Tuesday, September 2, 2025

Gran Gala Clásica del XXX Festival Internacional de Ballet de Miami. (por Baltasar Santiago Martín)


El sábado 16 de agosto de 2025 tuvo lugar, en el Fillmore Jackie Gleason Theater de la ciudad de Miami Beach, la Gran Gala Clásica del XXX Festival Internacional de Ballet de Miami, que comenzó con las palabras del Maestro Eriberto Jiménez, director artístico del Festival, quien dio la bienvenida a los presentes y evocó en su discurso el inolvidable legado de Pedro Pablo Peña, fundador del Festival y su mentor y maestro.

A continuación, se procedió a la entrega del premio “Una vida para la danza” –una estilizada estatuilla del artista plástico mexicano David Camorlinga, inspirada en la prima ballerina Maya Plisétskaia– al primer bailarin forever Julio Boca, actual director artístico del Ballet Estable del prestigioso Teatro Colón de Buenos Aires, República Argentina, por su muy reconocida trayectoria artística, quien agradeció con sentidas palabras el importante premio recibido.

David Camorlinga – quien también hizo uso de la palabra– y Eriberto Jiménez antes de la entrega del premio. Foto: Abelardo Reguera.
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Julio Boca, David Camorlinga y Eriberto Jiménez
 durante la entrega del premio. 
Foto: Abelardo Reguera.
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La función comenzó con Vow, coreografía de Ariel Rose y 1953, de Olafur Arnaulds, como banda sonora; defendido de forma brillante por Mayrel Martínez y Maikel Hernández, una de las parejas emblemáticas de Dimensions Dance Theatre of Miami, la excelente troupé dirigida artísticamente por Jennifer Kronemberg y Carlos Guerra.

Mayrel es una bailarina a la que sigo desde que la vi bailar por primera vez, ya que tiene, además de un arsenal técnico de bravura, una suavidad y un encanto, tanto en el escenario como fuera de él, que la hacen una intérprete ideal para cualquier ballet romántico, o de los llamados “blancos” –aunque también su ductilidad le ha permitido brillar como Mirtha, la hierática Reina de las Wilis del ballet Giselle–, pero en Vow ella fue tal cual es en la vida real: dulce, delicada, sin la menor dureza, pero con unas puntas y unos arabesques (extensiones) a 180 grados de una belleza, limpieza y facilidad admirables.

¿Y de Maikel qué?, pues, bueno, que él le brindó en todo momento el soporte perfecto para que ella desplegara sus alas, y si bien Ariel Rose no es como Auguste Bournonville, su coreografía le permitió a Maikel ser mucho más que solo el acompañante de la prima ballerina, con un trabajo muy hermoso también per se.

Mayrel Martínez y Maikel Hernández
 en Vow. Foto: Abelardo Reguera.
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A continuación, Mariana Restrepo y Andrés Felipe Vargas, de la Compañía Colombiana de Ballet, con José Manuel Ghiso como director artístico, salieron a escena convertidos en Aurora y Desirée, para interpretar el pas de deux de su boda en el ballet La bella durmiente del bosque, coreografía de Marius Petipa y música de Piotr I. Chaikovski.

Ambos lograron una interpretación muy hermosa, como si fueran de verdad los príncipes enamorados del inmortal cuento de hadas, sin omitir detalle alguno de la coreografía original, sobre todo esas tres pasmosas y arriesgadas “agarradas” que Fonteyn y Nureyev bordaron para la posteridad, a los que Mariana y Andrés Felipe honraron con su bravura, estilo e interpretación, tal y como este ballet demanda.

Mariana Restrepo y Andrés Felipe Vargas en el pas de deux de La bella durmiente del bosque. Foto: Abelardo Reguera.
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Si bien Mariana y Andrés Felipe me hicieron evocar a los paradigmáticos Fonteyn y Nureyev en La bella…, para mí fue inevitable recordar a Alicia Alonso y a Jorge Esquivel –o con Orlando Salgado, ambos inolvidables–, al ver a Melissa de Oliveira e Igor Monteiro en el adagio del segundo acto del ballet El lago de los cisnes, coreografía de Raúl Candal sobre la de Marius Petipa y música de Piotr I. Chaikovski.

