Monday, September 11, 2023

Cascorro. Las lluvias de San José (por Mariem C. Gómez Chacour y Marum Gómez Chacour)



OFRECIMIENTO

Somos un infinito de eternidad en la memoria de Dios Padre aún antes de ese instante tan íntimo de nacer. Nacer es una dependencia estremecedora sin elección ni despedidas de único designio: saber reverenciarlo con el ser y quehacer de la vida. Ese quehacer es lo que llena vacíos cuando los ríos se han convertido en arroyos y los arroyos están secos frente a un extraño mar sin fronteras.

Todas las palabras siguientes son recuerdos de personas que ya pasaron. Fueron dichas y guardadas en un entorno único de experiencia y credibilidad en la edad mejor de la vida. Desde ellas remonté dudas de otra edad dardos al estilo de Nietzsche de: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, no podré creer más en ti”. Nunca dieron en mi centro porque no quiero hacer juicios... ¡no debo! El pasado no se juzga desde la maldad, se juzga a la maldad para evitarla. ¡Creo en la bondad recibida desde el cariño de un hogar y de mi pueblo!¡En mis manos sólo llevo gratitud!

Sirvan estas líneas de homenaje a los que levantaron el pueblo y a todos los que llevan nuestro gentilicio... sean quienes sean y estén donde estén, como humilde muestra de fraternidad y cariño.

PRELUDIO

Hace años no llueve abundantemente sobre esta tierra. Es acumulación de sol, aire, polvo, preocupación, desespero… ¡hasta de arenas del desierto!

Cada mañana se otea el cielo, se cuestiona al aire... si es del sur viene con agua. Cuando el viento llega del norte se lleva lejos las nubes y las altas presiones hacen brillar al cielo con azul intenso, otra señal de sequía prolongada. Sólo se ve hasta lontananza la aridez de los potreros, ese color pardo presagio de hambruna. Se añora, se ruega, por ese gris difuso en el paisaje que sofoque carencias y preocupaciones. Comprensibles las fiestas de primavera instauradas en diversas civilizaciones desde la antigüedad.

Las hojas secas de abril abrigan pasos secos en la soledad del monte. A ratos sinsontes, azulejos y torcazas, las aves salvadas de ciclones y cazadores inclementes, trinan o lloran de sed en alguna rama de los naranjos secos tostados por el sol. Este año no florecieron y el aroma de los azahares se perdió en la niebla... tal vez mayo no traerá cocuyos...

Los incendios no cesan... ¡amenazan y atormentan! La loma del Jacinto hace días es una visión alucinante en medio del humo y las llamas. El fuego termina sus bosquecillos de madera preciosa, los últimos, los que se salvaron del hacha inmisericorde y permanecían como refugio de una fauna casi extinguida de jutías y venados.

De nada sirven las “cabañuelas”. Nombre de vaticinios atmosféricos empíricos arribado con las costumbres españolas. El origen del término se remonta a un rito del pueblo judío en la festividad de los Tabernáculos. Colgaban cien cabañuelas en memoria del tiempo nómada por el desierto del Sinaí. Costumbre unida a otras ceremonias para inferir predicciones meteorológicas y se unieron conceptos y nombres.

Las Cabañuelas basan su pronóstico a partir de los doce primeros días del mes de enero del año en curso. De existir alguna precipitación de nubes en alguno de estos días, como suele suceder por los frentes fríos, el número del día en cuestión es el mes que será de lluvia... según la abundancia del agua caída así serán los aguaceros. Muy común la queja en la sabana: “No pintaron las cabañuelas”.

Contaban los más viejos del pueblo que cuando las fuertes sequías se prolongaban por la zona se ¨sacaba¨ una procesión a san José y… ¡siempre llovía!

PÁGINA INCONCLUSA

A pesar de carencias y ausencias de campanarios y sacerdotes resalta en la memoria la devoción de los cascorreños a su patrono san José. No se sabe quién propagó esa religiosa preferencia hacia el hombre silencioso, humilde, de la Biblia, ni quien instauró su patronato. ¿Sería el presbítero don Esteban de Jesús Vega? Como párroco en el pueblo vecino firmaba toda acta de bautizo… allá por el año 1802.

