Sunday, August 24, 2025

Tennessee Williams en la escena de Miami. (por Wilfredo A. Ramos)




“La vida es una obra bastante buena, salvo el tercer acto, el último”. Tennesse Williams



Si al hablar de la destacada dramaturgia norteamericana mencionamos el nombre de Thomas Lanier Williams III, el mismo sin duda alguna no nos llevaría hacia ningún lugar, pero si en cambio habláramos de Tennessee Williams (1911-1983), inmediatamente todos sabríamos a quien nos referimos, y es precisamente de este reconocido autor que los pasados días 8, 9 y 10 de Agosto se presentara en el escenario del Westchester Cultural Arts Center, en esta ciudad de Miami, la que es sin duda fue la obra que le diera inmediato reconocimiento internacional, siendo posiblemente una de las obras de la dramaturgia norteamericana más representada a nivel mundial, nos referimos a The Glass Managerie (Zoológico de Cristal) -obra con fuerte carácter autobiográfico- escrita en 1944 y estrenada ese mismo año en la ciudad de Chicago, pasando producto de las positivas valoraciones de la crítica a tener su estreno Broadway, al siguiente año en el Playhouse Theatre, bajo la dirección de Eddie Dowling, manteniéndose en cartelera durante 563 representaciones, dando lugar a que rápidamente subiera también a los escenarios de diversas partes del mundo.

Este prolífico dramaturgo, con más de ochenta obras teatrales escritas, quien se consideraba influenciado por la obra de W. Faulkner y D. H. Lawrence, incursionó además en la novela, el cuento y la poesía, pero es su teatro el que lo convirtió en una figura no solamente reconocida dentro de los Estados Unidos, sino que de igual manera le otorgó fama internacional. Un considerable número de sus obras han pasado por las tablas de Broadway y también llegado a la pantalla grande, de la mano de destacados directores, habiendo contado en sus elencos actores mundialmente conocidos como Vivian Leigt, Marlon Brandon, Burt Lancaster, Anna Magnani, Paul Newman, Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn, Rita Moreno, Jane Fonda, Richard Burton, Ava Gardner, Laurence Oliver, entre otras muchas destacadas figuras.

Entre sus obras teatrales más famosas, además de la ante nombrada, se encuentran A Streetcar Named Desire (1945), You Touched Me (1945), Twenty-Seven Wagons Full Cotton (1946), Stair to the Roof (1947), Summer and Smoke (1948), The Rose Tattoo (1951), Cat On a Hot Tin Roof (1955), Baby Doll (1956), Orpheus descending (1957), The Night of the Iguana (1961).

Williams obtuvo el Premio Pulitzer de teatro por sus obras Un tranvía llamado deseo y La gata sobre el tejado de Zinc, en 1948 y 1955 respectivamente. El Zoo de cristal, Una gata sobre el tejado de zinck y La noche de la iguana, obtuvieron el New York Drama Critics’ Circle Award en 1945, 1955 y 1962, mientras que La rosa tatuada, fue merecedora de un Premio Tony en 1952.

De regreso a la obra que nos convoca estas líneas -El zoo de cristal- sus estudiosos plantean que Williams estuvo trabajando durante varios años borradores de ella, a partir de uno de sus cuentos titulado Portrait of a Girl in Glass (Retrato de una niña de cristal). La pieza ambientada en la sureña ciudad de San Luis durante los años conocidos como de la Gran Depresión, tiene como personajes a la familia Wingffield -Amanda (la madre), Tom y Laura (sus hijos)- a los que se le suma el del también joven Jim O’Conner (compañero de trabajo de Tom y de estudios de ambos hermanos). Pero si observamos con atención la pieza, vemos que el autor introduce un “quinto personaje” en escena, aunque de forma indirecta, sin presencia física: nos referimos a la figura paterna quien desde su foto enmarcada sobre una pared del apartamento, se convierte en un personaje omnipresente, el cual influye de forma directa sobre el comportamiento y devenir de dicha familia, el que se desenvuelve entre las frustraciones y las ansias por una vida mejor.

El propio autor considera dicha obra como una “comedia de recuerdos”, por lo que al enfrentarnos a ella debemos tener en cuenta que lo que se está viendo sobre el escenario corresponde a un pasado que el protagonista, Tom - el cual entra y sale de la representación- nos está contando y que veremos a través del prisma de sus recuerdos. Es por ello por lo que sus varios monólogos -al comienzo de la obra y de las escenas III, VI del primer acto, así como el del inicio de la escena I del segundo acto y el del final de la obra- nos procuran un ambiente de extrañamiento temporal, donde el personaje rompiendo la ‘cuarta pared’ se dirige al público, convirtiéndonos en cómplices de su visión sobre tales hechos acontecidos tiempo atrás. La obra no será nunca una representación de la realidad, sino que estará proyectada a través de un simbolismo algo inusual, donde el sentido de la alienación sufrida por sus personajes se convierte en pieza modular de su obra, mostrándonos individuos que son arrastrados por sus mundos oníricos, alejados de su entorno.

Dichos aspectos, sin duda alguna, han convertido este texto teatral en una tentación para aquellos directores interesados en llevar a escena obras con marcadas complejidades psicológicas y ambientes de profundos desencuentros humanos, así como para esos actores interesados en poder llevar a cabo un trabajo de profunda introspección con los personajes a interpretar, resultando ambas cosas en un bocado de excelencia para el público que presencia tal espectáculo.

