Se trata de Fodor’s una publicación canadiense para viajeros de paso por la Isla cubiche de finales de los aciagos 90’s.
Me intereso por el capítulo “camagüeyano” que titulan con un sugerente slogan: From Camagüey to Santa Lucía, porque del resto de la antigua provincia, según entendería el viajero y cronista, poco o casi nada valdría la pena la reseña.
La ciudad emerge en una muy poco atractiva descripción de ubicación geográfica:
En la Carretera Central, a mitad de camino entre las capitales provinciales de Ciego de Ávila y Las Tunas, se ubica Camagüey…
De cualquier modo no es de extrañar que el redactor y viajero no se sintiera impresionado por ese tramo anodino de carretera que poco o nada dice del encanto subyacente de nuestra otrora villa una vez se le recorre en sus más renombradas calles, iglesias, plazas y callejones.
De todo eso sí deja evidencia en un recorrido a pie comenzando en la antigua plaza de La Merced con su otro nombre que no viene ahora al caso…
Desde la casa del Mayor, y cruzando hasta la Iglesia mercedaria, y otra vez la plaza en diagonal para enrumbar la calle Padre Valencia hasta el Teatro Principal, para devolverse luego, y encaminar entonces la calle Cisneros, contemplando las antiguas casonas a las que bien sabe reconocer por
sus colores menos llamativos como en otros sitios, pero con el mejor reflejo de los gustos de aquella bien puesta burguesía rural... con sus inmensos tinajones… Camagüey siempre tuvo [el verbo en pasado no convence a este cronista], problemas con el agua, por eso se hizo habitual guardar la de lluvia…
De allí pasando por la plaza de Bedoya para desembocar en la del Carmen, presidida por su Iglesia a dos torres, por entonces en una condición paupérrima, años antes que con tanto esfuerzo el Arzobispo Mons Adolfo logró devolverle su esplendor.
De allí por toda la calle Martí hasta llegar al Parque Agramonte, la Catedral y el monumento al Mayor, de paso mencionar a la entonces ya disminuida Casa de la Trova.
Continuando por la calle Cisneros a la altura de San Clemente contempla al que fuera sólido Palacio Bernal, y de allí doblando en la de Ángel prosigue hasta alcanzar las famosas Cinco Esquinas. A la altura de la calle Matías Varona hace izquierda y se adentra en la Plaza de San Juan de Dios.
Necesitado de un descanso, el cronista descubre con asombro los famosos chorizos regados con espumosa Tínima, en el inolvidable Parador de los Tres Reyes, que para ese minuto solo se alcanzaban, previa reserva según lo acota el viajero, y no dudarlo a precio de CUC, los mismos que este escribidor conoció en humilde moneda nacional a finales de la década de los ochenta.
El resto del periplo seguiría por la calle Hurtado hasta desembocar en la de Pobres o Padre Olallo, de allí pasando por el callejón de Funda del Catre, para embocar luego Avellaneda y tener evidencia del Palacio Pichardo y la Casa Natal de La Avellaneda. En la intersección con Ignacio Agramonte volver a la izquierda y contemplar la iglesia de La Soledad por entonces con su recordada patina dieciochesca en puro ladrillo tal como la vimos desde que abrimos los ojos a la luz de aquella villa cada vez menos nuestra.
De nuestra Soledad resaltó su observación muy oportuna:
La mayoría de la iglesias cubanas permanecen cerradas cuando no hay celebraciones. La Soledad es una excepción.
Sus descripciones subsiguientes ya en la cale Ignacio Agramonte, las dejo en extenso para el curioso lector, como una muestra muy genuina de aquella ciudad que una vez habitamos y que hoy se nos hizo vivida en este recorrido de hace casi tres décadas atrás.
Continuamos por Ignacio Agramonte, una de las arterias comerciales de la ciudad. En la esquina hay una pizzería, usualmente con una larga fila de clientes. A la derecha El Cabaret Colonial, dos cines y una sala de video, y una oficina de turismo (los que la atienden pueden organizarle una excursión pero no disponen de información impresa sobre la ciudad). Justo enfrente en el número 447, hay una farmacia especializada en plantas medicinales…


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