Tuesday, September 3, 2013

Crónica: Mi Lorca particular (por Waldo González López)


Todo comenzaría en la adolescencia. Entonces serían las lecturas de algunos de sus poemas en antologías que se publicaban, sin el menor rigor, en imprentas privadas, durante los primeros ‘60s en aquella ya lejana Cuba.

Eran muy pocos sus textos que se incluían, con los de otros poetas menores (Rafael de León, Pedro Flores…) en aquellos «florilegios» que, confeccionados arbitrariamente e, incluso, copiados de rigurosas antologías hispanas o latinoamericanas, tenían el mérito de descubrirme a grandes voces, como la del propio García Lorca o, mejor sólo llamarlo, tal siempre hice desde entonces: Federico, ahora evocado con salvaje nostalgia. Mas, aquel «descubrimiento» le serviría de mucho al futuro antólogo de poesía y, mucho más aún, al poeta que ahora mismo evoca aquellos idus de marzo.

Sí, aquel oficio de antólogo en 1976 se iniciaría en quien ahora teclea con la saudade de mirar atrás y percibir que, en ese haber vivido, no poco decidiría esa labor, unida, inextricablemente, al poeta que desde la propia adolescencia ocupó mis trabajos y días.

De los poemas personales —que este cronista iría escribiendo con el peso y el paso de los años, bajo la advocación, primero, de grandes poetas hispanos (de Quevedo a Miguel Hernández, cruzando por otros infaltables, con el infaltable Antonio Machado, entre muchos otros)— pasaría, sin proponérmelo y justamente, por la continua lectura de obras escogidas y completas, y antologías, a convertirme en el «selector» sin remedio que soy desde aquel lejano instante en que leía, rectificando, aquellas selecciones y antologías primigenias que, mientras analizaba, iba enmendándoles la plana y confeccionando las mías, acorde con mis gustos y preferencias por los poetas escogidos.

Así, en 1976, llegaría por fin la oportunidad de preparar mi primera antología que, por fortuna, debía ser con textos de Federico y dedicada a adolescentes y jóvenes cubanos y latinoamericanos, con el fin de introducirlos en uno de los más grandes poetas de la lengua. 

Preciosa y el aire —cuya edición correría, tales no pocas de las que realizaría después para ese lector, tan decisivo como los niños, a cargo de la Editorial Gente Nueva— sería embellecida con grabados de Pablo Picasso, quien, como se sabe, conviviría en sus años juveniles, con el Poeta en la emblemática Residencia de los Estudiantes

La feliz idea de ilustrar de tal suerte el volumen (me la sugeriría el destacado artista plástico cubano Enrique Martínez —hoy residente en México—, quien había estudiado conmigo en la Escuela Nacional de Arte: él en la Escuela de Artes Plásticas; yo, en la de Artes Dramáticas) contribuiría al mayor realce de este título, todavía recordado —gracias a su original diseño e ilustraciones interiores— por no pocos lectores que agotaron esta hermosa edición, hoy rara avis, a pesar de que tuvo una no muy feliz redición en 2004. 

Escogí para esta antología textos de su poesía inicial, extraídos de Libro de poemas (1921), Poema del cante jondo (1921) y Primeras canciones (1922), así como de su posterior producción: Canciones (1927), Romancero gitano (1928), Poeta en Nueva York (1929-1930), Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), Diván del Tamarit (1936) y poemas sueltos. 

El libro debía llevar un prólogo del propio antólogo, pero un desafortunado «kriterio» decidió eliminarlo, a pesar de que el objetivo del volumen era iniciar al adolescente y al joven lector en la gran poesía de García Lorca y que, por ello, justamente, requería de dichas palabras introductorias. 

Finalmente, publiqué mi prólogo en el prestigioso mensuario España Republicana, editado hasta los ‘70s en La Habana por intelectuales hispanos del largo exilio hispano, cuya redacción estaba, por cierto, en el desde décadas atrás Gran Teatro de La Habana, institución que reúne el Teatro García Lorca y la importante Galería de Arte «Orígenes».

(Hago un aparte, pues en este importante espacio de la plástica cubana, muchos años después —gracias a la gestión de mi querido poetamigo fallecido poco tiempo atrás: Alberto Acosta-Pérez— presenté uno de mis últimos poemarios publicados en Cuba: Umbral de la nostalgia, hermoso libro de arte ilustrado con viñetas de la relevante artista plástica cubana Julia Valdés, también ex condiscípula de la Escuela Nacional de Arte, de quien nunca olvidaré su fraternal gesto, pues asumió el alto costo del libro, con excelente papel, la exquisita labor del Premio Nacional de Diseño Gráfico Alfredo Montoto y hasta el brindis de esta original presentación de mi poemario y muestra de sus dibujos con los que ilustró mi libro). 

Debo añadir que, en España Republicana, sólo publicaban poemas, artículos y ensayos de figuras de las letras cubanas de los ‘70s, con lo que gané doble, ya que por tan prestigiosa vía no había aparecido nunca antes ningún otro poeta de mi promoción, en la que todos, entonces, «éramos tan jóvenes». Por lo demás, a partir de entonces fui asiduo colaborador de dicho mensuario. 

