Thursday, October 17, 2019

Alicia Alonso, duende por siempre de la escena (entrevista por Baltasar Santiago Martín)

Nota: Agradezco a Baltasar Santiago Martín que comparta con los lectores del blog, su entrevista a Alicia Alonso (publicada originalmente en Linden Lane Magazine, Vol. 29 No. 4, Invierno 2010) y el Capítulo Noventa, de su novela inédita Alicia Alonso. Bailar al borde. Ambos textos incluidos en el número de diciembre 2017, de  la revista Caritate. 


El autor con Alicia Alonso en Nueva York, en 2010
 Foto/Pedro Simón
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Cuba tiene, además de su Panteón Yoruba, tan rico y poderoso –sincretizado de modo magistral por nuestros negros africanos con el santoral “al dorso” católico–, una diosa terrena de la voluntad: Alicia Alonso, prima ballerina assoluta; excelsa maestra, coreógrafa y auténtica mujer renacentista además.
Sale Giselle al bosque medieval, la gitana inmortal al ruedo de la parca; Odette-Odile da una clase magistral, y pone a Cuba en el mapa del ballet, sentando cátedra…
Desde 1940 hasta 1948, Alicia Alonso formó parte del entonces Ballet Theatre de Nueva York; en 1943 hizo su genial debut en Giselle, y en 1946 fue ascendida a primera bailarina de la compañía. Aunque una crisis transitoria del BT a mediados de 1948 propició que Alicia, Fernando y Alberto Alonso pudieran realizar su tan caro sueño de fundar en su Cuba natal una compañía de ballet profesional –el hoy renombrado Ballet Nacional de Cuba–, Alicia continuó regresando a bailar con el colectivo neoyorquino –nombrado a partir de 1955 como American Ballet Theatre– hasta 1960; veinte años de fructífera colaboración en total, que enriquecieron la historia personal de la prima ballerina assoluta cubana, tanto como el nivel y el acervo de la compañía norteamericana.

CARITATE le rinde homenaje a este mito admirable de la danza por sus 97 años de longeva plenitud, y se complace en poder compartir con sus lectores lo que Alicia Alonso me quiso contar cuando la entrevisté en Nueva York en 2010, cuando el American Ballet Theatre le organizó, el 4 de junio de 2010, una gran gala por su 95 cumpleaños, así como mi crónica de ese encuentro:

Alicia, su padre era masón –como lo fue también José Martí–, pero a usted la bautizaron como “Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo”, ¿cómo su madre logró convencer a su papá para que accediera a ese “de la Caridad del Cobre” tan católico como tercer nombre?

Mi padre, aunque laico por excelencia, era un hombre tolerante y comprensivo. Amaba mucho a mi madre, y nunca fue un obstáculo para que ella fuera una católica practicante. Incluso mi hermana y yo nos educamos en un colegio de monjas, en el Colegio Teresiano, y mis hermanos en el Colegio La Salle.

Es bastante conocido que usted es una gran amante de la naturaleza y de los animales, sobre todo de los perros, ¿recuerda usted a qué edad tuvo su primera mascota, y cómo la llamaba?

El recuerdo más lejano es el de mi perrito Truly, pero no estoy segura de mi edad en esa época, quizás 6 o 7 años.

Usted nació el 21 de diciembre de 1920, el día del año en que se produce el solsticio de invierno, un acontecimiento muy importante para los celtas y para los masones, en que el sol renace, y la vida se renueva en la tierra, ¿está usted consciente de la singularidad de la fecha de su cumpleaños?

Esas coincidencias me sorprenden, y me dejan pensativa. Hay otras predicciones que coinciden con esa fecha, como la de los mayas, que creo marcan el inicio o el fin de una etapa, precisamente un 21 de diciembre. No tengo una explicación lógica para estas cosas.

¿Recuerda usted la hora exacta en que se produjo su nacimiento?

¿Sabe usted que no me acuerdo? Me gustaría que hubiera sido con la luz de la mañana, en un día claro y cálido.

