Wednesday, June 10, 2020

Amalia Simoni Argilagos, patria y música (por Roberto Méndez Mártinez)


Amalia Simoni Argilagos, cantante lírica y ferviente batalladora por la independencia de Cuba del dominio español, hija de José Ramón Simoni Ricardo y Manuela Argilagos Ginferrer, nació en Puerto Principe(1)  el 10 de junio de 1842.

Su abuelo Luciano Simoni Franceschi era natural de Lucca, en la Toscana, y emigró a Cuba a inicios del siglo XIX, muy probablemente debido a la ocupación napoleónica de su tierra natal(2). Se estableció en Puerto Príncipe, donde, desde el siglo XVII, había una fuerte emigración italiana(3), que había formado una influyente colonia.

Muy pronto se hizo de un apreciable capital a partir de una tenería para procesar cueros junto al río Tínima, a la que se sumaron propiedades inmobiliarias y fincas rústicas(4). Su hijo José Ramón estudió Medicina en Barcelona y París, donde se impregnó de las ideas liberales de la masonería y del espiritismo kardeciano, de los que fue activo propagador.

Manuela Argilagos Ginferrer
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Amalia recibió una esmerada educación de carácter laico y moderno, en su propio hogar. Su madre, descendiente de catalanes, la inició en los estudios de música, que posiblemente continuó con otros maestros de la localidad. Poseía una voz de soprano de coloratura, dulce y bien timbrada, muy elogiada por sus contemporáneos. Fue miembro de la Sociedad Filarmónica de Puerto Príncipe, de la que su padre fue uno de los fundadores en 1858. Allí cantó arias y canciones en diversas veladas y participó en el homenaje que se rindió a la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda el 3 de junio de 1860, donde, junto a otros aficionados, actuó en el tercer acto de la ópera Hernani de Verdi, en el que ella tuvo a su cargo el difícil rol de Elvira. También cantó en el Liceo de La Habana y en las veladas que se efectuaban en la residencia del rico aficionado Don Miguel de Céspedes. El poeta José Fornaris, muy popular por entonces, le dedicó un soneto en elogio de su voz.

Dr. José Ramón Simoni
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En mayo de 1861 el Dr. José Ramón Simoni decidió emprender un viaje con su familia por gran parte de Europa y Norteamérica, con el fin de completar la educación de sus hijos, que se extendió hasta abril de 1865. Se asentaron un tiempo en París, donde Amalia perfeccionó su francés en un colegio de señoritas, a la vez que recibía lecciones de canto de la profesora Fanny Persiani -antigua diva de la Ópera- que luego continuó en Roma con el maestro Bonni y en Florencia con Manetti. Años después, ella escribiría a su amiga, la escritora Domitila García de Coronado: “Mis modestísimos conocimientos en música los adquirí principalmente en Roma, Florencia y París, donde recibí lecciones de buenos maestros, que, demasiado indulgentes, calificaron mi voz de extensa, flexible y armoniosa.” A pesar de esto, no llegó a convertirse en una profesional del canto, por las suspicacias que en aquel tiempo despertaba la vida artística entre las familias burguesas adineradas.


Apenas regresan a la Isla, se hospedan en el palacio de la familia Álvarez Calderón -en la calle Oficios esquina a Santa Clara- y allí conoce la joven a un coterráneo suyo, el recién licenciado en Derecho Ignacio Agramonte Loynaz. Se produce un verdadero “amor a primera vista” que cuenta en el primer momento con la oposición del Dr. Simoni, porque el jurista, aunque procede de una ilustre familia principeña, apenas cuenta con medios de fortuna. Mas, la elocuencia de Agramonte acaba por convencer a su futuro suegro, quien permite el noviazgo.

Como Ignacio trabaja en La Habana y los Simoni regresan a Puerto Príncipe, los novios pueden verse sólo en fechas señaladas y esto motiva un intercambio epistolar, del que lamentablemente sólo se conservan las cartas de él, que están entre las misivas amorosas más notables del romanticismo cubano.

