquel mural magnífico pudiese ser apreciado por el público, Alfredo ordenó que se desmontaran los bastidores y fuesen enviados a Aida Santamaría, al frente entonces de lo que todavía se llamaba Ministerio de Bienes Malversados.

La cartulinas del mural, enrolladas, fueron colocadas en el garage de la residencia personal de la Santamaría, y no se si también la Niña y la Pinta, pero las pinturas se murieron de asco en un rincón del garaje, hasta que fueron tiradas a la basura en el momento en que “Aidita” cambió de casa. Y ya nadie supo nunca de la historia de aquel mural sobre la historia del cine ---un mural que ya ni siquiera existía.

Monday, August 3, 2015

Fragmento de "Sin Pedir Permiso" (por Fausto Canel)

Nota del blog: Agradezco a Fausto Canel (http://faustocanel.com) que comparta con los lectores un fragmento de su libro de memorias Sin Pedir Permiso. El  libro  y su documental  El final (1964) se presentan en Miami el próximo martes  4 de agosto a las 8 00 p.m., en Books and Books, 265 Aragon Ave. Coral Gables.  Entrada gratis.

Se puede adquirir en Amazon haciendo clic aquí.

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12 En la época en que nació Alejandra, mi mujer trabajaba fuera de casa, pero yo no. Después del desayuno le dábamos de comer a la niña y a partir de ese momento tomaba yo el control del barco. Cambio de pañales, tomas de leche, baño tibio en la bañadera. Entre biberón y biberón escribía Ni tiempo para pedir auxilio, un relato durante los primeros años del castrismo.

Luego, a media tarde, llevaba a Alejandra al Fort Tryon Park, al norte de Manhattan, dónde está anclado The Cloisters, un museo de arte medieval, una pica de Nueva York en el Flandes de los siglos XII al XV.

El primer arte que Alejandra vio en su vida fueron los unicornios flamencos en los tapices de este museo reconstruido en el Nuevo Mundo con fragmentos de abadías europeas. Aquella fue una de las épocas más hermosas de mi vida.

Sin embargo, esa situación cambió. A Macarena le hicieron una muy buena oferta de trabajo en Los Ángeles y decidimos mudarnos a California. Teníamos muy presente la sugerencia de un primo hermano mío, José Menéndez, con quien habíamos cenado en aquella ciudad en un reciente viaje de trabajo.

Mi primo había sido vicepresidente de la RCA Records y acababa de ser nombrado presidente de una importante productora de DVDs. “Ven a Los Ángeles,” me dijo. “Seguro que podemos hacer algo.” De nuevo se abría la posibilidad de hacer cine.

En vez del avión, escogimos hacer el viaje por carretera. Para ver, para escuchar el país on the road, como lo soñó Jack Kerouac.

La primera parada fue New Jersey, dónde la música hip-hop era la misma que en Nueva York, pero al tomar carretera hacia Baltimore, ya el ritmo comenzó a cambiar. En la radio del automóvil, que habíamos sintonizado en el A.M. de las emisoras locales, el omnipresente rap de las estaciones neoyorquinas y de New Jersey se fue disipando, para regresar de nuevo en Washington DC. Luego desapareció por completo en cuanto entramos en West Virginia.

Aparecieron de súbito las montañas y un ambiente rural. “Almost heaven, West Virginia” cantaba John Denver en la radio. “Country road, take me home.” Y de hecho las carreteras secundarias que se veían desde la autopista eran una tentación al paraíso. El Este había quedado atrás. Alejandra era demasiado pequeña para entender lo que pasaban, pero otro Estados Unidos comenzaba y la niña lo percibía de alguna manera con sus grandes ojos inquisitivos. Esa noche la pasamos en un motel en las montañas, regentado por una familia de hindús.

Cuando entramos en Kentucky siguió la música country, intermitente con anuncios de bourbon y de pollo frito en la radio. Consejos que por supuesto seguimos en Lexington en un restaurant popular. Nada que ver con la comida rápida que patrocina el Coronel.

Y entonces llegó el poderoso Mississippi y el enorme puente sobre el rio y muy pronto aparcábamos ante Graceland, la casa museo de Elvis Presley en Memphis, la catedral del kitsch.