¿Se debió al Padre Lorenzo Sanmartí cuando fue misionero en 1852? Compartió con los lugareños por diez días evangelizando aquí y allá… sólo una chispa basta para provocar un incendio o una oración castellana para iniciar lluvia de sentimientos. ¿O tal vez se debió a los dos misioneros Capuchinos de 1856? ¿Serían ellos... el padre Esteban Adoain y el padre Antonio María Galdácano, quienes instauraron la devoción al también patrono de la Iglesia Universal, de la Buena Muerte, de los carpinteros, de los trabajadores...? Bien que fuera una inspiración del propio Claret al predicar en aquella sala de casa cascorreña un 21 de enero. Otra respuesta que yace perdida en la niebla de la sabana.

PÁGINA DEL CRONISTA

Era el año 1878. La guerra perdió en su propio desgaste los toques de corneta convocando al combate y sólo era fiera herida en el bosque de injusticias. La libertad quedó como sombra errante por la llanura irredenta. El poblado continuó la vida, se levantó de sus cenizas.

Un buen día, por el Camino Real de Cuba regresó Benjamín de la Torre con su acordeón... siempre se regresa. Con ritmo de valses y arpegios de canciones amenizó la celebración del 19 de marzo de aquel año en la casa de don Manuel Paneca. Con el paso del tiempo al reacomodare el asentamiento humano y su entorno quedó confuso el lugar donde estuvo la casa de Paneca. Se recuerda su patrimonio por la gran concurrencia al baile del día de San José. El cronista acotó: “Se encendieron antorchas, velas y quinqués, hasta la esquina de la calle donde se celebró y… ¡sobró la alegría!”.

Queda la incertidumbre de si fue la primera vez... desde aquella memorable fecha se estableció la costumbre de reunirse en casas de familia para conmemorar festivamente los diecinueve de marzo.

Cinco años después, la tristeza y desolación de la guerra eran solamente recuerdos de mayores... con renuevo de ilusiones los jóvenes decidieron celebrar las fiestas patronales en un lugar común a todos. Fue en el año 1883, cuando don Rafael Pedroso y don Felipe Ruíz Risco construyeron un entarimado de horcones y lo cubrieron con pencas de palmas de guano. Aquella construcción rustica, quedó registrada en el recuento con el nombre de La Enramada. Desde ella, un conjunto de guitarras y laúd con alguna percusión amenizó bailes los días 19, 20 y 21 de marzo, iniciando lo que con el tiempo se conoció como “el triduo de san José”. Pero el triduo se extendió a días de festejos y celebraciones, porque cuando llegaba al poblado algún sacerdote, el triduo religioso de preparación antecedía al 19 de marzo.

Para diciembre de aquel año se sustituyó La Enramada por un local más formal redondo de tablones y se le dio el nombre de La Glorieta. En ella amenizó el baile fe fin de año la orquesta de Antonio Vargas, llegada por los caminos vecinales desde Nuevitas a lomos de caballos.

Otro 19 de marzo, pero de 1916 llegó al poblado en visita misionera el primer obispo de la diócesis camagüeyana monseñor Valentín Zubizarreta y Unamuzaga. Personalmente cumplía la solicitud de doña Balbina Gómez de Blanco, quien le comunicó la necesidad de un sacerdote en el pueblo para celebrar las fiestas patronales. En la esquina de la casa de doña Balbina, se ofreció misa, se catequizó, se bautizó, se realizaron matrimonios.

RECUERDOS DE LOS ABUELOS

Por aquella época las comadres, luego del quehacer hogareño se sentaban en los portales a conversar… ¡y se sabía escuchar! Conversar era un arte de entonación de palabras y poses entre peinetas, pencas y abanicos. Los pequeños jardines con disímiles tiestos, desde un búcaro de porcelana roto hasta un orinal de estaño en desuso, llenos de variedades de plantas alegraban la vista y el olfato.

El saludo era obligado al igual que las recetas de cocinas, porfías cotidianas de las abuelas. Las casas humildes de puertas abiertas, con taburetes en el patio y balances en los portales para sentir el fresco y tomar café criollo. Siempre fue brindado con la mayor amabilidad en aquellas tacitas de porcelanas orgullos de las amas de casa. Mientras, las horas eran marcadas por el silbato del aserradero de los Morales, costumbre de servicio gratuito que se agradecía porque se sabía utilizar el tiempo y compartirlo. Ya no hay quien injerte “Príncipes Negros” como Maceo o Serafín... ni hay quien siembre los claveles blancos y rojos de la española Sabina o conserve la colección de orquídeas como Danielín y Julia.

