Friday, November 20, 2020

Félix Varela: sacerdote

Plaza Padre Félix Varela
 Catedral de San Agustín en Florida, USA
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De la labor pastoral del P. Félix Varela se habla poco y se conoce menos. Es una de las razones por la que al mencionar el nombre del P. Félix Varela, la imagen que viene a la mente es la de un político y no de un sacerdote.

Revisando el escaso archivo que logré recuperar de mis papeles de Cuba, encontré este artículo publicado en la Revista Enfoque de la Arquidiócesis de Camagüey.

El autor es el P. Alvaro Beyra Luarca, quien por aquellos días era el Asesor de la Pastoral de Cultura en la provincia eclesiástica camagüeyana, y desde el 9 de julio de 2007 es el Obispo de Bayamo-Manzanillo.

Joaquín Estrada-Montalván


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Félix Varela: sacerdote

por el Pbro. Álvaro Beyra Luarca


Cuentan los biógrafos de Félix Varela que a la temprana edad de trece años, al serle propuesto por su abuelo y tutor el entrar en la carrera militar, que en aquellos tiempos proporcionaba una envidiable situación social y económica, hubo de contestarle: “Yo quiero ser un soldado de Jesucristo. Mi designio no es matar, sino salvar almas”. Independientemente de la exactitud de la anécdota, indudablemente la misma refleja la actitud del joven ante el llamado vocacional que le hizo el Señor y que va a ser el centro d su vida y de todo su actuar , porque no es posible interpretar ambas si no se sitúan en esta opción fundamental en su vida y que va a determinar todo su ser y hacer. Desde que fue capaz de tomar decisiones en su vida y hasta el día de su muerte, Félix Varela va a ser en cada minuto de su vida sacerdote de Jesucristo.

De regreso a La Habana de su estancia de la familia en San Agustín de la Florida va a comenzar sus estudios en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio el 14 de septiembre de 1801 sin aún haber cumplido los trece años y realizará estudios en el Seminario y en la Universidad de la Habana hasta ordenarse sacerdote el 21 de diciembre de 1811 a los veintitrés años de edad. Inmediatamente ocupa la cátedra de Filosofía en dicho Seminario que va a ser el centro de su actividad hasta el exilio forzado en 1823, aunque su actividad pastoral va a extenderse también al ámbito parroquial donde va ser reclamado frecuentemente como predicador en ocasión de distintas festividades litúrgicas.

Luego de la disolución de las cortes constitucionalistas en 1823 y la condena a muerte de todos sus diputados, entre los cuales se encontraba Varela en representación de la isla de Cuba, el mismo logra huir a Gibraltar y dirigirse finalmente a Nueva York, ciudad que va a ser el principal testigo de la actividad de Félix Varela como párroco casi hasta el final de su vida, treinta años más tarde.

Para poder aquilatar el ministerio sacerdotal de Varela en Nueva York es necesario ubicarlo en el contexto de lo que era la sociedad y la iglesia norteamericana de la época.

Situación socio-religiosa e Iglesia Católica en E.E.U.U. en tiempos de Varela

Al llegar Varela a Nueva York tan solo hacía cuarenta años que las trece colonias inglesas se habían constituido en nación independiente. La mayor parte de estas colonias habían sido fomentadas por disidentes protestantes de la iglesia anglicana y en un tiempo de confrontación político-religiosa la presencia de la Iglesia Católica estaba prácticamente prohibida. En el año 1763, veinte años antes de la independencia, tan solo en dos de las trece colonias se podía celebrar misa. En el estado de Nueva York existió una ley hasta el 1784 en que se prohibía la entrada de Sacerdotes Católicos y al entrar el primero en ese año tuvo una comunidad de tan solo 200 católicos, mayormente personal diplomático de las embajadas extranjeras que en aquel momento radicaban en dicha ciudad. Fue en terrenos de la embajada española donde se comenzó a celebrar misas en Nueva York pues obviamente no había templo católico en la ciudad. No va a ser hasta el año 1786 que se va a disponer de un templo para los servicios religiosos.

