Wednesday, September 9, 2020

Cuando Hemingway donó la Medalla del Nobel a la Virgen de la Caridad (por Carlos A. Peón-Casas)


Cuando Hemingway donó la Medalla del Nobel a la Virgen de la Caridad.
Precisiones imprescindibles.
(En El Viejo y la Marca, crónica de Guillermo Cabrera Infante para Ciclón.)

por Carlos A. Peón-Casas


Del tema se ha hablado con profusión. No así del ruidoso acto que se pensó como un homenaje al escritor afincado en Cuba, durante el cual Hemingway hizo donación de su valioso trofeo a la Madre de los Cubanos.

La rememoración del suceso, ha sido transcrita alguna que otra vez, con algunas precisiones, a veces imprecisas, contadas y recontadas por personas que ciertamente no fueron testigos directos.

Por contarlo mal, los que oyeron campanas y no supieron dónde, han dicho hasta que ocurrió en Santiago de Cuba, en los predios de la famosa fábrica Bacardi, gazapo imperdonable, pues Hemingway jamás estuvo en aquella ciudad del oriente cubano.

Pero como ya iremos explicando en su minuto, el hecho aconteció en La Habana, presumiblemente a comienzos del mes de agosto de 1956(1), casi dos años después de haber recibido la noticia de ser el agraciado de aquel año con el Premio Nobel de Literatura por boca del entonces cónsul sueco, durante una ceremonia privada, ocurrida el 21 de octubre de 1954 en los predios de su Finca Vigía(2).

En How it was, el libro de memorias de Mary Welsh, la anécdota se cuenta en sentido inverso. Posponiendo la visita del cónsul al día siguiente en que la noticia fue hecha pública (el 28 de octubre), sugiriendo que Hemingway no fue convenientemente avisado con toda antelación como realmente sí ocurrió.


Resulta sin embargo muy interesante leer allí su personal transcripción de las palabras de Hemingway a la prensa de entonces, y a la multitud de amigos, que se congregó aquel 28 de octubre en su Finca para testimoniarle su afecto, y que traducimos por su interés para el curioso lector.
Como saben hay muchas Cubas. Pero igual que la Galia, Cuba puede dividirse en tres. La de los que tienen hambre, la de los frugales, y aquella de los que comen demasiado. En este convite de hoy todos estamos en la tercera categoría, por lo menos por ahora.
No soy un hombre político. Este es un gran defecto, pero es preferible a tener arterioesclerosis. Con este defecto de ser apolítico, uno pude apreciar los problemas del Palmolivero, y los triunfos de mi amigo Alfonsito Gómez Mena. Igual fui amigo de Manolo Guas, primo de Felo Guas, y también de Manolo Castro.
Me gustan las peleas de gallos y también la Orquesta Filarmónica. Fui amigo de Emilio Lorents y esto no ha interferido con mi amistad con Mayito Menocal quien junto a Elicio Arguelles son mis mejores amigos en este país.
Dios permita que no sea pecado mortal considerar que Antonio Maceo sea mejor general que Bernard Law Montgomery, ni desear la muerte de Trujillo, y que muera en su cama de muerte natural por supuesto. El es la única persona que me gustaría ver morir antes que yo.
Discúlpenme ahora por algunos chistes y una legitima crítica que sigue y que uno ve cada mañana en el espejo. Están faltando esos tipos en los que uno puede ver lo buena que es la humanidad, y aquellos que pueden digerir sus fracasos.
Son ya demasiadas palabras. No quiero abusar de ella, y vayamos a los hechos. Deseo ofrecer esta medalla sueca a Nuestra Señora la Virgen del Cobre(3).
Como fácilmente se colige de lo dicho, la decisión de Papa, de donar la Medalla correspondiente a la Virgen de la Caridad, en su Santuario del Cobre, fue firme desde el principio. Pero un misterioso suceso, la desaparición momentánea de la Medalla en Finca Vigía, retrasó el hecho(4).