Casa de la Familia Simoni,
construida en 1848 en su Quinta Tínima
en la que vivió
Amalia Simoni, durante su infancia y juventud.
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Ignacio y Amalia contraen matrimonio el 1 de agosto de 1868 en la Parroquia de Nuestra Señora de la Soledad en Puerto Príncipe, pero su vida matrimonial resulta muy breve. El 10 de octubre de 1868 se alza en armas contra el dominio español el patriota Carlos Manuel de Céspedes; los conspiradores principeños lo secundan al mes siguiente. El 11 de noviembre sale Agramonte rumbo al campo insurrecto, donde llega a alcanzar el grado de Mayor General de las fuerzas cubanas. El 1 de diciembre, Amalia, junto a sus padres y su hermana Matilde(5), van también rumbo al territorio liberado por los cubanos. Llevan una vida itinerante por los campos, llena de zozobras y privaciones. En estas condiciones nació el primer hijo de la pareja: Ignacio Ernesto y comenzó la gestación de su segundo vástago: Herminia.

El 26 de mayo de 1870, mientras celebran en un rústico rancho el cumpleaños del primer hijo, la familia es sorprendida por una partida española. Ignacio Agramonte tiene que internarse en el monte para evitar una muerte cierta y el resto de la familia es conducida por la tropa a Puerto Príncipe como prisioneros. Poco después logran salir del país, rumbo a New York, donde permanecen corto tiempo.

A fines de 1871, el Dr. Simoni con su esposa, hijas y nietos, deciden establecerse en Mérida, Yucatán. Amalia imparte clases de canto, primero en su hogar y luego en el recién fundado Conservatorio Yucateco de Música. Se presenta junto a sus alumnos en conciertos donde interpreta arias de la ópera Safo de Pacini y de Norma de Bellini, entre otras piezas líricas, por lo que recibió grandes elogios en la prensa local. Allí en la ciudad yucateca supo ella de la caída en combate de Ignacio Agramonte(6). Enfermó de consideración y el resto de su vida permaneció inconsolable. Nunca volvería a casarse y su existencia tuvo como motor principal el mantener vivo el recuerdo de su esposo.

A fines de septiembre de 1874 la familia retornó a Nueva York, donde Amalia cantó en funciones religiosas y en veladas patrióticas en el De Garmo Hall y otros salones, además de impartir lecciones de canto en su hogar. Su canto fue elogiado por la prensa norteamericana, por ejemplo el New York Commercial Advertiser, y también por periódicos cubanos de la emigración como La Independencia. A pesar de la crítica situación económica de la familia, Amalia hacía frecuentes donaciones a la Junta Revolucionaria para preparar expediciones en ayuda de los insurrectos cubanos.

Piano que perteneció a Amalia Simoni
Se conserva en el museo de la 
Casa Natal de Ignacio Agramonte
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Por carecer de grabaciones no es posible conocer directamente la voz de esta artista, pero si repasamos su repertorio que incluye obras muy exigentes, desde la cavatina “Ernani, Ernani involami” de Verdi hasta la gran aria “Casta diva” de Bellini, pasando por otras piezas de lucimiento como “Ombre leggere” de Dinorah de Meyerbeer y el “Aria de las campanas” de Lakmé de Delibes, hay que aceptar que se trataba de alguien fuera de lo común, que podía ser admirada no sólo en su propio terruño, ni en el medio más o menos provinciano de Yucatán, sino aún en una ciudad como Nueva York.


Después del fin de la Guerra de los Diez años regresa por breves períodos a Puerto Príncipe, pues debe pasar largas temporadas en Estados Unidos, donde estudian sus hijos. Todavía hacia 1889 canta en algunas veladas en residencias familiares de su ciudad natal. Su última presentación pública fue en el Liceo -sucesor de la Filarmónica- en Puerto Príncipe, en 1894.

Su actividad patriótica no decayó, el Día de Fieles Difuntos de 1893, acompañada por sus hijos colocó una ofrenda floral en un lugar visible del Cementerio General de la ciudad con una cinta que decía: “A Ignacio Agramonte Loynaz y todos los mártires que no tuvieron sepultura. Amalia, Ignacio, Herminia y Cuba”. Vigilada de cerca por las autoridades, tuvo que salir del país apenas reiniciadas las hostilidades entre cubanos y ocupantes españoles. Se estableció con sus hijos de nuevo en Estados Unidos, donde la unieron lazos de amistad con José Martí y ayudó con su menguado peculio personal no sólo a la causa independentista sino a diversas mujeres que lo habían perdido todo por sumarse a la labor conspirativa.

24 de febrero de 1812
Acto de develación del
monumento a Ignacio Agramonte
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Regresó con sus descendientes a Cuba en 1899, una vez concluida la guerra. El 20 de mayo de 1902, día de proclamación de la República, fue invitada a izar la bandera cubana en el Ayuntamiento de Puerto Príncipe y en esa misma jornada asistió a la colocación de la primera piedra del monumento a Ignacio Agramonte(7), que sólo podría develarse, con su presencia, el 24 de febrero de 1912. Colaboró en diversos empeños de carácter benéfico y fue muy crítica con los defectos de la política oficial de aquellos años. Junto a Salvador Cisneros Betancourt y otros patriotas participó en una Sociedad “para salvar la República”.