En el año 1789 se va a erigir la primera diócesis en territorio estadounidense cuya sede sería la ciudad de Baltimore y que abarcaría toda la nación donde se estimaba que había unos 30000 católicos en una población total de 4 millones de habitantes. En 1808 dicha diócesis se dividirá en cinco, una de las cuales será la diócesis de Nueva York pero que no tendría obispo residente hasta el 1815, momento en el cual existía en toda la diócesis 3 templos y 4 sacerdotes para una población católica de 15000 fieles. Ocho años más tarde llegará Varela y será el sacerdote número cinco de la ciudad de Nueva York y el décimo de la diócesis. Un año más tarde será asignado como vicario a uno de los templos existentes en la ciudad, Saint Peter.

Ambiente religioso

Llega Varela a Nueva York a los treinta y cinco años de edad con suficiente madurez y juventud como para que fuera esta etapa de su vida la más productiva, pero los acontecimientos lo privan bruscamente de las condiciones propias para desarrollar su trabajo. Es un extranjero en un país desconocido cuyo idioma no domina y cuya situación religiosa era diametralmente opuesta a la que él había conocido y vivido durante toda su vida.

Varela procedía de una cristiandad española donde el catolicismo, además de ser la religión única, era la sustancia de toda su cultura: la escuela, el arte, la sanidad, el calendario, los registros civiles, la moral y normas de comportamiento, las fiestas, incluso la autoridad (el obispo era en la práctica la segunda autoridad del país luego del capitán general y era designado por el rey).

Los Estados Unidos como hemos dicho tenía un origen protestante y aunque al principio de la república con el entusiasmo provocado por un nuevo tipo de gobierno donde la autoridad provenía del pueblo se vivieron años bastante liberales en cuestiones religiosas ya en tiempos de Varela se vivía un “revival” de fundamentalismo protestante con fuertes tintes anti-católicos. Por otro lado se estrenaba también una nueva forma de relación Iglesia-Estado, el estado laico, el cual si bien no era anti-religioso y ni siquiera anti-clerical, era muy celoso de la autoridad eclesiástica lo cual afectaba sobre todo a la administración en la Iglesia Católica que por su carácter jerárquico ha sido siempre muy centralizada. Así por ejemplo la diócesis no era reconocida como ente jurídico sino tan solo las parroquias como asociación de fieles gobernada por una junta directiva que era la que tenía representación jurídica y toda la autoridad legal desde el punto de vista administrativo, hasta el punto que era ella la que contrataba o despedía a los párrocos y maestros de las escuelas religiosas y les pagaba un sueldo para su sustento incluyendo en esto hasta el obispo. Y más aún, no era solo la legislación pública sino la mentalidad de los fieles, ilustrada por un anécdota en tiempos de Varela en la que la junta directiva de la catedral de san Patricio amenazó con suspenderle el pago de su sueldo al obispo porque consideraron que este había tomado una decisión sin consultarlos a ellos.

Relación con los protestantes

Es en este ambiente para el cual Varela carecía absolutamente de preparación, donde él ve que es la voluntad de Dios que desarrolle su ministerio, y en lugar de retraerse o marcharse a algún país con condiciones similares a las que él conocía, comienza a hacer lo único que podía hacer que era crear soluciones a los problemas nuevos creados.

Uno de estos problemas era la tirantez en las relaciones entre católicos y protestantes que caldeaba los ánimos en ambas partes. Como ilustración de ello están los debates públicos que eran convocados en algunas iglesias protestantes con temas tales como: “¿Está justificado que el clero católico aleje a las gentes de las Sagradas Escrituras?” o “¿Es el Papa el hijo maldito de la perdición ?”, o “¿Es la jerarquía romana el hombre del pecado, el hijo de la perdición a que se refiere Pablo en la epístola a los Tesalonicenses ?”.

