Tuesday, December 1, 2020

Sobre "Mujer de invierno" (por Rodrigo de la Luz)


Cuando el libro: Mujer de invierno se publicó yo tenía treinta y tres años; la edad de Cristo en el momento que fue crucificado por los romanos. El libro en su mayoría se había escrito en Cuba, más de diez años hantes.

Mi vida había transcurrido desde entonces, entre el dibujo, la actuación, algunos deportes, la cría de palomas y la lectura. Sin embargo sentía que había perdido mucho tiempo, que ya era demasiado viejo para publicar. Pero el peso de aquellos papeles en la gaveta, me atraía con más fuerzas que todo lo hecho anteriormente.

Cansado de corregirlos, decidí hacer una selección y organicé por segmentos un buen número de poemas que acaso no eran superiores. Sin embargo por alguna razón gozaron el privilegio de ser publicados con anterioridad a otros que tal ves eran mejores; y digo mejores, en cuanto a juicio, criterio, estética y cánones de la modernidad... porque en el corazón a veces no se exigen esos requisitos, esos parámetros.

El corazón dice: Me conmueve, o dice: No entiendo, no me habla a mí.

El corazón dice: Yo no determino, yo no juzgo, yo no sentencio, yo sólo puedo aceptar a quien me canta con honestidad.

Que critiquen los experimentados, los que saben de equilibrio, de moderación y de tendencias.

Con sus espacios de ocio y de poca sustancia, con sus cacofónicas combinaciones y su falta de imágenes, con todos sus adverbios y excesivos giros, con sus metáforas fabulescas, y sus finales imprevistos, con su neocriollismo rampante; los fui organizando para su publicación o su entierro.

Y así fue. En el dos mil dos, apareció el poemario. Supuse que sería un éxito, al menos en cuanto a regocijo se refiere...

Es cierto que me trajo disfrute y algo de paz; por cuanto ya veía publicado algo de mi trabajo.

Pero a su vez -no lo puedo ocultar- me trajo muchas dudas.

¿Que fórmula -si es que existe- nos conduce a la honestidad del poema?

¿Que define lo bueno de lo malo cuando el corazón impera? como ya dije antes.

Después de un tiempo me acostumbré a la idea. Me preparé para esgrimir cualquier tipo de críticas; de cualquier manera ya el poemario existía,y al menos no estaba plagado de faltas de ortografía, ni de erratas, ni de debilidades, ni de muletillas, ni del abrumador frío de los gabinetes; esto último muchas veces es lo peor, ya que contagia el alma del supuesto poeta: ¡fui felíz por un tiempo!

Entre Bécquer y Bukowski, entre Hesíodo y Vallejo, entre Safo y Sylvia Plath cantaba Homero enaltecido.

Luego me sometí a la violencia de las librerías.

Leí en casi todas, e incluso en muchas de las que ya hoy no existen. Leí vía Skype para otros países, y me presenté en múltiples programas de radio, llamé la atención de muchos y me busqué el odio de otros por destacarme; pagué mi propio precio, al igual que mi poesía.

La ingenuidad, la perseverancia, la osadía, a veces te hacen pagar muy caro -incluso con afrenta -por llegar más rápido al lugar que otros ambicionan.

Después de ese periodo devastador y prolífero, la magia y el disfrute los encontré en la soledad, y opté por escribir desde mi trinchera.

Entonces liberé a mi poesía de las palabras que gruñen y maldicen, que fustigan y recriminan.

Ahora es mi misionera: Algo me queda claro; ella evolucionó a lo largo de mis muchas lecturas. Desde entonces como un héroe anónimo, mis poemas fueron mi salvación, la penumbra en mi ciudad oscura, lo mejor y más  honesto que he podido hacer en este mundo.

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