Una alegría era de todos al igual que las lágrimas y ¡hasta los chismes se propagaban con cierto aire más bien de lástima y preocupación con la concebida coletilla de “a mí no me lo crean pero dice fulana...!” Porque “el qué dirán”, “la opinión pública” si tenían su efecto bueno como resguardo a una moral preestablecida en convivencias de reciprocidad. Por las puertas y ventanas abiertas pasaban a gusto el respeto, la consideración, el cariño, el sentido de gratuidad y servicio más allá de la afectación.

Existía el interés y el entusiasmo por la vida en las calles de mi pequeño pueblo campesino…. hasta con aquellas costumbres insanas como, que a cualquier hora del día o la noche un lote de ganado cruzaba por las calles haciendo correr a cuanto ser anduviera por ellas, hasta que se pavimentaron y fue prohibido. Así y todo, varias veces alguien corría delante de una res escapada de corrales cercanos, aunque estuviéramos allende los mares de las festividades de san Fermín.

Lógico, en una convivencia humana también existieron los diablillos. Personas acomplejadas de envidia y vicios perniciosos... eran señalado con el dedo y excluido de todo círculo en aquella sociedad humilde. De hecho, existió un prostíbulo y ocurrieron hasta crímenes, también familias enemistadas, pero no fue lo común, las malas acciones y feas palabras corrían junto a la desaprobación general en los corrillos vecinales. Algunas personas hasta debieron marcharse definitivamente del pueblo.

GENERAL DEVOCIÓN

La devoción al Santo Patrón se convirtió en toda una tradición local. Se estableció la comida típica de ese día: el arroz con pollo con aceitunas y pasas acompañado de plátanos maduros fritos. Eso me contaron unas abuelas, otro día de san José… cuando ya no es posible el elegir… El lechón asado con los turrones no se desalojó de las Noches Buenas los veinticuatro de diciembre, y del último día del año, cuando tiraban cubos de agua hacia la calle para alejar lo malo, en espera del año nuevo.

Cualquier mesa por humilde que fuera era compartida. Los familiares venían de lejos para las esperadas ocasiones. Vecinos y amigos confraternizaban alegres por las casas y calles y arribaban muchas personas de otros lugares. Se rescataban a los vecinos solitarios para sentarlo a la mesa familiar. Las peleas de gallos cobraron fama nacional en las fiestas del Patrono. Cada año el pueblo albergaba galleros de toda Cuba en aquellos días de marzo... eso contaban con orgullo los viejos, aunque jamás sepamos qué tenían que ver los gallos con san José. La canchanchara de miel de abejas con aguardiente de caña, se brindaba cordialmente por los mambises veteranos junto con la consabida sonrisa de acogida.

Por aquellos años surgió también la costumbre de agasajar a los vecinos de nombre José o Josefa. En el pueblo era un privilegio responder a ese nombre. Para ellos el día 19 de marzo comenzaba con serenatas. Un grupo se dedicaba a cantar por las ventanas de los Pepes y las Pepas desde las noches los dieciocho y así esperaban al Sol. Y era la jocosa risa de hacer levantar al festejado estuviera como estuviera… También se procuraban obsequios, que costeaban entre todos con mucho cariño y alegría, fuera quien fuera la persona.

No fue lo social sustituyendo o distorsionando la fe cristiana, más bien surgió un entusiasmo de religiosidad popular revertida en festejos y éstos se hicieron tradición, cultura de la sabana. Así emergió el alma humilde y libre de la llanura. A veces parece que vaga perdida en la niebla.

EN LA CAPILLA

Por la década de los años treinta del siglo XX, monseñor Enrique Pérez Serantes, segundo obispo de la diócesis, compró una casa de vivienda adaptada a talabartería y se condicionó con el quehacer de varias familias, para que sirviera de templo. Fue entonces, que los 19 de marzo eran celebrado con mucha disposición y regocijo desde el marco religioso. Casi siempre asistía un sacerdote o el propio obispo, y se ofrecía la misa a la que asistían muchos lugareños.

