Thursday, June 9, 2022

De la devoción a la Virgen de la Caridad, en el año 1859. (según José García de Arbolena)


La antigua villa del Cobre, á cuatro leguas de la ciudad. Cuenta esta 260 casas de tabla y teja, y sobre 200 de guano y tejamaní, y tiene dos iglesias, la parroquial y el santuario de Nuestra Señora del Cobre, que se eleva al sur del pueblo en una eminencia de cien varas sobre su nivel. Cerca de él hay una gran hospedería donde hallan albergue los peregrinos que de toda la Isla y aun de fuera de ella acuden á aquel santo lugar para adorar la milagrosa imágen de la Santísima Virgen que en él se venera. 

Sin temor á los iconoclastas, aunque son tan numerosos en el dia, quiero dar una idea del culto de esta sagrada imágen y de su maravilloso aparecimiento en la Isla. Se increpa al catolicismo por el culto de las imágenes á la vez que se clama por la erección de estátuas en honra del valor y del saber, como si la sublime abnegacion y benéficas obras de los héroes del cristianismo fuesen menos dignas de la gratitud de los pueblos. Se pretende ridiculizar á los católicos por los milagros de sus santos, al paso que se pone el mayor empeño en difundir aun entre pueblos incapaces de apreciarlos los milagros de la Biblia, como si los siervos de Dios de la ley antigua fueran de distinta naturaleza que los de la ley de Gracia; se dan banderas á las naciones y á los ejércitos como símbolos de la patria y de los deberes militares, para que les rindan honor y acatamiento; y se condenan al mismo tiempo esos hermosos símbolos de caridad y fraternidad á que los fieles enderezan su espírítu, en que los poderosos aprenden á hacer bien, los pobres á resignarse, y los desgraciados hallan á menudo el bálsamo de sus penas! Augustos monumentos de piedad, imágenes sagradas de la Madre del Redentor y de sus mártires y confesores! seguid siendo á despecho de la incredulidad los objetos de nuestra devoción, los medianeros de nuestras súplicas, los testimonios de la Divina Misericordia, nuestro refugio en los dolores! Clame en vano la filosofía contra vosotros; ella, como ha dicho el sublime cantor de las bellezas del cristianismo, “podrá llenar sus páginas de palabras magníficas; pero jamás los desgraciados irán á colgar ofrendas en su templo.” 


La tradición del hallazgo de la imagen cuya lámina ofrezco fué consignada con la historia de su culto en un MS. del presbiterio don Onofre de Fonseca, capellán del santuario del Cobre, quien lo escribió en 1703 con vista de los autos que en 1688 se formaron ante juez competente y obran en el archivo de dicha iglesia. El MS. fué después comentado por el presbítero don Bernardino Ramón Ramirez, y publicado en 1829 por don Alejandro de Paz y у Ascanio. 

Consta de esa obrita que por el año de 1627 o 28 salieron del hato de Verajagua en el reciémn fundado pueblo del Cobre dos indios llamados Rodrigo y Juan de Joyos, hermanos, acompañados de un muchacho de 9 a 10 años, negro criollo de nombre Juan Moreno, que fué quien después declaró como testigo ocular en las averiguaciones judiciales del caso. Dirijiéronse los tres por tierra á la bahia de Nipe en busca de sal, y habiéndose embarcado en una canoa vieron al amanecer cerca de Cayo Francés en dicha bahia un bulto blanco que se movia en las aguas. Encaminando hácia él su barquichuelo, hallaron sobre una tabla flotante, una imagen de la Santísima Virgen María, de quince pulgadas de alto, con un precioso niño de proporcionado tamaño en el brazo izquierdo y una cruz de oro en la mano derecha. En la tabla había una inscripción en letras grandes que Rodrigo de Joyos leyó y decía: YO SOY LA VIRGEN DE LA CARIDAD. Aquellos buenos hombres colocaron en una barbacoa tan precioso hallazgo y luego que se proveyeron de sal, lleváronlo con gran cuidado y reverencia al hato de Verajagua, donde por disposición del Administrador de las minas se construyó una ermita de guano para que recibiese culto la milagrosa imagen. Creían aquellos sencillos fieles que fuese la misma que había conservado cierto cacique (tal vez la que dejó Ojeda en la provincia de Cueiba) y el cual exaltado por su devoción al temer que le robasen tan preciosa reliquia, la había arrojado á un río muchos años hacía. Júzguese con cuanto fervor venerarían ahora a su antigua protectora y abogada. 