A propósito de la fecha que estamos celebrando, un crítico de ballet llamado Roger Salas afirma que usted nació en 1917 en vez de en 1920, ¿qué declara usted al respecto?

Las especulaciones sobre el verdadero año en que nací hace tiempo forman parte del folklore del mundillo artístico. Creo que ha contribuido a ello mi larga carrera, y los errores de los diccionarios. Las versiones de que nací antes de 1920 me halagan en vez de molestarme, porque quiere decir que con esa edad me mantengo más joven. La edad de las damas no debería mencionarse mucho por los caballeros.

Según el horóscopo orisha, su signo Sagitario se corresponde con San Lázaro, Babalú Ayé, que es su protector, ¿tiene usted fe en este santo como intercesor ante Dios, el Todo, si es que usted es creyente?

No soy creyente, pero tengo un gran respeto por esas figuras del culto popular, porque expresan la devoción de amplios sectores de nuestro pueblo.

Su debut en Giselle en Nueva York se produjo el 2 de noviembre de 1943, el mismo día en que Anton Dolin, su partenaire, tuvo su debut como bailarín en Londres en 1921; día además de muertos o de “los Fieles Difuntos”, y Giselle en el segundo acto es un espíritu, una muerta, ¿pensó usted en eso ese día, y hoy le ve algún significado cabalístico o esotérico?

De nuevo nos sorprenden las coincidencias. El día en que debuté en Giselle solo pensaba en el personaje, en bailar. No conocía nada sobre esa fecha, ni le he conferido después un significado místico. Pero no deja de ser curioso haber bailado por primera vez la historia de un amor más allá de la muerte, el Día de los Fieles Difuntos.

El 16 de febrero de 1941 el destino la enfrentó por primera vez con su tocaya Alicia Márkova, en el estreno de la versión de Anton Dolin del Grand pas de quatre, donde le tocó interpretar a Carlota Grisi, la primera Giselle, en tanto que Alicia Márkova hizo el papel de Madame Taglioni, pero después usted no quiso volver a hacer la Grisi, sino siempre la Taglioni, ¿hubo alguna razón en específico, o fue algo sin motivo aparente?

Me gustó mucho bailar el papel de la Grisi, y me hubiera encantado seguir bailándolo. Pero pronto decidieron los directores y coreógrafos que yo debía interpretar el rol de Taglioni, a la que suele conferírsele especial autoridad y categoría, porque era la mayor y más famosa entre las cuatro grandes estrellas del romanticismo que integran el Grand pas de quatre.

¿Quién ha sido su partenaire más solícito y con quien mejor se sintió bailando?

He tenido la suerte de compartir la escena con grandes partenaires durante mi carrera. Con muchos de ellos tuve una gran compenetración. Pero si tengo que mencionar a uno, sería sin dudas Igor Youskévitch.

Desde 1943 hasta 1948, en que funda en Cuba su propia compañía, usted fue la bailarina favorita de la crítica y del público neoyorquinos, así como de varios eminentes coreógrafos como George Balanchine, en detrimento de Alicia Márkova y Tamara Toumánova, que prácticamente “huyeron” a Europa ante su competencia, ¿cuál fue su reacción ante este hecho, que de seguro le generó animadversión de parte de estas dos colegas, y de sus seguidores?

Nunca vi las cosas de esa forma. Es cierto que el público y la crítica de los Estados Unidos fueron siempre muy cariñosos y entusiastas conmigo. Y no solo en la etapa que usted señala, sino también mucho después. Recuerde que bailé regularmente en el American Ballet Theatre hasta 1960, también actué algunos años con los Ballets Rusos de Montecarlo, y bailé en Estados Unidos con el Ballet Nacional de Cuba. Por lo demás, todas las estrellas hemos tenido nuestro público.

¿Tuvo usted algo que ver con el viaje del coreógrafo George Balanchine a Cuba en el otoño de 1946?

Directamente, no. Pero tuvimos una excelente relación con Mister B., y casi seguro que sus primeras motivaciones hacia Cuba tuvieron que ver con nosotros.

