Casa Natal de Ignacio Agramonte
Foto ACN/Rodolfo Blanco
--------------
Muy bien conocidas son las misivas de Agramonte, nuestro héroe epónimo, a su adorada esposa Amalia en su exilio neoyorquino. Pero en el epistolario que salva esta edición(1), y que ahora tenemos a la vista, descubrimos algunas perlas de brillo inigualable.
Se incluyen, algunas de las que Ignacio dirigiera a su señora madre: María Filomena Loynaz y Caballero. Una en particular nos ocupa hoy, la que le dirigiera en ocasión de haber recibido la dolorosa y lacerante noticia del fallecimiento de su padre, acaecido en Agosto de 1869.
Bueno es acotar al lector que en tiempos de la azarosa contienda libertaria, la correspondencia como bien se puede colegir salía por azarosas vías, cada vez que alguna expedición organizada desde los Estados Unidos, llegaba a bordo de alguna embarcación en viaje subrepticio, y luego del presuroso desembarco, devolvía a tierra firme la correspondencia y otras comunicaciones. El tiempo que mediaba era de imprevisible duración.
Justamente la última carta que su padre le enviará, fue reembarcada por error en el vapor Anna, y recibida a posteriori, de su muerte.
El hijo testimonia entonces a su madre su pesar. No tiene otro medio que confesar su tristeza en tan impersonal medio. Con honda tristeza el hijo desolado por la noticia que le ha llegado tarde, dice emocionado a su madre:
Desde aquel día, todo nuestro afán, todo nuestro deseo fue volar al lado de nuestra madre adorada y de nuestros hermanos menores. No se nos ha apartado de la imaginación su tormento y el desamparo en que quedaban en país extranjero. Consolar en lo posible su aflicción y consagrarnos a su cuidado fue nuestro pensamiento desde luego.
El deseo ardiente de estar junto a los suyos en aquel minuto queda en suspenso por las circunstancias que igualmente acompañan al héroe Agramonte y así lo sigue testimoniando:
Pedimos nuestro pasaporte y aunque se nos concedió en los primeros momentos, tanto se me ha insistido no me separe en estos momentos del mando de las fuerzas del Camagüey, y tanto se me ha dicho que mi ausencia sería funesta para la Revolución en este Estado, que he aceptado la mensualidad de ciento setenta pesos que me ofreció el Gobierno en New York para los gastos más urgentes de mi familia y a cuenta de sueldo, y he resuelto quedarme, sacrificando así mis deseos más ardientes en aras de la Patria. No quisiera negar la continuación de mis servicios cuando tan encarecidamente se me pide, y cuando ya tanto he sacrificado por su independencia. Por otra parte ella me ofrece una suma que quizás no me proporciona mi trabajo en país extranjero donde no pudiera ejercer mi profesión.
En un minuto de tanto pesar para la familia, Agramonte decide que sea su hermano Enrique quien vaya junto a la madre y los hermanos y los consuele también en su nombre.
A renglón seguido, testimonia a su madre su anhelo más encarecido, en aquel minuto que lo retienen sus obligaciones con la Patria, el eco de sus palabras son de una elocuencia que aún en este hic et nunc nos conmueven:
Acaso no esté muy lejos el día en que pueda abrazarlos diciendo: Cuba ya es independiente. No han sido infructuosos tantos sacrificios. Verdad que no podré decir lo mismo a mi Papá; entonces no lo podré abrazar, no le podré dar a conocer a mi hijo; pero él nos bendecirá desde el cielo.
Casi en el cierre, Agramonte le reitera a su madre su convicción más profunda en los apegos irrenunciables a ella y a toda la familia, lo dice con firmeza y resolución profundas:
No tenga cuidado por mi, Mamá mía; tengo bien presente que hoy más que nunca me debo a mi familia y que esta me necesita.
Y casi al final le hace saber en tono de promesa:
Enrique lleva el encargo de arreglar las cosas del mejor modo, y si fuera necesario …todo lo dejaré, y marcharé con Amalia y Ernesto a cumplir mis deberes más sagrados si estos no fueran compatibles con los de la Patria.
La dura circunstancia de su realidad vital haría imposible la concreción de aquel sueño anheloso. Amalia y su hijo Ernesto, y con la que sería su segunda hija Virginia en su seno materno, habrían de partir al doloroso exilio en Mayo de 1870, para ser en su lugar, sus mejores embajadoras. Ellas vivirían juntas y con un terrible pesar, el terrible holocausto de su temprana desaparición en combate en las llanuras del Camagüey.
---------------
1. Patria y Mujer. Cuadernos de Cultura. Prólogo de José Manuel Pérez Cabrera. La Habana, 1942.
No comments:
Post a Comment