Monday, November 28, 2022

El Ballet de Camagüey en la Memoria Viva. (por Roberto Méndez Martínez)

Imagen cortesía de Liliam Gómez
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por Roberto Méndez Martínez 
para el blog Gaspar, El Lugareño




Me resulta difícil aceptarlo: han transcurrido más de cincuenta años desde aquella noche del 1 de diciembre de 1967, cuando el Ballet de Camagüey ofreció su función inaugural en el por entonces añoso y descuidado Teatro Principal de aquella ciudad. Lo que había sido un sueño de su fundadora, Vicentina de la Torre Recio, se convertía así en algo palpable y resistente a cualquier adversidad.

El territorio que veía nacer la compañía, la ciudad de Camagüey, capital de la provincia del mismo nombre, en la isla de Cuba, tenía ya una larga tradición cultural. A inicios del siglo XVII, cuando era todavía una colonia española, allí se escribió el poema épico Espejo de paciencia que sirve de pórtico a la literatura cubana. En el siglo XIX vieron la luz en tierras camagüeyanas figuras cimeras de la cultura como la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda y el científico Carlos J. Finlay. En la centuria siguiente, la ciudad cabecera tenía un importante núcleo de creadores vinculados a la creación artística de vanguardia, entre los que ganaron relieve internacional el poeta Nicolás Guillén y el pintor Fidelio Ponce.

Gilda Zaldívar Freyre
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Como en el resto del país, el ballet no tenía una larga tradición en Camagüey. La precursora del género en la ciudad sería Gilda Zaldívar Freyre, quien abrió la primera academia para la enseñanza del género, hacia 1936, aunque sin un propósito profesional. Allí matricularía en 1948, Vicentina de la Torre, quien completó, pocos años después, su formación en la Academia Alicia Alonso de La Habana, donde recibió los principios más rigurosos de este arte y pudo constatar su desarrollo en la primera compañía de ballet de la nación: el Ballet Alicia Alonso al que estuvo vinculada por unos años.

Vicentina de la Torre
Foto cortesía de Beatriz Martínez
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Cuando, en 1956, la dirección de la compañía decidió disolverla, por conflictos con el recién creado Instituto Nacional de Cultura, Vicentina regresó a su ciudad natal y abrió su propia academia. Ella no se conformaba con impartir clases a alumnas de alto poder económico, sino que quería hacer auténtico arte, por lo que comenzó a ofrecer becas a alumnos de escasos recursos que tenía condiciones físicas e interés en cultivarse. Después de 1959, la academia de la esforzada profesora dio lugar a la Escuela Provincial de Ballet y, tras cortos años de trabajo, ella consideró que las condiciones estaban maduras para fundar con sus alumnos una compañía.

Programa
La fille mal gardée
Octubre 1968.
Cortesía de Liliam Gómez
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Este primer Ballet de Camagüey estaba conformado, pues, por un conjunto de alumnos de Vicentina, que ella había formado con un notable rigor metodológico y a los que trasmitía su pasión por el género, especialmente por los grandes clásicos del mismo, como lo demuestran las obras incluidas en el primer programa: Las sílfides, Pas de trois de El lago de los cisnes y La fille mal gardée. El mérito fundamental de esta profesora fue el demostrar que era posible crear una compañía de ballet estable en el interior de la Isla, cuando muchos mostraban su escepticismo al respecto y nutrirla de manera sistemática de los alumnos que provenían de la Escuela, a la vez que iba educando a un público en la apreciación del género.

Desde los momentos iniciales de la trouppe la maestra recibió la colaboración y apoyo del Ballet Nacional de Cuba y la dirección de este, decidió, para facilitar el desarrollo de la novel compañía enviar a Joaquín Banegas, quien tenía experiencia como bailarín y profesor, para encabezar la agrupación, mientras Vicentina quedaba a cargo de la Escuela para garantizar la formación de nuevos artistas.

Cantata de Iván Tenorio, 1971
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En la nueva etapa, que dura alrededor de un lustro, las filas de la compañía crecen en número y en preparación y el repertorio se amplía. No sólo se hacen montajes –integrales o parciales- de obras tradicionales como: Coppelia, Giselle, El lago de los cisnes, sino que se abren las puertas de la compañía a coreógrafos experimentados o noveles para que la empleen como laboratorio de experimentación para sus búsquedas. Estos trabajos dejaron algunas obras permanentes en su repertorio, por ejemplo el ballet Saerpil de Gustavo Herrera y Cantata de Iván Tenorio sobre la célebre Carmina Burana del alemán Carl Orff.

La agrupación no se limitó a ofrecer funciones en el teatro Principal que les servía de sede, sino que decidió ir en busca de un público popular y para ello danzó en escenarios improvisados en plazas públicas, fábricas, escuelas y en recónditos sitios del campo. De este modo iniciaron una relación difícil y entrañable con el pueblo de Camagüey, que, venciendo muchos prejuicios, ha llegado a reconocer a su Ballet como uno de los símbolos más visibles de la cultura en la provincia.