Falleció en La Habana, en la residencia de su hija Herminia, en la madrugada del 23 de enero de 1918, tendida en un diván, mientras, a petición suya, su hija interpretaba al piano obras de Weber y Chopin. El gobierno declaró Duelo Nacional y su entierro contó con la asistencia de las más relevantes figuras de la política, el ejército, intelectuales y el pueblo en general. Fue sepultada en el Cementerio de Colón, junto a su hermana Matilde. El 1 de diciembre de 1991 sus restos fueron trasladados, siguiendo su expresa voluntad testamentaria, al Cementerio General de Camagüey, donde reposa en el panteón familiar de los Simoni. Diversas instituciones docentes, culturales y un hospital de su ciudad natal llevan su nombre. La residencia señorial “Quinta Tínima”, edificada por el Doctor Simoni, donde ella residiera en distintas épocas de su vida, es hoy un museo dedicado a su memoria.



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Fuentes principales

Amalia Simoni, una vida oculta (biografía) de Roberto Méndez y Ana María Pérez Pino (Editorial Ciencias Sociales).

Fondos documentales de: Archivos Parroquiales de Camagüey, Museo Provincial de Camagüey, Museo Quinta Simoni, Museo Casa Natal de Agramonte.

Archivos personales de Gustavo Sed Nieves, Ana María Pérez y Roberto Méndez.

Hemeroteca de la Biblioteca Nacional “José Martí”.




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Notas


1. Ciudad cabecera de una opulenta región ganadera, fundada en 1514 a orillas del mar. Después de dos traslaciones entre los siglos XVI y XVII, quedó finalmente ubicada en una extensa llanura lejos del mar, entre el departamento Central y el Oriental de la isla de Cuba. Desde el año 1903, a un año apenas de la inauguración de la República, tanto la provincia como la ciudad capital llevan el nombre de Camagüey.

2. La investigadora camagüeyana Amparo Fernández Galera ha localizado a ciertas figuras ilustres de esta familia toscana. El médico Simón Simoni, nacido en Lucca en el primer tercio del siglo XVI, refugiado en Ginebra después de abrazar la reforma protestante, llegó a ser catedrático de Medicina en Leipzig y autor de diversas obras científicas. El periodista y dramaturgo Renato Simoni también fue muy conocido en Italia en la tercera década del siglo XX.

3. Cuando se revisan los archivos eclesiásticos y escribanías del siglo XVII se localizan ya hasta 9 familias procedentes de los reinos de Italia, venidos de Roma, Génova y hasta hay un Dorado y un Coffin, llegados de Venecia. Este flujo, en nada comparable al de la inmigración de españoles, pero constante y perceptible, se fortalece en el siglo XIX. En los registros parroquiales son comunes apellidos como Manrara, Bellini, Polini, Rossi, que se entrelazan con los de las añejas familias locales. No hay noticias de que formaran una asociación oficial, de carácter comercial o cultural, sino que procuraron integrarse y acriollarse en contacto con el patriciado principeño. El italiano era una de lenguas modernas que la gente culta de la localidad acostumbraba a estudiar junto al francés, y muy probablemente influyeron en la pasión de la gente acomodada por la ópera. La prima donna de una de las tantas compañías de este género que visitaron el territorio en el siglo XIX, Mariana Pancaldi, falleció allí, víctima de una epidemia, y fue sepultada en el Cementerio General, en una bóveda perteneciente al pensador y polígrafo Gaspar Betancourt Cisneros.

4. Hasta hoy no ha sido posible localizar la fecha de nacimiento de Luciano. Según la tradición, amasó con cierta rapidez una importante fortuna. En el Archivo del Museo Provincial “Ignacio Agramonte” se conserva un legajo del Fondo Ayuntamiento de Puerto Príncipe que contiene una reclamación suya fechada en enero de 1818, para que el Cabildo le reconozca la posesión de unos terrenos egidales que ocupa, en las afueras de la ciudad, en la zona conocida como Tallamantel Corojo. El asunto fue solucionado el 20 de septiembre de 1820 cuando la corporación aprueba que, después de la medición de los terrenos y el pago de un impuesto, pueda disfrutar plenamente de esa parcela. Es evidente que, aproximadamente a una década de establecerse en el territorio, gozaba ya de bienes de cierta consideración. Entre sus propiedades se encontraba una finca rústica en la zona de Imías, Sibanicú, conocida como “El Aguacate” que su hijo José Ramón amplió y rebautizó con el nombre de “Santa Matilde”, conocida todavía hoy como “La Matilde de Simoni”.

