Wednesday, December 2, 2020

Perlas del Camagüey (por Carlos A. Peón-Casas)


Descubrimos para el curioso lector, en esta entrega de miércoles, estas curiosas perlas del decursar histórico de nuestro materno lar camagueyanensis. 

La oportunidad nos la brinda poder releer con enorme fruición y sorpresas siempre sobreañadidas, una peculiar obra biográfica dedicada precisamente a nuestra comarca: Camagüey. Biografía de una provincia, obra de la celebrada narradora y poetisa y también ensayista y crítica camagüeyana, la Dra. Mary Cruz del Pino. 

El libro fue dado a la prensa en el año de 1955, laureada por la Academia de la Historia de Cuba con el Premio José Miguel Tarafa, en la edición del año 1952, pensado ese año para una obra biográfica dedicada a la provincia de Camagüey. 

En sus contenidos la autora recorre de principio a fin las muchas coordenadas de nuestra antológica memoria histórica, descubriéndonos entresijos siempre reveladores de nuestra mejor identidad, como en un viaje de acendrado bojeo a las mejores esencias tangibles y no, de nuestro mejor ser y saber como pueblo. 

Las no pocas revelaciones que se desgranan en ese animado periplo nos sitúan en los albores civilizatorios de nuestra región, con la llegada de los tainos, y de sus prácticas agrícolas, en especial el de la confección del tan socorrido casabe, y de cuyas particularidades nos cuenta esta iniciática referencia o primer aderezo a nuestra lista: 
Los tainos de cada comunidad se reunían para la significativa tarea de la confección del casabe, Era un acto del grupo como unidad, y, aunque pudiera inferirse que constituía una indígena tendencia comunista, otra de sus características viene a desvirtuar tal suposición: los indios, como los actuales cubiteños, marcaban sus tortas antes de llevarlas al horno común-rasgo de bien definida individualización de la propiedad-en evitación de confusiones o despojos.[1]
En ese recorrido por los jalones de esta memoria histórica, la entonces muy joven escritora camagüeyana nos descubre detalles de sugerentes coordenadas. La de este minuto corresponde a un día cualquiera del año 1747, el año en que según se nos relata Fray Cristóbal de Sánchez Pavón, levantó el primer plano de la villa. Unos muy curiosos referentes a los principeños de entonces fueron adjuntados a aquel: 
Los consideraba aplicados al trabajo y al interés(a las ganancias), hospitalarios, generosos y valientes, así como poco dados al cultivo divino.(…)[2]
De lo anterior dicho deduce la autora a continuación que: 
“(…) la última negativa, nos asombra un tanto, ya que, especialmente durante el siglo XVIII, los camagüeyanos aportaron considerables sumas a la erección de templos (…) y esto sugiere un marcado sentimiento religioso.[3]
Para ese año del Señor de 1747, nos sigue abundando Mary Cruz: 
Puerto Príncipe era la segunda población de la isla por el número de sus habitantes. Habían aumentado las facilidades para la fabricación del azúcar y crecía la exportación maderera por los puertos de Guanaja y Vertientes. En el primero se estableció un astillero donde fueron fabricadas, con maderas de la región, las primeras volantas que rodaron por las calles principeñas. Tan resistentes y de tan buena calidad eran los productos forestales camagüeyanos que hasta en el Arsenal de La Habana se usaron para la construcción de barcos de guerra.[4]

Casi una centuria después la ya entonces ciudad de Puerto Príncipe se embarcaba en rumbos de expectante modernidad. Tal fue el caso que ahora se vuelve otra perla destacable, llegada de manos de un precursor sin cuento para la modernidad puerto principeña: Don Gaspar Betancourt Cisneros, mejor conocido como El Lugareño, así nos lo narra nuestra amable cicerone: 
Fue durante un San Juan, el de 1837, cuando El Lugareño, precursor de tantos aspectos de del desarrollo social y económico de Puerto Príncipe demostró prácticamente a los camagüeyanos como funcionaba un ferrocarril. Casi como jugando, para usar la vieja frase popular, diremos que dio magnífica lección objetiva y ganó con ella para la Compañía que habría de construir la vía férrea entre Nuevitas y Puerto Príncipe, la venta de acciones por valor de más de cien mil pesos. 