Varela comenzó a asistir a esos debates y con su enorme preparación intelectual, muy superior a la de sus contrincantes, trató de ilustrar mentes y elevar el nivel de los debates, procurando siempre combatir errores sin herir a sus contrincantes, lo cual le ganó el aprecio de los más ilustrados como veremos en un ejemplo posterior. Pero no todas las respuestas del lado católico fueron afortunadas. Otro sacerdote, El Padre John Hugues, futuro arzobispo de Nueva York, empleó tretas de las cuales lo menos que se puede decir es que no eran evangélicas. Así comenzó a enviar a un periódico furibundamente anti-católico los relatos de supuestas barbaridades cometidas por católicos, los cuales fueron gustosamente publicadas, para posteriormente mostrar su falsedad descalificando así dicho periódico.

Luego de poco tiempo Varela se alejó de dichas polémicas por el tono virulento que las mismas habían adoptado y con espíritu constructor se dedicó a organizar unas conferencias semanales en las cuales buscaba ilustrar la fe de los católicos pues creía que antes de defender su fe era necesario conocerla. Las conferencias llegaron a tener tanto éxito que a las mismas concurría incluso todo el clero católico de la ciudad.

Posteriormente durante los años 1830-1831 comienza a publicar un periódico en el cual trata de contrarrestar, con tono ecuménico y conciliador adelantado para su época, el tono virulento y fanático del periódico anti-católico denominado “El Protestante”. Sirva como ilustración de ello el prólogo del primer número:
Pudiera suponerse que “El Protestante”, periódico semanal, es el órgano de un ataque hecho por todas las sectas protestantes contra la Iglesia Católica; pero en realidad trata de ser y es dirigido, por los líderes de solo una de ellas, y no ha encontrado la aprobación general de los protestantes, al considerarle la mayoría como una iniciativa difamadora, descortés y vana. Todo tipo de injuria e insultos son empleados. Los católicos son llamados filisteos y sus sacerdotes presentados como impostores. Mi religión, mi honor y mi ministerio, me obligan a convertirme en el comentador del Protestante, y mostrar que está, por lo menos, equivocado.
A la afirmación de que la Iglesia Romana cree que no hay salvación fuera de su comunidad, Varela en un espíritu de universalidad bastante poco común en su época responde:
“No hay más que una iglesia que es la Católica; y no hay más que un solo bautismo independientemente que sea administrado por un hombre o una mujer, por un católico, un hereje o un pagano. Todo el que ha sido bautizado es miembro de la iglesia”. Muchos de los miembros de las sectas cristianas “pertenecen en realidad a la Iglesia Católica Romana”. En cuanto a los paganos que nunca han oído hablar de la Iglesia, serán condenados solo por pecados “cometidos contra la ley natural”; y si sus vidas son justas, “serán unidos por la caridad al único Señor… serán unidos a la única Iglesia de Jesucristo, a esa iglesia cuya cabeza en la tierra es el obispo de Roma, aunque no tuvieran la menor idea de dicho obispo ni de dicha ciudad.”
Constructor de templos y de comunidades

Como ya se ha señalado, otro de los problemas existentes en la diócesis era la falta de templos. A esto también se enfrentó la creatividad de Varela a pesar de su nula experiencia como constructor o negociante. Siendo vicario en Saint Peter en 1827 se entera que los anglicanos querían vender un templo en un barrio pobre de inmigrantes que se había quedado prácticamente sin feligresía al haber mejorado la situación económica de estos y mudarse la mayoría a mejores lugares. El edificio quería ser adquirido por un club hípico como cuadra de caballos, pero los anglicanos preferían que tuviera un uso sacro y gracias a las buenas relaciones de Varela con ellos se lo cedieron por 19 000 dólares, precio muy inferior al que estaban dispuestos a pagar los miembros del club. Varela reúne el dinero entre sus amistades y su caudal personal y compra el edificio poniéndolo a nombre del obispo para evitar el control de la junta de administración, inaugurando así un sistema de propiedad de los templos que luego se generalizó en todo la iglesia estadounidense. Era el cuarto templo católico de la ciudad de nueva York, Christ´s Church.

Ocho años más tarde por problemas estructurales fue necesario abandonar el edificio y con su feligresía se fundaron dos parroquias, una de las cuales, la parroquia de la Transfiguración fue fundada por Varela en otro edificio que hubo de adquirir por 55 000 dólares gracias a los donativos sobre todo de un amigo suizo que había hecho su fortuna en el comercio de vinos en Cuba y a los derechos de autor que había adquirido Varela por la publicación de su “Lecciones de filosofía” que había sido adoptado como libro de texto en muchos seminarios y centros de estudio en América Latina.

