Thursday, February 24, 2022

El lago de los cisnes “de Ratmansky”, por el Miami City Ballet (Balét, se dice “Balét”). (por Baltasar Santiago Martín)

Fotos: Abelardo Reguera
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En la noche del sábado 12 de febrero de 2022 pude ver El lago de los cisnes, en versión de Alexéi Ratmansky para esta joya musical de Chaicovski, por el Miami City Ballet (MCB), en el Adrienne Arsht Center for the Performing Arts, y lo primero que quiero saludar con agrado es que esta compañía se haya decidido a montar el más famoso ballet del mundo para el público de Miami, con esta versión de Ratmansky que ya desde su anuncio creó grandes expectativas.

Alexéi Ratmansky (San Petersburgo, 1968), en la entrevista que le hiciera Orlando Taquechel para Artburst Miami, publicada en El Nuevo Herald el miércoles 3 de febrero de 2022, declaró lo siguiente:
Alonso es probablemente mi interpretación favorita del papel de Odette/Odile. Su baile en la producción de Alexandra Fedórova del American Ballet Theatre que vi en la New York Public Library es pura genialidad.
Y precisamente esta confesión del coreógrafo me hizo aumentar aún más mis expectativas, para ver cuán diferente iba a ser su versión –o cuán similar– a la paradigmática de Alicia Alonso para el Ballet Nacional de Cuba.

Alicia Alonso como Odile. 
Foto: Armand.
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Primer acto, primera escena

Desde que abrió el telón, me di cuenta de que el MCB se había lanzado con todo para preparar este Lago “de Ratmansky” como la gran producción que así lo demanda –si se cuenta con los recursos necesarios, como es el caso–; con un vestuario para solistas, aldeanos, damas de honor e invitados de la corte armónico y exquisito, como una pintura de la época medieval, y una escenografía sobria y totalmente evocadora de los jardines donde se desarrolla esta primera escena, ambos rubros a cargo de Jérôme Kaplan; la supervisión escénica y el diseño de luces de Mark Stanley, y la de la confección de los trajes por Mark A. Zappone, todos ellos sobresalientes.

Celebro también los desplazamientos y bailes de conjunto del cuerpo de baile como los aldeanos que celebran a su campechano príncipe, en especial en el cuadro del mástil que erigen para descolgar las cintas rojas y amarillas con las que logran el primer momento de mayor lucimiento e impacto de todo el ballet, pero el que los hombres se suban a los banquitos de madera para seguir la música sin danzar me pareció innecesario y hasta ridículo, aunque ello pertenezca a la coreografía original de Petipa e Ivanov –como se ha insistido como la motivación de esta versión “ratmanskiana”.


Y ya en ese punto, me pregunto qué sentido tiene regresar a una coreografía ampliamente superada por versiones posteriores, cuando el propio Ratmanski califica el baile de Alicia Alonso en la versión del ABT “como pura genialidad”, por poner un ejemplo.

Antes de comenzar a reseñar los desempeños de los principales personajes de este hermoso ballet, así como volver a comentar su concepción por el coreógrafo cuando la ocasión lo amerite, critico enfáticamente que no se repartieran programas de mano sino la indicación para escanearlo en el celular, cosa que para las personas mayores e incluso para quienes desean olvidarse del mismo cuando van al teatro a relajarse es bastante molesto e inoportuno.

Debido a ello, para poder escribir esta reseña tuve que recurrir a dicho engorroso escaneo.

Dawn Atkins, como la Reina Madre, imprimió a su personaje el empaque y la majestuosidad que el mismo requiere, realzado por un imponente traje negro de larga cola, mientras que Benno, de bufón de la corte e incondicional de Sigfrido, fue transformado – “regresado” más bien– por el coreógrafo en esta versión como solo su mejor amigo, asumido por Andrei Chagas con profesionalismo y dignidad, pero sin el lucimiento que sin dudas hubiera logrado con la coreografía que a Benno le corresponde como bufón en otras versiones como la de Alicia Alonso ya mencionada.

Cameron Catazaro, a su vez, como el Sigfrido de la función a la que asistí, logró la difícil dicotomía de ser un príncipe bastante campechano con sus súbditos sin perder el aire de superioridad inherente a su condición real, y manejó cual mesurado mimo la pantomima del diálogo con su “madre” cuando le apremia para que escoja compañera (aprovecho este punto para destacar como un logro de esta versión el énfasis en la mímica que se minimiza en otras versiones).