Posteriormente fué trasladada esta imágen al altar mayor de la iglesia parroquial del Cobre, á donde la llevaron procesionalmente y fué recibida con repique de campanas, salvas de fusilería y regocijo general de sus habitantes. Allí permaneció tres años, al cabo de los cuáles, en virtud de haberse aparecido la santa imagen á cierta niña llamada Apolonia en una eminencia inmediata al pueblo, y adonde también se vieron luces misteriosas por tres noches consecutivas, se determinó construirle en aquel cerro un templo especial; y hé aquí el origen del famoso santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.

Hállase este como á cuatrocientos pasos del pueblo en la cumbre de una colina, adonde se sube por una buena calzada de piedra mamposteada, con escalones de trecho en trecho. Consta la iglesia de una sola nave de 273 varas de largo por 92 de ancho; el techo es de cedro pintado, y el pavimento enlosado de azulejos. Circuye al templo un muro terraplenado que le sirve de atrio y forma delante una plazuela de 27 varas en cuadro; tiene la iglesia tres puertas, y adornaba la fachada un pórtico de mampostería de buena arquitectura, elevándose en tres medios puntos que servian de campanario; pero fué arruinado por un terremoto el 11 de Junio de 1766, y en su lugar se construyó despues una torrecilla provisional que es donde aun están las campanas. Se cuentan en la iglesia tres altares, el mayor dedicado á Nuestra Señora y los otros dos al Corazón de Jesús y al Señor Crucificado; hay dos órganos, dos relojes, hermosas arañas, lámparas y costosas alhajas de plata. Las paredes están llenas de ángeles y cuadros de diversas imágenes. 

Para la fiesta principal que está consagrada a la Santísima Vírgen y principia el 8 de Setiembre, durando algunos años hasta Octubre, se coloca la Divina Imágen en un trono portátil, hacia el centro de la Iglesia. Este tabernáculo tiene primorosos adornos de carey, márfil, plata y oro, y está cerrado de cristales por los cuatro lados; alrededor se colocan sobre las andas doce ángeles con hachas encendidas en las manos. Sobre el precioso trono desciende del techo para cubrirle después de la fiesta una nube de tafetán azul, y de esta cortina misteriosa penden las innumerables ofrendas ó exvotos. Cada uno de esos objetos es un testimonio del consuelo que ha recibido un mortal desgraciado. ¡Cuantas tiernas historias están escritas en esos emblemas de gratitud! El corazón de una madre atribulada por el peligro del hijo de sus estrañas lee en uno la tierna relación de otra madre afligida como ella que halló en la Madre de los afligidos, la vida del amado de su corazón. El joven que por primera vez va a despedirse del techo paterno ó de los brazos de su amada para surcar los mares procelosos, lee allí la historia de mil náufragos que fueron juguetes de las olas y se salvaron del lance postrero y pudieron besar arrodillados la tierra de la patria, por la intercesión de María! Oh dulce María! estrella de los mares! ¡Qué culto es tan bello como el tuyo! ¡Quién como tú ablanda la dureza del obstinado, infunde aliento en las tribulaciones y endulza las lágrimas del infortunio! ¡Cuánto te debe la humanidad! Hubo un tiempo en que esas erguidas montañas donde se asienta tu trono solo herían la vista de algún caníbal hambriento para avivar sus instintos sanguinarios y hacerle preparar contra la inofensiva Cuba una expedición de antropófagos; apareciste tú, imagen veneranda, y el tostado marinero que mira hacia sus cumbres halla en ellas un pensamiento piadoso en la bonanza ó una esperanza de salvación en la tormenta; y Cuba en vez de una turba de enemigos implacables recibe luego una procesión de peregrinos que vienen á vivar su fé postrándose ante su Divina Protectora, y á extender la fama de sus maravillas. 

Guarda, Cuba, ese precioso depósito del Santuario del Cobre, y guárdalo y reveréncialo con el mismo ferveroso celo que hasta aquí, es una de las más bellas tradiciones de tus nobles indios y de los primeros días de tu civilización, es un testimonio de tus virtudes cristianas y de tus instintos generosos, es una esperanza en tus aflicciones y hasta un escudo contra tus enemigos! No importan los tiros de la incredulidad; ni ella cura las llagas del corazón ni ella ni la humanidad entera pueden ofrecer un objeto más digno de veneración; no, que ni la poesía ha combinado jamás tan sublime conjunto de palabras como las que empleas para nombrar a esa tu divina protectora: VIRGEN MADRE DE LA CARIDAD .



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Texto e ilustraciones: Manual de la Isla de Cuba, 1859, de José García de Arbolena.

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