Wednesday, February 2, 2022

Notas de un guión para celebrar a Camagüey (por Carlos A. Peón-Casas)

Parque de las Leyendas.
Artista. Joel Jover
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De uno entre tantos aniversarios de la primitiva ciudad principeña, nacieron estas notas de un hoy añoso guión radial(1) que cantó y celebró el hecho renemorando el acento de sus inolvidables leyendas camagüeyanas.

Comparto con el lector en este nuevo aniversario aquellas líneas celebratorias al Puerto Príncipe de siempre al que arropamos con los mejores sueños y esperanzas:

"Nuestro Camagüey es una legendaria comarca. Pastores y sombreros adornan su memoria y reviven historias de una ciudad que es todavía un misterio... Pocos son los camagüeyanos que no conocen nuestras leyendas. Dolores Rondón, el Aura Blanca y las Cuatro Palmas, son de las más conocidas, pero un largo etcetera complementa tan rico acervo que la tradición oral y luego escrita nos han legado... en el imaginario de nuestras calles tiernamente recorridas, perviven con vitalidad siempre inusitada.

Andando la ciudad, difícil es no encontrar en ese recorrido el Parque de las Leyendas. Un sitio abierto a la mirada de los citadinos y forasteros, donde el reconocido artista plastico Joel Jover, recreo la legendaria imagineria lugareña, en un precioso Mural de rojo barro. En el pueden admirarse las imaganes de tres de las más conocidas leyendas: Dolores Rondón, el Aura Blanca, y el Rapto de las Principeñas.

Monumento actual
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En 1883 apareció en el cementerio de nuestra ciudad un epitafio grabado en letras negras sibre una humilde tabla de cedro, pintada de blanco y unida a una pequeña,estaca de madera. La tumba pertenecía con toda presunción a Dolores Rondón:
Aquí Dolores Rondón
Finalizó su carrera
Ven Mortal y considera
Las grandezas cuáles son:
El orgullo y presunción,
La opulencia y el poder,
Todo llega a fenecer
Pues solo se inmortaliza
El mal que se economiza
Y el bien que se puede hacer.
El célebre autor de estos dolorosos versos, Francisco de Juan de Moya y Escobar, se había enamorado de Dolores. La coqueta muchacha, lo despreció por su humilde condición de barbero, casándose con un oficial español acantonado en la ciudad y con quien marcho a España. Luego de enviudar regresó a Puerto Príncipe, y pobre ya, enferma de viruelas, murió en el Hospital del Carmen, acompañada solamente por aquel que la amara incondicionalmente, su eterno enamorado Francisco.


De nuestra Avellaneda es una de las primeras referencias a la figura de aquel humilde sacerdote franciscano, el Padre Valencia, cuya efigie se yergue dignamente a la entrada de la obra que con sus propias manos regaló a los más pobres de la ciudad: el Hospital de San Lázaro.

Después de construido el leprosorio en las márgenes del siempre florecido río Tínima, el afanoso franciscano vivió el desvelo y las fatigas de mantener a sus asilados, asumiendo los preceptos de una estricta y mejor entendida austeridad cristiana. Asi ofreció su vida al servicio de aquellos innominados leprosos.

Cuando el padre Valencia murió, estos sintieron su pérdida como el signo más terrible de abandono. Las penurias económicas se hicieron sentir con gran crudeza entre los allí acogidos, hasta que un día, un poco antes de las doce en el calcinado patio central del asilo, apareció entre una oscura bandada de auras tiñosas, un ave desconocida, del mismo tamaño y forma de las repulsivas aves carroñeras, pero de plumaje completamente blanco con la cabeza y las patas de color rosa. Sus ojos a diferencia de sus congeneres tenía un especial brillo, como de una inofensiva paloma torcaz.


La vistosa ave de plumaje blanco, toda una rara excepción entre las de su raza, fue apresada por los pobres lazarinos. Muy pronto su presencia convocó a todos los principeños quienes curiosos por ver la celebrada novedad, pagaban con gusto una exigua suma. De tal suerte, los asilados pudieron ver mejoras en su pauperrima vida, y en la mente de todos floreció la idea de que aquella buenhechora ave no era más que una milagrosa aparición, otro gesto cariñoso del caritativo franciscano Padre Valencia, un socorro por su intercesión, en medio de tanta necesidad. Asi nació la leyenda.

El 21 de febrero de 1679, el fibustero francés Francoise de Granmont, desembarcó con sus hombres por el embarcadero de la Guanaja, al norte de la villa.

Ante el aviso presuroso del padre Garcerán, párroco de la Mayor, quien avistó a los intrusos en las cercanías del entonces villorio, los principeños se aprestaron a la defensa.. pero no pudieron evitar el rapto de catorce de sus mejores damas, huyendo el pirata con aquellas, a las que usó como escudos humanos en su escape rumbo a sus naves. Ya allí, pidió el consabido rescate de 50.000 pesos... una cifra de muy abultado carácter para la época.

Dicen las viejas crónicas, que un mes durararon las negociaciciones. Al cabo, satisfecho el petitorio, las damas fueron liberadas, incluso segun otras añosas deposiciones del escribano al uso, cargadas de obsequios y agradecidas por el respeto de sus captores, quienes ni cortos ni perezozos, levaron anclas y dejaron detrás las notas de esta leyenda con visos nada despreciables de realidad."






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1. Programa grabado en la emisora Radio Camagüey para el programa Tricolor. Título: Leyendas Camagüeyanas. Escritor: Carlos A. Peón Casas. Asesora: Mariela Peña Seguí. Grabador y Operador: Yurwis Schuman Deler. Locutora: Barbara Sánchez Novoa. Director: Porfirio Verde Cabrera. Historiador: Héchor Juárez. Colaborador: Dr. Roberto Méndez. ca.2007.

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