En aquella fecha se efectuaban muchos bautizos, porque arribaban padrinos designados de antemano por padres y abuelos, recordemos que por aquellos tiempos las familias eran patriarcales. Algunos niños, después de la catequesis previa impartida por las religiosas salesianas del colegio de Guáimaro en sus visitas semanales, o por alguna persona dispuesta a ello, hacían su primera comunión. También había iniciaciones en la Juventud Católica con actos muy emotivos. Estos cultos generaban desayunos, meriendas, almuerzos… También se efectuaron matrimonios por devoción a la Sagrada Familia o a san José.

La pequeña imagen de san José, que compraron dos vecinas vendiendo una caja de talco marca Mavis allá por los años treinta del siglo pasado, ha resistido al tiempo y al olvido y persiste en un lateral del templo recordando a los lugareños el valor de las virtudes, de las intenciones humildes, silenciosas, que son las que armonizan.

En la semi-oscuridad de la pobreza existía algo mágico: una luz de acogida y cariño. De ello emanaba la serena confianza en la consecución de la vida aunque no existieran adelantos ni comodidades. Muchos llegaban a las fiestas desde lejanas fincas por los polvos o las charcas de caminos vecinales. Era un surtidor mágico el contagio de alegría más allá de bebidas alcohólicas, comidas o bailes, todo muy espontáneo porque nada era impuesto.

El crepúsculo rojo de los atardeceres en el horizonte era la sobremesa campesina. Una gran mesa de encuentro donde se sucedían verbos edificantes. Sortilegio de las perdidas noches pueblerinas, sinónimo de serena confianza en las estrellas.

LAS PESQUERÍAS DE CUARESMA

Cuando el sol quemaba mucho los más viejos decían: “sol de cuaresma”. En el calendario litúrgico de la Iglesia, Cuaresma se denomina a los cuarenta días que anteceden a la Semana Santa o Semana Mayor. El día de san José, el 19 de marzo generalmente es en Cuaresma.

La Semana Santa o Semana Mayor es movible en el calendario litúrgico, no ocurre en las mismas fechas cada año. Está regida por el calendario lunar y el inicio de la primavera. El Domingo de Resurrección debe celebrarse al siguiente domingo después de la primera luna llena del equinoccio boreal en el hemisferio occidental. Respecto al movimiento de rotación de la tierra alrededor del sol, así se corren las fechas. Según ese movimiento, la festividad de san José puede estar comprendida dentro de la Semana Santa, aunque no es usual, puede ocurrir, toda una tragedia en Cascorro.

Nunca escuché de una experiencia tal... asumo todo sería con mucho respeto porque una de las anécdotas, expresada en forma de crítica a mi generación fue la vez que falleció un vecino y se suspendió el baile de san José. Y las familias cristianas guardaban la Semana Santa y las abuelas también tenían arraigadas creencias populares que seguían fielmente, aunque no fueran al templo. No barrían la casa los viernes porque decían atraía lo malo y la casa se llenaba de hormigas, algunas muy piadosas, el Viernes Santo rezaba los 33 credos y ese día la abstinencia de carne era obligada, generalmente el mantel se llenaba de peces.

La Semana Santa era de vacaciones en todos los ámbitos de la vida nacional, sobre todo recesaban las actividades escolares. Y así se le denominaba: “Vacaciones de Semana Santa”. En los medios de comunicaciones, radio y televisión, se suspendían los programas de música popular. Se sustituían por música religiosa como la gregoriana o por música de la denominada clásica. Eran frecuentes las películas de temas religiosos y los Viernes Santos, el sermón de las siete palabras.

Ya fuera por el calor o por vacaciones con supresiones de programas, etc. surgieron las pesquerías de Cuaresma y Semana Santa y san José se convirtieron en costumbre. Por supuesto, que estas pesquerías tenían aires festivos… ron, cervezas, comilonas, etc. Se reunían un gran número de personas con los atuendos pertinentes y caminaban o iban en esos carros remedos de calesas y volantas, que en mi tierra se le nombra “guarandingas”. Recorrían caminos vecinales y potreros hasta los ríos o arroyos de la zona. Como los gitanos encendían fogatas, colgaban hamacas y allí mismo preparaban almuerzo, comida y hasta el desayuno del día o los días siguientes. Con las anécdotas se puede llenar un libro.

