Wednesday, April 22, 2020

Irene Wright en el Camagüey de 1910 (por Carlos A. Peón-Casas)


Volvemos hoy la mirada a la ciudad camagüeyana de hace ya 109 años. Y la descubrimos con su impronta más singular de la mano de un texto ya también de alguna manera incunable a los efectos de la memorabilia nuestra. Se trata del libro de viaje intitulado Cuba, de la autoría de otra singular viajera norteamericana: Irene Wright, dado a la luz en la ciudad de Nueva York de manos de la casa editorial Macmillan Company, en el año de 1910. Sin dudas hablamos de una bella edición ilustrada en lengua inglesa, esta vez con fotos de los sitios más emblemáticos de la Cuba de siempre, los mismo que quizás hoy día siguen atrayendo la mirada del viajero sempiterno.

Y nuestra añosa ciudad se roba al menos una de esas fotos. No precisamente la de ninguna de nuestras ancestrales iglesias, que le dan nombre y prosapia, sino acaso la de un sitio que para tal época era muy trascendente para el visitante que llegaba, como la Wright a bordo de un convoy ferroviario: el por entonces muy famoso Hotel Camagüey(1), edificio que fuera antaño Cuartel de Caballería, y que ya desde 1902 era propiedad de una de las más celebres compañías ferrocarrileras de la época: la Cuba Railroad Company, que había hecho posible la llegada del camino de hierro a la ciudad. 

La foto de marras, congela una porción de aquel agraciado edificio: su bellísimo patio. Igualmente en su testimonio escrito deja constancia de las proverbiales condiciones de aquel celebérrimo parador cuando dice:
El Hotel Camagüey es famoso. Ocupa toda una manzana(…) Fue comprado en 1902 por la compañía de ferrocarriles, adecentado, provisto de agua corriente(…)de baños y muebles de líneas sencillas y de buen gusto. Su encanto radica en sus anchos y altos corredores, refrescados por la brisa aún en los día de más calor; y en su patio que es un jardín tropical de considerable extensión y belleza. Al fondo posee un terreno para jugar tenis y una huerta de la que se provee su cocina. Bajo la nueva administración su menú es bueno. No he encontrado en Cuba un lugar más placentero donde alojar. Jamás he viajado al este de la Habana sin hacer una pausa de al menos veinticuatro horas en este hotel (…)(2)
La cronista, no pierde tiempo para desandar el entramado citadino en aquella corta estadía. Deja, pues cumplida constancia de la memoria histórica de la principeña ciudad y su dilatado territorio con muchos detalles y alguna que otra inevitable imprecisión a la hora de la datación de uno u otro suceso. Nuestra mirada se detiene empero en su particular ojeada a la ciudad de de ese minuto; que es sin dudas la que más valía nos proporciona, como instante congelado de nuestra ancestral memoria de camagüeyanos sempiternos.

Así su crónica realza el particular aspecto de aquella ciudad que hoy luce ya casi extinta al recrearla en su relato:
La ciudad de Camagüey luce su antigüedad. Está llena de pintorescas esquinas. Las ventanas de madera, enrejadas y proyectadas hacia afuera, las pesadas cornisas, las sobresalientes techumbres acanaladas(…) y el venerable aspecto de las calles y las casas, la dota de una sucesión de atractivo panorama que anima al visitante a seguir disfrutándolo. Muchas de las calles son tan tortuosas que impiden ver lo que hay más adelante, y uno está compelido a descubrir que nuevo escenario sigue a la vuelta (…) El trazado de las calles es un tratado de curvas, y el forastero no tiene otra que orientarse por puro azar (3).
Lo que sigue en su narración es la inevitable mención a las “perlas de la corona” de nuestra ciudad: las iglesias. En especial hay dos alusiones de significativa trascendencia: una para La Merced y otra para La Soledad. 

De la primera citaba lo que otros habían ya dicho(4) sobre su masiva arquitectura, su bello altar de plata, el bello sepulcro de plata martillada; y apuntaba hacia un detalle muy reciente que sí estaba a su vista, la nada favorecedora pintura de sus muros exteriores con un “diseño de tablero de damas con los colores más atroces posibles”(5).

Respecto a la Soledad aludía a la disculpa que un ya anciano sacerdote le patentizara, sobre el lamentable estado del templo: 
por la borradura de los frescos debido a la acción de la lluvia, por las telarañas y el polvo y la general dilapidación de su interior, y especialmente por su aspecto desgastado en su exterior”, aunque tenía a bien apuntar la cronista, “que a pesar de todo a mi me pareció definitivamente lo más atractivo (…)(6).
Definitivamente el anciano sacerdote era de la misma descolocada idea de quienes habían pintado La Merced, respecto a que la Soledad luciera igual; hecho que no había fraguado por la falta de fondos, y para cuya consecución habían tenido a bien interesar a un prominente personaje: Willian Van Horne: “cuyos intereses en Cuba parecían centrarse en Camagüey”(7) .
La anécdota que derivó de aquella tiene su propia lectura y sus alcances, preferimos que sea la propia autora quien, ya como cierre, nos lo relate en su voz:
Sir William, según entendí, no se había negado, y muy pronto se recibió un gran embalaje cuyo destinatario era la Iglesia de La Soledad. Al desempaquetarlo, aparecieron a la vista unas espléndidas campanas, regalo de Sir William, quien aclaraba en una comunicación adjunta que, él admiraba la Iglesia de La Soledad tal y como lucía. Obviamente al decir tal cosa, la Soledad debería quedarse con su apariencia, tal y como la admiraba su patrocinador, y no cambiarle ningún detalle . Las campanas, apuntaba, habían costado unos cuantos miles de dólares; son sin duda de última generación, maravillosas y de sonido muy dulce, pero nadie podía hacerlas sonar. La Merced alardea de su pintura exterior, la Soledad no está conforme con sus campanas silentes. Se le había pedido a Sir William que mandara quien pudiera hacerse cargo del asunto pero nadie vino finalmente a componerlas (….)(8).

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Citas y Notas
  1. Junto al Hotel Casa Granda en Santiago de Cuba eran las dos propiedades hoteleras de la Cuba Railroad Company, adquiridas y remodeladas como parte del gran proyecto de la compañía ferrocarrilera para enlazar Santa Clara y Santiago de Cuba. Véase: La gesta por el País Posible. Páginas Desconocidas de la Historia Ferroviaria de Cuba en Herencia. Volumen 12. No 1. Invierno, 2006.p.10
  2. Cuba. Irene Wright. p. 409.
  3. Ibíd. p.406. El texto en negrita proviene de otra fuente sobre la ciudad la Standard Guide, del que la propia autora lo cita en esta y en otras partes de su libro.
  4. Refiere a la ya citada Standard Guide
  5. Ibíd. p. 407. Al respecto acababa apuntando que “Yo no he visto en Cuba una cosa más agresivamente horrorosa que la pintura de la Iglesia de La Merced”
  6. Ibíd. p. 408
  7. Ibíd. p.
  8. Ibíd. p.408

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