Alejandra miraba los trajes del Rey como si fuesen juguetes. Que bien visto, sí que lo eran. Para mí fue como regresar a la Radio Kramer de mi adolescencia. Blues y Rhythm & Blues mezclados en ese crisol de géneros que es el Rock & Roll.

Y ya que estábamos en Tennessee no nos quedaba otra que pasar por Nashville y su skyline, que hubiese dicho Bob Dylan… El mítico Grand Ole Opry... “Hey, if you happen to see the most beautiful girl that walked out on me…” Johnny, Patsy, Willy, Hank, Merle, Loretta, Tammy, los grandes antes de que el country se prostituyera en pop music.

Más tarde llegamos a un estado que nos pareció pobre y descuidado. Estábamos en Arkansas, y Little Rock, su capital, nos trajo a la memoria los peores conflictos de la integración racial. Esa tarde nos fuimos al supermercado a reponer provisiones y nos encontramos con alimentos, marcas, latas de conserva y productos únicos que nunca habíamos visto.

Después pasamos por Texarkana, un pueblo cortado en dos por la línea de demarcación estatal, y luego nos lanzamos a la primera recta del viaje: kilómetros y kilómetros y más kilómetros inacabables de pasto para ganado, con Alejandra harta en su sillita de viaje.

Pero la música no cambió. Siguió siendo country de la buena, de la de entonces.

Pasamos por Dallas — y ya sin tiempo para pedir auxilio a J.R., nos dirigimos a San Antonio, con México al otro lado de la frontera, el Álamo del mito, el agradable paseo por el río, comida auténtica mexicana y el corrido, la banda y la ranchera tomando el control de la radio.

Música tex-mex que continuó por las montañas agrestes de Nuevo México, por el oeste que llegó en Tucson con los cactus que tanto sorprendieron a Alejandra, y el desierto ya a pocos pasos.

Luego tomamos la autopista de Phoenix a Los Ángeles: esa sí la recta final. Y allí nos alojamos en un hotel del centro de la ciudad, muy cerca del lugar donde mi mujer iba a trabajar. “Welcome to the hotel California…”

A la mañana siguiente, al abrir la puerta de nuestra habitación para recoger el periódico, nos enfrentamos con un enorme titular. Los Ángeles Times reportaba el asesinato, la tarde anterior, de mi primo José Menéndez, aquel nuevo ejecutivo de Hollywood. Semanas más tarde la policía arrestó a sus dos hijos y los acusó de asesinato doble, ya que también habían matado a su madre.

Aquella sí que fue una bienvenida inolvidable al Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles.

Welcome to L.A.


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Monday, November 22, 2010

Yolanda Farr se refiere a "Desarraigos"

Foto/Blog Gaspar, El Lugareño (by Luis de la Paz)
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"En 1965 tengo un nuevo proyecto fílmico: “Desarraigo” … Lo consideré una gran oportunidad, trabajar de protagonista junto a Sergio Corrieri y a Reinaldo Miravalles, bajo la dirección de Fausto Canel y con guión de Mario Trejo… Era una ocasión única. La filmación se desarrolló, prácticamente toda, en las minas de Nicaro, Oriente. Fue una labor dura pero muy satisfactoria. Generalmente, por la noche trabajábamos los diálogos del día siguiente y los rodajes en las minas duraban cada día hasta que se hacía de noche. Fausto estaba entusiasmado con el trabajo y nos apoyaba al máximo en nuestras actuaciones, con flexibilidad y al mismo tiempo, rigor. Ahora sé que para él como para mi, aquella película era una prueba de fuego. Este film, que fue retenido, tras un efímero estreno, lo he visto ahora cuarenta y cuatro años después, ya que Fausto tuvo el detalle de enviarme una copia en DVD por medio de mi gran amiga Mequi Herrera, después de que el mismo fuese exhibido en un festival de cine en Miami. Fue una experiencia muy conmovedora y mi juicio crítico fue positivo." (ver texto completo de la Entrevista a Yolanda Farr por Francisco Puñal en el blog Cine Cubano, la pupila insomne)

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El filme "Desarraigo", será proyectado este martes día 23 a las 6:45 p.m, en el Teatro Tower (1508 SW 8 St, Miami)
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Monday, July 12, 2010

Raúl Martínez: el cartel de “Desarraigo” y el mural de la Cinemateca. (por Fausto Canel)

Nota mía: Agradezco a Fausto Canel el que comparta en Gaspar, El Lugareño, este interesante y (casi) desconocido fragmento de la historia del ICAIC, y se pudiera decir de las crónicas de la cultura cubana post 59.