Aún, puedo recordar el sabor tan agradable de las “biajacas”, fritas a la orilla del agua, gustadas con pan en plena sabana sabían a gloria, lo mismo que las “truchas”. Ningún pescado de agua dulce, de los llegados de tierras lejanas, tienen el mismo sabor que aquellos de mi niñez. Pido excusas, es la diversidad de los puntos de vistas, lo reflejado es mi modo, mi recuerdo… y la comunicación humana es exquisita. Como labor del pensamiento y la memoria son capacidades maravillosas del cerebro ¡todo un universo! También se expande desde el alma, eternidad en Dios.

PROCESIONES

Esa costumbre de caminar en grupo con el objetivo de acompañar, que se diferencia del paso marcial de los desfiles, surge en civilizaciones antiguas como Egipto y China. Posteriormente, en los sepelios de la antigua Roma los nobles acompañaban a pie a los difuntos de alto rango social llevando mascarillas faciales. Estas mascarillas representaban el rostro de cada uno de los antepasados del noble que iban a sepultar. Aunque en un principio las procesiones fueron exclusivas de las clases altas Romana, con el tiempo se propagaron en la denominada cultura occidental hasta adquirir un carácter popular.

En Ibero-América, a parte del acompañamiento en sepelios, las procesiones son manifestaciones populares de fe. Se tributan el día de Corpus Cristi y las diferentes advocaciones marianas. También se realizan en tiempos fuertes de la Iglesia como en Semana Santa o en la celebración de algún santo patrón.

Según el libro de actas de la Juventud Católica de mi pueblo, en la década de los años cuarenta del siglo pasado comenzaron las procesiones de san José. Las muchachas llevaban la pequeña imagen por las calles, entonces sin pavimentar, con el rezo del Rosario en voz alta y cubierta la cabeza con mantillas…las mantillas eran costumbre. Muchas personas seguían la procesión por las calles y otros la esperaban en los portales. Si llegaba la noche las velas iluminaban el recorrido. Muchas veces fueron por los caminos vecinales hasta barrios como La Deseada y El Ramón, distantes algunos kilómetros del núcleo poblacional. Contaban los mayores que siempre llovía…

Y una vez llovió tanto que no pudieron regresar por la crecida del río. Hubo alarma general y fueron muchos los vecinos que esperaron a la orilla de las aguas crecidas el retorno de las jóvenes. Aquellas debieron refugiarse toda la noche en el portal de una tienda rural esperando que las aguas bajaran su corriente. Recibieron ayuda de los vecinos del entorno.

Ya no hay procesiones por las calles de mi pueblo a pesar de las sequías, de tanta sed… La última se perdió en una esquina de indiferencia. Y ya también se han marchado aquellos que aconsejaban cuando no llovía: “Saquen una procesión a san José”. ¿Servirá de algo detenerse a la vera del camino y mirar los senderos de la vida?

SOLILOQUIO

Camino el lecho vacío de un Arroyo. vulnerabilidad de profundidad otrora temida. Cada recodo es el ciclo de aguas ausentes. Me invaden rostros y voces que poblaron otros sueños y se fueron a otras dimensiones de paz... comienzo a mirar hacia arriba porque algo me ahoga y ansío la luz. Observo donde el cauce dobla a la izquierda, los arroyos siempre doblan... siento la emoción extraña del límite de algo… ¡Detrás de la palma trunca entro a ese misterio de ilusión renovada!¡Ansiosa alegría! Aquí es donde el arroyo se resiste a morir… ¡Hay agua!

Entonces llegan con la “Pala de buey”, la arrastran los brutos guiados por la mano del hombre. Ellos saben que en el fondo hay agua, que todo no está perdido. Y limpian pasando el viejo invento apartan lo malo y... ¡el arroyo crece en agua limpia! ¡Misericordia de agua en un desierto!

La enredadera de florecillas silvestres, desde lo alto se burla de mí tristeza, con la sonrisa maliciosa del que conoce verdades. Comienzan las lágrimas buenas porque anuncian, que a pesar de las altas presiones y de todos los vientos del sur o del norte, siempre caerán gotas de esperanza sobre mi tierra, porque ¡Existe en la memoria de Dios!





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La primera versión de este texto fue publicada en “Enfoque”, Revista de la Arquidiócesis de Camagüey No. 112 agosto-diciembre 2018.

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