El acto, ya enunciado, fue cubierto por Guillermo Cabrera Infante, por entonces nobel periodista, para la revista Ciclón, junto otros famosos reporters de la época, como el P. José Rubinos, cronista por su parte del Diario de la Marina.

El convite había sido pactado como un almuerzo con multitud de invitados, en los jardines de la Cervecería Modelo(5), ubicada en el Cotorro, donde se fabricaba la conocida marca, de cervezas y maltas, Hatuey.

La noticia en los diarios fue escueta(6), pero Cabrera Infante recoge en su relato, los detalles acaso no más triviales, pero sí los que dan la nota más psicologista posible.

El arranque de su crónica nos ubica en contexto con mucha celeridad:
El almuerzo se sirvió a la hora de la merienda y Ernest Hemingway parecía cansado. Llegó poco después de la una y de inmediato fue asaltado por una turba entre la cual los fotógrafos elevaban sus cámaras, como hace el nadador que lleva su ropa seca en la mano. El agrupo apenas si lograba avanzar un paso, todos apretados en torno a la figura del escritor(7).
Allí distinguimos de pronto a la figura principal, la del maestro Hemingway, el centro magnífico de aquel minuto que la prensa le anunciaba “como homenaje de simpatía”, rodeado, o “asfixiado” casi por aquellos “muchachos de la prensa” y el convite unánime de sus más declarados admiradores.

 

Pero Cabrera Infante, sabía que aquel minuto era quizás aquello y algo más, su relato sigue develando aristas muy evocadoras de aquellas circunstancias no dichas explícitamente
Hemingway parecía uno de esos monumentos junto al cual todo el mundo ase retrata. Esta vez el monumento se movía. Vistiendo una guayabera blanca, encanecido, con la cara abatida por el tiempo, aparecía prematuramente envejecido y con una suerte de cansancio en la mirada. También había sorpresa en sus ojos y quizá por primera vez en su vida, estaba realmente asustado(8).
Y al cronista no le faltaba razón, aquel año de 1956 había sido de una intensidad desgastante y salvaje para el escritor, enfrascado en los detalles cinematográficos de la versión de su novela El Viejo y el Mar, que lo llevó hasta Perú, tras un marlin suficientemente digno para al filme, y alejado de sus afanes creativos por más de tres o cuatro meses. Su estado anímico no era bueno para el minuto en que cumpliera sus cincuenta y siete años, marcado por una irritabilidad que “sin dudas tenía sus orígenes en el hecho que su propia escritura no iba todo lo bien que el desearía”(9).

Aquel baño de masas no parecería el mejor paliativo para aquel Hemingway poco acostumbrado a aquellas manifestaciones de simpatías “a la cubana”, y que como el mismo cronista acotaba, ante aquellas efusiones:
Hemingway pugnaba por escaparse y no lo lograba…pero esta vez se trataba de su homenaje y un homenaje es lo más parecido que hay a un martirio. Incluso para el homenajeado(10)
La firma Bacardí era patrocinadora del acto, y a tal efecto había provisto una bien servida barra, donde los asistentes se podían proveer a libre demanda, de daiquiris, preparados con el ron homónimo y cervezas Hatuey. Para cuando Hemingway se presentará, ya la concurrencia con toda seguridad estaría bien animada con la ingestión de aquellos espirituosos bebestibles, y es de entender la euforia con que celebró su llegada.

Igualmente, en una improvisada tribuna, un trío, compuesto de dos guitarras eléctricas y un bongó, muy al uso de la época, animaba el ambiente sonoro, y justo a la llegada del homenajeado, hacía sonar los compases de un chachachá compuesto en su honor, intitulado: “Viva Hemingway”

Entre la concurrencia de aquel día no faltaron los pescadores de Cojimar, a no dudarlo unos gremios entrañables para Papa, cercanos siempre, irrumpieron según lo narra el cronista:
“Por uno de los pasillos centrales avanzó hasta la mesa principal una larga teoría de hombres jóvenes y viejos, todos curtidos por el sol, atezados por la vida al aire libre”(11),

Eran los mismos y algún otro, de aquellos que en otro hermoso y muy sincero gesto le habían entregado una medalla conmemorativa cuando Hemingway publicara su noveleta El Viejo y el Mar, que sin dudas los inmortalizaba. Una foto de aquel minuto los evoca: “el Sordo, Cachimba, Cheo López, Arsenio, Ova Carnero, Gregorio Fuentes, Tato y Quintín”(12).

