El sábado 11 de agosto de 2018, el Teatro Manuel Artime de Miami brindó su escenario para la Gala de danza moderna y contemporánea del XXIII Festival Internacional de Ballet de Miami, bajo la dirección artística de Eriberto Jiménez, heredero por derecho propio del gran legado de su fundador y director, Pedro Pablo Peña, quien falleciera recientemente.
La ya tradicional y esperada inclusión de esta gala de danza moderna y contemporánea, dentro de la programación de la máxima fiesta dancística de los Estados Unidos, es uno de sus más grandes logros, pues el maestro Pedro Pablo Peña, desde sus inicios, tuvo el gran cierto de convocar a las compañías y bailarines que apuestan por proposiciones más innovadoras, para que el público miamense no se viera limitado solo a ver el repertorio clásico tradicional, como ocurre en otros festivales.
La primera parte de la función comenzó con Caravaggio, amor vincit omnia –la carta de presentación de la excelente Compañía Lírica de Danza, de Italia, con coreografía de su director artístico, Alberto Canestro, en la que cuatro bailarinas y cuatro bailarines bailaron la partitura de Enrico Fabio Cortese con gran belleza, impecable dominio técnico, plasticidad y acople, atributos que no siempre van juntos.
Tanto los trabajos a dúo, ya fuera entre dos hombres o mixto, como las composiciones de grupo, fueron un derroche de elegancia clásica –y contemporánea a la vez–, realzados por un vestuario que como un guante resaltaba la armonía deslumbrante de los cuerpos, tanto de los hombres como de las mujeres.
Estoy seguro de que el espíritu de ese gran genio de la pintura del siglo XVII que es –no escribo “fue”– Michelangelo Merisi da Caravaggio (Milán, 29 de septiembre de 1571-Porto Ércole, 18 de julio de 1610) se regocija cada vez que ve bailar a estos compatriotas suyos, que ratifican que Italia es el original y que lo demás es su resonancia.
Con Clash, a cargo de Dayron Parra y Dayanis Mondeja, del Ballet Clásico Cubano de Miami, coreografiado por ellos mismos bajo la asesoría de Eriberto Jiménez, quedó demostrado que los altibajos de la vida en pareja pueden ser llevados a escena de manera nada aburrida, y sin perder el drama inherente. Ambos se apoderaron de la vibrante música (en los créditos aparece solamente “Mix”, vaya usted a saber si ese es el nombre del autor o que es una mezcla) para sacarle, con su técnica espléndida, depurada y nada convencional, todo su jugo, dejando en la audiencia muy buen sabor de boca.
Tras Clash, Mary Carmen Catoya y Lusian Hernández, de Arts Ballet Theatre of Florida, asumieron el gran reto de convertirse, respectivamente, en “Madeleine” (en realidad, Judy Barton, su suplantadora) y su fallecida abuela, Carlota Valdés, para bailar The Possession, un dueto del primer acto de Vértigo, un ballet en proceso, con coreografía del Maestro Vladimir Issaev (también director de la compañía) y música compuesta por Bernard Herrman (New York, 1911-1975) en 1958, por encargo de Alfred Hitchcock, especialmente para su película homónima, cuyo argumento ha sido llevado a libreto para ballet por este servidor.
(…) “Pocas veces el arte de un director de cine ha sido tan bien servido por su músico como en Vértigo, una película que se puede oír transcurrir con los ojos cerrados mientras la música suena sugerente”.
(…) “Esa música no viene de ninguna parte, viene de todas partes, es la música ubicua, la música total, la música del cine, en que las imágenes son otra forma de música, pero donde la música es la forma final de las imágenes”.
Guillermo Cabrera Infante
Como ya escribí en mi reseña del año 2017, cuando se estrenó en el pasado XXII Festival el gran adagio del segundo acto de este ballet en proceso, “es muy difícil y riesgoso ser juez y a la vez parte de un hecho artístico, pero no puedo pasar de largo, solo porque la idea de verlo en escena haya sido un sueño mío desde hace ya casi más de diez años. Creo, por tanto, que el primer mérito que tiene el mismo es haber mostrado con creces que ‘esa música’ (y esa apasionante historia) pueden ser bailadas”.
Y aquí aprovecho para dar mi opinión sobre los ballets con argumento –que son mis preferidos, aunque contradiga a Balanchine.