Es debido al interés que la obra de Tennessee Williams despierta siempre entre aquellos amantes al teatro, que la oportunidad de poder presenciar una de ellas en nuestros escenarios miamenses, no puede pasarse por alto, despertando ansiosas expectativas, las cuales en esta ocasión fueron cubiertas.

La puesta -hablada en inglés- disfrutada bajo la dirección de Phillip M. Church, quien por más de cuatro décadas fuera profesor y director del departamento de teatro de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) y con un elenco integrado por Juan Carlos Gutiérrez (Tom Wingfield), Tracey Barrow-Schoenblatt (Amanda Wingfield), Megan Zorrilla (Laura Wingfield) y Charles Sothers (Jim O’Conner), acompañados con música en vivo a cargo de la violinista Amy Torres, resultó un muy buen acercamiento a la obra de Williams.

Church, con una larga trayectoria en la dirección teatral, entrega una puesta en escena donde el espíritu con el que Williams concebía sus textos se hace presente. El trabajo de dirección se mueve entre el naturalismo y el expresionismo que el autor exige para sus obras. Aprovechando la presencia del personaje-narrador, el director fuerza aún más la rotura de la llamada ‘cuarta pared’ teatral, haciendo que dicho actor se integre por momentos al público que en la platea disfruta del espectáculo, desde donde dirá alguno de sus monólogos, sentándose a observar lo que sobre las tablas sucede como un espectador más, hasta el preciso momento que se requiera de su presencia en la próxima escena dentro de la acción. Tal labor con el movimiento por parte del director de la obra da como resultado un poderoso trabajo que acentúa la intención de rompimiento dramático marcado por el autor.


El uso de tres pantallas sobre las cuales son proyectadas tanto imágenes como textos que conceptualmente se interrelacionan con el desarrollo de la trama e incluso donde sobre uno de ellos se mantendrá permanentemente -como personaje siempre presente- la imagen del padre ausente, contribuye a evitar la tentación de una construcción totalmente naturalista de la escena. Otro elemento a tener en cuenta como parte de la acertada composición escénica corresponde sin duda alguna al trabajo del diseño de iluminación, a cargo de Gisele Joseph, el cual teniendo en cuenta sugerencias del propio autor al respecto, logra el efecto de apoyo necesario al clima que la atmósfera de la pieza requiere. Igualmente es necesario destacar el trabajo de animación gráfica sobre los paneles que sirven de fondo a la puesta, obra de Yilin Chen.

Respecto a la labor de los actores, la misma se proyecta con seguridad y entrega total a sus respectivos personajes, cuidando el carácter de cada uno de los mismos, permitiendo así ver reflejados en sus entregas los rasgos psicológicos que el dramaturgo les impone. Una bienvenida proyección de la voz -sin necesidad de los inadecuados micrófonos corporales- así como una clara dicción, completa el logrado desempeño de todos sobre las tablas.

No obstante, debemos destacar el desempeño de la actriz Tracey Barrow-Schoenblatt, en la compleja y definitoria caracterización de Amanda Wingfield, como la matriarca de la familia, personaje que es parte importante del drama familiar con sus insaciables deseos de cambiar el futuro, a partir de idealizar el pasado e ignorar el presente. La actriz asume con contundencia un papel que se construye a partir de rasgos de personalidad aleatorios a la realidad que le rodea y que podrían definirse como pérdida de la conciencia. Con algunos de sus largos parlamentos -casi monólogos también- la actriz no duda en recrear acertada y contenidamente, la confundida psiquis de su personaje, provocando por igual momentos de ligera sonrisa o de lástima real lastima.

El otro trabajo para destacar es el asumido por el que sin duda será el protagonista de la obra, Juan Carlos Gutiérrez, quien desde su incorporación del personaje de Tom -alter ego del propio Tennessee Williams- conduce esta propuesta a través de los sinuosos senderos de los hechos que la memoria del personaje nos va contando. Su consciente trabajo provocador del extrañamiento de lo que acontece en escena convirtiéndose al mismo tiempo en narrador de los acontecimientos en los que el mismo tendrá que ir tomando parte, el actor lo asume con precisión, marcando los ligeros límites entre pasado y presente, responsabilidad que el escritor hace recaer por completo sobre sus hombros y que el actor lleva a buen puerto.

En el caso de Megan Zorrilla y Charles Sothers, la primera como Laura Wingfield, la joven, retraída y tímida hija de la familia y el segundo en el rol de Jim O’Conner, compañero de trabajo de Tom y de estudios de ambos hermanos, con ambiciones y sueños de salir adelante, ambos realizan igualmente un meritorio trabajo de introspección de sus respectivos personajes, obteniendo darle veracidad en la simplicidad de sus acciones.

No podríamos terminar sin mencionar a las instituciones que hicieron posible la presentación de esta propuesta teatral, que por cierto recorrerá otras ciudades del país, las cuales son Homestead Center for the Arts, Roxy Theatre Group y What if Works, que en el caso de esta última ha puesto su empeño en promover las artes en general, haciéndolas llegar a diversos públicos y participantes, así como muy especialmente y con un visión interesante en el caso del teatro, vinculando tanto a profesionales en activo como profesores de teatro, para juntos llevarlos a las tablas en este interesante proyecto de colaboración artística.




Wilfredo A. Ramos
Miami, agosto 14, 2025




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