Thursday, November 12, 2009

Mañana es Navidad (by Sindo Pacheco)

Agradezco a Sindo Pacheco y a la Editorial Iduna que hayan facilitado este fragmento del libro Mañana es Navidad, para compartirlo con los lectores del blog Gaspar, El Lugareño.

Sindo Pacheco estará este sábado a partir de las 10 a.m. en el stand de Iduna en la Feria del Libro de Miami, firmando sus libros.

Aquí puede encontrar lo detalles de las publicaciones que esta editorial está presentando esta semana en la Feria del Libro de Miami.


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Mañana es Navidad (fragmento)

por Sindo Pacheco


—Esto no sirve.

Alberto empujó el plato con desdén.

—Es lo que hay.

—¿Y los huevos?

—Quedan dos para Elisabeth.

Elisabeth había parado de masticar.

—¿Y no pudiste hacer una salsa…? Todas las mujeres inventan. Tú eres la única que no puede…

Miriam se incorporó como un resorte y caminó hasta el aparador.

—¿Con qué diablos? ¡Qué rayos voy a inventar! Debías hacer algo, sembrar, criar un puerco. Todo el mundo está criando puercos; pero tú eres especial. Y encima quieres comer bueno, y te quejas, y me echas a mí la culpa —agarró la libreta de racionamientos—. ¿Tú crees que se puede vivir con cinco libras de arroz…? ¡Tú crees que con esta basura se puede vivir! Estoy harta, ¿sabes…? ¡Harta!

Miriam le arrojó la libreta que fue a dar contra la pared, abriéndose como un abanico. Luego empezó a sollozar. La niña abandonó la mesa y se acurrucó junto a su madre.

Alberto permaneció en silencio. Últimamente su mujer se irritaba más de la cuenta. Qué poco se parecía ya a la muchacha de los primeros tiempos. No podía precisar en qué momento empezó a cambiar. Había estallado en cólera hacía unos meses cuando le quitaron la leche a la niña, el mismo día que cumplió los siete años, como si Elisabeth fuera la única que estuviera en esa situación… Aunque ella venía cambiando desde antes, desde mucho antes sin que él se percatara. Tal vez desde hacía años cuando su padre se fue por El Mariel, o quizás desde el principio, allá en el Pedagógico, aprendiendo Inglés con el American Way of Life…

Alberto estuvo varios días sin hablarle a su esposa, comiendo arroz blanco sin manteca, pero la última noche no podía dormir. Tenía hambre, necesidad de algo en el estómago. Se levantó, prendió la luz de la cocina y se preparó un poco de agua con azúcar. Sobre el aparador distinguió la libreta de racionamiento y la tomó en sus manos. Toda la vida usando aquel documento, y nunca se había detenido a examinarlo. Tal vez lo utilizaba con complejo de culpa. Era un recurso habitual del enemigo para restregarnos la escasez. En la parte superior izquierda tenía las siglas de Comercio Interior con una cifra de seis dígitos. A la derecha la palabra NÚCLEO, y con lapicero el número 452. Ellos eran eso: el núcleo familiar 452. Más abajo decía: CONTROL DE VENTA PARA PRODUCTOS ALIMENTICIOS, con un cuadrado en blanco como si fueran a colocarle una foto de carné. Quizás las primeras cartillas se diseñaron con tal fin, y luego el cuadrado quedó allí, por inercia. En su parte inferior aclaraba en letras más pequeñas: Esta libreta no constituye un documento de identificación. La contracubierta traía una serie de explicaciones para realizar altas o bajas a los consumidores y los pasos a dar en caso de pérdida. Alberto abrió la libreta y empezó a leer por el mes de enero: Arroz: 15 libras; aceite: 2; azúcar: l8; un jabón de lavar; café: 6 onzas y 6 onzas; 4 cuchillas de afeitar y un tubo de pasta. En realidad era muy poco para tres personas. Pero los meses siguientes la situación se había agravado, y para julio había venido quince libras de arroz, dieciocho de azúcar y dos jabones de lavar. Era imposible vivir atenido a la libreta. Nunca se había podido vivir atenido a la libreta, pero antes había viandas en las placitas y huevos por la libre, y las cafeterías estaban abastecidas. No podía negar que Miriam tenía parte de razón. Siempre trataba de entenderla y poco a poco la iba justificando. ¿O era ella la que sabía obrar muy bien para que él terminara haciendo su voluntad…?

De cualquier modo, lo cierto fue que al otro día, Alberto se apareció con un puerquito en su apartamento. Le había hecho tragarse cuatro diazepam y medio pomo de benadrilina, que podían tumbar a un elefante, y lo trajo anestesiado dentro de un saco de yute.

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