La Odette de Mariana llegó como cisne, con el adecuado port de bras, y al levantarla Andrés como su dedicado Sigfrido, ya era la princesa libre del embrujo por un breve tiempo, como debe ser, sin abusar del aleteo como erróneamente suelen hacer otras bailarinas, ya que es un paso a dos entre un hombre y una mujer, no entre un hombre y un cisne.

Igor Monteiro y Melissa de Oliveira en El lago de los cisnes. Foto: Abelardo Reguera.
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En un tempo lento y pausado, a lo Alonso, ambos bordaron la coreografía con suma elegancia y delicadeza, prueba de que el Ballet Nacional Sodre de Uruguay al que pertenecen –con Maria Riccetto como su directora artística–, salvaguarda con admirable rigor la herencia y la tradición clásica.

A seguidas, Marizé Fumero y Eric Figueredo, del Ballet de Milwaukee, dirigido artísticamente por Mikael Pink, se adueñaron del escenario del Fillmore para hacer bueno el título de su entrega: Where the Light Touches / Donde la luz toca, coreografiado por el propio Eric, porque lo iluminaron todo con su virtuosismo y su bravura técnica, ambos vestidos del color del mejor vino tinto, tal y como ellos son – y de una excelente cosecha.

Después de haber podido catar la espumeante actuación “vinícola” de Marizé y de Eric, Rachele Buriassi y Steven Loch, de Les Grands Ballets Canadiens y el Miami City Ballet respectivamente, nos remontaron hasta la tumba del bosque donde duerme para siempre Giselle, con el Grand Adagio del segundo acto del ballet homónimo, música de Adolph Adam y coreografía de Jules Perrot y Jean Corelli, el cual ambos recrearon hasta el más mínimo detalle, sobre todo Rachele, que es una bailarina exquisita, que lo reúne todo: belleza, rigor técnico e interpretación, y ello con el más cuidado estilo romántico, a lo Alonso, Fracci y Fonteyn.

Rachele Buriassi y Steven Loch en Giselle. Foto: Abelardo Reguera.
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Su arabesque girando en planta y luego casi a 180 grados, así como sus raudos y sin pausas entrechats quatre, fueron impecables, mientras que Steven, como su solícito partenaire, le brindó el más esmerado soporte, amén de brillar también en su variación.

Tocó entonces al Cuban Classical Ballet of Miami / Ballet Clásico Cubano de Miami, dirigido artísticamente por Eriberto Jimenez, “sacar la cara por el patio, por la casa”, con Minkus Divertimento, y de verdad que tanto Natalie Álvarez, Eleni Gialas, Ihosvany Rodríguez como Kelvin Rabines, sus representantes e intérpretes, lo hicieron muy bien, sin altibajos, con gran acople, tanto en sus solos como cuando Natalie y Eleni bailaron sincronizadas, y luego Ihosvani y Kelvin, así como en parejas mixtas, y al final, ya los cuatro juntos.

Eleni Gialas, Kevin Rabines, Natalie Álvarez
 e Ihosvani Rodríguez, en Minkus Divertimento.
Foto/Simon Soong
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Natalie Álvarez en Minkus Divertimento.
 Foto: Abelardo Reguera.
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Después de un adecuado y necesario intermedio, durante el cual hubo una reunión aparte, en un salón del teatro, del Maestro Eriberto Jiménez con las personas acreedoras de un reconocimiento por el 30 aniversario del Festival (entre las cuales me encontraba yo) –en presencia también del primer bailarín forever Julio Boca–, subimos todos al escenario para ser presentados al público y agradecer tan honrosa distinción, y luego dio ya comienzo la segunda parte de la Gala.

Marizé Fumero y Arionel Vargas, del Ballet de Milwaukee, fueron los responsables de llevarnos al París de La boheme, de Giacomo Puccini, con “El vals de Musetta” de esa hermosa ópera, coreografiado por el propio Arionel y tocado al piano por el maestro Isaac Rodríguez –con una grabación orquestal añadida– como banda sonora del intenso adagio que protagonizaron de forma magistral; ambos dos inmensos artistas que honraron con su presencia ya habitual este Festival en su muy feliz 30 aniversario.