Pionero de la prensa católica

La amplia cultura del P. Varela le permitió ser uno de los pioneros de la prensa católica en los E.E.U.U. Así a poco tiempo de su llegada a Nueva York, en 1825, comenzó a escribir en el segundo periódico católico de los E.E.U.U. El The Truth Teller fundado por el P. J. Power párroco de la parroquia en que comenzó a servir como vicario. Posteriormente en ese mismo año fundó en colaboración con el lexicógrafo Mariano Velázquez de la Cadena, el periódico The Youth´s Friend, El Amigo de la Juventud, en inglés y español, destinado a sostener ética y culturalmente a los jóvenes, teniendo en cuenta las necesidades de los de habla española en los Estados Unidos. Ya antes habíamos hablado de otro periódico que fundó en 1830 el The Protestant´s Abridger and Annotator destinado a responder con serenidad y amistosamente los ataques que The Protestant dirigía contra la Iglesia Católica.

Al ser nombrado párroco de su primera parroquia en 1827 fundó junto a su vicario un periódico dirigido principalmente para su feligresía compuesta de inmigrantes irlandeses el New York Weekly Register and Catolic Diary el cual tuvo una vida de cuatro años y llegó a tener mayor circulación que el Truth Teller.

Pero su genio innovador se mostró en este aspecto sobre todo al fundar el primer periódico católico para niños en el país y que llegó a circular con 13000 ejemplares entre los años 1832-1842.

Maestro siempre

Al ser nombrado párroco Varela confrontó el serio problema de la falta de centros de educación para sus pobres inmigrantes irlandeses. Por ello enseguida consiguió abrir una escuela parroquial para niños y niñas en el cual el profesor de Filosofía del Real y Pontificio Seminario de San Carlos y San Ambrosio impartía personalmente las clases de religión a los niños, y al no existir texto adecuado, el autor de las “Lecciones de Filosofía” hubo de escribir un catecismo para niños.

Labor social

La feligresía de Varela como hemos señalado, estaba compuesta fundamentalmente de inmigrantes irlandeses que habían abandonado su patria debido a la pésima situación económica y por ello llegaban a América sin los más elementales recursos económicos y tenían que ocupar los escalones más bajos en la naciente economía norteamericana. El desarraigo patrio unido a la pobreza económica engendraba muchos problemas sociales, morales y económicos.

Con recursos casi nulos y muchos deseos de servir al necesitado, Varela los enfrentó con creatividad y confianza en Dios. Así ante la realidad de niños que habían quedado huérfanos de padre o madre, cuyo progenitor vivo tenía que salir a buscar el pan de cada día, Varela creó adjunto a la escuela parroquial lo que pudiéramos llamar un círculo infantil para el cuidado diurno de estos niños y también un taller de costura para confeccionar ropas apropiadas para enfrentar el crudo invierno neoyorquino a los desamparados. Uno de los males sociales que siempre crean la pobreza y sobre toda la desesperanza es el alcoholismo, muy frecuente entre los inmigrantes irlandeses; para ello Varela creó en 1841 la primera sociedad de abstinencia total de alcohol, una especie de precursora de los Alcohólicos Anónimos.

El hospital de la ciudad de Nueva York estaba bajo administración protestante. Gracias al ejemplo de caridad y humildad que ofrecía su persona y a las buenas relaciones con los protestantes, Varela siempre tuvo entrada libre al mismo donde fue visita casi diaria durante 25 años. Cuando ya su enfermedad le impidió realizar esta misión, el hospital emitió regulaciones en que para que pudiera entrar un sacerdote católico se necesitaba una petición expresa del enfermo.

