La valoración al esfuerzo, la tenacidad por lograr un sueño y el disfrute del supuesto éxito sin temor al fracaso o a opiniones adversas, son sin duda algunos elementos que convergen en el muy conocido texto dramático del británico Peter Quilter, Glorious! (Gloriosa, la peor cantante del mundo), el cual ha sido llevado a escena en esta ciudad bajo la dirección de Marcos Casanova. Dicha propuesta que se presentó en el Teatro Trail, entre los días 15 y 24 del pasado mes de agosto, contó con un elenco integrado por Alicita Lora, Rafael Farello, Marisol Correa, Julie De Grandy, Marta Velasco y el propio Casanova, estando la producción a cargo de Martí Production.
Peter Quilter, nacido en Colchester, Inglaterra, es un autor dramático, quien ha obtenido éxito con sus obras tanto en el Broadway neoyorkino como en el West End londinense, donde las mismas han tenido excelente recibimiento por parte del público y la crítica. Entre sus obras se encuentra el drama musical Final del arcoíris (End of the Rainbow), en el cual se narran los últimos momentos en la vida de Judy Garland acaecidos en 1969, estreno que tuvo lugar en la ciudad australiana de Sydney en el 2005, pasando rápidamente a las tablas de Reino Unido y Estados Unidos. Dicha obra propició que también el director estadounidense Rupert Gool dirigiera en 2019 el filme titulado Judy, llevando a que la conocida actriz Renée Zellweger ganara un Premio Oscar, por su incorporación de la Garland. Sus obras han subido además a escenarios en Sur África, Polonia, Dinamarca, Estonia, Países Bajos, Finlandia, República Checa, Nueva Zelandia, España, Brasil, Alemania, Argentina, Canadá, Japón, Rusia, Italia, Israel, entre otros, convirtiéndose en un autor de gran reconocimiento a nivel internacional.
Esta obra, basada en la vida de Florence Foster Jenkins, tuvo sus estreno mundial en Londres, en agosto del 2005, en el Birmingham Repertory Theatre, con dirección de Alan Strachan y protagonizada por la actriz Maureen Lipman, pasando al siguiente mes al Duchess Theatre del famoso circuito del West End londinense, manteniéndose en cartelera durante seis meses, con más de doscientas representaciones y una cálida acogida de la crítica especializada, lo que provocara que la misma fuera nominada a los premios Laurence Oliver de teatro del Reino Unido. A partir de entonces la obra ha sido traducida a más de veinte idiomas, subiendo a escenarios de más de treinta países en distintos continentes, resultando siempre un rotundo éxito.
El triunfo obtenido por esta obra parte de la asombrosa historia real sobre la que ella se erige: la vida de la socialité y cantante lírica amateur neoyorquina Florence Foster Jenkins (1868 Pensilvania-1944 New York), quien en contra de todas las posibilidades se convirtiera en una figura “famosa y controvertida” dentro del ambiente musical del New York de los años 20, 30 y 40, debido a su casi ausencia total de condiciones vocales para incursionar en el bell canto, pero que debido a su constancia y esfuerzo se presentara ante el público como ejecutante de famosas áreas y piezas del género, llegando incluso a grabar algunos discos en 78 rpm con el Melotone Recording Studio, los cuales sufragó con su propio dinero, al igual que hacía con sus conciertos.
Para 1917 la Foster funda una organización social, el Verdi Club, con la que organiza eventos musicales en el Gran Salón del Hotel Ritz-Carlton, dentro de los cuales interviene como figura principal, confeccionándose sus propios excéntricos vestuarios y logrando estrafalarias caracterizaciones, que junto con el terrible manejo de su voz, provocaban no siempre disimuladas carcajadas por parte de los asistentes, las que sus amigos trataban de disimular con aplausos y vítores. Florence despide a su primer pianista acompañante -Edwin McArthur- tras sorprenderlo sonriendo durante una de sus presentaciones, contratando entonces al pianista de origen mexicano Cosmé McMoon, quien sería su acompañante en estos desafíos hasta el fallecimiento de la cantante, acaecido producto de un infarto cardíaco, cinco días después de haber realizado contra todo pronóstico su gran concierto en el Recital Hall del Carnegie Hall en la ciudad de New York, el 25 de octubre de 1944, ante un auditórium amplio de tres mil personas -muchas quedaron afuera- y las despiadas críticas de la prensa. Tenía 76 años al morir.