Pero, en fin, Preciosa y el aire no sólo constituyó mi exitosa entrada en el difícil y ansiado mundo editorial, sino que además, tras su aparición, Gente Nueva crearía, gracias al triunfo alcanzado por esta precursora edición fundacional, la Colección Universo, por la que también publicaría, en 1983, mi conjunto de ensayos Escribir para niños y jóvenes, texto de consulta en los Institutos Superiores Pedagógicos del país. 

Más aún, fue tal la satisfactoria acogida a mi primera incursión antológica con García Lorca, que provocaría una segunda, esta vez dirigida a la infancia: Los versos de tu amigo que, con selección y, esta vez sí, prólogo a mi cargo, aparecería en 1978, por la Colección Fantasía, de la propia editorial. 

Con una cuidada edición de la experimentada Norma Padilla y con ilustraciones de la valiosa artista plástica Rosa Salgado, el breve volumen de apenas 32 páginas incluyó textos de Libro de poemas (1921) y Canciones (1927), del que no me resisto a transcribir aquí un fragmento de «El lagarto está llorando…» que, dedicado «A la mademoiselle Teresita Guillén…», resulta uno de los hermosos poemas en nuestra lengua dedicados a la niñez:
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta
con delantaritos blancos
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.

¡Ay, su anillito de plomo,
Ay, su anillito plomado!

En el primer párrafo de mi prólogo a Los versos de tu amigo, no tuve otra forma mejor de decirle a los niños sobre García Lorca lo que les expresé allí:
El poeta García Lorca, que tanto amó a su patria y a la nuestra, vino a Cuba en 1930 para decir a los chicos: «Mucho más de lo que pensamos comprende el niño.» Y, cosa curiosa, ya en 1889, nueve años antes de que naciera Federico, había declarado nuestro Martí —en su libro inolvidable: La Edad de Oro, que tú y todos los pequeños cubanos conocen— algo muy parecido: «Los niños saben más de lo que parece.»
Bajo la advocación de un epígrafe en verso del propio gran poeta, acorde con el pequeño lector o escucha («¡Mi corazón es una mariposa, / niños buenos del prado!»), en Los versos de tu amigo incluí también otros fragmentos o textos íntegros dedicados a colegas del poeta, como José Bergamín («Tío-vivo»), o a familiares de éstos, como Solita, emparentada con Pedro Salinas («Cancioncilla sevillana») e, incluso, a la hermana de Lorca, Isabelita («Dos lunas de tarde»). 

El influjo que Federico dejara a su paso por varias ciudades cubanas durante su ya citada y fecunda estadía en la isla, pesaría igualmente muchos años después en los poetas de la Isla que escribimos para la infancia. El mejor ejemplo es Mirta Aguirre (1912-1980), quien en sus no menos ejemplares Juegos y otros poemas (Gente Nueva, 1974) evidenció tal pupilaje al mayor grado, como se constata, por sólo poner una muestra, en su texto «Semana», en el que la poeta «asume una vez más la herencia lorquiana», tal escribí en mi ensayo «Sobre Juegos y otros poemas», incluido en mi libro Escribir para niños y jóvenes (pp. 43-64). 

Corroborémoslo con la lectura del delicioso poema de la Aguirre:
Undos, undos, undostrés:
lunes, martes, miércoles.
Jueves, viernes, sabadó,
eldo mingo, yalle gó.
Undos, undos, undostrés:
¡cojita es!
Nótese la filiación con «Arbolé arbolé», de Lorca. También, por cierto, con el Rafael Alberti de su inicial Marinero en tierra (y de poemarios posteriores, donde mantuvo el aire fresco y pueblerino de sus estampas, pregones y coplillas), en el que utilizó mucho este recurso venido de la imaginería y el habla popular hispanas, tan imbricadas desde siglos atrás.

Luego, el impenitente «selector» que fui durante décadas, realizaría otras antologías para los pequeños con las obras de otros dos infaltables poetas españoles: Antonio Machado: El Capitán de la Primavera (1984) y el propio Alberti: Que soy marinero yo (1984), dedicada a sus nietas: Altea y Marina, galardonada con el Premio de la Crítica de Libros para la Infancia, en 1985. 

 Foto/ABC
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En fin, estimados ciberlectores, con esta crónica corroboro mi sostenida admiración por el enorme poeta español y universal de Poeta en Nueva York, a cuyo jubileo por el aniversario 50 de su publicación, celebrado en esa mega ciudad pocas semanas atrás, me uno en este sencillo homenaje.

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Waldo González López. Poeta, ensayista, critico teatral y literario, periodista cultural. Publica en varias páginas: Sobre teatro, en teatroenmiami.com, Sobre literatura, en Palabra Abierta y sobre temas culturales, en FotArTeatro, que lleva con la destacada fotógrafa puertorriqueña Zoraida V. Fonseca y, a partir de ahora, en Gaspar, El Lugareño.

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