Arionel Vargas, Isaac Rodríguez y Marizé Fumero en “El vals de Musetta”. Foto: Abelardo Reguera.
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Emily Bromberg y Ariel Morilla, de Dimensions Dance Theatre of Miami, con Jennifer Kronenberg y Carlos Guerra como sus directores artísticos, salieron después de “los parisinos” a “revivir” a Dafne y a Apolo en el ballet homónimo; coreografía de Ben Needham-Wood y música de Arvo Pärt, con una iluminación muy intimista firmada por Joshua Gumbinner y vestidos por Susan Roemer de S-Curve Appare; Emily completa como la recatada náyade, pero Ariel solo a medias, con su hermoso pecho apolíneo al descubierto.

Como ya yo había visto este ballet antes (el sábado 12 de julio de 2025, en el Denis C. Moss Center / Centro Denis C. Moss), voy a repetir lo que escribí sobre el mismo en aquella primera ocasión:
Inspirado en la escultura a tamaño real de Apolo y Dafne de Gian Lorenzo Bernini en el Museo Borghese de Roma, Ben Needham-Wood ha creado una interpretación contemporánea del clásico mito de la hermosa Náyade Dafne, hija del dios río Peneo, y Apolo, el dios de la luz. Ambos han sido golpeados por las flechas de Cupido (Eros). Apolo, herido por una flecha dorada, se enamora locamente de Dafne. Sin embargo, Dafne está decidida a permanecer soltera e intocable por un hombre para siempre. Aunque siente simpatía por la situación de Apolo, ha sido golpeada por una flecha de plomo que endurece su corazón ante sus avances lujuriosos, y no desea nada más que escapar de él. Peneo, en un acto de misericordia, utiliza el poder de la metamorfosis para salvar a Dafne de la persistencia abrumadora de Apolo, transformándola en un laurel. Apolo, a su vez, impone su poder de vida eterna para hacer que las hojas del laurel sean siempre verdes, de modo que pueda capturar y aferrarse a su belleza para siempre’, texto ofrecido en inglés en el programa digital, que traduje al español para una mejor comprensión y disfrute de esta coreografía para una historia algo parecida a la de Diana y Acteón, pero sin intento de asesinato de Apolo por parte de Dafne.

Mi única objeción es que este no es un adagio de amor propiamente dicho, tal y como lo pareció para el que no conoce la historia, por lo que sugiero a Ben que enfatice que Dafne no corresponde al amoroso asedio de Apolo y que Dafne finalice el adagio estática con sus brazos como ramas de un laurel.

Por lo demás, Emily y Ariel bailaron como dioses, como si lo fueran en realidad, que ya es mucho decir.
Pues, efectivamente, parece que Ben sí siguió mi consejo, porque, en esta segunda ocasión, Dafne finalizó el adagio estática con sus brazos en alto, como ramas de un laurel, y Apolo abrazado a ella como a un árbol.

Emily Bromberg y Ariel Morilla
 en Apolo y Dafne.
 Foto: Simon Soong.
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Ariel Morilla en Apolo y Dafne.
Fotos: Simon Soong.
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De esta conmovedora historia de la mitología griega, Vlada Shevchenco (Nikiya) y Gennaro Sorbino (Solor), del National Ballet Theatre of Kosice, Slovakia, con Gennaro Sorbino como director artístico, nos transportaron, gracias a la magia del ballet, a la India, con el pas de deux de La Bayadera.

El estreno de La Bayadera se produjo en San Petersburgo, Rusia, en 1877, con coreografía de Marius Petipa, música del austríaco Ludwig Minkus, y diseños de Piotr Lambkin, Konstantín Ivanov, Orest Allegri y Adolf Kwapp (la palabra “bayadera” tuvo su origen cuando los navegantes portugueses, entre los siglos XV y XVI, llegaron a la India, y las llamaron “bailadeiras”, de donde ha derivado a “bayaderas”).

