Thursday, October 31, 2013

Cada día muero 24 horas (por Félix Luis Viera)

Nota del blog: El blog Gaspar, El Lugareño está presentando, los lunes y jueves, una selección del poemario Cada día muero 24 horas  (Editorial Letras Cubanas, 1990), de Félix Luis Viera. Se incluye traducción al italiano de Gordiano Lupi. 

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Como si volviera después de tanto tiempo
y nos encontrara llorando

                                                      a Rafael Altuna


La “colegiala” viene nuevamente
con sus ojos redondos y castaños,
pregunta por mi nombre, comprueba
el santo y seña,
y al sentarse abanica con su uniforme
–azul y blanco—
el espacio a mi lado, en este banco.

Yo la recibo llorando, claro; han pasado
tantas lloviznas y gorriones sobre este
    parque,
este banco.

Pero ella, hoy por la tarde, ha decidido
llegar otra vez
y me enseña, como ayer, hace mil años,
sus libretas, su letra casi vertical, casi
  sonora
y otra vez huele a madera perfumada su
   pañuelo
y otra vez le miro el rostro como una cú-
   pula de llamas
sobre la blusa blanca
y deposita en su regazo —¿como flores?—
  las libretas
y me mira, como ayer, hace mil años, me
   mira
como quien mira al fondo de un pozo
   iluminado
y otra vez siento que perezco dulcemente
   dentro de ella
como un animalito de cristal y vuelan
los gorriones celebrando
tanto amor bajo sus alas
y otra vez dedo con dedo nuestras manos
como si cantaran una canción febril, in-
   detenible, a toda sangre (o sea,
esa canción que nos arde en todo el
   cuerpo)
y otra vez huelen sus senos a cierta hu-
   medad tierna, distante;
y ya, de pronto, como ayer, hace mil años,
es el momento de irse bajo las luces que
   se abren,
de irse bajo la sombra de mis ojos que la
   siguen
como si fuera un trocito de aire bicolor, como si
   fuera
el único aire que conozco.

Es la “colegiala”, amigo mío, que hoy por
   la tarde
ha llegado nuevamente —con sus libretas,
   su uniforme y
sobre todo (no olvidar) con sus ojos redon-
    dos y castaños—
y se encuentra aquí, en este mismo banco
    de ayer, hace mil años,
con un hombre solo llorando cuerpo, río,
    mar adentro.


Diciembre del 80


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Come se tornassi dopo tanto tempo
e ci incontrassimo piangendo

                    
                                                a Rafael Altuna


La “collegiale” viene nuovamente
con i suoi occhi rotondi e castani,
chiede il mio nome, verifica
la parola d’ordine,
e sedendosi muove l’aria con la sua uniforme
- azzurra e bianca -
nello spazio al mio lato, in questa panchina.

Io la ricevo piangendo, chiaro; sono passate
tante pioggerelline e rondini su questo
   parco,
questa panchina.

Ma lei, questa sera, ha deciso
di tornare ancora
e mi mostra, come ieri, mille anni fa,
i suoi quaderni, la sua scrittura quasi verticale, quasi
   sonora
e ancora odora di legno profumato il suo
   fazzoletto
e ancora le guardo il volto come una
    cupola di fiamme
sopra la camicetta bianca
e deposita sul suo grembo - come fiori? -
   i quaderni
e mi guarda, come ieri, mille anni fa, mi
   guarda
come chi guarda il fondo di un pozzo
   illuminato
e ancora sento che mi perdo dolcemente
   dentro di lei
come un animaletto di cristallo e volano
le rondini celebrando
tanto amore sotto le loro ali
e ancora dito con dito le nostre mani
come se cantassero una canzone febbrile,
inarrestabile, con tutto il cuore (ossia,
quella canzone che ci brucia in tutto il
   corpo)
e ancora odorano i suoi seni di una certa
   umidità tenera, distante;
e ora, subito, come ieri, mille anni fa,
è il momento di andarsene sotto le luci che
   si aprono,
di andarsene sotto l’ombra dei miei occhi che la
   seguono
come se fosse un frammento di vento bicolore, come se
   fosse
l’unico vento che conosco.

È la “collegiale”, amico mio, che questa
   sera
ha fatto ritorno - con i suoi quaderni,
   la sua uniforme e
soprattutto (non dimenticare) con i suoi occhi
   rotondi e castani -
e si trova qui, in questa stessa panchina
   di ieri, mille anni fa,
con un uomo solo che piange corpo, fiume,
   mare profondo.

Dicembre 1980


Traducción al italiano de Gordiano Lupi

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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la literatura de su país. Sus creaciones han sido traducidas a diversos idiomas y forman parte de antologías publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal recibió varias distinciones por su labor en favor de la cultura. Fue director de la revista Signos, de proyección internacional y dedicada a las tradiciones de la cultura. En México, donde reside desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos con artículos de crítica literaria, de contenido cultural en general y de opinión social y política. Asimismo, ha impartido talleres literarios y conferencias, y se ha desempeñado como asesor de variadas publicaciones.

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