La historia, y el modo de contarla en un ballet con argumento, es esencial. En este dueto femenino de Vértigo –visto aislado de la historia como tal–, la falta de escenografía y de la marquetería adecuada conspiró completamente contra la cabal comprensión de esta importante parte de la trama, porque el personaje de Carlota es una pintura que cobra vida, para, supuestamente, posesionarse de “Madeleine”,
No obstante, Mary Carmen, como la impostora de la verdadera Madeleine, la dotó, con su exquisita sensibilidad y el arsenal de su impecable técnica, de la sutil complejidad del personaje que interpreta, que se mueve de la complicidad con un asesinato, al amor más allá del temor a ser descubierta.
Lusian Hernández debutó en este festival como la loca Carlota del cuadro (difícil personaje, “entre la locura de Giselle y la maldad de Odile, el cisne negro de El lago de los cisnes”) y su hermoso rostro de madonna latina debe matizar esta dicotomía para hacerlo más creíble, porque lenguaje corporal y técnica ya tiene.
Después de The Possession, Mayra Alarcón, Jesús Garay y César Zetina, de la Compañía Cuerpo Etéreo, de México –cuyo director artístico es Jaime Sierra–, salieron a defender Eclosión de un arte, una coreografía de Brisa Escobedo para el bello “Dúo de las flores”, de la ópera Lakmé, del compositor Leo Delibes (debió darse crédito a las sopranos que lo interpretaron en la grabación empleada como banda sonora); un interesante trabajo coreográfico en el que los tres danzantes hicieron gala de su expresividad y de sus bien entrenados cuerpos, sin el más mínimo “rigor operístico”, que, de haberlo intentado, hubiera acartonado su fresco desempeño.
Tras un razonable intermedio, Grace Arts Florida, cuya directora es Grace Vickery, trajo a escena Encuentros, una coreografía de Niurka Márquez, bailada por ella misma, al son de la guitarra de Alberto Puerto (Las Folias de España y Fandango, de Manuel María Ponce) y de José Luis de la Paz (La niña de mis ojos, de su propia autoría).
Realmente, la inclusión de esta pieza de baile folclórico español no tiene nada que ver con el carácter moderno y contemporáneo de esta gala, por lo que ya de entrada la descalifico, además de que la coreografía me pareció reiterativa y poco innovadora, amén de la opaca interpretación de su autora.
La excelente Compañía Lírica de Danza, de Italia, regresó con lo que considero que es la segunda parte de Caravaggio, amor vincit Omnia, con la que volvieron a impactar a la audiencia con su refinada estética, máxime cuando el coreógrafo hizo hincapié al inicio en el regodeo entre cuerpos iguales, afines –como era la predilección del conflictivo y genial maestro Caravaggio–, para pasar luego a la diversidad de la vida misma, en que todas las combinaciones son posibles, pero sin perder la clase y la elegancia de una época ya ida y rebasada, pero traída al momento actual con un lenguaje muy contemporáneo.
Del siglo XVII italiano, Mayra Alarcón, Jesús Garay, César Zetina, Samuel Guerra, Brisa Escobedo, Fernando Gallaga y Maru Martínez vinieron a ofrecernos Draft, el espacio vacío, la segunda entrega de la noche de su Compañía Cuerpo Etéreo, de México; una versión mucho más actual, con coreografía de Jaime Sierra y Brisa Escobedo, y música de Donovan Sierra, Eusebio Sánchez y Peter Broderick, de las complejas relaciones humanas que ya los italianos habían abordado en su Caravaggio, pero sin enmarcarlas en torno a un determinado personaje, como aquellos.
Cito a mi amigo de Facebook, Eduardo Ruiz, quien se refirió así a esta segunda entrega de Cuerpo Etéreo, de México: “Para mí, el mejor trabajo, con su segunda coreografía, que fue un derroche de energía e interesante uso del piso y del mueble (el sofá), que se vuelve un andamio-vitrina para mostrar formas creativas e imágenes ingeniosas, con un sentido estético y dramático, apoyado por una música que es como las pulsaciones de estos chicos rebosantes de juventud y ansiedades”; opinión que suscribo y hago mía.
Sí, de veras que estos chavos han puesto a México, una vez más, en el mapa de la danza moderna y contemporánea, y que, gracias a la visión de Pedro Pablo Peña, el visionario precursor de este festival internacional, y de Eriberto Jiménez, su discípulo y actual director artístico, hemos podido disfrutar aquí en Miami sin tener que desplazarnos a Monterrey.
Como ya dije en mi pasada reseña de esta misma gala en el año 2016:
Agradezco esta formidable posibilidad de “airear” los sentidos viendo propuestas diferentes, así que una felicitación para todos los participantes y para el director del festival, el maestro Eriberto Jiménez.
Hialeah, 14 de agosto de 2018
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