Misiones Parroquiales

Varela fue también el iniciador en Nueva York de la institución conocida como misiones parroquiales. Cuando aquello no había ningún sacerdote especializado en esta misión, pero Varela organizaba antes de las fiestas litúrgicas importantes una semana de preparación en la cual impartía sermones edificantes e instructivos. Por estar la eucaristía en el centro de la adoración católica, preparaba con especial esmero la fiesta del Corpus Christi que era también su devoción personal preferida.

Ejemplo personal

La dedicación y entrega de Varela a su ministerio fue tal vez su mayor labor pastoral. A través de anécdotas contadas siempre por otras personas han podido llagar hasta nosotros aspectos de su vida personal, muy en especial de su pobreza y del afecto a sus parroquianos.

Una de las más conocidas y que muy bien pudo haber servido de inspiración a la famosa escena de Los miserables de Víctor Hugo, es el de la viuda que hubo de pedirle una limosna y a la cual contestó que no tenía dinero dándole una cuchara de plata que era la única que la quedaba de su vajilla personal que había pertenecido a su familia. Posteriormente un policía detiene a la mujer pensando que había robado la cuchara, por cuyas iniciales grabadas pudo conocer que pertenecían a Varela a quien el mismo se dirigió a confirmar la declaración de la pobre infeliz. Otra anécdota contada por un testigo ocular fue la de la noche de un crudo invierno en que Varela ve en la calle a una mujer con un niño pidiendo limosna y encogidos del frío. Varela se acerca a ella por detrás y mirando a un lado y a otro para no ser visto, se quitó el abrigo y se lo echó a la mujer por la espalda retirándose él por detrás para no ser visto por la mujer.

Cuenta también un amigo personal que cansado ya de regalarle relojes al P. Varela que siempre acababa vendiendo para utilizar el dinero en ayuda a los pobres, le ofreció uno en calidad de “prestado” para que el buen clérigo pudiera al fin saber la hora.

También está la deliciosa anécdota de la mujer que atendía su casa en la parroquia, la cual le solicita un día dinero para poder comprarle a un pobre hombre ropa interior adecuada para el frío y sustituir su deteriorada ropa de cama incapaces ya de calentarlo durante el sueño. Varela accedió a la petición y hubo de sorprenderse al día siguiente, al encontrar sobre su cama, frazadas nuevas y ropa interior de lana.

El afecto que le profesaban sus parroquianos se evidencia en el turbio episodio del intento de asesinato de Varela. Dionisio Vives, capitán general de Cuba, irritado por la influencia de Varela en Cuba sobre todo a raíz de la publicación del periódico El Habanero, comisionó a un matón de oficio apodado El tuerto Morejón entregándole 30 000 pesos para eliminar a Varela. El hecho fue del conocimiento de los irlandeses de su parroquia, los cuales interceptaron a dicho matón, “disuadiéndolo” de llevar a cabo su encargo y regresándolo a la Habana en el primer barco que partió de Nueva York.

Vicario y teólogo de la diócesis de Nueva York

El celo pastoral y las cualidades intelectuales de Varela fueron rápidamente reconocidas por los obispos bajo cuyo mandato ejerció se ministerio. En fecha tan temprana como 1829, Mons. Dubois segundo obispo de Nueva York, parte para Europa en busca de clero y ayuda financiera para su diócesis. Al partir para este largo viaje deja al frente de la diócesis a dos vicarios, uno de los cuales es Varela, al cual designa además como representante personal en el primer concilio provincial de la iglesia norteamericana en Baltimore. Por problemas de salud del obispo es nuevamente designado representante del obispo al tercer concilio provincial en 1837. Debido a su enfermedad el obispo pidió un co-adjutor al concilio y recomendó a Varela para el cargo, como se pudo conocer por la intervención del gobierno español ante la Santa Sede para oponerse a dicho nombramiento.

Al nombrarse un nuevo obispo para Nueva York, el irlandés Hugues, éste volvió a nombrar a Varela como uno de sus vicarios durante una larga ausencia. Este mismo obispo nombró a Varela como teólogo consultor en otro concilio provincial en 1846.

Algunos años antes (1841) la facultad de Teología del seminario St. Mary de Baltimore le había otorgado el título de Doctor en Sagrada Teología.

