Sunday, August 31, 2025

Gala de danza moderna y contemporánea del XXX Festival Internacional de Ballet de Miami (por Baltasar Santiago Martín)


La ya tradicional y esperada inclusión de la “Gala de danza moderna y contemporánea” en esta significativa e importante trigésima edición del Festival Internacional de Ballet de Miami, se realizó nada menos que durante cuatro días y en cuatro diferentes locaciones: el jueves 7 de agosto, en el Brickell City Center; el viernes 8 de agosto, en el Teatro Manuel Artime de la Pequeña Habana; el sábado 9 de agosto, en el Deniss C. Moss Cultural Arts Center y el domingo 10 de agosto, en el Amaturo Broward Center for the Performing Arts de Fort Lauderdale, función que fue a la que asistí en horas de la tarde.

La representación comenzó con el dueto Oír la inmensa noche, coreografía de Dayme del Toro y música de Miguel Martínez, sobre la cual se superpuso el "Poema 20" de Pablo Neruda (en el programa de mano no aparece el nombre de quien tan bien lo recita), de su libro 20 poemas de amor y una canción desesperada, que no por archiconocido deja de ser conmovedor, porque el amor y el desamor –que al final es como otro tipo de amor– nos ha tocado a todos

Patricia Ortega –con su maleta de viaje lista para su aparente huida– y Jonas Padilla como su causante, ambos de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea de la República Dominicana, dirigida artísticamente por Edmundo Poy, fueron los encargados de danzar los versos de Neruda: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche (…) Ella me quiso, a veces yo también la quería / Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos (…) Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero / Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido (…) /Aunque este sea el último dolor que ella me causa / y estos sean los últimos versos que yo le escribo”; y la verdad es que los dos lograron imbuirse del espíritu de estos versos y transmitirlos de forma muy convincente por medio de su danza.

A continuación, Sofía Téllez y Emily Rodríguez, de Cuerpo Etéreo (México), dirigido por Brisa Escobedo y Jaime Sierra, salieron a defender Rooster (que en español quiere decir Gallo, aunque no vi nada que me lo recordara), coreografiado por la propia Brisa Escobedo y música de Donovan Sierra, con la novedad del uso de lo que en Cuba llamamos una “chivichana”, para que una de las dos, acostada sobre dicho artefacto, se desplazara hasta la otra, en una especie de juego cinético al que no le hallé un sentido claro; en todo caso, que eran dos gallinas (hens) autotransportadas en vez de gallos.

Aprovecho para decir que, en general, los coreógrafos deben definir mejor qué quieren expresar con sus coreografías, porque no se trata solo de hilvanar o concatenar pasos para una música determinada, sino que deben darle al menos una lógica, un sentido, para el público que está expectante en su asiento.

Yo, confieso, prefiero los ballets con argumento, aunque la tendencia actual sea evadir esto y no contar ninguna historia, como prefería hacer el genial Balanchine –salvando las distancias– y así todo el Miami City Ballet tuvo que “desbalanchinarse” y montar los grandes clásicos, como Coppélia, Giselle y El lago de los cisnes, para atraer al público, que como yo, prefiere las historias.

Materia en tránsito –un título que creo que le hubiera venido mejor a Rooster– fue el tema siguiente de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea de la República Dominicana, coreografiado por Erick Roque y música de Diván Gattamorta, Coh y Abul Morgard, interpretado por el propio coréografo; un solo que le permitió lucir sus dotes artísticas y su ductilidad como bailarín, a la vez que su talento como coreógrafo.

Después de tanto intenso “tráfico” escénico –la “chivichana” mexicana seguida del “tránsito” dominicano–, Natalia Rocamonde, en representación del Ballet Clásico Cubano de Miami / Cuban Classical Ballet of Miami, dirigido por el Maestro Eriberto Jiménez, salió a escena para bailar Semblanzas, un solo coreografiado por ella misma, con música de David Dorantes, en que jugó muy airosa, a lo Isadora, con un largo chal negro y dejó una fresca y grata impresión en la audiencia; yo, al menos, feliz de que su largo chal no se enredara en una de las rueditas de la chivichana de Rooster y la estrangulara como a la Duncan.