Foto/Bohemia 1976
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A partir de 1975, se hizo cargo de la dirección del conjunto el maestro Fernando Alonso, uno de los pioneros del género en Cuba, quien aportaba su ya larga experiencia en compañías de Estados Unidos y en las diferentes etapas por las que había pasado el Ballet Nacional de Cuba.

Vania Sanz y Jorge Vega.
Pequeña Serenata, de Lázaro Mártinez.

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Giselle. Año 1990
Foto/Luis Carracedo
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Yicet Capalleja en Giselle. Década del 90
Foto/Facebook "Amigos del Ballet de Camagüey"
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Fernando encontró en Camagüey a un conjunto de jóvenes, con muchos deseos de trabajar, pero dotados de escasa experiencia, pues muchos de los fundadores ya no estaban en sus filas. Trabajó con ahínco en dotar a los intérpretes de buena técnica y profesionalismo escénico, condujo la política de repertorio en este sentido y si en los primeros años privilegió las obras tradicionales, facilitó también el desarrollo de nuevos coreógrafos como los hermanos Pedro y Osvaldo Beiro, Lázaro Martínez, Francisco Lang y José Antonio Chávez y le otorgó a la institución un perfil propio. Pronto la agrupación principeña o algunos de sus intérpretes fueron aplaudidos no sólo en los teatros cubanos sino en puntos tan distantes entre sí como los países socialistas de Europa del Este, Colombia, México, Brasil, Grecia, Chipre, Bélgica, Francia, Italia y China.

Debut de Celia Rosales  en el rol de Swanilda,
 en Coppelia. Año 1988.
 Foto/ Luis Carracedo.
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Bárbara García en Giselle. Año 1989. 
Foto/Luis Carracedo.
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Aida Villoch en Giselle. Inicio  de los 90s.
Foto/Luis Carracedo
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Jorge Lefebre y Aida Villoch.
Foto/Facebook "Amigos del Ballet de Camagüey"
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Algunos momentos fundamentales en la historia de la compañía fueron los grandes montajes integrales de Coppelia y Giselle; la invitación a Elena Vinográdova, del Ballet Kirov de Leningrado para montar el Grand pas de Paquita en 1981; el estreno mundial de obras de gran formato como el Otelo de Francisco Lang en 1987 y la larga y fructífera presencia de Jorge Lefebre, coreógrafo cubano que había trabajado con Maurice Béjart en el Ballet del Siglo XX y luego regía su propia compañía, el Royal Ballet de Wallonie en Charleroi, Bélgica. Para los camagüeyanos este autor montó piezas memorables como Romeo y Julieta, Beethoven: Séptima Sinfonía, Tango-episodios, Images y Degas.


Roberto Méndez, Aurora Bosch, 
Vicenttina de la Torre,  Aurelio Horta.
Año 1984. Foto cortesía de Roberto Méndez
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Osvaldo Beiro y Zoraida Rodríguez
 en el Grand pas de Paquita.  
Montaje por Elena Vinográdova. Año 1981.
Foto cortesía de Lázaro Martínez/
Facebook "Amigos del Ballet de Camagüey.
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Celia Rosales en Odette.
Lago de los Cisnes. Año  1989. 
Foto/Luis Carracedo.
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A esto habría que sumar la colaboración que profesores y bailarines han prestado en compañías y academias de otras naciones: México, Venezuela, Colombia, Guyana, Brasil, Italia, Portugal, donde han dejado una impronta inolvidable.

Regina Balaguer
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En la actualidad, la agrupación está dirigida por Regina Balaguer Sánchez, graduada del Instituto Superior de Arte y formada profesionalmente en la troupe por el magisterio de Fernando.

Cantata. Re-estreno. Año 2022
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Quizá la peculiaridad fundamental del Ballet de Camagüey, a pesar de contar con más de medio siglo de existencia, es continuar siendo una compañía formada por artistas muy jóvenes y eso, aunque obliga a un trabajo sistemático y delicado con sus integrantes, para trasmitirles una tradición y un modo de trabajar de alto nivel académico, a la vez aporta frescura y desenfado a su quehacer.

Hace varios años, coincidimos en un teatro habanero tres camagüeyanos que residíamos acá desde hacía un tiempo. Habíamos sido invitados a una función del ensemble danzario. Cuando bajaron las luces y, con el telón todavía cerrado, comenzó a escucharse la obertura de La fille mal gardée, los tres, a la vez, nos miramos y exclamamos: “¡Estamos en Camagüey!” Una obra que había permanecido en su repertorio desde su primera función nos devolvía a nuestras vivencias de tantos años en aquella ciudad. No era sencillamente nostalgia, sino la comprobación de una identidad. Nuestras vidas no hubieran sido las mismas si no hubiera existido el Ballet de Camagüey.

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"La Delegación Provincial de Cultura con estas funciones que presenta hoy, a través del trabajo y el esfuerzo realizado en estos largos años por la Escuela de Ballet de Camagüey, muestra a la consideración de ustedes el fruto cosechado tanto por la dirección como por el alumnado de esta organización artística, al dejar constituido a partir de este momento lo que se denominará Ballet de Camagüey..." (Programa/Cortesía de Liliam Gómez)

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Sede del Ballet de Camagüey
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Teatro Principal. Camagüey

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