Muchos han especulado sobre si la Foster era o no consciente de sus deficiencias para el canto, ella misma se comparaba con otras famosas cantantes de la época, desestimando las risas y abucheos que provocaban sus presentaciones aludiendo que dichas situaciones eran provocadas por sus envidiosos enemigos. Ella misma decía de sí: “Puede que digan que no sé cantar, pero nadie podrá decir jamás que no canté”.
A propósito de sus presentaciones varias personalidades opinaron. Por ejemplo, la mezzosoprano Marilyn Horne dijo: “Diría que quizás no sabía lo mal que cantaba. No podemos oírnos como nos oyen los demás”. Por su parte el empresario de ópera, Ira Siff expresó acerca de una de sus actuaciones: “Jenkins era exquisitamente mala, tan mala que resultó en una buena noche de teatro…la atrocidad no tenía fin”. Famosos como Enrico Caruso, Lily Pons, Cole Porter y Geraldine Farrar eran asistentes habituales a sus espectáculos.
Algunas de las devastadoras críticas aparecidas en la prensa después de esa, su última presentación en el gran coliseo neoyorquino, expresaban: “La Señora Jenkins tiene una gran voz, de hecho, puede cantar de todo menos notas…” (New York Sun) o “Lady Forence se entregó anoche a una de las bromas colectivas más extrañas que New York ha visto jamás” (New York Post).
Precisamente esta asombrosa historia de la vida real, que se mueve entre la tenacidad y el ridículo, es lo que la ha convertido en un suceso artístico el cual ha sido llevada tanto al teatro, en diversas versiones como también al cine. Entre las primeras tenemos una obra del inglés Chris Ballance, presentada en el 2001, en el Edinburgh Fringe, así como otra presentada en Broadway en el mismo 2005 bajo el título de Souvenir. En cuanto al cine, ha sido llevada en una versión libre de la historia real, por el director Xavier Giannoli, en una producción francesa del 2015, bajo el título de Madame Marguerite. Siendo la producción británica del año 2016, dirigida por Stephen Frears, con las actuaciones protagónicas de Meryl Streep y Hugh Grant, la que ha retroalimentado la curiosidad por el mito de Florence Foster Jenkins.
Debido a que la obra de Peter Quilter se propuso llevar a los escenarios esta semblanza, de quien sin duda alguna se ha convertido en un personaje legendario por derecho propio, es que no es de extrañar que el texto haya llegado a las tablas en Miami, lo que deja claro el interés de los teatristas de nuestra ciudad por ofrecer propuestas que han tenido un probado recorrido internacional.
Lo presenciado en las tablas del Teatro Trail, se propuso lograr una gran puesta en escena, cosa que se logró gracias a un acertado diseño escenográfico, donde entre magnificas proyecciones ambientales que proporcionaron los diferentes espacios donde transcurren los acontecimientos de la obra -apartamento de Lady Florence, estudio de grabación, salón del Hotel Rizt Carlton, escenario del Carnegie Hall- junto a un acertado mobiliario, con la determinante presencia del indispensable piano -vertical en el primer acto, de cola para el segundo- producto del trabajo excelente de Milkos Sosa.
En cuanto a la labor de las luces dentro de la producción, a cargo de Oscar Molina y Carlos Diaz, se perdió a nuestro entender la oportunidad de lograr una concepción con posibles efectos que realzaran las distintas escenas, quedando el mismo en un trabajo demasiado plano. El diseño de vestuario estuvo en manos de Eduardo Corbé, el cual no siempre logró su cometido en cuanto a elegancia, como en el caso de algunas piezas de ropa utilizada por la actriz Marta Velazco, donde incluso se repiten colores y tonos, así como en uno de los vestuarios usado por la actriz Marisol Correa, en el rol de la sirvienta, el cual era más apropiado para alguna fiesta popular del folklore colombiano, que con alguien que viviera en la ciudad de New York por esos años. Sobre la elaboración de peinados y maquillajes, responsabilidad de Carlos Farseda y Mario Nápoles, los mismos tuvieron en cuenta la época y características de los personajes con acertada factura.