Dos veces iba a casarse Simoni, la primera el 18 de diciembre de 1815 con Merced Ricardo Guerra quien le daría seis hijos: José Ramón, María Antonia, Ángela, María Merced, Luciano y Juana Nepomucena, y tiempo después de enviudar, contraería nuevas nupcias con María Guerra Pardo, de quien tuvo cinco vástagos: Luis, Francisco, Ana, Horacio y Ángela. Falleció en Puerto Príncipe 11 de marzo de 1845. Al parecer se dedicó únicamente a sus negocios privados, no aparece vinculado a sociedades culturales o a iniciativas cívicas. Es probable que fuera hombre agudo para los negocios pero de corta instrucción, aunque puso todo su empeño en la formación intelectual de su primogénito José Ramón.

5. Matilde Simoni se había casado con Eduardo Agramonte Piña, médico de amplia cultura, primo de Ignacio Agramonte Loynaz. Tuvieron un único vástago: Arístides Agramonte Simoni (1868-1931). Estudió medicina en Estados Unidos, llegó a ser un eminente especialista en Patología y Bacteriología. Fue miembro, junto al Dr. Walter Reed , de la Comisión para la Investigación de la Fiebre Amarilla, que aplicó las investigaciones anteriores del camagüeyano Dr. Carlos J. Finlay. Arístides fue catedrático de la Universidad de la Habana entre 1900 y 1930 y tuvo una efímera actividad política como ministro en el llamado “Gabinete de la Honradez” del presidente cubano Alfredo Zayas Alfonso. Algunos afirman que fue candidato al Premio Nóbel de Medicina.

6. El Mayor Ignacio Agramonte Loynaz murió en el combate de Jimaguayú, en tierras camagüeyanas, el 11 de mayo de 1873. Su cadáver cayó en manos de la soldadesca española quienes lo condujeron hasta la ciudad de Puerto Príncipe, donde fue arrojado a la Plaza de San Juan de Dios. Gracias al fraile -hoy proclamado Beato- Olallo Valdés y al Presbítero Manuel Martínez Saltage, se le trasladó al Hospital que daba nombre a la plaza y allí se le lavó el rostro y se le hicieron las preces de difuntos. Las autoridades militares dispusieron su traslado al Cementerio General e hicieron correr el rumor de que su cadáver había sido incinerado y esparcidas las cenizas al viento. Esa fue la versión que llegaría a oídos de su viuda. Modernamente se ha comprobado que tal cremación fue imposible, lo más probable es que el cuerpo fuera chamuscado para volverlo irreconocible y luego enterrado en un sitio no localizado de la necrópolis.

7. El conjunto fue encargado al escultor italiano Salvatore Buemi, oriundo de Novara de Sicilia. Este residió un tiempo en Cuba y dejó emplazada en la Isla una escultura de José Martí, erigida en Matanzas, en 1909, además de ser autor de uno de los proyectos para la estatua de Antonio Maceo en La Habana -en el concurso celebrado en ese mismo año- así mismo nos legó una curiosa alegoría en bronce: El Ángel rebelde o El Eterno rebelde, colocada en el patio interior del Capitolio Nacional. El proyecto del monumento a Ignacio Agramonte estuvo listo el 8 de mayo de 1910. El artista trabajó con una buena cantidad de material fotográfico para fijar la efigie del Mayor, y empleó también los testimonios de algunos de sus compañeros de lucha, como su ayudante Enrique Loret de Mola, para diseñar su atuendo. La obra fue fundida en Italia y tuvo diversos contratiempos, primero por deficiencias en la fundición y luego para su embarque hacia la Isla, dada la agitada situación política de aquel país por aquellas fechas.

Sobre Salvatore Buemi ver también: Sandra González, 2007, "Zanelli, los hermanos Remuzzi, Buemi y Luisi en el Capitolio de La Habana", en: Emigrazione e presenza italiana in Cuba, Vol.VI, ed. Circ. Cult, B.G. Duns Scoto di Roccarainola, pp.129-150.


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Agradezco a  Roberto Méndez Mártinez, que comparta este texto con los lectores del blog.



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