Parece que como Benno fue despojado de su condición de bufón, Ratmansky decidió transferírsela a Wolfgang, el tutor de Sigfrido, que en la piel de Reyneris Reyes payaseó de lo lindo hasta rayar el ridículo al molestar a algunas campesinas a las que obligó a bailar con él, cosa que tampoco es culpa de Reyneris, sino de la para mí errónea concepción de su personaje en esta versión.

Y para cerrar mis comentarios sobre esta primera escena, Mayumi Enokibara y Shimon Ito fueron las eficaces compañeras de Taylor Naturkas en el efervescente Pas de Trois, en que ninguno de los tres defraudó debido a su correcto desempeño.

Primer acto, segunda escena


Después del agradable abrebocas de la primera escena de este acto, es en esta segunda donde de verdad se prueba si una compañía de ballet ha logrado captar la esencia de este cuento de princesas hechizadas por un malvado brujo, con toda la poesía, el lirismo y el estilo que este acto necesita, para lo cual lo primero que tiene que suceder es que cada bailarina del cuerpo de baile se crea que es una princesa transformada en cisne –detalle remarcado al inicio por esa pueril caravana de cisnes de utilería que desfila por el fondo–; no solo una ejecutora mecánica de los pasos de ballet de su coreografía, y ello aplica en grado superlativo a la intérprete de Odette, la protagonista de esta historia.


Si bien los desplazamientos y los conjuntos de los cisnes blancos del cuerpo de baile fueron impecables como trabajo de grupo, les faltó ese lirismo que extrañé, y lo mismo sucedió con Samantha Hope Gallerm como Odette, cuya entrada como cisne blanco careció del impacto requerido para luego recuperar su forma humana.


Y he aquí un aspecto crucial en este acto para la solución coreográfica del personaje de Odette, en su transición de cisne a princesa y viceversa, del cual carece por completo esta versión: la ausencia del port de brass, que si bien fue incorporado a posteriori, considero esencial y distintivo de este ballet.

Hay que tener muy claro que Odette entra a escena como cisne –y el citado port de brass es la mejor manera de acentuar ese “aleteo como ave” y luego recupera su forma humana ante Sigfrido para evitar que le dispare con su ballesta. A partir de ahí, sí ya no es necesario el mencionado port de brass, aunque en el Gran adagio entre ambos puede aceptarse una leve reminiscencia del mismo en Odette, por la súbita transición de cisne a mujer que ha sufrido, pero sin abusar de ello.

Y ya de lleno en este emblemático Adagio, la intromisión injustificable de Benno “estorbando” en el mismo es el principal defecto que le hallo a esta versión, transformado en una especie de pas de troi incoherente, a no ser que en la historia original, Benno y Sigfrido tuvieran también una relación amorosa, cosa que dudo que los coreógrafos se hubieran atrevido ni siquiera a insinuar en esa época –recuerden la homofobia de la que fue víctima el propio Chaicovski a la que se atribuye su posible suicidio.


Tanto Samantha como Cameron cumplieron “sin penas ni glorias” su cometido, porque no hubo lirismo ni delicadeza en su desempeño, y para rematar, cuando Von Rothbart aparece en escena – encarnado por el eficaz Luiz Silva– para llevarse a Odette, realmente se la llevó tan abruptamente que volví a extrañar en ese momento la transición de nuevo a cisne que Maya Plisétskaia bordó con su genial y paradigmático port de brass, sello indicutible de la Escuela Rusa y Soviética.

No puedo dejar de mencionar, ante de pasar a reseñar el segundo acto, a los cuatro cisnes que brillaron al ejecutar su sincronizada coreografía: Adrienne Carter, Hannah Fischer, Jordan-Elizabeth Long y Nicole Stalker.


Segundo acto


Para empezar, de nuevo elogio la escenografía y el lujoso vestuario –sobre todo el de las cuatro danzas folclóricas–, cuyos créditos ya mencioné cuando comenté la primera escena del primer acto, pero no puedo hacer lo mismo con la dramaturgia como tal –el segundo gran “defecto” de esta versión supuestamente retroactiva en el tiempo–, ya que Von Rothbart llega con su hija Odile muy al principio y los dos se “escabullen” por el lateral –derecho para ellos e izquierdo para el público– seguidos por Sigfrido; aparición que debió ocurrir al final de todas las danzas folclóricas como clímax de este segundo acto.