Acerca del trabajo de Marcos Casanova, -director de esta propuesta en nuestra ciudad- teatrista de una larga y probada trayectoria sobre la escena tanto en su papel al frente de la dirección de relevantes textos teatrales, como asumiendo multitud de personajes sobre las tablas, quien ha anunciado su despedida del medio, después de cincuenta años de entrega total al teatro, desde sus comienzos en el desaparecido Teatro Las Máscaras, de esta ciudad, en 1974 y luego al frente del Hispanic Theater Guild, durante veintidós años, así como participando en otras propuestas artísticas- el haber escogido un espectáculo como este para firmar su despedida de los escenarios significa dejar su huella imborrable y fundamental dentro de la trayectoria teatral miamense.
El director maneja de manera certera una concepción de puesta que no requiere de grandes complejidades escénicas, permitiendo a los personajes moverse con la naturalidad que la pieza requiere y sobre todo cuidando de que cada uno se mantenga dentro de sus respectivas caracterizaciones sin crearles trabajos innecesarios sobre el escenario. El texto que sin duda se desenvuelve dentro de la comedia, sin embargo, en esta oportunidad Casanova lo mueve dentro del subgénero conocido como ‘astracán’ -forma que nace en la España de principios del siglo XX, cultivado por el dramaturgo y director Pedro Muñoz-Seca- con lo cual se le acentúa de manera algo desmedida el humor e innecesariamente el sentido paródico de personajes y situaciones, en busca de obtener una risa más fácil del espectador. Es debido a tal tratamiento que las caracterizaciones de los personajes se ven expuestas a situaciones de e esquematismo y sobreactuación prescindibles.
Debemos tener en cuenta que al llevar la puesta por este camino, reducimos cualquier posible espíritu de sensibilidad, haciendo que lo que vemos en escena se apoye únicamente en situaciones de parodias continuas, disparatadas y tipificando hasta el ridículo los caracteres de los personajes. Producto a esta concepción de la puesta, se siente la misma como un espectáculo detenido en el tiempo, algo anticuado, alejándolo del espíritu del teatro anglo original, el cual no conoció de este tipo de género dramático.
Respecto al desempeño de los actores, hay que destacar sin duda la satisfactoria entrega de Alicita Lora en el rol protagónico de Lady Florence, quien logra el extremadamente difícil objetivo de obviar todos los aspectos imprescindibles de la técnica vocal en su interpretación. La actriz, con larga experiencia dentro del teatro lirico y musical en Cuba, era la figura idónea para dar vida a este carismático y sorprendente personaje, el cual llevó por excelente camino.
En el caso de Rafael Farello, tenemos que decir que en su concepción del personaje de McMoon, el pianista acompañante de la Foster, logra una magnífica interiorización del mismo, procurando un trabajo cuidadoso en cuanto a gestos, movimientos, proyección y manera de expresarse, logrando una perfecta caracterización dentro de los presupuestos exigidos por el director y antes señalados.
Marta Velazco, como Dorothy, amiga de la protagonista, Marcos Casanova en el rol de St. Clair Bayfield, mánager y supuesto ‘acompañante sentimental’ de la Foster y Julie De Grandy, incorporando a la ‘robusta’ Mrs. Verrinder-Gedger, perteneciente a uno de los clubes de selectas damas amantes de la música clásica y el bell canto, llevan sus personajes con la eficacia que les otorga sus largas trayectorias sobre las tablas, asumiendo sus caracteres con rigor y eficacia. En el caso de Marisol Correa, como la malhumorada sirvienta, dirige su personaje por un camino extremadamente farsesco, caricaturesco, vernáculo, demasiado ajeno al ambiente en que se desenvuelve la trama de obra. El cambio de concepción en cuanto a la nacionalidad del dicho personaje, del mexicano en el original, al colombiano, para hacerlo coincidir con el de la actriz, si bien es interesante y se agradece como nota simpática y local, en ningún momento debió convertirse en pretexto para la innecesaria exteriorización de folklorismo,
A pesar de los anteriores señalamientos, la presencia de este tan popular texto de la dramaturgia británica, que ha subido a numerosos escenarios a nivel mundial, ha sido un agradable acierto. Con dicha propuesta, tanto su director Marcos Casanova, Tania Martí, en su labor de incansable productora, como todos los involucrados en la misma, han logrado ofrecer al público de Miami un espectáculo merecedor de continuar su paso a través de diversos escenarios del país donde exista una comunidad hispanoparlante. Esperemos que los desalentadores rumores de que Martí Production dejará también las tablas, sea eso, solo un malentendido rumor.
Wilfredo A. Ramos.
Miami, agosto 25, 2025.













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