Alicia, usted ha reiterado en varias ocasiones que espera vivir 200 años, ¿en qué se basa usted para tener ese convencimiento?

En mi amor a la vida, y en el conocimiento de que el arte nos trasciende más allá de límites temporales.

¿Cuál considera que ha sido su mayor logro?

Eso mejor lo dicen los demás. Hay quien opina que mi arte como bailarina, otros que el Ballet Nacional de Cuba, otros que “la Escuela Cubana de Ballet”, etc…El tiempo lo dirá.

¿Algún consejo para los jóvenes que se dedican o piensan dedicarse al ballet, y para nuestros lectores en general?

Que amen la danza y le den sus mejores horas, sus mayores esfuerzos. Si no están dispuestos a hacerlo, mejor que cambien de profesión.

En general, creo que todos debemos encontrar en el mundo lo que más nos gusta, y luchar por ello.

Nueva York, 4 de junio del 2010
Publicada originalmete en Linden Lane Magazine, Vol. 29 No. 4, Invierno 2010.



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Alicia Alonso (cortesía Museo Nacional de la Danza)
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Capítulo Noventa, de la novela inédita Alicia Alonso. Bailar al borde, de Baltasar Santiago Martín

Donde el escritor se encuentra con la protagonista de su libro, y conversa con ella y con su esposo, Pedro Simón

Al finalizar la gala de homenaje que le ofreció el American Ballet Theatre a Alicia el 3 de junio del 2010, y el viernes 4, a las 10:30 de la mañana, llamé al 212 805 8800, número de teléfono del hotel Mandarín Oriental (80 Columbus Circle at 60th ST), donde estaban hospedados Alicia y su esposo Pedro Simón, y pedí que me comunicaran con la habitación 431.

–Buenos días, Pedro; es Baltasar.
–Hola Baltasar, ¿no fue usted ayer a la gala?
–Sí, Pedro, por supuesto que fui; estuvo muy emotiva.
–¿Y por qué no se acercó a saludarnos?
–No quise ser inoportuno; pensé que ustedes iban a estar muy asediados por la gente y por la prensa, y preferí tratar de verlos hoy.
–La gala estuvo muy emotiva, tiene usted razón; creo que todos nos emocionamos, ¿cuándo puede usted venir?
– Cuando usted me diga, yo tengo el día de hoy disponible para verlos.
– Deme un momento para consultar la agenda y le digo… ¿puede usted venir a las 12:30 p.m.?
– Perfecto, a esa hora estaré allí, muchísimas gracias.
– Bueno, entonces lo esperamos.

No salí con mis amigos a pasear por Nueva York esa mañana, sino que me bañé y vestí con calma, un poco nervioso por el encuentro con Alicia.

A las 11 de la mañana tomé el metro en la Línea 1, desde la Calle 96 hasta la Calle 59, ascendí al nivel de la calle, y me dirigí al hotel.

Como todavía faltaba una hora para las 12:30 p.m., decidí entrar al centro comercial aledaño, en cuyo recibidor dos gigantescas esculturas del colombiano Fernando Botero le daban la bienvenida a los potenciales compradores del Mall, y a las 12:25 p.m. tomé el ascensor hasta el piso 35, donde estaba ubicada la carpeta, y pedí que le anunciaran mi visita a Pedro, tras cuyo trámite tomé de nuevo el ascensor hasta el piso 41, en busca de la habitación 431, ante cuya puerta me detuve para tocar el timbre.

La puerta de la “casita” temporal de Giselle en Nueva York se abrió, y Pedro Simón, su esposo y leal “guardacoto” en la vida real, me dio la bienvenida.

–Buenas tardes, Pedro.
–Buenas tardes, Baltasar; pase adelante.

Pedro me condujo hasta la sala de estar de la lujosa suite, y me invitó a sentarme.

Le mostré la placa de reconocimiento que como director de la Fundación APOGEO le traía a Alicia.

–Está preciosa –me comentó Pedro.