Igualmente agradezco a Juan Antonio García (blog Cine Cubano, la pupila insomne)  quien facilitó  la publicación de este post.

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texto por Fausto Canel
(para el blog Gaspar, El Lugareño

A finales de 1964 pedí al ICAIC que contratase al pintor Raúl Martínez para que diseñase los créditos de cabecera y el cartel publicitario de mi película “Desarraigo”. Raúl no formaba parte del grupo que hacía carteles de promoción para el ICAIC y ese fue uno de las razones que me llevó a su selección.

Ya para entonces los carteles del ICAIC habían conseguido una alta calidad artística, pero se comenzaba a notar una cierta complacencia: los carteles eran excelentes, pero en muy pocas ocasiones “vendían” las películas. Era como si las cintas no hubiesen sido más que una excusa para un hermoso y exquisito ejercicio de estilo.

Con “Desarraigo” no se trataba de hacer un cartel comercial, pero sí que expresase la cinta y atrajese el interés de un posible espectador. Y Raúl no sólo era uno de los pintores jóvenes más importantes del país ---varios de sus cuadros colgaban de las paredes del apartamento que alguna vez compartí con Norma Martínez--- sino que también había sido director creativo de una importante agencia de publicidad antes de 1959. Raúl era un amigo y yo admiraba su obra y valoraba su experiencia completa.

Los créditos de “Desarraigo ---que se filmaron a finales de 1964--- están en mi opinión entre los más originales nunca en una película cubana. Y la idea fue, totalmente, de Raúl Martínez.

Como lo fue también la del cartel: una rueda de engranaje.

Los desbarajustes que ya se sentían en la producción industrial de la isla ---eje esencial de la película--- eran expresados por aquella rueda a la que se le saltan letras que van a conformar las palabras: simbolizando las piezas que apenas conseguirán repuestos. Y eso bastaba para que el posible espectador sintiese el drama y se interesase por la cinta.

Pero la aparición en el cartel de la mención del jurado en San Sebastián, en junio de 1965, demuestra que Raúl lo diseñó medio año más tarde de haber hecho los créditos de la película.

Y es que por aquel entonces Alfredo Guevara, presidente del ICAIC, sufría los ataques del PSP, antiguo Partido Comunista. Los comunistas sabían que el affaire PM ---la destrucción por Alfredo del ala liberal del Movimiento 26 de Julio--- más que darle poder, lo había marcado (ahora se sabe) de por vida. Y para los del PSP era el momento de destruirle, con la intención de quedarse ellos como únicos promotores del verdadero “arte revolucionario”: el realismo socialista.

Ante el ataque, Guevara se creó una imagen de revolucionario ilustrado con una política de producción de filmes incisivos, insistiendo en que sólo un cine crítico mantendría la opinión positiva que de la Revolución se tenía en el extranjero. Pero eran esas mismas películas las que atacaba el PSP, por lo que Alfredo mantuvo las más “conflictivas” sin estrenar, hasta que un premio internacional le permitiese mostrarlas escudado en la opinión extranjera.

En efecto, la mención en San Sebastián permitió que Guevara diera finalmente luz verde a la confección del cartel de “Desarraigo”, para su estreno. Y como nuevo mecenas florentino, también pidió a Martínez un mural sobre la historia del cine para el vestíbulo del cine Atlantic, ahora sede de la (para mí segunda) Cinemateca de Cuba ---trabajo que Raúl ejecutó con su fuerza expresionista, pintándolo sobre unas cartulinas sujetas a un bastidor de madera.

