Thursday, March 26, 2020

Fragmento de "Un mariachi viejo", novela de Félix Luis Viera, en proceso de creación

Nota: Cada jueves un fragmento de Un mariachi viejo, novela de Félix Luis Viera, en proceso de creación. 

Puedes leer todos sus textos, publicados en el blog, en este enlace



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Tal como me prometió, Érika estaba a las 10 de la mañana del domingo en los Viveros; hay allí una pista de arcilla casi rectangular con curvas breves en las cuatro esquinas, con algo más de dos mil metros y que corre entre arboledas —habitadas por pájaros, camaleones y ardillas sobre todo.

Si no llego a encabronarme y abandonar a Cinthya en la UNAM aquella tarde, no me hubiese encontrado con Érika en la estación del metro CU; o bueno... será mejor pensar que si Cinthya no gozara de ese rasgo idiosincrático sobre todo mujeril de “ah, se me olvidó”, “ah, es que me acordé ahora”, “ah, es que quiero aprovechar de una vez el viaje...”, “ah, nada más tantito”, “ah...,”... yo no me hubiese encolerizado (aquí dirían “enojado”, pero esta palabra nunca la diré, es muy fea) y partido —a pie— hacia el metro. De modo que debo agradecerle a la memez de Cinthya haberme topado con una de las pocas mujeres altas como un rayo y con ojos azules resplandecientes de la Ciudad de México; y seguramente la única así allá en los confines de la humanidad, Milpa Alta.

Viveros está delimitado con bardas digamos altaneras, con piezas de hormigón en forma de U muy abiertas, pintadas de blanco níveo y cruzadas por rejillas de fierro negro. Por fuera, junto a las bardas frontales, los puestos que venden meriendas. Próximo a la entrada principal, está el de una pareja —ya saben, moreno y morena, luchadores— que elabora el jugo en el acto. Aproveché para tomarme el de zanahoria; antes, solo allí lo había encontrado con tan buen cuerpo y a la par transparencia, y ahora resultó ídem.

Érika estaba calentando en las barras de metal que se hallan a la derecha, unos quince o veinte pasos luego de la entrada. (Más a la derecha, en leve caída del terreno, corre, angosto, anémico, triste, invisible casi, el río Magdalena, con sus orillas cementadas —aun así resulta uno de los “grandes” ríos de una ciudad donde casi todos han sido tapiados).

Más que otros días, los sábados y domingos hacen pista en Viveros esas personas que aspiran a vivir cien años.

Más mujeres que hombres. Siempre. Consta vox populi y en reportajes.

Érika viste un pants azul cielo y una sudadera azul fuerte. Ambas piezas injertadas en la piel —o en la carne, sería mejor decir.

Ella tiene el cabello oscuro, teñido. ¿Será rubio originalmente; será ella algo así como güera en fin...? “No te preocupes por eso”, me ha respondido las tres o cuatro veces en que le he preguntado.

Todavía es verano pero la mañana ha desembarcado fría. Tanto que hasta hace poco el aliento se botaba como marcas de humo. Durante el mediodía y la tarde mediada saldrá el sol y se sentirá una suerte de vapor que aquí la ciudadanía llama “calor”; un vapor desesperante —toda flora inmóvil— que parece acuchillar los pulmones.

A quien nació con vocación y recursos físicos y mentales para cosmonauta, no le resulta demasiado temerario viajar hacia el espacio extraterrestre; igual disparar y matar o estar decidido a ser muerto quien nació para soldado; nada de excesivamente cruel el sojuzgar y aun asesinar al prójimo, a quien nació para tirano; ningún sacrificio del otro mundo, dedicar hasta veinte horas de entrega día tras día —con menos papeletas para el éxito que para el fracaso— a quien nació para pintor, escritor, compositor, científico... Quien le ha temido toda su vida a las alturas, resulta un héroe esa vez en que trepa un árbol; un héroe, una heroína igual, quien de por vida ha sentido terror hasta el llanto por los fantasmas, y al fin se lanza a atravesar de punta a punta la noche cerrada del bosque... Yo no nací para correr. Lo he realizado muy poco en esta vida, y tramos cortos y solo para escaparme de un peligro fiero. Y en esas breves tiradas, me he sentido destrozado de cuerpo, mente, alma. De manera que si alguna vez, como lo ejecuta Érika ahora, yo le diese cuatro vueltas sin detenerme a la pista de Viveros, merecería que me llevaran en andas por las principales avenidas de la ciudad.
Cuando ella se disponía a comenzar la carrera, le hice saber la esencia de lo dicho en el párrafo anterior. Me metió, con suma intensidad, todo su azul en mi cara; esbozó una mueca de discrepancia mientras movía la cabeza hacia un lado; regresó la vista hacia mi rostro.

—Ah, no mames* —dijo.




*Ah, no jodas.




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Félix Luis Viera, poeta, cuentista y novelista, nació en Santa Clara, Cuba, el 19 de agosto de 1945. Ha publicado, entre otros libros, siete poemarios, tres volúmenes de cuento y siete novelas.

Entre los premios que recibiera en su país natal, se cuentan el David de Poesía, en 1976; el Premio Nacional de Novela, en 1987, por Con tu vestido blanco, que recibiera al año siguiente el Premio de la Crítica, galardón que ya le había sido otorgado a este autor, en 1983, por su libro de cuento En el nombre del hijo.

En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”, otorgado por Neo Club Press, Vista Larga Foundation y otras instituciones culturales cubanas en el exilio.

Es ciudadano mexicano por naturalización. Reside en Miami.

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