El cronista sigue narrando los pormenores de aquel animado acto de homenaje, al ritmo de las improvisaciones que el trío musical prodigaba:
“En la tribuna el trío era otro, pero la música muy parecida. De entre una guaracha de moda surgió una letra conocida:
¡Hemingway!, ¡Hemingway! ¡Hemingway!
Continuo el trío:
Hemingway, Hemingway,
¡Campoamor!, ¡Campoamor!, ¡Campoamor!(13)
Era la clarísima alusión al que fuera el “padre de la idea”, el intelectual cubano Fernando G. Campoamor.

La voz animosa de una cantante muy popular de aquella hora, Amelita Frade, entonaba ya una décima homenaje a Hemingway, con la típica melodía de la Guantanamera, el cronista transcribía su emotiva inspiración:
El Premio Nobel “pescó”
Porque es un “tigre” escribiendo:
Cuando escribe estamos viendo
Los momentos que el vio
Ante su estampa tembló
La pantera de Zambeze:
Su libro decir parece
Que “el viejo” fue Hemingway:
Pero que el mar es de Hatuey.
¡porque el se la merece!
Le gusta sentir bravío
El viento sobre “El Pilar”
Y de noche conversar
Con la selva y con el río
Le gusta este suelo mío
Y nuestro mar antillano;
Le gusta estrechar la mano
De los humildes de aquí,
Y le gusta el Daiquirí:
Sano, sabroso y cubano.
Pero ya justo para final, cuando la multitud congregada casi empezaba a hacer mutis por el foro, después del opíparo almuerzo(14), faltaba lo mejor de aquel convite, el minuto tan esperado que llegaba en las palabras de Papa, quien a duras penas fue casi cargado en andas hasta la tribuna, escoltado, o mejor dicho empujado, otra vez por aquella misma multitud.

Cabrera Infante lo sigue contando en su crónica:
De alguna manera lograron subir a Hemingway a la tribuna. De alguna manera que no fuese cargado, pero allí estaba (…) Hemingway aparecía entre ellos y vacilaba con un papel en la mano. Alguien suplicó silencio (…) Hemingway habló.
-Un hombre que no sabe hablar un idioma no debe hablar ni en su casa. Se refería a su español. Su español era bastante correcto-se percibían claras las “ces” españolas- aunque su acento es fuerte. Leyó el discurso:
-Me siento muy agradecido y emocionado por este no merecido homenaje. Siempre he entendido que los escritores deben escribir y no hablar. Por lo tanto, quiero ahora donar la medalla que recibí del Premio Nobel de Literatura a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, patrona de este país que tanto amo.
Fernando Campoamor agradeció esas frases.
-Hemingway, Cuba te quiere como una madre”(15).
Lo que siguió fue el acabose dicho en mejor cubano. Un minuto antes habían repartido a todos los presentes un folleto(16), recordatorio del acto, que entre otros detalles incluía una foto bastante inapropiada de Papa en traje de baño.

Ninguno de los presentes quería irse sin que el propio Hemingway estampara su firma. No más dicha la última frase, la multitud inundó la tribuna, que empezó a crujir peligrosamente por el peso inusitado de tantas personas.

