Tuesday, April 24, 2018

La carta póstuma de la rosa (por Aleisa Ribalta)


¿Y de mí quién se acordó? Me pusieron en el título del relato junto al cantante y punto. Después me mencionaron al nacer, allí en el rosal helado, aquel que nunca más podía dar flor(eso creían). Y ya poco dijeron o nada más. Todo lo de ustedes era hablar del pobre estudiante y de la tanta falta que le hacía conseguirse una de esas y otra vez del cantante, que se desangró por coloreársela para complacer a su amada. Y todo aquel tiquitiqui inacabable.

Pero digan, ¿quién pensó en mí? Tanto frío, y esta que está aquí, siendo semilla y minerales para ellos, por tantos meses. Sola y debajo de la tierra, mientras aunaba fuerzas para nacer de aquel ansia ancestral, les oía a todos hablar del amor, de eso tantas veces soñado y deseado, de aquel imposible e inalcanzable sueño.

¿Y qué sabían ellos de eso? Cada uno tiene su versión de los hechos, pero piensen… Te dicen que sin ti no habrá baile, que tienes que ser de un color que no eres, te mandan a salir de un palo seco y sin vida; y te la ponen literalmente en China. Pero tú te empecinas en salir de allí como sea, de la humedad y las lombrices, del humus vegetal y de lo oscuro. ¡Como sea! Y en el empeño sales como nunca: blanca y recién estrenada, como la esperanza. Ajá, pues ya no dicen más que “pobrecito el cantante, que se entregó, se inmoló, que puso el pecho ahí para teñirte de rojo, para darte al amado, que a su vez te dará a la amada, y...”

¡Paren ya con esta farsa! ¡Ah, que lo dicen muy poco, pero lo dicen!. El minuto solo en que duró mi sueño, me llevaron en un pico, me dejaron en una ventana, me llevaron en las manos hasta casa de esa, que me tiró con rabia al suelo. ¡Y ahí se acabó el amor!

¡Me van a escuchar ahora! Las ganas de nacer no fueron mías. El cantante tampoco tuvo culpa, no me incitó a nada. Otra cosa: a ese muchacho airado y dulcificado por el tiempo, le importaba poco o nada la rosa. A la del baile, ni mencionarla.

A quien de verdad le hacía falta una rosa, era a ese rosal tan mustio, tan estéril y sin embargo, tan joven. Él se inventó toda la historia, él tejió la madeja de sucesos, para poder florecer a cualquier precio. Le habían helado tanto, durante tanto tiempo. Y cada invierno rumió su dolor, su sequía más larga, su carencia temprana de flores. ¡No era un rosal tan viejo! ¿Cómo pudo pasarle? Yo estuve en las entrañas de la tierra y le ví, le ví llorar, le ví sufrir, le ví tan necesitado de florecer, que no pude quedarme allí. Yo era consciente de lo efímero, una flor sabe siempre que no vivirá por mucho tiempo.

Pero ni el cantante, ni el estudiante, ni la amada sin flor me dan la más mínima pena. Sigo pensando en el rosal, que es quien me duele, que se valió del ruiseñor para teñirme, no sé por qué. Blanca nací, blanca quería ser, roja del pico al suelo hube de morir. Vamos a decirlo bien claro: el suicida no es el cantante, simplemente le tomaron el pelo, es decir, la pluma. El que de verdad murió allí, más seco que nunca, más helado y más solo, sin conocer la primavera; fue el rosal.

De acuerdo: Yo también morí, no me arrepiento. Lo repito: he muerto consciente de lo efímero. El amor, sin embargo, sigue vivo. Es el canto infinito de la garganta de aquel que, patético, todo lo tiñe. Es la tierra, aún con vegetal aliento y eternas las ansias de brotar. Es el suspiro consciente de cada rosa al nacer y un poco el miedo a morir que sienten todos cuando piensan en cada uno de nosotros.

Pero a ése, oiga bien usted, es que a ése, no lo mata nadie. Y qué más da regresar a lo oscuro si por lo menos me dio tiempo a escribir esa carta donde lo cuento todo.





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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones. Escribe desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos incomprensibles está también la literatura como forma vital de expresión. Recientemente publicó Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), su primer poemario.

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