Procedí a entregarle el último número de la revista Venue – en la cual pretendía publicar la entrevista que le haría a Alicia–, y a Pedro la revista le pareció “de lujo”, por su calidad y diseño.

– En el número anterior yo entrevisté a Amalia Aguilar, que es una gran amiga mía, y que por cierto me contó que conoció a Alicia en Perú.
– Alicia siempre ha tenido una relación muy especial con las rumberas, no solo con Amalia, sino también con Ninón.
–Si Dios lo permite, en el número de noviembre/diciembre saldrá publicada la entrevista de Alicia, en la sección Luminarias de siempre –le expliqué.
– ¿Me puedo quedar con la revista? –me preguntó Pedro.
– Por supuesto, se las traje para que vieran la clase de revista que es, y dentro les puse una copia de la reseña escrita por Belkis Cuza Malé, que salió publicada en el periódico El Nuevo Herald de Miami, sobre mi cuarto libro, la novela de ficción histórica Una vida, un tren. Por cierto, que el libro que estoy escribiendo ahora sobre Alicia ya no va a ser una novela propiamente dicha, como yo había pensado en un inicio, sino una novela biográfica, con algunos elementos de ficción como los que usé en el capítulo El nacimiento del cisne, que usted ya conoce, pero tratando de ajustarme lo más posible a los facts, como dicen los americanos.
–Eso que tú estás haciendo es muy importante para la historia –me respondió Pedro, para mi contento, pues vi en esto la aquiescencia de la pareja a mi trabajo.

Pedro entonces me obsequió dos números de la revista Cuba en el Ballet, y me preguntó si la había visto antes.

–Sí, desde la época en que Ricardo Reymena la diseñaba; soy muy amigo suyo, y también de Neyra y de Mayda; ¿Neyra no se lo ha dicho? –le respondió.
– Sí, me dijo que se conocían, y Mayda por cierto llamó hoy para saber cómo estuvo la gala.
–Pedro, yo quisiera saludar a Alicia y que me firmara el libro Esta noche baila aquí Alicia Alonso y el programa de mano de la gala, ¿usted cree que sea posible?
–Sí, cómo no, pero te ruego que seas breve porque Alicia tiene otros compromisos.
–No se preocupe, que yo tengo medida.

Pedro se dirigió hacia la puerta del dormitorio donde Alicia se estaba preparando para salir a saludarme, y regresó con el mito del brazo, que llenó la habitación con su presencia imantante, cual un hermoso cisne intemporal y frágil, muy lejos a la vez de la genial coreografía de Fokine para la Pávlova.

Para mí, ver aparecer a Alicia del brazo de Pedro fue una gran emoción, porque vi mi sueño de poder saludarla realizado, y también porque sintí que el espíritu de mi madre estaba allí acompañándonos.

– Buenas tardes, Alicia; muchas gracias por recibirme –la saludé.
– Buenas tardes.
– Muy lindo el homenaje de anoche, muy merecido.
– Sí, fue muy hermoso y emocionante.
–Alicia, a nombre de la Fundación APOGEO que presido, le quiero entregar esta placa de reconocimiento “por sus nueve décadas de juventud pletóricas de vida”, como dice el texto; ¿le puedo dar un beso? –le dije, poniendo la placa en sus manos y besándola tras el permiso recibido.
–Alicia, la placa está preciosa –intervino Pedro; tiene una foto tuya en el centro, y debajo una tira de pequeñas fotos en tus distintos roles, muy bonita.
–¿Y cuál foto mía es?, ¿estoy en pose de bailarina, con tutú?
–Es una foto de una actuación suya en España, con Lienz Chang; el traje era de dos tonos de azul, largo hasta media pierna; la foto la tomó Delio Regueral, a principios de los noventas, en Madrid. Él tiene toda una serie de fotos y me va a dar copias –le aclaré.
–Sí, sí, me acuerdo de esas funciones en España.
–¿Sería posible que nos dieras copias de esas fotos cuando las tengas?; porque de esas funciones casi no tenemos fotos –acotó muy interesado Pedro.
–Por supuesto que sí, en cuanto yo las tenga las grabo en un cd y se los hago llegar con alguien.