El cronista dejaba entonces constancia de una no muy simpática anécdota de aquella masiva pesca de autógrafos:
solo un momento pareció disgustado Ernest Hemingway mientras firmaba los folletos y fue cuando le presentaron la fotografía para que estampara su firma sobre ella. Apartó ese folleto y dijo grave:
-No firmo ahí. No me gusta esa fotografía. Parece que estoy desnudo, no firmo. El solicitante dobló la hoja y tendió a Hemingway otra página. Con una sonrisa que quería parecer una sonrisa éste firmó”(17).
Para casi el final, Hemingway se mostró algo impaciente. En su peculiar español hizo saber
“Quiero marchar. No me gusta divertirme aquí, mientras entierran a mi amigo Agustín Cruz”(18).
El homenaje había terminado, y el cronista así lo dejaba saber, confirmando con su última frase, la del cierre de su crónica, algo que ya había intuido desde el comienzo:
“Como se ve, los periódicos no lo dijeron todo”(19)

Diario de la Marina
Octubre 29, 1954


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  1. La crónica en cuestión apareció publicada en septiembre de 1956, pero Hemingway, no estaba en La Habana para entonces, había viajado a Nueva York a finales del mes de agosto, por lo que colegimos que el acto debió ser a comienzos de aquel mes, o quizás a finales de julio.
  2. Los hechos sucedieron así, según lo precisara Mary Welsh en 1965: “El embajador telefoneó desde la Habana e hizo una cita para ver a Hemingway. Se preparó una ceremonia privada para aquel día. Hubo un pequeño intercambio de discursos, con la presencia del embajador sueco y su esposa y muy pocos amigos, todos de pie en nuestra biblioteca, y después siguió un almuerzo muy animado de unas cuatro horas con unas diez o doce personas a la mesa”. Hemingway no viajó a Estocolmo, como bien se sabe, por razones de salud, y el discurso de aceptación del galardón, in absentia, lo leyó en su lugar, George M. Abbot, Encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos en Suecia, durante acto de ocasión, acaecido el 8 de noviembre de aquel mismo año. En Ernest Hemingway. A Life Story.Carlos Baker. Charles Scribner’s Sons. NY, 1969. p.661
  3. How it Was. Mary Welsh Hemingway. Futura Publications. London, 1978. p.411
  4. Hemingway en Cuba. Norberto Fuentes. La Habana, 1984. p.130
  5. Filial de Ron Barcardí S.A. Todos sus accionistas lo eran de la casa matriz. Su presidente era José M. Bosch. En Las Empresa de Cuba en 1958. Guillermo Jiménez. Ciencias Sociales. La Habana, 2004. p. 193
  6. “En horas del mediodía de ayer tuvo lugar en los jardines de la cervecería Modelo, en el Cotorro, el homenaje de simpatía que las instituciones culturales cubanas rindieran a Ernest Hemingway, el gran escritor norteamericano autor de El Viejo y el Mar quien desde hace años reside entre nosotros” en El Viejo y la Marca. Guillermo Cabrera Infante. En Ciclón.Vol.2 No. 5. Septiembre 1956. p.51
  7. Ibíd
  8. Ibíd.
  9. Ernest Hemingway. A Life Story. Op. cit. p.534
  10. El Viejo y la Marca. Op. Cit.
  11. Ibíd. p. 52
  12. Ibíd. p.174
  13. El viejo y la marca. Op cit. p.53
  14. El menú incluyó “Arroz congrí, yuca salcochada, lechón asado, tamal y cerveza Hatuey” Ibíd.
  15. Ibíd.
  16. “El folleto estaba impreso en un rústico pero agradable pedazo de papel de estraza y en la portada llevaba una viñeta coloreada a mano. Dentro tenía un pedazo de El viejo y el mar en que se mencionaba la Hatuey beer, una reproducción sobre papel rojo de la décima cantada, una foto a toda página de Ernest Hemingway en trusa reclinado sobre una tumbona, un pedazo de los primeros capítulos de Tener y no tener que decía algo sobre Hatuey beer y un recordatorio.” Ibíd.
  17. Ibíd.
  18. Ibíd.
  19. Ibíd.


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