Wednesday, May 13, 2020

Fragmento de "Un mariachi viejo", novela de Félix Luis Viera, en proceso de creación


Nota: Cada miércoles un fragmento de Un mariachi viejo, novela de Félix Luis Viera, en proceso de creación.

Puedes leer todos sus textos, publicados en el blog, en este enlace.


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Prácticamente desde que nos conocimos, Cinthya sugiere que nos comportemos como si yo fuese el marido y ella la esposa.

Para esto, le advertí, debes olvidarte de seguir comiendo las tortas cubanas y el pan de dulce.

[Las tortas cubanas, otro fraude de estos hacedores del consumo infinito: par de tapas de pan que apresan una montaña de todas las carnes que habitan en esta parte del planeta, con aderezos incontables. No hoy, cuando allá en la patria las carnes se hallan huidizas como nunca antes —sumado a que la de res bien a bien no existe—, sino antes, cuando Cuba era un país con nombre y apellido, existió semejante torta. —Recalco: en esta ciudad sienten una admiración equivocada y casi enfermiza por lo cubano. De manera que inventar una torta y ponerle “cubana” resulta un gancho magnífico].

[A lo que en Cuba llaman caramelos, aquí les dicen dulces. A los pastelillos de allá, aquí pan de dulce. —Y así hasta lo interminable].

Le dije: “Considera, gruesa mía: desde que nos conocemos abandoné el ámbito amado de las galletas de vainilla y de chocolate, por el temor de que, como les ha sucedido a otros, de pronto me fuera de peso. ¿Te has fijado en esas parejas de gorda y gordo?, ¿existe algo más desesperanzador?

Si ella no tiene guardia en el hospital ni yo trabajo de noche en el periódico, casi siempre nos vamos hacia uno de esos intervalos seráficos que suelen hallarse en las ciudades abarrotadas.

La explanada en el frente del edificio de la Lotería Nacional, posee ese encanto que produce en los exteriores la armonía entre las partes —en este caso las bancas y sus colores de barnizado; las escalinatas; los arbustos podados y las palmeras chaparras que marcan la acera; el donaire del edificio mismo con su columna central elevada como un dedo inmenso en busca del firmamento; el cementado claro y algo rugoso del suelo, que por esa razón, en las noches de luna, parece fulgir un poquito; y en general el blancor del entorno, en una ciudad donde tanto abundan los tonos grises—, agregado que el nudo de vías que se cruzan enfrente y en diagonales —avenida Paseo de la Reforma, De la República y calle Lafragua—, permite un tramo despoblado de edificaciones ideal para observar el espacio abierto cielo arriba en la noche. —A veces se ven estrellas —a veces.

En algunos lances con mujeres me ha sucedido: un intenso y largo período de ternura me ha imposibilitado para destapar la carnalidad. Es decir, me he quedado como en éxtasis, en el alelí, el pajarillo.

Cualquiera pensaría que mi gruesita es la menos indicada para congelarme en el mimo. Sin embargo, sobre todo por su anclaje en una sonrisa que al parecer ahora mismo se expandirá por varios caminos —asoma levemente su dentadura simétrica, deslumbrante, tensos a medias sus labios y con ellos las ranuras remarcadas, proporcionadas entre sí—, el refregar de sus mejillas en mí o contra mí siempre que le resulta posible, el vapor de sus manos cuando están con las mías... hacen su trabajo para dormirme en el arrullo, tapiar mis instintos viriles.

Y se suma ese detalle que ya he dicho: el timbre levemente pastoso de su voz milimétricamente afinada, húmeda a veces. —¡Su voz digo destinándome adoraciones! —algo tan cursi.

¡Y sus pestañas sin fin y jamás tocadas por los cosméticos inventados por los hombres para alterar el real curso del vivir!

Así ella, ignorante de mi estadio de embeleso —el cual, insisto, no su anatomía (carnes, vísceras, tendones, dermis, huesos, epidermis, músculos, grasas), sino digamos su Ser me estableciera—, pensaría que mi aplazamiento en pedirle el sexo sería la respuesta a su demanda, desde los principios, de realizarlo cuando viviésemos juntos. “Aunque todavía no casados, pero por lo menos viviendo juntos”, dijo mirándome con miel.

De modo que saltó el pasmo en el negror de sus ojos cuando esa tarde-noche, apenas unos minutos después de habernos sentados en una de las bancas frente a Lotería Nacional, y al terminar un beso infinito, durante el cual puse empeño mayor en saborear las grietas de sus labios, le dije: Te llegó la hora, gordi, vamos.

—¿Pero adónde?— sin abandonar la expresión de sorpresa.



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Félix Luis Viera, poeta, cuentista y novelista, nació en Santa Clara, Cuba, el 19 de agosto de 1945. Ha publicado, entre otros libros, siete poemarios, tres volúmenes de cuento y siete novelas.

Entre los premios que recibiera en su país natal, se cuentan el David de Poesía, en 1976; el Premio Nacional de Novela, en 1987, por Con tu vestido blanco, que recibiera al año siguiente el Premio de la Crítica, galardón que ya le había sido otorgado a este autor, en 1983, por su libro de cuento En el nombre del hijo.

En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”, otorgado por Neo Club Press, Vista Larga Foundation y otras instituciones culturales cubanas en el exilio.

Es ciudadano mexicano.

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