Relación con Cuba

Varela nunca dejó de ser cubano y no solo jurídica y afectivamente. Desde su exilio siguió amando y trabajando por la patria prohibida. Tan pronto llegó a E.E.U.U. y mientras regularizaba su situación canónica para poder ejercer su ministerio, editó desde la ciudad de Filadelfia el periódico El Habanero del cual llegaron a ver la luz siete números, los últimos ya desde Nueva York.

Varios emigrados cubanos le propusieron ponerse al frente de un movimiento independentista, a lo cual Varela se negó rotundamente. Una cosa era orientar conciencias y otra tomar la jefatura de un movimiento político.. Durante los años 1835-183ª altas horas de la noche luego de concluir su siempre cargado ministerio parroquial y a la luz de un quinqué que acabó por deteriorarle su no muy buena vista, hasta el punto que murió casi ciego, Varela escribía para sus discípulos en Cuba lo que sería su obra más conocida, Cartas a Elpidio, con las cuales quería ayudar a formar una juventud sana y virtuosa que sería la mejor garante de una patria libre y próspera.

Varela nunca regresó a Cuba aunque pudo haberlo hecho, como lo hicieron otros desterrados como Saco, Heredia y Gener, acogiéndose a la amnistía otorgada por el general Tacón. Nunca dio las razones para esta decisión. Solo pueden hacerse suposiciones entre las cuales está que su presencia en Cuba le hubiera causado dificultades a su antiguo obispo y protector Espada con las autoridades civiles y eclesiásticas; y tal vez porque Varela vería como más necesario su ministerio en E.E.U.U. que en Cuba dada la escasez de clero en aquella nación comparada con la relativa abundancia del mismo en la isla. Refiriéndose a esta decisión, escribe el Padre a una de sus hermanas:
“Solo puedo contestar a tu carta melancólica recordándote nuestro deber de conformarnos con la voluntad de Dios. Mi separación de mi patria es inevitable, y en esto convienen mis fieles amigos. Acaso yo he tenido la culpa por haberla querido demasiado, pero he aquí una sola culpa de que no me arrepiento”(Nueva York, 30 de diciembre de 1842)
El Padre Varela y sus relaciones con el presbiterio y los obispos

Difícilmente haya mejor forma de conocer a una persona que oírlo expresarse sobre el prójimo, sobre todo el más próximo y del mismo gremio. La boca siempre habla de lo que hay en el corazón. Dejemos que él se exprese con sus propias palabras.

