Wednesday, December 9, 2020

El Camagüey y La Habana (un poema de Martina de Pierra, 1868)


En un lugar muy bello de nuestra Cuba hermosa,
Rodeado de palmares se encuentra el Camagüey,
Allí donde se hallaba en otra edad dichosa
Un pueblo que era todo de raza siboney.

Ahora como entonces su suelo fertilizan
Arroyos que murmuran con mágico rumor…
Ahora como entonces las auras de deslizan
Formando entre sus flores un nido encantador.

Ahora como entonces ostentan sus plumajes
Mil aves que en sus bosques gorjean de placer;
Ahora como entonces magníficos paisajes
La pródiga Natura derrama por doquier.

Mas corno los de entonces no existe ya ni un hombre,
Que toda se extinguiera la raza siboney;
Allí se ve otro pueblo, y con distinto nombre,
Como es la que lo habita, también distinta grey.

Mi madre y mis hermanos a ella pertenecen;
Allá nacieron ellos, también naciera yo,
Que en medio de las palmas y ceibas que allí crecen,
Su brisa mugidora, mi cuna se meció.

Por eso amo ese pueblo con un cariño santo,
Y siento que una lágrima resbala por mi tez
Al recordar el tiempo en que gozara tanto,
El tiempo de mi alegre y cándida niñez.

¡Qué edad tan apacible, tan grata y deliciosa!
¡Qué pura y qué inocente llegué a mi juventud,
Mirando por doquiera un porvenir de rosa,
Gozando mil ensueños de amor y de virtud!

¡Cuán grande ante mis ojos mi pueblo aparecía!,
¡Que bello de su aurora el límpido arrebol!,
¡Qué lindas sus mujeres!, ¡qué espléndido su día!,
¡Qué verdes sus praderas!, ¡qué fúlgido su sol!

Mas, ¡ay!, que la desgracia batió sus negras alas;
Rugiendo en torno mío bramó la tempestad,
Cubrióme de Natura las refulgentes galas
Tras un velo densísimo de inmensa obscuridad.

Mis ilusiones castas, mis sueños seductores,
El fiero desencanto troncho sin compasión,
Cual troncha en las praderas las más hermosas flores
El soplo enfurecido del hórrido aquilón.

Llorando sin consuelo fijaba en lontananza
Mi vista entristecida, buscando sin cesar,
Entre la densa bruma la luz de una esperanza
Que mi dolor intenso viniese a consolar.

Y quiso al fin piadoso el Ser Omnipotente
Mostrar ante mis ojos un rayo de esa luz,
Y vi con alegría su lumbre refulgente
Rasgar del horizonte el lóbrego capuz.

¡Cobrando nuevo aliento alcé mi frente mustia,
Fijé la vista en ella, y de su lumbre en pos,
Dejé mi amado pueblo, mas con mortal angustia
De eterna despedida le di mi triste adiós!

En otro lugar bello, también de Cuba hermosa,
Elévase otro pueblo que la moderna grey
Hiciera con orgullo más culta y más dichosa
Que aquella que fundara mi lindo Camagüey.

También está rodeado de ceibas y palmares,
Y el aura gira en ellos con dúlcido rumor,
Su suelo fertiliza el límpido Almendares
Y el cielo también brilla con mágico esplendor.

Encierra su recinto mujeres candorosas
De rostros hechiceros de lánguido mirar,
De nobles corazones, que siempre cariñosas
Del mísero que sufre consuelan el pesar.

Y agítase en su seno, ruidosa y palpitante,
En pos de los placeres, alegre multitud;
Y brilla al par la antorcha espléndida y radiante
Que guía hacia el Progreso la ardiente juventud.

Y en este pueblo hermoso poner le plugo al cielo
La luz que ante mis ojos brilló en la inmensidad
Cuando lloraba mi alma en triste desconsuelo,
Cercada por doquiera de negra obscuridad.

Y su reflejo dulce, fantástico y divino,
Con fe, con entusiasmo, constante yo seguí,
Y él fue quien a despecho de mi feroz destino,
Burlando sus rigores, condújome hasta aquí.

Y el pecho palpitante, mas lleno de confianza,
«Salud, oh, noble Habana», te dije con amor,
«Recíbeme en tu seno, y colma mi esperanza,
Borrando de mi alma el negro sinsabor».

Y en ti se realizaron mis sueños seductores,
Viviendo venturosa tras tanto padecer,
Pues miro ante mis ojos brotar de nuevo flores,
Y gratas impresiones encuentro por doquier.

Y de un amante esposo las férvidas caricias,
Y de mis tiernos hijos el dulce sonreír,
Mi corazón embriagan de célicas delicias,
Haciéndome, ¡oh!, Habana, tu nombre bendecir.

Si allá entre sus palmares la luz primera vieron
Mi madre y mis hermanos, si allí nací también,
Mis hijos y mi esposo su cuna aquí tuvieron,
Y aquí donde están ellos, aquí tengo mi edén.

Por eso te amo tanto y tengo confundido
Tu nombre con el nombre del pueblo en que nací;
Allí fue de mi infancia el tiempo más querido,
Mas hoy de mi presente los goces tengo aquí.

Perdona, pues, ¡oh, patria!, si es tanta mi ventura
Que a tu adorado suelo no quiero retornar,
Allá en mi juventud bebí tanta amargura,
Que aún siento a su recuerdo mis lágrimas brotar.

Más guarda para siempre los sueños de mi infancia,
Y de mis quince abriles la cándida ilusión,
Así como a despecho del tiempo y la distancia
Conserva tu recuerdo mi amante corazón.

Mas, tú, mi hermosa Habana, mi suelo hospitalario
En cuyo amante seno confiada me arrojé,
Tú de mi amor encierras el místico santuario,
Tu tienes mi ternura, mis votos y mi fe.

Pues colmas mi presente de puros regocijos,
Y miro en tu horizonte mi estrella relucir,
Al lado de mi esposo, rodeada de mis hijos,
Tranquila y venturosa aguardo el porvenir.

Y sólo pido al cielo que cuando yo sucumba
A ellos pueda darle mi santa bendición,
Ya ti, mi hermosa Habana, te ruego que mi tumba
Encierre para siempre tu fúnebre panteón.

Martina de Pierra, 1868

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