Entonces ello crea un innecesario enigma ajeno a la trama que por lógica se espera: ¿qué hacen esos tres personajes fuera de escena mientras transcurren las cuatro danzas folclóricas?; danzas que por cierto fueron para mí la segunda gran “fortaleza” de toda la función, brillantemente ejecutadas por todos sus participantes, por lo que considero muy justo dar sus nombres:

Danza española: Nina Fernández, Nicole Stalker, Francisco Schilereff y Damian Zamorano.

Napolitana: Abigail Gross, Anna Grunewald, Kaelah Poulos-Hopkins, Matilda Solis, Rui Cruz, Satoki Habuchi, Andrew Larose y Amiruddin Shah.

Húngara: Tricia Albertson y Chase Swatosh, con Itzkan Barbosa, Juliet Hay, Julia Isaacman, Suzette Logue, Taylor Naturkas, Ella Titus, Marco Biella, Julian Goodwin-Ferris, Alex Manning, Jordan Martinez, Sean Miller y Ethan Rodrigues.

Polaca: Adrienne Carter, Mayumi Enokibara, Ashley Knox, Ellen Grocki, Andrei Chagas, Bradley Dunlap, Harrison Monaco, Ariel Rose Guests Brigid Baker, Lize-Lotte, Adriana Mantilla, Barbara McPhillips, Emily Ricca, Cindy Surman, Lipe Arena, Luca Colasuonno, Tony Davis, Emerick Ligonde, Franco Pejovac y Enrique Villacreses.

Después de todo ese ya elogiado lucimiento de los intregrantes del tan bien entrenado cuerpo de baile, regresaron Von Rothbart, Odile y Sigfrido para el pas de deux conocido como “El cisne negro” –sin anuncio de trompetas por Gabriel Arango como Maestro de ceremonias–, que en esta versión sí considero atinado haberlo despojado de esa condición, ya que Sigfrido no baila con un ave sino con la hija del hechicero, de ahí que su traje sea de gala, con reflejos verdes tornasolados, en vez del clásico tutú negro –aunque dicho traje me pareció demasiado contemporáneo, como “de discoteca”.

Y ahora sí voy a abordar dicho esperado pas de deux “ex-El cisne negro” como tal, el segundo de mayor impacto de este ballet. Independientemente de la fallida dramaturgia del mismo ya comentada, tampoco Samantha consiguió ser completamente la taimada Odile que se espera, ni completó los consabidos 32 fouettés, que para colmo dio desplazándose de lugar, tras los cuales abordó una excéntrica e inusitada coreografía en vez de la muy efectista “vaquita” de la versión de Alonso para el Ballet Nacional de Cuba, mientras que Cameron, si bien fue un solícito partenaire, su variación careció de giros y sus saltos de elevación.

Eso sí, muy acertada la interacción padre e hija de Luiz Silva y Samantha durante todo el pas de deux, así como la de Cameron con Dawn Atkins como su madre, cuando él rompe el juramento de amor a Odette –y Odile se solaza en su burla–, pero de nuevo Von Rothbart se la lleva de forma muy abrupta, cargada como si fuera un cisne, lo que contradice su justificada condición humana como su hija.

Tercer acto

En este acto final, el cuerpo de baile femenino volvió a demostrar su excelente desempeño y acople en los conjuntos como cisnes blancos, al igual que como los seis cisnes negros que Ratmansky incluyó como presagio del fatal desenlace de este acto.


Ellen Grocki y Nicole Stalker se destacaron en sus variaciones como “dos cisnes”, y aquí sí la dramaturgia fue totalmente coherente y tanto Samantha como Cameron y Luiz actuaron y danzaron de modo muy convincente, con un desenlace trágico que en otras versiones ha sido cambiado por un final feliz, donde Sigfrido vence al malvado Von Rothbart y rompe su maleficio sobre Odette y sus damas, que recuperan su forma humana.

Sin embargo, en esta versión, Sigfrido y Odette se lanzan al lago y mueren, pero sus almas se ven luego al fondo en una especie de embarcación que se supone viaja hacia la eternidad.

Sería totalmente injusto terminar esta detallada reseña sin alabar a la excelente orquesta Opus One, dirigida magistralmente por Beatrice Jona Affron, cuyos músicos honraron brillantemete la maravillosa partitura del inmortal Piotr Ilich Chaicovski.



Por Baltasar Santiago Martín
(noche del sábado 12 de febrero de 2022)

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