En el pas de deux que vimos, Solor, bajo la influencia del opio, desesperado por la muerte de su amada bayadera Nikiya, la ve en el Reino de las Sombras y baila con ella en una ensoñación irreal, que Vlada y Gennaro hicieron muy vívida y creíble, porque, al igual que en Giselle, el amor logró que los protagonistas se pudieran volver a encontrar más allá de la muerte.

Vlada Shevchenco (Nikiya) y Gennaro Sorbino (Solor) en La bayadera. Foto: Abelardo Reguera.
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De la India de las míticas bayaderas, Rachele Buriassi, de Les Grands Ballets Canadiens (dirigido artísticamente por Ivan Cavallari) –a quien ya habíamos visto antes, por cierto, como una gran Giselle– nos regresó a París, con Bolero, coreografía de Hermano Sbatzza y música del francés Maurice Ravel, que considero que es un trabajo muy pobre y repetitivo al que por ello Rachele no le pudo sacar mejor partido, a pesar de su ya probado talento; en fin, que su fuerte es lo clásico y no este tipo de ballet.

Y después de Bolero, continuamos anclados en la capital francesa, esta vez gracias al pas de deux La llama de París, coreografía de Vasili Vainonen y música de Boris Asáfiev, con Valeria García y René Julián, de la Compañia Nacional de Danza de México, dirigida artísticamente por Erick Rodríguez, como los jóvenes portadores de la antorcha de la Revolución del l4 de julio de 1789, que en esta su entrega miamense, también lograron tomar La Bastilla del arte, con su efervescente interpretación, tanto desde el adagio, sus respectivas variaciones como en su exultante coda.

Valeria García y René Julián 
en La llama de París.
 Fotos: Abelardo Reguera.
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Y, señoras y señores, ya en este punto de la gala, el Fillmore parece más una agencia de viajes que un teatro de South Beach, porque ahora nos vamos para Verona, con el Ballet de Monterrey (México), bajo la dirección artística de Yosvani Ramos, para ver a Ana Leticia Ferreira y a Axel Jaramillo convertidos en los míticos Julieta y Romeo, con la partitura de Serguéi Prokófiev y la coreografía de Marcelo Gómez.

Para empezar, dicha coreografía me pareció bastante pobre, en comparación con la de Kenneth MacMillan, que es la que más he visto, pero Ana Leticia y Axel, gracias a su frescura e ímpetu juvenil, le sacaron todo el jugo posible, y hasta la enriquecieron con un apasionado y romántico beso, que me hizo pensar que eran pareja en la vida real, pero no; en realidad son dos jóvenes y talentosos artistas que se dejaron llevar por la emoción de la leyenda que interpretaban.

Y como broche de amor –que es mucho más importante que el oro– de esta extensa y variada gala, Amanda Pérez y Alejandro Olivera, del Ballet de Cincinnati, con Cervilio Amador como director artístico, vinieron desde la antigua India –que no de Cincinnati– para presentar en Miami el pas de deux del ballet El talismán, coreografiado por Marius Petipa y música de Riccardo Drigo, con el que impactaron por su bravura técnica, amén de una muy cuidada interpretación de sus respectivos personajes, pues Amanda es aquí la bella diosa Ella, hija de Amravati, la Diosa del Cielo; mientras que Alejandro es el joven maharajá Noureddine, que se enamora de ella y le esconde el talismán con que Ella puede regresar al Cielo donde vive (si quieren saber cómo termina la historia, la guglean).

1-Amanda Pérez y Alejandro Olivera en El talismán.
2- Alejandro Olivera en El talisman.
Fotos: Abelardo Reguera.
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Y aunque no debo ser tan entusiasta como crítico, no puedo dejar de decir que Alejandro es… digno hijo de la gran cantante cubana Ivette Cepeda, pues verlo bailar rebasó todas las expectativas que tenía sobre él, por lo que le auguro una gran carrera imparable, siempre que, aunque vuele, mantenga los pies en la tierra.




Baltasar Santiago Martín
Fundación APOGEO
Hialeah, 24 de agosto de 2025.

Fotos: Abelardo Reguera & Simon Soong.

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