Al referirse al clero de la Isla y sus relaciones con él, dice:
“…es innegable que si en aquel clero no abundan los hombres sobresalientes, sin embargo no faltan, y la generalidad tiene la instrucción que basta para desempeñar con decoro su ministerio y para merecer aprecio en la sociedad… Bien sé que muchos dirán que escribo apasionadamente, porque al fin yo fui individuo de aquel clero, y no habiendo chocado jamás con ninguno de mis compañeros, debo conservarles, y les conservo, grande afecto…(El Habanero no. 2)
Varela entiende el sacerdocio como un ministerio sagrado con exigencias que pasan por encima de los sentimientos personales o la popularidad barata. Con respecto a las burlas que en su tiempo se hacían contra los clérigos Varela escribe:
“Muchos (clérigos) se exasperan en términos de incurrir en el mismo defecto que sus enemigos, enfureciéndose contra ellos y dando pábulo a la venganza personal cohonestada con el título de celo religioso; y otro capitulan con ellos… y se jactan de ser liberales sin ser más que unos viles aduladores de una partida de perversos que tiene la audacia de llamarse hombres libres, como si pudieran serlo los esclavos del demonio. ¡Ojalá fueran todos los eclesiásticos liberales! Pero de los que pretenden serlo, muchos son libertinos y otros fundan su liberalismo en una debilidad inicua por la cual hacen las más infames concesiones, sacrificando a veces la doctrina evangélica, solo por granjearse el afecto del mundo.” (Cartas a Elpidio sobre la impiedad. Carta sexta)
Varela no es ningún ingenuo y conoce la debilidad humana que no se elimina con la ordenación sacerdotal y sabe analizar con profundidad de miras sus consecuencias.
“Yo estoy persuadido de que el pueblo, sabiendo que los eclesiásticos somos hombres, si bien lamenta y se escandaliza al ver las faltas que cometemos como tales, tiene sin embargo el consuelo de que como eclesiásticos le guiamos con acierto y el ministerio conserva su dignidad; pero si el pueblo observa la superstición o la impiedad en los ministros del altar y desgraciada y erróneamente se persuade de que todos estamos infectados por estos dos monstruos, poca esperanza nos queda de ser útiles.” (Cartas a Elpidio sobre la superstición. Carta primera)
Y a continuación expresa sus sentimientos sobre su sacerdocio:
“Dirás que escribo una diatriba contra el clero, siendo uno de sus miembros. No mi amigo, yo escribo su defensa y si acaso tengo que reprimir algún sentimiento para hacerlo con imparcialidad, es el afecto a mis compañeros y el amor a mi estado, amor nutrido por treinta y tres años, en los cuales no ha habido un solo momento en que me haya pesado ser eclesiástico y muchos en que me he gloriado de serlo.”
Varela siempre concibió y vivió el ministerio sacerdotal en estrecha relación con sus obispos, a los cuales consideraba como lo que en realidad son, sucesores de los apóstoles. Ante las variadísimas y a veces opuestas labores ministeriales que desempeñó, no es aventurado afirma que nunca las realizó por gusto o aptitudes personales, sino por cumplir la voluntad de Dios manifestada en el mandato de su obispo. Así primero por instigación de Espada se dedica a la enseñanza y renovación pedagógica en el seminario de la Habana y luego como diputado a las Cortes Españolas. En Nueva York en el periódico por él fundado defiende al obispo Dubis en los conflictos con las juntas de administración parroquiales. Incluso cuando tuvo divergencias evidentes con su obispo, Varela siempre de una respuesta eclesial que sin renunciar a sus opiniones personales lo llevan a poner en primer lugar el ministerio apostólico del obispo. Así con su último obispo Hughes, Varela tuvo diferencias de criterio en cuanto a la forma de enfrentar los conflictos surgidos con la junta de educación de Nueva York gobernada por protestantes anti-católicos. Hughes era un irlandés violento e iracundo y de esa forma reaccionó ante el conflicto. Varela aunque de la misma firmeza en los principios era de talante conciliador. Ante la virulencia que adquirió la polémica, Varela optó por retirarse de la misma sin contradecir al obispo pero sin seguir su estilo.

Muerte en San Agustín

A partir de 1846 el deterioro de su salud, que nunca había sido muy brillante, lo obliga a refugiarse durante el invierno en San Agustín de la Florida de clima más benigno. Físicamente se encontraba muy deteriorado a pesar de ser relativamente joven, 58 años, los ataques del asma que siempre le habían acompañado durante su vida se hicieron más intensos y su vista se deterioró mucho. Al mejorar algo la salud regresa a su parroquia al terminar el invierno y lo mismo hará en los años sucesivos hasta 1850 en que se establece definitivamente en San Agustín donde radicará hasta su fallecimiento tres años más tarde.

Su estado físico no le permitía hacer muchas cosas, pero nunca hasta poco antes de su muerte, estuvo inactivo. Hacía lo que podía cundo estaba bien; misa, confesiones, visitas a enfermos y tocaba el violín para los niños en el parque situado frente a la iglesia. Vivió pobremente acogido por la generosidad del P. Aubid, el párroco. Visitado dos meses antes por un ex-discípulo que lo vio en estado físico y económico lamentable, este inició una colecta entre sus ex-discípulos en la Habana que hubo de llegar una semana después de su fallecimiento y que fue empleada en construir el monumento funerario que se le dedicó en el cementerio de Tolonato en San Agustín.

Al comenzar su agonía muchos fieles se congregaron en oración hasta su deceso. Al recibir el viático quiso hacer profesión de la fe por la cual siempre había vivido y así dio el paso final a la eternidad. Los fieles cortaron mechones de sus cabellos y los repartieron como reliquias con esa intuición que tiene la gente de fe para descubrir la presencia de un santo.

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