Pedro guio entonces a Alicia para que se sentara en una silla.

– Alicia, yo le decía a Pedro antes de que usted saliera que desde que tenía siete años he estado viéndola bailar, porque a mis padres les gustaba mucho el ballet y la ópera, sobre todo a mi madre, que la admiraba mucho a usted; ella siempre me decía: “Alicia es lo más grande que ha dado la cultura cubana, mira a ver lo que tú escribes en ese libro que estás haciendo”.
– ¡Qué linda tu mamá!, ¿y ella era bailarina o tomó clases de ballet?
– No, no, ella era simplemente público, pero desde jovencita perteneció a “Amigos de la Cultura cubana”, y no se perdía ninguna actuación suya en el Teatro Sauto de Matanzas, o en La Habana, en el Auditórium.

Entonces le pedí a Alicia una foto con ella, y Pedro la ayudó a levantarse para que se la tomaran.

– Alicia, ¡qué cutis tan bello usted tiene, sin una arruga! A propósito, una gran amiga mía en Miami, Belkis Cuza Malé, me pidió que le preguntara cuál es su secreto para tener ese cutis así.
– Yo pienso que el ejercicio, haber hecho tanto ejercicio.
– Pero también es la genética; usted tiene muy buena piel.
– La heredé de mi abuela; ella tenía muy buen cutis también, debe ser por eso.

Nos tomamos las fotos, dos mías solo con Alicia, y otra con Alicia y Pedro.

–Alicia, antes de retirarme ya, para no abusar de su amabilidad, quisiera que usted me firmara el libro Esta noche baila aquí Alicia Alonso, y el programa de mano del homenaje.

Alicia se sentó de nuevo, y Pedro le puso delante el libro, abierto por la primera página, con una foto preciosa de la bailarina.

–¿Dónde, adónde firmo?; ¿está bien aquí?
–Sí, ahí –la auxilió Pedro, tras mover el libro convenientemente.

Cuando pude constatar sin duda alguna la ceguera total de Alicia, al no poder firmarme sin ayuda de Pedro el libro y la hojita suelta del homenaje, me di cuenta conscientemente de lo que en mi subconsciente hacía ya tiempo que había intuido: Alicia nos había ofrendado a todos el don de su vista –para muchos el más preciado– por amor al ballet; había sacrificado su visión con tal de poder cumplir la tarea con que vino a la tierra un 21 de diciembre de 1920, para crear con su ejemplo y su leyenda personal una tradición y una escuela de ballet sui géneris, en una isla de rumba y de choteo, poniendo a Cuba en la órbita de la danza a nivel mundial; y toda esa hazaña sublime y heroica la había logrado sin perder su alegría de vivir ni su ímpetu juvenil.

–Alicia, que Dios la bendiga, y le conceda esos 200 años que usted quiere vivir.
–Sí, sí, pero con usted también, con todos ustedes.

Me despedí de Alicia, nuevamente emocionado por las palabras tan bellas que había acabado de oír, y Pedro me acompañó hasta la puerta.

–¡Qué lindo eso que me ha dicho!

– Sí, Alicia dice esas cosas espontáneas, que lo dejan a uno admirado y sobrecogido por su grandeza y por su sencillez a la vez.

–Hasta luego, Pedro; buen viaje de regreso a La Habana.
–Adiós, Baltasar.

En el camino hacia los ascensores, me sentí muy feliz, por haber podido hacer realidad mi sueño de entrevistar y conocer a Alicia, y reflexioné sobre algo que varias veces había conversado con mi amiga Belkis (Cuza Malé): el que la mayoría de la gente utiliza la condición de vejez de alguien como un adjetivo de desprecio y de escarnio, cuando alcanzar la longevidad debe ser visto como una victoria en vez de como una derrota, como ha sido el caso de Alicia, que intemporal y laboriosa, sigue construyendo su leyenda hacia el infinito.

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