El bastidor cubría toda la pared derecha del vestíbulo, con imágenes y símbolos de las películas clave en el cine mundial y cubano. Pero como había sido también el último diseñador gráfico de Lunes de Revolución ---magazine literario cerrado por Fidel Castro a consecuencia del affaire anti-liberal comenzado por Guevara--- Raúl creyó ineludible que dentro de aquellas referencias visuales aparecieran en un rincón, justo en el momento en que la pared sur del vestíbulo se encuentra con la pared derecha de la sala, dos letras malditas y esenciales: PM.

A Raúl Martínez le pagaron por su trabajo, pero antes de que aquel mural magnífico pudiese ser apreciado por el público, Alfredo ordenó que se desmontaran los bastidores y fuesen enviados a Aida Santamaría, al frente entonces de lo que todavía se llamaba Ministerio de Bienes Malversados.

La cartulinas del mural, enrolladas, fueron colocadas en el garage de la residencia personal de la Santamaría, y no se si también la Niña y la Pinta, pero las pinturas se murieron de asco en un rincón del garaje, hasta que fueron tiradas a la basura en el momento en que “Aidita” cambió de casa. Y ya nadie supo nunca de la historia de aquel mural sobre la historia del cine ---un mural que ya ni siquiera existía.

Wednesday, November 4, 2009

en memoria de Los que se fueron

Juani, se refiere en su blog La Pupila Insomne a los que se fueron, post que complementa Fausto Canel:
Juan, algo que sé de algunos en la lista:

- José Antonio Jorge (director de “Vuelo 134”/ 1967) vivió en West New York, (New Jersey) hasta bien entrados los años 80; allí murió...

- Amparo Laucirica (editora de “Escenas de los muelles”/ 1970), vive en Miami, perfectamente localizable...

- Alberto Menéndez (operador de cámara en “Lucía”/ 1968), vive en Miami... Está en La Imagen Rota...

- Carlos Menéndez (editor de “Carnaval”/ 1960), y de Desarraigo y de Papeles son papeles, entre otros... Vive en Madrid, donde trabaja para la TV Española...

- Raúl Molina (director de “La danza de los dioses”/ 1964), trabajó en El Diario La Prensa, New York, hasta su muerte en 1988...

- Gloria Piñeiro (editora de “Médicos de la Sierra”/ 1961), trabajó en Nueva York como editora de comerciales en español... Allí vive semi-retirada, mientras enseña y apadrina a sus sobrinas, siguiendo la tradición familiar (El padre de Gloria fue esencial en el cine cubano de los 50) ... Fue editora de El super y los largos de Camilo Vila, Jorge Ulla, etc, la escuela de Nueva York..

- Antonio Rodríguez (director de fotografía de “El bautizo”/ 1967)... Tucho Rodríguez trabajó en Madrid, hasta su muerte reciente...

- Jorge Sotolongo (director de “La historia del ron”/ 1979)... Vive en Miami donde realiza documentales y semblanzas biográficas para la TV...

- Ramón F. Suárez (director de fotografía de “Memorias del subdesarrollo”/ 1968)... Vive en Paris, donde ha hecho una larga carrera en el cine francés... Acaba de terminar en México, a los 75 años, un largometraje galo...

- Eugenio Vesa (jefe de Departamento de Sonido del ICAIC entre 1959-1968)... Trabajó como ingeniero de sonido en la televisión mexicana y murió en Miami...

Pero, además, debes agregar...

Norma Torrado (editora) trabaja en el departamento de Folklore del Museo de Miami...

Mequi Herrera (actriz) está retirada y vive en Miami...

Yolanda Farr (actriz, cantante) todavía trabaja en music hall y vive en Madrid...

Amaro Gómez (guionista) se retiró como periodista y vive en California...

Alberto Roldán (director) trabaja en tv y vive en Miami...

Babi Díaz (script, productora) ejerce de abuela y vive en Miami...

Reboiro (cartelista) trabaja en publicidad y vive entre Madrid y Miami.

Sergio Giral (director) vive en Miami y sigue haciendo cine...

Orlando Rojas (director) vive en Miami y dirige la programación excelente del Teatro Tower...

Saludos,

Fausto Canel
ver Gone with the Wind
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