Wednesday, May 25, 2022

Costumbres del Camagüey de antaño. (por Carlos A. Peón-Casas)


Refiero nuevamente, con fruición renovada, a una obra imprescindible a la hora de historiar y hacer memoria de nuestra región principeña y que responde al título de Tierra Prócer, de la autoría de Flora Basulto de Montoya.

Y de uno de sus interesantes apartados, retomo siempre reveladores coordenadas.


Una de ellas nos conecta de inmediato con los progresos que significaron los noveles tinajones oriundos de la región, y símbolo incuestionable de nuestra camagueyaneidad, ejecutados con el rojo barro cubiteño por un maestro alfarero de reconocida prosapia: Simeón Recio.

Los tan socorridos envases del primario líquido vital, imitaciones de aquellos provenientes de la madre patria y conteniendo generalmente aceite, permitieron a los principeños separarse del entorno de la laguna que ocupaba espacio entre las actuales iglesias de la Merced y la Soledad.

El espacio de aquella quedaría limitado hoy entre las calles de Lope Recio, Ignacio Agramonte, antes Soledad y Estrada Palma; República (La Reina) y el popular callejón de Finlay, antes conocido por Cañón y Los Ángeles.

Al borde de aquella gran laguna corría el camino real (Santa Ana y después General Gómez). El progreso de la posterior villa ya en el siglo XVIII desecó la laguna, y se convirtió esa área en lo más céntrico de nuestra ciudad colonial.

Y en aquel ámbito florecieron costumbres de ancestral carácter como nos lo cuenta la ya citada escritora e historiadora Basulto de Montoya:
tiempos idos son aquellos de la época colonial en que se propinaban ‘cencerradas’ a ciertas bodas…aquellos en que los chiquitines callejeros gritaban en los bautizos: ‘…el pelo padrino cicatero…! Y este tenía que ir arrojando ‘cuartos y calderillas españolas’. Y el consabido”: ‘Uno atrás’ avisándole al cochero, cosa que tanto censuró el Lugareño.
Otra ancestral costumbre nos recuerda ahora los movidos Sanjuanes de la localidad, y una práctica que aún es común: arrojar las multicolores serpentinas, veamos el origen de aquella practica que inicialmente consistía en:
Arrojarse durante esa “feria” huevos hueros, harina y almagre; sustituidos luego con lociones baratas y polvos, y por último con confetis y serpentinas que casi formaban montañas en las calles del paseo, entreteniéndose los muchachos en hacer piras incendiarias.
Con el tiempo las fiestas sanjuaneras adaptándose a los nuevos tiempos introdujeron nuevas coordenadas se hizo popular según nos sigue acotando la autora citada:
el cordón formado por coches y autos abiertos llenos de muchachas en trajes regionales o imitando flores y bellas y originales carrozas alegóricas entre las que siempre se distinguían las de la familia Santos-Lima por su exquisito gusto. Las máquinas cerradas impropias de nuestro clima terminaron con esos lindos paseos (…) viéndose entonces la comparsas y carrozas, primero de anuncios industriales, y luego de las reinas y sus damas.
Otras raigales tradiciones del San Juan incluían los reinados de belleza y simpatía y los adornos multicolores por las calles y barrios de la ciudad. Se nos sigue relatando que:
se multiplicaban entre muchachas y niñas, dándose el caso de coronarse varias reinas, en las cuadras de una sola calle que se ornamentan preciosas. Es ya costumbre adornar dichas calles en forma de originales túneles que acusan el gusto de sus moradores. Algunas tienen nombres y ornamentos exóticos y caprichosos como Las Nieves del Kilimanjaro, La Rosa Blanca, y El Polo Norte, el Danubio Azul, la Cueva del Diablo, Noches de Sevilla, simulando a un barrio sevillano.
Para cerrar las fiestas, era tradicional desde antaño un grito popular, devenido luego patrimonio indeleble de la mejor tradición local:
¡Ay San Pedro!’; con que demostraban lo que lamentaban la terminación de la feria sanjuanera.

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