Regresaron entonces al escenario del Amaturo cinco integrantes de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, de República Dominicana (en el programa dice “Patricia Ortega, Dayme del Toro, Wileydy Contreras, Jeremy Caro, Ana Espino y Wilma Lluberes”, pero solo vi en escena a cinco, no a seis, así que ellos me dirán quién de ellos faltó), para ofrecer Yo desaparezco, con coreografía de Michael Foley y un collage musical como banda sonora –de Gluck, Caldara, Poulenc, Gounod y Schubert, la voz de David Daniels (lo que escuché fue una voz de soprano o de contratenor) y Martin Katz como pianista.

En medio de la febril e intensa interacción entre las tres mujeres y los dos hombres –que me recordó la tendencia actual de las series de Netflix, sobre todo de las españolas como Élite–, los dos hombres mostraron cierta atracción sexual entre ellos, pero todo terminó con dos de las mujeres aparejadas a la izquierda, otra pareja mixta a la derecha, y el hombre sobrante en el medio; en fin, que felices esos cuatro y el pobre hombre del medio a buscar pareja en las redes sociales.

A seguidas, Ariel Morilla interpretó el solo Narciso, inspirado en el mito griego homónimo – “uno de los mitos griegos de mayor vigencia, clave en los tiempos del ego”, según palabras al respecto de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso–, con música de Nikolái Tcherepnin y coreografía de Eriberto Jiménez; un trabajo muy atractivo y logrado de Eriberto, que Morilla asumió con gran entrega y adecuada proyección escénica, por ser un personaje que se enamora de sí mismo cuando se ve reflejado en el agua de un estanque, muy bien representado en el piso del escenario por un círculo de luz, en el que finalmente se “sumergió” nuestro “Narciso” Morilla; un drama muy profundo que hasta se incorporó como adjetivo al idioma español: “narcisista”.

Ariel Morilla como Narciso. 
Foto: Ismael Requejo.
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Narciso, Caravaggio (1597-1599)
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Después de la “desaparición” de Ariel en el “estanque” de luz del escenario, hubo un adecuado intermedio, tras el cual la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, de la República Dominicana, volvió al stage con Hombres en fuga, con coreografía de Dayme del Toro y música de Ori Lichtik, Jason Charles Walker & Jeremy Mage; con Patricia Ortega, Wileydy Contreras, Jeremy Caro, Ana Espino y Wilma Lluberes, que desde mi asiento parecían todos hombres, entregados a una interesante coreografía grupal, evocadora a mi juicio de las pugnas que pueden existir aun entre amigos, pero sobre todo entre rivales, que en este caso, después de forcejear, terminaron en paz, como suele suceder en estos ambientes de barrio y/o en una valla de gallos o palenque, escenario real posible de esta propuesta.

Y para finalizar esta gala, Brisa Escobedo o Emily Rodríguez, Mayra Alarcón, Sofía Téllez, Jafet Gutiérrez y Santiago Morales, de Cuerpo Etéreo, se hicieron dueños del escenario para presentar Experimento (según ellos, “un estudio de la felicidad”), con coreografía de Jaime Sierra, codirector del ensemble azteca junto a Brisa; banda sonora y edición de la misma por Ismael Chía, que fue un colorido y exultante colofón de esta variada fiesta danzaria, con una sorprendente nube que cambiaba de color sobre sus cabezas.

Gracias, maestro Eriberto Jiménez, por tanta entrega y devoción por el ballet y el arte en general, fiel continuador del legado del inolvidable Maestro Pedro Pablo Peña.




Baltasar Santiago Martín
Fundación APOGEO
Hialeah, 20 de agosto de 2025.

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