¿Quién podía resistir la atracción de aquella propaganda? Unos trabajadores, en comparsa carnavalesca, llevaban un tren de madera en miniatura, con su locomotora y carros de carga y pasajeros. De trecho en trecho, por las calles más céntricas y concurridas, los primeros ferrocarrileros, tendían la línea y hacían andar aquel sorprendente aparato (…) que dejara boquiabiertos en aquella época a los más cultos y civilizados.[5]
El siglo veinte en el Camagüey de siempre, llegaría primero con la intervención norteamericana y luego con el advenimiento de los tiempos de la primera república. De tales minutos hay otras perlas que entresacamos de este magnífico recorrido de manos de la autora de este libro singular. 

De la llegada del Ferrocarril de Cuba nos cuenta la autora que: 
“Ya durante la intervención americana, Van Horne, construyó el Ferrocarril de Cuba con quinientos setenta y tres kilómetros de recorrido –entre Santa Clara y Santiago pasando por Camagüey, del que partieron luego numerosos ramales, como el tan largamente proyectado a Santa Cruz del Sur.[6]
Y la ciudad cambió también de nombre…: 
Puerto Príncipe ya era Camagüey, no solo en el decir popular, sino oficialmente. El 22 de abril de 1903 el Consejo Provincial acordó cambiar a la provincia su nombre hispano por el taíno de la región(…) y el Municipio, por acuerdo del 10 de julio de ese mismo año, también dio carácter legal a la adopción del nombre de Camagüey en esta capital provincial.[7]

Ya en los tiempos del gobierno de Menocal, y justo para el centenario del nacimiento de nuestra Avellaneda: 
Se logró entonces que en 1913 sancionara una ley autorizando crédito de 10.000 para las fiesta del centenario y uno de 2000 para la erección de una estatua de la inmortal Tula en su ciudad natal, el la Plaza de Trías-hoy Parque Martí(…) En el concurso convocado al efecto ganó el primer premio Manuel Pascual, y el segundo el camagüeyano Esteban Betancourt; pero los murieron sin ver realizado el monumento a la poetisa.[8]
Justo para los tiempos en que este libro fuera escrito y publicado, en la quinta década del siglo veinte, Camagüey seguía teniendo razones para ser considerado un baluarte envidiable de prosperidad económica, la autora nos lo ilustra al referir al progreso ganadero de nuestra ancestral región: 
En el Censo Ganadero de 1952 la provincia camagüeyana aparece a la cabeza de las otras cinco, con un millón, ciento seis mil quinientas ochenta y tres reses vacunas, que representan el 27.4% del total de la República.[9]
De aquel sector de tanta pujanza, deja la autora de esta cercanía memoriosa a aquel Camagüey, una estampa muy singular con la que pretendemos dejar al lector con el mejor sabor de boca para el cierre de este recorrido tan sugerente por nuestras raíces y nuestras mejores esencias: 
La industria ganadera tiene actualmente en la provincia el más alto lugar. No sólo da vida y movimiento a la región, sino carácter y tipicidad a ciertas modas y costumbres que parecen traer a tierras cubanas un algo del oeste norteamericano, especialmente a la ciudad de Camagüey y sus alrededores. 

El ojo habituado de los pobladores nada extraño descubre en ese tipo de cowboy que pulula por sus calles y hasta hace corros en los cafés más céntricos, con sus zapatos de tacón alto, sus sombreros de fieltro y sus cintos repujados a la usanza de los tejanos, en la frontera de los Estados Unidos y México. 

(…) 

Erna Ferguson, en su volumen intitulado Cuba, escribió en 1946 estas frases que traduzco al español: Camagüey, me decían a menudo, es nuestra Virginia. Sus gentes se enorgullecen de ser camagüeyanos y lo toman como prueba de aristocracia, igual que los virginianos lo hacen. Pero la provincia de Camagüey, además de ser Virginia es Texas y en centro de la considerable riqueza ganadera de Cuba. Por las calles se ve al cowboy en altas botas, ancho sombrero y la guayabera-en español en el original-del vaquero hispanoamericano.[10]




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[1] Camagüey. Biografía de una provincia. Mary Cruz del Pino. Academia de la Historia de Cuba. La Habana, 1955. pp.4-5 
[2] Ibíd. p.41 
[3] Ibíd. 
[4] Ibíd. p.42 
[5] Ibíd. p.40 
[6] Ibíd. p.213 
[7] Ibíd. 
[8] Ibíd. p.216 
[9] Ibíd. p.240 
[10] Ibíd, p.241

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